HOJA de RUTA, de Carmen Rosemberg

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El sonido de un coche todoterreno diesel sonó en la puerta y, en segundos, una mujer delgada y poca cosa, rubia y con los ojos azules, asomó por la puerta con una amplia sonrisa que acompañó con una coz nada delicada contra la puerta de la entrada que se cerró bruscamente. Manuel no estaba, se había adentrado en el adosado en busca del vino de Teresa. -Hola Coro. Soy Teresa Baltar-. Se besaron. -Dame. Te ayudó con las bolsas-, dijo Teresa. -Teresa, gracias por venir. Tenía ganas de conocerte. Manuel te admira mucho y es mucho más feliz desde que has llegado tú-, le dijo a Teresa mirándole a los ojos. -Caray, gracias. No lo sabía y… me alegró. Pero, gracias a vosotros por invitarme. Manuel es muy majo y reconozco que es el único ser normal de ese trabajo. Vamos, el único que no está tarado-. Las dos se reían con complicidad cuando llegó Manuel. -Nena, ya has llegado. Me he ahorrado las presentaciones, veo. ¿Vino?-, dijo Manuel recogiendo las bolsas de las manos de Coro. En la siguiente media hora todo procedió con el guión establecido. Le enseñaron la casa, perfectamente ordenada, con un estilo muy vanguardista y con toques étnicos. Llamaba la atención la guitarra eléctrica colgada de la pared del salón y el cajón rumbero que hacía de mesa soporte para los altavoces del home cinema. Teresa no hizo ni un solo comentario, mientras Coro explicaba los detalles de la decoración con gran sensatez y humildad. A Teresa le empezó cayendo bien esa mujer con zapato plano y un aspecto hippy y desaliñado que le encajaba a la perfección. Todo era tan progre y tan bohemio, tan sencillo y tan moderno. Teresa se arrepintió de haberse vestido tan formal para esa cita que parecía, de entrada, más bien campestre y amistosa. Hubiera sustituido las botas de caña alta por unas deportivas. Sólo acertó a decir al final de la visita guiada: -¿Lleváis mucho tiempo viviendo aquí?-. El matrimonio Sola conformaba el prototipo burgués bohemio, con una buena relación, una casa cómoda y bonita y una vida tranquila. Todo en ellos era una escena de perfección. Pero esta apreciación, como en todos los casos, resultaba demasiado clara para ser certera. Teresa tenía la contradictoria sensación de un mundo perfecto con una trastienda podrida. Sólo era eso, una sensación fruto de su inseguridad en este tipo de modus vivendi. No tenía pruebas de fallas en ese matrimonio, pero ella era así, malpensada y envidiosa. Se movía mucho mejor en las situaciones desagradables, difíciles, en tensión y sin resolver. Todo este torrente de ideas empezó a incomodarle y prefirió darle

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