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El reto de mirar un retrato fotográfico
Por Carlos Torres Trejo / INSTAGRAM @krlitost
Mirar es algo que nos encanta a los seres humanos, somos curiosos por naturaleza. A través del tiempo, la fotografía ha sido un medio de comunicación que nos ha permitido expresarnos de diferentes maneras y mirar a los otros bajo diferentes contextos.
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Desde su creación a mediados de 1800, facilitó a los fotógrafos hacer un registro de su entorno. Los avances científicos durante el 1900, permitieron involucrar no sólo una serie de componentes técnicos a dominar a partir del conocimiento del equipo fotográfico, sino también creatividad y el desarrollo de una mirada particular al plasmar perspectivas que nunca antes habían sido vistas; como los estudios de la locomoción del cuerpo hechos por Muybridge o las tomas aéreas de París, tomadas por Nadar desde su globo aerostático.
Vale la pena recordar, ante los debates actuales que se tienen en torno a la presencia de la inteligencia artificial y sus posibilidades para la creación de la imagen, que en algún momento la fotografía fue también duramente criticada por “robar el aura” de la obra de arte.

Ya Walter Benjamin en su inacabado Libro de los Pasajes (1982) explicaba la polémica de la época que vivía la fotografía al reemplazar la técnica artística por un mecanismo de elaboración fotoquímica que plasmaba la imagen, más allá de la mano del artista. Sin embargo, dejando de lado los debates tecnológicos, uno de los géneros fotográficos que nos sigue fascinando es el retrato. Este continúa sobresaliendo de entre los géneros no sólo por permitirnos conocer las facciones, morfología o antropometría de los individuos, sino por también reflejar la personalidad, estilo, modo de ser y hasta de vivir de aquellos que posan frente a la cámara.
Desde los icónicos retratos de Richard Avedon, quien retrató a los personajes más importantes de su tiempo y nos dio algunas de las fotografías de portada más emblemáticas de Vogue y Harper’s Bazaar, hasta las polémicas tomas de David LaChapelle o Steven Klein, donde vemos un derroche de excentricidad y escenarios oníricos que ponen a discusión temas morales y sociales, el retrato se ha convertido en un registro vivo de estilo, personalidad y carisma. Dentro de esta confluencia de referencias, el retrato fotográfico no tiene límites.
Aquel que decide usar la cámara como su medio de expresión, encuentra en ella el reto de captar la esencia de quien será fotografiado.
Algunos aluden a que la perspectiva psicológica del retrato puede tornarse algo romántica e incluso utópica. Las redes sociales, como Instagram, nos han traído ya una ola de retratos que emulan, imitan, recrean y hasta cuestionan nuestra forma de vida, pero ¿cuáles son los retratos que vale la pena ver?
La imagen fotográfica no es sólo ilustrativa, y es ahí donde el análisis de la imagen cobra sentido, sin pretender dictar una norma sobre la mirada. A veces al verlas te detienes por un momento. Dejas de sólo pasarlas frenéticamente una tras otra y prestas atención a la mirada. Algo te ha cautivado en su rostro. Comienzas a verla de arriba a abajo y te transportas dentro de la imagen. Te sientes con la persona. Es ahí cuando dejas de ver sólo una imagen más y comienzas a mirar a alguien dentro del encuadre. La imagen te ve a ti de vuelta y te pregunta ¿a quién ves?
Será interesante lo que puedas responder.
