La inmanencia del movimiento
Un ensayo analógico sobre el habitar
La gramática: mis ojos.
El hilo: el día a día.
El pincel: películas B&N de 35mm.
La razón suprema: narrar.
La razón egocéntrica: recordar todo, olvidar nunca.
La razón orgánica: habitar.
Ahí y acá me llaman nómada, viajera, gringa, europea, afuerina, pero también amiga, vecina, tía, washita, compañera. Y así (me) estoy tejiendo un diccionario sobre el habitar. Un diccionario propio e íntimo, un diccionario de cuentos narrado en imágenes, cuando las palabras sobran o peor, faltan. Camino por los territorios de mi cuerpo. Observo por fuera el paisaje que me habita por dentro. Viajo como una estrella fugaz al otro lado del mundo. Vago consecuentemente en círculos eternamente efímeros, aprendiendo y olvidando, re-aprendiendo y re-olvidando como regla de autocuidado. Anhelando la ubicuidad, habito simultáneamente el paisaje, el cuerpo, la casa, transformando lugares en hogares. Mi errar empieza una y otra vez, no termina nunca. El errar cíclico, repetitivo, siempre igual, siempre distinto, inmanente. Y así empieza la búsqueda, mi búsqueda de lo constantemente volátil, mi hábito. El hábito del camino siempre abierto hacia posibilidades infinitas, indefinidas.
























