Ideas de Izquierda 40, 2017

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PASO CON FINAL ABIERTO • Lo que dejaron las primarias de agosto • Alejandro Vilca, el candidato del FIT que sorprendió en Jujuy

¿Dónde está Santiago Maldonado? Conversación con Myriam Bregman

EL MALESTAR EN LA GLOBALIZACIÓN Escriben: Paula Bach, Claudia Cinatti y Esteban Mercatante

40 agosto septiembre 2017

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ideas izquierda Revista de Política y Cultura


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IDEAS DE IZQUIERDA

SUMARIO

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PASO CON FINAL ABIERTO

“HAY UN GRAMSCI DESPUÉS DE LACLAU”

Fernando Rosso

Entrevista a Fabio Frosini

LA MEMORIA QUE LA CLASE DOMINANTE QUISIERA BORRAR Alejandro Schneider

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QUE LA CAUSA DE SANTIAGO MALDONADO NO SEA OTRO MONUMENTO A LA IMPUNIDAD

VIOLENCIA Y REVOLUCIÓN EN 1917

CRÍTICA A LA NUEVA POLÍTICA

Mike Haynes

David Voloj

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Recolectando la bronca

REFLEXIONES SOBRE EL GIGANTE FRAGMENTADO

LA TRAGEDIA DE LOS DESOBEDIENTES

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Conversación con Myriam Bregman

Paula Varela

DISCIPLINAMIENTO FABRIL Y ESTRATEGIAS DE ACCIÓN COLECTIVA

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MIRANDO LA RECOMPOSICIÓN DESDE ABAJO

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Adrián Piva

EL ESCÉPTICO QUE QUERÍA CREER

Patricia Alejandra Collado

VENEZUELA EN COMPÁS DE ESPERA

Laura Vilches

Juan Andrés Gallardo

SINDICALISMO, PERONISMO E IZQUIERDA

Celeste Murillo

Julieta Haidar

14 LA BATALLA POR PEPSICO

LA POLÍTICA EN LOS SINDICATOS Y EL DEBATE DE ESTRATEGIAS Paula Varela

Enfoque Rojo

18 EL MALESTAR EN LA GLOBALIZACIÓN FUEGO, FURIA Y ESTRATEGIAS EN DISPUTA Esteban Mercatante

PARADOJAS Y CRISIS DEL GOBIERNO DE TRUMP Paula Bach

DISCUSIONES SOBRE EL FIN DEL CAPITALISMO Y LO QUE VENDRÁ Claudia Cinatti

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega Azul Picón y Fernando Rosso.

COLABORAN EN ESTE NÚMERO Myriam Bregman, Alejandro Vilca, Juan Andrés Gallardo, Enfoque Rojo, Paula Bach, Claudia Cinatti, Fabio Frosini, Mike Haynes, Patricia Alejandra Collado, Adrián Piva, Julieta Haidar, David Voloj, Laura Vilches. EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo.

PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Agustina Fontenla

www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.


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PASO con final abierto

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Ilustración: Anahí Rivera

FERNANDO ROSSO Comité de redacción IdZ y editor de La Izquierda Diario.

Un analista lúcido de la derecha argentina sugirió alguna vez que los futuros historiadores deberán leer la década kirchnerista no tanto por la emergencia de ese movimiento político, sino por la implosión del radicalismo posterior al 2001. Una mirada reducida a la superestructura política pero que contenía aspectos de verdad. Parafraseando la sentencia, se puede afirmar que la persistencia de Cambiemos (y el resultado de las recientes PASO) tienen su fundamento mayor en la aguda crisis del peronismo, antes que en la densidad o potencia de la coalición que comanda Mauricio Macri. En las elecciones primarias, el Gobierno triunfó nacionalmente y exageró su victoria, tanto como el peronismo-kirchnerismo había inflado sus expectativas previas y después de los resultados agigantó su derrota.

Primera minoría y diáspora peronista Los números fríos dictaminaron que Cambiemos ganó cómodamente en la Ciudad

Autónoma de Buenos Aires y Córdoba; empató en la estratégica provincia de Buenos Aires (que concentra cerca del 40 % del padrón electoral) aunque se consagra primera Cristina Fernández por unos miles de votos; perdió en Santa Fe (el tercer distrito) y no ganó por la mayoría que esperaba en bastiones “propios” como Jujuy y Mendoza. Las victorias en distritos como Santa Cruz, San Luis o Neuquén tienen alto contenido simbólico, pero no engrosaron cualitativamente la porción de votos que cosechó a un nivel que apenas superó el tercio del electorado: 35 %. Pese a todo, en la apariencia y autopercepción de los contrincantes, esta clara primera minoría se acrecentó por la lenta pero persistente división que atraviesa el peronismo en los últimos años. Una expresión de su debilitamiento como histórico partido del orden y de la contención. Las PASO “han dejado un resultado confuso, tanto en lo electoral como en lo político.

En la suma nacional de votos –que nunca se presentó oficialmente– Cambiemos habría obtenido aproximadamente el 35 %. Es la primera fuerza política en el ámbito nacional, pero más por la dispersión de la oposición que por un apoyo mayoritario”, afirmó Rosendo Fraga, a quien no puede tildarse de “populista” o izquierdista1. Ya en 2013 el peronismo había sufrido la escisión de Sergio Massa en la Provincia de Buenos Aires, en 2015 padeció una derrota de grandes dimensiones, primero en la provincia y luego en las presidenciales nacionales. En las recientes elecciones primarias, Cambiemos volvió a salir primero en la suma de votos de todo el país. Luego del triunfo macrista en 2015, una parte importante de los gobernadores, legisladores y el grueso de los dirigentes sindicales burocráticos del peronismo, siguió el principio –muy peronista– de “ir en auxilio del vencedor”: cogobernaron con Mauricio Macri en »


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POLÍTICA

este poco más de año y medio de gestión. El kirchnerismo (o cristinismo), si bien en muchas ocasiones votó en contra de leyes propuestas por el Ejecutivo, cumplió el triste papel de encubrir “por izquierda” (mejor dicho, por centroizquierda) a esta coalición de hecho, convocando a la unidad electoral de “traidores y traicionados”. Unidad que finalmente se concretó con una parte del aparato de los intendentes de la provincia (y en algunos otros distritos), pero no con Florencio Randazzo que obtuvo una porción minoritaria pero clave para el “empate” de Esteban Bullrich con Cristina Fernández. Los resultados mantienen la continuidad del equilibrio catastrófico que también atraviesa al (no) liderazgo en el peronismo: Cristina Fernández obtuvo los votos necesarios para sostenerse como una fuerza minoritaria pero significativa dentro del movimiento, pero no los suficientes para liderar unificadamente al resto de la “federación”. Los que se postulaban como candidatos a la renovación hacia un peronismo “moderado” que eche lastre con el kirchnerismo, fueron derrotados, esencialmente Juan Schiaretti en Córdoba y el tremendo porrazo de Randazzo en la provincia. Por último, los que ganaron (el celebrity salteño Juan Manuel Urtubey, el camaleónico tucumano Juan Manzur o el “renovador” sanjuanino Sergio Uñac) no tienen, por ahora, el peso específico para conducir al conjunto del peronismo. Las bases estructurales de esta larga agonía fueron graficadas por el politólogo y sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga en un interesante artículo publicado en el diario La Nación2. Para el cura politólogo, que además es director de Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), el peronismo tiene su propia grieta en las bases sociales que históricamente le dieron sustento: una división que es producto de la precariedad e informalidad laboral, las fracturas y fragmentación social y un aumento de la dependencia de los poderes territoriales y la potencialidad del Estado. Y hoy el Estado (o los principales estados) están en manos de Cambiemos. Por su parte, en una revisita a su clásico artículo “Los huérfanos de la política de partidos”, el sociólogo Juan Carlos Torre interroga: Más concretamente, la pregunta que quiero colocar es la siguiente: ¿le llegó al peronismo su 2001? Esto es, ¿la dinámica del colapso partidario que arrasó al polo no peronista está hoy acaso a las puertas del polo peronista amenazando su condición de partido predominante?3.

En suma, la crisis del peronismo tiene causas mucho más profundas que los errores tácticos de sus referentes para las alianzas electorales. La siempre latente crisis de representación que dejó en el ambiente el 2001 (que fue desviado o contenido, pero no derrotado) y que condenó al radicalismo a ser un muleto del PRO, ahora aplica sus efectos ácidamente disolventes sobre el peronismo.

En segundo lugar, porque una cosa es la victoria parcial en las urnas de las primarias y otra muy distinta la “traducción” de ese triunfo a un cambio cualitativo de la relación de fuerzas sociales y sobre todo con el movimiento obrero, hacia quien apuntan todos los cañones de los gobierno de los CEO. Es tan indudable el hecho de que el Gobierno profundizó un ajuste que afectó al conjunto de los sectores populares como que aún no es el ajuste que el universo empresario reclama y necesita para dar una salida capitalista a la crisis argentina. El “gradualismo” fue el homenaje que Cambiemos debió rendir a la relación de fuerzas. Las divisiones que atraviesan a la dirigencia sindical muestran dos aspectos de una realidad contradictoria: su crisis, producto de las transformaciones y fragmentación del mundo de los trabajadores y, a la vez, la necesidad de darle forma a una tendencia más reformista (con pose combativa) en posible alianza con una fracción “vandorista” que trate de contener el malestar obrero, para no dejarlo en libre disponibilidad para las corrientes clasistas que son una realidad en el movimiento de los trabajadores. En tercer lugar, la situación internacional no acompaña armónicamente al proyecto de Cambiemos, con fenómenos políticos versátiles e inestables, “populistas” a lo Trump o tendencias como el Brexit inglés; en disputa con la persistencia de las políticas neoliberales o globalizadoras en China o Alemania6. Macri impulsó la vuelta a un mundo justo en el preciso instante en que se estaba yendo. Junto con la inexistencia de una crisis explosiva que actúe como disciplinante (como sucedió en la génesis menemista o la kirchnerista que inauguró el duhaldismo), todos estos elementos impiden hablar de una nueva hegemonía a la que todavía le queda mucho por recorrer sin descartar que no sucumba en el intento.

La hegemonía que no es

Triunfalismo y discurso del miedo

En este contexto, son exageradas las lecturas que comenzaron a hablar de una “nueva hegemonía”5. En primer lugar, porque los propios números de las PASO imponen un límite a esa percepción. Cambiemos alcanzó un tercio del electorado y “empató” en el distrito estratégico. Si en octubre ampliara considerablemente su distancia (y diera vuelta el resultado en la provincia de Buenos Aires), la aseveración podría tener mayor pertinencia. No es lo que augura la inmensa mayoría de los analistas que pronostican para octubre la repetición grosso modo del escenario de agosto.

Estos límites no niegan que el triunfo electoral no haya impulsado a Macri a redoblar su discurso ofensivo, más decisionista; incluso algunos hablaron de “más peronista”. El gobierno hizo un lujurioso festejo (manipulación de los datos mediante), como si hubiese arrasado, habló del nacimiento de una nueva era de por lo menos 20 años. El ajuste es “gradual”, pero el Gobierno viene desplegando un relato de mayor dureza y agites represivos frente a cualquier reclamo de los trabajadores. Existieron casos de represión directa (los desalojos de la Panamericana en el paro del 6 de abril o en PepsiCo).

Torre también encuentra el fundamento de esta llegada con delay del efecto 2001 al corazón del peronismo, en la fractura y fragmentación de lo que llama sus históricas bases populares. Lo que no está señalado en estas sugerentes lecturas es la responsabilidad del peronismo (político y sindical) en esta situación: el menemista produjo la avanzada sobre los derechos sociales y laborales de la clase trabajadora; y el peronismo “posneoliberal” (kirchnerista) sostuvo sus pilares esenciales, pese a la extraordinaria e inédita expansión económica habilitada por múltiples factores. La burocracia sindical fue la garantía en todos los casos, sin discriminación alguna hacia las orientaciones políticas de los distintos gobiernos. En un artículo que ya tiene tres años, analizábamos el itinerario del peronismo desde su época de clásico nacionalismo burgués que se apoyó en sus orígenes en la clase trabajadora, hasta nuestros días: De conjunto, la experiencia del peronismo post dictadura es la de un creciente debilitamiento de sus lazos y su “anclaje de clase” en el movimiento obrero, por diversas formas de hacer base en las capas medias, acorde a la relación de fuerzas sociales y políticas nacional e internacional. Y como consecuencia de esto el debilitamiento de la identidad histórica del movimiento obrero y los sectores populares con el peronismo4.


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“La siempre latente crisis de representación que dejó en

Amenazas, incluso, a la propia burocracia sindical con el despido de dos funcionarios como respuesta a la marcha de la CGT el 22 de agosto pasado y advertencias de restringir el uso de los fondos de las Obras Sociales para obligarla que desarrolle su faceta entreguista hasta el final. Agita también una nueva reforma laboral flexibilizadora que se acerque lo más posible a la reforma esclavista que se votó en Brasil. Esta prepotencia y discurso del miedo puede tener en lo inmediato un efecto “moral” entre los trabajadores, fortaleciendo las tendencias conservadoras y el temor en el que se apoya la burocracia sindical y que impulsan también las patronales. No implica un cambio en sí mismo de la relación de fuerzas, pero es un factor a tener en cuenta para calibrar el desenvolvimiento y la respuesta de los trabajadores sin impresionismos. Y no caer en las explicaciones burdas (y un poco gorilas) que ven una invasión de masas con incurable síndrome Estocolmo.

Santiago Maldonado: desaparición forzada y crisis Sin embargo, este mismo discurso áspero que soltó la correa de las descompuestas fuerzas de seguridad argentinas, tuvo la primera consecuencia, tan grave como predecible: la desaparición forzada de Santiago Maldonado. La responsabilidad de la Gendarmería es cada vez más evidente, tanto como la complicidad por encubrimiento de parte del Ministerio de Seguridad que comanda la inefable Patricia Bullrich. Las primeras respuestas que contenían el siniestro aura del “algo habrán hecho” se deslizaron en los discursos oficiales y no hicieron más agrandar la crisis políticade este caso aberrante. El conocimiento de los hechos fue dejando en ridículo las operaciones que incluían un combo desospechosos ataques, incendios en la ciudad de La Plata, sin cámaras ni huellas, sin testigos y con autos prendidos fuego que estaban dados de baja. Hasta un expolicía denunciado enérgicamente como otro desaparecido y luego encontrado de caravana timbera en un casino. El caso Maldonado interpeló un reservorio que es parte de la relación de fuerzas: la defensa de las libertades democráticas y la lucha histórica por el castigo a los genocidas y a sus métodos. La reacción de los familiares, organismos de DDHH, la izquierda y sectores progresistas, así como la enorme repercusión pese al (una vez más) pérfido rol de los medios oficialistas, creó una crisis en el gobierno y empujó al cambio de carátula de la casusa hacia la “desaparición forzada” e implicó un

el ambiente el 2001 (que fue desviado o contenido, pero no derrotado) y que condenó al radicalismo a ser un muleto del PRO, ahora aplica sus efectos ácidamente disolventes sobre el peronismo.

reclamo masivo en los medios, en las redes y en la calle7.

Paso a la izquierda En este escenario, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) resistió la polarización en distritos como la provincia y Ciudad de Buenos Aires e hizo destacadas elecciones en Jujuy, Mendoza, Neuquén, Santa Cruz y Salta. En la provincia de Buenos Aires, con Nicolás del Caño a la cabeza de lista de diputados (y Néstor Pitrola en senadores) se notó un sensible desplazamiento de los apoyos del FIT hacia sectores obreros y populares. Esto es más evidente en Jujuy, donde el obrero de recolección de residuos y militante del PTS, Alejandro Vilca8, alcanzó casi el 13 % de los votos en una elección histórica, un fenómeno que también se repite en Neuquén con el dirigente del PTS Raúl Godoy, que además es obrero de cerámica Zanón y actual legislador provincial y obtuvo el 7 %, y Mendoza con la actual senadora provincial Noelia Barbeito (PTS) que casi alcanza el 9 %. El FIT también realizó buenas elecciones en Santa Cruz (8 %) y Salta (7 %). Hay un desafío inmediato hacia las generales de octubre en la pelea por la consagración de diputados allí donde es probable y posible (Buenos Aires, Mendoza, Jujuy, Córdoba, entre otras). Pero a la vez, hay una tarea estratégica en el marco de la nueva crisis del peronismo. Si toda crisis esa una oportunidad, la crisis histórica que atraviesa el peronismo, es la madre de todas las oportunidades. Con una combinación de lucha política por la conciencia de los trabajadores, combatividad como la que demostraron los obreros y obreras de PepsiCo, una orientación de frente único obrero (unidad y diferenciación) hacia las organizaciones que se postulan para contener y regular la pelea contra el ajuste que Macri tiene en agenda y una batalla por la recuperación de los sindicatos; puede hacer avanzar el clasismo y abrir el camino hacia un partido propio de la clase trabajadora.

Junto a ocupar la primera fila en la lucha por las libertades democráticas (como ahora con el caso Maldonado) y con un programa y orientación para que la clase trabajadora pueda imponer su salida hacia el conjunto de los sectores populares oprimidos, la izquierda clasista puede avanzar en perfilar una respuesta anticapitalista contra el programa rabiosamente empresarial de la coalición Cambiemos. La nostalgia en torno a la reconstitución de las bases sociales históricas del peronismo, no puede ser más que pura ilusión. Ninguno de los peronismos realmente existentes puede (ni quiere) pelear por la unidad de la clase trabajadora y de esta con los sectores populares (en gran parte porque son responsables de la actual división). Es una tarea monumental a la que solo aspira la izquierda anticapitalista y una apremiante necesidad para evitar que la crisis la paguen (una vez más) los trabajadores. A la pretendida hegemonía de los CEO se le debe contraponer la única hegemonía a la altura de presentarle batalla: la hegemonía de la clase obrera.

1. Rosendo Fraga, “Unas PASO que gana el Gobierno, pero que no resuelven interrogantes”, Nueva Mayoría, 15/08/2017. 2. Rodrigo Zarazaga, “El peronismo tiene su propia grieta”, La Nación, 23/08/2017. 3. Juan Carlos Torre, “Los huérfanos de la política de partidos revisited”, Revista Panamá, 10/08/2017. 4. Juan Dal Maso y Fernando Rosso, “Peronismo, kirchnerismo y pos-peronismo”, Blog “El violento oficio de la crítica”, 08/08/2014 (http://elviolentooficio.blogspot.com.ar). 5. Fernando Rosso, “Cambiemos: ¿una nueva hegemonía?”, Revista Panamá, 22/08/2017 y La Izquierda Diario, 24/08/2017. 6. Ver sobre este tema el dossier de este número de IdZ. 7. Al respecto ver conversación con Myriam Bregman en este número. 8. Sobre la elección en Jujuy ver “Recolectando la bronca” en este número.


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POLÍTICA

Conversación con Myriam Bregman

Fotografía: Enfoque Rojo

QUE LA CAUSA DE SANTIAGO MALDONADO NO SEA OTRO MONUMENTO A LA IMPUNIDAD Los dirigentes del PTS Myriam Bregman, Nicolás del Caño y Raúl Godoy viajaron a Esquel para reclamar la aparición con vida de Santiago Maldonado y entrevistarse con el lonko Facundo Jones Huala. Al cierre de esta edición, Santiago Maldonado lleva 28 días desaparecido tras la represión de la Gendarmería a la comunidad mapuche con la que estaba solidarizándose. El cambio de carátula a “desaparición forzada” saca a la luz lo que las organizaciones denunciaban: que a Santiago lo desapareció la Gendarmería y que el Estado es responsable. A propósito de esto charlamos con Myriam Bregman. IdZ: Viajaste a Esquel junto a la delegación de organismos de derechos humanos, conociste la comunidad mapuche, te entrevistaste con Facundo Jones Huala. ¿Qué encontraste allá? ¿Qué nos podés contar del viaje y la entrevista? Bueno, lo que encontré es una ciudad conmocionada, completamente atravesada por este hecho. Una ciudad con muchas fuerzas de seguridad en el lugar, que ya de por sí tiene un escuadrón propio de Gendarmería y está ubicada muy cerca de la comunidad mapuche que pelea por recuperar el territorio ancestral, usurpado ahora por Benetton. Estar en el lugar sirve para ver las construcciones

que el Gobierno y los medios hacen, porque el Gobierno está haciendo mucha política con esto. Ves que ahí es más difícil que calen las versiones que están tratando de instaurar, porque la gente ve, escucha, sabe lo que pasó con Santiago. También pudimos entrevistarnos con el lonko de la comunidad, Facundo Jones Huala, que está detenido en la Unidad Penitenciaria 14 de Esquel, desde hace dos meses. Pude acceder a la causa y vi que es realmente escandalosa. Una causa por “terrorismo” a pedido del Estado chileno que es toda nula e ilegítima, que ahora revivieron para juzgarlo por segunda vez, en un acuerdo político

entre los Estados argentino y chileno basados en una ilegalidad para defender a Benetton. Es una causa escandalosa, armada y persecutoria. IdZ: Como bien decís, el Gobierno y los medios están haciendo mucha política y desde hace años llevan adelante una campaña mediática contra el pueblo mapuche, reavivando antiguas teorías racistas y xenófobas, que carecen de toda pertinencia histórica, según las cuales los mapuche son extranjeros (chilenos)1, y a partir de las cuales los demonizan tratándolos de terroristas, de querer hacer su propia nación haciendo


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una guerra violenta contra Argentina. Es decir, operaciones mediáticas que buscan deslegitimar la lucha por el territorio ancestral, con el claro objetivo de defender los intereses de los grandes terratenientes –estos sí extranjeros–, en este caso Benetton, pero lo mismo ocurre con Lewis y tantos otros en el resto del país. El hecho de que Pablo Noceti, jefe de gabinete y mano derecha de Patricia Bullrich, haya ido en persona para comandar una represión a la comunidad mapuche muestra a las claras qué intereses defienden: los de Benetton y los grandes terratenientes. A un día de la represión, Noceti dijo en Radio Nacional que había estado allí por orden de Patricia Bullrich y Mauricio Macri para “acordar un sistema de coordinación entre fuerzas federales y provinciales de Río Negro y Chubut, además de intercambiar con Chile para empezar a intervenir y detener a cada uno de los miembros del RAM”. En enero ya habían desarrollado un operativo similar en la misma comunidad, una represión muy violenta luego de la cual fue a solidarizarse mi compañero Nicolás del Caño. Y la política que se ha hecho desde el Gobierno a través de los grandes medios para convertir a la comunidad mapuche en enemigo fue muy evidente y alarmante. Se dice que vinieron de Chile, que son terroristas, que están financiadas por grupos ingleses que quieren dividir la Patagonia, que fueron adiestrados por las FARC colombianas, etc. Esto tiene el fin de deslegitimar su reclamo constitucional al territorio ancestral. Y esto no pasa solamente en esta comunidad: en la provincia de Neuquén, en la zona conocida como Vaca Muerta, donde está la comunidad Campo Maripe, también está la Gendarmería instalada. Ahí la comunidad viene oponiéndose firmemente al fracking, y lo mismo pasa con las comunidades que se enfrentan a la megaminería. Es decir, el objetivo es que no luchen ni por el territorio ni contra los proyectos extractivos que buscan saquear los territorios. En Formosa, está detenido desde abril el líder wichi Agustín Santillán por reclamar alimentos y educación para su comunidad, y esto se da un contexto de persecución política, represión y criminalización a los pueblos originarios. El discurso duro, criminalizador de las comunidades, el construirlos como violentos facilita luego la represión, para que esta sea avalada por la sociedad. Se vende esa historia para que el Estado pueda reprimir, con la idea de que toda violencia es igual y que la sociedad consienta que no está mal “excederse” un poco, reviviendo la añeja teoría de los dos demonios. Noceti dijo claramente que “tomaría intervención para detener a todos y cada uno de los miembros de la RAM que produzcan delitos en flagrancia”, cada vez que se produzca

un corte de ruta u otros “daños”. Esto tiene el objetivo claro de defender a Benetton y los terratenientes, los verdaderos extranjeros y usurpadores. IdZ: Exactamente. A partir de la desaparición de Santiago se visibilizó mucho más la situación que los mapuches y muchos pueblos originarios en Argentina vienen denunciando hace años: represión, usurpación de sus territorios, saqueo, etc. Pero, por otro lado, en las últimas semanas, ante la masividad que alcanzó el reclamo de aparición con vida de Santiago Maldonado, se puso en pie una campaña muy importante más centrada en defender el accionar de la Gendarmería, tratando de deslindarla de toda responsabilidad, pero que también buscó apuntar contra Santiago Maldonado (levantando pistas falsas como que lo habían visto en Entre Ríos o Mendoza, diciendo que está extraviado, dejando correr mentiras como que es militante violento, que es sobrino de Vaca Narvaja o que cobra subsidios, etc.). Lo que intentó hacer el Gobierno es poner la responsabilidad en Santiago, y eso me recordó a los relatos de las madres de los detenidos desaparecidos cuando les decían: “Se deben haber ido a Europa”, y lo mismo que le pasó a Julio López cuando Aníbal Fernández decía que podía estar en la casa de la tía. En este caso hay una intervención directa y comprobable de una fuerza de seguridad en el marco de una represión, eso es lo que lo diferencia y le da una particularidad y gravedad especial. Pero el recurso para deslindar al Estado de la responsabilidad que tiene es el mismo. Con respecto a la responsabilidad de la Gendarmería y, por ende, a la responsabilidad política de Bullrich en la desaparición de Santiago no hay ninguna duda, aunque nos lo quieran vender de ese modo. El 1° de agosto fueron dos los operativos que se llevaron a cabo: el primero fue dirigido por el juez Otranto y consistió en despejar la ruta 40, que es donde se estaba desarrollando una manifestación de la comunidad mapuche por la liberación de Jones Huala. Esa orden la da el juez y la ruta es desalojada por la Gendarmería y la Policía local. Después está el segundo operativo, que es en el que deciden ingresar a la comunidad y llevar a cabo una represión violenta. Es en este momento que Santiago Maldonado es visto por última vez, y este operativo es de una comandancia directamente política. Esta segunda parte se hace sobre la figura de flagrancia, que tiene que ver con el momento en que sucede el supuesto delito, cuando un funcionario dice que alguien está cometiendo un delito y da orden de avanzar en la represión. Bullrich ha dicho

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que no da órdenes a sus fuerzas de seguridad, pero este accionar responde directamente a una orden política, y eso era lo que Noceti hacía en el lugar de los hechos. Ellos son los responsables de la represión y de la desaparición de Santiago Maldonado. IdZ: ¿Por qué es importante el cambio de carátula de “averiguación de delito” a “desaparición forzada”? El cambio de carátula es muy importante porque la desaparición forzada es la detención de una persona por parte de agentes gubernamentales que se niegan a revelar el paradero de esa persona o reconocer que está privada de la libertad y, por lo tanto, sin protección de la ley. Que la fiscalía haya cambiado la carátula abre un nuevo curso de la investigación, donde la única hipótesis seria es investigar al Estado y las fuerzas de seguridad, que es lo que Bullrich quería evitar cuando decía que iba a “investigar todas las hipótesis posibles”, que es el típico discurso que busca construir impunidad, que van a seguir cualquier hipótesis, menos la que tienen que seguir. Ya lo vivimos con Aníbal Fernández cuando nos decía que no iba a descartar ninguna hipótesis en la desaparición de Julio López, se lo buscaba por pastizales como una persona perdida y en realidad lo que estaba haciendo era dando un tiempo enorme y desviando la atención para no buscar la verdadera hipótesis: que era un secuestro a manos de exagentes y agentes de las fuerzas de seguridad. Ahora, con esos dichos Patricia Bullrich defiende su propio accionar y la responsabilidad de su jefe de gabinete y la Gendarmería que comanda. El cambio de carátula demuestra que no tiene coartada y que se debe investigar a las fuerzas represivas. IdZ: ¿Qué podemos esperar en los próximos días de la situación de Santiago Maldonado? Creo que la pelea que está dando su familia es ejemplar. Con la enorme movilización y las campañas por la aparición con vida que se han desarrollado y que esperamos que continúen con fuerza logramos que se hable de desaparición forzada en el expediente. Hay que seguir reforzando esa movilización para que sepamos muy pronto qué pasó con Santiago. La pelea ahora es para que esto no se transforme en un monumento a la impunidad, como fue la causa de Jorge Julio López. Entrevistó: Azul Picón

1. Para profundizar ver: Lenton, Diana, “Mapuches: nueva avanzada de la discriminación y la desposesión”, IdZ 16, diciembre 2014.


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POLÍTICA

Recolectando la bronca

PAULA VARELA Politóloga, docente UBA.

Un obrero recolector de basura obtuvo el 12,5 % de los votos a nivel provincial y el 18 % en San Salvador, la capital. Detrás de él quedaron los candidatos peronistas. Jujuy es laboratorio del ajuste y la criminalización, pero también de una nueva experiencia política de la izquierda anticapitalista. De la mano del #VilcaTieneQueEntrar se asoma la posibilidad de que representantes de izquierda ingresen por primera vez a la “Casa de Piedra” del poder legislativo jujeño.

Kolla y trotskista En una entrevista radial con Reynaldo Sietecase, Vilca detalla una biografía extraña a la casta política tradicional: “Soy obrero de la recolección de residuos, en la zona de Alto Comedero, una zona muy pobre de la ciudad. Eso impactó mucho. Aquí la mayoría de los candidatos, tanto del PJ como de la UCR, son empresarios. Entonces que haya un candidato que se gana la vida levantando basura tiene mucho mérito porque además nuestra campaña fue muy a pulmón, creó mucha simpatía y cosechó expectativa. Mucha gente se ha sumado a militar e impulsar la campaña con

nosotros. Eso mostró otro estado de ánimo en la clase trabajadora, que se podía enfrentar a los poderosos, así que es un resultado histórico que llena de ánimo a muchos trabajadores que la pelean día a día”. La idea de que la figura de Vilca combina clase con alta voluntad de lucha no es azarosa. Alejandro nació y se crió en un hogar muy humilde cuyo sostén era su madre. Sola, a cargo de 5 hijos, trabajó como empleada doméstica y como mucama en un importante Sanatorio Privado de la ciudad. El “Ale” es el menor de los hermanos, que vivieron su niñez y adolescencia en un barrio obrero de la zona sur de San Salvador de Jujuy que se llama irónicamente San Isidro. Una biografía marcada por los años de hiperinflación y crecimiento de la desocupación, pero también por la resistencia a estos problemas sociales. Alejandro pasó sus años de escuela secundaria en la convulsionada Jujuy de inicios de los ‘90 con el protagonismo de la lucha de los trabajadores estatales. Terminada la secundaria, con muchísimo esfuerzo, pudo acceder a estudiar arquitectura en la provincia de San Juan. Allí lo agarró (o se dejó agarrar por) la lucha

contra la reforma educativa del gobierno de Menem, momento en que se ligó a “En Clave Roja”, la agrupación estudiantil impulsada por el PTS. Al poco tiempo estallaron los piquetes de Cutral-Có, en Tartagal y luego en Jujuy. En esa época, ‘96-‘97, ya militaba en el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), y cubrió como corresponsal lo que sucedía. A partir de eso tomó la decisión de quedarse en su ciudad natal y dedicarse, con una persistencia que ya lleva 20 años, a la construcción del trotskismo en la provincia. Pasaron 10 años, un 2001 y el inicio de una recomposición social y gremial de los asalariados. En 2006, Vilca se desempeñaba como trabajador precarizado en el municipio capitalino, y fue uno de los dirigentes de la lucha que puso en pie una Coordinadora Provincial de Trabajadores en Negro, que agrupaba y unificaba a miles de trabajadores precarizados de la Salud, la Educación, y otras reparticiones estatales. Con ese proceso logra que lo blanqueen como trabajador municipal y también que lo castiguen. Como escarmiento por su papel de organizador, el municipio lo transfiere a él y a un grupo de activistas que


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dirigieron el proceso de lucha, al sector más duro y precario de trabajo: la recolección de residuos en el popular Barrio Alto Comedero, alejado de las mayores concentraciones de trabajadores de la repartición. Allí, una suerte de Siberia de los municipales, Vilca no se dio por satisfecho: junto a sus compañeros, organizó la lucha de los trabajadores recolectores contra la precarización laboral, logrando que ese sector tan postergado volviera a recuperar la visibilidad, para ser mirado con respeto e incluso como referentes de lucha. En 2014 conquistaron el pase a planta permanente de todo el sector. Divirtiéndose con las palabras, en política, Vilca no habla de recolectar, sino de cosechar el apoyo de los trabajadores, las mujeres y la juventud de Jujuy. Será quizás porque es consciente de que no es un golpe de suerte lo que lo llevó a los titulares, sino el producto de una siembra paciente que viene creciendo en los últimos años. Paciencia de kolla y trotskista. “Mi familia es de la quebrada de la Puna. Yo me reivindico kolla, pero soy obrero de la recolección y militante del PTS”.

La venganza será terrible Jujuy no es amarreta en opresiones. Capital de la explotación y la persecución podría rezar el cartel de bienvenida a las tierras de Blaquier. “El gobierno de Morales-Haquim hizo de la provincia un laboratorio de la persecución y la represión. Comenzó con la detención arbitraria e ilegal de Milagro Sala, la utilizó como ‘chivo expiatorio’, y luego fue por los sindicatos, con causas penales a los dirigentes y activistas, descontando los días de paro a las maestras, desalojando a los vendedores ambulantes y reprimiendo a los jóvenes de los barrios pobres o como vimos en el escándalo de la Facultad de Ciencias Agrarias”. Avanzada del macrismo, la dupla del radical Gerardo Morales y el massista Carlos Haquim ha instalado un régimen policíaco, con presos políticos y criminalización para pasar el ajuste, ante un peronismo que cumple allí el mismo papel que a nivel nacional:

acompañar con sus votos. Las cifras de ese régimen son contundentes: 42 % de pobreza, casi 50 % de trabajadores en negro. Pero hay otras cifras que van explicando la cosa. En 2013, el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT) con Vilca como candidato, obtuvo en las elecciones PASO unos 31 mil votos y en el mismo año en las elecciones legislativas más de 23 mil. Pese a eso, el FIT quedó sin acceder a bancas en la legislatura por el piso proscriptivo del 5 % del padrón electoral que impone la ley provincial, hecha a la medida de un bipartidismo que cogobierna la provincia desde 1983 a esta parte. El mismo motivo explica que no llegaran a conquistar un escaño en “la casa de piedra” en las elecciones del 2015, cuando el dirigente obrero sacó 23.659 votos en las PASO y 24.199 votos para la categoría de diputados provinciales en las elecciones generales. Como dice el economista y docente Gastón Remy, compañero de fórmula de Vilca, “no olvidemos que en 2013 y 2015 por solo mil votos Alejandro Vilca no pudo ingresar como diputado debido al piso proscriptivo del 5 %. A esta altura, ya tenemos un piso de votos propios y nuestros votantes son cada vez más conscientes que apoyan un proyecto anticapitalista y que pelea por un gobierno de los trabajadores. Esto también es algo que le molesta a los poderosos, que consideran que los trabajadores siempre tienen que votar a sus explotadores, a los políticos empresarios, como me decía un periodista”. La alternancia en el poder de radicales y peronistas viene astillándose desde hace unos años, y el cambio de gobierno nacional (con su repercusión local) parece haber acelerado los ritmos. “Macri estuvo en el ingenio Ledesma, propiedad del empresario genocida Carlos P. Blaquier, junto al gobernador inaugurando viviendas el año pasado. Luego, la represión, policial a los obreros durante una huelga por salarios generó un quiebre. La UCR había ganado la intendencia, la dirección del sindicato azucarero había hecho campaña pública

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por Massa que prometió eliminar el impuesto a las ganancias, al igual que Macri; y en pocos meses las ilusiones de los trabajadores se fueron esfumando. Este año vino el intento de intervención del sindicato en Ledesma, y el plan de despidos masivos y venta en el ingenio La Esperanza. Allí los trabajadores no aceptaron este chantaje e hicieron 11 días de paro con cortes de ruta y le torcieron el brazo al gobierno. En ambos ingenios, un sector muy importante votó al FIT e hizo campaña, también otro sector fiscalizó, como respuesta a los ataques recibidos, a la desilusión pero también porque reconocen que los militantes del PTS-FIT fueron los que siempre estuvieron en cada una de sus peleas desde hace años. El aporte económico de la bancada nacional a la olla popular en La Esperanza y el hecho de sacar un spot junto con mi compañero Silvio ‘Choper’ Egüez, obrero del ingenio, respondiendo a la campaña de mentiras del gobierno contra los trabajadores, dejó más en claro porque necesitamos diputados de los trabajadores. En este primer conflicto que se le gana al gobierno fuimos nosotros los que apoyamos por todas las vías a los trabajadores, mientras que el PJ brilló por su ausencia. Ahí se ve claramente quienes resisten el ajuste y quiénes no”.

La casta tiene clase Hace 2 años, en una entrevista con Nicolás Del Caño para IdZ1, le dábamos vuelta a la idea de la “casta política” y el hartazgo que produce en un sector de la población, particularmente los jóvenes. Parte inexorable de los debates de la crisis de representación de los partidos políticos llamados tradicionales, esa idea suele quedar encerrada en aspectos formales que, mirando el modelo Pablo Iglesias de PODEMOS, podríamos resumir en la decontractura de evitar el traje, hablar sin formalismos y dejarse su pelo largo con sus “coletas”. Ese foco puesto en lo formal hace que exista una política comunicacional “anti-casta” que aplica (manual en mano) el dream team de la nueva casta política argentina: Marcos “te lo debo” »


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POLÍTICA

Peña con sus timbreos, el Hada Buena con su sonrisa interpelativa, y así las cosas. Rezagada (pero bienvenida), Cristina puso en marcha el kit anti-casta en sus escenarios giratorios con “la gente” y sus listas pobladas de desconocidos (como si ser desconocido fuera garantía de algo). Con Alejandro Vilca y Gastón Remy, el tema pierde rápidamente la hojarasca. Y la casta asume, sin vueltas (y con la evidencia de las ciudades en las que aún “todo el mundo se conoce”), sus contornos de clase e, incluso, sus colores de piel. “Hay una crisis con los políticos tradicionales porque no solo son los mismos de siempre, funcionarios y legisladores que rotan año tras año en cargos públicos. Como por ejemplo, el candidato de la UCR, Fiad, que fue diputado nacional, después del Mercosur y ahora tuvo una pésima gestión en el Ministerio de Salud y eso provocó mucho rechazo. Sino también que ellos son empresarios y todo el mundo lo sabe, y ni hablar sus propios empleados que sufren la explotación. En el Frente Renovador hay empresarios hoteleros (Sadir), dueños de cadenas de supermercados ultraexplotadores (Segura) y en el PJ, empresarios de los medios o transportistas como Rivarola o solo portadores de apellidos oligárquicos como Snopek o Martiarena. El contraste con nuestros candidatos es enorme, no sólo por la ascendencia originaria, sino por el carácter de clase de políticos obreros como todos nos dicen, ‘uno de los nuestros’. Esta identidad étnica y de clase del apoyo al FIT se ha fortalecido cada vez más como una necesidad de tener diputados de los trabajadores en cada lucha, en cada corte de ruta frente a la represión, como lo dicen mis compañeros de Aceros Zapla o los azucareros que me decían, ‘que los empresarios voten sus políticos, nosotros votamos trabajadores’. Y en el caso de los jóvenes y mujeres, hay una fuerte ligazón con nuestras ideas, porque ven que la izquierda les plantea un futuro por el cual vale la pena organizarse y pelearla, cuando por el contrario, los políticos empresarios solo los usan como mano de obra barata y no resuelven el drama de los 27 mil jóvenes que no pueden estudiar ni trabajar”. Coyuntura con arrastre parecen ser las temporalidades que explican lo que algunos medios jujeños llamaron el Vilcazo: avanzada en el ajuste actual y en el programa represivo como fotograma de la elección; acumulación de desigualdades y contrastes de clase y etnia, como película en la que se inscribe. En este escenario, un PJ en alta crisis que no se

expresa solamente en las listas electorales sino también (y quizás particularmente) en las direcciones sindicales peronistas que se ven desprestigiadas por el papel cómplice del PJ con el gobierno macrista de Morales. Y un FIT que viene creciendo en la provincia y que interpela a dos bandas (o quizás más). “Hay mucha gente decepcionada con el gobierno por las medidas que tomaron y que afectaron sus condiciones de vida. Como también con la oposición patronal del PJ que es cómplice votando las leyes de Macri y Morales. El apoyo al FIT es un voto más consciente, incluso dentro de la polarización que hizo el Gobernador con el PJ, y expresa la bronca de los sectores atacados por el gobierno. Por ejemplo, los obreros y familias de los ingenios azucareros, las maestras y profesores, los trabajadores estatales y municipales como también los vendedores ambulantes y la juventud perseguida por la policía, y las mujeres que continúan peleando por sus derechos pese a la demagogia de los funcionarios que se sacan la foto con el cartel de #Niunamenos”. Pero las opresiones no se acotan a la clase trabajadora y a los pueblos originarios. También en el terreno de la opresión de las mujeres, Jujuy marca récords. “Jujuy registra uno de los índices más altos de femicidios per cápita de todo el país, y en lo que van del año, al menos, 8 mujeres

fueron asesinadas. Durante la campaña, junto con las candidatas que integran las listas del FIT y que militan en Pan y Rosas, impulsamos el proyecto de Plan de Emergencia Nacional contra la violencia. Esto despertó un apoyo importante de miles de mujeres, y también llegamos a las maestras y profesoras quienes vienen siendo atacadas permanentemente por el gobierno. Tratamos de expresar, de este modo, que a diferencia de otros partidos que levantan oportunistamente los reclamos de las mujeres, nuestra política por conquistar plenos derechos para las mujeres tiene como sustento una estrategia de unidad de los trabajadores y trabajadoras bajo un programa anticapitalista y socialista. Por eso, este resultado histórico es un gran aliento para poner en pie una gran fuerza militante de los trabajadores, la juventud y las mujeres que milite en cada lugar de trabajo y estudio para enfrentar el ajuste y todas las medidas represivas del gobierno. En donde nos jugamos a que nuestro programa anticapitalista y socialista sea tomado por miles de jujeños y pelear por una salida de fondo, un gobierno de los trabajadores, para que la crisis la paguen los empresarios”.

1. “La militancia ‘de palacio’ es la negación de una política de izquierda”, IdZ 18, abril de 2015.

Algunas cifras de la elección La coalición de Morales-Haquim sumando los votos del Frente Jujeño Cambiemos (35,82 %) con los del Frente Renovador 1 País (12,94 %) obtuvo un 48 % de los votos, un 4 % más que en las PASO 2015. Sin embargo, se ubicaron casi 10 puntos por debajo de lo obtenido en las elecciones de octubre del 2015 (58,34 %), que posibilitaron al binomio radical (Morales) peronista (Haquim) llegar a la gobernación. De los nueve departamentos en los que había ganado Morales en el 2015 solo se mantuvo en tres: Dr. Manuel Belgrano, Palpalá y San Pedro; y fue superado por un Frente Justicialista totalmente dividido y sin conducción clara, en 6 departamentos: Ledesma, El Carmen, Tilcara, Humahuaca, Yavi, Cochinoca. El FIT hizo una muy buena elección en los departamentos con mayor concentración obrera: 28.438 votos (18,47 %) en Dr. Manuel Belgrano –San Salvador de Jujuy–; 4.835 (14,93 %) en Palpalá; 3.596 votos (8,17 %) en Ledesma, y 3.263 votos (7,23 %) en San Pedro.


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VENEZUELA EN COMPÁS DE ESPERA

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Ilustración: Greta Molas

JUAN ANDRÉS GALLARDO Editor sección Internacional de La Izquierda Diario.

De la calle al palacio. Así se podría resumir la dinámica de la crisis política venezolana en su momento actual, tras la instalación de la Constituyente y en vista a las elecciones regionales de octubre. Esto no significa una vuelta a la “normalidad”, sino que tras cuatro meses de enfrentamiento en las calles las disputas pasan al plano institucional donde el gobierno negocia y presiona desde la posición de un bonapartismo en decadencia, cada vez más apoyado en las fuerzas armadas, y la oposición descansa en el injerencismo extranjero y en las denuncias de la exfiscal general, en el camino de unas elecciones que tendrán carácter plebiscitario.

Los objetivos de una Constituyente fraudulenta La Constituyente chavista es fraudulenta no por las controversias sobre la cantidad de gente que la eligió, que por cierto es una incógnita inauditable, sino por la forma y por

los objetivos con las que fue convocada. En mayo pasado, en medio de movilizaciones diarias de la oposición de derecha y una represión creciente de las fuerzas de seguridad, Maduro convocó una Asamblea Constituyente en base a candidatos elegidos por territorio y sector, en una combinación que solo podía favorecer al partido de gobierno, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). En el territorio, tenía el mismo peso una ciudad de millones de habitantes que un pueblo de unos cuantos miles, mientras que la elección sectorial estaba estrechamente ligada al trabajo de las misiones administradas por el PSUV. La Constituyente tampoco se sometió a referéndum previo, lo que fue interpretado como una violación a la actual constitución chavista de 1999 y generó descontento incluso dentro de los seguidores del gobierno. Muchos de ellos se sintieron identificados con las críticas de la fiscal general Ortega Díaz que, viniendo de las filas del chavismo, se fue convirtiendo

en la figura de oposición que más daño podía hacerle al madurismo en crisis. Pero además la Constituyente se convocó en un país gobernado bajo un estado de excepción y emergencia económica que rige desde febrero de 2016 y restringe, entre otras cosas, el derecho a manifestación y huelga. A la vez, despliega una creciente represión estatal, destinada tanto a las movilizaciones de la derecha como a los trabajadores que reclaman por sus condiciones de vida o los jóvenes que protagonizan estallidos por hambre en los barrios más empobrecidos. A esto se suma la multiplicación de las denuncias de sanciones contra los trabajadores públicos y usuarios del carnet Patria (con el que se accede a productos subsidiados), por no votar en las elecciones constituyentes. Para que quede claro, la imposición de la Constituyente no se logró por la superación del empate catastrófico en las calles que venía manteniendo con la derecha, ni tampoco »


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VENEZUELA

por un reverdecer del apoyo de sectores de masas hacia el chavismo. Por el contrario, careciendo de estas “virtudes”, Maduro impuso una constituyente completamente antipopular a fuerza de coerción y un giro decididamente bonapartista apoyado en la represión y persecución estatal, ejecutada por las fuerzas de seguridad y las fuerzas armadas. En este marco, y con la oposición negándose a participar con candidatos propios de la elección, la Constituyente terminó convirtiéndose en una suerte de congreso ampliado del PSUV, con una escasa legitimidad, que el madurismo degradado suple con bonapartismo puro y duro. Los objetivos de llamar a una Constituyente de estas características estaban muy lejos de poner en pie un “órgano del poder popular originario”. Ante la crisis política de un madurismo cada vez más desacreditado, el gobierno necesitaba recuperar la iniciativa con una nueva institucionalidad, apoyada por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), que le permitiera ganar tiempo mientras confronta y busca negociar en las mejores condiciones con la oposición de derecha. Parte de este juego es el de asumirse como órgano plenipotenciario, es decir, concentrar la suma de los poderes públicos, con lo que consolidó su giro bonapartista al destituir a la fiscal general, Luisa Ortega Díaz. En su lugar, colocó al defensor del pueblo, Tarek William Saab (que ahora tendrá las dos funciones, una contradicción por definición); y luego avanzó sobre la Asamblea Nacional, a la que no eliminaron pero dejaron virtualmente sin poderes. En este punto es necesario recordar el hecho que desencadenó las movilizaciones que duraron cuatro meses y dejaron un centenar de muertos y miles de heridos. El intento del gobierno, a fines de marzo, de quitarle atribuciones a la Asamblea Nacional buscaba darle vía libre a Maduro para negociar con los activos públicos, sobre todo de la petrolera PDVSA como con los yacimientos mineros del arco del Orinoco. Es decir, avanzar en privatizaciones parciales o en el establecimiento de empresas mixtas sin depender de la aprobación parlamentaria (en la que iba a una derrota segura). La Asamblea Nacional, dominada por la oposición, no se opone por principios a estas medidas de saqueo, pero no iba a permitir que el gobierno ganara algo de oxígeno en el terreno económico o que decidiera unilateralmente beneficiar a sus socios rusos, chinos o canadienses, dejando afuera de esta entrega de los recursos nacionales al capital estadounidense.

Entonces, existe un elemento de fondo en el establecimiento de la Constituyente como plenipotenciaria, que es la posibilidad de avanzar sobre la entrega de los recursos naturales. La contratendencia a este objetivo es el rechazo de los principales imperialismos y de la derecha regional, que desconocen a la Constituyente y por ende se adelantan a la posibilidad de emitir sanciones económicas sobre los países beneficiarios de sus decisiones. Ninguna de estas opciones supone una salida progresiva, ni contemplan los padecimientos del pueblo venezolano frente a la catástrofe económica, sino que se trata de una rapiña por el control de los recursos y del Estado.

Una oposición proimperialista La oposición de derecha quedó atenazada entre las negociaciones que llevaba adelante en forma secreta con el gobierno y la notoria merma de su poder de movilización. Tras cuatro meses de acciones callejeras de un alto nivel de violencia y represión estatal, ni el gobierno ni la oposición pudieron mantener una participación masiva como la que se vio durante el mes de abril. Este desgaste complicó más a la oposición, que fue quien eligió la calle como escenario privilegiado de confrontación. Tras el plebiscito convocado por la Mesa de Unidad Democrática (MUD) a mediados de julio, la oposición perdió la iniciativa a pesar de mostrarlo como un gran triunfo político. Los quince días que separaron este plebiscito de las elecciones a Constituyente mostraron las fisuras el interior de la derecha, que está presionada tanto interna como externamente a virar hacia una salida negociada. El diario venezolano El Nacional publicó una crónica1 sobre las negociaciones entre el gobierno y la oposición en la víspera de la elección a Constituyente, que contaron con la mediación del expresidente español Rodríguez Zapatero. Allí comenzaron a aflorar las internas en la oposición de derecha que venían de proponer un combo de medidas que incluían la instalación de un gobierno de “unidad nacional” y el llamado a una “hora cero” en la movilización, algo que solo podía llevar adelante la intervención activa de la FANB, es decir, con un golpe de Estado. Y si bien no le faltó oportunidad a la MUD para hacer llamados a la Fuerza Armada, no fue su falta de vocación golpista lo que falló, sino que el nivel de concentración de poder político y económico en manos de la FANB la ubican hoy aún en el campo del chavismo que les garantiza sus negocios.

Ante el fracaso de las negociaciones y la pérdida de la calle, la mayoría de la oposición terminó acordando presentarse a las elecciones regionales de octubre. Se abrió así un momento de impasse durante el cual se puede esperar todo tipo de maniobras y acusaciones. Las denuncias cruzadas de corrupción y, sobre todo, la presentada por la exfiscal Luisa Ortega Díaz desde su “exilio” brasileño, por los supuestos sobornos de Odebrecht a Maduro y Cabello, son parte del escenario preelectoral, donde volverán a medir fuerzas gobierno y oposición. También las restricciones del gobierno a los candidatos de la MUD, como la persecución a alcaldes opositores, buscan mejorar las chances de los candidatos del PSUV, hacia unas elecciones donde la derecha se juega a repetir el resultado de 2015 en el que ganó la mayoría en la Asamblea Nacional. Por ahora, la derecha ha venido cubriendo sus fisuras con el respaldo que le da la injerencia externa, que incluyó la suspensión indefinida de Venezuela del Mercosur impulsada por Macri y Temer, la declaración de condena contra el gobierno de Maduro de parte de 12 países latinoamericanos en la conferencia de Lima, y las sanciones de Trump. En el caso del imperialismo estadounidense, que se venía debatiendo entre las sanciones individuales a funcionarios del gobierno venezolano y la posibilidad de avanzar sobre los activos de la filial norteamericana de la petrolera estatal PDVSA, Trump dio un giro dramático al anunciar que no descartaba una opción militar. Una salida tan brutal que ni siquiera podía ser aceptada por la derecha regional que venía a la cabeza de los ataques contra el gobierno de Maduro. La visita de Mike Pence, el vicepresidente de Trump, a Colombia, Argentina, Chile y Panamá, tuvo el objetivo de apoyar a los gobiernos con un perfil más injerencista sobre Venezuela, y a su vez de matizar los anuncios del presidente estadounidense sobre una opción militar. La oposición venezolana guardó silencio antes de anunciar su oposición a una posible intervención militar estadounidense, lo que muestra su carácter abiertamente proimperialista y, que en su objetivo de hacerse del poder del Estado y de los recursos del país, al igual que Trump, no descarta ninguna opción. A fines de agosto la administración estadounidense descartó la “carta militar” en el corto plazo, pero aceleró una nueva serie de sanciones que afectan ya no a los funcionarios chavistas sino al sistema financiero de una economía semiquebrada. Aunque sin tocar la importación de petróleo a EE.UU.,


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Trump prohibió “negociaciones en deuda nueva y capital emitidas por el Gobierno de Venezuela y su compañía petrolera estatal (PDVSA)”. Mientras que la oposición festejó las medidas, el gobierno no perdió oportunidad para pedir “un juicio histórico” contra los miembros de la derecha que hayan apoyado o pedido sanciones económicas contra el país. Una carta que podrá ser usada para censurar o limitar a los candidatos de la MUD hacia las elecciones regionales.

El rol de las Fuerzas Armadas La situación catastrófica que atraviesa Venezuela combina los efectos devastadores de una crisis económica producto del sostenimiento de la estructura rentística petrolera, que el chavismo nunca modificó, con la crisis de representación política abierta tras la muerte de Chávez. Maduro, que carece de la posibilidad de plebiscitarse como lo hizo Chávez durante años, lidera un bonapartismo apoyado cada vez más en las Fuerzas Armadas. Si ya bajo Chávez la FANB había venido jugando un rol preponderante, en la etapa “madurista” se hicieron de una acumulación de poder político y económico sin precedentes que los vuelve el actor principal para cualquier salida a la crisis en curso. Hoy casi la mitad de los gobernadores son generales en actividad o retirados, como también lo es un tercio de los ministros del gobierno. Además Maduro promovió a 800 oficiales al rango de general o almirante, llegando a un récord de unos 2.000 generales, lo que le garantiza un alto nivel de lealtad entre los mandos superiores, y diluye al mismo tiempo el peso de los oficiales, que de todas maneras acceden a importantes prebendas. Esto implica beneficios que van desde el control del reparto de alimentos o combustible (incluida su venta en el mercado negro), el acceso a divisas al tipo de cambio oficial y el control directo de empresas con presupuestos multimillonarios. De un total de 20 empresas manejadas por los militares, 14 fueron creadas en los últimos 4 años y medio, bajo el gobierno de Maduro. Hoy los militares tienen el control del banco BANFANB, de la constructora CONSTRUFANB, de la cantera CANCORFANB, de la empresa agrícola AgroFANB, de Camimpeg (para la extracción de crudo y minería), entre otras empresas que incluyen: transporte, medios de comunicación, compañías de seguro y fondos de inversión, una planta embotelladora de agua, producción de ropa e imprentas2. En total, manejan un presupuesto mayor a los 2 billones de bolívares.

El agravante es que los militares han estado en el centro de varias denuncias de corrupción, no investigadas ni por el gobierno ni por la oposición, y con esta concentración de poder económico y político quedan en una situación de impunidad absoluta. Este esquema consolida el rol de árbitros de los militares frente a la crisis política. Los permanentes llamados de la oposición a la FANB están destinados a buscar una salida hacia una transición poschavista que pueda venir tanto de un golpe como de una negociación con sectores del chavismo. Esta salida, que sin duda sería reaccionaria para la mayoría de los trabajadores y el pueblo venezolano, no encuentra una alternativa progresista en el actual sostenimiento del chavismo por la FANB en su etapa de degradación madurista.

Ni gobierno ni oposición Mientras que camino a las elecciones de octubre (no descartemos que se vuelvan a aplazar), se puede esperar todo tipo de acusaciones e intrigas, lo que sigue definiendo el ánimo de la calle es la crisis económica. Según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM) el precio de la Canasta Básica Familiar (CBF) alcanzó en el mes de julio los 2.043.083 bolívares, lo que representa un aumento del 17,5 % con relación al mes anterior. Con estos valores, una familia de cinco personas necesitaría 21 salarios mínimos (97.531 bolívares) para cubrir sus necesidades. El salario mínimo se incrementa con un bono alimentación de 153.000 bolívares, para llegar a un total de 250.531 (unos 23 dólares al tipo de cambio paralelo). Esta precariedad de las condiciones de vida, junto con el hastío de cuatro meses de protestas dirigidas por una oposición de derecha con ADN golpista, están en la base de un desencanto de sectores amplios que no ven salida ni en el gobierno ni en la oposición. Una encuesta de la consultora Datanálisis previa a las elecciones, en el momento álgido de las protestas, expresaba que en cuanto a la “autodefinición política” (chavista/ antichavista) existía un fuerte peso del sector “Ni-Ni”. Entre los que no se definían “de ninguno de los dos grupos” se contaba un 42,9 % de los encuestados, siendo la mayoría de este segmento los jóvenes (de entre 18 a 41 años), y casi un 50 % perteneciente a los sectores más bajos. Este porcentaje intermedio/independiente (Ni-Ni) crecía aún más cuando se preguntaba directamente sobre partidos. Allí el PSUV llegaba a un 15 %, los partidos de

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la MUD a un 19,8 %, mientras que los “independientes” llegaban al 61 %. Si bien es posible que hacia las elecciones regionales se puedan polarizar las preferencias políticas, lo cierto es que en la crisis en curso hay un amplio sector, en particular entre los jóvenes, que no ven salida entre las dos fuerzas en pugna. El desencanto frente a las opciones políticas, Maduro o la oposición de derecha, develan la ausencia de alternativas que respondan a los grandes problemas que marcan la vida de las mayorías venezolanas. Trabajadoras y trabajadores, despojados de derechos democráticos elementales como el derecho a huelga o manifestación, no ven en la derecha una salida que recuerda al rancio golpismo de 2002 y huele demasiado a injerencia imperialista. La desconfianza es más profunda todavía entre la juventud, que no llegó siquiera a disfrutar el “derrame” de los “años dorados” de la renta petrolera y solo conoció las muecas del “socialismo” chavista. En los últimos meses la intelectualidad progresista latinoamericana se dividió entre los que hicieron una defensa cerrada del madurismo (y de sus miserias)3, y los que se hicieron eco del clamor de la “comunidad internacional” para ir hacia algún tipo de salida negociada4. Tras años de apoyo a los proyectos reformistas latinoamericanos, hoy en bancarrota, de los que el chavismo fue su versión más de izquierda, ambas salidas reservan a los trabajadores y el pueblo venezolano una posición subordinada a uno u otro proyecto burgués. La resolución de los padecimientos del pueblo venezolano no está contemplada ni en la fraudulenta Constituyente chavista, ni en la plataforma política de la MUD. Mucho menos en una salida negociada bendecida por los militares, el imperialismo y el vaticano. Los tiempos se acortan y se vuelve cada vez más necesario que esa insatisfacción y hastío creciente puedan ser canalizadas hacia una alternativa independiente del gobierno y la oposición de derecha.

1. “Revelaron detalles sobre últimas reuniones entre el gobierno y la oposición”, El Nacional, 4/8/2017. 2. “Con 20 empresas las FANB acapara el poder económico”, Crónica.Uno, 20/8/2017. 3. “Con Maduro no se puede derrotar a la derecha”, La Izquierda Diario, 7/6/2017. 4. “Ilusión ‘progresista’ en nuevos intentos de mediación en Venezuela”, La Izquierda Diario, 1/6/2017.


LA BATALLA POR PEPSICO


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ENFOQUE ROJO Agrupación de fotógrafos del PTS + Independientes.

Es la mañana del 13 de julio, la columna de humo de las cubiertas que arden se escurre por el paredón de la fábrica. En Florida, sobre el techo de la planta de PepsiCo, que el 20 de junio cerró sus puertas dejando en la calle a 600 familias, resisten los obreros y obreras arengados desde la calle por una multitud de trabajadores, jóvenes y militantes que enfrentan el desalojo. Virginia Roda, trabajadora despedida de la multinacional, toma el teléfono y captura la escena que contiene más de 20 años de organización gremial y política de base. La fotografía es como un iceberg; a simple vista solo vemos lo que flota sobre el agua, una ínfima parte del mundo que subyace. La imagen asoma visible, y por debajo crece una profunda historia. Quienes luchan la construyen con mucho esfuerzo, uniendo pequeños retazos que recogen del día a día, anécdotas, triunfos, dolor, sangre y abrazos. La clase obrera talla su relato sobre el asfalto, se sostiene a sí misma con sus propias manos. Continuar los hilos históricos de la lucha como un mensaje al oído, que durante cientos de años se van transmitiendo los obreros unos a otros, es un desafío enorme y la clave para que cada batalla no empiece de cero. La siguiente serie de imágenes es un puñado de momentos en la lucha de PepsiCo. Ventanas para asomarse y ver la fuerza viva de hombres y mujeres que entregan todo para defender sus puestos de trabajo y que se han convertido en un ejemplo para el conjunto de la clase trabajadora. Para que nunca que te digan que no sirve de nada luchar.

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MOVIMIENTO OBRERO


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EL MALESTAR EN LA GLOBALIZACIÓN

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El imperialismo en tiempos de Trump

fuego, furia y estrategias en disputa

Ilustración: Agustina Fontenla

A diez años de iniciada la Gran Recesión, poco queda del triunfalismo sobre la globalización, que tanto benefició a una clase capitalista cada vez más trasnacionalizada (la “clase de Davos”), como “fin de la historia” irreversible. Con Donald Trump en el poder en EE. UU. y una polarización política que no retrocede en todos los países imperialistas, la inestabilidad e incertidumbre dan la tónica del momento. En este dossier damos cuenta de los tormentosos primeros meses de la presidencia de Trump, las contradicciones que caracterizan su programa económico, y discutimos cuáles son las perspectivas abiertas por el fracaso de la “gobernanza global” neoliberal. Esteban Mercatante Comité de redacción.

El gobierno de Trump se explica por una aguda contradicción que caracteriza al mundo capitalista a 10 años de iniciada la crisis mundial: el ordenamiento que tan provechoso fue para el gran capital, resultó ruinoso para todo el resto. Sostener su profundización amenazaba con poner en jaque la dominación de clase de la burguesía. Aunque Trump no pudo llevar a cabo las principales medidas que había prometido, su presidencia ya ha puesto en cuestión las ilusiones de que la concertación globalista (que nunca fue tan concertada en primer lugar) era algo irreversible.

A 7 meses, poco que mostrar A poco más de siete meses de haber asumido la presidencia de los EE. UU., Donald Trump muestra una administración prácticamente paralizada. Sometido desde el día uno de su gobierno a la investigación de sus lazos con Rusia y la intervención de Moscú en el proceso electoral, golpeado por reveses legislativos y frenos judiciales a algunas de sus principales decisiones, hasta el momento no puede mostrar ningún logro significativo. Apenas el retiro de los EE. UU. del Tratado Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, en inglés) que todavía no

estaba implementado, y del Acuerdo de París para limitar la emisión de gases de efecto invernadero, decisión esta última que quedó relativizada por la decisión de muchos estados de la Unión y algunas de las principales ciudades del país de comprometerse a cumplir los objetivos a los que hasta la decisión de Trump estaba comprometido el gobierno federal. A esto se le puede sumar la apertura de la renegociación del NAFTA con Canadá y México, de la que lo mejor que puede esperar es que EE. UU. logre elevar el porcentaje mínimo de integración de componentes provenientes de Norteamérica que tienen que


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cumplir algunas industrias, (Trump apuntó especialmente contra la automotriz) y quizás incluso incorporar alguna cláusula sobre porcentaje mínimo de partes que deben provenir de los EE. UU. Esto podría considerarse un resultado exitoso, pero es muy distinto a su promesa de retirarse del acuerdo comercial. La construcción del muro en la frontera con México, la modificación del plan de salud implementado por Obama (el “Obamacare”), el endurecimiento migratorio –que solo superó en parte el freno judicial–, se empantanaron sin remedio, mientras que las reformas impositivas y las medidas proteccionistas no llegaron siquiera a ser planteadas. En el último mes, Trump se desprendió de Steve Bannon, ideólogo de la nueva extrema derecha (“derecha alternativa”) y editor de Breitbart, central en la campaña electoral y quien hasta hace un tiempo era considerado un estratega central de su gabinete. Su salida, producida días después del rechazo que generó la equiparación que hizo el presidente de los movimientos supremacistas blancos y los antifascistas que se movilizaron para rechazarlos en Charlottesville, fue leída como un avance de los militares que ocupan lugares clave en el gobierno. Con su capital político lastrado (la aprobación de Trump ronda el 35 %, un desplome sin precedentes a tan poco tiempo de haber asumido), resulta difícil pensar en este momento que tendrá posibilidad de buscar dar valores concretos al lema “América primero”, de intencionales resonancias aislacionistas, con el que se impuso en las elecciones. Pero esta prematura crisis de Trump, y un eventual fracaso de su gobierno, no permite asegurar que se calmará el mar de fondo que lo puso en el poder en primer lugar.

El big business ante el “América primero” Leo Panitch y Sam Gindin analizan en La construcción del capitalismo global1, cómo el Estado norteamericano fue clave para establecer y sostener el orden mundial de posguerra, y la internacionalización a ritmo redoblado desde los años ‘80. La reducción de barreras para la circulación de capital en todo el mundo y la apertura de nuevos espacios para la valorización, se lograron mediante una agresiva intervención de los EE. UU. y el resto de las potencias imperialistas, apoyada en organizaciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) y la Organización Mundial del Comercio que lo reemplazó en 1994. La internacionalización de las últimas décadas tuvo como novedad que produjo una estructura productiva internacionalizada. Las empresas trasnacionales descompusieron la cadena productiva, radicando cada eslabón en aquellas locaciones donde los costos o el acceso a los mercado u otro factor lo hicieran ventajoso, dando lugar a las Cadenas Globales de Valor (CGV). Como

señala François Chesnais, estas corporaciones desarrollaron ...un “espacio” global integrado marcado por una complicada malla de “mercados internos” asegurando el flujo de productos, know-how, recursos financieros y en menor medida de personal dentro de los límites de la corporación […] Los “mercados internos” de las empresas trasnacionales se extienden por encima de los límites nacionales y esquivan muchas regulaciones gubernamentales. Desde los años ‘80 en adelante han moldeado de forma creciente el patrón del comercio exterior2.

Para darse una idea del peso alcanzado por el entramado del capital trasnacionalizado en la economía mundial, la UNCTAD estima que el 80 % del comercio está vinculado a las redes establecidas por este, ya sea por el comercio intrafirma u otras formas de vinculación con subsidiarias. Pero el proceso excede a las CGV. La concentración y centralización del capital, que se lleva a cabo cada vez más en el plano global y en la cual la globalización de las finanzas jugó un rol clave, produjo vinculaciones corporativas de una complejidad sin precedentes. Un estudio identificó 1.318 firmas trasnacionales con participaciones accionarias cruzadas, que llegaban a ser propietarias colectivamente de las mayores firmas largamente establecidas en el mercado bursátil, representando nada menos que un 60 % de los ingresos globales3. Dentro de estas, un grupo mucho más reducido, de 147 firmas, controla el 40 % de la riqueza dentro de la red. Esto da cuenta de un elevado grado de la concentración de la riqueza global, y también de la magnitud en que el grupo más poderoso de corporaciones se adueña de la riqueza planetaria. Este capital tiene su origen mayoritariamente en los países imperialistas4 aunque incorpora de forma asociada y mayormente subordinada a sectores del capital de las economías “emergentes”. Pero la circulación y valorización del mismo se desarrolla en el plano global, y buena parte de los frutos de la misma terminan en plazas offshore. El big business estadounidense, que forma parte de este entramado transnacionalizado, salió prácticamente ileso de la crisis (a fuerza de salvatajes públicos y de descargar los costos sobre los trabajadores y sectores populares) y retomó desde entonces el accionar rapaz que le permitió un astronómico crecimiento en la proporción de riqueza que se apropia5. En su mirada, así como en la del entramado de CEO, intelectuales y políticos que conforman la elite globalizada que circula por el Foro de Davos, las cumbres del G20, y las reuniones del FMI, BM, la única alternativa posible es continuar como hasta ahora. Su agenda para el mundo apuntaba a una nueva ronda de tratados comerciales cada vez más ambiciosos en la garantía de los derechos del capital trasnacional, como los TPP (Acuerdo

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Transpacífico) y TTIP (Acuerdo de Comercio e Inversión Transatlántico). La política económica de Trump, más allá de las contradicciones y falta de articulación que la caracterizan hasta hoy6, choca de frente en varios aspectos con las aspiraciones de estas corporaciones. Es el caso de su retiro de los grandes acuerdos comerciales, y la idea de un impuesto transfronterizo que Trump debió archivar por falta de apoyo legislativo; este último solo podría recibir algún apoyo en tanto se limite su alcance a los productos finales vendidos en territorio estadounidense. Sí son bienvenidas las promesas de recortes impositivos para los capitales que regresen al país y el relajamiento de algunas reglamentaciones de protección ambiental, lo mismo que la intención de realizar amplios planes de infraestructura. Con pragmatismo, el sector corporativo respondió a esta agenda de beneficios de corto plazo, lo que mostró en un rally alcista de las acciones desde que asumió Trump, aunque el empantanamiento de la administración genera cada vez más dudas sobre la posibilidad de que algo de esto se concrete.

La grieta La Gran Recesión profundizó la regresión social que acompañó desde los inicios a la reestructuración de los años ‘80, la cual desde el comienzo apuntaba a elevar la rentabilidad a costa del salario y las condiciones de trabajo7. Con la crisis, se profundizó el deterioro en el empleo que se venía registrando ya desde antes. Mientras que el 60 % de los empleos destruidos durante 2008-09 en los EE. UU. eran de salario medio, el 58 % de los creados desde entonces han sido de salario bajo. En 2016, nada menos que el 25,7 % de los ocupados lo estaban en trabajos por los que percibían ingresos inferiores a la línea de pobreza. En los marcos de una economía anémica, este deterioro promete continuar. Después de haber tenido la mayor caída desde la crisis del ‘30, la economía norteamericana muestra desde mediados de 2009 la recuperación más débil desde la posguerra. La tasa de crecimiento promedio se ubica apenas por encima del 2 % hasta 2016. No sorprende que se haya disparado, entre los economistas mainstream, el debate sobre el estancamiento secular8. Mientras tanto, la deuda corporativa alcanzó niveles históricos récord del 45,3 % del PBI, superando el nivel alcanzado en momentos previos a las dos últimas recesiones; en términos absolutos, la deuda de 8,6 billones es un 30 % mayor al nivel que tenía en septiembre de 2008. Sin saneamiento de la deuda y en un contexto donde la rentabilidad no recuperó los niveles previos a la crisis, la inversión seguirá débil y continuará la tendencia al crecimiento anémico9. Que el rechazo al proyecto globalista no se limita a los trabajadores o sectores populares más golpeados lo mostró el hecho de que Trump logró su ventaja de votos en sectores »


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20 de ingresos más altos. De acuerdo a Tristan Hughes, en base a la información disponible de las encuestas de boca de urna, Trump realizó una elección pobre en los sectores cuyos ingresos son menores a 50 mil dólares al año, es decir la mitad más pobre del electorado, donde Clinton le ganó por 11 %. En los que ganan más de esa cifra al año, Trump ganó por 4 %; en comparación, Obama y McCain habían sacado igual proporción en la elección de 2008. Tomando el ejemplo de dos distritos de elevados ingresos, Suffolk County y Putnam County, en los que se impuso Trump, Hughes los contrasta con Manhattan, “reducto de la clase ‘súper gerencial’”, las altas finanzas y las casas matrices de las empresas trasnacionales, donde Clinton recibió un apoyo de 86 % contra 10 % de Trump10. El autor hipotetiza que Se trata de americanos blancos molestos porque otros americanos ya no trabajan para ellos, americanos cuya riqueza, estatus y poder han sido ostensiblemente atacados y erosionados en las últimas décadas. Y los quieren de vuelta –con la ayuda de Donald Trump.

El rechazo creciente a la globalización y la elite económica y política que viene implementando hace décadas las políticas que la sostienen, es algo que observan con preocupación creciente varios lúcidos analistas que vienen hace tiempo bregando por algunas reformas que preserven lo esencial de las conquistas que tuvo la clase capitalista en las últimas décadas, pero mitigando algunos de sus peores efectos en términos de desigualdad. Es es caso de Lawrence Summers, Martin Wolff, e incluso Paul Krugman11. Pero la falta de siquiera un mínimo atisbo de cambio desde la crisis, alimentó la polarización política que explica la llegada Trump al poder y los rasgos de su gobierno. Este representa una respuesta reaccionaria ante la crisis, que hace eje en el ataque a los inmigrantes (lo que significa un golpe contra buena parte de la clase trabajadora en los EE. UU.) y amenaza entre otras cosas varios derechos laborales y regulaciones ambientales en aras de atraer inversiones y “recuperar el trabajo de los norteamericanos”. Además de haber habilitado una presencia sin precedentes de sectores de extrema derecha en su gabinete nacional durante los primeros meses, su administración adquirió desde el primer momento rasgos que permiten definirlo como bonapartista, aunque cada día más débil. Esto último se manifiesta en la nutrida presencia militar en su gobierno, y se materializó en la propuesta de un fuerte incremento del presupuesto militar para llevarlo a 695.500 millones de dólares en 2018, lo que equivale a 4 veces el presupuesto total militar de China.

El (des)concierto de las naciones En el seno de la administración estadounidense se está librando una puja por el ordenamiento económico y los cursos de acción geopolítica. En este último plano, el eje de conflicto pasa por la relación con Rusia. Trump apuntaba a un acercamiento, al contrario de Clinton, que pretendía profundizar el hostigamiento hacia Moscú; el objetivo del magnate era liberar las manos para concentrarse en China. Pero el estallido del “Rusiagate” (la investigación sobre la colusión de Trump y el gobierno ruso para influir en las elecciones), que fue el pretexto para la decisión del congreso norteamericano del pasado 25 de julio de imponer nuevas sanciones a Rusia incluyendo además una cláusula que impide al presidente aplicar modificaciones a las mismas, muestra la decisión del establishment de los republicanos y demócratas de mantener el curso de choque con Putin. Después de la salida de Steve Bannon, y de la decisión de Trump de continuar la guerra de Obama (y de Bush) en Afganistán, aumentaron las expectativas de los sectores que aspiran a que el gobierno de Trump pueda encarrilarse hacia la normalidad. Está por verse. Una cosa es segura: la presidencia de Trump, aún sin mayores resultados concretos hasta el momento, cobra una gran significación por haber colocado en el centro de poder del Estado norteamericano a una figura que se mueve entre la prescindencia y el rechazo a las instituciones que aseguran las condiciones para la circulación del capital a nivel mundial. El efecto corrosivo de la crisis iniciada en 2007 llevó a que al frente del poder ejecutivo del Estado responsable de asegurar el funcionamiento de la arquitectura del orden global esté alguien que promete subvertirlo en búsqueda de “hacer América grande de vuelta”. Aún enfrentando el rechazo de la burguesía norteamericana más trasnacionalizada ante algunas de las políticas que Trump prometió y hasta ahora no pudo implementar, y con fuertes figuras de la administración presionando para que no se salga del redil, como presidente de la principal potencia del mundo cuenta con capacidad suficiente para generar ruido en las relaciones internacionales. Esta posibilidad se potencia porque el fenómeno de polarización que lo puso en el poder no se agota en los EE. UU., sino que se replica también del otro lado del Atlántico. El triunfo de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen en las elecciones presidenciales de Francia está lejos de haber sepultado el ascenso del nacionalismo en Europa, y a pocos meses de haber asumido el presidente francés está sumido en una impopularidad mayor que la del expresidente Hollande. A falta de mejores respuestas de la clase dominante para lidiar con la crisis, el nacionalismo y autoritarismo inflamado puede ser la receta

envenenada para hacer frente a la crisis de legitimidad que golpeó duramente a los exponentes políticos del “extremo centro”, es decir los que desde partidos de centro derecha o socialdemócratas aseguraron la aplicación de las políticas del consenso neoliberal, y prevenir que esta crisis tenga una salida por izquierda que cuestione al orden social capitalista. Para los sectores capitalistas trasnacionalizados, el precio a pagar hoy para preservar sus prerrogativas sociales amasadas en décadas de ofensiva contra los sectores populares es acomodarse a este ascenso al poder de estas fuerzas que amenazan dinamitar el orden del que tanto se han beneficiado. Para las clases trabajadoras de todo el mundo, nada progresivo puede venir ni del “internacionalismo” de la gran burguesía que apunta a profundizar el neoliberalismo, ni de nacionalismos que solo apuntan a dividir a los trabajadores del mundo con su xenofobia y atacar a las organizaciones obreras y las libertades democráticas. 1. Para una discusión sobre este libro ver Esteban Mercatante, “El capitalismo global como construcción imperial”, IdZ 27, y el debate con los autores en “Bases y límites del poderío norteamericano”, IdZ 35. 2. Finance Capital Today, Leiden, Brill, 2016, p. 140. 3. Stefania Vitali y Stefano Battiston, “The Community Structure of the Global Corporate Network”, Plos One 9 (8), agosto 2014. 4. A modo de indicador, de las 500 más grandes empresas del mundo que integraron en 2017 el ranking de Fortune 500, dos tercios están radicadas en los EE. UU., Japón y la Unión Europea. Considerando que otras 109 fueron de origen chino (en gran medida empresas de propiedad estatal o mixta), se puede observar la reducida proporción que tienen el resto de los países dentro de este ranking. 5. De acuerdo con Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, el 0,1 % de los más ricos pasó de apropiarse del 10 % del ingreso en la década de 1960, a llevarse más del 20 % al momento de la crisis de Lehman. En comparación, el 1 % más rico se lleva 22 %, lo cual da cuenta de la híperconcentración. “Wealth Inequality in the US since 1913: Evidence from Capitalized Income Tax Data”, NBER Working Paper 20625, Cambridge, 2014. 6. Sobre las contradicciones del programa económico nacionalista de Trump, ver el artículo de Paula Bach en esta revista. 7. Como hemos analizado en “Una carrera hacia el abismo”, IdZ 30. Si en 1970 la participación asalariada en el ingreso era en los EE. UU. de 71,98 %, en 1990 había caído a 67,82 %, y para 2010 era de 63,69 %. 8. Paula Bach, “Para una crítica de la tesis burguesa del estancamiento secular”, IdZ 24. 9. Michael Roberts, “Picking up?”, thenextrecession.wordpress.com, 17/8/17. 10. “What Is Trump Country?”, Jacobin, 21/8/17. 11. Nikki Saval, “Globalisation: the rise and fall of an idea that swept the world”, The Guardian, 14/7/17. Ver también Paula Bach, “La ‘furia populista’ que conmueve al mainstream”, La izquierda diario, 29/7/16.


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PARADOJAS Y CRISIS del gobierno Trump

Siete meses y ninguna flor. Racismo y dualismos de gabinete. Imágenes de una crisis. Nacionalismo y globalización. Ilustración: Natalia Rizzo

Paula Bach Redacción La Izquierda Diario. La administración Trump lleva acumulados siete meses, una ristra de fracasos, apenas contadísimos “éxitos” y un telón de fondo ajado por la crisis política. El fiasco de la derogación del Obamacare debe señalarse entre los traspiés más resonantes. Era la piedra basal del “billón” de dólares en obras públicas que dispararía el crecimiento del PBI norteamericano desde el mediocre 2 % promedio actual hasta un chispeante 4 %. La táctica Kissinger invertida (aliarse a Rusia para aislar a China) acabó en el “Rusiagate”, mientras la amenaza de un incidente nuclear con Corea del Norte, expone a una administración Trump tan exaltada como necesitada de colaboración asiática. El discurso contra la élite financiera que prometía volver a las épocas del New Deal separando las operaciones de la banca comercial de aquellas de la banca de inversión, terminó acumulando a los Goldman Sachs boys en el gabinete. Una tropa que al parecer se parapeta para dar de baja a la ley Dodd Frank, una regulación light instaurada por Obama luego de la crisis de 2008. La promesa de campaña que aseguraba el retiro definitivo de las tropas norteamericanas de Afganistán fue trocada hace pocos días por un incremento de efectivos, sugerido por el ala militar del gobierno. La suspensión del proyecto para aplicar un impuesto transfronterizo, el terreno de

promesa en el que aún navega el aumento del presupuesto militar y la omisión de las sugeridas imposiciones faraónicas a bienes chinos y mexicanos, abultan la lista, por solo mencionar los ejemplos más transcendentes. El lado de los “éxitos” luce escueto incluyendo una débil –por ahora– restricción a la inmigración, la retirada de Estados Unidos del –inactivo– Tratado Transpacífico prometida en épocas de campaña por todos los contendientes, la eliminación de regulaciones ambientales a la industria carbonífera y de las prohibiciones para explotaciones petroleras en las costas –gran servicio a las corporaciones– así como restricciones comerciales en el mercado de la madera, los lácteos canadienses o los biocombustibles argentinos. En un panorama ilustrado por la primacía de la impotencia gubernamental, las declaraciones de Trump tras los sucesos de Charlottesville precipitaron la salida del estratega/ideólogo ultranacionalista Steve Bannon, abonando una tendencia que ya marcaba el ritmo durante los últimos meses. En el gabinete se afianzan simultáneamente la élite militar y el ala financista “globalista” –así la denomina Bannon– proveniente de Goldman Sachs, junto al “yerno” Kurcher y “la hija” Ivanka, a la vez que asciende la figura del vicepresidente ultraconservador republicano, Michael Pence. Todos

ellos escoltando a un Trump investigado por la Justicia y con una aprobación popular baja y en descenso.

La carga simbólica del antirracismo Es notable cómo los asuntos de la inmigración y el racismo dieron lugar tanto a uno de los primeros cimbronazos de la administración Trump1 como al reciente y al parecer uno de los más duros golpes. Resulta que el “antirracismo” y la “antidiscriminación” son las caras friendly del globalismo. Extranjeros empleados, consumidores, ejecutivos y contrapartes internacionales, son los actores principales del entramado global tejido por las corporaciones durante las últimas décadas. El capital norteamericano salvó el pellejo y restauró su dominio absorbiendo mano de obra foránea utilizada a la vez para disciplinar, abaratar y devastar a la fuerza de trabajo norteamericana. Tanto fuera como dentro de territorio estadounidense la mano de obra “multinacional” es un núcleo duro inescindible del proceso “globalizador”. El “antirracismo” es el tributo necesario y “progre” que las corporaciones le rinden al objeto de su explotación. Si los decretos xenófobos de febrero produjeron el primer cortocircuito de Trump con un amplio arco de empresas norteamericanas “globales”, sus declaraciones »


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racistas tras Charlottesville precipitaron la desintegración de sus dos consejos económicos asesores2. El costo de sostenerlo amenaza a menudo volverse más elevado para el núcleo duro de las corporaciones estadounidenses que el beneficio incierto de una prometida y profunda reducción impositiva. Promesa que si le garantizó el relativo alineamiento pos electoral de gran parte de las empresas dominantes, muchos dudan –tras las peripecias parlamentarias– de sus posibilidades reales de materialización. Hay allí un combate profundo entre “globalización” y “nacionalismo” que en última instancia representa nada más ni nada menos que las fuerzas en pugna que dieron origen a esta atípica administración republicana. En un sentido ni Trump pudo hasta ahora ser tan “revolucionario” como un amplio arco de analistas supuso ni parece estar dando paso a una administración tradicional. Como mínimo dos hechos prueban la agudeza de la crisis política que ahoga al Estado norteamericano. Por un lado, el Partido Republicano en la Casa Blanca y con mayoría en ambas cámaras, prácticamente no puede legislar. Por el otro el ascenso de tres militares en puestos claves es síntoma de aguda crisis de representación política. Es probable que las élites militares y financieras que se acomodan en la Casa Blanca tengan por objeto limitar la incontinencia trumpista conteniendo a la vez a Trump. Es decir un nuevo engendro en procura de absorber con mayor realismo los elementos diversos de una situación transitoria que combina la escasa capacidad de fuego del “nacionalismo” insurgente con una crisis profunda que no admite la continuidad tout court de las estructuras tradicionales. En última instancia este ornitorrinco –que en parte recuerda las peripecias del gabinete que comanda al Brexit– expone a Donald Trump como el hijo predilecto de una realidad particularmente preñada de dualismos.

Las imágenes múltiples de una crisis La convulsión de 2007/8 y sus derivaciones resulta en sí misma una singularidad que puede diseccionarse en diversas imágenes. Como es sabido, la amenaza de catástrofe inicial fue disipada tras la intervención de los principales Estados. Pero el desvío se tradujo en cerca de diez años de crecimiento económico extremadamente débil especialmente focalizado en los países centrales. Las aristas de esta bipolaridad son múltiples3. Una primera imagen muestra el rescate a bancos y grandes empresas coexistiendo con el deterioro progresivo de las condiciones de existencia de amplias franjas de la población que incluyen tanto legiones de trabajadores como fracciones marginalizadas del capital representadas por pequeñas y medianas empresas. Esta dualidad se plasma en el repudio a las “élites” y en el ascenso de movimientos políticos “populistas” a derecha e izquierda, en el rechazo a la “globalización” y la defensa del “interés nacional” que tuvieron por ahora sus máximos exponentes en las figuras de Trump y el Brexit. Una segunda imagen expone que amén del rescate de aquellas “élites económicas”, el proceso de internacionalización financiera y productiva –la mayor “empresa” del capital durante los últimos 40 años– sufre una pérdida de dinamismo4. Cuestión que se pone de manifiesto con especial énfasis en el débil incremento de la inversión en los países centrales y en una disminución del ritmo de crecimiento del comercio internacional. En una tercera imagen puede observarse a la vez que aún cuando el comercio internacional perdió fuerza, está lejos de hallarse dislocado, tampoco se perciben quiebras masivas de empresas, ni un crecimiento agudo de la desocupación en los países centrales, más allá de los niveles heredados de los años particularmente críticos. Esta tercera imagen muestra que si la “empresa neoliberal” con la que el capital

se sobrepuso a la crisis de los años ‘70 pierde impulso y en gran parte se encuentra asediada por “la política”, aún no está quebrada y no existe –al menos por el momento– “emprendimiento” de reemplazo. Esta dualidad posee un fuerte poder explicativo sobre las actuales condiciones del gobierno Trump y las particularidades de su gabinete. Pero también se dibuja una cuarta imagen en los límites de las complejas relaciones entre Estados Unidos y China. Si China resultó un destino privilegiado del capital sobrante norteamericano, la “cooperación” binacional profundizó sus grietas hacia 2014. La imposibilidad de mantener el modelo exportador, la sobreacumulación de capitales y las tensiones financieras internas, aceleraron las tendencias nacionalistas del Gigante Asiático que intenta abandonar su rol receptor de capitales para convertirse en competidor mundial por los espacios de acumulación. Pero aún se trata de un proceso lento, complejo y de final incierto. El lugar de “guardián de una economía global abierta” que Xi Jinping agitó contra el “America First” de Trump, es un juego retórico. La imposibilidad de continuar siendo lo que era sin conseguir aún transformarse en algo nuevo, dice mucho del lugar del Estado chino en la arena internacional. Se trata de otro factor que de manera particularmente lenta y contradictoria, limita la continuidad conservadora de las políticas norteamericanas de los últimos años.

Nacionalismo vs. globalización Sin duda la colisión entre nacionalismo y globalización constituye uno de los grandes campos en disputa del período próximo y las conjeturas abundan. La dicotomía –y su posible devenir– exige observar tanto las múltiples aristas económico-políticas de la crisis como sus eventuales dinámicas. En primer lugar es preciso aclarar que el concepto “globalización” es lo suficientemente


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difuso como para admitir acepciones incluso contradictorias. Apelamos a él a falta de expresión mejor para dar cuenta del contundente proceso de internacionalización financiera y en particular productiva del capital durante las últimas décadas al calor del desarrollo de aquello que se conoce como “neoliberalismo”. Cabe aclarar que si por un lado y en términos abstractos el proceso de internacionalización no tiene nada de novedoso como parte inseparable del movimiento histórico del capital, por el otro y en términos concretos, no existen antecedentes del entramado casi ininteligible de asociaciones de capitales y formación internacional de cadenas de valor tal como se presenta en la actualidad. Sin embargo y a pesar de esta reconfiguración, en modo alguno se ha perdido la base nacional de aquellos capitales invertidos transnacionalmente para los cuales el poder del Estado representa el vehículo garante de sus ganancias y ventajas externas –e internas–. Cuestión que queda patentada de manera prístina en cada uno de los acuerdos y tratados comerciales. No por casualidad aquellos pactos se volvieron el objeto de furia de amplias mayorías perdedoras del proceso globalizador. En este contexto surgen al menos dos cuestiones fundamentales. La primera de ellas está asociada a la necesidad del capital más concentrado de salvaguardar el poder del Estado para lo cual el consenso resulta un factor de primer orden. Y, tal como señala David Harvey5, la construcción del consenso implica el cultivo del nacionalismo. No es casual que hasta los más fanáticos globalistas machaquen desde hace tiempo sobre la necesidad de frenar un proceso globalizador al que consideran de algún modo “sitiado” por la política. Las negociaciones de Trump –bastante pobres por el momento– con Carrier, Ford e incluso las promesas de Apple o las de la china Foxconn de crear puestos de trabajo manufactureros en Estados Unidos, constituyen

ensayos de una respuesta muy limitada a este asunto. En el mismo sentido operan los aranceles puntuales a la importación que responden a demandas específicas de los productores norteamericanos que en muchos casos se arrastran desde los años ‘80, asociadas por lo general a estados soporte de Donald Trump. Las negociaciones en curso del TLCAN que no prometen logros demasiado significativos, junto a la promesa de cerrar el Congreso si no vota los fondos para construir el “muro”, contienen del mismo modo una fuerte carga simbólica como respuesta a dos promesas centrales de campaña destinadas a contener a los “perdedores” de la globalización. El segundo aspecto exige observar que aquel anhelado proteccionismo resulta esencialmente contradictorio con los intereses de los sectores más concentrados e internacionalizados del capital. Se trata de las fracciones que le vienen marcando el terreno al gobierno Trump tanto en materia de cuestiones raciales como en políticas comerciales. Las negociaciones del TLC están limitadas por aquella contradicción. Entre las últimas balas de la administración Trump figura la negociación parlamentaria de una reducción impositiva. Un éxito necesario para contener a un amplio sector de las corporaciones que luego de la contienda electoral se alineó parcialmente con su gobierno a la espera de algún beneficio significativo. En el estado actual de cosas es muy probable que la reforma termine siendo parcial y negociada con los demócratas y resulta bastante impensable que incluso beneficiando a las ganancias generadas en el extranjero, el núcleo de las corporaciones tenga alguna intención de “retornar” a Estados Unidos. La paradoja es que mientras el retorno del empleo y el consumo a Estados Unidos constituye la demanda principal de los “perdedores” de la globalización –fundamento de su versión del “nacionalismo”–, el espíritu

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“nacionalista” de las grandes corporaciones está asociado a una disputa más agresiva por su lugar en el mundo y podría terminar redundando en el impulso de un tipo de “globalización” con mayor primacía del unilateralismo. Por último resulta particularmente complejo imaginar en la actualidad las medidas proteccionistas6 que podrían ayudar a la “economía norteamericana”, debido a que las empresas dedicadas al comercio internacional forman parte de complejas cadenas de suministro mundiales. Cualquier restricción a las importaciones que beneficie a determinados productores perjudicaría concomitantemente a las industrias que usan esos productos como insumos. Si por ejemplo, para beneficiar a los productores internos, un arancel aumentara el precio del acero, afectaría a la vez a consumidores de dicho insumo como John Deere o Caterpillar. Se trata de elementos parciales de una contradicción profunda que en un escenario de crecientes tensiones geopolíticas y dado el lento aunque persistente declive de la hegemonía norteamericana, es probable que gobierne gran parte del escenario en el período próximo. 1. Ver Bach, Paula, “La globalización: más allá y más acá de Donald Trump”, La Izquierda Diario, 18/2/2017. 2. Cassidy, John, “Why didn’t more C.E.O.s have the guts to publicity break with Trump?”, The New Yorker, 16/8/17 y Ryan, Greg, “GE’s Immelt: I quit Trump council before president disbanded it”, Boston Business Journal, 16/8/17. 3. Para mayor desarrollo ver Bach, Paula, “Las contradicciones del programa nacionalista de Donald Trump”, La Izquierda Diario, 19/5/17. 4. Perspectivas de la Economía Mundial, Fondo Monetario Internacional, octubre 2016. 5. Harvey, David, Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Madrid, Traficantes de sueños, 2014. 6. Ver Irwing, Douglas A., “The False Promise of Proteccionism”, Foreing Affairs, Mayo/junio 2017.


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Discusiones sobre el fin del capitalismo y lo que vendrá

Claudia Cinatti Staff revista Estrategia Internacional.

El capitalismo como modo de producción histórico es un sistema que va a terminar y su fin no está demasiado lejos, incluso quizás ya estamos viviendo el comienzo de este final anunciado. Su muerte no será un acontecimiento violento precipitado por una revuelta de los explotados sino un proceso prolongado y la causa de defunción, una sobredosis de sí mismo. Lo que hay por delante son décadas de decadencia económica, política, social y moral. Palabras más o menos, esta es la principal tesis del sociólogo alemán Wolfgang Streeck sobre la situación actual y su dinámica más probable. La radicalidad de su análisis y lo sombrío de su pronóstico son una muestra más de la profundidad de la crisis económica, política, social, estatal –orgánica– que ha abierto la Gran Recesión de 2008. Sobre todo viniendo de un intelectual que antes de formular esta versión sui generis de la teoría del derrumbe capitalista, militaba en las filas del mainstream socialdemócrata. Los ensayos de Streeck, centrados fundamentalmente en la crisis de la Unión Europea y el capitalismo occidental, abrieron un intenso debate y provocaron la repuesta tanto de defensores del neoliberalismo, como Martin Wolf, como también de representantes de la intelectualidad socialdemócrata bien pensante, entre ellos Jünger Habermas, con quien ha sostenido una dura polémica sobre el futuro de la Unión Europea. Su lectura adquirió un renovado interés a la luz de los nuevos fenómenos políticos, en particular, con el ascenso de populismos de signos políticos opuestos, y

Ilustración: Juan Atacho

otros eventos relativamente sorpresivos como el Brexit y la presidencia de Trump. Sin embargo, la agudeza de su análisis contrasta con sus conclusiones políticas. Streeck sostiene una visión fatalista según la cual el capitalismo va camino a implosionar por sus propias contradicciones, lo que abrirá inexorablemente una nueva etapa de barbarie. Descartada la perspectiva de la revolución social, la única alternativa supuestamente realista sería “desglobalizar” al capitalismo y restaurar la soberanía del Estado-nación frente a los “mercados”. En síntesis se trataría de sustituir el viejo reformismo socialdemócrata (incluyendo sus variantes “neo” como Syriza) con un igualmente ajado soberanismo que aunque se anuncie por izquierda, entraña los peligros del nacionalismo y recrea ilusiones en la colaboración de clases.

El agotamiento de la “gran transformación” neoliberal y la victoria pírrica del capital A riesgo de simplificar, podría decirse que la premisa fundamental que subyace a las elaboraciones de Streeck1 es que la historia del capitalismo es la de sus crisis y no la de su equilibrio, como sostienen los teóricos funcionalistas y racionalistas. La cuestión es por qué y cómo ha sobrevivido hasta ahora y si podrá resurgir de la Gran Recesión de 2008. Según Streeck la resiliencia del capitalismo, que la ideología predominante confunde con inmortalidad, tiene una explicación política concreta: el salvataje ha venido de las fuerzas antagónicas a la expansión ilimitada

de los “mercados”. Es decir, el sistema capitalista es frágil e históricamente ha dependido de reparaciones extraeconómicas. Se podría decir que hay una “lógica” de la crisis en la que confluyen economía y política, o para usar sus términos, “capitalismo” y “democracia”, que se ha expresado históricamente en el ascenso y caída del llamado “capitalismo democrático” de la segunda posguerra –que Streeck considera como un período excepcional de crecimiento económico de Occidente–. Según esta “lógica”, el capitalismo fue rescatado de sus tendencias predatorias por la “democracia”, que funciona en su esquema teórico como un cierto significante de la política estatal en general y del reformismo en particular. En los términos del análisis de clase de la sociedad, al que Streeck retorna parcialmente en una suerte de “neomarxismo”, el movimiento obrero había logrado el suficiente volumen de fuerza para imponer un compromiso al capital y lo ejercía a través de instituciones –sindicatos fuertes, socialdemocracia, y variantes del keynesianismo como el New Deal– lo que en última instancia contribuía a mantener cierta “soberanía” del Estado-nación sobre los “mercados”, aunque este siempre cristaliza alguna relación entre “soberanía y dependencia”2. En esta definición se transparenta la deuda teórica de Streeck con el “doble movimiento” de Karl Polanyi3 entre la tendencia a la expansión de la economía de mercado más allá de sus dominios y las demandas sociales, y el rol del Estado como árbitro y a la vez corrector.


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Streeck critica las teorías de la crisis de la Escuela de Frankfurt, en particular a Habermas y Claus Offe, que creían que el capitalismo siempre iba a funcionar en “modo keynesiano” y por lo tanto habían desplazado las contradicciones de la esfera de la economía (y la lucha de clases) a la de la cultura, afirmando que el capitalismo enfrentaba una crisis de legitimación. Para su sorpresa, fueron los capitalistas, y no el movimiento obrero, los que pusieron fin a este “capitalismo democrático” ante las primeras señales de la crisis a principios de la década de 1970. Según Streeck, la restauración neoliberal significó una victoria pírrica para el capitalismo, porque en su vorágine terminó devorándose las instituciones que vistas dialécticamente lo habían protegido de sí mismo. Barridas las barreras a la lógica del “mercado” –léase sindicatos fuertes, (social)democracia, intervención estatal para la redistribución– el desenfreno capitalista solo pospuso la crisis durante cuatro décadas, literalmente comprando tiempo con dinero mediante la financierización, la globalización y el endeudamiento4. La crisis de 2008 es el punto culminante de esta “transformación neoliberal” que según Streeck llevará a su implosión porque se han agotado los mecanismos (y el dinero) para “comprar tiempo”. Los tres jinetes del apocalipsis son el estancamiento económico, la deuda pública (en particular la conversión del Estado deudor del neoliberalismo al Estado de consolidación de los años de la austeridad) y la desigualdad socio-económica. Estas tres crisis –tanto en su dimensión económica como política– se retroalimentan y profundizan las tendencias al colapso que se preanuncia en cinco síntomas mórbidos: estancamiento, redistribución oligárquica, saqueo del dominio público, corrupción y anarquía global producto de la crisis de hegemonía norteamericana, que agrega el dramatismo de la posibilidad de accidentes que escalen conflictos internacionales y emparente la situación con la de 1930, aunque aún no está planteado un enfrentamiento entre grandes potencias. De esta fenomenología y lógica de la crisis de 2008 (o más precisamente de la disolución postergada del “capitalismo democrático”) surgen dos conclusiones interrelacionadas que alimentan la perspectiva de barbarie que sostiene Streeck.

La primera es que el capitalismo está muriendo a causa de su éxito, por una sobredosis de sí mismo. Y esta es una muerte lenta, por “miles de cortes”, es decir, por una acumulación de contradicciones que están llevando a una decadencia prolongada. La segunda es que producto de su éxito, el capitalismo habría liquidado a su “sepulturero”: son los capitalistas y no el proletariado los que están cavando su propia fosa.

¿Staatsvolk vs Markvolk? La transformación “hayekiana” que implicó el neoliberalismo significó según Streeck el fin del matrimonio por conveniencia entre “capitalismo” y “democracia”, que solo fue posible en el período excepcional de la segunda posguerra. Aunque la ofensiva neoliberal extendió la democracia formal, lo hizo separándola completamente de la economía, en sus palabras, “deseconomizó la democracia” y “desdemocratizó el capitalismo” a través de sustraer sus instituciones de la presión democrático-electoral, lo que tiene su máxima expresión en la independencia de los bancos centrales. Junto con la globalización implicó una doble pérdida de soberanía del Estadonación, por lo tanto de la “democracia” que solo puede ejercerse en el ámbito nacional. Según Streeck estas condiciones configuran el modelo de lo que llama el “Estado deudor” (y posteriormente de consolidación o austeridad), cuya principal misión es recortar el gasto público y repagar la deuda a instituciones internacionales. Este Estado estaría entre “dos pueblos”: el llamado Staatsvolk, es decir, la ciudadanía del Estado-nación; y el Markvolk, literalmente el “pueblo del mercado” que sería internacional5. El resultado de este proceso es la transformación del sistema político en un espectáculo, en una “post democracia”6, no porque haya habido un putsch o golpe; de hecho se siguen realizando elecciones periódicas, pero la soberanía se ha desplazado de instituciones electas (gobiernos y parlamentos) a instituciones no electas trasnacionales. Son los “mercados”, no los electores, los que imponen la política a través de mecanismos extrapolíticos y antidemocráticos. Una vez más, la muestra acabada de este proceso es la Unión Europea y la troika (remember Grecia), tras el cual asoma el liderazgo hegemónico del imperialismo alemán. Pero la formulación del esquema de los “dos

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pueblos” resulta una simplificación insostenible, y quizás sea el aspecto más débil de la elaboración de Streeck. Se trata de dos abstracciones: no solo el “mercado” no constituye un “pueblo” siquiera en sentido metafórico, sino que el Staatsvolk neutro que postula Streeck tampoco existe: existen las clases y fracciones de clase. Si bien Streeck reconoce que en última instancia el “mercado” también está en el “Estado”, es decir, que la burguesía existe como clase en las fronteras del Estado-nación, en su esquema los antagonismos y la lucha de clases no tienen ninguna centralidad y la contradicción principal es entre el Estado nacional y la globalización. De hecho plantea que esta nueva estructuración de la economía y la geopolítica internacional divide a los Estados en acreedores y deudores y los hace homogéneos en su estructura interna, difuminando los intereses antagónicos de explotados y explotadores. En última instancia, y ante la crisis de los partidos del “extremo centro”, esta es la sustancia sobre la cual se erigen los neopopulismos de extrema derecha y de izquierda que le han dado una voz de colaboración de clases a los perdedores de la globalización.

Interregnum, socialismo y barbarie Entre la muerte no definitiva del “capitalismo globalizado” y la ausencia de una alternativa superadora, Streeck ve por delante un prolongado Interregnum plagado de fenómenos aberrantes, usando la célebre afirmación de Antonio Gramsci. Sin un proletariado que pueda llevar al socialismo el capitalismo colapsará por el peso de sus propias contradicciones, ni vivo ni muerto. En este Interregnum equivalente a la Edad oscura y caracterizado por la entropía social, un puñado de ricos se aislarán (incluso físicamente) de las mayorías empobrecidas, y en el marco de la ingobernabilidad harán su agosto señores de la guerra y dictadores. Más allá de la “poesía” Streeck no logra demostrar que el proletariado en todo el mundo ha sido barrido y reducido a “polvo social”, sencillamente porque no se corresponde con la realidad. Las huelgas con que la clase obrera griega intentó frenar el ajuste de la troika, las luchas y movilizaciones sindicales contra la reforma laboral en Francia, la existencia de sindicatos fuertes en varios países a pesar de la ofensiva neoliberal, desmienten la tesis »


EL MALESTAR EN LA GLOBALIZACIÓN

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sociológica y política fundamental de Streeck. Eso no quiere decir que no haya derrotas, pero si las hay es porque hay lucha de clases. La tendencia al cesarismo y a la dominación más abiertamente despótica del capital no está en discusión. Fue lo que se puso de manifiesto con la crisis y es lo que muestra sin ir más lejos el gobierno de Trump, un bonapartismo débil surgido de la polarización social y las profundas divisiones del aparato estatal. La utilización de las categorías de Gramsci es oportuna para definir la situación: efectivamente la crisis de 2008 ha abierto elementos de crisis orgánicas en los países centrales, expresados en la crisis de los partidos tradicionales. Pero esto no solo ha dado populismos burgueses que buscan capitalizar el descontento con demagogia nacionalista y xenófoba. Los nuevos fenómenos políticos como las decenas de miles de jóvenes que se sumaron a la campaña de Jeremy Corbyn en Gran Bretaña o a la campaña de Sanders en Estados Unidos, son muestras de que lo que prima es la polarización social y política. Streeck tiene razón cuando plantea su escepticismo no solo con respecto al reformismo socialdemócrata tradicional sino también de sus variantes neoreformistas, como Syriza y, nosotros agregaríamos, de los recambios como los de Corbyn o Sanders. Pero frente a estos nuevos gestionadores del capital, apenas propone “desglobalizar” el capitalismo y restaurar la soberanía del Estado-nación, un coqueteo peligroso con el nacionalismo que

incluso ya le costó una polémica por sus posiciones cuestionables sobre la crisis de los refugiados en la Unión Europea7. Por último, Streeck plantea que el fin del capitalismo no puede ser “decretado” por algún “comité central leninista” y descarta la perspectiva socialista como una utopía, surgida de un supuesto “prejuicio marxista” (o más en general, moderno) según el cual el capitalismo solo terminará cuando haya listo un modelo superador, repitiendo sin mucha problematización la caricatura determinista del marxismo. Supuestamente para escapar de este determinismo, anuncia el fin del capitalismo sin asumir la responsabilidad política de qué lo reemplazará. Al final del día, en el esquema teórico-político de Streeck la barbarie actúa como “idea reguladora” a la manera que lo hacía el “socialismo” para el reformismo socialdemócrata, para sostener la nada novedosa política de la colaboración de clases dentro de las fronteras nacionales.

1. Los conceptos aquí discutidos se encuentran desarrollados fundamentalmente en: W. Streeck, Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático, Buenos Aires, Katz Editores, 2016; How Will Capitalism End? Essays on a Failing System, Londres, Verso, 2016, y “El retorno de lo reprimido”, New Left Review (en español) N.° 104, mayo-junio de 2017. 2. Gastón Gutiérrez y Paula Varela, “La democracia y su secreto. Reseña de Naturaleza y forma del Estado capitalista”, IdZ 33.

3. Wolfgang Streeck, “How will capitalism end?”, New Left Review N.° 87, mayo-junio de 2014. 4. Streeck sostiene que la Gran Recesión de 2008 es la última etapa de la crisis iniciada en la década de 1970, las tres anteriores son: la inflación de 1970, la deuda estatal de 1980 y la deuda privada de 1990-2000 que derivó en la crisis de las hipotecas subprime. Estas crisis fueron acompañadas por sucesivas transformaciones del Estado, que pasó de “Estado fiscal” a “Estado deudor” y finalmente a “Estado de consolidación”. Estos movimientos marcan el giro de la “soberanía nacional” hacia la “dependencia de los mercados internacionales”. 5. El Staatsvolk abarca los siguiente términos: ciudadanos, nacional, derechos civiles, votantes, elecciones, opinión pública, lealtad, servicios de interés general. El Markvolk se emparenta con: internacional, inversores, demandas, acreedores, subastas, tasas de interés, “confianza”, servicio de la deuda. Ver: Wolfgang Streeck, “La reforma neoliberal: del Estado fiscal al Estado deudor”, en Comprando tiempo, ob. cit., pág. 85. 6. La situación “postdemocrática” se corresponde a la famosa frase de Margaret Thatcher de que no hay alternativa al neoliberalismo (TINA, como se conoció por su sigla en inglés). Es similar al concepto de “postpolítica” de Chantal Mouffe, al de “extremo centro” de Tariq Ali y al “partido del cártel” de Peter Mair. 7. Streeck denuncia correctamente que detrás de la política de Merkel durante la crisis de refugiados de la UE estaba el interés nacional alemán, pero llega a sugerir que sería democrático que los países de la UE discutieran la cuota de inmigrantes que estarían dispuestos a aceptar. Ver: Wolfgang Streeck, “Scenario for a Wonderful Tomorrow”, London Review of Books vol. 38, N.° 7, 31 de marzo de 2016.


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Entrevista con Fabio Frosini

“Hay un Gramsci después de Laclau” Fabio Frosini (Tivoli, 1966) es investigador de la Universidad de Urbino, considerado uno de los investigadores más importantes de la llamada “joven generación” de estudiosos gramscianos en Italia y a nivel internacional. A continuación ofrecemos extractos de una entrevista realizada por Juan Dal Maso para La Izquierda Diario1 durante su visita a la Argentina. LID: Vos decís en la introducción de La religión del hombre moderno que empezar a estudiar a Gramsci en los ‘80 era una tarea un tanto dificultosa por el clima intelectual que había en ese momento y bueno, siendo este año los 80 años de la muerte de Gramsci me gustaría que me cuentes un poco cómo era ese momento de los ‘80 y qué cambios hubo hasta la actualidad. Bueno, en los años ‘80 en Italia se acuñó esta expresión de reflujo. Cuando se habla de reflujo en Italia, se entiende lo que pasó a partir del ‘78/‘79 hasta principios de los años ‘90. Y es que todos los movimientos sociales que había como consecuencia del ‘68 en Italia, que se habían formado, eran muchísimos, toda la sociedad estaba hirviendo, se encontraban en una situación muy cambiada, que se transformó de manera repentina. Esto coincidió con el secuestro y asesinato de Aldo Moro y con la decisión del Partido Comunista de entrar al gobierno con la Democracia Cristiana. Entonces el marco político pasó de ser una avance de las fuerzas de izquierda en Italia, del Partido Comunista como idea de

llegar al poder, a un clima totalmente diferente. Yo empecé la universidad en el ‘85 y ya la situación era esta; en Urbino, donde cursé mi carrera en filosofía, nadie se ocupaba de Gramsci con excepción de un curso que daba el profesor Giorgio Baratta, en el que me anoté. En Italia pasamos de ver en los años ‘70 el auge del interés por Gramsci a un desinterés prácticamente total. Mi tesis de licenciatura fue sobre el estatuto de la filosofía en los Cuadernos de la cárcel. O sea, intentar enfocar lo que es filosofía en Gramsci y cuál es su manera nueva de ser filósofo. Y esto fue solo un principio, un comienzo muy tímido, porque solo varios años después me he dado cuenta de que si no se entiende el elemento político práctico, político estratégico que está en las categorías que Gramsci acuña, no se entiende nada, ni la filosofía ni nada. Es realmente radical este desplazamiento de la filosofía que Gramsci realiza. Bueno ese fue mi primer trabajo y luego reelaborando mucho, publiqué muchos años después, en el 2003 un libro, Gramsci y la filosofía, y luego, en el 2010, el libro que tú has mencionado antes y en el

año anterior, 2009, otro libro que que se titula De Gramsci a Marx que es un intento de abrir una discusión entre nuestro Gramsci (es decir, el Gramsci de los “gramscianos”) y el Gramsci que estaba llegando de vuelta a Italia después de haber dado la vuelta al mundo, es decir el Gramsci de los estudios culturales, subalternos, poscoloniales. Personalmente no me interesan demasiado los estudios culturales o subalternos, pero es con todo esto que el libro quiere dialogar. Especifícamente, el libro es sobre una determinada lectura que Laclau hace de Gramsci y que estaba entrando entonces en Italia. Porque Laclau en los años ‘80, ‘90 y en los primeros años del nuevo siglo fue totalmente ignorado en Italia... LID: ¿Por buenas o malas razones dirías vos? No lo sé, podría ser casualidad. Nosotros los italianos somos esterófilos totales, desde siempre, y me sorprende bastante que de un pensador tan à la page, totalmente volcado en una idea de presentismo, no se haya percibido la actualidad en términos más estrictos, » si quieres más superficiales también.


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IDEAS & DEBATES

Efectivamente fue ignorado a lo largo de muchos años. Solo hay, que yo sepa, una discusión con él en un libro que un intelectual, un filosofo italiano muy importante Nicola Badaoloni publicó en el ‘88, que tiene un capítulo que se titula “Il gramscismo di Laclau e di Mouffe: consensi e dissensi”, donde él intenta leer a partir de su perspectiva el libro sobre hegemonía publicado en el 1985, pocos años antes, y es un intento de abrir una discusión que luego no tuvo consecuencias. De hecho se empezó a traducir Laclau y Mouffe al italiano muchos años después: si no me equivoco, el primer libro es Hegemonía y estrategia socialista, en el 2011 y luego como efecto bola de nieve, muchos, muchísimos... y en este libro de 2009, de Gramsci a Marx he tratado de abrir un frente de discusión. La cuestión era, sobre todo: hay un Gramsci después de Laclau, en el sentido de que no se puede ignorar este libro, este libro y lo que él ha sido usando su terminología como un parteaguas, un antes y un después. Pero mi idea era que hay un Gramsci después de Laclau en el sentido que hay cosas de Gramsci que sobreviven a Laclau. Incluso pasándolo en esta criba laclausiana hay cosas que no se pueden dejar atrás, y esto era sobre todo la idea de la filosofía de la praxis, de la inmanencia, de las relaciones de fuerza que Laclau ignora totalmente. Y añadiendo a esto inmediatamente la cuestión de la relación estricta en Gramsci entre nacional e internacional: si no se entiende esto, no se entiende como Gramsci piensa el marxismo. LID: Ya que justo estabas hablando de Laclau, él y Mouffe dicen en Hegemonía y estrategia socialista, que en la lectura de Lenin y Trotsky sobre la relación entre tareas de una revolución democrático burguesa y un sujeto proletario que sería el que las tiene que llevar adelante, hay un principio de una lógica hegemónica porque no habría una correspondencia mecánica entre las tareas políticas y la clase social que las tiene que llevar adelante. Pero critican que ese sería un pasaje o un desplazamiento incompleto porque para llevar eso hasta el final habría que postular un sujeto popular democrático que sea el agente de esas tareas. Al plantear un sujeto que se determina por las tareas ¿no termina siendo un punto de vista objetivista? El objetivismo se refiere al movimiento democrático que tendría que ser el sujeto de la hegemonía... LID: que según ellos se deriva del carácter de las tareas... Sí, yo creo que coincido bastante contigo, en el sentido de que hay dos lineas que no

consiguen, en este libro, dibujar algo coherente. Por un lado hay un increíble objetivismo, yo diría incluso esencialismo, del movimiento democrático como tal. Porque al final de este libro nunca se entiende si este movimiento es algo que surge de una dinámica social o no tiene nada que ver con esto. Yo diría más bien la primera: toda la historia de la modernidad se cuenta en este libro como una progresiva disolución de las relaciones ya dadas. El problema es que justo de este entramado objetivo nace un movimiento que tiene su identidad en esta falta relaciones tradicionales, entonces esto efectivamente es una forma de esencialismo, al revés si quieres. Yo diría más, en este libro hay una especie de filosofía de la historia en el sentido más tradicional del término. Este libro surge de un hecho que son los movimientos sociales que había entonces; estaban los teóricos pero también los movimientos mismos, los nuevos, los que se llamaron “nuevos movimientos sociales”. Y el libro se puede leer como todo un trabajo para justificar este hecho, en ese sentido una filosofía de la historia. Esto es una línea, una parte. La otra parte es de carácter teórico, categorial, que es, en mi opinión, mucho más interesante, que es la idea según la cual lo político, lo que es política, no se puede pensar como reflejo, derivación de algo, la expresión simplemente de algo que está por fuera de la política. Toda la idea de hegemonía está allí al final: la idea de que a partir de la política se produce algo, no es simplemente un repetir, débil respecto a lo que es el impulso desde abajo, desde las bases, de la estructura económica. Entonces la idea de pensar la política como una esfera ontológica es una idea interesante, muy importante; pero ¿el límite dónde está? Está en el hecho de que al final –y este es otro enigma que Laclau ha dejado para nosotros que seguimos leyendo y pensando sus problemas– es que él nunca intentó hacer un análisis hegemónico de la economía. El dice “estructura/superestructrura es un contrasentido porque a partir de esto no se hace política”, y por otro lado en varios lugares, no solo en este libro, hasta en el libro sobre el populismo, ha escrito que para hacer un análisis concreto de una situación (en sentido gramsciano diría yo) en su especificidad, hay que llegar a un análisis hegemónico de la economía. Este análisis nunca lo ha hecho. Y cuando habla de economía es increíblemente –voy a usar un adjetivo un poco fuerte– banal, en el sentido de que la economía es el desarrollo del capitalismo casi como un movimiento automático. O sea, lo único que dice es que de ahí no se puede deducir una política pasando por intereses objetivos o lo que sea, que hay un corte. Pero luego de haber producido este corte –que es importante, creo

que tiene razón y Gramsci dice lo mismo– no ha vuelto a suturar el corte, pero a partir de la política, no ya de la economía, para hacer un análisis estratégico y político hegemónico en sentido fuerte de lo que es la economía. Entonces lo que falta son las relaciones de fuerza, porque Gramsci piensa la realidad entera con esta noción: a partir de las relaciones económico-sociales, pasando por lo que es específicamente político, pero que tiene todo un amplio espectro de niveles, problemas, hasta lo político-militar. Están a niveles diferentes y tienen su temporalidad propia, no se puede negar que la temporalidad de la economía sea muy diferente de la temporalidad cultural o mejor aún político-estratégica y militar. En este sentido la esfera de la economía funciona como una especie de marco porque es más estable pero no es fija y no determina. LID: Sé que conocés la obra de Portantiero y Aricó y la experiencia de Pasado y Presente, en particular yo había leído un trabajo que escribiste sobre Los usos de Gramsci de Portantiero. Quería que me cuentes también de paso para analizar un poco esta tradición gramsciana que hay en Argentina que es muy fuerte, ¿qué valoración hacés del trabajo de Portantiero y qué evaluación hacés más en general de la experiencia de Pasado y Presente? Quiero decir que no puedo definirme un experto de la cultura argentina y tampoco de las lecturas que se han dado en Argentina. Es una historia compleja, la historia latinoamericana y sobre todo la argentina. Hay muchísimas corrientes diferentes. Lo que es específico en la historia de Pasado y Presente es el modo en que salen del Partido Comunista, es esta capacidad que tienen –de por lo menos hasta el golpe y los años después– de pensar una relación posible entre la tradición peronista y el marxismo. La absorción de la tradición comunista italiana me parece muy fuerte en Pasado y Presente, la experiencia de un comunismo que ha conseguido ser nacional: esto es el “invento” del comunismo italiano, de Gramsci y después Togliatti. Yo creo que estos elementos que se pueden describir en términos de flexibilidad ideológica y rigurosidad analítica, pasan a esos intelectuales y que eso explica también el mismo libro Los usos de Gramsci, que es un libro que se propone una traducción, que se plantea el problema de qué quiere decir traducir. Y de ahí luego en Aricó el libro sobre Marx y América latina y La cola del diablo, donde hay unas páginas sobre la traducibilidad en Gramsci que es una categoría de la que nadie hablaba entonces. Es muy original esta lectura. Yo creo que Los usos de Gramsci es un libro que tiene una inestabilidad interna, porque está hecho por varios textos de momentos diferentes y ya se anuncia el Portantiero de después,


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que prefiere Bobbio a Gramsci, que empieza una temporada totalmente nueva. Pero es como un punto de equilibro casi milagroso entre lo que había hecho antes, y lo que hará después. En mi opinión es un gran libro, es una reflexión profunda al mismo tiempo sobre cómo es posible pensar el marxismo aquí y sobre Gramsci en términos teóricos, y las dos cosas se alimentan recíprocamente. En este libro hay inventos teóricos –y diría yo descubrimientos teóricos– que están totalmente condicionados por esta capacidad que tiene Portantiero de pensar la relación nacional-internacional. Al final todo lo que pasa en un país es la expresión peculiar de un proceso global, esta es la idea fundamental, pero el proceso global hay que expresarlo en tu propio idioma En este caso es el comunismo como proyecto, que no es un proyecto abstracto sino que es parte de la historia, de Europa y que hay que pensar desde este lado del océano. Creo que sobre todo es esta la herencia de Pasado y Presente, esta capacidad de pensar al mismo tiempo de manera política y teórica donde estos dos niveles tienen una relación muy estricta, sino no se explica la sensibilidad de Aricó por la traducibilidad y no se explican muchas cosas del libro de Portantiero. Por ejemplo Portantiero insiste mucho sobre los consejos de fábrica, que es la única manera para poner en cuestión el Estado realmente, o sea es una manera para pensar la democracia, y solo a partir de ahí se puede luego pensar la guerra de posiciones de una manera no “reformista” en un sentido peyorativo. La guerra de posiciones tiene su significado solo si se pone en relación orgánica con la cuestión se planteó en Turín entre el ‘19 y el ‘20. En mi opinión, el texto más interesante del libro es el texto sobre la coyuntura, que Portantiero publicó en una revista y luego en el libro. Yo antes estaba citando de este texto cuando he hablado de temporalidades diferentes. Él formula las relaciones de fuerza exactamente como una manera para ir más allá de la dicotomía base-superestructura, sin caer en un voluntarismo. Y sobre todo valoriza la coyuntura en el sentido de que si no hay análisis de coyuntura no hay teoría. De ahí viene el carácter totalmente específico del análisis que tienes que hacer en el marco de un proceso global. LID: Vos hablabas antes de Pasado y Presente y el peronismo. Acá en la Argentina una de las instituciones donde más ha impactado el peronismo son los sindicatos. ¿Cómo ves vos el análisis que hace Gramsci sobre la burocratización de las organizaciones obreras tradicionales dentro de lo que es la temática del Estado integral? En Gramsci hay dos momentos diferentes de esta reflexión, una está en Turín y allí es una polémica con los mandarinos sindicales,

contra el mandarinismo sindical, y sobre todo contra la idea de que el sindicato pueda ser el marco de una acción política autónoma. Gramsci polemiza muchísimo con los sindicatos, subrayando el hecho de que los sindicatos producen una acción per se determinada, que no puede ir más allá de ciertos límites. Y eso tiene que ver con la democracia, con el problema del régimen representativo de tipo nuevo, que son los soviets y los consejos en Italia. La idea de que entre la producción y la política hay que encontrar formas nuevas que no son por un lado el sindicato solo económico, luego el partido, luego el parlamento, sino una relación directa de autogobierno, de autonomía, autoorganización, etc. Y otro momento está en los Cuadernos de la cárcel. Pero en este caso hay una reflexión de carácter diferente. Gramsci da por supuesto que el Estado ha cambiado, es algo que en el ‘20 no se veía todavía de manera tan clara. Y ha cambiado justo en el sentido de extenderse a toda una serie de momentos que no son estrictamente estatales, pero al final funcionan como tales. O sea el Estado involucra, o mejor dicho entra en todas las áreas, espacios donde antes no entraba, no le interesaba entrar, no era necesario entrar. Y esto porque la conflictualidad ha llegado a un punto crítico más allá del cual se plantea una cuestión de hegemonía alternativa. Y es interesante que Gramsci en un texto muy tardío, que escribe en el ‘33, cuando intenta resumir lo que ha sido lo nuevo que ha venido, dice “esto se puede llamar fenómeno sindical, pero no en sentido estricto, sino que una nueva clase social, los proletarios, se ha organizado”. Entonces con sindicatos se puede entender en sentido amplio los momentos de autoorganización de la clase obrera, de los proletarios y también de los campesinos claramente. Todo un proceso de autoorganización de las masas populares que por el mismo hecho de existir ponen en discusión el equilibrio de la hegemonía liberal. Entonces el Estado cambia por esta razón, porque tiene que contestar a este desafío y la respuesta se articula en Europa de manera diferente: en Italia es el fascismo, que directamente absorbe estas estructuras que pertenecen a la sociedad civil, son privadas, voluntarias y las transforma en articulación del Estado. Entonces el sindicato único, el partido único y luego todos los momentos en que el Estado va organizando a la sociedad; el ocio, la salud, todos los momentos de la vida se convierten en un momento de la actividad del Estado. Y esto es un formidable proceso de burocratización donde Gramsci ve una doble cara. Por un lado la burocracia es la expresión de una sociedad que no consigue darse una regulación en otros términos. Entonces la burocracia se va cristalizando hasta convertirse en una especie

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de partido autónomo: es un fenómeno que pertenece a un mundo burgués liberal, pero en algunos países es más fuerte que en otros. Pero hay otra acepción de burocracia que es la idea que la articulación social necesita funcionarios de todos modos. Entonces esos funcionarios pueden no ser burócratas en sentido estricto, pueden ser burócratas informales. Y esto es que representa al Estado, o sea, tal funcionario no es un funcionario público, es, pongamos, un organizador sindical que no depende del Estado, pero representa al Estado en el sindicato, es el Estado dentro del sindicato, y esto pasa por una transformación de la relación entre público y privado y una conformación cada vez más fuerte de la vida social. En este sentido el Estado integral es un Estado que se enfrenta a los sindicatos, en el caso específico que tú preguntabas, con esta doble función: o absorbe los sindicatos –que puede no ser una absorción por ley sino de hecho– o se crea esta presión social tal que al final los sindicatos funcionan como parte del Estado. Al final la distinción entre lo que es público y lo que es privado, lo que pasa por derecho o por hecho no es importante. Gramsci ve este tipo de sociedad como muy organizada, muy articulada y esto gracias al hecho de que se ha desactivado la dicotomía público privado como una dicotomía fundamental que define al Estado. Y por esta razón él escribe, en mi opinión, un texto muy importante sobre el parlamentarismo negro, que dice que incluso donde hay parlamento, el parlamento de verdad está fuera del parlamento. Ahí se ve perfectamente cómo él está pensando en estados europeos, supongamos Francia o Bélgica donde este movimiento de transformación del Estado se va afirmando también. Incluso en términos no totalitarios, no de Estados totalitarios como es el Estado fascista. No lo ve necesariamente como una pérdida de potencialidad democrática, incluso porque justo no es una forma tan clara desde un punto de vista jurídico. Esta manera de administrar, de gobernar, está más cerca de la democracia respecto de lo que era el liberalismo anterior. Se ha perdido el corte neto entre la sociedad civil y el Estado y por esta razón el pueblo, el demos, está mucho más involucrado en procesos políticos. Es una forma de control pero que no puede evitar acercar a las masas a la política.

1. El video está disponible en www.laizquierdadiario.com/Fabio-Frosini-Hay-un-Gramsci-despuesde-Laclau.


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RevoluciOn rusa

Ilustración: Esteban Peralta

Violencia y revolución en 1917 MIKE HAYNES Historiador. La nota fue publicada originalmente en inglés el 17/7/2017 en www.jacobinmag.com.

En 1917, la violencia de la guerra se expandía por todas partes. Hacia el final de Historia de la Revolución rusa, Trotsky escribió: ¿No es sorprendente que los que se indignan más frecuentemente de las víctimas de las revoluciones sociales, sean esos mismos que, si no han sido directamente los causantes de la guerra mundial, han preparado y glorificado a sus víctimas, o incluso se han resignado a verlas morir?1

Los informes calculan entre 15 y 18 millones de soldados y civiles muertos durante la Primera Guerra Mundial. A fines de 1917, un médico socialista calculó que “la carrera salvaje de los carros de la muerte” había producido, “6.364 muertes por día, 12.726 heridos y 6.364 discapacitados”. Su precisión probablemente sea falsa, pero su sensación de la escala,

no. La gente moría en batalla, por las hambrunas y enfermedades que venían con ella. La Revolución de Febrero estalló en la semana 135 de la guerra. Octubre llegó en la 170. En ese período de casi 250 días –que algunos historiadores presentan como un período de derramamiento de sangre revolucionario, con quizá cerca de 2.500 muertes– las personas que habían muerto en Europa ascendía a la escalofriante cifra de 1,5 millones. En los frentes del Este de Europa murieron menos personas entre febrero y octubre, pero así y todo la cifra llegó a 100 mil. Esta paz relativa se explicaba, en gran parte, porque las tropas rusas habían comenzado a dispersarse, y disparaban a veces a quien intentaba detenerlos. Se cometían asesinatos como un escape a la muerte, para evitar que otros murieran: la violencia es algo complejo.

Y sucede en diferentes direcciones. En mayo de 1917, las lavanderas de Petrogrado iniciaron una huelga. Intentaron obligar a todos a abandonar el lugar de trabajo echando agua en las estufas y planchas. Algunos propietarios de las lavanderías arrojaron agua hirviendo a las huelguistas, amenazándolas con planchas calientes, atizadores y hasta pistolas. Hay más violencia porque ninguna verdadera revolución se desarrolla sin sangre. Pero mucha de esa violencia llega después, cuando el viejo orden, desorientado al principio, comienza a responder. En 1917, el patrón de la violencia era modesto en comparación con la brutalidad de la Primera Guerra Mundial o la guerra civil que seguiría. Incluso, podemos encontrar ejemplos de revolucionarios que actúan de forma generosa hacia el enemigo –actos tontos, ya


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que aquellos que eran liberados se unían rápidamente a la contrarrevolución armada. Es demasiado simple decir “la violencia engendra violencia”. Será mejor penetrar alguno de los mitos sobre la revolución y su violencia.

La sangrienta revolución sin sangre La Revolución de Febrero parecía reunir el más amplio apoyo, pero fue extremadamente violenta en comparación con otros acontecimientos de ese año. Las tropas y la Policía dispararon contra la multitud, y algunos en la multitud respondieron a los disparos. Soldados dispararon a otros soldados. La mayoría de los informes calcula el número de muertos en Petrogrado cercano a 1.500, pero probablemente sea una subestimación. Los que caían al servicio de la revolución eran recompensados con ceremonias masivas jamás vistas. Asistía casi la mitad de la ciudad –un millón de personas–. El viejo orden había desaparecido. Las multitudes guardaban luto y celebraban con nuevos aires de fraternidad. Incluso hoy, tendemos a ver Febrero a través de lentes color de rosa, quizá porque el humor cambiaría muy rápido en los meses siguientes. El nuevo gobierno provisional –mucho más a la izquierda que el resto de los gobiernos del mundo– quería establecer la forma más avanzada de la democracia liberal imaginable, pero debían hacerlo sobre las ruinas del viejo orden zarista. Alexander Kerensky escribió más tarde, “a lo largo de todo el territorio ruso no solo no existía el poder del gobierno sino que literalmente no había policías”. Las prisiones se habían abierto en febrero, fueron liberados no solo los prisioneros políticos sino miles de criminales. La gente asaltaba tiendas de armas.

El gobierno intentó desarrollar nuevas políticas, nuevas instituciones y nuevas organizaciones, incluidas las milicias populares para mantener la paz. Ofreció amnistías, abolió la pena de muerte y garantizó los derechos de reunión. También quería transformarse en un puente entre los que tenían y los que no. En ello radicaba el problema: las elites querían un tipo de orden y el pueblo, otro. Días después de la abdicación del Zar, un oficial escribió, “Creen [los soldados rasos] que las cosas deberían mejorar para ellos y empeorar para nosotros”. Ambos lados chocaron sobre qué era la justicia y el orden, y qué tipo de fuerzas se necesitaban para alcanzarlos. En abril, el príncipe L’vov, entonces Primer Ministro, publicaba circulares que imploraban a la gente que deje de cometer delitos. Es necesario, se podía leer, “poner fin a toda manifestación de violencia y robos con todo el peso de la ley”. Esto incluía robos callejeros pero también significaba que los campesinos dejaran de “robar” la tierra a los terratenientes. Establecer el orden era casi imposible. Las presiones locales obligaban a las nuevas autoridades a actuar –o no hacerlo– de maneras que socavaban las órdenes de Petrogrado. En octubre, solo 37 de las 50 provincias de la Rusia europea poseían nuevas fuerzas policiales. Mientras tanto, grandes secciones del Ejército estaban cada vez más inquietas.

Un mundo de cabeza En los días de Febrero, un ladrón ágil robó una casa declarando que venía de parte de un comité revolucionario. Rápidamente, otros siguieron su ejemplo. La tasa de delitos crecía en todas partes. En octubre, John Reed escribió: “las columnas de los diarios [de Petrogrado] estaban

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repletas de informes sobre los robos y asesinatos más audaces, y los criminales no eran hostigados”. La gente dejó de llevar objetos de valor y puso cerrojo a sus puertas. Los criminales bromeaban sobre que ahora necesitaban protección policial porque eran los únicos que tenían algo que valiera la pena robar. El colapso del Ejército planteó un problema más grande. Donde se mantenía unido, seguía siendo en gran parte una fuerza del orden, pero el control se le escapaba de las manos al gobierno provisional y a los revolucionarios. Mientras tanto, la deserción en masa producía una violencia grave cuando las pandillas de soldados saqueadores trataban de regresar a casa o sobrevivir en los márgenes de la ciudad. El problema más grande, sin embargo, era que la revolución había puesto al mundo de cabeza. La vieja Rusia del respeto y la sumisión se había esfumado. La gente solía salir con sus uniformes militares y civiles, sus galones y charreteras, botones y cintas en todas partes. Ahora no podían salir de sus casas sin arriesgarse a situaciones de violencia. Al principio, la elite menospreciaba los acontecimientos que se desarrollaban con una sonrisa irónica. “La revolución era comprendida por los niveles más bajos como algo similar al carnaval de Pascuas”, escribía un contemporáneo, “por ejemplo, los sirvientes desaparecían durante días enteros, paseaban con sus brazaletes rojos, viajaban en automóvil, volvían a casa a la mañana con el tiempo justo para lavarse y volver a salir a divertirse”. Pero el humor cambió cuando parecía que la revolución no pararía. Las masas ya no parecían resignadas y patrióticas, agradecidas incluso por las migajas. Ahora, se reunían vestidos con sus ropas húmedas y sucias y empezaban a hacer demandas. Se quejaban, escupían, insultaban. En lugar de un “mito »


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RevoluciOn rusa

patriótico”, decía Trotsky, el pueblo se había transformado en “una horrible realidad”. Se puede sentir el cambio de humor en la forma en que los observadores describen a la gente común. Los héroes de Febrero ahora son descritos como una masa ignorante. Cuando Vladimir Nabokov, un elegante demócrata constitucional, describió los días de julio en Petrogrado, escribió que el pueblo tenía “las mismas caras locas y tontas, como animales, como las que habíamos visto en los días de febrero”. Representaban un “desborde elemental” al que había que temer. Los privilegiados decían, sin ironías, “no nos hagan lo que les hicimos a ustedes”, cuando las comunidades campesinas tomaban tierras y las redistribuían sobre bases igualitarias. En algunos casos, se le entregaba al viejo terrateniente una parcela de campesino. Haber visto la casa señorial quemarse probablemente era, para el señor, un acto final de humillación. Pero para los campesinos, representaba un gesto de justicia natural. Cuando los oficiales detenidos se quejaban sobre las condiciones de los fuertes de Kronstadt, sus nuevos carceleros respondían: “Es cierto que los edificios de la prisión en Kronstadt son horribles, pero son las mismas prisiones que construyó el zarismo para nosotros”. Trotsky, a quien el gobierno provisional había encarcelado, se divertía cuando, en octubre, los partidarios del gobierno imploraron no encarcelar a los ministros detenidos en los mismos lugares en los que él había estado cautivo. Trotsky les permitió gozar del arresto domiciliario durante un tiempo. La Revolución de 1917 no se libraba por cuestiones abstractas de la ley y el orden: el pueblo peleaba batallas reales para dirimir la ley y el orden de quien gobernaría el país.

¿La tierra de quién? La ley emerge de estructuras sociales y políticas. Un diario insistía en que “los principios más elementales de la sociedad [son] la seguridad personal y el respeto por la propiedad privada”, pero una pancarta en una manifestación decía: “el derecho a la vida es más importante que los derechos a la propiedad privada”.

La mayoría de los campesinos creía que la aristocracia había usado el poder del Estado para arrancarles la tierra. “Poseer la tierra, como propiedad, es uno de los crímenes más antinaturales”, pero “este crimen es considerado un derecho de acuerdo con las leyes humanas”, escribió un campesino autodidacta2. “La injusticia de la propiedad privada de la tierra está relacionada inevitablemente con las tantas injusticias y actos malvados que requieren su protección”. Recuperar la tierra se transformó en un acto de restitución. Algunos miembros de las oficinas locales del gobierno provisional compartían esta visión, pero los terratenientes, como era de esperarse, no. En Petrogrado, el gobierno se equivocó y prometió una reforma legal sobre la tierra en el futuro. Los radicales lo veían de forma diferente. “Existe una contradicción básica entre nosotros y nuestros adversarios en la comprensión de qué es la ley y qué es el orden”, decía Lenin: Hasta ahora, creían que la ley y el orden era lo que convenía a los terratenientes y burócratas, pero nosotros sostenemos que la ley y el orden es lo que conviene a la mayoría de los campesinos… Lo importante para nosotros es la iniciativa revolucionaria; las leyes deberían ser el resultado de ella. Si esperan a que la ley esté escrita, y no desarrollan ustedes mismos la energía revolucionaria, no obtendrán la ley ni la tierra.

Esta convicción clamaba por un nuevo sistema legal, de abajo hacia arriba. En El Estado y la revolución, Lenin desarrollaba esta afirmación extraordinaria. Para lidiar con los excesos y el crimen, escribía: ...no hace falta una máquina especial, un aparato especial de represión; esto lo hará el propio pueblo armado con tanta sencillez y facilidad como cualquier grupo de gente civilizada, incluso en la sociedad actual, que interviene para poner fin a una pelea o para impedir que se maltrate a una mujer3.

Máximo Gorki no estaba de acuerdo, cuando mencionaba que había visto gente en las

aldeas campesinas unirse alegremente a la violencia, no solo contra las mujeres. En gran medida, los historiadores se han puesto del lado de Gorki, al prestar llamativamente poca atención a lo que producía verdaderamente este choque entre el viejo y el nuevo orden. Después de Febrero, nuevas fuerzas del orden empezaron a emerger. Los soviets y los comités de fábrica crecían y comenzaban a organizar fuerzas, aunque de forma inadecuada. En Kornstadt, que algunos vieron como la encarnación de la brutalidad revolucionaria, el soviet y los comités cerraron burdeles, prohibieron la ebriedad en público e incluso los juegos de cartas. Las milicias obreras se formaron, también, separadas de aquellas que obedecían al gobierno provisional. Estas milicias aparecieron espontáneamente en Petrogrado y algunos otros lugares. Quizás con algo de exageración, el Pravda decía que, por estos grupos, “el vandalismo desapareció de las calles como el polvo durante los vientos de tormenta”. Hacia fines de marzo, mientras el gobierno intentaba crear su propia fuerza policial, los trabajadores establecieron más unidades de la Guardia Roja, sobre todo en Petrogrado. Sus números tuvieron altibajos pero aumentaron en octubre. En la víspera de la revolución, es posible que hayan existido en toda Rusia. Jóvenes e inexpertos, aunque posiblemente más efectivos que la milicia civil desmoralizada, estos oficiales servían como ejemplo del orden alternativo. “La prensa acusaba a la milicia de actos de violencia, requisas y arrestos ilegales”, escribía Trotsky, Es indudable que la milicia empleó la violencia: fue creada exactamente para eso. Su único crimen consistió, sin embargo, en restaurar la violencia para lidiar con los representantes de esa clase que no estaba acostumbrada a ser objeto de la violencia y que no quería acostumbrarse a ello.

Los revolucionarios llamaron a poner en pie un ejército probolchevique también y, en Petrogrado, jugaron un rol clave en octubre. El choque de visiones surgía en cómo describían a estos soldados. El gobierno provisional


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“Las milicias obreras se formaron, también, separadas de aquellas que obedecían al gobierno provisional. Estas milicias aparecieron espontáneamente en Petrogrado y algunos otros lugares.

los llamaba “no confiables”, pero para aquellos que impulsaban la revolución, las únicas “unidades no confiables” eran aquellas que todavía apoyaban al gobierno.

Orden desde abajo En su búsqueda de orden, el gobierno provisional recurrió a la violencia. Hicieron que la agitación antiguerra en el frente sea castigada con trabajos forzados. Kerensky lanzó la ofensiva de junio con la esperanza de ayudar a los Aliados en el esfuerzo de guerra y alentar el orden interno, pero muchos soldados se negaron a pelear. Luego, en julio, en movilizaciones callejeras confusas, murieron 56 personas en Petrogrado. El gobierno señaló las Jornadas de Julio como un intento de golpe. Arrestó a Trotsky y empujó a Lenin a la clandestinidad. El Ejército reintrodujo la pena de muerte en el frente, pero llevó adelante pocas ejecuciones porque las tropas se oponían. Las clases altas comenzaron a ver al comandante en jefe, el general Kornilov, como un líder fuerte. Cuando su apuesta por el poder fracasó, la situación se volvió todavía más tensa. Las tomas de tierra crecían en el campo, y el gobierno desplegaba sus pocas tropas confiables para frenarlas. Los acontecimientos de octubre contrastaron de forma aguda con la violencia caótica de febrero. Quizás murieron 15 personas en Petrogrado, y unas 50 aproximadamente resultaron heridas. El gobierno provisional se había vuelto una cáscara vacía. “Apestamos a decadencia”, dijo un ministro. La violencia era contenida por el nuevo poder ascendente: el soviet. Un domingo, el 22 de octubre, el régimen de Febrero vio cómo cientos de miles de personas inundaban las calles para apoyar el día del Soviet de Petrogrado. De haberse dado una verdadera batalla, el gobierno debilitado podría haber llamado, a lo sumo, a 25 mil partidarios armados. Al menos 100 mil soldados estaban preparados para pelear por el Soviet. De hecho, los revolucionarios llevaron adelante la toma con un orden destacable. El Soviet de Petrogrado publicó afiches que decían:

El Soviet de Diputados de Obreros y Soldados asume la guarda del orden revolucionario en la ciudad… La guarnición de Petrogrado no permitirá ninguna violencia ni desorden. La población está invitada a arrestar a los vándalos y agitadores de las Centurias Negras y llevarlos a los comisariados del Soviet más cercanos.

Cuando cayó el Palacio de Invierno, los comandantes bolcheviques salvaron a los ministros de ser asesinados y, en lugar de ello, fueron arrestados. Las tropas registraban a los atacantes, a los defensores y a los ladrones para prevenir el pillaje. El Ministerio de Guerra, que casi no funcionaba, envió a los revolucionarios un elogio ambiguo en uno de sus últimos mensajes: Los insurreccionados preservan el orden y la disciplina. No ha habido destrucción o pogromos. Al contrario, las patrullas de la insurrección han detenido a soldados que merodeaban… [El] plan de la insurrección indudablemente estaba preparado con anticipación y fue llevado adelante con inflexibilidad y armonía.

de 1918, la Revolución rusa parecía haber triunfado. Llamaba a la paz y le pedía al pueblo levantarse y conseguirla. Pero las potencias europeas no querían ni paz ni una revolución exitosa en el umbral –por eso las potencias centrales rompieron el armisticio y desplegaron su propia violencia sobre el frente del Este. También apoyaron la violencia contrarrevolucionaria en Rusia. De hecho, sin ayuda externa, es difícil entender cómo pudo sostenerse la guerra civil posterior. A fines de 1917, el excomandante en jefe, el general Alekseev, llamó a las fuerzas antibolcheviques a reunirse en las regiones de Don y Kuban. Para febrero de 1918, solo 4 mil soldados se habían presentado. El año anterior, los oficiales rusos llegaban a 250 mil. Aparentemente, muy pocos estaban dispuestos a seguir peleando. Sin mayor apoyo desde afuera, estos contrarrevolucionarios nunca hubieran tenido la confianza ni los medios para continuar su guerra. En este contexto, como dijo Trotsky más tarde, la revolución también debió aprender a ser cruel. Traducción: Celeste Murillo.

El 26 de octubre, el Soviet llamó al resto de Rusia a adoptar el nuevo orden: “Los ojos de toda la Rusia revolucionaria y el mundo entero están sobre ustedes”. En Petrogrado, destruyeron 9 bodegas de vino para evitar la ebriedad de la victoria. Hubo batallas duras en Moscú y varios cientos murieron. Pero en la mayoría del país, dijo Lenin más tarde, “entrábamos en cualquier pueblo que nos gustaba, proclamábamos el gobierno del Soviet, y en pocos días 9 de cada 10 trabajadores se ponían de nuestro lado”. Las cosas se volvieron más violentas en la periferia, donde los defensores del gobierno provisional podían utilizar segmentos del viejo ejército para resistir la revolución. Fue allí donde ocurrieron los mayores derramamientos de sangre.

1. León Trotsky, Historia de la Revolución rusa, disponible en www.marxists.org.

Aprender a ser cruel

2. Citado en el original. Mark D. Steinberg, Voices of Revolution, 1917, New Haven, Yale University Press, 2001.

Las revoluciones son actos violentos, pero la violencia tiene muchas caras. Para comienzos

3. V. Lenin, “El Estado y la revolución”, Obras Selectas 2, Buenos Aires, IPS-CEIP, 2013.


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REFLEXIONES SOBRE EL GIGANTE FRAGMENTADO ¿Qué clase obrera dejó el kirchnerismo? ¿Los muchachos son peronistas? ¿Estamos como en los noventa? ¿Hay una nueva generación de trabajadores? ¿Existe la solidaridad obrera? ¿Qué es lo que se considera justo? ¿Hay identificación de clase o ganó la meritocracia? Especialistas en estudios del trabajo y los sindicatos nos dan su opinión sobre el libro El gigante fragmentado. Sindicatos, trabajadores y política durante el kirchnerismo, coordinado por Paula Varela y que cuenta con artículos de Mariela Cambiasso, Rodolfo Elbert, Julieta Longo, Clara Marticorena, Juliana Tonani y Débora Vassallo.


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DISCIPLINAMIENTO FABRIL Y ESTRATEGIAS DE ACCIÓN COLECTIVA Patricia Alejandra Collado Socióloga, UNCuyo.

Numerosos interrogantes acerca de los grandes cambios que han padecido los trabajadores/as industriales respecto a la intensificación de su trabajo y el aumento de los mecanismos disciplinarios que los sostienen se relacionan con la forma en que las empresas construyeron el denominado “consenso de fábrica”. O más ajustadamente el problema es, para los que se preocupan por el deterioro flagrante de las condiciones y relaciones laborales, desentrañar los modos que impusieron e imponen mayores ritmos de trabajo, aumentan las exigencias de enriquecimiento de tareas, se suman múltiples usos de las capacidades del trabajador/a y exacerban controles. En suma, la cuestión parece dirigirse a desentrañar el incremento de la productividad humana a marchas forzadas en el siglo XXI. Entrar a la cuestión sindical por la vía de las condiciones y condicionamientos del trabajo resulta no sólo provechoso sino también innovador, en relación a valorar cómo recusaron, se opusieron y organizaron los trabajadores frente a la embestida del capital. A la vez, colabora a reflexionar acerca de los márgenes que constriñen la organización de la clase obrera, la innovación organizacional y la conflictividad laboral a la hora de sostener y legitimar demandas. Un desafío por demás relevante para comprender e interpretar la situación de los obreros industriales hoy y un importante reto para los intelectuales-investigadores-militantes comprometidos con los/ as trabajadores. En este contexto, las investigaciones que coordina Paula Varela tratan las experiencias de participación sindical de trabajadores industriales de la zona norte del conurbano bonaerense, en la emergencia de un remozado “sindicalismo de base”. Cada uno de los aportes que integran el trabajo colectivo nos brindan pistas para desentrañar la segmentación de intereses, las potencialidades y/o debilidades de las organizaciones emergentes en el período y la renovación de demandas de un movimiento obrero que hasta ahora aparece como “gigante fragmentado”. Un conjunto de siete artículos van desbrozando un posicionamiento claro en torno al análisis del movimiento obrero fabril bonaerense y conforman una pintura de esta porción de los trabajadores a partir del abordaje de tópicos clave que

han constituido la agenda de nuestro campo de estudios como la revitalización sindical, la disciplina fabril, las tradiciones políticas y militantes, los modos de legitimación de las demandas obreras, las experiencias innovadoras de organización de base en el lugar de trabajo y el “rearmado” de la solidaridad, entre otras cuestiones importantes. A fin de comprender cómo se configura la participación y conformación del colectivo de trabajo las investigaciones complejizan el análisis acerca de las posibilidades de la organización sindical de base a partir de las innovaciones en los disciplinamientos de fábrica. En los casos tomados las empresas se apoyan en el sindicalismo “tradicional” para lograr “consenso”. El trabajo en pinzas que conjugan empresa-sindicato en la imposición de una cultura empresarial de nuevo cuño, se asienta en el borramiento de las experiencias de lucha y organización de la clase. De este modo, la labor de los sindicatos patronales sobre los trabajadores se presenta como marco para comprender los procesos de docilización del colectivo de trabajo y los cambios que las organizaciones sindicales protagonizan a fin de canalizar las demandas laborales sin producir desbordes, minimizando el conflicto. Así, la confrontación y acción colectiva obrera basista encuentran uno de sus límites mayores en el mismo sindicato, brazo férreo en la concreción del control laboral. En paralelo, se describen en otras experiencias de vida fabril los modos de percepción que elaboran los trabajadores sobre la legitimidad/ilegitimidad de la explotación: hasta dónde las exigencias laborales son permitidas y acordadas y sobre qué límites se constituye lo ilegítimo. Esto último pone a prueba la consideración del desgaste de la fuerza de trabajo en relación a franquear la frontera de lo soportable o, como indican los mismos trabajadores, la posibilidad de “romperse” en y por el trabajo. En este filo delgado que pone en riesgo tangible la propia integridad de la fuerza laboral, se constituye la emergencia de una demanda legítima, último recurso que sostiene la viabilidad y legitimidad de la acción colectiva. Otra vía de ingreso a la vida organizacionalpolítica de los trabajadores interesa en función del rearme de los lazos de solidaridad. Y estos son explorados en dos dimensiones:

en su conformación “interna” y “hacia fuera”. Ambas perspectivas reactualizan estudios clásicos sobre sindicalismo en una nueva clave de interpretación. La primera se detiene a indagar las formas que en que las tradiciones ideológicas-políticas-partidarias operan en la gestación de grupos y en el clivaje de las corrientes sindicales. Fundamentalmente interesan aquí las formas en que las tradiciones “operan” en la visión acerca de la definición de sí que elabora cada grupo, de la percepción sobre los “otros” y de los objetivos que puede alcanzar la organización sindical (para qué existe). Este acercamiento acepta la heterogeneidad del colectivo de trabajadores y rehúye la simplificación que asume la dicotomía “izquierda” y “derecha” a fin de dar cuenta de la politicidad de los trabajadores. En este caso, las clasificaciones sugeridas por los investigadores se alinean en torno a los sentidos que asume el conflicto laboral, la política y la militancia. El segundo acercamiento describe experiencias que asumen la importancia de la “extensión de la solidaridad”. Para ello vuelven su mirada a la rearticulación barrio-fábrica, en la constatación de prácticas concretas que articulan intereses de trabajadores en lucha con el territorio de anclaje de la fábrica y con otros colectivos de trabajadores, precarizados, informalizados en busca de un horizonte común y del fortalecimiento del accionar de las organizaciones sindicales en ciclos de conflicto. En este periplo de investigación los autores evocan la reflexión situada de las experiencias tanto como la construcción de un marco teórico que aporte sentido a las mismas. Es por ello que adquiere importancia la pregunta acerca de las estrategias políticas del sindicalismo, más allá de la re-emergencia sindical de base que acontece en nuestro país post 2003. El para qué de la herramienta organizacional en función de los intereses de los trabajadores se enfrenta a la discusión sobre la “revitalización sindical” per se, para confrontar las limitaciones explicativas y prácticas que vienen del institucionalismo tanto como de la corriente del sindicalismo de movimiento social. Un sindicalismo para qué, para quién, con qué programa es la pregunta central que intentan devolver los investigadores a la experiencia emergente de la disrupción de las bases.


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Mirando la recomposición desde abajo Adrián Piva Sociólogo, UBA-UNQui.

Como señala Paula Varela en la introducción al libro, la mayor parte de los estudios sobre revitalización y/o recomposición sindical realizados en Argentina en los últimos 15 años se han ceñido a perspectivas macro institucionales o han restringido su alcance a la especificidad del caso. Si los primeros tendieron a invisibilizar los procesos microsociales, muchos de ellos cotidianos, a través de los que la organización sindical se produce y reproduce, los segundos han limitado sus posibilidades de realizar aportes que trascendieran su singularidad. Este libro es una apuesta por romper con esa alternativa. Intenta una aproximación a dichos procesos de revitalización/recomposición a partir de un conjunto de estudios de caso, pero a través de un ejercicio comparativo que permita formular hipótesis sobre ciertas características generales del proceso. Los casos seleccionados tienen dos rasgos en común: hacen del lugar de trabajo el ámbito privilegiado de observación y refieren a experiencias de “sindicalismo de base”, experiencias que han estado en el centro del debate sobre revitalización sindical post crisis de 2001. El conjunto de los trabajos observa los diferentes casos analizados a partir de tres preguntas centrales: ¿cuáles son las estrategias que despliegan las direcciones sindicales frente a las experiencias de “sindicalismo de base” en los lugares de trabajo? ¿Cómo inciden las “tradiciones” de los trabajadores en la génesis y el desarrollo de esas experiencias?, y ¿cómo van conformándose a través de la lucha y la organización de los trabajadores creencias y sentimientos acerca de lo justo y lo injusto y de los horizontes de lo posible? A lo largo de los trabajos que componen el libro se puede observar que una serie de conceptos ocupa un lugar especialmente importante en el análisis. Entre ellos queremos recuperar aquí dos: el de estrategia y el de tradiciones. La cuestión de las estrategias se transforma de facto en el nudo central del libro. Se encuentra en el centro de la polémica que Paula Varela lleva adelante con las corrientes institucionalistas y con las perspectivas más claramente ligadas al paradigma de la revitalización, las del sindicalismo de movimiento social. Es el tema principal de los trabajos de Varela y Vassallo sobre la estrategia del SMATA de control y construcción de consenso en

los lugares de trabajo, del de Cambiasso sobre las estrategias de la dirección del sindicato de la alimentación frente a la emergencia de una oposición de izquierda y del de Marticorena y Vassallo sobre el singular caso del sindicato químico de Pilar, en el que el proceso de organización en los lugares de trabajo es impulsado por una dirección que se define como peronista, parte de la cual incluso integró la vieja dirección del sindicato. También ocupa un lugar central en el estudio de Elbert sobre las estrategias desarrolladas por comisiones internas de la zona norte del conurbano bonaerense para superar la fragmentación entre formales y precarios. Y la disputa de estrategias en el seno del movimiento obrero es el marco en el que se desarrollan y ponen en juego diversas tradiciones, las que analizan Cambiasso, Longo y Tonani, y formas de subjetividad y conciencia obreras, tema del artículo de Longo. Pero estrategia es un término polisémico. A lo largo del libro los diversos trabajos parecen priorizar una noción de estrategia que enfatiza la dimensión de una acción colectiva con propósito por sobre el delineamiento de una trayectoria estratégica mayormente inconsciente como resultado de las luchas. Ello tiene ventajas y desventajas. Entre las ventajas podemos contar el modo en que Paula Varela recupera a Trotsky y al “sindicalismo radical” inglés. El sindicalismo de movimiento social, nos dice Varela, subtematiza la relación entre sindicatos y Estado y otorga centralidad a dimensiones organizativas y procedimentales cuando discute los procesos de burocratización y el problema de la democracia interna. Pero las tendencias a la burocratización no pueden desligarse de los procesos de integración de los sindicatos por el Estado. Del mismo modo, el desarrollo de un sindicalismo de servicios es incomprensible sin apelar a la estrategia de reconfiguración de los mecanismos de control sobre las bases y de la relación con el Estado que desarrollaron las direcciones sindicales en contextos de debilitamiento y fragmentación de la clase obrera. Un análisis de este tipo restituye el vínculo entre estrategia política y prácticas sindicales e inscribe las tendencias a la recomposición y revitalización sindical post 2001 en una disputa de estrategias. En un contexto de expansión del empleo y de retorno del conflicto

obrero, el sindicalismo de servicios ve agudizada la contradicción entre el desarrollo de las funciones sindicales tradicionales, que involucran la expresión de demandas obreras, y una estrategia fundada en la reproducción de la fragmentación de la clase obrera. Sus estrategias frente a la emergencia de un sindicalismo de base en los casos analizados debe comprenderse en este marco. A su vez, los procesos de revitalización sindical que pueden observarse en el desarrollo del sindicalismo de base son resultado de estrategias configuradas a partir de la experiencia de resistencia de ocupados y desocupados desde mediados de los años ‘90 y, especialmente, en la crisis de 2001. Entre las desventajas de una noción tal de estrategia se extraña un mayor espacio para la contrastación entre el propósito más o menos consciente de las estrategias en disputa y las trayectorias estratégicas mayormente inconscientes que resultan de los enfrentamientos en los casos analizados. Pero esta dimensión tampoco se encuentra totalmente ausente. Especialmente en el artículo de Marticorena y Vassallo sobre los químicos de Pilar la labor de organización de las bases, la respuesta a una situación de conflictividad que se extiende en la zona norte y que afecta al parque industrial de Pilar, las tensiones y finalmente la ruptura con la vieja dirección, la transformación de las relaciones con la patronal y las continuidades en las relaciones con las bases, todo ello emerge con mayor claridad como resultado de prácticas poco reflexionadas y puede observarse mejor en la dinámica de un plenario que en las palabras de los delegados. El proceso completo parece expresar más una trayectoria estratégica mayormente inconsciente que el resultado de una acción colectiva con propósitos definidos. Algo similar ocurre con la noción de “tradiciones”. Su recuperación como dimensión explicativa de la articulación de las prácticas sindicales permite analizar cómo las estrategias en disputa se encuentran enraizadas en prácticas cotidianas. A su vez, especialmente en el trabajo de Cambiasso, Longo y Tonani, se observa cómo las tradiciones del peronismo y la izquierda entran en juegos de tensión y transacción/combinación como resultado de los procesos de disputa en los lugares de trabajo. Sin embargo, en la medida que las tradiciones son identificadas a


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través del discurso de delegados y activistas vuelve a tener un mayor peso su dimensión como sistema de creencias mayormente conscientes en detrimento de su carácter de disposiciones actualizadas en la práctica y de existencia mayormente inconsciente. En

ese sentido cabe preguntarse si la desidentificación respecto del peronismo que los trabajos constatan entre los obreros más jóvenes tiene su correlato o no en transformaciones significativas del nivel de las disposiciones y prácticas.

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En definitiva, tanto por las respuestas que brinda como por los debates y preguntas que suscita se trata de un aporte significativo a la comprensión de las transformaciones y la recomposición de la acción y la organización de la clase obrera argentina en la actualidad.

SINDICALISMO, PERONISMO E IZQUIERDA Julieta Haidar Politóloga, UNR.

A propósito de la revitalización sindical y siguiendo el enfoque del “radical political unionism”, El gigante fragmentado realiza una propuesta teórica y política clara: restituir la relación entre estrategia política y revitalización sindical, bajo el supuesto de que los sindicatos son agentes estratégicos. De gran interés, junto con esta perspectiva es posible replicar en el caso argentino la crítica que aquella recibiera: su carácter marginal. Si bien Paula Varela señala los errores y las diferencias teóricas y políticas que mantiene con las miradas estatalistas y movimentistas sobre la revitalización sindical en Argentina, nada de ello niega que las mismas sean epistemológicamente apropiadas para estudiar los fenómenos que, por lo demás, aparecen como preeminentes en el kirchnerismo (el fortalecimiento del sindicalismo de servicios), o durante la crisis del sindicalismo tradicional (la vinculación y/o subordinación de los sindicatos a los movimientos sociales). En este orden, el restringido término “radical political unionism” con los atributos asignados no parece apropiado para estudiar tales experiencias. Delimitado el objeto de análisis, no obstante, el libro funciona y es coherente; no se trata de una compilación ecléctica de artículos individuales, sino de un producto colectivo con un vasto trabajo de campo, interrogantes, metodologías y perspectivas compartidas. El texto –para bien o para mal– no tiene fisuras. Los estudios de caso tratan un amplio abanico de problemas, entre los que prima la siempre atractiva reflexión en torno al par democracia-burocracia sindical. Aquí se construyen datos que confirman ciertos estereotipos, otros que contribuyen a romperlos, y algunas apreciaciones que, por momentos, están teñidas por la incomodidad que parece generar a las autoras ese panorama complejo y a-lineal. Entre los primeros se ubica la complicidad del SMATA en el disciplinamiento de

los trabajadores y la verticalidad sindical; la burocratización de delegados de la alimentación fieles a la conducción y la presencia de otros combativos y de izquierda, que luchan junto con las bases. Entre los datos que van en contra de los estereotipos aparece que los sindicatos burocráticos tienen gran presencia de delegados en fábrica, que los dirigentes peronistas activan la participación de las bases y que luchan por sus reivindicaciones, como en el sindicato químico de Pilar. En este caso las autoras denuncian la lógica mercantil del gremio (que se expresaría en la prestación de servicios o en el uso del término “afiliados”) y la restricción de su acción a los límites de la legalidad industrial, que consiste en “luchar sólo por lo que corresponde” (salarios, ropa de trabajo, condiciones de seguridad). Según se deduce del texto, ésta sería una manifestación del sindicalismo peronista tradicional que defiende con éxito los derechos de los trabajadores, sin trascender los límites del reformismo. La pregunta que esta postal reinstala es: ¿a través de qué prácticas se expresa un horizonte que lo trascienda, uno alineado con el “radical political unionism”? Tal como aparecen en los estudios de caso, las prácticas de los delegados cercanos a ese concepto consisten en luchar por reivindicaciones (que se acercan bastante a “lo que corresponde”) cuando la burocracia no lo hace, y/o en reclamar por una mayor democracia interna, que, cuando se logra, es más porque opera el principio liberal de competencia inter e intra sindical que por una construcción contra-hegemónica. Que esas prácticas tienen otros sentidos que los otorgados por el sindicalismo tradicional peronista quedará más claro cuando se discutan más adelante las tradiciones políticas. En la misma dirección, el trabajo sobre las solidaridades entre fábricas y barrio tiene la virtud de volver observables

prácticas, sentidos y potencialidades de la orientación política de comisiones internas de izquierda. Sin embargo, se echa de menos el análisis de casos auto-definidos como clasistas, a fin de dar densidad a la perspectiva propuesta en el libro. En otro orden, los capítulos que hacen una entrada a los casos desde los debates teóricos son de inmensa utilidad para definir y repensar dos categorías que suelen utilizarse sin mayor precisión, la de tradición política y la de justicia. Sin desdeñar cierto romanticismo sobre los valores que serían propios de la izquierda, las autoras adhieren a una concepción de la tradición política que es dinámica y con sentidos en disputa, lo que les permite concluir que la dicotomía peronismo-izquierda aparece tensionada, y que los delegados resuelven las demandas de los trabajadores a través de un complejo entramado donde se funden los rasgos de ambas tradiciones. Es por eso que, a la hora de pensar las estrategias, lejos de ocupar el lugar de determinaciones identitarias cuasi-ontológicas, las tradiciones políticas se articulan con dimensiones más pedestres como la pertenencia generacional o la competencia inter-intra sindical. Por su parte, las discusiones en torno a la construcción de los sentidos de injusticia y la acción frente a la misma, retrotrae a un dato tan fundamental como invisibilizado por las estadísticas: que bajo el kirchnerismo aumentó el empleo pero más lo hizo la productividad, que ello se asentó en la sobre-explotación de los trabajadores a través de la extensión de la jornada laboral y la intensificación de los ritmos de trabajo; y que las condiciones de trabajo se degradaron por el aumento de la flexibilidad, todo lo cual redundó en un incremento de las enfermedades laborales. El lugar de trabajo es identificado así como locus excluyente donde se juegan los sentidos y los conflictos por las condiciones de trabajo, y donde »


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IDEAS & DEBATES

se cristalizan las contradicciones o limitaciones del gobierno kirchnerista, en perspectiva histórica. A lo largo del libro aparece la referencia al kirchnerismo, pero por lo general como un telón de fondo, sin profundizar en las implicancias que tuvo, no sólo sobre lo que habitualmente se llama las “condiciones” en que se produce la lucha, sino en las propias prácticas, sentidos y orientaciones políticas, en este caso, de direcciones y delegados sindicales, más aún siendo que, como se menciona en un pie de página, la ausencia de experiencias de derrotas

es un factor fundamental para explicar el sindicalismo de base. Bajo este vector, el desembarco del macrismo presenta un buen contrapunto para pensar las estrategias de cuerpos de delegados combativos, que en la dinámica contemporánea están orientados a medidas más radicales como las tomas de fábrica, cuando lo que está en disputa no son las condiciones de trabajo sino la propia supervivencia de los puestos, y cuando el gobierno descarga su fuerza represiva. Por suerte, El gigante fragmentado, aún robusto y coherente, deja intersticios para seguir pensando viejos y nuevos problemas sobre ese sujeto, siempre de pie, que es el sindicalismo.

LA POLÍTICA EN LOS SINDICATOS Y EL DEBATE DE ESTRATEGIAS Paula Varela Politóloga, UBA.

Debatir hoy sobre cuál es el estado de la relación entre sindicatos, trabajadores y política en Argentina parece doblemente importante. En primer lugar, porque la numerología electoral del último 13 de agosto abrió la puerta a discusiones sobre “nuevas hegemonías” en las que la clase obrera, sus avances y retrocesos, su nivel de organización y sus potencialidades de lucha, no tienen ningún lugar. Pareciera que la misma “epistemología macrista”, desprovista de lucha de clases, permitiera pensar en hegemonías (concepto clasista, si los hay) que se construyen a pura fuerza de primeras minorías electorales. En segundo lugar, porque los años de kirchnerismo y las visiones dominantes sobre la recomposición social y gremial de los trabajadores en el período, construyeron imágenes románticas de retorno de gigantes peronistas que quedaron en falsa escuadra ante el advenimiento del macrismo y el accionar de los hasta ayer héroes del modelo. Hay aquí una primera coincidencia entre los que hoy se envalentonan

con hegemonías desde las urnas y los que se desconciertan por el rápido derrumbe. Podríamos decir que es una coincidencia epistemológica: el desdén por la lucha de clases, por analizar las relaciones entre sus resultados parciales y los armados institucionales. Ese desdén es uno de los principales objetos de crítica que tiene El gigante fragmentado. Sindicatos, trabajadores y política durante el kirchnerismo. De allí que discuta (en el capítulo teórico pero también durante los artículos que desarrollan análisis y comparación de casos) contra la perspectiva institucionalista que explica la revitalización sindical como puro producto de una política estatal. Esa unilateralidad de la mirada desde arriba impide ver una de las principales sustancias de la recomposición obrera en la década pasada y, por ende, de su morfología actual: la contradicción entre la incorporación de millones de jóvenes al mercado de trabajo (es decir, restitución del trabajo asalariado para un sector que se encontraba excluido de él hacia fines

de los noventa e inicios de 2000), y el mantenimiento de las condiciones de explotación de la década del noventa (es decir, lo que llamamos usualmente precarización laboral, tanto en el proceso de trabajo como en la fragmentación del colectivo de clase). Un resumen lapidario de esta particularidad es el vocablo “rotos”, forma en que los trabajadores llaman al efecto de la explotación en el cuerpo de los obreros y obreras, que aparece, persistente y reiteradamente en las luchas en el lugar de trabajo, en lo que dio en llamarse “sindicalismo de base”. He aquí un punto de partida del libro: los procesos de organización en el lugar de trabajo como llave explicativa de las contradicciones de la “revitalización sindical” en la última década. Cabe insistir en la importancia de no confundir la perspectiva de análisis (que por cierto es tributaria del marxismo), con el objeto de estudio: nadie podría sostener que puede entenderse la revitalización sindical mirando sólo lo que sucede en el lugar de trabajo y mucho


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menos aún en algunos casos. No se trata de eso, sino de comprender que en ese locus de organización es posible observar características del proceso en su conjunto que desde arriba no se ven: las relaciones entre la presión para la organización de fábrica y el mantenimiento de la precarización laboral de los ‘90; los rasgos de una politización que reenvían al 2001 pero también a la larga década neoliberal, y que cuestionan la dupla indisociable entre trabajadores y peronismo; la existencia de una camada de jóvenes obreros y obreras que obliga a la pregunta sociológica sobre “una nueva generación” en el país; la influencia de una izquierda radical que, aunque minoritaria en términos cuantitativos, logró formar parte de la disputa por el sentido de “lo justo” y de las formas de conquistarlo. Vayamos a algo de actualidad. El caso de PepsiCo es, quizás, uno de los mejores ejemplos de esto último porque permite establecer con claridad la relación entre la parte y el todo (y las disputas políticas que en esa relación se juegan). Pongámoslo de esta manera: PepsiCo, ¿excepción o norma? Ambas cosas: norma en tanto expresa la política patronal y estatal (incluida la burocracia sindical) de ataque a la clase obrera, particularmente su fracción combativa; excepción en tanto pone sobre la mesa un horizonte de acción antagónico con esa política: resistir1. Y, de ese modo, blanquea que las direcciones son agentes estratégicos que “formatean” (o intentan hacerlo) conciencias, pareceres, disposiciones a la lucha o a la aceptación. Cuando Rodolfo Daer en el plenario de la alimentación afirma que, ante 600 despidos, lo único que puede hacerse es aceptar la doble indemnización, eso no es una “realidad objetiva”, es una apuesta política (que se combina, para reforzar su materialidad, con la represión de infantería). Cuando dirigentes de una comisión interna y los trabajadores que fueron

parte de esa construcción colectiva afirman que no es justo que te usen y te desechen, tampoco es una “realidad objetiva”, es una apuesta política. Ambas apuestas son antagónicas y expresan estrategias distintas hacia el movimiento obrero, estrategias que no se reducen a lo discursivo (aunque esto también existe) sino que implican combinaciones específicas y notorias entre un programa, métodos de organización, alianzas políticas, articulaciones entre negociación y lucha, ponderación de la acción directa, etc. El final está abierto y será, sin dudas, el resultado el que mostrará la relación de fuerzas entre quienes despliegan una estrategia o la otra (eso no puede saberse de antemano porque los resultados parciales de las batallas van construyendo esa propia relación de fuerzas, por eso es tan importante el apoyo a PepsiCo hoy, aquí y ahora). Si uno mira la revitalización sindical durante el kirchnerismo bajo el prisma de PepsiCo, encuentra semejanzas interesantes. Los casos de sindicalismo de base y de izquierda son también excepción y norma: norma porque expresan la política patronal y estatal (incluida la burocracia sindical kirchnerista en ese entonces) de mantenimiento de las condiciones de precarización laboral de los noventa en un contexto de crecimiento económico y del empleo; excepción porque esas comisiones internas y cuerpos de delegados transformaron esa política en denuncia y pusieron sobre la mesa un horizonte de acción antagónico a través de la lucha sindical. En cierto modo, ese sindicalismo hizo visible una característica estructural de la recomposición obrera de la última década, cuestionó su naturalización (naturalización para la cual las cúpulas sindicales fueron sujeto activo) y la transformó en objeto de lucha de clases. De allí que sea imposible pensar el sindicalismo de base sin su relación con la izquierda política, aunque no se reduzca a él.

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Colocar el foco en esta dimensión política del accionar sindical es una de las propuestas centrales del libro (como lo es también de la perspectiva marxista que adoptó el nombre de radical political unionism en el debate anglosajón). No hacerlo implica la ilusión de creer que se puede debatir sobre la fortaleza o no de las organizaciones sindicales sin debatir las estrategias que estas organizaciones sindicales expresan y promueven. La forma en que esas estrategias políticas se materializan; el uso de mecanismos de coerción y de consenso; la articulación entre los programas enunciados, los métodos de organización y de lucha; las tradiciones políticas que los protagonistas reivindican como propias; las caracterizaciones de los enemigos, los adversarios y los aliados; el modo en que opera el factor generacional; son las distintas dimensiones que se analizan en los múltiples casos que aborda el libro2. En síntesis, preguntas que se vuelven insoslayables a la hora de intentar dar respuesta al interrogante que se instaló para quedarse en el debate político actual: si el macrismo va a poder materializar una nueva hegemonía neo-neoliberal.

1. El carácter excepcional de la resistencia (en comparación con las cúpulas sindicales como agentes estratégicos de la resignación) es lo que usa el gobierno para invertir la causalidad y transformar la estrategia de resistencia obrera de la organización de fábrica, en “culpable” de los despidos. 2. El libro es un análisis de casos múltiples basado en trabajo de campo (35 entrevistas a diversos activistas, delegados, dirigentes sindicales y dirigentes empresarios) y su cruce con fuentes secundarias como CCT, fuentes periodísticas, documentos sindicales y bases estadísticas.


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LECTURAS CRÍTICAS

CIEN AÑOS DE HISTORIA OBRERA EN LA ARGENTINA, 1870-1969. UNA VISIÓN MARXISTA DE LOS ORÍGENES A LA RESISTENCIA, ALICIA ROJO, JOSEFINA LUZURIAGA, WALTER MORETTI Y DIEGO LOTITO (Buenos Aires, Ediciones IPS, 2016)

La memoria que la clase dominante quisiera borrar ALEJANDRO M. SCHNEIDER Historiador, UBA-UNLP.

“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece, así, como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. R. Walsh, extraído del periódico de la CGT de los Argentinos

Me interesó comenzar con esta reflexión de Rodolfo Walsh para indicar algunas cuestiones referidas a este libro: Cien Años de historia obrera en la Argentina, 1870-1969. Una visión marxista de los orígenes a la

Resistencia, escrito por Alicia Rojo, Josefina Luzuriaga, Walter Moretti y Diego Lotito. Antes que nada conviene advertir que esta obra se enmarca dentro de un ámbito de mayor producción editorial que viene desarrollando con fuerza militante los compañeros que integran el Instituto del Pensamiento Socialista (IPS); en cierto sentido esta investigación se complementa con un importante trabajo anterior que, en este momento, transcurre por su tercera edición: Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976, de Ruth Werner y Facundo Aguirre. Ahora bien, ¿de qué trata este libro? Trata, nada más y nada menos, de la historia de la clase obrera en Argentina. En la misma se parte de un concepto central: el análisis, el tratamiento y la importancia que se le tiene

que dar a este sujeto social que tiene como tarea máxima destruir al capitalismo, aquí y en todo el mundo, con el objetivo de construir el socialismo. La presente obra marca una impronta necesaria para estos tiempos actuales en varios sentidos. Primero, porque es necesario hablar de la clase obrera, a partir de la misma, retomando y rescatando su experiencia de lucha y de organización, desde sus intereses y su mirada como protagonista medular de los últimos ciento cincuenta años. Segundo, rescata el concepto y la actividad de la clase en abierta competencia historiográfica y política con otras categorías empleadas por historiadores y sociólogos como sectores populares urbanos, movimientos sociales, grupos subalternos, etc. Tercero, creemos que estudiar el accionar de los


IdZ Agosto - Septiembre trabajadores implica esencialmente indagar y responder sobre las características que tiene la historia social en un país determinado, más aún en Argentina donde la clase obrera posee una vital importancia. Cuarto, examinar estos temas implica también preguntarse sobre los procedimientos y argucias que han practicado los diversos gobiernos y sus partidos políticos (justicialismo, radicalismo, kirchnerismo, etc.) junto con las patronales y sus cómplices (burocracia sindical, iglesias, fuerzas armadas) para engañar, domesticar y reprimir al movimiento obrero. En este sentido, el Estado capitalista en estos años utilizó tanto la represión como la cooptación para tratar de disciplinar e integrar a extensos sectores de la clase obrera; en ese marco, hay que aceptar que el máximo logro alcanzado fue la adopción del peronismo como ideología burguesa de conciliación de clase. De este modo, esta investigación cubre todas estas cuestiones y problemáticas desde una perspectiva totalizante; inquiriendo al decir de Pierre Vilar, la necesidad de encarar los estudios sociales desde una mirada marxista, una “Historia Total” en la que se analice los acontecimientos de manera global y en forma dinámica, en su respectivo contexto social, económico y cultural. Por otro lado, el libro se enmarca desde la perspectiva del materialismo histórico; en particular, empleando el legado de León Trotsky para la comprensión de diferentes problemáticas como la teoría del desarrollo desigual y combinado junto con los análisis sobre los países semicoloniales o el uso de la categoría como “bonapartismo sui generis”. Asimismo, tampoco se descuida el tratamiento que se hace de la historia del país al contextualizarla en un marco internacional, encuadramiento necesario para entender diversas cuestiones que se tratan en la presente obra: las transformaciones de la economía a nivel mundial, las crisis capitalistas, el impacto de las revoluciones rusa, cubana, entre otros temas. Al mismo tiempo, el libro indaga exhaustivamente cuestiones referidas al carácter de las organizaciones obreras, sus direcciones sindicales y políticas y a las distintas formas de conciencia que fue adoptando el proletariado en el transcurso de esa centuria y media de existencia. En este sentido, no sólo se detiene en el examen de las condiciones materiales de vida sino también en las relaciones que mantiene con las otras clases sociales, con el Estado y con las distintas corrientes políticas que intervienen en su quehacer cotidiano. Al igual que lo investigado en Insurgencia obrera…, los autores prestan una destacada y necesaria atención a las pugnas políticas que se producen entre las diferentes fuerzas de izquierda, así como también con el peronismo, al calor de las intervenciones en la lucha de clases. De este modo, no resulta baladí comprender –en su dimensión histórica y política– las diferentes tácticas y estrategias que estuvieron en disputa en esos años y que, en cierta forma, marcaron (y limitaron) el accionar de la

clase obrera en su confrontación con el capital y con sus aparatos de dominación. En otro orden de temas, es válido resaltar que el libro es una clara demostración de que se puede realizar una historia social científica y sólida; con un amplio empleo de fuentes primarias y con un exhaustivo examen de la bibliografía especializada que indague sobre esas problemáticas. Además, el texto claramente es fruto de una labor colectiva, donde no solo se observa el intercambio de opiniones con estudiosos de esos temas sino también el aporte de militantes que pertenecen a la clase obrera. Asimismo, un dato no menor y que resulta importante observar es que la obra posee una fuerte impronta didáctica que facilita su lectura a partir del agregado de recuadros, gráficos, fotos, imágenes de periódicos de la época, volantes, etc.; en ese sentido, esta presentación constituye un diseño original incluso dentro de las publicaciones de la editorial. Todo un acierto. El libro se encuentra dividido en cuatro grandes capítulos: “De los orígenes de la clase obrera a la gran crisis capitalista (18701930)”; “El movimiento obrero en la década infame (1930-1943)”; “La clase obrera y el peronismo (1943-1955)” y “De la Resistencia al Cordobazo (1955-1969)”. Cada uno de ellos traza un eje claro por el cual establece una delimitación con otros ensayos que examinan a esas décadas. En el primero se destacan las primigenias formas organizativas que adoptó el proletariado junto con las luchas llevadas a cabo por los anarquistas y el denominado sindicalismo revolucionario. El segundo acápite analiza la intervención del partido comunista en las filas obreras en un momento de importante transformación; en particular, subraya el alcance y los errores políticos de esa dirección. El tercero examina en forma detallada tanto el impacto del surgimiento del peronismo (y los debates historiográficos y políticos que ha generado) como sus dos primeras presidencias. Al respecto es interesante resaltar la contribución que se hace de esos años desde una lectura trotskista que se aleja –y en parte discuten con– de las clásicas miradas esgrimidas por Milcíades Peña y Nahuel Moreno. Finalmente, la cuarta parte se explaya sobre la amplia resistencia obrera, desarrollada en la década del sesenta, para

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enfrentar la política de racionalización que aplicaron tanto los regímenes militares como los civiles desde el golpe de Estado de 1955. Por último, retomando las palabras de Walsh, la clase dominante en Argentina y en todo el mundo ha tratado de que su enemigo irreconciliable (y sepulturero) no tenga su historia; para esta tarea, la burguesía ha recurrido no sólo a la eliminación física de sus protagonistas sino también –en muchas ocasiones– ha recurrido a escribas lacayos para que falsifiquen la historia de sus luchas, o bien, le niegue su existencia. A pesar de ello, la experiencia de organización y protesta de la clase ha sobrevivido a través de la transmisión de su pasado por diversos medios tanto orales como escritos. Este libro se enmarca en esta tradición de recuperación de esas prácticas, ya sea que éstas hayan derivado en derrotas o en triunfos. Si hay algo que los trabajadores tienen que ir recuperando, y muchos lo saben muy bien cuando protagonizan un conflicto, es la importancia de recuperar la memoria de todo lo que se ha realizado con anterioridad. En este sentido, este escrito es una historia viva donde los trabajadores pueden ver reflejadas esas experiencias del pasado para que las mismas le sirvan para este presente en la construcción de un futuro sin explotadores ni explotados.


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LECTURAS CRÍTICAS

LAS MALDICIONES, DE CLAUDIA PIÑEIRO (Buenos Aires, Alfaguara, 2017)

Crítica a la nueva política DAVID VOLOJ Escritor y docente.

La literatura de Claudia Piñeiro discute temas que atraviesan el contexto en el que surge y, en tanto debate la actualidad, polemiza con otros discursos sociales que pretenden definir lo real. Así se ubica dentro de esa tradición de la historia de la literatura argentina que comienza con “El matadero” de Echeverría y el Facundo de Sarmiento, y se proyecta en Rodolfo Walsh o Andrés Rivera, entre otros. Al desarrollarse en la frontera misma del presente, la ficción exhibe los mecanismos del poder político, económico, judicial y mediático que rigen las prácticas sociales. Es entonces cuando ciertos hechos contemporáneos, así como actores sociales con nombre propio, resuenan en el imaginario del lector. Las maldiciones, la última novela de Piñeiro, puede leerse como una radiografía de la

llamada nueva política, un thriller con tintes de novela negra que hace foco en la clase dirigente para dar cuenta de los modos en que se construyen los sujetos que aspiran a la administración del Estado. La trama gira en torno a un joven que ingresa a Pragma, un flamante partido político fundado por Fernando Rovira, exitoso empresario inmobiliario del Gran Buenos Aires. El protagonista, Román Sabaté, no tiene formación política, de allí que sostenga que se ...puede llegar a la política por muchos motivos. Unos más legítimos, otros menos. También por error, por desidia, por no saber decir que no. Por estar en el lugar preciso, en el momento preciso. O en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Porque de algo

hay que vivir, y ése sí era para mí un motivo legítimo en aquel entonces, cinco años atrás.

La política aparece, en principio, como un empleo, un trabajo mecánico y alienado, deslindado de la militancia. A lo largo de las páginas, Sabaté transitará de la ingenuidad al desconcierto, del asombro al temor, dentro de un clima de corrupción naturalizada donde cualquier acción es válida para centralizar el poder en la esfera pública. Los negocios con los medios de comunicación, los contratos ilícitos del empresariado que gestiona la obra pública, la complicidad de la justicia y la falta de escrúpulos son los rasgos distintivos de la política sui generis que retrata la novela. Amparado en el pragmatismo, Rovira organiza el partido como un CEO. “Lo importante


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es hacer” es su lema y, para ello, se intentan alcanzar objetivos, se venden consignas con estrategias publicitarias, y cada acción se evalúa se realiza en términos de costo y beneficio. Quien quiere formar parte de Pragma, presenta un currículum, realiza una entrevista laboral, se somete a diferentes test de rendimiento y es observado a través de una cámara Gesell. Este es el recorrido que hace Sabaté hasta conseguir el puesto de personal trainer de Rovira y sumarse al GAP (Grupo de Amigos de Pragma). Entre ambos personajes se establece una estrecha relación que incluye una serie de responsabilidades y complicidades de las que resulta difícil escapar. Porque Rovira aspira a la gobernación de Buenos Aires y, para conseguirlo, lanza la campaña de dividir la provincia en dos, al tiempo que despliega distintas estrategias para generar consenso. Aquí entra en juego Arturo Sylvestre, el gurú político y asesor de imagen de este incipiente político bonaerense. A él se recurre para saber qué debe decir, qué vestir, cómo comportarse, y también para evaluar quién conviene que viva y quién conviene que desaparezca de la escena. En el plano de la vida familiar, Rovira lo consulta para evaluar qué clase de mujer debe tener a su lado e incluso posterga la decisión de ser padre hasta no conocer los resultados de un focus group al respecto. “No hay que demostrar, hay que convencer. Y no se trata de lo que te guste a vos sino de lo que sirva a nuestros objetivos” expresa Sylvestre al momento de evaluar un cambio en la legislación. Como si en algún momento de la historia el mundo de la política hubiera decidido prescindir de la militancia, la lucha, la convicción, el debate de ideas, el asesor de imagen explica que en el discurso público hay que apelar a la felicidad, el amor, la bondad y cualquier otro sustantivo abstracto: “cada votante sabe qué es para él la felicidad, a nosotros no nos importa, cada quién completa con su propio deseo”. Establecer relaciones entre la figura de Sylvestre y actores sociales como el asesor político Jaime Durán Barba es tan tentador como encontrar en Pragma rasgos del PRO y otros partidos políticos que surgieron en Argentina después de la crisis de 2001. Más aún si se repara en los discursos de los personajes, un entramado de ambigüedades, imprecisiones y conceptos de autoayuda adaptados a la opinión pública.

Piñeiro encuentra en la política actual un arte adaptado a las leyes del mercado que busca vender esa peligrosa mercancía que es el nuevo político. Ahora bien, Las maldiciones también realiza un rescate de otra forma de hacer política que tiene en la Unión Cívica Radical, y particularmente en la figura del expresidente Raúl Alfonsín, un modelo opuesto. A Román Sabaté ...la política no le genera ninguna ilusión, al menos lo que aprendió en Pragma que es la política, algo más cercano a la ficción, por no decir la mentira, que a lo que su tío dice que alguna vez fue. Aquella otra política es hoy un mueble viejo, tiempo atrás muy valioso, que ya nadie quiere en el living de su casa.

La vieja política de la que se habla y que se evoca con nostalgia, la contracara de un momento histórico donde se banaliza la militancia y los principios ideológicos, se encarna en la figura de su tío Adolfo, exconcejal bonaerense que pasa los días mirando viejos discursos de Alfonsín por televisión. El tío de Sabaté rememora gestos y palabras del expresidente tras la recuperación de la democracia para presentarlo como ejemplo de orador, pero también de coherencia y convicción. Frases emblemáticas como “Sigan las ideas, no sigan a los hombres”, “Si la política solo fuera el arte de lo posible sería el arte de la resignación” o “No vamos a pagar la deuda con el hambre del pueblo” se mezclan con sus propias palabras, y el tío Adolfo llega a arrogarse su autoría sin ocultar su orgullo. Este tipo de gestos, que le aportan a la novela cierta comicidad y funcionan como puntos de fuga frente al clima asfixiante de la trama, mitifican el alfonsinismo. Ahora bien, esta recuperación de tintes melancólicos de un hombre que “no actuaba” para las cámaras, hace un recorte parcial en la historia política argentina, dejando de lado las responsabilidades de los partidos tradicionales –particularmente de la UCR– en las condiciones críticas de la clase trabajadora durante las décadas del ‘80 y ‘90,

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así como en la emergencia de nuevos actores políticos, sea por la vía de la alianza y otros acuerdos electorales. Pero Piñeiro se arriesga todavía a más, y repasa temas silenciados de la historia argentina. Entonces aparece una larga serie de supersticiones, de poderes ocultos que han afectado al desarrollo del quehacer político. Esto, para algunos lectores, quizás sea un descubrimiento. ¿Por qué ningún gobernador de la provincia de Buenos Aires logró acceder, por la vía democrática, a la presidencia de la Nación? ¿Por qué ningún político cordobés pudo terminar su mandato? Tales interrogantes pertenecen al orden de lo irracional y aportan un tópico casi inexplorado en la literatura argentina. Sobre el tema se incluyen fragmentos de entrevistas (¿ficcionales?) a políticos reales como Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín hijo. De esta forma, la intriga, el crimen y la violencia cifrados en Las maldiciones se revelan con un nivel de realismo que por momentos desdibuja los límites entre ficción y realidad.


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LECTURAS CRÍTICAS

1982, DE SERGIO OLGUÍN (Buenos Aires, Alfaguara, 2017)

La tragedia de los desobedientes LAURA VILCHES Prof. en Letras.

¿Por qué una tragedia? ¿Por qué Sergio Olguín decide recrear en 1982, una tragedia griega? ¿Por qué Fedra? ¿Por qué la madrastra enamorándose del joven hijo de su pareja? Quizás tenga que ver con que el autor de la saga que protagoniza Verónica Rosenthal, elige poner en crisis los estereotipos que se construyen en los vínculos amorosos. En esta novela, la historia de amor entre Pedro, hijo de un militar presunto héroe de Malvinas, y su madrastra, Fátima, es la que desencadena la furia de los hados terrenales en el contexto de la decadente Dictadura militar. Quizás también, Olguín elija contar esta historia dando por supuesto lo que el crítico británico Terry Eagleton afirma en Dulce

violencia: la tragedia perdura porque la materialidad que impone límites a la experiencia humana tiene ciertas características inmutables y las grandes tragedias (sean individuales o colectivas) poseen en común la “esencia” del sufrimiento, “un lenguaje extremadamente poderoso para compartir”. Claro que este sufrimiento, lejos de ser ahistórico, adquiere una dimensión específica en la novela 1982: estamos ante la presencia de un amor “prohibido”, no solo encorsetado en los márgenes de la familia monogámica y patriarcal, sino también por las reglas de la vida castrense. El sufrimiento relatado en la novela de Olguín, no es solo el de dos jóvenes con apenas algunos años de diferencia (ella mayor que él) que se enamoran de acuerdo a una recreación del mito de Fedra, sino la del

sufrimiento que les depara hacerlo contraviniendo a un genocida. La novela se desarrolla a través del último año de la última dictadura argentina. El relato comienza el mismo día del desembarco de las tropas argentinas en las Islas Malvinas, día en que Pedro, el hijo del Teniente Coronel Augusto Vidal se entera de que su padre “entró en combate”. El fin de la historia llega un año después, ya en el ‘83 con las consecuencias de la derrota externa e interna. Esa derrota, lejos de significar un alivio en la opresión que recae sobre los personajes, los encuentra en el centro como sus víctimas dilectas. Pedro (el Hipólito del mito) es un estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y ya desde ahí, podremos observar el distanciamiento de la tradición castrense


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que imbuye a la familia Vidal. De Pedro, dirá el narrador que “se sentía un desalmado, un mal hijo y mucho peor: un mal patriota por no emocionarse” ante el hecho de que su padre combate por la recuperación de las islas. Una distancia que adquiere –con el correr de la narración– una dimensión cada vez más aguda; no solo es Pedro un potencial peligro para la “verdad heroica” de su progenitor, además, se atreve a desafiarlo enamorándose de su esposa. Pero la recreación del mito de Fedra no encuentra en este terreno su crisis trágica. La magnitud de la caída, como en toda tragedia, sobreviene tras la ilusión que acompaña a los personajes de que los amantes han podido sortear las dificultades que les presenta la trama de los acontecimientos y se preparan para encarar la posibilidad de un destino feliz en algún lugar de la costa bonaerense. No faltan, en la novela de Olguín, los condimentos de una sexualidad desprejuiciada, aquí, en su descubrimiento casi adolescente; así como tampoco somos privados de los guiños intertextuales presentes en la referencia a los discos de Spinetta, las revistas que circulaban en la época, o las novelas como Respiración artificial que se convirtieron en símbolos de la resistencia a la dictadura desde el arte y un síntoma de que el régimen comenzaba a resquebrajarse. El modo en que Fátima, por otro lado, experimenta su maternidad, es otro de los ángulos interesantes de los personajes femeninos de Olguín, casi siempre construidos sobre pliegues contradictorios: en este caso, el cuestionamiento a una idea de maternidad “sacrificial” en pos de los hijos, relegando los propios deseos y proyectos. Una maternidad donde aparece cierto desapego, sin que ello signifique ausencia de amor y preocupación. Y es ese el mandato femenino que, como muchas de las mujeres (militantes o no) en los ‘70, Fátima desoye. El castigo es cruel. Para aquellas, la desaparición, la tortura, la muerte y la apropiación de sus hijos e hijas para la “reeducación”, cuando no, la búsqueda de disciplinamiento a fuerza de vejaciones para devolverlas sumisas a una sociedad que las quiere madres y amas de casa. El contexto de la guerra, sus falsos “héroes” sospechados de no haber pisado jamás el archipiélago, el encubrimiento de la derrota bajo el marco de festejo patriotero (que nada tiene que ver con los verdaderos intereses nacionales) como recuerdo superpuesto al del Mundial ‘78, hacen de fondo para que Teseo, ese Coronel Augusto Vidal que funge como padre de Pedro, espere agazapado muy cerca de la escena.

La etimología del nombre de pila que porta el coronel parece anticipar el final funesto que estalla por desacato a la “persona a la que hay que respetar”. Y sobreviene la tragedia. En su última novela, Olguín se propuso imaginar la vida privada de esos engranajes de la maquinaria del terror estatal: los genocidas en su intimidad familiar. Pero como “lo personal es político” allí también se despliega ese terror, la intimidación, la frialdad y la perversión. Sin embargo, el Coronel Vidal no deja de ser un personaje complejo, alejándose del estereotipo esperable para un torturador: es padre adorable con su hija Lorena; esposo y padre despiadado hasta lo que ninguno quisiera imaginar, con quienes se atreven a desobedecer su ley. Ambas facetas lo componen en la dimensión humana. Lejos de ser monstruos, de haber cometido “errores” o “excesos”, esos personajes eran radicalmente humanos y participaban con toda conciencia del plan sistemático de exterminio digitado desde el Estado, con el objetivo de aniquilar a la “subversión”: fuese ésta una subversión política contra el régimen capitalista; fuese ésta personal y subjetiva contra el orden patriarcal. Y en ese orden íntimo la subversión viene por partida doble: “que su hijo no se interesase en la carrera militar era menos grave que el hecho de que tuviera un mundo propio y la capacidad de pensar por su propia cuenta”, reflexiona Fátima sobre Pedro. La transgresión de ella será enamorarse de este moderno Hipólito. Pero como si 1982 participara de una nueva “estructura de sentimientos” donde lo hegemónico se compone de elementos residuales, arcaicos y emergentes, la novela parece incluir algunos elementos anticipatorios. 1982 hace su aparición en los primeros meses de 2017. En mayo, tras el fallo conocido como el 2x1, estallan esos “emergentes” en la escena argentina: son las “historias desobedientes”, es el relato crudo de los hijos rebeldes de los genocidas. Aparece así, en un contexto signado no solo por un discurso estatal que pretende reeditar la teoría de los dos demonios y avanzar jurídicamente con el perdón a los genocidas, sino en el mismo momento en que se pone bajo la lupa la vida íntima de los militares de la dictadura militar, a través de sus propios hijos cuestionando el

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terrorismo de Estado junto a las formas de la tortura en el seno familiar. Es la historia de Mariana D, la hija de Miguel Osvaldo Etchecolatz (entre otros y otras) la que parece resonar en la historia de Pedro: la violencia y el desprecio hacia los hijos de estos torturadores, hacia las mujeres (a quienes hoy fácilmente identificamos como víctimas de violencia de género) no tiene tampoco, nada de casual. En una crónica de la revista digital Anfibia, Mariana D. dijo de Etchecolaz: “Es un ser infame, no un loco, alguien que le importan más sus convicciones que los otros, alguien que se piensa sin fisuras, un narcisista malvado sin escrúpulos”. Y el cuerpo se recorre de escalofríos porque el testimonio, no ya la ficción de Olguín, cobra toda su dimensión histórica. La historia de Pedro y Fátima, en la particularidad de “una lectura de Fedra” se ancla en la historicidad de ese amor correspondido que viola el destino impuesto por la coyuntura familiar y política del genocidio. Aunque deseemos lo mejor para los personajes, no cabe dudar de que “las oscuras fauces de la tragedia atacan por emboscada”.


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LECTURAS CRÍTICAS

NO PIDAS NADA, DE REYNALDO SIETECASE (Buenos Aires, Alfaguara, 2017)

El escéptico que quería creer CELESTE MURILLO Comité de redacción.

No pidas nada de Reynaldo Sietecase encapsula el universo del Tano Gentili, un periodista que empieza investigando el suicidio de un militar acusado de crímenes de lesa humanidad para terminar persiguiendo otros colegas de armas prófugos de la Justicia. Robándole las palabras al gran Petros Márkaris, el policial negro es una novela social y política, algo que explica el crecimiento y la vigencia del género. Y en una época donde la posverdad copa los medios de comunicación y gran parte de los discursos políticos, la literatura se encuentra hablando en el lenguaje de la ficción los hechos de la realidad y buscando las explicaciones que no se encuentran en otros territorios más reales. Los grandes temas de No pidas nada, y de la serie que sigue la vida del oscuro doctor

Mariano Márquez, son universales, en un sentido, y muy argentinos, en otro. La verdad, la Justicia y la venganza son material de novela acá y en Corea del Sur, pero las aventuras de Gentili están cruzadas por las marcas vernáculas de todo eso. Porque la Justicia está cruzada por la impunidad de la mayoría de los genocidas y los juicios a algunos militares y la verdad está envenenada por la mercantilización de los medios (que amarga, y con razón, al Tano). La venganza, hay que decirlo, siempre lleva detalles personales que la hacen única.

Por qué

“¿Por qué se matan los que matan?”, se pregunta Gentili, y la duda lo conduce a la interrogación general sobre el suicidio. Por esas charlas sobrevuelan explicaciones varias,

desde los egipcios, pasando por San Agustín, hasta Lisandro de la Torre, casi todas centradas en lo moral del asunto. Quizás, con un poco más de tiempo, Gentili llegaba a las reflexiones del joven Karl Marx cuando intentaba refutar la raíz moral del suicidio en el capitalismo y se preguntaba sobre sus raíces en una sociedad, “en la que uno puede tener el deseo inexorable de matarse, sin que nadie pueda presentirlo” (ver “Reseña Acerca del suicidio”, IdZ 2, agosto 2013). Sin embargo, todos sospechamos los motivos del prefecto Estévez: ¿iba a hablar? ¿Lo “ayudaron”? ¿Existe un pacto? Ese camino es el que inicia nuestro héroe que, como indica el manual de la novela negra, no es ni el más lindo, ni el más exitoso ni el más valiente (como lo describe su editor, “un cobarde


IdZ Agosto - Septiembre

que sabe dominar su miedo”); está un poco cansado pero no quiere resignarse del todo. Cuando empieza a destejer la maraña de logias e impunidad, un llamado lo llevará a las calles de Río de Janeiro, donde se completará el equipo con su colega, María Moura.

Cómo

Es la pregunta que motoriza la investigación del Tano y María en piso carioca. A su vez, en esta relación vemos lo más parecido al amor romántico que leeremos en estas páginas, y será una ventana a los deseos y frustraciones de Gentili. Aunque, como él mismo describe la mañana del año nuevo, los lazos que los unen tienen menos que ver con el amor que con la batalla: Somos dos soldados que se cruzan en un abrazo antes de marchar hacia una guerra que les resulta indiferente. Hay más fraternidad que erotismo en este encuentro. No es amor. Es el cruce de necesidad y desconsuelo. Somos dos soledades en la multitud. Beso, luego existo. No es amor pero alcanza.

La investigación en Río confirmará algo que sospechamos: la connivencia entre policías, militares y narcotraficantes. No es un spoiler, es algo que ya sabemos antes de empezar porque No pidas nada se nutre de una realidad donde los malos siempre son los mismos o hacen negocios con ellos. Milicias, narcos, militares y policías, mezclados con el misticismo de Mamá Ángela, la logia de San Judas y la persecución de los fantasmas propios completan un combo violento y atractivo. No caemos en la tentación, no adelantaremos más detalles para que la incertidumbre haga lo suyo.

Cuándo

Completa el mapa de los protagonistas Mariano Márquez, un abogado de credenciales de dudoso prestigio. La sospecha no tiene que ver tanto con su capacidad profesional sino con un pasado non sancto, que él hábilmente transforma en haber. Es el encargado de desplegar la historia del general Martín Belziuk, acusado de asesinar a los padres de la diputada Minetti, nacida en un centro clandestino durante la dictadura. Al no reunir pruebas suficientes contra el general, acude al abogado, acostumbrado a transitar la frontera entre legalidad e ilegalidad. Es él quien decide cuándo se termina el territorio de la Justicia y se abre paso al de la venganza. Los personajes son el medio para habilitar esa venganza que se siente legítima cuando la Justicia es esquiva, un debate de facetas reales en un país donde la mayoría de los perpetradores del golpe genocida siguen libres, y los prófugos superan la centena. Márquez es un pez en el agua en Tribunales; sabe todos los idiomas, puede hablar cara

a cara con los “pibes chorros” y hacer un escrito legal impecable. Observador y tenaz, sabe absorber y reciclar todo lo que pasa cerca suyo, desde su paso por la cárcel hasta lecciones de cómo vestirse para ocasiones especiales como la visita a la Justicia: El General luce un traje azul “diplomático”, un azul casi negro, que los diseñadores recomiendan para eventos especiales. Un traje ideal para oportunidades en las que hay que destacarse pero no tanto. La corbata también es azul y se recorta impecable sobre la camisa blanca. Un atuendo ideal para “visitar” tribunales cuando se tiene la certeza de que se podrá salir de allí.

El diablo está en los detalles, y los amantes del género en formato televisivo habrán recordado el enojo del abogado John Stone (John Turturro) de The Night Of cuando su cliente aparece en el tribunal con una camisa de color inadecuado para la sesión en la que lo acusarán de asesinato.

Dónde

Dónde termina la ficción y empieza la realidad es una pregunta siempre presente en el policial negro. No pidas nada no es la excepción y sigue la receta del género, que en Latinoamérica tiene el plus de las democracias limadas por la impunidad que siguió al terrorismo de Estado y el híbrido de las redes de trata y narcotráfico manejadas por criminales que atienden de ambos lados del mostrador del almacén de “la ley”. Como dice Paco Ignacio Taibo II, la popularidad de la novela negra en nuestro continente se explica porque la “versión oficial no corresponde a la realidad” (“La novela policiaca según Paco Ignacio Taibo II, Parra y Monteverde”, www.revoluciontrespuntocero.com). En los dilemas de Gentili encontramos preguntas, desde místicas hasta las más terrenales, que podrían escucharse en cualquier café de Buenos Aires: ¿los juicios a algunos militares son la Justicia que todavía enciende movilizaciones como la del 2x1 a los genocidas? ¿Se puede acabar con la impunidad? ¿Hay algo después de la muerte? ¿Existe el amor después del amor?

Quiénes

Lectores y lectoras con apuro pueden pasar por No pidas nada sin interrumpir la vorágine a ritmo de subte y colectivo. Para los demás, la última novela de Sietecase puede ser una puerta a la historia del doctor Mariano Márquez. Este personaje, nacido en 2002

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con Un crimen argentino, con los secuestros de empresarios que fueron marca registrada de la época de la “plata dulce” de fondo, es el otro héroe posible de la serie que completa A cuántos hay que matar. Más maldito y cuestionable que Gentili, es una pieza indispensable del rompecabezas de la justicia poética de la novela. El periodista es el protagonista perfecto del policial negro argentino, que carga con la ausencia de detectives y la imposibilidad de utilizar policías, por su participación en la dictadura militar, la administración de negocios ilegales como el narcotráfico y la trata de mujeres, y su frecuente ineficacia. La excepción valiente de esta regla es la del Perro Lascano del escritor Ernesto Mallo, un policía que no comulga con la complicidad de la Policía en la dictadura. El Tano se inscribe en la tradición argentina de Emilio Renzi de Ricardo Piglia, que también tiene exponentes con más fe en el periodismo como Verónica Rosenthal de Sergio Olguín. Más cascoteado que Rosenthal, mucho más que la joven e intrépida Olga Lavanderos de Taibo II, carga con años de desencanto y resignaciones, pero su libreta y los desafíos –de los buenos y los malos– lo mantienen a flote. Porque Gentili se pone escéptico, pero en el fondo se niega a dejar de creer.


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Esta obra reivindica una concepción dialéctica del comunismo, revalorizando que no es solamente un objetivo o un ideal a conquistar, sino que es el movimiento real que suprime el estado actual de cosas. Escrito con gran erudición y poder de síntesis, este trabajo de Emmanuel Barot constituye una contribución ineludible para volver a poner de relieve la dimensión estratégica de la apuesta teórica de Marx, así como la complejidad de su discurso científico.

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