Ideas de izquierda 38, 2017

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IDEAS DE IZQUIERDA

SUMARIO

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El negocio de la polarización

MARXISMO & NUEVAS TEORÍAS CRÍTICAS

Esteban Mercatante

Marcelo Valko

CAZA DE MUJERES/MUJERES A LA CASA

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4 2x1: cuando falló la Corte

LA VERGÜENZA COMO ARMA DE LA REVOLUCIÓN

Eduardo Castilla y Fernando Rosso

Santiago Roggerone

DANIEL BENSAÏD, LA CRISIS Y EL MARXISMO MELANCÓLICO Gastón Gutiérrez

LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN EMERGENCIA

sociedad rural argentina, APROPIADORES DE TIERRAS: ¿SERVIR A LA PATRIA?

PRESENTACIÓN

Ana Villar

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Christian Castillo

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100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

CRISIS NÂO TEM FIM

Larisa Pérez

DIEZ SEMANAS DE TROTSKY EN NUEVA YORK

El golpe dentro del golpe

bajo la bandera de la revolución permanente Juan Hernández

45 UNA VIDA SIGNADA POR LA REVOLUCIÓN Andrea D´Atri

47 Pavlov y VygotskI bajo el prisma del estalinismo Juan Duarte

Daniel Matos

EL PT, EL NEOLIBERALISMO Y EL RÉGIMEN BRASILEñO Edison Urbano

17 EL TALLER DE GRAMSCI A DEBATE CONCEPTOS QUE SON UN CAMPO DE BATALLA Eduardo Grüner

UN LIBRO CONTRA LAS VULGATAS GRAMSCIANAS Christian Castillo

UNA NUEVA ETAPA EN LA DISCUSIÓN DE GRAMSCI EN ARGENTINA Horacio González

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Lilén Godoy, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega y Fernando Rosso.

COLABORAN EN ESTE NÚMERO Eduardo Castilla, Daniel Matos, Edison Urbano, Horacio González, Ana Villar, Santiago Roggerone, Larisa Pérez, Marcelo Valko, Juan Hernández, Isabel Infanta, Federico Falcón.

EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo.

PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapa: Agustina Fontenla

www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.


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El negocio de la polarización Esteban Mercatante Comité de redacción.

El gobierno de Macri se ilusionó después del 1A con un respiro que le permitiera marchar más cómodo hacia las elecciones de la mano de la estrategia de polarización con el kirchnerismo. La Corte con su fallo habilitando el 2x1 para delitos de lesa humanidad, primero, y la crisis en Brasil y su sombra (en lo económico y lo institucional), después, dieron por tierra con estas aspiraciones. El fallo del caso Muiña generó un contundente rechazo en las calles, que obligó a una salida de “unidad nacional” en el Congreso y dejó a la Corte golpeada. El gobierno buscó despegarse del fallo y criticó a la Corte; pero más complejo le resulta desprenderse de su responsabilidad en crear un clima propicio para este tipo de decisiones revisionistas por parte del Poder Judicial. La llegada al poder de Cambiemos dio nuevo impulso a los “relatos para la impunidad” impulsados por sectores de la clase dominante, como ilustramos en nuestro número de marzo1. El salto en la crisis en Brasil, que acorraló al golpista Temer, confirma que la tenue recuperación económica que anunciaban los analistas para el principal socio comercial de la Argentina seguirá posponiéndose. Con más de 8 puntos porcentuales de caída de su economía en los últimos tres años, la depresión del socio mayor del Mercosur viene golpeando fuerte a numerosos sectores de la industria argentina, con el automotriz a la cabeza. El relato de los brotes verdes que elabora el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne a pesar de todos los indicadores que lo siguen contradiciendo, se hace así cada vez más cuesta arriba; los consultores (los mismos que acompañaron las esperanzas de recuperación en el “segundo semestre” de 2016 que nunca se concretaron) vienen ajustando a la baja sus pronósticos para este año a la luz de las novedades negativas, que podrían agravarse si hay nuevos capítulos de inestabilidad financiera como el que se produjo el jueves 18 de mayo. Al impacto económico se suman los coletazos del tembladeral político. El salto en la crisis de Temer ocurre después de la histórica jornada de paro general del 28 de abril, el

primero en Brasil desde 1996. Estas jornadas mostraron la vocación de los trabajadores y sectores populares para enfrentar los ataques del gobierno de Temer, mostrando una fuerza que desbordó a las conducciones petistas de la CUT y CTB (que buscan evitar nuevas acciones y por el contrario quieren canalizar el descontento hacia salidas institucionales). La crisis de Temer expone así las dificultades para establecer un consenso para las políticas de vuelta al mundo y “meritocraria” que dejen definitivamente atrás el “momento posneoliberal”2 en América del Sur, lo que se suma a las dificultades que ya de por sí este proyecto enfrenta nada menos que los EE. UU. con Donald Trump, quien a pesar de haberse visto obligado a recalcular en muchas de sus orientaciones políticas, sigue prometiendo proteccionismo y fronteras rigurosamente vigiladas. Por si esto fuera poco, la inminente revelación sobre el pago de coimas de Odebrecht en la Argentina promete generar un terremoto no solo para los miembros de la administración kirchnerista que manejaron la obra pública entre 2003 y 2015, sino también para el gobierno de Macri. El motivo no es ningún secreto: los contratistas del Estado que comparten obras concesionadas con la empresa brasilera abundan en las filas del gobierno y en la familia del presidente. A pesar de los esfuerzos de Carrió y Clarín por desviar la atención solo hacia los De Vido y López, las revelaciones de la firma brasilera pueden pegar sobre la credibilidad del gobierno tan fuerte como lo hicieron los Panamá Papers. La aparición de Cristina Kirchner en el prime-time televisivo el pasado 25 de mayo fue definitivamente la señal de largada para una campaña electoral planteada en términos de polarización. Se trata de un negocio que beneficia a ambos bandos de la grieta. Al gobierno, para plantear la disputa en términos de “lo nuevo vs. el pasado”, con el objetivo de afianzar a su base para asegurar un futuro de ajuste contra el pueblo trabajador más acelerado después de octubre del que pudo aplicar hasta el momento. A CFK, para presentarse como la contracara del “gobierno para los

ricos”, como si su “modelo” no hubiera tenido también como base sostener la elevada rentabilidad extraordinaria conquistada por el capital después de la megadevaluación de 2002 gracias a este ajuste y al “superciclo” mundial de los commodities (que permitió un precio altísimo en el valor de exportación de la soja). Si gracias a condiciones extraordinarias (amplio superávit fiscal y comercial) el kirchnerismo alimentó la ilusión de que era posible conciliar los beneficios al capital con algunas medidas “redistributivas” (siempre partiendo del bajo piso en que el brutal ajuste de 2001/02 había dejado las condiciones de los trabajadores y sectores populares), las capacidades para intentarlo ya habían empezado a desaparecer en 2012, signando desde entonces la declinación del “modelo” y empujando una primer ronda de ajuste. El mismo a cuya profundización contribuyó el peronismo desde que asumió Macri acompañando en el Congreso las principales leyes de ajuste (que no podrían haber salido sin el acompañamiento del PJ en Senadores), aplicándolo con igual ferocidad en las provincias donde gobierna y contribuyendo a la tregua social desde los sindicatos que conduce. La lista de “unidad” que impulsa CFK, estará llena de nuevos Pichetto y Bossio. Ante estas falsas alternativas, sólo el Frente de Izquierda y de los Trabajadores plantea una salida para que se ajusten ellos. Frente a los políticos patronales ya sea de Cambiemos (PRO-UCR), o de la falsa oposición de los peronistas de todas sus alas, es necesario fortalecer la única fuerza que lucha por la independencia política de los trabajadores.

1. Christian Castillo, “Relatos para la impunidad”, IdZ 36, abril 2017. 2. Eduardo Molina, “Laberinto y péndulo: Metáforas de un campo de batalla”, IdZ 30, junio 2016.


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POLÍTICA

Fotografía: Emergente

2x1: cuando falló la Corte FERNANDO ROSSO Comité de redacción. EDUARDO CASTILLA Redacción La Izquierda Diario. Hace más de 200 años, Thomas Jefferson –uno de los padres fundadores de EE. UU.–, afirmaba que “la Constitución se convierte en un mero instrumento de cera en las manos del Poder Judicial, que puede torcerla y darle la forma que prefiere”1. Diseñado como poder contramayoritario desde los inicios del régimen constitucional burgués en EE. UU., el Poder Judicial debía actuar como reaseguro jurídico último de los intereses de las minorías frente a las mayorías. En términos históricos concretos, debía garantizar la dominación de la reducida franja de grandes propietarios y acreedores frente a la masa de pequeños comerciantes, trabajadores y pobres en general, en el marco de un período signado por fuertes tensiones sociales y políticas. La garantía del alineamiento con la minoría que detenta el poder económico está dada a través de privilegios de índole aristocrática.

Entre ellos se encuentran la intangibilidad de sus ingresos, el carácter vitalicio de sus cargos y el mecanismo de su elección, ajeno a toda incursión de la llamada “voluntad popular” que –con mayor o menor distorsión– expresan algunas instituciones. El Poder Judicial extrema los rasgos comunes al conjunto de la casta política que gestiona el Estado burgués2. En Argentina, quienes integran la Corte Suprema de Justicia son elegidos por un acuerdo entre el Senado y el presidente de la Nación. Se trata de una negociación entre los integrantes del estrato más aristocrático de los representantes legislativos y la figura que expresa concentradamente el poder político de la clase dominante. De este modo, el Poder Judicial en general, y la Corte Suprema en particular, tienen la potencialidad de erigirse en una suerte de árbitro sobre el conjunto de la sociedad. Una casta minoritaria y privilegiada, atada

materialmente a las clases dominantes, posee la potestad de decidir sobre cuestiones que hacen a la vida de millones. Ese lugar dentro del esquema de dominación capitalista conlleva que sus decisiones puedan tener consecuencias de gran alcance. Por supuesto, esto implica la posibilidad de desatar todo tipo de crisis políticas. Sobran ejemplos de esta función estratégica de la Corte en momentos decisivos. Podemos nombrar una decisión, no muy recordada pero fundamental que tomaron los supremos en la última gran crisis que padeció el país: el 2001. Como recuerda el profesor Lucas Arrimada, en aquél entonces, la Corte convalidó el proceso de distribución asimétrica de las ganancias en favor de las grandes empresas después del corralito y pesificación del 2001. Cerró los reclamos y confirmó legalmente otra enorme transferencia de capital. Las grandes empresas licuaron sus


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pasivos, lavaron ganancias y crecieron exponencialmente a costa de la sociedad y el empobrecimiento colectivo. Una decisión que, junto con otras (como la devaluación) dio empuje al modelo de acumulación posterior. En los últimos tiempos, con apenas semanas de diferencia, los respectivos tribunales supremos de Brasil y Argentina parieron sendas crisis, cuyas magnitudes no son equiparables desde ya, pero demuestran la gravitación excepcional que puede adoptar ese poder.

La Corte Suprema y el 2x1 El fallo de la Corte Suprema en el caso del represor Luis Muiña, donde otorgó el beneficio del 2x1 a ese genocida, desató una importante crisis política en Argentina. La misma dejó golpeado al máximo tribunal y, en menor medida, al Poder Ejecutivo. La profunda reacción social evidenció el límite en la relación de fuerzas que el fallo había trasvasado. La multitudinaria movilización del miércoles 10 de mayo y las múltiples muestras de repudio que recorrieron el país, evidenciaron que la impunidad a los genocidas carece de consenso a escala social. La crisis abierta con el fallo fue parcialmente cerrada con un inédito pacto de “unidad nacional”, que encontró expresión en la rápida votación en el Congreso Nacional, de una ley para limitar la aplicación del 2x1 para los crímenes de lesa humanidad. Dentro del oficialismo, la posición adoptada pasó de sostener el respeto a la “independencia” del Poder Judicial en los momentos inmediatos al conocimiento del fallo, a un cuestionamiento abierto. Hasta el presidente Macri criticó la decisión de la Corte, mostrando la magnitud de la crisis política abierta. Sin embargo, a la luz del extendido repudio, el fallo no puede leerse como un simple error de cálculo. Se trató de una decisión consciente, en el marco de un clima político instalado desde el oficialismo, en aras de avanzar hacia un nuevo consenso ideológico y político sobre el genocidio.

Un nuevo consenso negacionista A mediados del año 2016, en una entrevista para el sitio Buzzfeed, la periodista Karla Zabludovsky interrogó a Macri sobre el número de desaparecidos. “No tengo idea”, respondió despreciativamente el mandatario. En el mismo reportaje calificó a la dictadura como “guerra sucia”, apelando al concepto utilizado por los genocidas para definir su accionar. Desde los inicios de la gestión Cambiemos, Darío Lopérfido, quien fuera ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires –y también

funcionario de la Alianza con De la Rúa– negó la existencia de 30 mil desaparecidos. El funcionario incurrió en declaraciones de ese tipo reiteradamente, lo que conllevó un repudio generalizado de la comunidad artística. Cuestión que le costó el cargo. Juan José Gómez Centurión fue otro de los protagonistas de la batalla política-ideológica en pos del relato negacionista. El director de la Aduana negó impunemente y con toda personalidad, durante un programa de TV, que hubiera existido un plan sistemático destinado a la desaparición y asesinato masivo de personas. En ese marco, como Lopérfido, también cuestionó la cifra de 30 mil detenidos-desaparecidos. Germán Garavano, ministro de Justicia del Gobierno nacional, recibió el año pasado a Cecilia Pando, una provocadora profesional, rabiosa militante de la causa de los genocidas. Antes, el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj, se había entrevistado con la CELTYV3, organización que dice representar a “víctimas del terrorismo” ejercido, según su visión, por las organizaciones armadas de los ‘70. Asimismo, el Gobierno intentó cambiar el feriado del 24 de Marzo, medida de la que tuvo que retroceder ante un extendido rechazo. Durante el mismo día del aniversario del golpe, diputados oficialistas se fotografiaron con un cartel que decía “nunca más a los negocios con los derechos humanos”. Este somero recorrido evidencia que el fallo de la Corte fue construido política e ideológicamente. Pero no solo el Gobierno intervino en la arquitectura de ese clima ideológico. La Iglesia, horas antes de conocerse el fallo, anunciaba que en la 113° Asamblea Plenaria de obispos tendría lugar un debate “sobre los acontecimientos ocurridos durante la última dictadura militar”. El eufemismo acompañaba la confirmación del objetivo de avanzar en la “reconciliación” con las FF.AA. Detrás de esa decisión del episcopado argentino estaba, como nadie podría dudarlo, el mismo papa Francisco. El pontífice, además de haber creado el concepto de “memoria completa”, tiene en su historial haber sido una autoridad de peso dentro de estructura eclesiástica durante la dictadura. La construcción de este consenso negacionista contó con el esfuerzo decidido de gran parte de la corporación mediática. En particular, el diario La Nación jugó el papel de vocero en sus editoriales diarias, clamando tanto por limitar lo que llamó “venganza” contra los genocidas, al tiempo que exigía el juzgamiento de los integrantes de las organizaciones armadas de izquierda.

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Relato y objetivo estratégico Esos permanentes “brotes negacionistas” vienen buscando construir un nuevo relato sobre el genocidio, que permita sustentar otro intento de reconciliación con las FF. AA., al tiempo que aporte a reconstruir el prestigio del maltrecho “partido militar”. Otro de los objetivos que se propone esta política es evitar que se juzgue a los responsables civiles y empresarios de la dictadura. Para el gran capital y la casta política que gestiona su Estado no es una cuestión menor. Los dueños del país tienen clara conciencia de clase del rol que, si las circunstancias lo requieren, pueden jugar las FF. AA. Si el ajuste estructural que tienen en agenda genera resistencia popular o radicalización política, ese accionar represivo se hará necesario. La construcción de un nuevo consenso negacionista es un paso necesario en ese objetivo. Esta política reviste hoy las formas que le imprime el macrismo. Pero la historia nacional, desde 1983 a esta parte, mostró diversos intentos de reconciliación nacional. Si Alfonsín hizo de la misma una necesidad de gobernabilidad, el menemismo la convirtió en una suerte de vocación oficial. Todos los gobiernos, sean radicales, peronistas o de coalición, mantuvieron el aparato represivo heredado de la dictadura, y solo frente a la presión de la movilización, incurrieron en concesiones4. El kirchnerismo tuvo también su proyecto de reconciliación con las FF. AA. El juzgamiento y castigo a genocidas que ya no revistaban en actividad se combinó con un ejercicio de construcción discursiva sobre la Memoria, intentando resignificar el papel de las Fuerzas Armadas. Solo en ese esquema es posible explicar a César Milani como jefe del Ejército por casi 3 años. La reacción masiva al fallo del 2x1 evidencia los límites de esas políticas de reconciliación. Al fracaso relativo contribuyó, en no menor medida, el que la amplia mayoría de los genocidas se haya negado –siquiera en términos discursivos– a colaborar en cerrar la brecha abierta por su accionar en la dictadura. Si en la Argentina no fueron posibles políticas de amnistía –como las impulsadas en Sudáfrica– esto se relaciona en parte con la continuidad de un discurso por parte del grueso de los represores, que se siguen considerando justos ganadores de una “guerra antisubversiva”5.

Un bonapartismo judicial fallido Con el fallo del 2x1 la Corte intentó cumplir su función de árbitro, entre lo que percibía como un consenso que no terminaba de morir y un “nuevo” que no terminaba de nacer. »


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POLÍTICA

Quiso colocarse “a la vanguardia” del nuevo clima de época que se impulsaba desde el poder político, apoyándose en el uso y abuso de la cuestión de los derechos humanos que hiciera la administración kirchnerista. Pero la “grieta” entre el grueso de la sociedad y el “partido militar” tiene raíces mucho más profundas que el usufructo realizado por el anterior oficialismo. Se remonta a su contradictoria caída, por impulso de la movilización popular, luego del genocidio infame y de la vergonzosa derrota en la guerra de Malvinas. Todos los intentos de reconciliación fallaron porque no pudieron suturar esa fractura histórica. El fallo Muiña significó un profundo golpe a la Corte como institución política. Ante las consecuencias de la crisis abierta, las propuestas de mecanismos que permitieran saltearla proliferaron. Pedidos de juicio político en el Congreso Nacional fueron acompañados por la exigencia directa de que renunciaran los tres firmantes por la mayoría del fallo6. Esta crisis se da en un marco de reacomodamientos en el seno mismo del Poder Judicial, en un contexto de tensiones sociales y políticas. Recientemente esto se expresó en la conformación de la Asociación de Jueces Federales de la República Argentina (Ajufe)7, una suerte de expresión orgánica de parte del llamado Partido Judicial. En los Cuadernos de la cárcel, Antonio Gramsci, analizando los momentos de crisis orgánicas, señalaba como las mismas pueden reforzar

Cualquier “reforma” del Poder Judicial que no cuestione su estatuto de casta privilegiada, garante de los intereses de la dominación capitalista, está condenadas a la impotencia. Una demanda democrática y elemental debería empezar por liquidar su carácter aristocrático, imponiendo la elección de los jueces por voto directo de la población, la revocabilidad de los mismos y la determinación de sus ingresos a partir de lo que cobra un trabajador o una maestra. Al mismo tiempo, debería establecer el funcionamiento de juicios por jurado popular. Una modificación de esta índole no puede estar separada de una transformación revolucionaria del orden existente.

...la posición relativa del poder de la burocracia (civil y militar), de las altas finanzas, de la Iglesia y en general de todos los organismos relativamente independientes a las fluctuaciones de la opinión pública8.

5. “Al ejército vencedor no se lo enjuicia ni se le pide rendición de cuentas luego de la guerra” afirmaba el general Harguindeguy en 1980. Citado en Paula Canelo, La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983), Buenos Aires, Edhasa, 2016.

En crisis sociales profundas, la Corte Suprema como vértice superior del Poder Judicial, puede convertirse en un actor político de peso, que arbitre sobre el conjunto de la Nación y las clases sociales, garantizando la dominación capitalista. La situación actual de Brasil9 muestra a la casta judicial actuando en los hechos como un “partido político”, relativamente independiente de la llamada opinión pública.

1. La Constitución de 1787 no otorgó explícitamente la potestad de revisar la constitucionalidad de las normas al Poder Judicial. A inicios del siglo XIX esa cuestión quedaría asentada, a través del caso Marbury vs. Madison, donde la Justicia se autoasignó esa potestad. Ver Roberto Gargarella, “En nombre de la Constitución. El legado federalista dos siglos después”, en Atilio Borón (comp.), La filosofía política de Hobbes a Marx, Buenos Aires, CLACSO, 2000. 2. Las críticas a esos privilegios surgieron en EE. UU. durante los debates sobre la Constitución de 1787. El sector progresista de los antifederalistas los cuestionaría y propondría medidas políticas como la revocabilidad de los mandatos y elecciones anuales para fortalecer el control de los funcionarios por los electores. 3. Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas. 4. Ver Daniel Satur, “Genocidio: desde 1983 la política de Estado fue la impunidad y la ‘reconciliación’”, La Izquierda Diario, 9/5/17.

6. Diversos sectores focalizaron el pedido de renuncia en la jueza Elena Highton de Nolasco, quien debería jubilarse a fin de año pero cuenta con una medida cautelar favorable, para continuar en el cargo. 7. Daniel Satur, “Lorenzetti y el rearme preventivo del Partido Judicial”, La Izquierda Diario, 23/5/17. 8. Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, disponible en gramsci.org.ar. 9. Se puede consultar Fernando Rosso y Juan Dal Maso, “Brasil: ¿en crisis orgánica?”, La Izquierda Diario, 9/3/16.


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La educación pública en emergencia

Ilustración: Gloria Grimberg

Christian Castillo Sociólogo, dirigente nacional del PTS. “La educación pública está en crisis”. Lo escuchamos todo el tiempo. Pero en boca de los funcionarios gubernamentales este diagnóstico no significa nada bueno para los trabajadores. El actual Ministro de Educación y Deportes, Esteban Bullrich, no ha vacilado en sugerir la vuelta de la enseñanza religiosa a la escuela pública atacando la laicidad. En sus años al frente de la cartera educativa porteña tuvo el “mérito” de lograr que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sea el distrito donde más porcentaje de estudiantes cursan en la educación privada. Mientras que el promedio nacional en la educación común1 del sector público es del 70,7 %, en CABA es de solo un 48,9 % del total de estudiantes2. El sistema educativo argentino contaba en 2015 con unos 14.500.000 estudiantes contando al conjunto de sus niveles y modalidades. La educación común congregaba a 11.132.889, el 76 % de todo el sistema

educativo (de los que 7.873.814 pertenecen al sector estatal y 3.259.075 al privado), mientras la modalidad permanente para jóvenes y adultos agrupaba a 1,2 millones y las universidades alrededor de 2 millones. Exceptuando las universidades hay 65.475 unidades educativas donde dan clase 960.899 docentes�. Supuestamente para responder a la situación de crisis que vive el sistema educativo, el gobierno nacional ha presentado el llamado Plan Maestro. En este establece como metas centrales: 1) universalizar el nivel inicial desde los 3 años; 2) incluir la totalidad de los alumnos primarios en el régimen de Jornada Escolar Extendida hacia el 2026; 3) lograr que la totalidad de los jóvenes entre los 12 y 17 años asista en el 2026 a la escuela secundaria y que el 90 % culmine el ciclo secundario; 4) lograr que en la próxima década 2 millones de jóvenes y adultos entre 19 y 45 años concluyan sus estudios secundarios; 5) 200 días

de clase por año. Este “plan” es uno de esos tantos documentos que plantean metas a mediano y largo plazo sin decir en base a qué medidas serán logradas y que no dan respuesta a las demandas más inmediatas. Por ejemplo, el objetivo de avanzar hacia la jornada extendida o completa en al menos un 30 % de las escuelas primarias estatales debía alcanzarse en el año 2010 de acuerdo con la Ley de Educación Nacional de 2006. Sin embargo, el promedio nacional llega solo al 13,8 % y en la Provincia de Buenos Aires, donde se concentra casi un 40 % del sistema educativo nacional, apenas al 6,8 %. El incumplimiento estatal es claro: ni el Estado nacional ni el Estado provincial pusieron los fondos necesarios para construir las escuelas necesarias ni para crear los nuevos cargos docentes para cumplir esta meta elemental. En cuanto a la obligatoriedad de los estudios secundarios, también está fijada por ley. Sin embargo son »


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EDUCACIÓN

solamente algo menos de un 50 % de los estudiantes de este nivel los que culminan sus estudios. Lo cierto es que la política del actual gobierno es continuar con la línea de cristalizar un sistema educativo dualizado, con un sector público cada vez más degradado y un sector privado donde concurren los hijos de los sectores más acomodados de la población (y franjas de los trabajadores con mejores salarios). Esta segmentación del sistema educativo ha acompañado la precarización creciente de la fuerza de trabajo y la marginalización de sectores crecientes de la población, impuesta particularmente a partir de la década de los ‘90. La baja en la calidad educativa se corresponde con trabajos cada vez más precarizados y aumentos de los niveles de pobreza. Cada vez son menos los estudiantes que provienen de escuelas públicas que logran acceder a las universidades a pesar de la gratuidad y del ingreso libre. Quienes cuentan con más recursos y provienen de los hogares de mayores ingresos logran las mayores calificaciones educativas. Del otro lado, un sector relevante de la juventud entre 18 y 24 años, un 26 % para el año 2012, pertenece a la categoría “ni ni”, ni trabaja ni estudia, cifra que crece a un 33 % en el sector de menores ingresos. Es decir que más allá de los discursos, esta segmentación del sistema educativo es relativamente funcional a las condiciones del capitalismo semicolonial argentino: para el empleo no registrado que tiene un 35 % de los asalariados o para vivir de planes sociales no se requiere una gran calificación de la fuerza de trabajo. Esta es la razón de fondo por la cual los distintos gobiernos capitalistas reiteran la hipocresía de mostrarse “preocupados” por la caída del rendimiento escolar mientras que no toman ninguna de las medidas que podrían revertir esta situación, ni en lo que hace a la jerarquización de la actividad docente (empezando por una mejora sustantiva de los salarios) ni la inversión necesaria en infraestructura. Solo en la Provincia de Buenos Aires son 165.000 niños de 3 y 4 años los que vienen quedando sin vacantes en los jardines, ya sean públicos o privados. Menos que menos estos gobiernos pretenden terminar con la situación de pobreza en la que está hoy un 46 % de los jóvenes (la media nacional es de un 31 %). Es evidente que una mejora sustantiva del rendimiento escolar no puede venir

meramente de cambios o mejoras en la situación educativa sino en modificar progresivamente las condiciones materiales de vida del pueblo trabajador. Difícil que pueda haber grandes mejoras del rendimiento escolar cuando los estudiantes viven en hogares hacinados y con las “necesidades básicas insatisfechas”. Y con docentes que tienen que tratar de enseñar en aulas superpobladas y escuelas que se caen a pedazos, dejando la salud en los cursos trabajando doble o triple turno, tal como ocurre con otros trabajadores en las fábricas, y con salarios que no permiten llegar a fin de mes. La dualización del sistema educativo argentino se corresponde con la política de “reformas” a nivel internacional en las que se busca que la escuela pública quede como una suerte de “depósito de pobres”, con mínimo presupuesto e incluso buscando vías alternativas de financiamiento al presupuesto estatal (como ya ocurre con los “fondos propios” obtenidos por las universidades, incluyendo la venta de servicios y arancelamiento de los posgrados). La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) en particular viene un jugando un papel muy activo para impulsar este tipo de reformas en los distintos niveles educativos, como ha ocurrido en México y Perú, o en Europa en el nivel universitario con la implementación del Plan Bolonia. Como señala Xavier Diez, más allá ...de simplificaciones más o menos brillantes, lo cierto es que los sistemas educativos occidentales están pasando por una fase de homogeneización. Cada vez las reformas educativas se parecen más unas a otras3.

Y son “reformas” que buscan reforzar la mercantilización y la privatización de los sistemas educativos, entre otros objetivos.

Herencia y continuidad Aunque tenían sus antecedentes, las leyes menemistas “antieducativas” de comienzos y mediados de los ‘90 favorecieron el crecimiento de la educación privada contra el sector estatal buscando adaptar el sistema educativo argentino a lo que pedían los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, que tenían al regresivo sistema educativo chileno como modelo para América Latina. Se transfirieron hacia las

provincias la totalidad de las escuelas secundarias, gran parte de los institutos terciarios y las escuelas de gestión privada, pero sin entregar los recursos económicos para solventarlos. Entonces cada provincia tuvo que hacerse cargo del sistema, generando una profunda desigualdad según la recaudación y el gasto de cada una, en un marco de decadencia general del sistema estatal. Mientras el Estado nacional desfinanciaba la educación, dedicaba estos recursos para el pago de la deuda externa. Los efectos de esta política se grafican, entre otros indicadores, en el hecho de que a partir del año 2003, por primera vez en la historia, cae la matrícula de la educación primaria estatal. Esta dinámica no varió en los gobiernos kirchneristas. Si en 2003 por cada 3,8 alumnos de escuelas estatales había uno que iba a escuelas privadas, en 2013 la proporción era de 2,8 en escuelas estatales a uno en las privadas. La caída es mayor si nos centramos en la matriculación existente en el primer grado primario. Mientras en 2003 se matricularon 675.000 niños en primer grado en escuelas estatales, en 2013 lo hicieron solo 549.000, una caída del 19 %4. A pesar de un aumento –limitado– en la proporción del PBI destinado a la educación, que alcanzó el 5,8 % en 2015, el kirchnerismo dejó intacto lo esencial del esquema educativo impuesto en los ‘90. En la universidad ni siquiera derogaron la Ley de Educación Superior, votada con los estudiantes rodeando el Congreso en 1995. Es que, lejos del relato antinoventista de la “década ganada”, seguimos teniendo veinticuatro sistemas educativos con veinticuatro presupuestos diferentes. Además, el espíritu de la Ley Federal del menemismo, que habilitaba a cualquier entidad privada a ofrecer servicios educativos y ser subvencionada por el Estado, no solo se mantuvo sino que creció el mercado educativo privado, y particularmente el confesional. Los docentes tuvieron que emprender enormes luchas por su salario y aún así fue realmente una década perdida: doce años de salarios que son los más bajos de la región y la naturalización de la doble jornada (o incluso triple), afectando así las condiciones de trabajo y enseñanza. Comparativamente los salarios docentes argentinos son más bajos que en México, Brasil o Chile. Ni hablar de Finlandia, uno de los países que desde hace


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“...la política del actual gobierno es continuar con la línea de cristalizar un sistema educativo dualizado, con un sector público cada vez más degradado y un sector privado donde concurren los hijos de los sectores más acomodados de la población.

unos veinte años se presenta como ejemplo de alto rendimiento educativo, donde un docente primario cobra en promedio por mes 3.123 euros (unos $ 56 mil), un secundario 3.877 euros (unos $ 70 mil) y un universitario 4.241 euros (alrededor de $ 76 mil). En este país, además, la educación es 100 % pública y gratuita, incluyendo el almuerzo, la entrega de materiales y el transporte pagos por el Estado. Sin querer idealizar este sistema, que también tiene como características una enseñanza intensa pero de mayor tiempo libre para los estudiantes (con clases de no más de 45 minutos y prácticamente sin tareas extraclase) y una amplia autonomía para la actividad de cada docente, lo cierto es que pretender cambios sustantivos en la situación de nuestra educación pública sin comenzar por duplicar los ingresos docentes es una quimera.

Algunas medidas para enfrentar la emergencia educativa Macri, Vidal y Esteban Bullrich quieren avanzar en el ataque a la educación pública, continuando el proceso de segmentación y la privatización del sistema educativo. Por eso eligieron a los docentes como “enemigos”. Antes lo habían hecho Scioli y su ministra Nora De Lucía, y también la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, como ocurrió en sus discursos de apertura de sesiones parlamentarias de 2012 y 2014�. Por eso no extraña que el excandidato presidencial del Frente Para la Victoria le haya recomendado a la gobernadora de Cambiemos cerrar la paritaria docente por decreto y dar nuevamente un aumento de miseria, después que el año pasado el salario ya perdió diez puntos frente a la inflación. Los funcionarios gubernamentales, que cobran quince o veinte veces más que un docente, pueden cambiar, pero su discurso de estigmatización de los docentes se repite. Para nosotros, al contrario que para Cambiemos, el PJ o el Frente Renovador, revertir la crisis de la educación pública es una prioridad. Desde el Frente de Izquierda fuimos la única fuerza política que tanto bajo el kirchnerismo como ahora con Macri hemos apoyado la lucha docente en todo el país, utilizando para ellos nuestras bancas en las legislaturas y el parlamento nacional, desde donde acompañamos las luchas docentes. En mi caso fui uno de los autores de la ley de

Boleto Educativo Gratuito en la Provincia de Buenos Aires, que originalmente abarcaba al conjunto de estudiantes, docentes y no docentes de la provincia. El Senado provincial la restringió solo para los estudiantes y María Eugenia Vidal ha excluido de este beneficio elemental a los estudiantes terciarios y a la mayoría de los universitarios de la provincia. Es de un cinismo completo pretender que se puede mejorar la calidad educativa con salarios docentes que están $ 3.000 por debajo de la línea de pobreza. Para dar respuesta a la emergencia proponemos la renacionalización del sistema educativo, para que el Estado nacional junto con los estados provinciales garantice el financiamiento necesario para sostener una educación pública de calidad y al servicio de las necesidades e intereses de los trabajadores. Proponemos duplicar ya el salario docente con recursos de Provincia y Nación y que una jornada laboral docente de 6 horas (4 frente a clase y 2 extraclase) cubra la canasta familiar. Hay que terminar con el fraude laboral y todo el salario tiene que ir al básico para computar antigüedad, aguinaldo y vacaciones. Es hora que la prioridad sea la educación pública, y no la ganancia de las mineras, los bancos, las patronales agrarias y las corporaciones multinacionales. Proponemos terminar con los subsidios a la educación privada y la privatización de carreras y posgrados a pedido de las empresas. Los posgrados universitarios deben ser también gratuitos. En vez de ir al pago de la deuda o a subsidios a los capitalistas, deben destinarse todos los recursos necesarios para construir las escuelas que faltan y crear cargos docentes para garantizar la jornada extendida o completa en la totalidad del sistema educativo, sin que esto signifique mayor carga laboral para los docentes o formas de precarización laboral como ha ocurrido en algunas provincias. En las universidades hoy solo se recibe uno de cada cuatro ingresantes. El Estado debe otorgar a los hijos de los trabajadores becas mensuales de media canasta familiar, $ 11.500, para que todos puedan terminar sus estudios terciarios y universitarios. Que se comience ya otorgando 100.000 becas este mismo año en base a un impuesto extraordinario al 1 % más rico de la población. Hay que anular inmediatamente la nefasta Ley de Educación Superior menemista, que

ha favorecido la mercantilización y privatización periférica de los estudios universitarios, transformando en particular los estudios de posgrado en un negocio y mera fuente de recaudación de fondos. La educación es también un terreno de la lucha de clases. Para la burguesía es a la vez un medio para calificar la fuerza de trabajo en sus distintos niveles, para difundir su “sentido común” sobre el mundo y una fuente de negocios. Pero, como decimos, nuestra educación, la de millones de jóvenes, vale más que sus ganancias. Hay que dar batalla a las políticas que impulsan las clases dominantes y sus gobiernos en este terreno. Necesitamos un gran Congreso Educativo Nacional, donde padres, docentes y estudiantes puedan definir un plan para salir de la crisis adonde nos llevaron los gobiernos que defienden los intereses de las patronales. Para discutir la incorporación de las prácticas pedagógicas innovadoras que en los hechos muchos docentes realizan contra las formas arcaicas de enseñanza y al servicio de forjar una fuerza de trabajo dócil y domesticada de acuerdo a los requerimientos de la explotación capitalista. Queremos una educación 100 % laica, pública y gratuita, de calidad y al servicio de los intereses y necesidades del pueblo trabajador.

1. En las estadísticas oficiales se llama educación común a la que se brinda a la mayor parte de la población. Se oferta en los siguientes niveles y servicios educativos: Inicial / Primario / Secundario / Superior No Universitario / Otros servicios educativos (apoyo escolar, talleres de artística, ciclos formativos de arte, cursos, capacitación docente). Cabe aclarar que también se contabilizan aquí a los alumnos que asisten a la modalidad técnico-profesional, artística, rural, en contextos de privación de la libertad, intercultural bilingüe y/o domiciliaria. Quedan fuera de ella la educación para jóvenes y adultos, la educación especial y la educación universitaria. 2. Los datos están tomados de: Sistema Educativo Nacional. Informe estadístico, enero 2017, presentado por la Dirección Nacional de Información y Estadística Educativa, Ministerio de Educación y Deportes. 3. Diez, Xavier, “El papel de la OCDE y las estrategias internacionales. Mercantilización de la educación”, 13-05-2017, disponible en vientosur.info/ spip.php?article12598. 4. Ver Guadagni, Alieto Aldo y Boero, Francisco, La educación argentina en el siglo XXI, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2015.


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Crisis política en Brasil

El golpe dentro del golpe

Ilustración: Agustina Fontenla

Daniel Matos Movimiento Revolucionario de Trabajadores, Brasil. Cuando el crecimiento económico del gobierno de Lula estaba en auge, la revista The Economist puso en su tapa la icónica estatua del Cristo Redentor de Río de Janeiro como un cohete que despegaba rumbo al cielo, mostrando la proyección internacional que ganaban las “translatinas” o “global players” brasileños: las grandes multinacionales, cuyo control mayoritario sigue en manos del capital nativo a pesar de la asociación con el extranjero y que compiten en condiciones de igualdad con las empresas imperialistas en el mercado mundial. Algunos de estos denominados “campeones nacionales” tienen hoy a sus dueños o ejecutivos encarcelados por la operación “anticorrupción” denominada “Lava Jato”1. La función estratégica de la operación “Lava Jato” es abrir el camino para que los monopolios imperialistas puedan avanzar sobre sus competidoras translatinas, reconfigurando la relación entre el Estado brasileño y las empresas privadas y, a la vez, crear un nuevo régimen político con legitimidad suficiente para implementar reformas estructurales que

transfieran una mayor cantidad de renta de la población trabajadora al capital. Para recomponer las inversiones extranjeras y llenar las arcas públicas a repartir entre los capitalistas, el gobierno golpista de Temer ha intentado implementar un ajuste fiscal draconiano que desfinancia programas públicos esenciales, así como reformas neoliberales más reaccionarias que aquellas implementadas en los años 1990. En el marco de una crisis económica que ya acumula una caída de 8 % del PIB, y un aumento rápido y masivo de la desocupación con más de 15 millones de desempleados (15 % de la población económicamente activa), el accionar del gobierno golpista ha forzado una creciente polarización política y social. Por un lado, fortaleció a una extrema derecha representada por el diputado Jair Bolsonaro2, que cuenta con un 16 % de intención de voto en ascenso y múltiples lazos con la Policía y las Fuerzas Armadas; una derecha fascistizante que defiende abiertamente la dictadura militar. Por otro lado, ha fortalecido a los sindicatos y los movimientos sociales

que se opusieron al golpe, y ahora se oponen a las reformas neoliberales en curso, lo que es capitalizado políticamente por el expresidente Lula, quien cuenta con más del 30 % de intención de voto y crece. La manifestación en Brasilia contra la aprobación de la ley que imponía un techo de gastos presupuestarios en noviembre del año pasado, los paros nacionales del 15 de marzo y el 28 de abril, y la marcha que transformó Brasilia en una “zona de guerra” el último 24 de mayo expresan la continuidad de un movimiento de masas que resiste las reformas neoliberales que intentan implementar en el Congreso, con la entrada de la clase trabajadora y los sindicatos en la escena política con sus propios métodos de lucha, como no se veía desde los años 1980. El golpe dentro del golpe tiene como objetivo evitar la escalada de la polarización política y social para seguir avanzando en términos pacíficos en el intento de imponer una relación de fuerzas sociales más a la derecha y moldear un nuevo patrón de acumulación capitalista más subordinado al imperialismo.


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El enésimo intento fallido de crear una “burguesía nacional” con mayor autonomía El neoliberalismo de Fernando Henrique Cardoso en los años 1990, a pesar de haber provocado una relativa desindustrialización, sentó las bases para la formación de los “campeones nacionales”, con la ayuda de los bancos públicos, las ventajas otorgadas en las privatizaciones y la prestación de servicios a las empresas que siguieron en manos del Estado. El PT, que surgió como expresión política del gran ascenso de huelgas contra la dictadura a fines de los años ‘70 y a lo largo de los ‘80, en lugar de luchar para derribar la dictadura y resistir las reformas neoliberales con los métodos de la lucha de clases, se constituyó como “pata izquierda” del régimen democrático burgués, usando su peso en la clase obrera para emerger como negociador de un neoliberalismo con rostro más humano3. Apoyándose en el excepcional ciclo de crecimiento económico mundial asociado a la burbuja inmobiliaria norteamericana y en el boom de las commodities ligado a la expansión china, el gobierno de Lula (en sociedad con el Partido de Movimiento Democrático Brasileño, PMDB, del que es miembro Temer), se desplegó el proyecto de país basado en los global players emergentes brasileños sobre las bases creadas por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Lo logró mediante la expansión del trabajo precario, el consumo basado en el crédito barato y el clientelismo estatal motorizado por el plan social conocido como Bolsa Familia, estableciendo una sinergia entre el acenso exportador y la dinamización del mercado interno. Sobre esas bases se da la paradoja en la que sectores monopólicos de la burguesía brasilera emergían con cierto grado de “autonomía” relativa para regatear mejores condiciones de asociación con el capital extranjero, al mismo tiempo en que Brasil atravesaba la mayor penetración de capital imperialista de toda su historia. Todo ese castillo de naipes empieza a desmoronarse con la mayor crisis económica mundial desde la segunda posguerra. La abundancia de crédito se transforma en abundancia de deuda, las promesas de mejoría gradual y a largo plazo de las condiciones de vida dan lugar a ajustes y reformas reaccionarias. El trabajo precario cede espacio al desempleo, los representados no se identifican con los representantes. Los sectores medios de la sociedad expresan su descontento en forma más o menos activa. Todo esto

genera el caldo de cultivo para una larga “crisis orgánica” (tomando el concepto de Antonio Gramsci, también entendido como “crisis de hegemonía”), en la cual las clases dominantes fracasan en la “gran empresa” que se habían propuesto (y que les había permitido conquistar “consenso” social) luego de la dictadura militar y la ofensiva neoliberal, sin que todavía haya surgido un nuevo proyecto de país que pueda reemplazarla. Perspectiva que se hace aún más difícil con la continuidad de la crisis económica mundial y las incertidumbres de la nueva administración estadounidense de Donald Trump.

Un momento de vacío de gobierno y la apertura de una coyuntura prerrevolucionaria La principal contradicción del “Partido Judicial” es que tiene poder suficiente para destruir el “viejo orden”, pero aún no para construir uno nuevo. Para eso necesita la subordinación del personal político de los partidos existentes o la constitución de un nuevo sistema de partidos. La pugna entre un Poder Judicial con rasgos cada vez más autoritarios (bonapartistas) y el instinto de autopreservación de las fuerzas del “antiguo régimen” experimenta una nueva escalada con la crisis actual. Los aspectos aventureros del golpe dentro del golpe residen sobre todo en la ausencia de un acuerdo previo al “Lava Jato”, al menos con una parte de las fuerzas del viejo régimen para forzar la renuncia de Temer. El PSDB y el DEM (Demócratas), en discusión con sectores del PMDB y la anuencia de los principales referentes del PT (a pesar de su discurso público en defensa de las elecciones directas), intentan por todas las vías encontrar un nombre que pueda suceder a Temer a través de elecciones indirectas en el Congreso, forzando su renuncia a partir del desembarque unificado de la mayoría de la base aliada del gobierno o forzándola con la ayuda del “Partido Judicial”. Además de su deseo de no ir preso, la inexistencia de un nombre alternativo, que congregue un mínimo de consenso y tenga fuerza para continuar las reformas, es el punto de apoyo central que todavía tiene Temer para mantenerse en el cargo. A esa incapacidad se suman los intereses comunes de otras fuerzas del “viejo régimen” de autopreservarse de la operación “Lava Jato”. Al ser inviable la continuidad del gobierno de Temer sin que haya surgido una alternativa, se establece un momento de vacío de

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gobierno en los hechos. La combinación entre la acción aventurera de la operación “Lava Jato”, la negativa de Temer a renunciar, el fortalecimiento de sectores de extrema derecha, la ofensiva de ajustes y reformas reaccionarias, la persistencia de un movimiento de masas que resiste y la incipiente politización de las Fuerzas Armadas, configuran una coyuntura prerrevolucionaria. Frente a ese recrudecimiento de las disputas entre los distintos sectores dominantes, el principal componente que impide el desarrollo de las tendencias revolucionarias en medio de la crisis es el control que el PT todavía ejerce sobre los sindicatos y movimientos sociales, bloqueando las tendencias espontáneas del movimiento de masas. Esa es la gran traba que los trabajadores deben superar para que se desarrollen acciones históricas independientes del movimiento obrero y de los explotados, configurando una situación prerrevolucionaria o revolucionaria más abierta. El otro factor coyuntural es la relativa pasividad de las clases medias, aunque se perciba un empeoramiento cualitativo de sus condiciones de vida. Su pauperización todavía no llega a niveles agobiantes como los que vivió la Argentina en 2001, que llegó al 25 % de desocupación, cuando las clase medias salieron a golpear la puerta de los bancos reclamando sus ahorros confiscados. Por detrás de las jugadas palaciegas las clases medias que derribaron a Dilma, a pesar de su descontento con Temer y en particular con los efectos de la reforma jubilatoria en sus propias filas, no salieron a las calles porque temen que un agravamiento de la inestabilidad política del país pueda empeorar aún más las condiciones económicas y terminar con el retorno de Lula. A su vez, la base social más amplia del PT, aunque quiera la cabeza de Temer, percibe el olor a podrido de una movilización que sirve a los intereses del canal de televisión Rede Globo (pro Temer) y de la operación “Lava Jato”. La relativa pasividad de las clases medias ante a la crisis es lo que todavía da un margen de maniobra al régimen para buscar un gobierno mínimamente estable –que pueda intentar retomar con alguna legitimidad la agenda de reformas y ajustes–, y hacer retroceder la “escalada a los extremos” que prima en la coyuntura, cerrando su carácter prerrevolucionario. Sin embargo, en un país que vivió jornadas espontáneas masivas como las de junio de 2013, innumerables manifestaciones de derecha y de izquierda con centenares de miles de »


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personas en las calles de todo el país en los últimos años y dos paros nacionales en 2017, está planteada también la posibilidad de que las clases medias se dividan y se radicalicen, y que tanto el movimiento obrero como las bases fascistas del diputado Bolsonaro hagan pesar en mayor medida su impronta en el escenario nacional.

Huelga general para echar a Temer e imponer una Asamblea Constituyente que anule las reformas y haga que los capitalistas paguen la crisis A pesar de que los paros nacionales del 15 de marzo y del 28 de abril hayan extendido entre amplias masas el sentimiento de que con la fuerza de la movilización independiente es posible frenar los ataques, el PT y la Central Única de Trabajadores (CUT) y demás centrales sindicales, se negaron durante todo un mes a convocar un nuevo paro nacional. Se limitaron a organizar una marcha a Brasilia, a sabiendas de que por mayor que sea no tendría la fuerza necesaria para derribar a Temer y el Congreso corrupto y ajustador. Recién 10 días después de escalada de la crisis con el intento de golpe dentro del golpe, las centrales convocaron un nuevo paro nacional para la última semana de junio. Sin embargo, como sucedió en la preparación de los paros anteriores, si dependiera de las direcciones sindicales y del PT, no será un paro activo organizado desde las bases sino controlado para que no se despliegue la espontaneidad y la combatividad obrera. Se negarán a preparar en asambleas de base una huelga general con piquetes masivos en los servicios estratégicos y en las concentraciones industriales más importantes para superar lo que fue el 28A. No quieren una huelga general política sostenida con comités de autodefensa hasta que caiga Temer o el gobierno golpista que lo suceda, y que anule definitivamente todas las reformas. Ante a la crisis abierta con el nuevo intento de golpe de la operación “Lava Jato” contra

Temer, Lula, Dilma y los gobernadores del PT buscan canales de diálogo con Fernando Henrique Cardozo y el PSDB para alcanzar algún pacto de elección indirecta (este no sería el primer apoyo, a comienzos de año Lula alentó a la bancada del PT a apoyar al candidato del gobierno golpista para presidir el Congreso). Inician así negociaciones reaccionarias de gobernabilidad a espaldas del pueblo, negando incluso el derecho democrático más elemental del sufragio universal. La combinación entre esa actitud de la cúpula del PT –coherente con los años de gobierno petista– y la estrategia de la CUT –convocando medidas controladas burocráticamente para negociar una “reforma posible”– muestra cómo la política de [elecciones] “Directas Ya” y la lucha contra las reformas, no son un plan de lucha serio para el PT sino parte de su campaña electoral para 2018, o una alternativa a acordar con los viejos partidos del régimen un nuevo gobierno mediante elecciones indirectas. Una política revolucionaria consecuente exige pelear para que emerjan comités de base para luchar contra las reformas en los lugares de trabajo y de estudio, impulsando la autoorganización para que miles de trabajadores, trabajadoras y jóvenes puedan tomar la lucha en sus propias manos, preparar piquetes y comités de autodefensa para que la huelga pueda triunfar. Demanda participar de los actos convocados por el Frente Pueblo Sin Miedo (CUT, sindicatos, movimientos sin techo y sin tierra) contra las reformas y por “Fuera Temer”, pero como un ala que defienda una política para el desarrollo de la movilización independiente de las masas. Denunciar las maniobras del PT y de la CUT para dejar en un segundo plano el eje de lucha contra las reformas y desmoralizar la movilización con acciones parciales, dispersas y mal preparadas, sin poner los métodos de la clase trabajadora en el centro de la pelea. Alertar que las [elecciones] “Directas Ya”

pueden servir solamente para cambiar el actual personal político por otro más legítimo para implementar los ataques. Y defender la lucha por una nueva Asamblea Constituyente que anule todas las reformas ya implementadas y en curso, que ataque la corrupción de raíz y ponga en el centro las demandas obreras y populares, con un programa para que la crisis la paguen los capitalistas. A nuestra modesta escala, es la pelea que viene dando el Movimiento Revolucionario de Trabajadores (MRT, organización de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional en Brasil), llegando a centenas de miles de lectores y lectoras a través de Esquerda Diário (parte de la Red Internacional de La Izquierda Diario) y bregando desde la central sindical opositora Conlutas por construir un polo alternativo a la burocracia en el movimiento sindical, con la convicción de que esta lucha permitirá que los trabajadores y el pueblo pobre hagan la experiencia con los mecanismos de la democracia para ricos y asuman la necesidad de luchar por un gobierno de los trabajadores en ruptura con el capitalismo. Este artículo está basado en la declaración de la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional (FT-CI) sobre la crisis abierta en Brasil, publicada el 30/05/2017.

1. Como se conoce la investigación del esquema de corrupción y lavado de dinero, que salpica a políticos y funcionarios públicos. 2. Miembro del Partido Social Cristiano, se hizo conocido cuando dedicó su voto a favor del impeachment de Dilma Rousseff a un coronel torturador de la dictadura, durante la cual estuvo detenida la expresidenta. 3. Ver esta misma revista, “El PT, el neoliberalismo y el régimen brasileño”.


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Ilustración: Juan Atacho

El PT, el neoliberalismo y el régimen brasileño Edison Urbano Movimiento Revolucionario de Trabajadores, Brasil. El ritmo vertiginoso de la crisis política brasileña y la posible “resurrección” del PT, de la mano del regreso de Lula, vuelven a poner en el centro la trayectoria de este partido y su papel en momentos decisivos1.

Del origen en las huelgas metalúrgicas al ascenso popular de los ‘80 y la sorpresa del “Lula-lá” en 1989 Lula surge como figura nacional como presidente del Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo (ciudad industrial del Gran San Pablo), un sindicato cuya dirección había convivido con la dictadura y que de repente, renovando su dirigencia, se ve al frente de un auge de huelgas obreras. El PT será entonces la combinación del despertar político de amplios sectores de trabajadores y un proyecto de canalizar las energías para un partido reformista, actuante dentro del orden burgués. Al menos cuatro sectores sociales distintos se unen para encabezar la fundación del PT: el llamado “nuevo sindicalismo” encabezado por Lula; sectores de la Iglesia católica; sectores de la intelectualidad de izquierda influenciada por el eurocomunismo; y las corrientes organizadas de la izquierda radical, sobre todo las de origen trotskista y las exguerrilleras.

En las resoluciones de los primeros encuentros, así como en su programa, se manifiesta el eclecticismo característico de esa “amalgama política”: una fraseología acerca de un “nuevo tipo” de socialismo, de contornos indefinidos, sin una estrategia clara de poder. El historiador Lincoln Secco resumía esa fase del partido, de los años ‘80 hasta mediados de los ‘90, diciendo, “El resultado de esos encuentros terminaba siendo una tesis moderada enmendada por los radicales”2. A medida que se va enraizando en la sociedad y creciendo, el PT manifiesta su orientación profundamente conciliadora en los momentos políticos fundamentales de la transición: en la campaña por elecciones directas y la Asamblea Constituyente tutelada por el expresidente José Sarney (PMDB) y los militares, en las elecciones de 1989. Sin dejar de dirigir las huelgas económicas de los trabajadores y, por esa vía aumentar su influencia, la operación fundamental del PT será siempre la de separar la esfera económica de la política, dejando esta última invariablemente bajo la hegemonía de la burguesía. El creciente descontento con los sucesivos fracasos de los planes económicos de Sarney da origen a un nuevo ciclo de huelgas, que coincide con la primera elección presidencial

directa en 1989. Entonces explota el “fenómeno Lula”, que sorprendió a todos y disputó cabeza a cabeza con el aventurero reaccionario Fernando Collor de Mello. La derrota de Lula en 1989 tuvo, sin embargo, el efecto contradictorio de reforzar la estrategia electoralista de la dirección del PT.

El PT como pilar del régimen: del “Fora Collor” a la oposición moderada a Fernando Henrique Cardoso Comprometido con el “orden democrático”, el PT es uno de los últimos partidos en adherir al impeachment de Collor, no por críticas de izquierda sino al contrario: por miedo a la inestabilidad que podría generar, como argumentó José Dirceu, en ese entonces diputado federal por el PT, jefe de Gabinete de Lula. Más tarde, cuando el proceso ya era inevitable, el PT actuó como partido de la contención, evitando que la lucha contra Collor tuviera una cara obrera. En una consciente división de tareas, la dirección petista cedió el protagonismo a la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), dirigida por el PCdoB. La izquierda petista, en el pico de influencia interna, organizó encuentros obreros, como el de Belo Horizonte, pero no hizo de ellos un bastión para una salida independiente. »


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Ese compromiso fundamental con la estabilidad burguesa será la “segunda alma” del PT a lo largo de su historia. Si en la lucha contra la dictadura en los años ‘80 el PT ya había mostrado que su apuesta a la conciliación de clases era más importante que su compromiso con las demandas más sentidas del pueblo trabajador, hay sin embargo un cambio cualitativo operado durante los años ‘90. Como señaló un estudioso del papel del PT durante el “Fora Collor”: Ese comportamiento político puede ser considerado un indicador del proceso de aceptación pasiva por parte del PT, de las propuestas neoliberales (...). No se trata, por lo tanto, de una adhesión activa al neoliberalismo. Ocurre que la táctica petista de priorizar la lucha por la ética en la política en detrimento de la lucha contra el neoliberalismo (...) tuvo consecuencias políticas3.

Vale señalar que en ese debate la dirección del PT, con Dirceu y Lula a la cabeza, mantuvo una postura tan a la derecha que las corrientes que se reivindicaban trotskistas se diferenciaron adoptando un programa tan adaptado como la propia lucha por el impeachment. Esta actitud no era una cuestión aislada. En mayo de 1991, en una entrevista a la revista Exame, Aloizio Mercadante, miembro fundador del PT, decía: Creo que el tiempo de protesta como propuesta política se terminó. O superamos esta fase de la política como negación y como denuncia, por una política de la afirmación, de la construcción y de la alternancia, o difícilmente encontraremos una respuesta a los problemas de la sociedad4.

Esa postura “afirmativa” en tiempos de neoliberalismo llevó a cosas extravagantes para cualquier partido que se reivindica de izquierda. Lincoln Secco describe en su libro cómo

ya en 1994 intendentes petistas –Antonio Palocci en Ribeirão Preto, entre otros– dieron comienzo a la privatización de las empresas municipales de telecomunicaciones: “fueron privatistas avant la lettre, antes que el gobierno de FHC [Fernando Henrique Cardoso]”5. Embriagados con la posibilidad de elección de Lula, los dirigentes petistas se hicieron aún más conservadores después de 1989. Junto con eso, incluso en la izquierda, se consolidó una expectativa de que el proceso político brasileño tuviera que pasar por la experiencia de Lula en el gobierno –en las versiones más “izquierdistas” de esa tesis, como la del grupo morenista PSTU y sus congéneres, eso sería solo la antesala de la radicalización revolucionaria de las masas–. Así, a lo largo de los ‘90, el PT fue el “ala izquierda” de la aplicación de los planes neoliberales, un sustento por izquierda de la democracia degradada creada en 1988. A través de la burocracia sindical, el PT también fue responsable de la aprobación de la reestructuración neoliberal de las relaciones de producción (bancos de horas, precarización, tercerización, flexibilización, etc.). En este proceso tuvieron un papel importante las “cámaras sectoriales”, un símbolo del PT de los ‘90. En esta propuesta, teorizada por el economista Paul Singer, la vieja idea de los difusos “consejos populares” defendidos en el programa del PT de los ‘80, se transformaba en una directamente liberal: cámaras de conciliación de intereses entre empresarios y trabajadores como eventual “forma de gobierno”. En la práctica, las cámaras sectoriales fueron también un mecanismo para romper la unidad de la clase (divisiones por gremio y sector para negociaciones salariales y de convenio). Estos mecanismos cumplieron un papel importante para que los capitalistas pudiesen imponer su ofensiva neoliberal. Por otro lado, cuando tuvo la oportunidad de enfrentar al neoliberalismo de FHC en una batalla decisiva, el PT capituló en la gran huelga petrolera de 19956.

Más tarde, durante el período 1998/99, cuando la popularidad del Plan Real ya se había liquidado y FHC, después de ganar nuevamente en primera vuelta contra Lula, devaluó la moneda, la estrategia petista cobró nuevo precio. Lejos de apostar a la lucha de clases, más que nunca el PT hizo un pacto de estabilidad para apostar a una elección “tranquila” de Lula en 2002.

La elección en frío de Lula contuvo la explosión popular contra el neoliberalismo El PT llegó al gobierno. No como producto de una gran movilización de masas, sino al contrario, como resultado “frío” y puramente electoral del desgaste del neoliberalismo de FHC. Lo importante es que fue el resultado de la estrategia deliberada de la dirección petista. De ahí la necesidad de rechazar los argumentos cínicos que atribuyen el conservadurismo de los gobiernos de Lula y la timidez de sus medidas populares como fruto de una “correlación de fuerzas desfavorable”. Se fue consolidando cada vez más en una estrategia de inmovilismo, y fue así que se dio su llegada al gobierno federal en las elecciones de 2002. Cabe recordar que en esa época se combinaban el descontento popular con FHC, acumulado desde 1998, con el agotamiento del ciclo neoliberal de los ‘90 en toda la región, dando origen a rebeliones populares y levantamientos de masas como las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001 en Argentina, las rebeliones populares en Bolivia en 2000, 2003 y 2005 –solo contenidas luego de la asunción de Evo Morales, que en ese sentido tuvo un papel similar al de Lula: con la diferencia que el brasileño tuvo un carácter preventivo y logró impedir una explosión de masas–. Desde este punto de vista, el problema del “lulismo” para la clase obrera no fue solo que no modificó, sino por el contrario, profundizó la subordinación estructural del país al imperialismo, su atraso económico, sus desigualdades históricas (la base de apoyo fundamental


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fue el trinomio agronegocio, bancos y constructoras). De hecho, mantuvo y extendió lo principal de la década neoliberal, como la precarización del trabajo, muchas de las privatizaciones, la penetración de las multinacionales, la reprimarización exportadora, la dependencia del capital financiero internacional y el deterioro de los servicios públicos. Esto tuvo consecuencias cuando la marea creciente del mercado mundial impulsada por China-Estados Unidos entró en una crisis histórica, cuyo agotamiento puede ser simbolizado por Trump y el Brexit. Incluso para un intelectual ligado orgánicamente al proyecto petista, el lulismo sería un fenómeno conservador, como fue analizado en el célebre artículo sobre las “Raíces sociales e ideológicas del lulismo”, … para analizar la naturaleza del lulismo, consideramos conveniente agregar la combinación de ideas que, a nuestro modo de ver, caracteriza la fracción de clase que por él sería representada: la expectativa de un Estado suficientemente fuerte para disminuir la desigualdad, pero sin amenazar el orden establecido7.

Ahí está la esencia del problema: ¡un intento de disminuir la desigualdad sin amenazar el orden establecido! El PT se consolida como un pilar decisivo del régimen burgués, pero asume una ubicación aún más profunda cuando, a la cabeza del poder ejecutivo, le pone su marca, bajo el nombre de lulismo, a lo que sería el efímero sueño dorado del capitalismo brasileño. Combinando crédito, consumo y conciliación, y distribuyendo mediante planes asistenciales, se creyó que se podría crear un “Brasil potencia” con gradualismo lulista. Sin embargo este representaba solo un proyecto estructuralmente regresivo, basado en la exportación de commodities, agronegocio, relación con las constructoras y Petrobras –un proyecto que la revista inglesa The Economist no dudó

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en llamar “Hacienda del Mundo”, pero que durante algunos años generó euforia en empresarios y petistas–.

marco “discursivo” a su enfrentamiento, sin organizar una lucha real con los métodos de la clase trabajadora.

La crisis económica mundial y las jornadas de junio de 2013

El escenario actual

Lo interesante es que todo esto desembocó en las movilizaciones de junio de 20138. Bajo el impacto de la crisis económica mundial, de la “primavera árabe” y de los levantamientos de la juventud en varios países, la juventud brasileña desató enormes manifestaciones espontáneas, en principio por el aumento del transporte, pero después “contra todo” y por más derechos. Aquello que André Singer había analizado en el auge del lulismo como separación de clase media y de importantes sectores organizados de los trabajadores con relación al PT –que entonces encontraba una nueva base social en los pobres urbanos de la “nueva clase C”– siguió desarrollándose hasta el “momento de escisión” en junio de 2013. Digna de mención fue la hostilidad con la que los ideólogos petistas respondieron al hecho de que las masas volvían a las calles. Se quebraba, de hecho, la mayor conquista de los gobiernos petistas, que era el total inmovilismo de la sociedad civil9. El PT en el gobierno supo hacer falsas promesas para intentar desviar el proceso, y crear un pacto nacional represivo para garantizar el Mundial de Fútbol de 2014, incluyendo el uso de las Fuerzas Armadas y la ley antiterrorismo de Dilma Rousseff, entre otros. Si en las elecciones Dilma tuvo que hacer una demagogia de izquierda, diciendo que no descargaría la crisis sobre los trabajadores, el día siguiente a la asunción bastó para desenmascarar el fraude electoral. Así se formó el caldo de cultivo para el golpe institucional del 2016. En otras palabras, fue el propio PT el que allanó el camino a la llegada de la derecha al poder, y cuando el golpe institucional ya estaba en curso, hizo lo que pudo para dar un

Después de pasar por la operación judicial “Lava Jato”, que investiga los entramados de corrupción en Petrobras, el PT herido de muerte amenaza con resurgir, por dos vías distintas y opuestas. Por un lado, preservado por el golpe institucional (que evitó que fuera el artífice central de los ataques con los que la burguesía quiere descargar la crisis sobre los trabajadores), el PT adquiere sobrevida. En este sentido, no es una “sorpresa” la vuelta del “Lula 2018” como reacción ante el agravamiento de los ataques bajo el golpista Temer. Por otro lado, la posible salvación del PT puede venir de los “de arriba”. Bajo el impacto de los interminables entramados de corrupción, de la posible (aunque no probable) evolución más “radical” de la operación Lava Jato en el sentido de “Manos Limpias” y de la virtual inviabilidad política de todos los partidos centrales del régimen político (PSDB, PMDB, PT), es posible un nuevo e inesperado papel de garante del orden para Lula y el PT. Seguir este escenario político turbulento, atentos a las manifestaciones ruidosas y también a las silenciosas entre las masas, es una tarea de primer orden en este momento. La entrada en escena de los trabajadores con sus propios métodos (como en el gran paro general del 28A), que estamos viendo frente a los ataques de Temer, plantea un escenario propicio para avanzar.

Para una conclusión El papel histórico de los partidos, las clases, los individuos, no se establece por una sumatoria difusa de microexperiencias cotidianas, por más significativas que sean. En la historia de los pueblos y de las clases y, por lo tanto, de los partidos, existen puntos de inflexión en »


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BRASIL

los que el cúmulo de pequeñas experiencias se concentra en momentos de decisión. Así fue, en el caso del PCB, antecedente histórico del PT, con el discurso de Prestes en 1945 a favor de Getulio Vargas y de “apretar los cinturones”, así fue el nuevo giro del PCB en 1958 a favor de la colaboración de clases abierta y del pacifismo, justamente en la inflexión de la etapa preparatoria que en pocos años antecedía el proceso revolucionario de 1961-1964 y el golpe fatal de 1964. El PT debería ser evaluado según el papel fundamental que el partido cumplió en el desvío de la lucha contra la dictadura, en nombre de conquistar la democracia; más tarde, en la crisis del “Fora Collor”, en nombre de preservarla; en la oposición a FHC, en nombre de garantizar la estabilidad y la elección de Lula; los acuerdos ultraconservadores del lulismo, en nombre de la gobernabilidad; la aceptación del golpe, en nombre de no dividir al país. En todos los momentos decisivos en los últimos casi treinta años, lo que se mostró una y otra vez es que el primer compromiso del PT es con el orden burgués. Siempre en defensa de la estabilidad, de la gobernabilidad y de la institucionalidad burguesa, puede ser considerado con razón como el gran aval del régimen de 1988. Es lo que vemos incluso ahora frente a los ataques del gobierno golpista de Temer. Frente a la reforma jubilatoria, para el PT la huelga general no es una medida defensiva que se transforma en ofensiva contra el gobierno. Al contrario, es una amenaza para la presión parlamentaria o, como mucho, una demostración moderada, para negociar mejores condiciones. Lo mismo podemos decir del sentido estratégico del discurso de Lula en la avenida Paulista en el pico de la movilización contra el golpe en marzo de 2016, cuando planteó mostrar moderación e incluso hacer un guiño a la derecha golpista. Allí prevaleció, una vez más, el compromiso con el orden burgués. Una figura emergente en la izquierda brasileña actual, el líder del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) Guilherme Boulos, afirmó recientemente,

¿Cuál es el papel de la izquierda? La izquierda tiene que ser capaz de presentar una salida a la crisis, que no sea la posición de aval de una República que perdió la credibilidad social. La defensa de las garantías constitucionales contra los arbitrios del poder judicial y la antipolítica reaccionaria no puede confundirse con un pacto de salvación del régimen.

Tomando esta idea, pero yendo necesariamente más allá: cuando hablamos de la necesidad de imponer con la lucha una verdadera Asamblea Constituyente Libre y Soberana, no estamos hablando solo, ni principalmente, del ordenamiento político y jurídico del país, sino de dar una respuesta que parta de anular todas las leyes antipopulares de Temer y los gobiernos anteriores, y que ponga sobre la mesa los grandes problemas nacionales, para que los trabajadores vean en la práctica que solo un gobierno de trabajadores de ruptura con el capitalismo podrá dar solución a las demandas más sentidas de las masas. El régimen no solo está en crisis, sus entrañas están expuestas y todos pueden ver lo podrido que está. Ofrecer una salida anticapitalista, obrera y popular está a la orden del día. Traducción: Isabel Infanta 1. Esta es una versión adaptada del artículo “Notas sobre o PT, o neoliberalismo e a crise do regime de 1988” disponible en http://esquerdadiario.com.br/ ideiasdeesquerda. 2. Lincoln Secco, História do PT, São Paulo, Ateliê Editorial, p. 100. 3. Danilo Enrico Martuscelli, “O PT e o impeachment de Collor”, disponible en www.scielo.br. 4. Citado en Danilo Martuscelli, ob. cit. 5. Lincoln Secco, ob. cit., p. 166. 6. Ver Leandro Lanfredi, “A greve dos petroleiros de 1995: o papel do PT e o avanço do neoliberalismo”, Ideias de Esquerda 1, mayo de 2017. 7. André Singer, disponible en www.scielo.br. 8. Ver Iuri Tonelo, “Herencia de junio: empieza a surgir un ‘sujeto peligroso’ en Brasil”, IdZ 5, noviembre 2013. 9. En diferentes claves, ese proceso fue analizado por Perry Anderson, Luiz Werneck Vianna y Francisco de Oliveira, entre otros autores marxistas y no marxistas.


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El taller de Gramsci a debate

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Fotografías: Marcelo Scopa

El libro El Marxismo de Gramsci, de Juan Dal Maso –integrante del comité de redacción de esta revista–, viene siendo objeto de distintos debates. El 27 de abril, coincidiendo con los 80 años de la muerte de Antonio Gramsci, se presentó en Neuquén junto con Ariel Petruccelli, Fernando Lizárraga y José Luis Bonifacio, todos docentes de la Universidad Nacional del Comahue. El 4 de mayo se realizó la presentación en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. El panel estuvo integrado por Eduardo Grüner, Horacio González y Christian Castillo. El 18 de mayo fue el turno de la UNLP, con la participación de Aníbal Viguera, decano de la Facultad de Humanidades, Marcelo Starcenbaum, docente de la carrera de Historia y Fernando Rosso (director de la Izquierda Diario y miembro del comité de redacción de IdZ). Reproducimos a continuación las intervenciones realizadas por Eduardo Grüner, Christian Castillo y Horacio González en la charla realizada en la Facultad de Ciencias Sociales, para continuar contribuyendo al debate.


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Conceptos que son un campo de batalla Eduardo Grüner Sociólogo, ensayista. Consejo editorial. Agradezco la invitación a presentar este libro, que me parece por varias razones un libro realmente importante sobre la obra de Gramsci; no sé si decir una nueva interpretación, una lectura que busca abrir toda una serie de problemas no siempre bien discutidos entre nosotros, me parece. Desde luego no voy a tener la pretensión de dar cuenta en poquito tiempo de todo lo que contiene este libro, del cual recomiendo enfáticamente su lectura, pero voy a tratar de decir algunas cosas. [...] Una de las maneras de leer el libro de Juan es de atrás para adelante, quiero decir, empezando por el último capítulo, donde Juan hace el examen de lo que él, antes que “recepción”, prefiere llamar con buen tino “itinerario” de Gramsci, las lecturas que se han hecho de Gramsci en América latina y específicamente en la Argentina. Me parece que de alguna manera este último capítulo es una condensación, es una conclusión y es una puesta en escena explícitamente política, aunque haya un cierto grado de implicitud en esto, de los debates y las discusiones que tenemos hoy mismo, donde la figura de Gramsci sin duda entra en juego. [...] Juan le devuelve –es uno de sus objetivos en el libro– toda su dimensión plenamente política a conceptos como los de traducibilidad y nueva inmanencia, que son conceptos muy vinculados a este “costado culturalista” de Gramsci. Es muy interesante por ejemplo cómo uno podría utilizar –según la lógica que trabaja Juan– estos dos conceptos –él lo hace de hecho–, para pensar las famosas “tres fuentes y partes constitutivas del marxismo” en la célebre postulación engelsiana, y donde entonces esas tres grandes fuentes originarias y constitutivas aparecen en el eje traducibilidad como la filosofía de la praxis, que daría cuenta del lugar que ocupa la filosofía idealista clásica alemana, la crítica de la economía política, para dar cuenta del lugar que ocuparía la teoría económica clásica, escocesa, y la estrategia política revolucionaria para dar cuenta del lugar que ocuparía la práctica revolucionaria francesa a partir de la Gran Revolución. ¿Y cuál es la paradoja interesante que aparece acá? Estos tres ejes o estos registros son inmanentes a la teoría marxista misma, pero solo porque sobre ellos se ha operado esta traducibilidad de la que habla Gramsci y

con la que Juan trabaja también. Entonces estos conceptos de traducibilidad y nueva inmanencia podrían servir, un poco como hilo rojo, para ir viendo todas las problemáticas, los debates y las diferencias al interior de cómo se ha pensado, el pensamiento político con que se ha intentado traducir a Gramsci desde diferentes perspectivas. Por ejemplo en las estrategias políticas de la izquierda tanto europea como latinoamericana e inclusivo argentina, entre otras cosas –también es un tema sobre el cual Juan abunda en el texto– alrededor de conceptos como el de Estado ampliado o el de Estado integral. Ahí Juan señala los dos grandes polos de un debate, en uno de cuyos polos ubica Juan en Europa, los nombres de Christine Buci-Glucksmann y Nicos Poulantzas, y en el otro los nombres de Althusser y Perry Anderson. Del lado de Buci-Glucksmann y Poulantzas tenemos la traducibilidad eurocomunista, para empezar, porque de ese lado se ubicarían también lectores argentinos de Gramsci como Aricó y Portantiero, y los distintos momentos que esa traducibilidad dan en las estrategias, en el pensamiento sobre las estrategias políticas en la Argentina según las coyunturas históricas: el momento de simpatía con el alfonsinismo cuando la problemática dominante –no solamente argentina– es la cuestión de la transición a la democracia, el momento del peronismo progresista, el momento de la izquierda de los llamados gobiernos posneoliberales, y así sucesivamente; haciendo pivote

sobre nociones como la de la oposición entre coerción y consenso por ejemplo. Es un gran debate donde poner el acento. Por supuesto es una oposición donde Gramsci había retomado de la famosa idea de Maquiavelo de que el príncipe no puede gobernar por la fuerza pura nunca, o en todo caso puede hacerlo de manera efímera durante un cierto tiempo, sino que necesita crear también consenso. Maquiavelo lo decía de una manera muy gráfica, como solía hacerlo. Él decía: el príncipe debe ser tan temido como amado. Conviene recordar que agregaba que, si por alguna circunstancia había que elegir, por ejemplo en una situación de crisis donde claramente el príncipe debe elegir, era preferible que fuera temido. O el concepto de hegemonía, concepto que utilizamos con bastante alegría cotidianamente pero que es mucho más problemático de lo que pueda parecer a primera vista, y por cierto Juan intenta dar cuenta de esa problematicidad alrededor de cuestiones tales como de qué manera opera ese concepto en las mayores o menores elasticidades de un frente de clase, por ejemplo; o cómo funciona, que es una cuestión vinculada, en la idea de bloque histórico y a través de ello, en la cuestión también del Estado ampliado, y del Estado ampliado en cierto tipo de formaciones subordinadas. La gran discusión ahí es también alrededor de la famosa definición del Estado, esa fórmula célebre que hace Gramsci, del Estado como


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dictadura+hegemonía, una fórmula que mucho tiene que ver con la distinción analítica también célebre de Althusser entre aparatos represivos y aparatos ideológicos del Estado, pero esa para mi gusto siempre fue una distinción un tanto rígida, y Juan puede, a través de Gramsci, aunque no la cite directamente, ablandarla para intentar dar cuenta de algo que, me da la impresión, está implícito en Gramsci que es el Estado como el ejercicio de un triple control simultáneo en registros o niveles: control de la fuerza de trabajo en el nivel estrictamente económico; control de la espontaneidad, dice Juan, y de las iniciativas populares, uno diría en el nivel político; y control y construcción, producción incluso, de eso que Gramsci llama el sentido común en el nivel ideológico cultural. Si uno hace esta distinción demasiado rígida o demasiado tajante entre, por ejemplo, la parte de dictadura y la parte de hegemonía, o la parte de aparatos represivos y aparatos ideológicos, aparece algo ahí que está en Gramsci y que Juan hace muy bien en subrayar en estas formaciones sociales, que es el rol de la burocracia sindical, que de alguna manera uno podría decir que está ahí como a caballo entre la función ideológica y la función represiva. A partir de aquí están todas las consideraciones que quieran, no voy a tener tiempo de hacerlas largamente aquí, podemos tal vez discutirlas después sobre el concepto de cesarismo, sobre su relación con el concepto de bonapartismo, e incluso dice Juan de bonapartismo sui generis, lo cual conduce a otro gran problemático concepto que es el de la revolución pasiva, que Juan usa entre otros, pero muy centralmente para la discusión sobre otro de los problemáticos conceptos y seguramente es uno de los que más ha dado

lugar tanto a equívocos y malentendidos como abusos, que es el de “voluntad colectiva nacional-popular”. Hace un recorrido bastante largo Juan por los problemas que plantea en el propio Gramsci, ni hablemos en los intentos de traducibilidad de este concepto a nuestras propias situaciones, incluso actuales. Y ahí aparece otra de las cosas que me interesó muchísimo, no sé si para estar cien por ciento de acuerdo, que es el vínculo entre este concepto de voluntad colectiva nacional y popular, tal como aparece en Gramsci vinculado a la cuestión del jacobinismo y, dice Juan, vía el jacobinismo, la cuestión de la revolución permanente en el sentido general de un movimiento general que va más allá de sus intenciones originarias, de las intenciones originarias de aquellos sectores sociales que habían iniciado el movimiento y que hubieran querido detenerlo en esto que se llama sus intereses corporativos, en el sentido de los intereses particulares de su clase o fracción de clase, y que se vuelve nacional-popular (como lo escribe Gramsci) cuando es llevado más allá de los límites de esos intereses y transformado en la causa de todo un pueblo a nivel nacional y, si seguimos la vía de la revolución permanente que toma Juan, a nivel también internacional. Acá hay una cosa muy subjetiva que dice Juan cuando está hablando del análisis gramsciano del jacobinismo en el contexto del estudio de Gramsci sobre el Risorgimento, y el jacobinismo le sirve a Gramsci justamente para hacer el contraste con aquello, dice Juan, que faltó en el Risorgimento para llevar hasta las últimas consecuencias la famosa voluntad nacional y popular. Entonces uno podría pensar, también en paralelo con muchas de nuestras discusiones actuales, esta idea de

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una falta antes que de un movimiento completado. Me pareció sugestiva la posibilidad de pensar un concepto que Juan no usa, pero que yo me tomo la absoluta libertad de deducirlo de lo que él dice, que es el de jacobinismo pasivo. Todo esto se podría pensar, a partir del texto de Juan, sobre la base de estos conceptos de traducibilidad e inmanencia. Obviamente que una pregunta que atraviesa implícitamente todo el libro de Juan es: ¿se puede hacer, pensar una traducibilidad inmanente de todos estos conceptos gramscianos? Han sido leídos, dice él, predominantemente en una matriz frentepopulista. ¿Se puede pensar esa traducibilidad a una matriz más decididamente revolucionaria y, en el caso de Juan, esperablemente de orientación trotskista? No hay en el libro una respuesta definitiva para esta pregunta puesto que Juan mismo dice que las respuestas que vayamos encontrando dependerán del desarrollo del conflicto social, de la lucha de clases, etc. Pero la gran virtud que tiene hacerse esta pregunta, siempre pensando en estos conceptos, es que no se trata –y esto es lo que uno todo el tiempo uno desprende de la lectura de Juan– de conceptos estables, no se trata de conceptos ya definidos, no se trata de conceptos estabilizados definitivamente que podamos usar como herramientas en una caja, sino que son verdaderos campos de batalla. Estos conceptos dependen no solamente de una definición inmediata. Es por esto que me parece que es un libro que tenemos que darle la bienvenida, a partir del cual hay muchísimo para discutir pero que justamente se trata de escribir libros lo más discutibles posible.

Un libro contra las vulgatas gramscianas Christian Castillo Sociólogo, dirigente nacional del PTS.

El libro de Juan interviene en una elaboración que venimos haciendo en el PTS, desde fines de los ‘90, tratando de hacer una comparación entre el pensamiento de Gramsci y el pensamiento de Trotsky. Que es algo que, raramente, no había tenido un desarrollo importante en la Argentina, y digo raramente primero porque efectivamente Gramsci tiene un peso muy relevante en su apropiación local –mucho mayor que en otros países; este debe ser uno de los 4 o 5 países donde más

se lee, se difunde, etc., y no solo en el último tiempo donde tuvo un peso muy relevante–, y donde el trotskismo también tiene un peso en la izquierda local muy muy relevante. Pero prácticamente no hay intentos de analizar críticamente las apropiaciones mutuas o los debates, más allá de, en el caso de los gramscianos, la lectura que se va a transformar en una suerte de vulgarización respecto de cuál era la posición de Trotsky de la revolución permanente –una lectura hasta superficial, diría, de las

apreciaciones de Gramsci en los Cuadernos de la cárcel, que por otro lado eran apreciaciones hechas en un contexto de incomprensión del debate y de la propia posición de Trotsky–. Son los puntos más oscuros de las reflexiones de Gramsci; en particular, transformar a Trotsky en un teórico de la ofensiva permanente. Cualquiera que trate de hacer ese trabajo de comparación va a ver que por esa vía no se llega a ningún lado, porque era debatir con un interlo» cutor que no era el real.


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Gramsci no llega a tener de primera mano los debates que va a dar la Oposición Conjunta –cuando Trotsky hace el bloque con Zinoviev y Kamenev para enfrentar a Stalin–, y menos que menos las posiciones de la Oposición de Izquierda internacional, ni la crítica al programa de la Internacional Comunista redactado por Bujarin que hace Trotsky en 1928/29 ni, después, las críticas y la oposición de Trotsky a la política ultraizquierdista del llamado “Tercer Período”, que Gramsci va a criticar también pero sin referirse a esa crítica de Trotsky, entre otras cuestiones porque muy probablemente la desconocía. Uno no puede encontrar tampoco esa referencia en las elaboraciones de los teóricos del trotskismo argentino más relevantes. En nuestro caso publicamos una serie de artículos de Manolo Romano, Emilio Albamonte, Matías Maiello y Juan, que haciendo una elaboración propia más acabada donde la comparación con Trotsky es un elemento lateral del libro, centralmente es una disputa por la interpretación de la obra de Gramsci, partiendo de que –porque no es cualquier parte con la que se mete Juan, sino con los Cuadernos de la cárcel– como ya señaló Perry Anderson, son una suerte de jeroglífico egipcio: está el debate sobre las distintas ediciones, las lecturas a las cuales llevaba el agrupamiento de la obra de Gramsci de determinada forma, que orientaba en una cierta interpretación, donde está el problema de en qué momento fue escrito cada artículo para tratar de ver la conexión de un pensamiento con otro. Eso transforma la interpretación de una obra inconclusa, de una obra no realizada para su publicación; y por lo tanto sobre la cual las sobreinterpretaciones y disputas son permanentes. Si muchos autores han tenido usos y abusos, como escribiera Portantiero, los usos de Gramsci han sido variables; esto está

reflejado, no podía ser de otra forma, en el libro. Ahora, algunos de los usos de Gramsci llaman la atención. Como pretender un Gramsci separado de la revolución violenta y la conquista del Estado, cuando justamente algunos pasajes meridianamente claros de los cuadernos, como es el análisis de relación de fuerzas, queda claro que el momento políticomilitar de la conquista del poder del Estado es un momento de la lucha de clases, de enfrentamiento político inescindible. Juan cita ahí el racconto que hace Athos Lisa de la entrevista con Gramsci, ya en los últimos años de su estadía carcelaria, donde la preocupación por el momento político militar no está claramente trasladada. O sea que Gramsci está todo el tiempo pensando una revolución socialista en Italia, no solamente la caída del fascismo, y llama la atención por eso la idea que va a hacer tanto el Partido Comunista bajo Togliatti, luego el eurocomunismo –del cual el Partido Comunista va a ser parte– y después en la transición argentina, de que Gramsci pensaba en una radicalización de la democracia burguesa. Entre otras cuestiones porque la democracia burguesa era algo que más bien escaseaba en el momento en que Gramsci analiza, sino que más bien lo que predominaba eran dictaduras totalitarias como formas de expresión del poder de la burguesía: nazismo, fascismo, Franco, etc., formas bonapartistas del ejercicio del poder del Estado. De ahí que Anderson en su conocido trabajo nos va a decir que nos queda abierto el camino a pensar lo que ha sido una de las formas fundamentales de dominación burguesa, como ha sido la utilización del sufragio universal para tratar de legitimar el poder del Estado capitalista. Pero este no es el tema de Gramsci, analiza otra forma de la dominación; no está analizando el sufragio,

entre otras cosas porque no era el gran problema político social que había en la entreguerras. Y sus reflexiones, además de este carácter fragmentario, difíciles por su forma de publicación y también por el enorme bagaje cultural político de las referencias y los interlocutores que toma Gramsci en toda su obra, es en ese sentido algo relativamente inagotable: cuando uno conoce una polémica que no conocía, vuelve a la lectura y la vuelve a pensar de vuelta, la comprende en un nivel superior. Eso crea esta posibilidad de usos y abusos, en los cuales, como señalaba, hay algunos llaman la atención. Así como la idea de un Gramsci pacifista se contradice directamente con la aspiración teórica que tenía un autor que se consideraba un leninista –uno a veces llega a ciertas lecturas donde dice “Gramsci a diferencia de Marx pensaba...”, “Gramsci a diferencia de Lenin, pensaba...”, pero Gramsci no consideraba que pensaba a diferencia de Marx o de Lenin, sino en continuidad con Marx y en continuidad con Lenin–, otra idea que también llama la atención es la idea de un “Gramsci autonomista”; un Gramsci sin partido, cuando Gramsci ha sido un hombre de partido durante toda su militancia. Más allá de que otra discusión que es el tipo de partido en el que pensaba, más allá de la relación entre partido y organismos de las masas como en el momento consejista, qué papel jugaba el partido y las discusiones que se podrían tenerse sobre el concepto de partido educador, si abre a una visión de que se puede construir –y ese es el aspecto más problemático que puede llevar la lectura de su obra– un sentido común alternativo al de la dominación burguesa previamente a la revolución, que es una lectura que se ha forzado en parte respecto de ciertos elementos que en Gramsci son insinuaciones, pero no son una teoría desarrollada.


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Creo que es relevante presentar el libro en este medio, porque en esos itinerarios de Gramsci en América latina –no en toda América latina, pero sí muy fuertemente en nuestro país–, cualquiera de nuestros lectores se va a topar con muchas herramientas para discutir la vulgata gramsciana. Si algo está presente en estas aulas que nos rodean es la vulgata gramsciana que, creo yo, vino de la mano de dos grandes fuentes. Una tiene que ver con lo que mencionaba Eduardo y está en el libro, la idea del giro a la socialdemocratización –y más a la derecha que la socialdemocratización, el apoyo al alfonsinismo– de algunos de los gramscianos argentinos centrales, el giro que hacen en el exilio, y su papel en la reconstitución en el aparato de las Ciencias Sociales a la caída de la dictadura militar. Es una llegada que está presente en los programas de casi todas las disciplinas de las Ciencias Sociales: un Gramsci al servicio del abandono de la perspectiva de la revolución. Entonces la vulgata gramsciana incluye el par consenso/hegemonía, consenso/guerra de posición, abandono de toda perspectiva de asalto de poder; se inscribe esa lectura. Pudo ser Gramsci pero pudo ser cualquier otro, pudo haber sido forzar una lectura de Kautsky –del Kautsky antes de su pasaje abierto a la crítica de la revolución y la insurrección, en el momento del debate con Rosa Luxemburgo sobre la estrategia de desgaste y la estrategia de derrocamiento–. Pudo ser cualquiera; Gramsci fue el medio para tratar de crear un sentido común, una ideología muy fuerte de que la perspectiva por la que hay que luchar, la perspectiva por la que hay que militar, por la que hay combatir, no es la revolución social sino la democracia a secas, abandonando su carácter de mecanismo de dominación de clase. Y eso alimentó una suerte de “vulgata”, en el sentido de que Gramsci no se hubiera reconocido ahí, como Juan muestra en algunos de los pasajes que cita, pero como también han señalado otros.

El segundo aspecto por el que viene la vulgata gramsciana tiene que ver con una introducción de una historia del marxismo que es bastante insostenible, pero que sin embargo también se repite una y otra vez y se instala. Interviene un autor muy importante que es Nicos Poulantzas en esta segunda parte de la vulgata gramsciana, que sería un poco la siguiente: Marx era un autor interesante que pensaba muchos problemas que estaban bien, era creativo, no era dogmático, etc., pero después vino el malo de Engels que se hizo dogmático con la dialéctica de la naturaleza, que codificó, que habló del materialismo dialéctico, etc.; después vinieron los marxistas ortodoxos hasta que vino un hombre llamado Gramsci que se le ocurrió volver a tomar los temas de la cultura; ese sería más o menos el derrotero. Si ustedes miran los programas en las carreras de Historia, de Sociología, en el CBC –para tomar la UBA–, u otros, empiezan así; esa historia del marxismo se vuelve un sentido común: salta de Marx a Gramsci, y los grandes marxistas clásicos, continuadores de Marx y Engels –a Engels también lo sacan, raramente se lo lee– Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y otros que forman parte de esa gran intelectualidad revolucionaria, la “tercera generación de marxistas”, al decir de Perry Anderson, prácticamente son excluidos de los medios universitarios a partir de esa lectura. Alrededor tanto de la interpretación y el debate sobre los conceptos gramscianos, como del sentido común de un cierto Gramsci que predomina en estos medios, creo que el libro da una serie de herramientas muy importantes; para todos los que estudian y pisan estas aulas les van a ser muy útiles, por lo menos para poner en discusión esa interpretación. En ese sentido, el aporte de Juan es la apropiación de esos conceptos para pensar la revolución hoy. No es un libro académico, aunque es un libro con rigor y muy informado, una característica que tiene el trabajo que hoy estamos presentado. Se puede concordar con la apreciación general, pero

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nadie puede negar que tiene un rigor muy marcado. Donde el libro tiene otro mérito es en que no elude las contradicciones o complejidades que tiene el pensamiento de Gramsci. Juan no quiere hacer un GramsciTrotsky, no dice que Gramsci pensaba todo igual que Trotsky. En el libro están marcadas algunas de las cuestiones en que había una diferencia de apreciación, desde la teoría marxista hasta el punto de vista en el cual se pensaba la política y sobre todo, los debates al interior de la Unión Soviética. Pero a la vez Juan problematiza esa lectura que traza la oposición de un Trotsky caricaturesco a un Gramsci caricaturescamente transformado en un demócrata pacifista, o en un autonomista, como su contrapartida. Hay una hipótesis audaz teóricamente en el libro, en el trabajo, que es la idea de reformular la relación hegemonía-revolución permanente. Por audaz no quiero decir no fundamentada; tomada en parte de otro autor vinculado a la tradición trotskista, en este caso un uruguayo, que vive en Brasil, que es Álvaro Bianchi. En la cita que pone Juan –aunque las reinterpreta– aparece la hegemonía no como lo otro de la revolución permanente, o aparece esto como una posibilidad de lectura pero más bien yendo a la idea de que no es que Gramsci no piensa que la revolución democrática se pueda transformar en socialista o que la dinámica de la revolución no pueda empezar por fines democráticos y tomar esa dirección, sino que vía la interpretación de que Lenin materializó esto, en Gramsci se puede pensar la hegemonía como la reflexión sobre la revolución permanente en su tiempo, como quien estaba pensando la hegemonía en ese problema, y en el mismo sentido la puesta en discusión de la concepción dura y mecánica de oposición entre la idea de estrategia de guerra de posición y la idea de guerra de maniobra, que está muy desarrollada en el libro y muy fundamentada, cómo esa oposición binaria no está presente en una lectura del conjunto de los Cuadernos.[...]


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Una nueva etapa EN la discusión sobre Gramsci en Argentina

Horacio González Sociólogo, ensayista, exdirector de la Biblioteca Nacional.

Saludo la publicación del libro por la editorial del PTS, y me parece que el libro va a tener una fuerte responsabilidad en inaugurar una nueva etapa de la discusión sobre Gramsci en Argentina. Las menciones que se hicieron a los momentos anteriores en que esta discusión tuvo un horizonte o un trazo absolutamente vivaz, me parece que hay que mencionarlas aunque sea brevemente porque esta es una continuidad y al mismo tiempo se quiere crítica de los anteriores desarrollos gramscianos en la Argentina. […] No se puede no pensar el debate gramsciano en Argentina como un debate fundamental. Así que festejo que se abra de esta manera, en el seno de un partido trotskista la indagación fundamental que es la relación de Gramsci con Trotsky, y de ninguna manera esto se toma del modo en que en esta Facultad se dice “esto es muy reduccionista” o se lo quiere resolver de tres plumadas. Por el contrario yo diría que se lo presenta como un gran tema y no se lo resuelve; se proyectan insinuantes posibilidades de revisión del tema. Eso es lo que me parece una gran fuerza de este libro porque evidentemente la propia idea de Gramsci de traducibilidad, a la que se refirió Eduardo, que es otro de los centros de este libro, permite adentrarse en la obra de Gramsci de una manera muy creativa, como lo hace este libro. Porque es un concepto fundamental, y de algún modo, pienso yo, contradictorio con la idea de inmanencia, porque si el mundo estuviera regido solo por la inmanencia, es decir, por una suerte de sujeto en sí o ente en sí, con la fuerza que eso le da a cualquier ente, la traducibilidad tendría menos posibilidades, y Gramsci es solo traducibilidad, muchas de las cuales las explora Juan y me gustaría decir acá cuáles me parece que deberían seguir siendo exploradas, y que Juan las menciona, porque no hay nada que Juan no mencione de lo que es importante en la obra de Gramsci. Había que conocer a Gramsci, y a eso me voy a referir antes de entrar más directamente al libro de Juan. El conocimiento de Gramsci fue a través de las ediciones del Partido Comunista Argentino. Hoy se lo puede conocer

a través de esas ediciones, de las ediciones mexicanas, de las incontables antologías que hay sobre Gramsci, pero haberlo conocido a través del Partido Comunista Argentino, significa conocerlo a través del Partido Comunista Italiano y del modo en que lo da a conocer Palmiro Togliatti, que fue el gran adversario de Gramsci y el encargado de editarlo con, lo que Juan describe muy bien, que es un agrupamiento temático de los temas. Y Juan se inspira en un estudioso, yo creo que también vinculado al Partido Comunista Italiano, Gerratana, que bastante después que las ediciones de Editorial Lautaro, publica las obras cronológicas de Gramsci, es decir el modo en que los cuadernos se fueron escribiendo cronológicamente. ¿Cuánto cambia la lectura de Gramsci si la hiciéramos de un modo temático? Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno, así Togliatti agrupó una gran cantidad de títulos sobre la teoría del Estado; El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, ahí estaban agrupadas todas las observaciones filosóficas, sobre la sociedad civil y sobre la literatura, creo que el manual de Bujarin se estudiaba en ese libro; Pasado y presente, que es una colección infinita de notas dispersas; Los intelectuales y la organización de la cultura, ese era un volumen muy leído precisamente por el debate de la cuestión intelectual; Literatura y vida nacional, que son grandes artículos de crítica literaria de Gramsci, que era un crítico teatral. Gramsci no escucha radio –en 1927 es encarcelado e ignoro si en la cárcel donde estaba Gramsci se escuchaba radio–, pero el único medio artístico que analiza es el teatro, y eso se nota en la obra; hay una fuerte teatralidad. Yo diría que la obra de Gramsci es un teatro de las ideas, es el gran crítico de Pirandello Gramsci en el diario socialista Avanti, que dirigía Mussolini, por eso la complejidad de toda esta historia. Todo esto en un momento muy anterior a la creación del Partido Comunista, obviamente, en el cual Gramsci tiene una gran responsabilidad. Hay un libro acá que no leí, que lo cita varias veces Juan, de Francioni que tiene un título muy interesante, L’officina gramsciana, que sería El taller de Gramsci. Para los

universitarios argentinos que están interesados en todo lo que implica el nombre de Gramsci tiene que ser fundamental el estudio de estas dos variantes del estudio de Gramsci, y tal como fue reagrupada y como constituyó a sus lectores del agrupamiento de temas que hizo Togliatti, del cual surgió el gramscismo argentino y que fue el grupo Pasado y Presente, que toma su nombre de uno de esos libros, y cómo se lee más académicamente hoy a través de la cronología. [...] Yo diría para diferenciar las dos formas de leer el taller de Gramsci, porque el taller de Gramsci es una gran alucinación, es una escritura de la cárcel, en donde se escribe en la cárcel en condiciones de coacción, quizás en forma diferente de la que se escribe en la universidad. […] Yo diría que mantendría las dos ediciones como un tema histórico de interés respecto a cómo se constituye la propia escritura de Gramsci, qué significa Gramsci como escritor de la cultura italiana. Eso me parece un capítulo fundamental. Este libro de Juan está hecho sobre la variante de la escritura cronológica que permite un estudio en relación a cómo sugestivamente Gramsci va corrigiendo, a veces en forma casi imperceptible, ciertos temas que tienen un grado de obsesividad muy permanente en esa escritura, que es una escritura arácnida, y con un conjunto de temas que tienen infinitos desdoblamientos y versiones, no en vano su tema fundamental es lo que se llama traducibilidad, es decir, la capacidad de cada concepto inmanente de enlazarse con otro de igual categoría o de similar categoría, o con un eco que se le parece, con una mímesis. Ese carácter casi siempre lo esgrime a través de conceptos que no tienen un valor conceptual enorme: “esto puede tener que ver con...”, “esto me lleva a...” y “quizás esta situación se parezca o tenga un parangón con esta otra”, es decir, el repertorio que tiene Gramsci para aludir a su teoría de la traducibilidad es un repertorio del lenguaje común, con lo que estamos frente a un pensamiento de profunda originalidad porque se propone hacer la escritura de una época de la revolución a través de un artificio investigativo que supone leer las entrelíneas de todas


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las publicaciones de Italia en relación a cómo se traducen entre ellas y cómo forjan una época donde se tendrían que reconstruir enteramente los basamentos de la cultura católica en Italia –eso es lo que hace Gramsci continuamente leyendo diario Civilitá cattolica, que cita permanentemente–, cómo se construye el ideario de la cultura socialista y comunista en Europa, y ese será su tema principal con los conceptos que aquí se aludieron: hegemonía, sociedad civil, Estado, y todos los demás que están relacionados con esto, revolución pasiva, guerra de posiciones, guerra de movimiento. No hay ningún concepto que no tenga un borde que enlaza y se yuxtapone con otro, de modo que es una maraña no ininteligible sino en estado candente permanentemente, y eso hace al atractivo de la lectura y al modo en que en cada generación se lanza nuevamente a un nuevo horizonte de lectores. Esta calidad que tiene Gramsci de sobreponerse al modo en que ciertos autores caen en la lectura universitaria argentina es absolutamente una originalidad de la Universidad argentina y de la vida política argentina; por eso considero esto un nuevo ciclo de la reposición de Gramsci. [...] Por otro lado hay una fuerte propensión en el libro a tomar la noción de Estado integral o de Estado de policía, ahí también tendría una observación que hacer. No estoy seguro que pueda profundizar en ella, que es el momento en que Gramsci se apartaría de la clásica distinción entre Estado y sociedad civil, y el Estado policial, el Estado de la hegemonía burguesa […] Esta es una cuestión de profunda importancia y me parece que Juan tiene la tentación de dejarle menos libertades a la

sociedad civil y convertirla en un ámbito donde juega con muchas más libertades y a su piacere el Estado con su coacción, definiendo dictadura como una parte hegemonía/una parte coacción. Digo una parte porque nunca se sabe, ese es un macizo de cosas que está siempre en ebullición, hegemonía como dictadura y como coacción, y está el sentido común en el medio. Y el tema de la policía es fundamental, en este momento en Argentina no hay nadie que diga que no es fundamental como se rearma la policía. Entonces me parece que hay una originalidad en este libro al tratar la cuestión de la policía. Eso me parece que hay que tratarlo con el cuidado que permitiría saber en qué lugar del Estado se pone la Policía; si lo ponemos en un lugar del Estado en condiciones de absorber muchas de las funciones de la sociedad civil, sobre todo los sindicatos, que eso es otro tema urgente para el tratamiento y urgente en este libro, y como se sabe es una fuerte discusión en la Unión Soviética entre Trotsky y Lenin, o entre Trotsky y otros funcionarios del gobierno de la Revolución. Es decir, los sindicatos ¿qué tipo de relación tienen que tener con el Estado? En el libro de Juan se examina la noción de estatización de los sindicatos. Eso tiene fuerte resonancia en la Argentina, pero sabemos que la idea de estatización de los sindicatos en Argentina tiene muchas escalas, graduaciones; basta considerar todo el ejemplo vandorista en Argentina que compone un largo ciclo, Roberto Carri escribió un libro, a mi gusto muy problemático y discutible sobre el asunto, pero interesante para leer qué se decía en los años ‘60 sobre el vandorismo, y qué decía Nahuel Moreno desde el trotskismo del vandorismo. No eran las mismas cosas y no

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eran cosas que hoy podrían agradar y ser una lectura satisfactoria como la que hace Juan o como la que podríamos hacer muchos de nosotros. Sin embargo está planteado desde Trotsky, desde Gramsci, qué situación tienen los sindicatos respecto del Estado. Ahí, también me parece que es necesario recurrir a la larga tradición que tiene la cuestión de la Policía en el lugar donde se origina esta cuestión que me parece que es en la Filosofía del derecho de Hegel. Creo que Gramsci no lo cita, pero Hegel avanza mucho en la cuestión de la Policía, avanza tanto que se parece mucho a Gramsci. En el capítulo sobre la policía en la Filosofía del derecho coloca la cuestión de la pobreza o la cuestión del apremio, el surgimiento del capitalismo y el imperialismo, y eso está en el capítulo sobre la función de la Policía en Hegel. Pero a su vez la policía está dentro de la sociedad civil, que es el gran tema de Gramsci, está absolutamente dentro de la sociedad civil. En Hegel es evidente que hay una libertad en la sociedad civil antes de que predomine en ella el Estado que es la finalidad, el modo en que Hegel piensa la sociedad civil, para que finalmente sirva al Estado y no viceversa; esa es una crítica que le hizo mucha gente a Hegel, pero aún siendo así, su idea de la sociedad civil es donde se produce la economía. Hegel pone la sociedad civil ahí, y Marx también pone la economía en la sociedad civil. Y Hegel además pone la Policía, no solo la que va por la calle con el palito o la pistola thaser, sino la que organiza la biopolítica. Juan no emplea esa expresión, que es un abuso foucaultiano en este momento, pero quiere decir eso, la policía organiza funciones laborales, organiza formas de vida, juzga violaciones, juzga asesinatos, »


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IDEAS & DEBATES

juzga femicidios, es la primera instancia de juicio en un sentido común reaccionario, hay que pensar la policía así. Así la piensa Gramsci también. La cuestión es, le pregunto también a Juan, si estamos dispuestos a ese grado de absorción de la sociedad civil, en el capitalismo, por el Estado, y si esto sería así en un cambio de situación donde el Estado esté dirigido por consignas totalmente diferente o esté en vías de extinción. Digo esto también porque Gramsci hace algo con la sociedad civil, que es poner enteramente la cultura ahí, y no la economía. Es difícil decir dónde pone la economía Marx, esta es una idea de Norberto Bobbio que fue un gramsciano y después fue un marxista liberal, si se quiere un liberal, pero que había pasado por el marxismo. [...] Sobre la cuestión del moderno Príncipe. Gramsci mismo lo dijo y eso se le pasó a Aricó que hace la nota al pie de página a la edición Togliatti: cada vez que Gramsci pone “el moderno príncipe” Aricó pone “el lector debe entender acá que se refiere al partido político revolucionario”, y Gramsci dice continuamente “el moderno príncipe tendrá que contar este capítulo”, en este otro lugar “tenemos que escribir o desarrollar esta idea”… Es también un libro; el moderno príncipe, dice Gramsci, es una fuerza mítica que por ser mítica recoge todas las fuerzas revolucionarias

de la sociedad que están dispersas, y genera un pueblo revolucionario. Y dice “no deberá ser libresco”. Entonces ¿cómo el partido va a ser un libro si Gramsci dice que no debe ser libresco? Gramsci es un vitalista, tiene influencia de Sorel, que Gramsci no la toma tan mal creo yo como Juan dice que la toma, la toma más o menos, toma una parte del mito, otra la rechaza. Como Lenin; Lenin toma a Sorel, lo rechazó más que Gramsci pero cuando muere Sorel se conmemora la memoria de Sorel en Roma y en Moscú. Aún no habían tomado el poder ni bolcheviques ni fascistas; Sorel había influido sobre ambos, es una clave traumática en la obra de Sorel y Gramsci lo toma en gran medida. ¿Por qué dice que el partido no debe ser libresco y al mismo tiempo dice también que tiene que ser un libro que alguien tiene que escribir? –lo que él escribe es un infinito borrador–. Porque también dice que el moderno príncipe no ha de ser libresco pero sí va a ser un libro, y califica ese libro y lo llama “un libro viviente”. Ahí cambia la cosa. […] El moderno príncipe es la reforma moral intelectual, es un partido, es un libro pero, ¿qué libro si no tiene que ser libresco? Un libro viviente, es decir un libro educativo, la paideia, todos los lectores, los lectores forjan un pueblo de lectores, y al mismo tiempo por eso son un pueblo. Podemos cambiar la palabra

pueblo por clase y funciona exactamente la idea de que el libro genera un campo de atracción mutua, de confraternidad y de acción en común. Por lo tanto la idea de praxis, de libro, de partido, de mito, de catarsis, están todas relacionadas. Esa es la inmanencia, si la inmanencia no fuera ese gran concepto, la inmanencia de la traducibilidad de esta obra, y es un modo de lectura que funda una universidad, que puede llegar a refundar esta universidad, y puede llegar a que las vocaciones políticas que surjan en esta facultad, que son muchas, puedan ganar para sí la idea de cómo leer un libro y cómo hacer un libro viviente, y saber estremecerse porque se está leyendo algo que pertenecerá a la vida de quienes comprenden la política y su sociedad al modo de una transformación radical. Bueno en ese sentido me parece que debemos festejar la salida de este libro.

La charla completa puede verse en www.laizquierdadiario.com/Video-Mira-entera-la-presentacion-del-libro-El-marxismo-de-Gramsci.


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Presentación

Gastón Gutiérrez Comité de redacción.

Como el búho de minerva que inicia su vuelo al caer el crepúsculo, las teorías críticas están llegando tarde a la escena histórica1. Todavía sus coordenadas teóricas se encuentran marcadas por el neoliberalismo y la restauración que las situaron en los márgenes de la opinión pública. Una recomposición lenta emergió en el espacio público en forma de crítica general o “global” al sistema, al calor de una “crítica social” que comenzó en las protestas de 1995 en Francia y se continuó en las de 1999 en Seattle, las luchas “altermundialistas” de los 2000 y el ciclo de luchas en América latina de inicios de siglo. Esto determinó las características de los nuevos pensamientos críticos y la emergencia de “mil marxismos” producidos al calor de la descomposición del dogma estalinista2. Versiones “radicales” o “moderadas” tanto en torno a la crisis del sistema capitalista, como al problema del poder o de los sujetos de la emancipación social. Donde coexiste una vieja generación que proviene del ´68 (entendiendo el “68” como un acontecimiento ¨dilatado¨ en el tiempo durante la década del ‘703) y una nueva generación intelectual con producción teórica, activismo social y cierto compromiso político, cuya característica sociológica común es el divorcio de las masas y la dependencia del campo universitario. El sociólogo Razmig Keucheyan, que analizó en detalle este mapa de los nuevos pensamientos críticos, planteó recientemente que: …una hipótesis que se puede formular es que la actual crisis económica, que es una crisis orgánica del sistema en su totalidad, va a cambiar las relaciones intelectuales de fuerza dentro del campo de las teorías críticas. El marxismo es una teoría de la crisis par excellence, mientras que las teorías críticas no marxistas, como el posestructuralismo, la filosofía de Jacques Rancière o la teoría del reconocimiento de Axel Honneth, tuvieron poco que decir sobre la crisis. Por lo tanto, luego de un paréntesis posmarxista, es posible –y deseable, en mi opinión– que regrese el marxismo en formas más clásicas4.

Una crisis histórica del capitalismo produce nuevas formas de pensar, tanto en las masas, como en el clima intelectual. Tendencias a lo que Antonio Gramsci denominó “crisis orgánicas” (en forma abierta en países periféricos claves como Brasil o México). “Fenómenos aberrantes”, como los nuevos nacionalismos en los países centrales, que van desde Trump, el Frente Nacional en Francia y partidos de la extrema derecha euroescéptica, xenófoba y antiinmigrante, coexisten con fenómenos políticos a izquierda de los partidos tradicionales, como las formaciones “neorreformistas” (Syriza, Podemos, Corbyn, Melenchon). Las bases obreras, estudiantiles y populares de dichos fenómenos buscan tortuosamente una representación alternativa al “extremo centro” que comparten neoliberales y socialliberales. También los nuevos movimientos de masas, como el progresivo movimiento de mujeres de alcance internacional, que tiene en Argentina su expresión en el #NiUnaMenos, pero también acciones del movimiento obrero como la huelga general en Brasil (que debilitó fuertemente al gobierno neoliberal de Temer). Los intelectuales empiezan a jugar un rol más activo e intervenir en los debates políticos del momento: ¿cómo enfrentar a Trump?, ¿cómo impedir el ascenso del Frente Nacional en Francia? En nuestro país la crisis de los proyectos “populistas” opone a los intelectuales afines al kirchnerismo y aquellos que pertenecen o simpatizan con el Frente de Izquierda (FIT)5. Esta crisis abre la posibilidad de superar la desconexión entre teoría y práctica, así como la academización de las teorías críticas. Superando un “catastrofismo mecanicista” que conlleva a la pasividad y a la esterilidad teórica y confrontando con el eclecticismo académico. Desde el marxismo revolucionario esto obliga a sostener un punto de vista teórico creativo, intransigente con el sistema capitalista y revolucionario en la política. Como lo hacemos en esta revista, donde venimos publicando decenas de artículos que buscan aportar ideas para superar las debilidades prácticas y

estratégicas del momento y que una nueva intelectualidad militante confluya con el movimiento obrero. En este dossier publicamos tres artículos (que reflejan las opiniones de los autores) que abordan discusiones puntuales que atañen a la actualidad de la crítica marxista. En primer lugar una reseña crítica de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria de Silvia Federici, una destacada exponente de una nueva teoría crítica que se propone “superar los límites del marxismo” y aborda debates teóricos relevantes para el movimiento de mujeres actual. Seguimos con una reseña crítica del libro de Bruno Bosteels Marx y Freud en América Latina que recientemente salió publicado en castellano, y que da cuenta de los desencuentros existentes entre el marxismo y el psicoanálisis a través de las figuras de José Revueltas y León Rozitchner contrapuestas a las filosofías de la derrota que el autor inscribe en el giro ético del pensamiento contemporáneo. Culminamos con un balance crítico de la obra de Daniel Bensaïd a propósito de un reciente número especial dedicado al filósofo y militante francés en la revista Historical Materialism.

1. Siguiendo la definición de Razmig Keucheyan hablamos de nuevas teorías críticas, en plural, y no de Teoría Crítica, como se denomina habitualmente a la Escuela de Frankfurt. Ver Gutiérrez, G., “Cartografías intelectuales. Notas críticas sobre Hemisferio Izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos”, IdZ 16. 2. “Los intelectuales en Francia y el retorno de Marx”, entrevista a Emmanuel Barot, IdZ 3. 3. Thomas, J. B., “¡Esto es solo el comienzo, continuemos la lucha!”, en Cuando obreros y estudiantes desafiaron al poder, 40 aniversario del Mayo Francés, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2008. 4. Keucheyan, R., “Las mutaciones de la teoría crítica. Un mapa del pensamiento radical hoy”, revista Nueva Sociedad 261, enero-febrero 2016. 5. Ver “¿Qué hacer contra el macrismo?, Peronismo o izquierda”, IdZ 36. »


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26 A propósito de Calibán y la bruja, de Silvia Federici

Caza de mujeres/mujeres a la casa Ana Villar Socióloga, CONICET-UBA. La caza de brujas fue uno de los genocidios más sangrientos de la edad moderna. ¿Qué instigó semejante política de exterminio? ¿Por qué fueron las mujeres su objetivo principal? Silvia Federici en Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria1 aborda éstas y más preguntas, (re)instalando debates fundamentales sobre la relación entre capitalismo y patriarcado.

La caza de brujas La caza de brujas fue contemporánea a la colonización y exterminio de las poblaciones del Nuevo Mundo, los cercamientos ingleses, la trata de esclavos y las leyes contra vagabundos y mendigos. Calibán y la bruja intenta demostrar que este exterminio y disciplinamiento intercontinental de mujeres, subestimado por muchos historiadores, no fue el último destello de un mundo feudal agonizante sino una de las condiciones de posibilidad del capitalismo naciente. En el curso de por lo menos tres siglos, la clase dominante europea lanzó una ofensiva global destinada a expandir su base económica y su dominio político. El mundo feudal, lejos de la imagen difundida de un orden estático, fue escenario de conflictos sociales, colapsos poblacionales y una economía en crisis en la que multiplicar y disciplinar mano de obra se convirtió en un asunto de primer orden para las clases dominantes. Luego de la Peste Negra, en el marco de la nueva crisis poblacional de los siglos XVI y XVII, el control femenino sobre la reproducción se percibió como una amenaza al crecimiento y la estabilidad económica que requirió la intervención estatal orientada a aplacarlo. Así nació la caza de brujas con dos consecuencias fundamentales: la persecución de la sexualidad y el confinamiento de las mujeres al ámbito de la reproducción a través de su exclusión del mercado de trabajo. Se demonizó, literalmente, cualquier forma de anticoncepción y de sexualidad no-procreativa. Las mujeres comenzaron a ser procesadas

en grandes cantidades acusadas de brujería e infanticidio. La sospecha también recayó sobre las parteras, sentando las bases de la hegemonía del doctor masculino y de una nueva práctica médica que privilegiaba la vida del feto sobre la de la madre. La brujería se consideraba un crimen femenino: más del 80 % de las personas juzgadas y ejecutadas en Europa fueron mujeres. En este escenario, el lenguaje de la caza de brujas “perfiló” a la mujer como una especie diferente, más carnal e incontrolable por naturaleza, la “mujer pervertida” y, prefigurando su destino matrimonial, reemplazó la multitud de diablos del mundo medieval y renacentista por la figura de un Diablo único y masculino: “Ahora la mujer era la sirvienta, la esclava, el súcubo en cuerpo y alma, mientras el Diablo era al mismo tiempo su dueño y amo, proxeneta y marido” (304). El destino de las mujeres de las colonias americanas fue similar. En ambas latitudes del planeta, a pesar de las diferencias, el cuerpo femenino fue transformado en instrumento para la reproducción expansiva de la fuerza de trabajo y una máquina “natural” de crianza que funcionaba según ritmos que estaban fuera del control de las mujeres.

Mujeres a la casa Un aspecto complementario fue la expulsión de las mujeres del artesanado y la devaluación del trabajo reproductivo, definido como no-trabajo, “el trabajo femenino se convirtió en un recurso natural, disponible para todos, no menos que el aire que respiramos” (173). Pronto el trabajo que se hacía en la casa fue definido como ‘tarea doméstica’ y cuando se hacía fuera del hogar no se pagaba lo suficiente como para que las mujeres pudieran vivir de él. Fue en este periodo también que se fortaleció la familia como “la institución más importante para la apropiación y el ocultamiento del trabajo de las mujeres” (174). Sometidas por más de dos siglos al terrorismo de estado con la consiguiente persecución política, económica y cultural; se propició un nuevo modelo de

feminidad: pasivas, asexuadas, obedientes y, ahora sí, moralmente mejores para ejercer una influencia positiva sobre los hombres.

Acumulación originaria y ‘biopoder’ ‘Acumulación originaria’ es un término acuñado por Marx y recuperado por Federici para explicar las violentas transformaciones que sirvieron de punto de partida al modo de producción capitalista: En la historia real el gran papel lo desempeñan, como es sabido, la conquista, el sojuzgamiento. El homicidio motivado por el robo: en una palabra, la violencia (Marx, 2012: 892).

Según Federici, si bien Marx alcanza a dar cuenta de la esclavización de los pueblos originarios de América y África en el “Nuevo Mundo”; al centrarse en la expropiación de los medios de subsistencia de los trabajadores europeos, no atiende a las transformaciones en la reproducción de la fuerza de trabajo, fundamentales para explicar la separación histórica de la producción y la reproducción que supuso el nacimiento de una fuerza de trabajo disciplinada. En el marco de esta violencia originaria, el problema de la relación entre trabajo, población y acumulación de riqueza pasó a un primer plano del debate y estrategias políticas delineando “los primeros elementos de una política de población y un régimen de ‘biopoder’” (154). Comenzaba a tomar forma una nueva concepción sobre el cuerpo: cuerpoportador de fuerza de trabajo que para devenir en modelo de comportamiento social requirió la destrucción de la amplia gama de creencias, prácticas y subjetividades sociales pre-capitalistas. Este ataque recayó doblemente sobre las mujeres que, desposeídas de los medios de producción, también quedaron reducidas al papel de (re)productoras de fuerza de trabajo. Foucault estudia estos procesos pero, para Federici, presenta límites al tratar


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los avances sobre la sexualidad desde la perspectiva de un sujeto de género indiferenciado, derivando las mismas consecuencias para hombres y mujeres.

Debates necesarios para un feminismo anticapitalista Federici fue una de las impulsoras del Colectivo Feminista Internacional en 1972 y de su Campaña Internacional por el Salario para el Trabajo Doméstico. Calibán y la bruja surge de esta experiencia, junto a sus años ejerciendo la docencia en Nigeria en época de pleno ajuste estructural. Uno de los aportes fundamentales de esta historia de las mujeres en la acumulación originaria es situar la génesis del trabajo doméstico capitalista y sus principales componentes: la separación de producción y reproducción, el uso específicamente capitalista del salario para regir el trabajo de los no asalariados y la devaluación de la posición de las mujeres. No obstante, la naturaleza del trabajo doméstico en el marco de la acumulación capitalista reinaugura una serie de debates respecto a la teoría del valor, que merecen ser analizados con mayor detenimiento2.

“Marx fue incapaz de concebir el trabajo productor de valor de otro modo que no sea la producción de mercancías”3: maten al mensajero Retomando el camino trazado por Mariariosa Dalla Costa y Selma James, para Federici, el trabajo doméstico no es un servicio personal, es el trabajo que sustenta todas las formas de trabajo, “el trabajo que produce la fuerza de trabajo” (Federici, 2016: 407). Desde su perspectiva, el análisis de Marx se habría obturado por su incapacidad de concebir la creación de valor de ningún modo que no sea la producción de mercancías. Pero ¿es ésta una “incapacidad” de Marx o se trata de una determinación de la sociedad capitalista? Consideramos, en contraste con Federici, que uno de los aportes principales de Marx consistió, justamente, en evidenciar esta determinación esencial al modo de producción capitalista, brindándonos la base explicativa para comprender, entre otras cosas, el lugar del trabajo doméstico en la acumulación y las consecuencias de su feminización. En El capital Marx expone una crítica científica al modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambios a él correspondientes, la teoría del valor. En el marco de una sociedad caracterizada por la producción privada e independiente de mercancías para el intercambio; el valor de toda mercancía está determinado por “el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción” (Marx, 2004: 226), el trabajo abstracto que se materializa en la misma, el gasto productivo de energía humana invertido en el objeto. Es en el mercado que este trabajo abstracto es reconocido como socialmente válido o que se manifiestan los atributos específicamente sociales de los

Ilustraciones: Natalia Rizzo

trabajos privados. Entonces no tiene valor cualquier producto de trabajo humano por más útil que sea, son mercancías los productos de trabajos privados ejercidos independientemente los unos de los otros. El complejo de estos trabajo privados es lo que constituye el trabajo social global (89).

Los trabajos privados no alcanzan realidad como parte del trabajo social sino por medio de las relaciones que el intercambio establece entre los productos del trabajo. Así las relaciones sociales dejan de ser directamente entre las personas y pasan a ser “relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas” (89): el fetichismo de la mercancía. La forma acabada del mundo de las mercancías, la forma de dinero vela, en vez de revelar, “el carácter social de los trabajos privados, y por tanto, las relaciones sociales entre los trabajadores individuales” (93).

Trabajo productivo capitalista: una maldición En la sociedad capitalista, donde unos pocos, por medio de los procedimientos históricos que vimos, se han apropiado de los medios de producción; para el obrero, su fuerza de trabajo, reviste “la forma de una mercancía que le pertenece” (207). La venta

de su fuerza de trabajo es la única puerta de acceso al trabajo social global que le ofrece esta sociedad. Esta mercancía, a su vez, a diferencia del resto, presenta la “peculiaridad de ser fuente de valor” (203), es decir que su consumo, su uso en el marco del proceso de producción, crea valor para su comprador: el capitalista que solo le paga en forma de salario su valor como fuerza de trabajo. Todas las horas que el obrero trabaja, una vez que ha alcanzado lo necesario para su reproducción, son apropiadas por el capitalista para obtener su ganancia: la plusvalía. En el capitalismo, solo es productivo “el trabajador que produce plusvalor para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital” (Marx, 2013: 616). Entonces “la producción capitalista no solo es producción de mercancía; es, en esencia, producción de plusvalor. El obrero no produce para sí, sino para el capital” (p. 616). Esto no responde a un apetito personal de Marx o a una animadversión de su parte hacia, por ejemplo, el trabajo doméstico sino a una determinación específica de la sociedad capitalista que regida por la necesidad de valorizar el valor funda una escisión inédita entre trabajo productivo y reproductivo recayendo este último, históricamente, sobre las mujeres. En este marco, ser trabajador productivo no im» plica meramente


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28 una relación entre actividad y efecto útil, entre trabajador y producto del trabajo, sino además una relación de producción específicamente social, que pone en el trabajador la impronta de medio directo de valorización del capital. De ahí que ser trabajador productivo no constituya ninguna dicha, sino una maldición (p. 616).

Feminismo y teoría del valor Hipotéticamente, que las mujeres abandonemos progresivamente la esfera de la reproducción, que dichas tareas recaigan sobre los hombres o que, directamente, queden totalmente mercantilizadas nos dejaría aún bajo el dominio de la contradicción capital-trabajo (la cual también sufrimos directamente). Afirmar esto no implica relegar las luchas contra otras dimensiones opresivas a un carácter secundario, ni subestimar la importancia de preguntarse, como propone Federici, por las condiciones históricas que hicieron recaer el trabajo doméstico sobre las mujeres, con lo que conlleva. Pero sí nos advierte no desconocer la actualidad de la teoría del valor. De hecho, aunque El capital no dedique un desarrollo explícito a la forma histórica concreta que cobra la esfera reproductiva, consideramos, como demuestran otras feministas, que la teoría del valor, lejos de obturar, brinda elementos para el análisis de la naturaleza del trabajo doméstico en el capitalismo, esenciales para problematizar su concreción histórica. Wally Seccombe (2005), por ejemplo, plantea: Si el salario equivale al valor de la fuerza de trabajo y además el trabajo doméstico figura en el valor de la fuerza de trabajo, pero dicho trabajo doméstico no es pagado con el salario, ¿no es ésta una ecuación fuera de equilibrio? Éste es un problema de apariencia burguesa que ocurre como resultado de la forma fenomenológica del salario. El salario se presenta en sí como un pago por el trabajo en vez de como un pago para reproducir la fuerza de trabajo. Marx señaló este engaño en relación con el trabajo asalariado y también se aplica al trabajo doméstico” (185).

Lo que el obrero recibe como paga es lo necesario para su reproducción determinado por “el tiempo de trabajo necesario para la producción, y por tanto para la reproducción de ese artículo específico” pero, a diferencia de las demás mercancías, “la determinación del valor de la fuerza de trabajo encierra un elemento histórico y moral” (Marx, 2004: 208). En este sentido, Gayle Rubin (1986) sostiene que es dentro de ese “elemento histórico y moral”, que debemos comprender la forma que cobra el trabajo doméstico. Es en ese marco que “‘esposa’ es una de las

necesidades del trabajador, que el trabajo doméstico lo hacen las mujeres y no los hombres”. Una mujer, solo se convierte en doméstica, esposa, mercancía, conejito de Playboy, prostituta o dictáfono humano en determinadas relaciones. Fuera de esas relaciones no es la ayudante del hombre igual que el oro en sí no es dinero (101).

Roswitha Scholz (2013), aludiendo a la escisión entre trabajo reproductivo y valor/trabajo abstracto, propone el concepto de ‘escisión de valor’. Éste se trata de un aspecto de la sociedad capitalista que “se establece junto con el valor, pertenece a él necesariamente; pero, por otro lado, se encuentra fuera de él y, por ello, es también su condición previa” (48). Para analizar las relaciones de género capitalistas contempla además del factor material, la dimensión psicosocial. Así da cuenta de un modelo civilizatorio, el “patriarcado productor de mercancías”, en el que determinadas propiedades y actividades (sensualidad, emocionalidad, debilidad, cuidado, etc.) son atribuidas a la mujer constituyéndola en un género subordinado al hombre (activo, agresivo, competitivo, transformador de la naturaleza con capacidad, racionalidad y gasto eficiente del tiempo). Pero, ¿alcanza con deconstruir esta concepción dualista de género moderna como proponen algunas corrientes culturalistas? Scholz advierte: Hace ya tiempo se han producido “deconstrucciones reales” observables por ejemplo, en la “doble socialización” de las mujeres, en el vestir y el comportamiento de hombres y mujeres, etc., sin que por ello haya desaparecido la jerarquía de género (56).

Es preciso dotar la crítica de una perspectiva material: “la escisión de valor, que en cuanto principio formal determina todos los planos sociales” (57). Lejos de una posición acabada al respecto, quisimos demostrar, en contraste con Federici que, si bien el debate respecto a la naturaleza del trabajo doméstico sigue abierto, la teoría del valor no obtura sino que brinda un curso explicativo fundamental para la comprensión de la escisión capitalista de las esferas de la producción y la reproducción y, por ende, del problema histórico de la feminización de la esfera reproductiva, manifiesto sea en nuestra exclusión del mercado laboral o en nuestra inclusión precarizada y/o devenida en “doble jornada”.

Feminismo y crítica al capital Ante un capitalismo que ha demostrado, a pesar de las sucesivas crisis, capacidad para reciclarse; resulta de primer orden dotar a la

lucha anticapitalista de una perspectiva integral que evidencie y combata al capitalismo en su esencia y en las formas históricas concretas en que se manifiesta: todas ellas. Asistiendo permanentemente, entre tantas aberraciones, a la feminización de la pobreza, la violencia, los femicidios, la desventaja y precarización laboral, la heteronorma, sus dualismos opresivos y a otros mecanismos más sutiles, pero no por eso menos perversos, un proyecto revolucionario éticamente completo, actualmente, debe colocar también en un plano primerísimo la lucha contra la dominación patriarcal. En ello, la renovada masividad internacional del movimiento de mujeres, pese a su heterogeneidad, viene arrojando contundentes lecciones.

Bibliografía Federici, Silvia (2016). Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires: Tinta Limón. Federici, Silvia (2017). Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Buenos Aires: Traficantes de sueños/Tinta Limón. Marx, Karl. El capital: el proceso de producción del capital. Tomo 1: (2004) Vol 1, (2013) Vol 2, (2012) Vol 3. Bueno Aires: Siglo XXI. Rubin, Gayle (1986). “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”. En Nueva Antropología 30, año/vol. VIII, UNAM. Scholz, Roswitha (2013). “El patriarcado productor de mercancías. Tesis sobre capitalismo y relaciones de género”. En Constelaciones-Revista de Teoría Crítica 5. Seccombe, Wally. “El trabajo del ama de casa en el capitalismo”. En Rodríguez, D. y J. Cooper comp. (2005). El debate sobre el trabajo doméstico. Antología. UNAM.

1. Los números de página en referencia a este libro se harán entre paréntesis al final de la cita. 2. Si bien trasciende las posibilidades de esta reseña abordarlos, en el libro, aparecen planteados otros puntos sumamente debatibles, entre ellos, la confusión en la concepción de acumulación originaria de Federici entre condiciones históricas necesarias para el desarrollo del modo de producción capitalista y las determinaciones específicas del capitalismo y, como consecuencia, una de sus tesis principales basada en concebir fenómenos actuales como parte de lo que sería un “nuevo ciclo de acumulación originaria”. 3. Parafraseo ilustrativo de un punto que subyace en Calibán y la bruja y que es explicitado en un artículo más reciente acerca de la crítica de algunas feministas: “el análisis que Marx hizo del capitalismo se ha visto lastrado por su incapacidad de concebir el trabajo productor de valor de ningún otro modo que no sea la producción de mercancías y su consecuente ceguera sobre la importancia del trabajo no asalariado de las mujeres en el proceso de acumulación capitalista” (Federici, 2017: 154).


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La vergüenza como arma de la revolución

Santiago M. Roggerone UBA, CONICET.

En Marx y Freud en América Latina, Bruno Bosteels examina los desencuentros existentes entre el marxismo y el psicoanálisis, entre éstos y Latinoamérica y entre ésta y Europa1. Apela para ello a la “la lógica del desencuentro mismo” (p. 23) –esto es, la lógica del “antagonismo histórico-estructural” o el “descontento constitutivo” que se manifiesta siempre como “la ‘verdad’ última sobre la política y el deseo” (p. 24)– e, inspirado por la instalación Los condenados de la tierra de Marcelo Brodsky, pone en marcha una serie de ejercicios de “contramemoria” (p. 27), para así reevaluar críticamente los itinerarios seguidos por Marx y Freud en países como México o Argentina2. Ciertamente, lo que lleva a cabo no es tanto una recuperación nostálgica del pasado como el intento de una reactivación. Y resulta interesante que, para su despliegue, se valga de episodios históricos documentados no en panfletos políticos o prensas partidarias sino más bien en tratados, ensayos, novelas, poemas, obras de teatro e incluso filmes. Todo ello evitando esa perspectiva de los estudios culturales tan propia de la academia

norteamericana, que hace de la literatura latinoamericana un mero objeto de estudio.

Pasado, presente y futuro de revoluciones En los primeros días de abril, Bosteels –crítico literario belga, docente de la Cornell University y autor de Badiou o el recomienzo del materialismo dialéctico, The Actuality of Communism y Badiou and Politics– estuvo de visita por Buenos Aires. Además de presentar su libro junto a Horacio González y Diego Sztulwark en el Centro Cultural de la Cooperación, brindó una conferencia en el marco de la Cátedra Libre Ernesto Laclau y participó del Coloquio Internacional Pasado de Revoluciones. El último de los eventos constituyó una oportunidad para que el autor presentara las posiciones que supiera defender en la serie conferencias sobre el comunismo impulsadas por Alain Badiou y Slavoj Žižek. En su intervención, señaló que los actuales son los tiempos no de El Estado y la revolución sino de éste y la insurrección. En tal diagnóstico se encuentra en juego un debate con pensadores como John Holloway,

Antonio Negri o el mismo Badiou, pues si bien Bosteels cree que el binomio reforma-revolución se halla excedido por la autonomía, la revuelta y la insurgencia, es crítico de la tesis de la “reversibilidad inmanente” (p. 300) que determinaría la relación entre nociones como imperio y multitud, poder y contrapoder. Ahora bien, el interés que manifiesta por la forma comuna –a la que conceptualiza como un levantamiento que pone a distancia el Estado–, la lectura que propone del pasado mexicano como uno plagado de revueltas comunales, revela que, a su entender, la política partidaria y el objetivo de la toma del poder se hallan en una drástica crisis. En relación a esto, hay que decir que es por demás problemático tematizar la dualidad de poderes como un fin en sí mismo y no como una situación histórica concreta de suma inestabilidad, en la que se rivaliza de forma abierta, llegando incluso a la instancia de la guerra civil. En tanto esta situación deviene siempre en tentativas de resolución revolucionarias o contrarrevolucionarias, bregar por la creación de contrapoderes locales como puede ser la »


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comuna de Morelos, y no por la toma del poder estatal, conlleva serios inconvenientes estratégicos que a lo largo de la historia han conducido a ciertas izquierdas a callejones sin salida. Específicamente en cuanto a Badiou, Bosteels discute la caracterización del comunismo como una hipótesis derivada de una Idea dotada de invariantes atemporales y ajena por ende a “cualquier determinación histórica en términos de una clase, fracción o partido”3. La secuenciación badiousiana de la hipótesis comunista implica que, luego de su instalación, se habría fracasado en el primer intento de realización, dando lugar a un estado de cosas en el que se impondría la necesidad de hacerla existir de otro modo. El autor piensa, sin embargo, que no es tanto que el comunismo fracasó como que fue derrotado. Y si ser derrotado no equivale a ser doblegado, es claro que lo que tiene lugar cuando alguien como Badiou explora nuevos caminos para resolver el problema de la emancipación no es más que la despolitización –es decir, el abandono de la historia y el escape hacia el refugio que es provisto por una Idea que se supone eterna–. Contra posiciones como ésta, Bosteels pone en diálogo a Europa y América Latina y aboga por que el comunismo vuelva a “encontrar su inscripción en el cuerpo concreto o en la carne de un sujeto político”4. No obstante, hace falta clarificar cuándo y debido a qué es que el comunismo fue derrotado –como dice Daniel Bensaïd, “¡vergüenza a quienes dejaron de ser comunistas al dejar de ser estalinistas y que no fueron comunistas más que mientras fueron estalinistas!”5. En otras palabras, es preciso indicar que si el pasado de las revoluciones fue el del comunismo como movimiento y Estado, que si su actualidad es la de una Idea ahistórica y por añadidura despolitizada, el futuro necesita ser –en caso de que vencer sea lo que realmente se desee– el de “una hipótesis estratégica reguladora”6.

Marx y Freud en América Latina Los nombres propios de la obra de Bosteels son los de José Revueltas y León Rozitchner. Aunque el libro comience con Martí y la crónica redactada en ocasión de la muerte de Marx; aunque en él se reflexione en torno a la película Memorias del subdesarrollo, de Gutiérrez Alea; aunque se conceda espacio al trabajo de escritores como Taibo II o Piglia, la apuesta fuerte consiste en reconstruir los senderos latinoamericanos del marxismo y el psicoanálisis prestando atención a los aportes efectuados por los filósofos oriundos de México y Argentina.

Revueltas resulta de interés no solo en tanto pensador sino también novelista, ya que, según la hipótesis de trabajo barajada, el género del melodrama –con sus sueños de nueva vida, autonomía y libertad; con sus deseos de pureza y retratos de las miserias que hacen de los sujetos verdaderos autómatas– tiene mucho para decir sobre el marxismo y las izquierdas. Los errores, en este sentido, es abordada como la defensa de una política emancipatoria que no excluya al lumpenproletariado y, por consiguiente, como una confrontación con el PC mexicano –en cuyas filas, vale aclarar, Revueltas militó hasta ser expulsado e iniciar un breve pero intenso acercamiento al trotskismo. En otras palabras, es interpretada como la invocación de una política que no dé la espalada a la cuestión de las afectividades. Tal política, sin embargo, no implicaría poner la moral o la ética por delante: Revueltas piensa los errores e incluso los crímenes cometidos en nombre de la emancipación “desde dentro de la política emancipatoria, y no al revés” (p. 75). Pero aunque Revueltas no incurra en la posición propia del alma bella, sí emprende un proyecto de características similares al de alguien como Theodor W. Adorno, pues su inconclusa Dialéctica de la conciencia mantiene asombrosas afinidades con Dialéctica negativa. Escrito durante los años que pasó en prisión a causa de una supuesta instigación del movimiento estudiantil, este trabajo revisa la dialéctica hegeliana poniendo en entredicho el principio de la identidad y la relación entre el conocimiento y la conciencia. Es claro que todo esto supone una forma peculiar de recomenzar con el marxismo e incluso el psicoanálisis. En efecto, más que cambiar al mundo, lo que Revueltas propone mediante el auxilio de artimañas hermenéuticas similares a las de Walter Benjamin, es despertarlo de su sueño. Se trata de todo un “acto teórico” (p. 103), de redención y justicia, a través del que se realiza aquello a lo que la realidad niega el derecho a ser. Al igual que Revueltas, Rozitchner tematiza la opresión melodramática que padecen algunas izquierdas. Bosteels entiende que sus escritos son de suma importancia porque permiten pensar las “consecuencias del cambio revolucionario a nivel de la subjetividad” (p. 110). Es que a la moral individualista de la burguesía, Rozitchner opone una ética revolucionaria del compromiso colectivo, por medio de la cual no se pretendería destruir sin más los lazos con lo previamente existente sino asumirlos en cuanto tales, haciéndose cargo de su trasfondo genealógico. Vale decir:

la propuesta del filósofo argentino estriba en “investigar el origen de quiénes somos como el índice contradictorio de lo que aún no somos” y, asumiendo ese origen, tender “lazos con índices similares dentro del conjunto de las relaciones humanas” –de lo que para él se trata, subraya Bosteels, es de “rescatar toda densidad afectiva, corpórea e histórica del modo de ser uno en pro de la invariabilidad genérica” (p. 132). Es en este mismo sentido que se atiende a los vínculos subyacentes entre la política, la religión y el psicoanálisis tal como son problematizados en La Cosa y la Cruz. Contra las recuperaciones teológico-políticas de San Pablo o San Francisco de Asís llevadas a cabo por pensadores como Badiou o Negri, Rozitchner pone en crisis la figura del santo como modelo de militancia revolucionaria. Para ello, como es sabido, se vale de las Confesiones de San Agustín, las cuales le sirven además para hacer estallar esa promesa cristiana de reconciliación que, a su manera, prefigura los modos de sujeción y servidumbre voluntaria propios del capitalismo moderno-occidental. Todo ello, claro está, en pos “de hacer posible una forma colectiva de subjetivación emancipatoria” (p. 152) que tenga a la rebelión y la resistencia como premisas elementales.

El 2001 revisitado Es a la luz de las enseñanzas de Revueltas y Rozitchner que, hacia el final del libro, se entabla una discusión con el Colectivo Situaciones a propósito del 2001 argentino y lo que se desató después de él en tanto paranoia o conspiración. Bosteels sostiene que el éxito con el que contó un libro como Imperio, el best-seller escrito por Hardt y Negri que se convirtió en la biblia del movimiento altermundialista y que puede ser catalogada como “la teoría del complot más poderosa” (p. 294), tiene que ver en lo fundamental con un goce perverso del saber mediante el cual se niega toda posibilidad de salida del sistema. Por eso es que, más allá de la infinita potencialidad creadora que pueda llegar a atribuirse a la multitud, Bosteels se inclina por ciertas reflexiones efectuadas en clave de autoafirmación situacional o fidelidad acontecimental que plantean “la pregunta sobre el estatus del trabajo teórico […] o la investigación militante” (p. 296). Es evidente que una vez concluidas las jornadas revolucionarias de 2001, inicia un lento pero firme proceso de desarticulación subjetiva. Para resistirlo algunos habrían asumido “el compromiso de pensar desde dentro de la


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situación en la cual tienen lugar las acciones” (p. 327). El peligro es que dicho compromiso se torne en un “punto de autoridad externo desde el cual todo proceso militante puede ser acusado de dogmatismo, autoritarismo o utopismo ciego” (p. 328). En otras palabras, el peligro es que la política se transforme, sin más, en ética. Por ello es que, instando a sus lectores a enfrentar nuevamente la indeterminación –pues eso es lo que se habría intentado hacer en 2001–, Bosteels indica que lo imperioso hoy es dar lugar no a una ética de la liberación sino a una liberación de la ética. Sin dudas ésta es una buena manera de revisitar el 2001. No obstante, valdría la pena preguntarse si ello no requeriría, justamente, determinar lo indeterminado; no hacer caso omiso a la historia y valerse de categorías como las de clase o ideología para pensar la política.

Filosofías de la defección En virtud de la repolitización que hoy día apremiaría, Bosteels se encuentra siguiendo de cerca los pasos de Rozitchner en su respuesta al No matarás de Oscar del Barco y dedicando sus esfuerzos, por consiguiente, al proyecto de una “genealogía crítica del giro ético” –esto es, a la iniciativa de “inscripción histórica de varias armazones ético-teóricas dentro de una situación política específica” (p. 324). El objeto de este proyecto, cuyo título provisorio es el de Philosophies of Defeat, es la producción de una serie de filósofos (pos)althusserianos que llevan a cabo una hipóstasis de lo aleatorio en la que se pierde de vista las determinaciones estructurales. Es decir, el autor atiende no a los (pos) althusserianos propiamente dichos –Balibar, Rancière, Badiou– y el problema de la dinámica de transformación de la estructura que tiene lugar a través de procesos de subjetivación política, sino a aquellos (pos)althusserianos que son más bien (pos)heideggerianos –Derrida, Nancy, Lacoue-Labarthe– y “la jerga de la finitud” (p. 71) de la que los mismos se valen. En este sentido, el nombre clave del proyecto no es el de Louis Althusser sino el de Emmanuel Lévinas, pues lo que realmente preocupa a Bosteels “es la tendencia a interrumpir, o peor, a cancelar de antemano cualquier proyecto de emancipación radical en nombre de un nuevo imperativo moral” (p. 75). Para aproximarse a las filosofías de estos autores, Bosteels emplea el vocablo francés défaite en su doble acepción, aludiendo así no solo a la experiencia de la derrota sino también a la acción de deshacer. Por ende, podría sostenerse que las filosofías en las que piensa son filosofías de la defección, ya que

se distinguen por apartarse deslealmente de una causa a la que solían pertenecer –a saber, la causa de la emancipación– o, si se quiere, por “proclamar la inexistencia originaria de la causa perdida” (p. 201). Son no solo filosofías de (y sobre) la derrota sino también filosofías derrotistas que generan efectos de bloqueo o inhibición en sus lectores. Hablan no de la vergüenza revolucionaria sino de la vergüenza en la que la revolución se habría convertido; no de la rabia y el coraje que se vivencian acto seguido a la derrota sino de un paso en apariencia irreversible que iría “del duelo a la melancolía” (p. 175).

Vergüenza y revolución El desentierro de libros que Bosteels propone en su libro no es tanto una exhumación de la verdad como una investigación sobre las incomodidades y silencios subjetivos que irrumpen al momento del encuentro con lo oculto y reprimido. Es por eso que la experiencia de la vergüenza resulta tan crucial para él. Se trata, ciertamente, de uno de esos afectos que, al igual que la angustia o el miedo, no traicionan, y que por tanto constituye “un reducto […] de la verdad” (p. 199). En Marx y Freud en América Latina, el punto de partida de su tratamiento es un poema de Octavio Paz, escrito en ocasión de la masacre de Tlatelolco de 1968. En él hay toda una serie de alusiones a la correspondencia que Marx mantiene con Arnold Ruge, por lo que posee gran significación para los marxistas y las izquierdas en general. En marzo de 1843, a bordo de una barcaza y regresando de un paseo por Holanda, Marx escribe a Ruge sobre “la vergüenza nacional” que sentía en tanto alemán y afirma además que ella constituye “ya una revolución” –vale decir, la “cólera replegada sobre sí misma” que precisa “el león que se dispone a dar el salto”7. En asombrosa afinidad con lo que Jacques Lacan diría a sus estudiantes varios años más tarde, Ruge responde que de lo que se trata es de ser realistas, abandonar toda utopía y aceptar que la satisfacción del deseo es un imposible. Sin embargo, ser realista para Marx pronto pasará a significar, precisamente, hacer lo imposible; mirar fijamente a los ojos de los filisteos, que por definición son los ojos de los sinvergüenzas, y someter el estado de las cosas a una crítica implacable; “hacer la vergüenza aún más vergonzosa”, asustando a las masas de sí mismas para infundirles así “coraje”8. El marxismo da sus primeros pasos configurándose entonces a la manera de un saber de la vergüenza. Determinándose a sí mismo

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como un arte de la estrategia, hace una apuesta política por “revolucionar la vergüenza” (p. 199), entendiendo a ésta no como “ira acumulada para el contraataque” sino como “la rabia de la derrota” y en consecuencia como la posibilidad de “una nueva lucidez filosófica” (p. 200). Mejor dicho: tuerce la vergüenza en cólera para que sobrevenga el valor, la tenacidad o la audacia y el entusiasmo por una causa. Vergüenza-rabia-coraje-entusiasmo: éste es el derrotero que se impone a quienes pretenden resistir la derrota para trocarla en victoria. Los tiempos que corren, sin embargo, son los tiempos de los cínicos y sinvergüenzas; los tiempos en que se ha sacado la conclusión de que lo necesario “para cualquier política por venir es una retirada, o un éxodo, de la idea misma de la vergüenza revolucionaria” (p. 201); los tiempos en que las izquierdas continúan sin poder emprender del todo un trabajo de duelo que las ponga al reparo del sol negro de la melancolía. Pero las cosas podrían llegar a ser diferentes. Parafraseando lo dicho alguna vez por Althusser sobre la filosofía, la vergüenza aún está en condiciones de volverse un arma al servicio de la revolución. En caso de que eso se lograra, habría que entonar entonces un canto de guerra a la altura de las circunstancias: ¡Desvergonzados del mundo, avergonzaos!

1. Cfr. Bosteels, B., Marx y Freud en América Latina. Política, psicoanálisis y religión en tiempos de terror, Madrid, Akal, 2016. 2. Parte de la obra de Brodsky se encuentra disponible en YouTube: https://www.youtube.com/ watch?v=X-00lT8XIO0. 3. Bosteels, B., Badiou o el recomienzo del materialismo dialéctico, Santiago de Chile, Palinoia, 2007, p. 193. 4. Bosteels, B., “La hipótesis izquierdista: el comunismo en la era del terror”, en A. Hounie (comp.), Sobre la idea del comunismo, Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 71. 5. Bensaïd, D., “Potencias del comunismo”, en VientoSur 108, Febrero 2010, p. 10. 6. Ibíd., p. 13. 7. AA.VV., “Cartas cruzadas en 1843”, en K. Marx, Escritos de Juventud, Méxic´o, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 441. 8. Marx, K., Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Introducción, Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2004, pp. 54-55.


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Daniel Bensaïd, la crisis y el marxismo melancólico

Gastón Gutiérrez Comité de redacción.

La publicación de un volumen de la revista Historical Materialism1 dedicado casi en su totalidad a poner en discusión el aporte teórico de Daniel Bensaïd (1946-2010) es una buena oportunidad para posar la mirada sobre la originalidad de su obra y el sentido que puede tener su influencia actual. Desde su fallecimiento han aparecido decenas de ensayos (en varios idiomas) dedicados a explorar sus contribuciones2, perfiles teórico-políticos3, traducciones al inglés de algunas de sus obras, y están en elaboración libros dedicados a su historia militante e intelectual4. La revista publica dos capítulos inéditos en inglés (y lamentablemente también en castellano) de La discordance des temps (1995): uno, “El tiempo de las crisis (y de las cerezas)”, dedicado a una lectura metodológica y teórica de la noción de crisis en El capital de Marx y sus consecuencias para una nueva temporalidad histórica; el otro, “Utopía

y mesianismo: Bloch, Benjamin y el sentido de lo virtual”, destinado a explorar las contribuciones de ambos para una concepción no lineal del tiempo. En la presentación del volumen, Cinzia Arruza y Patrick King explican el sentido de recuperar a Bensaïd por un doble interés: la posibilidad de pensar el marxismo como una teoría crítica que dé cuenta de la heterogeneidad de los tiempos de la crisis capitalista, y el carácter anticipatorio que la obra tiene para una “gramática de las luchas sociales y políticas del periodo actual”. Las contribuciones abordan distintos aspectos teóricos5; aquí por razones de espacio vamos a elegir los textos de Stathis Kouvelakis y de Enzo Traverso.

Restauración capitalista y “crisis conceptual” del marxismo Sin lugar a dudas el año 1989 constituye un “corte”, o por lo menos un gran punto

de inflexión en la trayectoria intelectual de Bensaïd. La caída del muro de Berlín, la guerra de los Balcanes, la restauración capitalista en el Este y en Oriente, caracterizan al periodo como una Restauración reaccionaria que trastoca el suelo bajo los pies de los revolucionarios formados en la segunda mitad del siglo XX. En su contribución al dossier Enzo Traverso define a este periodo de la obra de Bensaïd como una “interiorización de la derrota”6. Comparando las constelaciones de Bensaïd y Benjamin, que ya había tomado en la introducción a Sentinelle messianique7, Traverso señala que esta restauración representó para el militante francés una “experiencia abismal” (en el sentido nietszcheano): una perturbación que trae aparejada una crisis de inteligibilidad del horizonte histórico8. En Melancolie gauche Traverso desarrolla esta tesis siguiendo a Reinhart Koselleck para exponer cómo la dialéctica de las derrotas


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presenta un hándicap epistemológico: la historia de los vencedores cae siempre en la apología del pasado y en un esquema providencial, mientras que a largo plazo el conocimiento histórico avanza desde el punto de vista de los vencidos. Una “crisis conceptual” del marxismo convoca a una reconstrucción global del mismo. Antes de 1989 Bensaïd había publicado 5 libros, varios de ellos con firmas conjuntas, junto a decenas de artículos y contribuciones más vinculadas a las necesidades urgentes de las coyunturas políticas9. Desde la publicación de Moi, la révolution (en 1989) dirigida a rescatar la revolución francesa de las garras del revisionismo histórico de François Furet, seguido de Walter Benjamin, sentinelle messianique (en 1990) y Jeanne de guerre lasse (1991) sobre Juana de Arco, Bensaïd escribe 28 libros (que sumados a los publicados post mortem suman más de 40 volúmenes)10. Traverso señala que la característica decisiva de este amplio conjunto de textos es la ruptura filosófica que significó la lectura de Benjamin y la configuración del marxismo como una “apuesta melancólica”11. La crítica a toda ideología de progreso histórico se sostiene en una cultura melancólica de izquierda que incluye a Benjamin, Blanqui, Charles Péguy, entre otras referencias opuestas al marxismo positivista francés. Contrario a una visión de la historia con “final feliz”, y despojado de certezas, el marxismo melancólico quiere enlazar historia y memoria evitando transformarse en la última estación del derrotado. De ahí la recuperación de la apuesta pascaliana, cuyo resultado sería cierta visión trágica que no acepta el mundo tal cual es, y que, aunque carece de certezas sobre el mismo, apuesta a mantenerse en la fe de cambiarlo12. Sin ilusiones sobre el paso del tiempo (porque la filosofía de la historia está anulada), ni sobre un sujeto ya pleno de sus facultades (que emerge como subproducto de la Historia), el marxismo melancólico está sostenido en el voluntarismo de una apuesta que

se presume profana y que propone la primacía de la política sobre la historia.

Releyendo a Marx Entre 1989 y 1995 (año en que publica Marx Intempestivo y La discordance des temps) Bensaïd elaboró un nuevo marco teórico plagado de referencias heterodoxas y cruces impensados, y liberó su vocación literaria produciendo un embellecimiento de su “forma de exposición”. Kouvelakis señala que en este periodo se pueden rastrear las contribuciones más originales de Bensaïd, cuyas innovaciones teóricas podemos agrupar por las “críticas” que realiza casi copiando un modelo kantiano orientado a “desterrar la metafísica”13. La crítica a la ideología del progreso de Benjamin (con connotaciones teológicas obvias para Kouvelakis, pero reivindicada explícitamente como profana por Bensaïd) avanza, en Marx Intempestivo y en La discordance des Temps, hacia una crítica a la razón histórica, pasando por la crítica de la razón sociológica y culminando con una crítica de la razón positivista. Las preguntas de Bensaïd serían cómo pensar la historia sin “leyes de la historia”; cómo pensar las “determinaciones” sin caer en el determinismo; cómo las nociones de necesidad y causalidad dan paso a las de probabilidad y leyes tendenciales, cuyo desenlace se juega en los conflictos y las luchas. Este Marx “intempestivo” se construye mediante la apropiación de la idea de “nueva inmanencia” de Gramsci, pero inscribiéndola en el trabajo de las categorías dialécticas de El capital de Marx (algo que Gramsci solo había enunciado). La recuperación de la idea de inmanencia de Spinoza es acompañada de la historicidad de Hegel, de la ciencia de lo posible y de lo contingente de Leibniz y de la crítica en Feuerbach. El resultado es un intento de una teoría dialéctica del conocimiento de las contradicciones históricas que incorpore el lugar del sujeto. A condición de que la ciencia de Marx sea despojada de

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cualquier pretensión de estar basada en leyes ineluctables de la historia (ya sean apriorísticas o mecanicistas), la crítica de la economía política se fusiona con la teoría del desarrollo desigual y combinado de Trotsky (despojada también de cualquier lectura lineal). Este ejercicio pondría al pensador de la revolución permanente en un rico diálogo con las corrientes cálidas del Marxismo Occidental, como las llamaba Ernest Bloch. El balance de cada uno de estos puntos es desigual, y requeriría de un trabajo de más largo aliento. A los fines de lo que nos interesa, basta señalar que esto ubica en el centro el problema de las temporalidades diferenciadas (lo que Bensaïd llama una discordancia de tiempos), que le permiten pensar la primacía de la política. Contra una lectura “naïf” Kouvelakis propone entender este rearme teórico como la expresión de una ruptura a varias bandas en la cual uno de sus objetivos críticos no sería otro que Ernest Mandel. El mandelismo que pensó el boom de la posguerra como una nueva onda larga de desarrollo capitalista, y se había ilusionado en una reforma de la URSS, era golpeado letalmente por la restauración capitalista iniciada en el ‘89 y la fragmentación de la clase obrera producida durante el neoliberalismo14. Bensaïd presentará a Mandel como un heredero de la ilustración, que “cree” en las virtudes emancipadoras del desarrollo de las fuerzas productivas y en la lógica histórica del progreso. El marxismo así entendido no sería más que una sociología con providencia donde el proletariado estaría “destinado” a salir victorioso. Para Bensaïd la clase obrera aun en su heterogeneidad material y subjetiva, conserva el rol de potencial agente universal de la emancipación, pero esta tarea hegemónica, a construir, requeriría de la elaboración de un nuevo programa y una nueva organización15. En la opinión de Kouvelakis la resolución de las críticas precedentes nos conducen a la “crítica de la modernidad política”, en donde se conjugan la disolución de los parámetros

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clásicos (esto es, la crisis de sus condiciones espacio-temporales) y un eclipse de la razón estratégica producido por la derrota de la revolución en el siglo XX (en Pari melancolique y en Elogio de la política profana) que otorga la cifra del estado del pensamiento radical (en Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren, Resistances, entre otros) y en los últimos textos inconclusos sobre la categoría del fetichismo publicados en Le spectacle, stade ultime du fetichisme de la marchandise (2010).

Pensar la crisis, una vieja pasión Tanto Traverso como Kouvelakis interpretan el desarrollo impetuoso de los textos post ‘89 como innovaciones producto de una nueva época. Sin embargo también se ha podido ver a Bensaïd como expresión de un intelectual “resistente” (de hecho él se jactaba de su “dogmatismo abierto”). No debería acentuarse entonces la influencia del contexto de manera unilateral, ya que ciertas modalidades teóricas permanecen. La cuestión de la crisis siempre ocupó un lugar central en su trayectoria y en las querellas del marxismo francés. Durante 1965, “en la apacible somnolencia de una clase de preparatoria de provincia Pour Marx aterrizo como un meteorito venido de un lejano planeta”16. Con Althusser las cumbres conceptuales prometían tesoros desconocidos: manifestaba que Marx había descubierto un nuevo continente científico, “el de la historia”. Un joven Bensaïd quedaba perplejo con la idea de que este conocimiento no era más histórico que azucarado el concepto de azúcar (en un uso un tanto tosco de la metafísica de Spinoza). El funcionamiento de la historia quedaba atrapado en el orden inmutable de las estructuras. Bensaïd se pregunta si eso no hacía la revolución no solo impensable, sino directamente improbable. Compatible con el clima intelectual en el cual los Khagnes (cursos de preparación) se apasionaban por la lingüística saussuriana y por las estructuras elementales del parentesco (Lévi-Strauss), la querella con Althusser se establecía de

entrada sospechando que su antihistoricismo edificaba un paraíso conceptual puro. El marxismo de Althusser se le aparecía compatible con la retórica estructural, y esta con el positivismo hegemónico en la historia científica francesa. Radicalismo teórico, conciliado con el positivismo dominante en la academia. Para pensar la posibilidad de la crisis revolucionaria, como un acontecimiento inscripto en las categorías teóricas del marxismo y en relación con las teorías de la época, Bensaïd dedica su “memoire” de maestría en filosofía a la noción de “crisis” en Lenin. Las preguntas de la “memoire” apuntaban al corazón de los problemas del momento: ¿cómo escapar a la eternidad mórbida de las estructuras?; ¿cómo se sale de las napas de la “longue dureé” (larga duración)?; ¿cómo articular teóricamente el acontecimiento revolucionario y las condiciones históricas? Una serie de influencias heterodoxas vendrán al rescate: los cursos de Gerard Granel; la anti-psiquiatría de Guattari; las traducciones de Marcuse y W. Reich y los ensayos de Lucien Goldmann. Elementos que combinaba para disparar contra el marxismo dogmático y positivista, bajo la doble influencia del filósofo marxista Henri Lefebvre (tenaz polemista contra el estructuralismo que felizmente había sido expulsado del PCF), y de Ernest Mandel (principal intelectual trotskista europeo de la posguerra) que lo saca del provincianismo teórico “hexagonal” y del marxismo filosófico occidental (esto es el alejado de la militancia práctica) y lo inicia en la crítica de la economía política y un marxismo abierto, militante y cosmopolita. En “La noción de crisis revolucionaria en Lenin” (1968) la discontinuidad y la ruptura devienen posibles a través de una lectura epistemológica donde la acción del sujeto de transformación impone “la acción del ritmo sobre la estructura”17. En el mismo sentido los aportes del lingüista Gustave Guillaume son citados para sostener una “imagen por la cual una parcela de futuro se resuelve incesantemente en una parcela de pasado”. Esta doble aparición del sujeto y del tiempo debía su

influencia al Lukács voluntarista de Historia y conciencia de clase. La subjetividad negada por el estructuralismo volvía por sus fueros para abrir brechas diacrónicas en la inmovilidad sincrónica y establecer una articulación entre acontecimiento y estructura, rompiendo con una imagen de la misma como moviendo los hilos de una historia donde los sujetos son marionetas.

El sentido de una apuesta Treinta años más tarde de la escritura de ese texto Bensaïd, en Une lente impatience, confiesa que él sacó una conclusión izquierdista y voluntarista de esta lectura de la crisis. Sin embargo, en el contexto de la restauración neoliberal, los mismos tópicos reaparecen: relaciones entre necesidad y contingencia o historia y acontecimiento. Ya no hay estructuralismo, pero contra la ideología del “progreso” capitalista el sujeto sigue teniendo la intención de “romper el continuum de la historia”. ¿Cómo se presenta nuevamente la subjetividad política ante el panorama de los tiempos que corren? Su voluntarismo “izquierdista” de los ‘70 se ha invertido bajo un contexto adverso en un voluntarismo melancólico: ¿es este marxismo melancólico una salida a la crisis del marxismo? Se le han hecho muchas críticas. Una injustificada, que su lectura hegelianizante de El Capital es el último intento metafísico de sostener la dialéctica18. No parece lo esencial. Otra más atendible, que abusando de una “traductibilidad de los lenguajes” apresurada, produzca tanto analogías clarificadoras como yuxtaposiciones asistemáticas. Es cierto que todavía no está hecho el ejercicio de leer esta traductibilidad gramsciana que Bensaïd realiza junto a su inspiración en el desarrollo desigual y combinado como una alternativa teórica tanto al estructuralismo como al historicismo. Sin embargo, es indudable que sus contribuciones teóricas a una lectura no mecánica de la crisis y la crítica a una visión teleológica de la historia, recuperando a Marx (leído a través de Benjamin) como el iniciador de una nueva


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“Treinta años más tarde de la escritura de ese texto Bensaïd, en Une lente impatience, confiesa que él sacó una conclusión izquierdista y voluntarista de esta lectura de la crisis. Sin embargo, en el contexto de la restauración neoliberal, los mismos tópicos reaparecen: relaciones entre necesidad y contingencia o historia y acontecimiento.

escritura profana de la historia, figuran entre sus aportes. Eso no obsta que sea necesario hacer un beneficio de inventario “dialéctico” de su obra. Una buena forma de llevarlo a cabo es siguiendo la propia definición de marxismo que Bensaïd ensayó: “Para Clausewitz el conocimiento de la guerra no puede ser concebido ni como ciencia, ni como arte. A falta de algo mejor, sería una teoría destinada a volverse estrategia”19. Una teoría “destinada” a volverse estrategia: en ese terreno se juega entonces el sentido político de su apuesta. Los últimos textos abordan la crisis global de las categorías de la modernidad y las condiciones espacio-temporales del periodo más reciente: mutaciones en las formas de la guerra, reaparición de nacionalismos antiextranjeros y la crisis de la ciudadanía democrática. Como señala Traverso, este marxismo melancólico basa su estrategia en un ejercicio de memoria e historia, bajo la certeza de que “nuestro universo de pensamiento no colapsó, pero fue profundamente sacudido”20. Ninguna idea sintetizaba mejor esto que la tesis de Bensaïd sobre el “fin del ciclo histórico de la revolución de Octubre”. El periodo de la “restauración burguesa” que significó el neoliberalismo tomado en su conjunto fue interpretado como una nueva época21, otorgándole un valor unilateral a la estabilización capitalista y adaptando sus coordenadas políticas al contexto de los ‘90. El hecho de que los elementos económicos y políticos constitutivos de esa restauración atraviesen actualmente una crisis profunda muestra los límites de su reflexión política. Esto repercutió en su planteo de la necesidad de un “retorno de la cuestión político estratégica”, de cara a un archipiélago de nuevas teorías críticas contemporáneas y de múltiples resistencias: la opresión de la mujer, las opresiones nacionales y raciales, las luchas identitarias, el retorno de la cuestión religiosa o los problemas ecológicos. Su recuperación de la noción de estrategia, aunque trajo a la memoria algunos debates de la III internacional (que dinamizaron el panorama actual más allá de sus respuestas)22 presentó una serie

de equívocos importantes. Lo mismo sucedió con el abandono del término “dictadura del proletariado” en pos de una revalidación unilateral del momento jurídico de la emancipación ubicado en el centro de la estrategia política. Adaptada a la ausencia de revoluciones y contrarrevoluciones, una “democracia hasta el final” parecía al alcance de un camino de movilizaciones pacíficas, parlamentarismo y reformas (como la experiencia de la “democracia participativa” en el auge del lulismo). En los 2000 Bensaïd proclamó la constitución de partidos amplios anticapitalistas, basado en otras fuerzas sociales, otras alianzas y sin hipótesis estratégicas claras de ruptura con el sistema. Kouvelakis recupera el carácter “algebraico” que explícitamente tenía la reflexión de Bensaïd acerca de las condiciones para participar en un “gobierno obrero” (o de izquierda) como un “modelo para el reagrupamiento actual”. Ninguna de esas condiciones estuvo presente en la catástrofe del neoreformismo de Syriza en Grecia, pero la ausencia de una hipótesis de ruptura revolucionaria protagonizada por la clase obrera (una estrategia descartada por Bensaïd) jugó un rol desorganizador de las fuerzas de la izquierda griega23. Es tan solo una muestra de que el legado de Bensaïd requiere beneficio de inventario. Teóricamente creativo y sugerente, al tiempo que corrigió el voluntarismo post ‘68, como estratega “melancólico” apostó a nuevo voluntarismo memorioso de las luchas de los oprimidos. Entristecido por el peso excesivo que otorgó a un periodo de “derrota”, aunque a la espera de una nueva bifurcación de la historia que no llegue demasiado tarde.

S., “The Red Hussard: Daniel Bensaïd, 1946-2010”, en International Socialism 127. 4. Próximamente el libro de Darren Roso. 5. Escriben Josep Maria Antentas, David McNally, Xavier Lafrance y Alan Sears, Stathis Kouvelakis y Enzo Traverso. 6. Traverso, E., “Daniel Bensaïd, between Marx and Benjamin”. 7. Traverso, E. “La concordance des temps. Daniel Bensaïd et Walter Benjamin”, en Bensaïd, D. Walter Benjamin, Sentinelle Messianique, París, Les prairies ordinaires, 2010. 8. Traverso, Enzo, Left-wing melancholia: Marxism, history and memory, Columbia University Press, 2016. 9. Por ejemplo Mayo 68: un ensayo general fue escrita junto a Henri Weber en condiciones de semiclandestinidad en el departamento de Marguerite Duras. 10. Ver www.danielbensaid.org. 11. Este también es el punto de vista de Michael Löwy y de André Tosel, que lo llamó “marxista pascaliano”. 12. Para una discusión sobre la visión trágica de Goldmann, ver Cinatti, Claudia, “De saberes revolucionarios y certezas posmodernas”, revista Lucha de Clases 6, 2006. 13. Kouvelakis, S., “The Time of History, the Time of Politics, the Time of Strategy”. 14. Ver, Maiello, M., y Albamonte, E., “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, revista Estrategia Internacional 27. 15. Para una crítica a su visión de la hegemonía y la relación entre clase y partido ver Gutiérrez, G., “Sobre la actualidad de la “apuesta leninista” Lucha de clases 6, 2006. 16. Bensaïd, D., Une lente impatience, París, Éditions Stock, 2004. 17. Disponible en danielbensaid.org. 18. Petruccelli, Ariel, Ciencia y utopía. En Marx y en la tradición marxista, Buenos Aires, Herramienta, 2016. 19. Bensaïd, D., Marx intempestivo, Buenos Aires, Herramienta, 2003, p.351.

1. Volumen 24, edición 4, 2016. 2. Revue Lignes 32, enero 2010. 3. Militante marxista desde 1965, protagonista activo de Mayo del ‘68 y dirigente político, fue filósofo (o, como él prefería, profesor de filosofía en la universidad París VIII) y publicó decenas de libros de filosofía, teoría social y teoría política. Ver Budgen,

20. Bensaïd, D., Une lente impatience, París, Éditions Stock, 2004. 21. Para polémica con su lectura de la restauración ver Maiello y Albamonte, op. cit. 22. Albamonte, E., Maiello, M., “La imperiosa actualidad de la estrategia”, disponible en laizquierdadiario.com. 23. Ídem.


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A propósito de Trotsky in New York, de Kenneth Ackerman

Diez semanas de Trotsky en Nueva York

Larisa Pérez Estudiante de Derecho, UBA.

El aniversario de la Revolución rusa provoca la intención de mostrar novedosas producciones sobre los sucesos, la cultura, el arte y, claro, sobre sus principales protagonistas. Kenneth Ackerman buscó un lado poco explorado y popularizado de la vida de Trotsky, tal vez porque incluso él mismo no le dedicó mayor extensión a sus días vividos en Nueva York en su autobiografía Mi Vida. El autor, partiendo de esta premisa, se propone reconstruir hechos, debates, contexto histórico y la experiencia personal de sus protagonistas, de manera tal que resulte interesante y al alcance de un público amplio. Desde el inicio nos introduce en un contexto que parece muy lejano. Los albores del imperialismo, el corazón del capitalismo americano: Estados Unidos. El crecimiento estrepitoso de las ciudades, la monstruosa maquinaria industrial, los millones de habitantes migrando de países europeos, la máscara de la democracia formal frente a las monarquías que sangraban Europa. Trotsky

Ilustración: Anahí Rivera

pone sus pies en Nueva York en este caótico momento. La Primera Guerra Mundial desgarraba Europa; trincheras atestadas de cuerpos, sangre y barro, armas químicas y lo que pasó a la historia como una de las guerras más cruentas y salvajes: 16 millones de personas murieron. Esta gran convulsión con la que amanecía el siglo XX, a su vez, fue partera de nuevas crisis económicas, políticas, guerras y revoluciones. Sin embargo Estados Unidos no entró oficialmente en el combate hasta su último año. El Presidente Woodrow Wilson supo utilizar bien la posición inicial “neutral” de EE. UU. frente a la guerra para beneficiar a su propio desarrollo económico y a nombres que resuenan hasta nuestros días en la dominación financiera: JP Morgan y Rockefeller. La maquinaria siniestra del complejo militarindustrial norteamericano daba sus primeros pasos, devorando las ganancias por la guerra europea, en fábricas donde las explosiones de bombas y armamentos se cobraban

la vida de obreros. Aunque no fuera en las trincheras, las consecuencias de la guerra no eran tan lejanas de la realidad de los millones de trabajadores neoyorquinos, víctimas de ésta. No obstante, una clase obrera joven que vio la luz bajo los parámetros de la democracia norteamericana, una experiencia diferente comparada con la de sus hermanos cruzando el Atlántico, empezaba a crear sus organizaciones, gremios y partidos políticos también al calor de las influencias provenientes de Europa. Entra en escena cómo y por qué nuestro protagonista Trotsky llega a Nueva York. Ackerman realiza una exhaustiva reconstrucción de los inicios de Trotsky en política, hasta que es condenado por el zarismo a la prisión siberiana debido a su rol dirigente en los soviets de Petrogrado en 1905, experiencia revolucionaria, antesala de 1917. De allí logra escaparse, dejando a su primera esposa e hijos. Luego de un exilio atravesando países


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como Suiza, Francia, Gran Bretaña, como tantos otros exiliados rusos, la hostilidad y la irrupción de la guerra exacerban su persecución política para ser definitivamente rechazado en todos los países, hasta España. Así es como determina la travesía desde Sevilla cruzando el Atlántico hacia el “Nuevo Mundo” por primera vez junto con su compañera Natalia y sus hijos, sin conocimientos del inglés, apenas de amigos que los aguardaran, y con la Policía de todos los países respirando sobre su nuca bajo riesgo de ser prisionero político: “El último acto de la policía española es estupendo”, Trotsky escribió, burlándose con un amigo. “En Valencia y Málaga, agentes y gendarmes me rodearon en el bote para evitar que me escape junto a mi esposa e hijos”1.

El autor nos lleva a imaginar, con su descripción de Nueva York, la población de medio millón de rusos exiliados escapando del zarismo, los pogromos y la miseria del campo, el impacto que implicó la llegada de Trotsky para los norteamericanos, y viceversa. Al principio, era como una intuición: fotógrafos y periodistas se reunían para recibirlo, y reflejar algún testimonio que condenara la barbarie del zarismo y la guerra. Titular de algunos diarios, más celebrado que condenado, a través de contactos logra instalarse en una casa. Las primeras noches, recibido por los militantes socialistas norteamericanos, rápidamente se introducen en la historia dirigentes bolcheviques también exiliados como Nikolai Bujarin y Alexandra Kollontai. Cada vez que entra un nuevo personaje a escena por los acontecimientos, el relato hace un flashback sobre su vida y biografía política.

La pelea de Trotsky dentro del socialismo norteamericano Con el objetivo de hacer comprensible esta breve historia del paso de Trotsky por Nueva York, era necesario explicar las divisiones del movimiento socialista a raíz de la guerra. Con una reconstrucción minuciosa y muy amena, el lector puede comprender cuál era su rol en una internacional socialista que entró en crisis terminal al irrumpir la guerra imperialista y los partidos en cada país europeo, apoyarla. Las diferencias entre alas menchevique y bolchevique del partido socialdemócrata ruso se pusieron sobre la mesa en la primera cena de Trotsky en Nueva York, y como no podía ser de otra manera, a raíz de las discusiones sobre los objetivos revolucionarios en Norteamérica, la posición ante la guerra imperialista y qué estrategia debían adoptar los partidos de la clase obrera.

A esta altura, inevitablemente Ackerman debe introducir a Lenin como el principal dirigente que desde el exilio en Londres mantenía a otros emigrantes en lucha contra la traición chovinista de la II Internacional, y rearmándose para cuando irrumpiera la oportunidad revolucionaria en Rusia. En este momento, su relación con Trotsky era conflictiva, y muchos detractores –incluyendo traidores– acentúan su enfrentamiento político. El autor no se queda atrás, Kollontai es presentada como la confiable camarada de Lenin que vigila de cerca los pasos de Trotsky, cuando de hecho estaba intentando ganarse el favor y confianza de Lenin en el extranjero. La idea de “dictadura del proletariado” en la mesa de los socialistas americanos, así como los debates y nociones de “conciencia” a los que apuntaba la militancia marxista en la clase obrera son criticados por el autor: Trotsky ridiculizaba todo el concepto de Lenin de “dictadura del proletariado” como equivalente a “Dictadura sobre el proletariado’” un pináculo de poder concentrado con Lenin como un autodesignado dictador2.

Interpretaciones como ésta, sumadas a detalles de las intensas discusiones entre ellos son algunas de las exageraciones de Ackerman, al hacer un recorte parcial y dar a entender una enemistad dramática y personal. Pasada esta introducción social y política, la narración continúa con la inserción de Trotsky trabajando y desarrollando su labor política en el Novy Mir, un periódico ruso socialista donde tiene la posibilidad de ser editor. Esta posición le valdrá de mucho, ya que no maneja el idioma, al tener un público para influenciar e ir avanzando, paulatina pero firmemente, en lucha política con la dirección del partido socialista norteamericano. De a poco va apareciendo en discursos, aunque en ruso a veces con intérprete, y convenciones a los que era invitado como ruso y como socialista. Solo sería el preámbulo a su oposición al establishment del Socialist Party of America (SPA). Desde su llegada el clima social de los dirigentes socialistas le resultaba chocante. Exitosos comerciantes, políticos de carrera con reiteradas elecciones y posiciones en los parlamentos; el socialismo se había transformado para ellos en buscar posiciones dentro del propio régimen democrático. Dicha concepción Ackerman la compara con el ala derecha del partido socialdemócrata, y deja entrever su simpatía al llamarlo “práctico” o “factible”. El enorme trabajo de investigación y construcción de este libro contrasta de lleno con

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los pasajes que intentan llenar algunas lagunas con la propia mirada desaprobadora del autor respecto de lo que da a entender como posiciones intransigentes por parte de Trotsky y los bolcheviques. La entrada de EE. UU. a la guerra imperialista en el bando de los “aliados” abre el debate sobre qué posición debe adoptar el partido, y Trotsky es parte. Morris Hillquit, dirigente del SPA declara al New York Times: “Si nuestras tropas son enlistadas voluntariamente, los socialistas, de conjunto, nos rehusaremos a enlistarnos”, pero ...si el Ejército es reunido por reclutamiento obligatorio, por supuesto tendremos que ir al servicio como otros ciudadanos. No creo que los socialistas sean partidarios de ninguna huelga general industrial que obstaculice la preparación bélica del país. Y no creo que vaya a haber tal huelga3.

Trotsky junto a Louis C. Fraina aprovechan la oportunidad de ser miembros del Comité de Resoluciones para presentar una oposición a la postura de la dirección. Aunque no quedan registros de la discusión interna, sus exigencias fueron: que el partido denuncie en la prensa burguesa las declaraciones de Hillquit, que también denuncie el concepto de “defensa nacional” como excusa para la guerra ya que son internacionalistas de la clase obrera, que en las agitaciones el partido se distinga de las posiciones pacifistas que no estén dispuestas a luchar por el socialismo llegado el momento, y finalmente en caso de guerra, el partido debería comprometerse a acciones de masas como huelgas generales y protestas en las calles para bloquear movimientos de tropa, reclutamiento e industria bélica. Esta demanda era al fin y al cabo la síntesis de las diferencias respecto de la guerra, y donde no llegaron a un acuerdo, por lo cual el debate de la sección neoyorkina del partido se hizo público en una conferencia en el Lenox Casino. En última instancia, las implicancias eran considerar que la organización y/o sus miembros pasaran a la actividad ilegal. La victoria de Hillquit y sus seguidores fue solo por 22 votos de 180, lo cual evidenció un importante logro para Fraina y Trotsky, ya que la base de 79 apoyos luego crecería en consolidarse como oposición a la dirección del partido. A la par de desarrollar el relato de estas discusiones, Ackerman da cuenta del surgimiento de los organismos de inteligencia como subproducto de la guerra. Gran Bretaña reclutaba a los primeros oficiales para el MI1 (que luego sería el MI64) entre los cuadros militares »


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lisiados en combate para entrenarlos en espionaje e inteligencia, como William G. E. Wiseman, bajo la dirección de George Mansfield Smith-Cumming. La delgada línea entre enemigo por nación, clase e ideología se hace evidente; cualquiera que boicoteara el éxito de los aliados era un enemigo, perteneciente al bando alemán, judío o marxista. En Estados Unidos se exporta esta persecución desde antes de ingresar formalmente a la guerra, pero con ésta pega un nuevo salto. La persecución a alemanes, ahora enemigos de guerra, va acompañada de la persecución a los socialistas y más aun aquellos revolucionarios, no tanto por su poder de fuego en Norteamérica sino por sus objetivos de revolución en Europa. Es entonces cuando llega la noticia de la Revolución de febrero en Rusia. El conjunto de la comunidad migrante rusa festeja en las calles, casas, bares por la caída del régimen zarista y piensa en la posibilidad de la vuelta a casa. Una de las primeras resoluciones que llega es la amnistía a todos los exiliados políticos. En marcha se ponen, desde Lenin y Kollontai, hasta Trotsky en Nueva York, los planes para regresar, expectativa aumentada por la imperiosa necesidad de montarse sobre ese proceso para darle continuidad y salida revolucionaria. Igualmente se preparan los servicios de inteligencia para dificultar la tarea que podría resultar en que Rusia deje de participar en la guerra si la posición bolchevique triunfara.

Despedida y legado Esta breve e intensa parte de la Historia vuelta a la luz en este trabajo da la posibilidad de reflexionar y revalorizar el paso de Trotsky por Nueva York para el lector que así lo quiera buscar, más allá de las opiniones del autor. En un sentido, el propio legado que dejan sus posiciones teóricas y estratégicas a la política marxista de ese país y sus organizaciones, que tendrán continuidad luego. Por otra parte, como momento transicional entre posiciones de Trotsky en el exilio y las que adoptara al volver a Rusia en medio de la Revolución de 1917, concluyendo en su unión a los bolcheviques y siendo uno de los principales dirigentes junto a Lenin de la Revolución de octubre en la que millones de obreros y campesinos derrocaron la opresión y conquistaron pan, paz y tierra. Al respecto,

Lenin escribía el 22 de marzo de 1917: “sólo una república proletaria, respaldada por los obreros agrícolas y el sector más pobre de los campesinos y los habitantes de la ciudad, puede asegurar la paz, brindar pan, orden y libertad”. El dirigente bolchevique veía en los soviets la institución que, como la Comuna de París de 1871, podía ser el órgano del nuevo gobierno proletario. Del mismo modo, Trotsky decía el 2 de abril (20 de marzo): “consecuentemente, el proletariado debe, desde ahora, oponer sus organismos de combate a los del gobierno provisional. En esta lucha, el proletariado, agrupando alrededor de sí a las masas laboriosas, debe tener como objetivo fundamental la toma del poder5.

Uno desde Suiza y otro desde Estados Unidos coincidían en evitar el desvío del gobierno provisional y llevar las tareas revolucionarias de los trabajadores hasta el final. La fiesta de despedida al grupo de rusos exiliados, Trotsky junto a Chudnovsky y Guschon Melnichansky6, que volverían en el Kristianiafiord a la Rusia convulsionada por la revolución de febrero, reunió a los principales referentes del movimiento socialista y anarquista norteamericanos. Emma Goldman, una de las principales referentes del movimiento anarquista en Estados Unidos, luego deportada en 1919 a Rusia, describió el discurso de Trotsky esa noche (del cual no quedaron transcripciones):

que permanece para el propio movimiento obrero norteamericano, y también a nivel internacional, los aportes y el reconocimiento sembrado por Trotsky y sus posiciones. Su importante rol apoyando y desarrollando una línea política que continuarían Louis Fraina y James P. Cannon, miembro de IWW (Industrial Workers of the World) y del SPA que, luego de su expulsión en 1928 del Partido Comunista Norteamericano, conformó y presidió el Socialist Workers Party (SWP) en oposición al estalinismo y referente de la IV Internacional junto a Trotsky, entre otros. Ackerman los define como sus “protegidos”, destacando cómo Cannon asistió al enorme mitin de Morris Hillquit en Madison Square Garden sobre la Revolución rusa, dirigiéndose a la multitud: “Si no podemos conseguir la libertad con nuestros votos, usaremos las bayonetas que pongan en nuestras manos”, y culminando “La casa Rockefeller y la casa Morgan caerán como ha caído la casa Romanov en Rusia”8. Las imágenes contrastantes de su llegada y su partida de Nueva York pueden verse como el preanuncio del creciente protagonismo que tendría en la historia del movimiento obrero mundial.

Su análisis de las causas de la guerra fueron brillantes, su denuncia de la ineficacia del gobierno provisional en Rusia mordaz, y su presentación de las condiciones que llevaron a la Revolución iluminadoras. Cerró su discurso de dos horas con un tributo elocuente a las masas trabajadores de su tierra natal. La audiencia estaba alzada en el punto máximo de entusiasmo, y Sasha [Berkman] y yo nos unimos francamente a la ovación dada al orador7.

1. Citado en Ackerman, Kenneth D., Trotsky in New York, Berkeley, Counter Point, 2016, Trotsky, Leon, Vingt Lettres de Leon Trotsky. Paris, La vie Ouvriere, 1919, p.24.

El paso breve por EE. UU. había asomado substanciales consecuencias. La pelea que Trotsky desarrolló al interior del movimiento socialista cuando Woodrow Wilson propusiera entrar a la guerra mundial, abrió un camino para que luego se fortaleciera una fracción que sería el Partido Comunista. Lo más interesante de la lectura es concluir lo devaluado

6. Colegas de Trotsky en el Novy Mir. Además viajarían junto al carpintero Konstantin Romanchinko y un hombre llamado W. SchloimaDukhom.

2. Ibídem, p. 19. 3. Citado en Trotsky in New York, ob. cit., New York Times, 11 de febrero, 1917, p. 161. 4. El MI6 o SIS es la agencia de inteligencia exterior del Reino Unido, sus siglas corresponden a Secret Intelligence Service. 5. Trotsky, Leon, 1917: Escritos de la revolución (compilación), Buenos Aires, CEIP León Trotsky, 2007.

7. Citado en Trotsky in New York, ob. cit., Goldman, Emma,Living MyLife, New York, Da Capo Press. 1931, 1970. 8. Citado en Trotsky in New York, ob. cit., Volkogonov, Dmitri, Lenin: A New Biography. Nueva York, Free Press, 1994, p. 233.


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Primera parte: la SRA, apropiadores de tierras

¿Servir a la Patria?

Imagen: Ana Wahren del colectivo S.A. oficina de estampas

Marcelo Valko Psicólogo UBA, docente, especialista en genocidio indígena1.

Este artículo sobre la Sociedad Rural Argentina se divide en dos entregas, la primera trata sobre el papel de esta entidad en la llamada Conquista del Desierto y el interés económico que la lleva a colaborar con la eliminación de la “barbarie” para apropiarse de millones de hectáreas que estaban en manos de los indígenas. En el próximo número veremos cómo algunos de sus personajes más prominentes no dudaron en apropiarse también de indígenas vivos y muertos.

Barriendo toldos y subversivos El invierno de 1979 fue especialmente oscuro para la Argentina. En septiembre llegaría al país la Comisión Interamericana de DD. HH. para constatar las denuncias sobre la desaparición de personas. Entre tanto, la dictadura encabezada por el general Videla, se disponía a celebrar un siglo de la autodenominada Conquista del Desierto. Como no podía ser de otra manera, el periodismo asociado se sumó “a tan magno evento”. El 11 de junio de 1979 al cumplirse un siglo de “la proeza”, Clarín publicó un Suplemento Especial de cincuenta páginas dentro de la edición habitual donde descubren similitudes entre el “heroico” avance de Roca sobre norpatagonia con la “gesta” que el general Videla libraba frente

“a los subversivos sin Dios y sin Patria”. Ambos jerarcas militares son resaltados con un sin fin de elogios. El suplemento posee una cantidad de publicidades de firmas de primer nivel encabezadas por Papel Prensa, Loma Negra y Coca Cola. Me interesa en particular el auspicio de la Sociedad Rural Argentina (SRA) titulado “La SRA las fronteras y los indios” que ocupa la totalidad de una página. Allí, con inocultable orgullo, reproducen circulares y actas de la entidad agroganadera fechadas en julio de 1870. Tales documentos ponen en evidencia que tras la cacareada filantropía nacionalista de la SRA se encontraban agazapados nítidos intereses especulativos que no guardan relación con el lema “Cultivar el suelo es servir a la Patria” utilizado por la entidad agropecuaria. La SRA “como una sola persona” y haciendo gala de una aparente preocupación comunitaria, en el acta del 4 de julio de 1870, curiosamente, se ofrece a comprarse a sí misma, 1.500 caballos para que, con semejante aporte logístico, el Ejército expulse más allá del Río Negro a los “salvajes” y “concluir de una vez por todas con el tributo vergonzoso que hace siglos pagamos al pampa”. La entrega al Estado de las mejores caballadas, fue ni más ni menos que una segura inversión, que

buscaba una contraprestación en un futuro cercano. Aquellos documentos, como otros aparecidos en la prensa contemporánea al avance de Julio Roca, prueban hasta qué punto las tierras que todavía estaban en poder de los indígenas eran objeto de un interés especulativo, donde la arista productiva marchaba rezagada. El segundo aspecto a considerar, será el rol personal desempeñado por algunos prominentes dirigentes de la SRA como Antonio Cambaceres y Estanislao Zeballos que además de adueñarse de miles de hectáreas ponen de manifiesto la malsana visión de aquella elite que participará con pasión en la Construcción del Desierto. Ciertamente la SRA no está sola en esta cruzada civilizatoria a tiros de rémington. Marcha codo a codo junto a la Iglesia, en particular con la orden Salesiana, cuyo mentor Giovanni Bosco insta a un raudo avance: “debemos ir a la Patagonia, lo quiere el Papa, lo quiere Dios”. Al igual que la dictadura de 1976, el plan ejecutado por Roca fue cívico militar eclesiástico. Como veremos en la segunda parte, también se escuda tras una fachada científica que reduce a los indios a la categoría de especímenes y que termina de brindar la conveniente cobertura ideológica para la apropiación del territorio. »


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IDEAS & DEBATES

Las penas son de los otros… Indudablemente, la SRA no es cualquier institución que nuclea individuos de una determina actividad económica. Desde la misma fundación en 1866, sus figuras más prominentes fueron actores sociales preponderantes de la escena nacional, tanto de modo explícito como los Martínez de Hoz o Madero, u otros desde una posición menos visible como los Güiraldes, Temperley o Casares. De acuerdo a sus mismos registros, se advierte que algunos apellidos se reiteran a lo largo del tiempo en la conducción de la Sociedad como el caso de Estanislao Zeballos o el mencionado Martínez de Hoz. Sin embargo todos ellos, pese a distintos matices políticos más o menos conservadores, están de acuerdo en conformar un modelo de país que hace foco en la exportación de productos primarios y en importar bienes manufacturados. Son devotos a rajatabla de una concepción más propia de un modelo semifeudal de visión pastoril, que de una economía en expansión de fines del siglo XIX que se plasma en aquella mediocre consigna de Sarmiento mencionada en El Facundo: los españoles no somos ni navegantes ni industriosos, y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos en cambio de nuestras materias primas, y ella y nosotros ganaremos en el cambio.

La SRA nace aferrada a un estilo productivo donde los beneficios están destinados a repartirse en muy pocas manos, aquellas que son detentoras de grandes extensiones de tierra donde el entusiasmo hormonal del toro determina el incremento de la hacienda. Cuando en 1870 finaliza la guerra del Paraguay, los principales referentes de la SRA están en conocimiento de los avances técnicos en los sistemas de refrigeración que se realizan tanto en EE. UU. como en Gran Bretaña. Allí debemos buscar los motivos de tanta generosidad reflejada por aquel Acta que reproduce Clarín: Siendo un deber de todo ciudadano prestar su auxilio y cooperación a los gobiernos, siempre que se ocupen de la seguridad

y bienestar de las sociedades que dirigen, la Corporación que presido no ha titubeado ni un momento en encargarse de la compra de mil y quinientos caballos que el Excmo. Gobierno Nacional necesita urgentemente. La Comisión Directiva de la Sociedad Rural no ha trepidado ni un solo momento en tomar a su cargo tan importante comisión por que ha creído que aceptándola trabaja en el sentido de favorecer los intereses rurales que tiene el deber de promover… Fdo.: José Martínez de Hoz, presidente (4 de julio de 1870).

En aquel entonces termina de perfeccionarse un método mediante el cual la carne se congela transformándola en un perfecto bloque de hielo. En 1876 se realiza la primera travesía de un buque frigorífico desde Buenos Aires a Ruan. Hasta aquel entonces, por una cuestión de distancia y costos, la exportación de ganado en pie argentino era realmente insignificante y el mercado europeo obtenía tales productos desde EE. UU. y Canadá, ubicados a mitad distancia. Con los nuevos métodos de frío, las cámaras de los navíos logran en sus bodegas temperaturas cercanas a los 30 ºC bajo cero. Las cámaras frigoríficas de los vapores parten repletos de carne vacuna congelada. Esa innovación modifica sustancialmente el precio del ganado que se eleva de modo astronómico. Es un salto cualitativo. El charque y el tasajo pertenecen a la prehistoria saladeril. El mercado exige carne en cantidad y Europa está dispuesta a pagarla. Por ende, la ecuación es simple: los estancieros necesitan más tierras, las vacas necesitan más pasto y el pasto se encuentra en manos de los “bárbaros improductivos”. Solo es una cuestión de tiempo y la SRA hace cuanto puede para acelerar la marcha del reloj fatal. El futuro había llegado y comenzaba en serio la gran fiesta de los dueños de la tierra. Es necesario resaltar que la solicitada de la SRA que auspicia el suplemento de Clarín está firmada casualmente por el patriarca José Martínez de Hoz. De ese modo, la entidad se propone adular públicamente al entonces ministro de economía de la Dictadura al resaltar la elogiosa actitud de su bisabuelo, llamado igual que él, recordando las raíces camperas

de una familia que de una manera u otra, utilizó el aparato Estatal para acrecentar su patrimonio particular como el de la SRA.

…y las tierras de los rentistas El modus operandi de los dirigentes ruralistas siempre obtuvo importantes beneficios de la cercanía del poder o de su participación directa. Sus mejores hombres, saben estar situados en el lugar exacto donde se producen los grandes repartos. Los Anchorena por ejemplo, acumularon enormes extensiones de tierras a costa de los indios logrando un incremento patrimonial de tal magnitud que posibilitará un salto cualitativo de la familia. Al morir Nicolás Hugo Anchorena el 23 de abril de 1884, los periódicos especulan durante meses sobre el fantástico patrimonio dejado por el finado, indudablemente la persona más acaudalada del país con una fortuna superior a 180 millones2. Cuando faltan cuatro meses para el inicio de la campaña al Desierto, en enero de 1879 aparece en diarios como La América del Sur propiedad de la Iglesia o El Siglo confeso roquista, una sucesión de grandes avisos sobre una “Suscripción Nacional” para adquirir “Tierras Públicas” destinadas a la “Traslación de la Frontera al Río Negro”. Lo interesante es que tales extensiones en ese momento, todavía estaban en manos de los indígenas, pese a lo cual, absolutamente nadie pone en duda el éxito de la empresa. Es más, aseguran que se trata de la “mejor de las inversiones financieras”. Los indios a esa altura no constituyen ningún tipo de amenaza militar. Con tal de quedarse con las tierras, los hacendados van a permitir que Roca realice con medios militares desproporcionados la “limpieza de toldos” y capture millares de niños, mujeres y ancianos a los que va a exhibir en Buenos Aires o repartir como servidumbre. Al remanente se lo arroja en al gran Depósito de Indios de la isla Martín García3. A esa altura, los indios no consiguen oponer ninguna clase de resistencia ante el avance de las tropas armadas con remington, allí radica la seguridad de la inversión. El exagerado despliegue militar que utiliza Roca es objeto de finas ironías:


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Si hubiese enemigos a quien combatir comprenderíamos la expedición con un gran Ejército. Pero desde que no han quedado quienes resistan a 200 hombres bien armados ¿qué objeto hay en expedicionar con 6.000 veteranos?4.

Sin embargo, al establishment le tiene sin cuidado que Roca, su mejor empleado, juegue a los soldaditos con tal que cumpla con la faena encomendada. La SRA obtiene millones de hectáreas y el general será premiado con el sillón de Rivadavia para que vele por los intereses de los terratenientes.

La vaca atada Retomando los avisos sobre la “Suscripción Nacional” para trasladar la “Frontera al Río Negro”, los mismos ocupan un enorme centimetraje. Las publicidades hablan de ríos donde se instalarán grandes puertos de exportación de bienes primarios. Toda la prosperidad y el Reino estaban al alcance de la mano de los astutos inversionistas. Se habla de ventajas, se menciona el interés, se hace hincapié en la amortización del capital invertido y se ofrecen facilidades de pago. Se abona solo un 25 % al contado y el resto a los 3, 6 y 9 meses de plazo por adquirir lotes en los Territorios Nacionales habitados aún por mapuches y ranqueles. El suscritor goza de un interés del 6 por ciento sobre su capital y adquiere el derecho de comprar tierras públicas, por el precio de 10.000 $ m/c. la legua. Hay que advertir que parte de estos campos, de superior calidad, están situados distantes tan solo de 4 a 30 leguas de Bahía Blanca, y sobre las márgenes de Río Negro, es decir, contiguo a los grandes puertos de exportación, desde donde saldrán, dentro de pocos años, los productos del Sud de la Provincia de Buenos Aires. No se ha presentado jamás un negocio más seguro y más brillante para hacendados, capitalistas y rentistas5.

Como si semejante paquete económico no fuera del todo atractivo para los interesados sobre este excepcional negocio para el

capital, existen otros alicientes: “a los señores que presenten suscritores, se les abonará una comisión de 1 %”. Sin duda un negocio brillante. ¡Y por todo ello se obtiene un 6 % anual más un 1 % por cada suscriptor que se presente! Para mayores datos en la publicidad de la Suscripción de Tierras Públicas, se sugiere contactarse con “cualquiera de los señores que forman esta comisión” publicados al pie del aviso. El listado de las 26 personalidades incluye su domicilio comercial para que los inversionistas pudieran aclarar cualquier tipo de dudas. Tales “señores” se encuentran encabezados por el presidente de la comisión Antonio Cambaceres seguido entre otros por Sebastián y Carlos Casares, Saturnino Unzué, Torcuato de Alvear, Estanislao Zeballos, Juan Anchorena, José María Jurado y el infaltable integrante de la familia Martínez de Hoz, en este caso Don Narciso, todos ellos miembros de fuste de la SRA. Como sabemos, a lo largo de nuestra historia ciertos apellidos son una constante, como persistente es su intención de servirse del Estado. Creo oportuno destacar que estos avisos aparecen cuatro meses antes que Julio Roca mueva un caballo, dado que el general parte a su pomposa campaña a fines de abril de 1879. En definitiva, rematan las tierras de los indios con los indios adentro. Otro de los avisos, publicados pocos años después, es de una concepción semántica notable. En abril de 1884 en momentos en que Manuel Namuncurá y su gente se rinden, aparecen anuncios sobre “Ventas de Ricos Campos - Al mejor Precio”. En este caso se trata de tierras que habían pertenecido a Pincén, cacique que hace años se encontraba confinado en el “Depósito de Indios” de la isla Martín García: Este riquísimo campo fue por largo tiempo ocupado con el campamento del cacique Pincen, ésta solo es una recomendación para los Sres. interesados, pues es sabido que las tribus buscaban para sus tolderías los campos más ricos en pastos y aguadas. Las condiciones para el pago, sumamente ventajosas6.

La venta se realiza mediante un remate “a la más alta postura”. La Construcción del

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Desierto ya es pasado y a los inversionistas a quienes cuatro años atrás se les proponían diversas facilidades de pago, con la situación de fronteras finiquitada, la compra es con dinero contante y sonante. Por lo demás, resulta llamativo que las tierras arrebatadas a la tribu de Pincén se entreguen en venta “por orden terminante de su dueño”, lo que significa que el ocupante que las ofrece se apropió de ellas por un corto período. Es digno de destacar que el anuncio no especifique ningún tipo de inversión o mejora realizada en el terreno para incrementar su valor, lo que permite demostrar que la apropiación de tales lotes tuvo una finalidad especulativa, es decir, poseer esas tierras hasta que aumenten su valor. Además no deja de ser notable que el aviso recurra como ardid publicitario a los mismos indios: “pues es sabido que las tribus buscaban para sus tolderías los campos más ricos en pastos y aguadas”. Se trata de un mecanismo un tanto esquizoide. Las tierras que le arrebataron a Pincén se venden anunciando que habían pertenecido a Pincén, no parece existir mejor referencia para los inversionistas. “El Rico Campo” ofrecido no cuenta con un puesto, un molino, una tranquera, en síntesis, el apropiador de la tierra, no realizó una mínima inversión, no le agregó ni siquiera un clavo. La oligarquía local hizo gala de una comodidad parasitaria que siempre tuvo como eje evitar riesgos a su patrimonio, por lo cual sus inversiones se orientaron a bienes suntuarios, de los cuales, la actual Cancillería, es un claro ejemplo ya que fue nada menos que el palacete donde vivía doña Anchorena y sus tres hijos. Toda la gloria y boato de quienes se sirvieron de la Patria se forjó con riesgo ajeno, tierra ajena y sangre ajena. ¡Es tiempo, que la historia cambie! 1. Entre sus textos se destacan Pedagogía de la Desmemoria, Cazadores de Poder, Descubri MIENTO y Los indios invisibles del Malón de la Paz. 2. La Tribuna Nacional, 16 de junio de 1884. 3. Valko, Marcelo: Pedagogía de la Desmemoria, Buenos Aires, Ediciones Continente 2013: 328. 4. La Libertad, 5 de marzo de 1879. 5. El Siglo, 11 de enero de 1879. 6. La Tribuna Nacional, 19 de abril de 1884.


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Mural de Miguel Alandia Pantoja, Masacres mineras de Uncía.

Algunas notas sobre la historia del trotskismo en Bolivia

BAJO LA BANDERA DE LA REVOLUCIóN PERMANENTE A propósito de la publicación del libro de Steven Sándor John, El trotskismo boliviano, publicamos una nota de opinión que amablemente nos hizo llegar el historiador Juan Hernández, iniciando un debate sobre el libro abierto a próximas contribuciones. Juan Luis Hernández Historiador, docente UBA.

Plural Editores de La Paz ha publicado la versión en español de El trotskismo boliviano. Revolución Permanente en el Altiplano, del profesor de historia estadounidense Steven Sándor John. Basado en su tesis doctoral (University of New York, 2006), aborda la historia del movimiento trotskista en Bolivia desde sus orígenes, en la década del ‘30 del siglo pasado, hasta el ascenso de Evo Morales al gobierno del país, en los inicios del nuevo milenio. Se trata de una investigación rigurosa y exhaustiva cuyo valor superlativo está dado por la cantidad enorme de fuentes consultadas. Sándor John sigue una hipótesis fundamental: el trotskismo fue un movimiento político capaz de producir ideas que ejercieron efectos duraderos en el imaginario boliviano, contribuyendo a forjar la identidad de los mineros y campesinos radicalizados del país. A lo largo de su historia lidió con otras corrientes políticas-ideológicas, como el indianismo, el comunismo stalinista, el guevarismo, pero

la dificultad fundamental con la que tropezó desde sus orígenes fue la incapacidad para superar la corriente nacionalista, cuyas dirigencias civiles o militares se interpusieron en su camino. El objetivo de este artículo no es hacer una evaluación del libro en su conjunto ni tampoco una reseña de la obra. El propósito es debatir ciertas cuestiones políticas concernientes a los años 1946 a 1971, el período de mayor ascenso del proletariado minero de Bolivia.

1 Sándor John considera que uno de los mayores logros políticos del Partido Obrero Revolucionario (POR, fundado en 1935) en toda su historia, la aprobación de la famosa Tesis de Pulacayo por un Congreso Extraordinario de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) en noviembre de 1946, estuvo empañado por la alianza entablada con Juan Lechín, jefe del ala sindical

del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Esta alianza habría expresado una “debilidad política crucial” del trotskismo boliviano: en vez de profundizar la independencia política de los trabajadores contribuyó a fortalecer la influencia del MNR. El autor extiende su crítica a la Tesis de Pulacayo. Cita un conocido párrafo en el que se afirma: “…que la revolución será democrático-burguesa por sus objetivos y solo un episodio de la revolución proletaria por la clase social que la acaudillará”, concluyendo que el texto se opone a la concepción de la revolución permanente de Trotsky, en la cual las tareas asociadas con la revolución burguesa “serían llevadas a cabo por la clase obrera en una revolución proletaria socialista, apoyada por los campesinos pobres”. En la misma tónica afirma que el planteo sobre la revolución en Bolivia “…se circunscribe esencialmente al terreno nacional”, en contraste con las ideas de Trotsky, que planteaba la extensión


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de la revolución al plano internacional (Sándor John, 2016:128). La crítica del autor a los fundamentos programáticos de Pulacayo luce superficial y forzada. La teoría de la revolución permanente no niega la existencia de tareas democráticas y antiimperialistas pendientes, sino que considera que estas serán resueltas por la revolución proletaria, como se puede leer en el párrafo cuestionado. En el mismo sentido, lejos de circunscribir la revolución a las fronteras nacionales, la Tesis señala que “Bolivia, pese a ser un país atrasado, solo es un eslabón de la cadena capitalista mundial”, resaltando la lucha de los trabajadores contra el imperialismo y proclamando su solidaridad con el proletariado norteamericano. El gran acierto de la Tesis de Pulacayo fue identificar a los mineros como portadores de un proyecto transformador de la sociedad boliviana, estimulando su combatividad y fortaleciendo su conciencia de clase, señalando que ellos serían los conductores de las grandes mayorías nacionales en la lucha por la emancipación social. La clave de su persistencia en el tiempo fue su contribución a la configuración de una identidad positiva de los mineros, que interpelaron a sus direcciones sindicales desde esta plataforma política-ideológica. Cualquiera que hayan sido las dificultades del trotskismo boliviano para enfrentar el nacionalismo, no pueden empañar su contribución programática en la historia de la clase obrera boliviana.

2 La característica más notoria de la Revolución de 1952 fue la destrucción del ejército en las jornadas insurreccionales de abril. Inmediatamente se constituyó la Central Obrera Boliviana (COB), organismo central de los trabajadores de Bolivia, hegemonizado por la Federación Minera, a cuya cabeza se encontraba Lechín. Pero los mismos trabajadores que derrotaron al ejército de la “rosca” aceptaron la constitución del gobierno del MNR encabezado por Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Suazo, en el cual Lechín y otros dirigentes de la COB fungían como “ministros obreros”. Desde el punto de vista de la tradición marxista, la situación puede caracterizarse como una dualidad de poderes: de un lado la COB con las milicias obreras y el respaldo masivo de los trabajadores; del otro el gobierno del MNR, parapetado en una frágil legalidad institucional ante el colapso del aparato militar estatal. En este contexto, la política del POR estuvo lejos de plantear que la disyuntiva se resolviese a favor de la COB. Por el contrario, planteó una línea de apoyo crítico al gobierno, sin cuestionar la presencia de

dirigentes obreros en el gabinete del MNR. El POR priorizaba la defensa del gobierno frente a las amenazas golpistas, presionando al ala izquierda movimientista y exigiendo profundizar el curso revolucionario. Los testimonios reunidos por Sándor John demuestran que el POR no intervino en forma orgánica ni coordinada en las jornadas de abril, debido a que la mayoría de sus dirigentes permanecían exiliados o encarcelados. El autor argumenta que, tras el triunfo de la insurrección, las masas creían que el MNR era su gobierno y que iba a hacer la revolución, y que “la línea oficial del partido reflejaba estas ilusiones”. Antes y durante las jornadas de abril la consigna del POR fue “Constitucionalización inmediata del país mediante la entrega del mando a Paz Estenssoro, para cumplir la voluntad de las masas expresada en las elecciones de mayo de 1951”1 (Sándor John, 2016:178). Después del acceso del MNR al poder, la línea central del partido fue: Apoyo y defensa del gobierno contra la rosca y el imperialismo...apoyamos toda medida progresista del gobierno, sin por eso renunciar a criticar sus vacilaciones (Sándor John, 2016:179).

Con el correr de los meses el POR expresó la esperanza que la fracción de izquierda del MNR dirigida por Lechín lograra el predominio dentro del gobierno. En reiteradas oportunidades apoyó al ala izquierda del MNR en sus choques con el ala derecha, llegando incluso a sugerir la posibilidad de una fusión orgánica. A mediados de 1953, tras una intentona golpista rápidamente desbaratada, Lucha Obrera, periódico del POR, exigió “Control total del Estado por el ala izquierda del MNR” y “Todo el poder a la izquierda (del MNR)” (Sándor John, 2016:188). El problema de fondo con esta política, más que las tácticas desplegadas sobre el ala izquierda movimientista, reiteradamente criticadas por el autor, eran las expectativas generadas en el MNR. Años después los errores señalados fueron reconocidos por el propio Guillermo Lora, en una autocrítica quizás incompleta, pero que Sándor John pasa por alto (Lora, 1963: 38-39).

3 El centro de la discusión política planteada por el autor estadounidense es el Frente Unico Antiimperialista (FUA), cuya adopción por los trotskistas bolivianos explicaría sus recurrentes capitulaciones ante el nacionalismo. En su opinión el FUA implica acuerdos programáticos con fuerzas burguesas, resultando por tanto antagónico a la concepción de

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la Revolución Permanente de Trotsky (Sándor John, 2016:136-145). El tema, por supuesto, es ampliamente controversial, pero en este caso el autor expresa una posición tajante sin plantear cursos alternativos. Así, por ejemplo, critica el llamado del POR a los comunistas y nacionalistas para conformar un frente único contra la oligarquía, tras la anulación de las elecciones presidenciales de 1951. Pero el problema no era reclamar la unidad en la lucha antioligárquica (unidad que por otra parte se materializó en la práctica en las jornadas de abril de 1952, cuando comunistas, nacionalistas y trotskistas junto con miles de obreros se batieron en las calles contra la dictadura), sino la perspectiva política en que se la encuadraba, la entrega del gobierno al MNR (la ya aludida “constitucionalización” del país). ¿Cuál era el planteo correcto entonces? Sándor John no lo dice, y más allá de cualquier discusión teórica y/o programática, en un país como Bolivia, donde la interpelación antiimperialista cobró a lo largo de su historia una dimensión superlativa, la omisión constituye un déficit importante.

4 La resolución adoptada por la IV Internacional en su tercer congreso (agosto de 1951) contribuyó a profundizar la orientación seguida hasta entonces por el trotskismo boliviano. En el mencionado cónclave, al cual asistió Hugo González Moscoso en representación del POR, se aprobó por unanimidad el informe presentado por el dirigente Michel Pablo, que implicaba una profunda revisión del Programa de Transición de la IV Internacional2. Esta orientación, que abrió una política de adaptación del trotskismo al nacionalismo y al reformismo, derivó en un proceso de diferenciación política interna que decantó hacia 1953 con la formación de dos bandos: el Secretariado Internacional (SI), con Pablo, Frank y Mandel, y el Comité Internacional (CI), integrado por el SWP, los grupos británicos y suizos y la mayoría de la sección francesa3. Con respecto a Bolivia, se abogó por el apoyo de la sección local a toda movilización de masas impulsada o emprendida por el MNR para lograr la toma del poder, validando lo hecho hasta entonces y justificando la política de apoyo crítico del POR al gobierno del MNR, que no fue cuestionada por la Cuarta Internacional4. Uno de los tramos más interesantes del libro es el análisis de la lucha fraccional desarrollada al interior del POR durante los años 19541956. Se supone habitualmente que en la misma se habría reproducido la escisión entre “pablistas” y “antipablistas”, siendo los primeros los que llevaron adelante una política de »


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“entrismo” en el MNR. Sándor John demuestra que la Fracción Proletaria Internacionalista (FPI), dirigida por González Moscoso y Bravo, el grupo más estrechamente asociado con Pablo, no entró al MNR, mientras que la mayoría de la Fracción Obrera Leninista (FOL), dirigida por Lora y Moller, fue la que terminó ingresando en el partido gobernante. Las diferencias entre ambos grupos, luego de la X Conferencia del POR (junio de 1953), giraban sobre la caracterización de la etapa, coincidiendo en la caracterización del gobierno (Sándor John, 2016: 202). La crisis decantó en octubre de 1954, cuando se produjo la adhesión de la mayoría de la FOL al MNR. Sándor John argumenta que Lora estuvo de acuerdo con una táctica de entrismo parcial, y que recién se habría opuesto al plantearse la disolución en el MNR. Aun así, la actitud de Lora (fundando prácticamente en soledad una nueva publicación, Masas, mientras el tradicional vocero Lucha Obrera y la gran mayoría de los militantes se quedaron con González Moscoso o se fueron al MNR), aseguró la continuidad del trotskismo en el movimiento obrero boliviano. El gran aporte de Sándor John es arrojar luz sobre un tercer agrupamiento, hasta ahora ignorado, la Fracción de Cochabamba, o Fracción Leninista (FL). Este grupo condenaba la política de entrismo, sostenía que el MNR era el “partido de la burguesía nacional”, que los revolucionarios debían oponerse a su gobierno y luchar por el gobierno obrero y campesino. Criticaban la aceptación de los “ministros obreros”, cuestionaban el “seguidismo” al ala izquierda del MNR y afirmaban que la división del partido era consecuencia del oportunismo de la dirección partidaria. El grupo de Cochabamba, que declaró su alineamiento internacional con el CI, fue duramente reprimido por las autoridades, sus principales dirigentes fueron detenidos o debieron huir al extranjero o esconderse, lo que motivó la disolución del grupo (Sándor John, 2016: 212-216).

5 Sándor John está en lo cierto al afirmar que la tendencia dirigida por González Moscoso no entró ni se disolvió en el MNR, pero también es cierto que a partir de la década del ‘60 este grupo apoyó diversas experiencias guevaristas en América Latina con resultados decepcionantes. En contraposición, Guillermo Lora formuló una de las críticas más sagaces a las concepciones guevaristas sobre la lucha armada. Afirmaba que la guerra de guerrillas era un método más de lucha, cuya legitimidad

y viabilidad dependía de su adopción, en ciertas circunstancias, por la clase obrera, y que el gran defecto de la teoría del foco era la sustitución de la clase obrera como sujeto revolucionario, reemplazándola con una discusión sobre las formas de lucha que en definitiva, dependían del momento político y las relaciones de fuerza. Mientras el POR-Lucha Obrera fue declinando hasta desaparecer, la reconstrucción de la corriente trotskista en el movimiento obrero boliviano fue obra del POR-Masas. Este desequilibrio en la evaluación de la trayectoria de las dos principales corrientes del trotskismo boliviano se refleja en uno de los capítulos más problemáticos del libro, el dedicado al análisis de la Asamblea Popular de 1971. Como es sabido, la Asamblea formó parte del proceso de radicalización política de fines de los sesenta, siendo su base programática la Tesis Política del IV Congreso de la COB (mayo de 1970). Originalmente aprobada por el sindicato de Siglo XX, a instancias del POR, contó luego con el apoyo del PC. El frente único del POR y el PC condujo a la conformación del Comando Político (CP), integrado por representantes de la COB y de los partidos de izquierda, que el 1º de mayo de 1971, planteó la constitución de “un órgano de los trabajadores y del poder popular” independiente del gobierno: la Asamblea Popular, autodefinida como un Frente Antimperialista dirigido por el movimiento obrero. Muchas críticas se han formulado a la experiencia de la Asamblea Popular. Quizás las más importantes fueron la negativa a ampliar la participación campesina y la demora en organizar la resistencia al golpe derechista del ejército. Pero de conjunto fue un intento de la izquierda de no repetir los errores del pasado con el “cogobierno MNR-COB” (la propuesta de Torres de incorporar “ministros obreros” a su gobierno no fue aceptada), construyendo un organismo que expresara a las masas populares en lucha. Sin embargo, la opinión de Sándor John es extremadamente escéptica: la Asamblea habría sido una suerte de “parlamento popular”, controlado por Lechín y la burocracia de la COB, que habría alimentado la confianza del movimiento obrero y la izquierda en los militares nacionalistas, suponiendo que iban a repartir armas al pueblo, todo lo cual facilitó el triunfo del golpe de Banzer (agosto de 1971). Su argumentación se apoya en esta parte en datos fragmentarios y entrevistas poco contextualizadas, omitiendo otras interpretaciones (Zavaleta Mercado, 2011). Más que un

razonado cotejo de las fuentes disponibles, su caracterización está signada por el rechazo al Frente Único, y su hipótesis acerca de la incapacidad de la izquierda boliviana de superar el nacionalismo. *** En este texto se intentó problematizar algunas cuestiones que surgen del libro de Sándor John. Conviene remarcar que se trata de una obra extraordinaria, que reúne una exquisita escritura con una gran cantidad de fuentes de primera mano, en un trabajo de investigación de toda la vida del autor. Además de estas cualidades, tiene la importancia superlativa de restituir la historia del trotskismo en Bolivia, en un momento donde se intenta reescribir la historia de sus clases subalternas dejando de lado algunas de sus tradiciones más valiosas. Es por este motivo que consideramos de gran importancia debatir esta obra, que por sobre todas las consideraciones es un emocionante homenaje a quienes en Bolivia vivieron y lucharon bajo la bandera de la revolución permanente.

Bibliografía Lora, Guillermo. La Revolución Boliviana, Difusión, La Paz, 1963. Sándor John, Steve. El trotskismo boliviano. Revolución permanente en el altiplano, Plural, La Paz, 2016. Zavaleta Mercado, René. El poder dual en América Latina, en Obra Completa, tomo I, pp. 367-534. Plural, La Paz, 2011 (1973).

1. En las elecciones de 1951 se impuso la fórmula Víctor Paz Estenssoro-Hernán Siles Suazo (MNR), pero fueron anuladas por los militares que asumieron el gobierno. 2. La resolución sostenía que era inminente una tercera guerra mundial, abriéndose una crisis que llevaría a la radicalización de los movimientos nacionalistas y los partidos comunistas, posibilitando a los trotskistas influir en los mismos. La radicalización de las masas empujaría a las direcciones nacionalistas, reformistas y comunistas hacia un curso revolucionario. 3. El Buró Latinoamericano (BLA), dirigido por J. Posadas (Homero Cristalli), con sede en Montevideo, era leal al SI, mientras otro grupo argentino dirigido por Nahuel Moreno (Hugo Bressano), era afín al CI. 4. Con algunas excepciones, como la tendencia Vern-Ryan del SWP estadounidense (Sándor John, 2016: 217).


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Ilustración: Kate Evans

La Rosa Roja, KATE EVANS (Ediciones IPS, 2017)

Una vida signada por la revolución Andrea D’Atri Especialista en Estudios de la Mujer. Rosa Luxemburgo probablemente no necesita mucha presentación para lectoras y lectores de Ideas de Izquierda. Solamente destacar, sintéticamente, que es una mujer de origen judío, inmigrante en Alemania, recibida de doctora en la Universidad de Zúrich en una época en que ésa era una del las pocas universidades que le permitía el acceso a las mujeres. Rosa desarrolló un trabajo teórico marxista creativo e innovador, orientado por la lucha por la revolución, que signó su vida. Fue una exquisita agitadora, una aguda polemista y una destacada escritora. Tomó las armas de la crítica como nadie, para combatir contra la adaptación de los dirigentes de su propio partido a una rutina de la táctica parlamentaria y de la táctica sindical que, finalmente, condujo a la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán al más trágico oportunismo, cuando sus diputados aprobaron los créditos de guerra: en agosto de 1914, los diputados socialdemócratas votan los créditos de guerra y envían, con ese gesto, a millones de trabajadores a masacrarse con los trabajadores de otros países, en defensa de sus propias burguesías nacionales en la Primera Guerra Mundial. Quien no conozca la vida de Rosa Luxemburgo va a encontrarse, entonces, en este

libro, con una biografía gráfica que lo introducirá, con total seriedad, en el tratamiento de las ideas y los acontecimientos políticos en los cuales Rosa fue protagonista. La Rosa roja es una buena introducción, sencilla y amena, que probablemente despierte interés por conocer, después, otras biografías de Rosa Luxemburgo, como la de Paul Frölich, que también publicó Ediciones IPS. Este libro de Kate Evans, una artista inglesa, narra e ilustra con una cuidada edición, los hechos, las ideas, loss debates y polémicas más destacados de la vida de Rosa Luxemburgo. Sin embargo, para quienes ya conozcan su biografía, este libro también les resultará de interés, porque no es reiterativo respecto de otras obras más elaboradas y extensas sobre la vida de Rosa. Es que, además de los aspectos más conocidos de su vida –pletórica de grandes hechos históricos y grandes combates–, se encontrará aquí con otros menos conocidos, para cuyo desarrollo Kate Evans se nutrió de numerosas cartas personales de Rosa a sus amigas, amigos, compañeros, parejas. Esto permite un encuentro con la personalidad de Rosa Luxemburgo, que probablemente muchos no hayamos tenido anteriormente, porque la mayoría de esas cartas no están traducidas al castellano, salvo un puñado de ellas dirigidas a Leo Jögiches,

un dirigente revolucionario polaco que fue su pareja durante varios años. De esos aspectos, de su vida más personal, quisiera destacar dos que están muy bien retratados en este libro: uno es el espíritu absolutamente libertario de Rosa, más aún para su época, manifiesto en su forma de entablar sus relaciones sexo-afectivas. Algo que los va a sorprender es ver, en esta biografía gráfica, a Rosa Luxemburgo retratada desnuda, haciendo el amor con sus parejas, lo que parece una falta de solemnidad bastante grande respecto de una gran personalidad de la historia del movimiento obrero y el movimiento socialista internacional. Pero estos dibujos la muestran de una manera mucho más plenamente humana, algo que el bronce de la historia le ha restado a la vida de esta apasionada mujer. La vemos, en este libro, en su relación con Leo Jögiches, con Kostia Zetkin (un hombre mucho más joven que ella y que era hijo de su mejor amiga), con Paul Levi y otros. Y en estas cartas que Kate Evans utiliza para armar los diálogos de las viñetas, resalta también algo que a mí me ha sorprendido –por desconocer estos textos anteriormente­, acerca de cierta violencia de Leo Jögiches en su vínculo con Rosa, que ella supo enfrentar y resolver de una manera asombrosa, sobre todo para la época: se separó de Leo Jögiches »


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Lecturas críticas

y, al mismo tiempo, él siguió siendo parte de su equipo político hasta el final de sus vidas. Esta contradicción entre la relación personal, donde él le hacía escenas de celos permanentemente y ejercía cierta violencia que ella describe muy claramente y que, incluso, la lleva a tomar la decisión de comprarse un arma para resguardarse, ya que no sabía hasta qué punto podía llegar Leo, no impidió que de todas maneras, Rosa continuara teniendo con él un equipo de colaboración política. Me resultó una de las cosas más novedosas de esa biografía, quizás porque estamos en un momento en el cual el tema de la violencia contra las mujeres está atravesando, desde hace un par de años, la actividad política del movimiento de mujeres en Argentina y en el mundo y, por supuesto, también nuestra propia intervención política con nuestra agrupación de mujeres Pan y Rosas. La otra cuestión que quería destacar es la profundísima amistad, animada por confesiones íntimas, ideas compartidas e incluso ásperas críticas, que la unió con otra dirigente de la socialdemocracia, Clara Zetkin, la gran organizadora del movimiento de mujeres socialistas. Rescatar este vínculo en un libro, cuando la amistad entre mujeres tiene tan mala prensa, es uno de los aspectos más atractivos de esta biografía. Más aún teniendo en cuenta que esta amistad no se basaba en esa vínculo que surge entre las mujeres en resistencia contra la opresión, sino que se trataba de una amistad animada por la producción creativa y en la dedicación de ambas a la lucha revolucionaria. Clara Zetkin dijo de Rosa Luxemburgo, que tenía “una indomable voluntad y una sensibilidad exquisita”. También dijo que “la obra de toda su vida fue la de preparar la revolución que habría de abrir paso al socialismo”. Clara Zetkin, como es sabido, es la gran organizadora del movimiento de mujeres

socialistas en Europa desde fines del siglo XIX y hasta entrado el siglo XX. Quisiera señalar una anécdota al respecto. Cuando Rosa Luxemburgo llega a Alemania y la dirección del Partido Socialdemócrata (mayoritariamente masculina) advierte que ella tenía un ojo muy crítico sobre el derrotero de esa dirección, que se estaba adaptando a esta rutina de incorporarse a la vida parlamentaria y sindical haciendo de esas tácticas su único objetivo, los hombres de la dirección, grandes socialistas de mucho prestigio en el movimiento obrero internacional, le sugieren que se dedique a organizar a las mujeres trabajadoras. Es decir, de manera “elegante”, intentaron relegarla a un aspecto parcial de la política, para que no tenga influencia en el conjunto de la dirección de la socialdemocracia alemana. Rosa, advirtiendo que la maniobra era para correrla de la dirección central del partido, se negó a asumir la responsabilidad sobre la política hacia las mujeres, aunque igualmente, sin tener el “cargo” oficialmente designado, siempre colaboró con su amiga Clara en esa tarea. Dicho esto, entonces, la pregunta obligada es por qué publicar La Rosa roja en la colección MUJER de Ediciones IPS. Sin embargo, creo que es una gran decisión haber publicado tanto la biografía de Paul Frölich como esta novedosa biografía gráfica en esta colección. Porque a casi un siglo de su asesinato y a un siglo de la Revolución rusa –que ha permitido grandes avances en la vida de las mujeres, de los cuales hoy atrasamos un siglo–, el Estado capitalista nos condena a la gran mayoría de las mujeres trabajadoras y de los sectores populares, a los más aberrantes oprobios: el crecimiento inusitado de las redes de trata y prostitución, el crecimiento infernal de la flexibilización laboral, los padecimientos de las mujeres incorporadas al mercado laboral en los peores trabajos, los más

precarizados y, al mismo tiempo, condenadas por milenios al trabajo doméstico impago que se le suma a la jornada laboral, a muertes evitables con el desarrollo de la ciencia y la medicina, que sin embargo siguen ocurriendo como las muertes en abortos clandestinos o en los embarazos y en los partos. Y, simultáneamente, este Estado capitalista, mientras legitima y reproduce la violencia contra las mujeres, nos “permite” el único y paradójico derecho de reconocernos como víctimas y exigir justicia (siempre individual), cuando ya es tarde, cuando ya somos un cadáver, cuando ocurre la consecuencia de esa violencia machista en su grado más extremo, como son los femicidios. Por eso, frente a esta barbarie a la que nos condena el capitalismo, creo que la vida de Rosa Luxemburgo es una fuente de inspiración para todas las mujeres que luchamos y anhelamos la emancipación de la humanidad y que no nos vemos satisfechas solo con algunas concesiones que lo que hacen es apenas aflojar la presión de los cerrojos, en vez de arrancar las cadenas que aprisionan nuestras vidas. Con la edición de La Rosa Roja, Ediciones IPS pretende aportar, con infinita humildad, a la formación de las futuras Rosas Luxemburgos que aún están por nacer en el siglo XXI. Quiero terminar con palabras de Rosa: “En mi tumba, como en mi vida, no habrá nunca frases rimbombantes. Sobre mi lápida habrá solo dos sílabas, tsui, tsui. Éste es el canto del herrerillo, que yo sé imitar con tanta perfección que logro que acudan inmediatamente. Y en ese tsui, tsui, se oye desde hace unos días un pequeño trino, una minúscula voz de pecho. ¿Sabe usted lo que eso significa? Es la primera manifestación de la primavera. A pesar de la nieve, de las heladas y de la soledad, los herrerillos y yo creemos en la próxima primavera”.


IdZ Junio

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La psicología por asalto. Psiquiatría y cultura científica en el comunismo argentino (1935-1991), Luciano Nicolás García (Bs. As. Edhasa, 2016)

Pavlov y VygotskI bajo el prisma del estalinismo JUAN DUARTE Comité de redacción.

El libro de Luciano García es parte de un trabajo de historia crítica de la constitución de las disciplinas psi en nuestro país que busca escapar de los recorridos “teleológicos” que apuntan a justificar retrospectivamente cierto orden de cosas en tal o cual sector del campo disciplinar, lo que ciertos autores han denominado “historia whig”, que han proliferado en la psicología, como por ejemplo la historia de la psicología conductista propuesta por Boring en Estados Unidos, o las que abundan en psicoanálisis. Asimismo, de la “celebración” acrítica de autores a medida de justificar a sus –pretendidos– continuadores. En esta caso se trata de la trama de la constitución de la psiquiatría y la psicología ligada a la revolución rusa y al estalinismo (el PCA) en Argentina, que ha tenido un rol fuertemente determinante en el desarrollo de las disciplinas psi en nuestro país –y en el mundo– durante casi todo el siglo XX, y en las que se destaca la constitución del “pavlovismo” y el “vigotskianismo” a partir de los trabajos de Iván Pavlov y Lev Vygotski. Respecto a este último, forma parte de un trabajo histórico crítico más amplio sobre su obra1. La estrategia de análisis propuesta aquí por García es la de los estudios de recepción, basados en la “estética de la recepción” de H. Jauss y W. Iser, que apunta a los modos de lectura que hicieron productivos a un autor y su obra, acentuando a los “lectores/agentes” (aunque debilita el análisis sobre el autor mismo), en este caso las apropiaciones que tuvieron las ideas de Pavlov y Vygotski en un suelo transnacional dominado por el estalinismo, que el autor describe como “historia intelectual del ideario científico comunista” (p.18). En el “Preludio” el autor recorre sucintamente el desarrollo de la fisiología y la psicología en Rusia y la URSS entre 1897 y 1952, marcada por la obra de Pavlov, el –importante– lugar que se le dio en el Estado obrero en el marco de los debates por constituir

una ciencia y una psicología desde un punto de vista marxista y el intento de la burocracia de utilizarlo para sus propios intereses, ubicándolo como psicología y modelo de ciencia oficial (junto con Lysenko) coherente con su caricatura del marxismo, el DIAMAT. También aparece aquí la censura estalinista y su apropiación por autores que se acomodarán al régimen y marcarán su lectura, en particular Luria y Leontiev. El capítulo 1 recorre la constitución del pavlovismo argentino entre 1936 y 1960, desde las primeras lecturas en el marco del estalinismo criollo hasta las controversias con el psicoanálisis. Se da acá una primera recepción de las ideas de Vygotski como justificación de las ideas de Pavlov, en la que se destacan autores como Troise y Gavrilov. El siguiente capítulo, 1951-1974, recorre los avatares del pavlovismo del PCA en la constitución de una clínica propia (clínica del sueño y de rehabilitación infantil), los intentos de renovación luego de la muerte de Stalin y el XX congreso del PCUS, distanciamiento del pavlovismo, la rehabilitación de Vygotski y el comienzo de su llegada a Occidente y nuestro país. La “politización de las psicoterapias” con autores como Thenon, Itzigsohn, y una segunda recepción de Vygotski “en función de la construcción de una psicoterapia pavloviana no dogmática ni reduccionista”, apoyada el concepto de interiorización y el estudio de la formación de conceptos (p.155). La psicopatología infantil, en particular la dislexia, fue un área en la que se demostró la utilidad clínica de conceptos y métodos vigotskianos, aún con una comprensión notablemente deficiente de sus ideas (y justo en el punto donde Vygotski sigue a Lenin contra Piaget). De fondo, se ve emerger al psicoanálisis y su implantación universitaria frente al dogmatismo pavloviano estalinista, relevo que pasará luego por Althusser hacia Lacan. El tercer capítulo recorre la crisis de PCA y el declinar del pavlovismo entre 1963 y 1977.

Vygotski es redescubierto e ingresa a la carrera de Psicología (UBA) por medio de docentes del PCA como Itzigsohn y Caparrós. Finalmente, el surgimiento, en el marco del proceso de restauración de la URSS y crisis del PC, de un vigotskianismo alejado del proyecto revolucionario y del marxismo, característicos de su pensamiento. Dos problemas ligados que recorren todo el libro: el autor establece una identidad entre bolchevismo, visto como un bloque más o menos homogéneo, y estalinismo, donde el “marxismo-leninismo” será sinónimo de engelsianismo (p.36) y DIAMAT. Este prejuicio se expresa a la hora de reseñar los años de constitución de la obra de Vygotski, excesivamente resumida y cuya originalidad, ligada justamente a una concepción del marxismo distinta a la del estalinismo, y cercana al marxismo clásico (Marx, Engels, Lenin, Trotsky, entre otros), queda ocluida. En el mismo sentido se atribuye –erróneamente– el “partidismo” burocrático estalinista a toda concepción de ciencia desde el marxismo revolucionario. Entre muchos otros, un mérito del libro tiene que ver el contexto: ilustra los problemas de las concepciones cientificistas (pavlovistas) dentro del marxismo en psicología, clave respecto al desafío que nos presenta el fortalecimiento de tendencias reduccionistas biologicistas de la mano de las neurociencias. Y en el otro polo, la impotencia de la crítica al psicoanálisis desde este enfoque. Repone con precisión y brindando un enorme cúmulo de información, infinidad de tramas, debates y experiencias que, aún marcadas por el peso del dogmatismo estalinista, deben ser apropiadas críticamente para quienes apuntamos a reconstruir, en el sentido original del mismo Vygotski, el pensamiento marxista en psicología. 1. Ver “Rescatando el legado de Vygotski”, IdZ 27. Sobre la historia de los debates entre psicoanálisis y marxismo ligados a los PC, ver “Ecos de la guerra fría en el campo psi”, IdZ 28.


La fascinante vida de Rosa Luxemburg en una novedosa biografía en formato de novela gráfica

NOVEDAD Presentamos traducida al castellano la biografía gráfica de Rosa Luxemburg, La Rosa Roja, de la artista británica Kate Evans, con el anhelo de que sirva como un primer encuentro con la vida y obra de una de las figuras más destacadas del movimiento revolucionario internacional y la dirigente mujer más importante del movimiento socialista.

945002 772344 9

ISSN 2344-9454

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La Rosa Roja (Red Rosa) fue publicada en Gran Bretaña en 2015 por la editorial Verso, con un gran éxito de crítica y difusión. Ediciones IPS tiene el orgullo de publicarla en castellano para toda América Latina y España.


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