Ideas de izquierda 37, 2017

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JORNADA DE 6 HORAS Y REPARTO DEL TRABAJO PARA TRABAJAR TODOS

LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

EL CAPITALISMO Y LA OPRESIÓN DE LAS MUJERES

FEMINISMO & MARXISMO, ENCUENTROs Y DESENCUENTROS

ENTREVISTA A NANCY FRASER MARZO CALIENTE, ABRIL DISPUTADO: LO QUE ESCONDEN LAS CALLES LA NEUROCIENCIA A DEBATE REVOLUCIÓN RUSA: TODO EL PODER A LOS SOVIETS, ¿SLOGAN O ESTRATEGIA? ARTE Y CAPITALISMO: LA EXCEPCIÓN COMO NORMA

37 MAYO 2017

precio $60

ideas izquierda Revista de Política y Cultura


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IDEAS DE IZQUIERDA

SUMARIO

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A MODO DE Presentación

LA NEUROCIENCIA A DEBATE

100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA

A PROPÓSITO DE LA INFLACIÓN CULTURAL DEL PREFIJO NEURO

Todo el poder a los soviets, ¿slogan o estrategia?

Sebastián Lipina

Gastón Gutiérrez

Lo que esconden las calles

Buenas intenciones para una propuesta a medida de la gestión neoliberal

Paula Varela

Juan Duarte

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Christian Castillo

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ARTE Y CAPITALISMO: LA EXCEPCIÓN COMO NORMA Ariane Díaz

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LOS TRABAJOS Y LOS DÍAs

FEMINISMO & MARXISMO

PARA NO DEJAR LA VIDA EN EL TRABAJO

UN FEMINISMO PARA ABOLIR LAS JERARQUÍAS

Pablo Anino

Entrevista a Nancy Fraser

TRABAJAR 6 HORAS, ¿UNA UTOPÍA?

Feminismos populares: resistencia o revolución (permanente)

Esteban Mercatante

Andrea D´Atri

La conspiración de los robots LAS OTRAS FEMINISTAS

Paula Bach

Celeste Murillo

REDUCCIÓN DEL TIEMPO DE TRABAJO Y DESEMPLEO

EL MARXISMO Y LA OPRESIÓN DE LA MUJER

Michel Husson

Ariane Díaz

LA LUCHA HISTÓRICA POR LA REDUCCIÓN DE LA JORNADA LABORAL

Ana Sanchez

MUJERES EN PRIMERA PERSONA

Lucio Prieto y Rodrigo López

RADIOGRAFÍA DE LA DESIGUALDAD Celeste Murillo

STAFF CONSEJO EDITORIAL Christian Castillo, Eduardo Grüner, Hernán Camarero, Fernando Aiziczon, Alejandro Schneider, Emmanuel Barot, Andrea D’Atri y Paula Varela. COMITÉ DE REDACCIÓN Juan Dal Maso, Ariane Díaz, Juan Duarte, Lilén Godoy, Gastón Gutiérrez, Esteban Mercatante, Celeste Murillo, Lucía Ortega y Fernando Rosso.

COLABORAN EN ESTE NÚMERO Michel Husson, Sebastián Lipina, Nancy Fraser, Pablo Anino, Paula Bach, Lucio Prieto, Rodrigo López, Ana Sanchez.

EQUIPO DE DISEÑO E ILUSTRACIÓN Fernando Lendoiro, Anahí Rivera, Natalia Rizzo.

PRENSA Y DIFUSIÓN ideasdeizquierda@gmail.com / Facebook: ideas.deizquierda Twitter: @ideasizquierda Ilustración de tapas: Juan Atacho y Anahí Rivera

www.ideasdeizquierda.org Riobamba 144 - C.A.B.A. | CP: 1025 - 4951-5445 Distribuye Sin Fin - distribuidorasinfin@gmail.com ISSN: 2344-9454 Los números anteriores se venden al precio del último número.


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A MODO DE PRESENTACIÓN Christian Castillo Sociólogo, dirigente nacional del PTS.

Paul Lafargue culminaba su clásico El Derecho a la Pereza señalando que Aristóteles pensaba que “si todo instrumento pudiera ejecutar por sí solo su propia función, moviéndose por sí mismo, como las cabezas de Dédalo o los trípodes de Vulcano, que se dedicaban espontáneamente a su trabajo sagrado; si, por ejemplo, los husos de los tejedores tejieran por sí solos, ni el maestro tendría necesidad de ayudantes, ni el patrono de esclavos”. El sueño de Aristóteles es nuestra realidad. Nuestras máquinas con aliento de fuego, miembros de acero, infatigables, y de fecundidad maravillosa, inagotable, cumplen dócilmente y por sí mismas su trabajo sagrado, y, a pesar de esto, el genio de los grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el prejuicio del asalariado, la peor de las esclavitudes. Aún no han alcanzado a comprender que la máquina es la redentora de la humanidad, la diosa que rescatará al hombre de las sórdidas artes y del trabajo asalariado, la diosa que le dará ocios y libertad.

Lafargue redactó su trabajo en Inglaterra en 1880 para su primera publicación en el diario L’Egalité. En 1883 se publicó como folleto. Aspiraba en este trabajo a una jornada de trabajo que no superase las tres horas diarias. ¿Qué diría hoy con los desarrollos científicos y tecnológicos que tenemos a nuestro alcance? Vivimos en un tiempo donde la crisis que genera el choque entre las necesidades para el desarrollo de las fuerzas productivas y la supervivencia de las relaciones de producción capitalista se expresa en forma aguda. Una de sus manifestaciones más claras son las tendencias que presenta el trabajo asalariado en nuestro tiempo. Mientras la crisis capitalista internacional ha creado nuevas legiones de desocupados en diversos países, otros millones de trabajadores deben trabajar jornadas de 10 o 12 horas para poder llegar a fin de mes. Las formas de precarización del empleo se multiplican, con el “modelo Uber” como una de sus últimas adquisiciones. Se multiplican los foros y seminarios internacionales para discutir cómo responder a las predicciones del reemplazo creciente de asalariados por robots. En vez de permitir pasos hacia la disminución global de la jornada laboral, la introducción de nuevas tecnologías a la producción frecuentemente significa más trabajadores desempleados. En nuestro país, el presidente Mauricio Macri hace discursos

proponiendo que se trabaje “sábado y domingo” y atacando las conquistas laborales vigentes. No hay contraste más grande entre esta política patronal de aumentar los niveles de explotación de la clase trabajadora y el planteo que hacemos para reducir la jornada laboral a seis horas, cinco días a la semana, sin reducción salarial y donde nadie cobre menos de lo que cuesta una canasta familiar. De esta forma podría repartirse el trabajo entre ocupados y desocupados, terminando con los flagelos que son para los trabajadores la precarización, la pobreza y la desocupación. Ante este planteo los capitalistas y sus políticos e intelectuales se apresuran a señalar su carácter presuntamente utópico o “imposible”, pero esto no hace más que poner en evidencia la miseria que el capitalismo tiene para ofrecer, en abierta contradicción con las posibilidades generadas por la técnica. Por eso si la clase trabajadora toma este planteo en sus manos empieza a discutir un horizonte que la lleva más allá de los estrechos marcos de lo que la sociedad capitalista guarda para los miles de millones de explotados en todo el planeta. Este es el carácter que para nosotros tiene levantar hoy audazmente estas demandas. Aumentar las aspiraciones de la clase trabajadora y favorecer el desarrollo de su conciencia de clase para un cuestionamiento consciente del capitalismo y de la lucha por un gobierno de los trabajadores conquistado mediante la movilización revolucionaria de las masas explotadas y oprimidas. A este tema consagramos un dossier especial en este número de Ideas de Izquierda. Pablo Anino aborda en “Para no dejar la vida en el trabajo” la propuesta que está desarrollando el Frente de Izquierda de trabajar 6 horas, como parte de su campaña Nuestras vidas valen más que sus ganancias, que choca de frente con las intenciones del gobierno y los empresarios de imponer mayores ritmos y jornadas más extensas de trabajo, al tiempo que buscan aumentar la edad jubilatoria. En “Trabajar 6 horas, ¿una utopía?”, Esteban Mercatante aborda los mitos y realidades sobre el “fin del trabajo”, así como las tendencias mundiales que muestran que es posible reducir la pesada carga del trabajo, a condición de poner en cuestión los presupuestos de la explotación capitalista. En “La conspiración de los robots” Paula Bach discute cuánto hay de cierto y cuánto de relato –para disciplinar a los trabajadores– en los análisis sobre el salto de la robotización en la producción. También incorporamos en este dossier

una nota de Michel Husson, marxista francés que en el artículo “Reducción del tiempo de trabajo y el desempleo” discute los argumentos con los que los neoliberales quieren mostrar que esto es imposible. Por último, en “La lucha histórica por la reducción de la jornada de laboral”, Lucio Prieto y Rodrigo López recorren las gestas dadas por los trabajadores para limitar el tiempo que diariamente pasan al servicio de los capitalistas. El otro tema que congrega una sección especial de esta revista son los debates al interior del movimiento de mujeres, muchos de los cuales vuelven a abrirse a la luz de nuevos acontecimientos. Así lo atestiguan muchos de los renovados encuentros y desencuentros entre marxismo y feminismo que recorren el artículo de Andrea D’Atri, en polémica con los feminismos populares, o la impotencia del feminismo liberal ante la derecha que toma parte de su discurso, que recorre Celeste Murillo. Algo de esto también se ve en la entrevista con la intelectual estadounidense Nancy Fraser, que presenta un diagnóstico agudo de los desafíos de movimientos sociales como el feminismo y de la izquierda en Estados Unidos. Acompañando estos debates, Ariane Díaz vuelve sobre el clásico de Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, un texto ineludible en cualquier debate sobre la opresión de las mujeres. Sin dudas este 8 de marzo fue un parteaguas en la larga historia de lucha de quienes deben enfrentar día a día el patriarcado, que acompaña al capitalismo como la sombra al cuerpo. Además, en este número, analizamos la situación política nacional que dejó el marzo caliente y el abril disputado entre paro nacional y la movilización del 1A, en “Lo que esconden las calles” de Paula Varela; continuamos el debate sobre las neurociencias a partir de la respuesta de Sebastián Lipina a la reseña crítica a su libro de Juan Duarte; en “Arte y capitalismo: la excepción como norma” Ariane Díaz da cuenta de la obra de Dave Beech y en la sección dedicada al centenario de la Revolución rusa Gastón Gutiérrez polemiza con ensayos publicados en Historical Materialism y las posiciones de Lars T. Lih. En un mundo donde la “madre de todas las bombas” es arrojada como amenaza de destrucción masiva por la principal potencia imperialista, se trata de desarrollar las ideas sobre las que apoyar una práctica que va en una dirección opuesta: la de construir un futuro comunista para la humanidad.


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POLÍTICA

Lo que esconden las calles

Fotografía: Luigi Morris

Quién es el enemigo del macrismo • Esto sí es sinceramiento • Agarrame que lo mato • Conmigo no, Di Tullio • Los peligros de la izquierda • En defensa de la vida. Paula Varela Politóloga, docente de la UBA. Varias conclusiones dejaron el marzo caliente y el abril disputado. La primera es que la oposición al macrismo no tiene cara de kirchnerismo sino de movimiento obrero y movimiento de lucha. Los centenares de miles de personas que poblaron las calles en las protestas de marzo lo hicieron poniendo en evidencia el (comprensible) descontento de masas con el macrismo, pero también el sabor a poco de las direcciones que, supuestamente, deberían tramitar ese descontento. “Poné la fecha” fue la consigna que plasmó esa combinación de deseo y de queja. A tal punto fue así que el paro general tuvo fecha y el 6 de abril fue contundente. De la calle como verdadera oposición al gobierno y de los límites de su potencia tomaron nota el oficialismo y el kirchnerismo. De allí sale la segunda conclusión: la calle adelantó la campaña para las elecciones de octubre e impuso la estrategia electoral (al menos la del primer tramo) al macrismo y al kirchnerismo. Los CEO dejaron de pedir tiempo para el derrame y salieron a fidelizar su base para ver si paraban la caída en las encuestas enarbolando un clásico discurso gorila que disparó contra choripanes, negros, pobres y también contra manifestantes en la Panamericana. Los kirchneristas

se acordaron de la clase obrera y el derecho a huelga, y salieron a defender a los mismos docentes a los que Cristina había designado como el paradigma de la vagancia.

Sinceramiento Atrás quedaron los días del relato del diálogo, del amor, de la alegría. En su reemplazo llegó el “No quiero tibios” de Macri dirigido nada más y nada menos que a Patricia Bullrich que salió corriendo a desalojar la Panamericana. Que este sinceramiento está directamente relacionado con 1 de abril, es un hecho. Que sería un error explicarlo solo como rebote de eso, también. La placita propia alegró corazones y envalentonó a un par porque marcó una diferencia: el pasaje de un partido de gobierno cuya identidad se definía por una viscosa mezcla entre enunciados de autoayuda (el diálogo, la felicidad, la alegría), pedidos de esperanza (segundo semestre, derrame de inversiones, la luz al final del túnel), y la negación al kirchnerismo-peronismo (chorros, corruptos y otros sintagmas para los que los K ayudaron bastante); a una identidad Pro con contornos más definidos por la positiva. Su slogan podría ser “pocos pero buenos”. Apareció más claramente

el proyecto excluyente y, en respuesta al marzo caliente, el fuerte componente anti-obrero y anti-protesta de dicho proyecto: lo que en Vidal fue la descarada política de producción de carneros (primero a través de los “voluntarios” y luego a través del recibo de sueldo), en la placita propia fueron los carteles de “Baradel, dejate de joder”, “basta de piquetes”, “los chicos a la escuela”. Ahora bien, esa positivización del PRO tiene su contradicción de cara a las elecciones: la minoría es intensa, pero minoría. Constituyen alrededor del 30 % de los votos, el 20 % restante que dio lugar al triunfo de 2015 no está tan convencida de lo de “pocos pero buenos” sobre todo porque muchos son parte de los que pararon en las escuelas (según Baradel, el 60 % de la docencia de provincia de Buenos Aires votó a Vidal) y otro tanto son parte de los que pararon el 6 de abril. ¿Por qué Macri se juega, de todos modos, a este giro de discurso excluyente? La respuesta no está en la plaza del 1A. Por un lado (aunque no lo desarrollemos en esta nota) porque, más allá de los relatos, el Plan B de la economía macrista, es decir, el enfriamiento del mercado interno ante la adversidad de la situación internacional para la lluvia de inversiones productivas, tiene,


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hasta ahora, el apoyo de la burguesía. O, para decirlo de otro modo, el núcleo duro de los empresarios que apoyan a Macri (Energía, Agroindustria, Minería y Finanzas) no tiene aún una fracción que se le oponga con claridad (aunque haya algunos indicios de grietas en sectores de la burguesía industrial). En este sentido, el endurecimiento del discurso es un guiño a su propia base, pero no electoral, sino burguesa que tiene buena tasa de rentabilidad sin expansión del mercado interno. Sobre ese núcleo duro hace palanca el macrismo para consolidar un discurso y un programa que unifica al conjunto de la burguesía y que va directo a la relación de fuerzas con los trabajadores y sectores populares: el programa de una mayor flexibilización laboral y de ataque a los sindicatos (bajo el inverosímil discurso de su democratización). El hecho de que el marzo caliente haya sido protagonizado por movilizaciones de trabajadores y por exigencia de paro general, es decir, que haya tenido un fuerte carácter de clase, explica también este giro en la medida en que le permite al gobierno recordar al conjunto de la burguesía un programa que la unifica, incluso al sector que hoy no está entre los ganadores. Pero hay otra razón para la llamada “radicalización” del discurso macrista: la contradicción entre la voluntad de resistencia que los trabajadores y sectores populares mostraron en la calle; y la expresa política del kirchnerismo de no transformar esa fuerza en golpes (destituyentes, si se me permite la expresión) contra el programa de ajuste en regla que el macrismo se propone. Los triunfos que el macrismo logró en los 16 meses de gobierno (tarifazo, la devaluación de la moneda, el aumento del desempleo y la caída del salario real) son avances (parciales pero existentes) en la relación de fuerzas con los trabajadores y los sectores populares. No tener en cuenta estos avances no solo dificulta saber dónde estamos parados sino que le lava la cara al kirchnerismo porque el macrismo solo pudo llevar a cabo estas medidas gracias a la colaboración del FPV y del PJ en tres ámbitos determinantes: el Congreso de la Nación (particularmente en el Senado), las provincias kirchneristas que no se transformaron en “territorios de resistencia” sino que repartieron miseria para guardar y tener; y los sindicatos con los siempre listos “aliados estratégicos” de los K como Pignanelli que ya debe haber descolgado el cuadro de Cristina de su oficina en el SMATA. Gracias a ellos los avances del ajuste M sobre el que se asienta (en parte) la posibilidad de radicalizar el discurso gorila del gobierno, han sido más sencillos de llevar

a cabo. Así que empecemos por sincerar el discurso y cuando hablemos de los kirchneristas pongamos “oposición” entre comillas.

Traidores En una nota reciente, Alejandro Grimson decía que ...las estabilizaciones de planes económicos y políticos similares al actual requieren de derrotas sociales que desmoralicen al activismo, que aíslen a las organizaciones, que erosionen la idea de que existen alternativas1. Y efectivamente tiene razón. El macrismo va por esa derrota para aplicar un ajuste en toda la línea. Avanzó parcialmente, pero se encontró con la pared de una relación de fuerzas heredada no exactamente del kirchnerismo sino de la combinación entre el 2001 y la recomposición social y gremial de la clase obrera post 2003. La expresión de esa pared fue el marzo caliente. Ahora bien, ¿cuáles son las alternativas políticas de los centenares de miles que calentaron marzo? En un programa de televisión post paro general del 6 abril, la diputada Juliana Di Tullio intentó un guiño a la diputada con mandato cumplido Myriam Bregman hablando de “coincidencias filosóficas” entre las fuerzas que ambas representan, el FPV y el FIT. Sin meterse en disquisiciones teóricas, Bregman le recordó a Di Tullio que el FPV votó todas las leyes de ajuste macrista en el Senado de la Nación. Ante la evidencia, Di Tullio se refirió a sus hasta hace meses compañeros de ruta como “traidores”. Detengámonos un minuto en esto: ¿no es con esos “traidores”, como el xenófobo Pichetto, con los que el FPV está discutiendo la unidad del peronismo? ¿No son esos “traidores”, como el amigo de Cristina, Rodríguez Saá, los que van a poblar las listas ya sea de unas PASO del peronismo (si las hay) o de las listas de unidad si negocian con todas las fracciones interesadas? Todo indica que los que hoy son traidores mañana van a ser “los sapos que hay que comerse” en función de “hacerle frente al macrismo”. De ese modo llegamos al oxímoron de que la alternativa “realista” al macrismo venga de la mano de los que apoyaron al macrismo para gobernar. Que eso sea sostenido en el discurso político de los peronistas que transforman a su ala derecha en aliados necesarios cuando el pragmatismo lo requiere, o en traidores despiadados cuando tienen que dirigirse a los que luchan, no sorprende, es parte del ADN del principal partido del orden del país. Pero que eso sea la alternativa política que sectores progresistas

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levantan para miles de luchadores que hoy constituyen, en las calles, en las fábricas, en los barrios o en las facultades, la única oposición al macrismo realmente existente, no se acepta. La principal fuerza política que hoy “erosiona la idea de que existen alternativas” se llama kirchnerismo.

La política y las calles Decir que este contexto significa un desafío para la izquierda, va de suyo. Prefiero señalar los peligros que implica esta coyuntura para una izquierda que tiene fuerte presencia en el país, es decir, para el FIT. El primero es el de respetar la división entre lo sindical y lo político. El peligro de esa división (problema histórico del movimiento obrero y muy debatido en el marxismo) no constituye un problema abstracto o general, constituye un problema político de primer orden que, en esta coyuntura, adquiere características específicas derivadas de la oposición de calles al macrismo. Una de las principales operaciones de la cúpula de la CGT ante la inevitabilidad del paro que le exigieron el 7 de marzo, fue la de disociar el poder de fuego de los trabajadores (paralizar el país) de la posibilidad de que ese poder tenga también palabra política, deliberación, enunciación de qué país queremos cuando decidimos paralizarlo. La negativa a que sea un paro activo no solo en la calle sino en los lugares de trabajo transformándolos en espacios de parlamentos obreros, es la forma en que se dio esa operación. “¿Quieren paro? Tendrán paro, pero no tendrán voz”. De ese modo, la única voz que la cúpula de burócratas de la CGT quiso que se escuchara es la propia a través de la conferencia de prensa cerradita entre cuatro paredes, no vaya a ser que alguien se suba al palco. La CTA no marcó ninguna diferencia al respecto. Se sumó al paro dominguero privando a la clase obrera de hablar. En ese sentido, para los timoratos que criticaron los cortes de la izquierda porque “buscaban la represión” (es increíble cómo el humor social puede influir incluso en aquellos que se dicen anticapitalistas), esos cortes tuvieron un objetivo estratégico, además de visibilizar los sectores antiburocráticos del movimiento obrero. Tuvieron el objetivo de posicionar a fracciones de la clase obrera como sujeto que da batallas políticas a través de acciones sindicales. Y la principal batalla de ese día era resistir la política de Estado del gobierno (y de la burguesía) de terminar con la protesta social como herencia del 2001 (herencia que el kirchnerismo no tuvo otra que aceptar y que trató de limar a través de la institucionalización de la política). »


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POLÍTICA

La resistencia en la Panamericana es la foto de un sector de los trabajadores que reclama ser sujeto no solo de acciones sindicales sino de oposición a políticas de Estado. Pero además es la foto de otra resistencia muy importante: la de la división de la clase obrera entre efectivos y precarios, sindicalizados y privados de todo derecho. Política que tiene, como principales gendarmes, a la propia burocracia sindical. Los piquetes de trabajadores el día del paro fueron una gran batalla política contra lo que Diego Genoud llamó la “batalla cultural que incluye hacer pública y política la humillación que las patronales descargan sobre un laburante en la vida cotidiana de mayorías precarias que no saben lo que es un sindicato”2. Como dijo la Paco Urondo3, fueron los troskos los que defendieron a los laburantes de las mayorías precarias. Pero el combate contra la división entre lo sindical y lo político adquiere más importancia aún si tenemos en cuenta lo que decíamos más arriba: la oposición al macrismo que hoy está en la calle intentará ser capitalizada por un kirchnerismo que no solo no presenta alternativa sino que la erosiona. El coreo de “vamos a volver” desde el palco docente del 6 de marzo fue la muestra de ello. Son los propios kirchneristas (o al menos un sector de ellos) los que “politizan” la resistencia social que hoy se está dando en el terreno sindical. Ante eso: ¿Qué hacer? Primero que nada dejar en claro que el problema no es que se politice lo sindical (¡todo lo contrario!), sino que de la mano del kirchnerismo se politiza hacia la derrota. Los que somos de izquierda y, particularmente, los dirigentes y referentes sindicales del FIT, tenemos que utilizar todos los palcos y todas las elecciones sindicales para plantear, desde allí, nuestro programa y nuestra estrategia política. En un contexto en que la campaña electoral ya se largó eso implica, también, que el FIT y sus candidatos se presente como alternativa política ante el rejunte de sapos que va a ofrecer el kirchnerismo. No hacerlo bajo la excusa de que “este es el momento de la lucha” y “octubre será el de las elecciones” es, francamente, trabajar para el kirchnerismo. Transformar la “independencia política” que históricamente levantó la izquierda (como modo de defender el carácter de clase de las organizaciones obreras contra

su subordinación a partidos y proyectos de estrategia burguesa), en “abstencionismo” respecto de qué proyecto político se defiende, es legitimar la ausencia de alternativa ante los trabajadores. Nuestra independencia política no es de todo partido (interpretación propia de las corrientes sindicalistas), es de los partidos que defienden el régimen al que nosotros nos oponemos. Por supuesto que politizar las acciones sindicales no significa pedirle carnet de afiliación a todos aquellos que tengan simpatía sindical por la izquierda (por luchadores, por democráticos, por combativos, por honestos). Significa sí, ofrecerle a aquellos de los que hemos ganado la confianza por nuestra inserción en las fábricas, las escuelas, los subtes, las oficinas estatales, las telefónicas, la posibilidad de que su sensibilidad de clase no quede encorsetada en esos lugares de trabajo y pueda tener una expresión política que, en octubre, será bajo la forma de elecciones, pero que queremos que sea, más allá de octubre, bajo la forma de militancia anticapitalista, de militancia por un gobierno de trabajadores.

¿Qué hacer? Surge así un segundo peligro político en la actual coyuntura: el de quedarse corto. El FIT ha logrado, en el transcurso de estos 6 años desde su formación, adquirir una identidad definida: la de ser el frente que está con los trabajadores y los luchadores. Y eso no es poca cosa. En un mundo que niega a la clase obrera o que la recuerda solo para denostar su accionar; en un panorama internacional en el que cuando un candidato obrero como Poutou (del NPA en Francia) enfrenta a Marine Le Pen con argumentos de clase es noticia en todos los diarios por la “osadía” de semejante acción política; que en Argentina un frente electoral sea reconocido como aquel que defiende a lo precarios, a los que paran, a los que combaten, es una gran conquista que no proviene del nombre, sino de la presencia de los diputados en cada lucha, de la utilización de las bancas para denunciar cómo opera “la junta de administración de la burguesía”, de la denuncia contra la casta política como consigna que no pedaleaba en el vacío sino que se encadenaba a la puesta del cuerpo “en la Panamericana”. Ahora bien, lo que es una gran conquista puede tener sabor

a poco si nos quedamos ahí. En un contexto en el que la disputa de proyectos políticos está enunciada de forma abierta, el Frente de Izquierda no puede conformarse con ser solo el frente de los trabajadores y los luchadores. Tiene que poder mostrar algo más: que es un frente de partidos que proponen un cambio social profundo. Que proponen, a contramano de la idea de “resistencia” o de esperar para “volver” (retorno imposible dado que no hay condiciones para un reformismo ni siquiera de tipo tibio como el kirchnerismo), una sociedad en la que la expectativa de vivir mejor (que se cuantifica en bienes como la casa, el auto, el colegio de los chicos, etc.) no tenga, como moneda de cambio, dejar la vida en ello (con las horas extras, las jornadas extenuantes, la aceptación de la precarización). Vivir mejor sí, dejar la vida en ello, no. Nuestra vida vale más que sus ganancias, expresa en forma sencilla ese horizonte. La reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo con salarios igual a la canasta familiar (a lo que dedicamos varias notas en esta revista), pretenden mostrar, de forma tangible, que el problema no es la “cantidad de trabajo que hay para hacer”, sino “la cantidad de ganancias que ellos que quieren obtener”. El FIT tiene que discutir las formas y las consignas de presentar ese horizonte anticapitalista a los trabajadores como modo de establecerse como una alternativa política a la de “pocos pero buenos” del macrismo y también a la nostalgia inviable del kirchnerismo. En algún sentido, el FIT tiene que dirigirse a su propia base para poder afirmar y convencer a nuevos sectores que, para defender a los trabajadores (de un ataque que no es más brutal aún pero que hacia allí quiere dirigirse) hay que correr el arco de expectativas y empezar a pensar a afectar las ganancias de quienes impiden que vivamos mejor. Las páginas de esta revista están abiertas para ese debate.

1. Véase “Ajuste político y batalla cultural”, en revistaanfibia.com. 2. Véase, “Paro general, incertidumbre colectiva”, en lavanguardiadigital.com.ar. 3. Véase, “Gracias, Troskos”, en agenciapacourondo.com.ar.


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PARA no dejar la vida en el trabajo PABLO ANINO Economista, redacción La Izquierda Diario.

El paro nacional del 6 de abril fue la expresión de la bronca contra el ajuste del Gobierno. El salario real cayó en promedio 6,5 % en 2016, aunque este porcentaje no permite mensurar cabalmente el deterioro generado por la política de Cambiemos (ver Mercatante, “Lo que no muestran los promedios”, La Izquierda Diario, 3/3/2017). El 50 % de los asalariados tenía ingresos menores a $ 8.000 en el tercer trimestre de 2016 cuando la canasta familiar superaba en ese momento los $ 20.000 (actualmente en alrededor de $ 23.000). Desde la asunción de Cambiemos se estiman que los despidos son al menos 200 mil. La desocupación, que alcanza a casi 1,5 millón de trabajadores, se instala como amenaza para mantener a raya a los ocupados. El macrismo intenta cambiar de manera permanente las condiciones de trabajo con el ataque a las conquistas establecidas en los convenios colectivos, siguiendo el modelo de mayor flexibilización de Vaca Muerta. Las propuestas que está desarrollando el PTS en el Frente de Izquierda sobre el reparto de las horas de trabajo y la disminución de la jornada laboral están estrechamente vinculadas a dar una respuesta anti capitalista a esta situación de crisis.

Trabajar todos En Argentina existen más de 19 millones de trabajadores activos, entre los cuales casi 1,5 millones son desocupados. La precarización abarca a unos 8,6 millones de trabajadores considerando a los que no están registrados (“en negro”), trabajadoras y trabajadores en casas particulares, monotributistas1 y monotributistas sociales. Pero esta cifra de precarizados se queda corta debido a que entre los trabajadores registrados, tanto del ámbito privado como en el estatal, la falta de estabilidad laboral adquiere una dimensión, muy relevante, aunque difícil de precisar. En el sector privado es generalizada la contratación por agencia y la tercerización del mantenimiento o la limpieza. Los trabajadores bajo estas modalidades contractuales en las estadísticas aparecen como registrados, pero son a la vez precarizados dado que no cuentan con estabilidad laboral ni los mismos derechos que la planta estable. En los organismos públicos, como el Ministerio de Hacienda donde la falta de estabilidad laboral afecta al 75 % de la planta, la precarización es extendida, lo mismo que la tercerización de tareas a través de empresas contratistas. Esta situación de vulnerabilidad es la que facilita

en muchos casos el despido debido a que las patronales eluden pagar indemnizaciones. Es lo que ocurrió con los 11 mil despidos de la administración pública nacional que el macrismo explicó bajo el simple argumento de que había concluido su contratación. El planteo del reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles apunta a que nadie se quede sin empleo. No se puede aceptar la generación de un ejército de desocupados crónicos e indigentes, una suerte de amenaza latente que las empresas utilizan como extorsión para que los que tienen empleo acepten rebajas salariales, jornadas extenuantes, mayor intensidad en el ritmo de producción u otros cambios regresivos en las condiciones laborales. Mucho menos cuando los despidos empiezan a ser parte del paisaje habitual. Los casos más resonantes fueron Banghó, Alpargatas, Textil Neuquén, Atanor, entre otros. No es casual que muchas de las empresas que cierran o despiden corresponden a ramas, como las electrónicas o textiles, donde el Gobierno quiere imponer la reconversión productiva y la apertura a importaciones para que el país sea, supuestamente, competitivo. Además, son numerosísimos los ejemplos de empresas que siguen en actividad donde los »


LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

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Composición de la clase obrera activa

Desocupados 1.494.000

Trabajadores no registrados 6.138.000

Monotributistas sociales 380.613 Trabajadoras y trabajadores en casas particulares 458.064

Asalariados del sector privado registrados 6.202.917

No dejar la vida en el trabajo Asalariados del sector público registrados 3.153.561

Monotributistas 1.337.746

Fuente: elaboración propia utilizando datos del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social e Indec.

despidos y suspensiones son seguidos de la imposición de mayor productividad a cuenta del físico de los trabajadores que se mantienen dentro del proceso productivo. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Volkswagen de la localidad de General Pacheco donde la suspensión de un sector de los obreros fue seguida de mayor intensidad laboral para los trabajadores que siguen trabajando. En el caso de AGR Clarín la Comisión Interna del taller gráfico denuncia que los despidos tienen el objetivo de incorporar nuevos trabajadores precarizados, sin derechos ni organización gremial. A nivel general de la economía el reparto de las horas de trabajo y la reducción de la jornada laboral a seis horas diarias, con cinco días laborales a la semana, es decir treinta horas semanales, permitiría absorber a todas las trabajadoras y trabajadores desocupados que buscan un empleo. No solo eso. Incluso se podrían incorporar en buen número todos aquellos que, desalentados por la recesión, dejaron de buscar trabajo. Esta iniciativa va indisolublemente ligada a otras exigencias: que no haya reducción salarial, que nadie gane menos que lo que cuesta la canasta familiar, la obligatoriedad de registración de los trabajadores, la estabilidad laboral con la incorporación a la planta permanente bajo el convenio más favorable de cada rama y que no se impongan mayores ritmos de producción. Bajo estos requisitos, la reducción de la jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo exigen, no solo, obviamente, una lucha organizada de la clase trabajadora, sino que su conquista total o parcial, hará necesario un control de los trabajadores en los lugares de trabajo para evitar las previsibles maniobras patronales. Las patronales pondrán el grito en el cielo diciendo que no es posible el reparto de las horas de trabajo. En los casos cuando esto se plantee los trabajadores deberían pedir que abran todos sus registros contables y si los “números no dan”, lo cual generalmente es consecuencia de un vaciamiento previo, los trabajadores están en condiciones de asumir la gestión de la producción. En

apropia alargando el trabajo y pagando salarios de miseria; materializar el reparto de las horas de trabajo para trabajar 6 horas, 5 días a la semana, requeriría impugnar desde la base el sistema capitalista, imponiendo un gobierno de los trabajadores y el pueblo de ruptura con el capitalismo, mediante la movilización de los explotados y los oprimidos.

Argentina hay varios ejemplos, como la emblemática Fasinpat (ex Zanon), MadyGraf (ex Donnelley) o el Hotel Bauen. El reparto adquiere toda su potencia como planteo anticapitalista cuando se extiende al conjunto del aparato productivo, lo cual trae a primer plano el problema de la planificación racional de las principales ramas de la economía. Es cierto que una medida de este estilo, sencilla desde el punto de vista de su posibilidad de realización técnica, y necesaria socialmente para evitar la degradación de la vida que ya se está sufriendo con el 1,5 millón de nuevos de pobres y 600 mil indigentes que generaron las políticas del Gobierno, choca de frente con las necesidades de valorización del capital, en tanto ataca directamente la ganancia empresaria. La población con ingresos tuvo una percepción promedio de $ 11.7122 en el cuarto trimestre de 2016, lo cual equivale para el total de 17,6 millones de trabajadores ocupados (los desocupados no obtienen ingresos, al menos no directamente del salario) una masa salarial anual de $ 2,7 billones (millones de millones). Si se impusiera el reparto de las horas de trabajo, absorbiendo al 1,5 millón de desocupados, cobrando de mínima el costo de la canasta familiar ($ 21.746 a diciembre de 2016; en $ 23.000 en marzo de 2017), la masa salarial se incrementaría hasta $ 5,5 billones3. Es decir, ¡aumentaría 101 %! Este incremento de la masa salarial llevaría a que los salarios pasaran de representar el 33,8 % del Producto Interno Bruto (PIB) de 2016 a incrementar su participación hasta el 68,1 %. ¿Cómo se logra esto? Avanzando sobre la porción de la torta que se llevan los empresarios, la cual se reduciría en sentido inverso al aumento de la masa salarial. Es de notar que si el reparto de las horas de trabajo con un salario de mínima igual a la canasta familiar no “consume” todo el PIB, sino el 68,1 %, es porque hay recursos suficientes para llevarla adelante. Esto no significa, por supuesto, que la clase capitalista vaya a resignar alegremente todo el plustrabajo que se

El economista Adam Smith, contemporáneo de la revolución industrial de la segunda parte del Siglo XVIII, planteaba que la división social del trabajo conducía al bienestar general de la sociedad a través de la “mano invisible” del mercado auto regulado. Es que se logran enormes ganancias de productividad debido a la especialización de los obreros, la reducción de los tiempos muertos que existen en el paso de una tarea a otra y, por último, pero más importante aún, la aplicación de la máquina al proceso productivo que permite reducir exponencialmente el tiempo de producción. Si bien es innegable que la división social del trabajo trae aparejadas enormes ganancias en la productividad no es cierto que la “mano invisible” conduzca al bienestar general. A lo largo de su historia la clase obrera conquistó la reducción progresiva de la jornada laboral hasta las actuales ocho horas diarias que rigen legalmente en la mayoría de los países, pero no fue una concesión alegre de los capitalistas o producto de la “mano invisible” del mercado, sino un logro arrancado con luchas duras y sangre derramada. En nuestro país las ocho horas tienen vigencia legal desde el año 1929 a través de la Ley 11.544. A pesar de los enormes cambios tecnológicos y la disminución de los tiempos de producción ¡Hace casi un siglo que no se modifica el parámetro de las 8 horas! Incluso, como se puede observar fácilmente en la vida cotidiana, los empresarios ponen toda su inventiva al servicio de desdibujar hasta hacer casi irreconocible en la vida real esa conquista legal. Datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)4 para 2009 y 2010 muestran que en Argentina se trabajaba un promedio de 39,7 horas semanales. Pero en muchas ramas productivas el número de horas semanales era mayor: en las minas y canteras se trabajaba 57,6 horas semanales; en el transporte 51,7; en el comercio 46,7; en la industria manufacturera 43,8; en la provisión de servicios de electricidad, gas y agua 43,4; en la construcción 42,2. El promedio general está afectado hacia la baja por menos horas en el trabajo doméstico y en la educación, donde las horas de trabajo de planificación de las clases y la corrección de trabajos no entra en las estadísticas. Veamos algunos casos concretos. En Rosario, los metalúrgicos trabajan jornadas de hasta doce horas de lunes a sábados con turnos rotativos y salarios que difícilmente superen los $ 10.000. En la fábrica alimenticia Kraft Mondelez de General Pacheco se trabaja cuarenta y ocho horas a la semana. En el turno


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noche pisan la fábrica todos los días debido a que ingresan a trabajar el domingo a las veintidós horas y concluyen la semana a las seis de la mañana del sábado siguiente. En Fate la patronal propone pasar de los 4 turnos actuales a 3 turnos, un sistema que implicaría más horas mensuales y un franco menos. Eso sí, ofrece el domingo para pasar con las familias, algo que debería ser lo normal. Ni que decir las extenuantes jornadas que sufren las trabajadoras y trabajadores de comercio. En subterráneo de Buenos Aires la conquista de las seis horas fue producto de una larga lucha que concluyó con un paro de cuatro días en 2004. Pero la empresa intenta vulnerar en todo momento esa conquista con la incorporación de tercerizados que trabajan más horas. También hay ejemplos en sentido contrario. En algunas ramas productivas que cuentan con tecnología de avanzada las empresas pueden plantear la reducción de la jornada laboral: en 2015 en dos plantas de Volkswagen de Córdoba se implementó la reducción de las jornadas a 6 horas 18 minutos, pero en paralelo se eliminaron el derecho al almuerzo y los descansos durante la jornada laboral a la vez que se incrementó la producción de convenio un 20 %, aumentando la carga de trabajo y el esfuerzo por operario. El resultado ¡mayor fatiga laboral sobre el cuerpo de los trabajadores! En los “call center” miles de jóvenes trabajan en muchos casos seis horas, pero se ven sometidos a ritmos estresantes casi sin descansos. Los últimos datos registrados por el Indec, correspondientes al cuarto trimestre de 2016, exhiben que el 28 % de los asalariados trabajaban más de 45 horas por semana. Esa sobrecarga de trabajo se da en paralelo que el 32,2 % de los asalariados trabajaban menos de 34 horas semanales. Muchos de ellos seguramente estarán entre el 7,2 % de la Población Económicamente Activa (PEA) que se considera subocupada en tanto tiene un empleo por menos tiempo del que desea y, seguramente, salarios que no le permiten llegar a fin de mes. Por último, el 36,3 % se encuentra en un estrato intermedio trabajando entre 35 y 45 horas semanales. Es una tendencia profunda del capitalismo actual imponer a amplios sectores de la clase obrera distintos grados de marginalidad: desde la precarización, la subocupación o el empleo

no registrado (en “negro”) hasta directamente la desocupación. En simultáneo, otro sector está sometido a jornadas y ritmos extenuantes. Y todos sometidos a la misma miseria de la vida. En 2014, siguiendo los datos de la OIT, en Argentina se trabajó 39 horas semanales. A pesar de que desde Cambiemos se hace campaña diciendo que se “trabaja poco”, e incluso que Mauricio Macri, quien se la pasa de vacaciones, dijo que hay que trabajar los sábados y los domingos, algo que como vimos, ya hacen amplios sectores de trabajadores, en los países centrales cada trabajador realiza menos horas anuales que en Argentina: en Holanda 32; Nueva Zelanda 33; en Noruega 34; Alemania 35 horas; en Dinamarca 35; en Francia 36; Italia 36; en Reino Unido 36; en España 37. Mientras que en Estados Unidos y Japón se trabaja un promedio de 39 horas semanales, igual que en Argentina. Pero no hay nada objetivamente inevitable para que las jornadas sean más largas en los países atrasados como el nuestro. Ni que hablar de cómo podría reducirse el tiempo de trabajo en todo el mundo si la técnica más desarrollada de estos países estuviera en manos de la clase trabajadora, avanzando hacia una integración socialista mediante el desarrollo internacional de la revolución. La mayor carga laboral lo que pone en evidencia es que la burguesía argentina (y la extranjera que se valoriza en el país, como en el resto de América latina) busca permanentemente descargar su propio atraso como clase capitalista sobre las espaldas de los trabajadores: quieren compensar la escasez de inversiones en tecnología alargando la jornada laboral, aumentando los ritmos de trabajo y pagando menos salario: entre 2003 y 2014 el crecimiento la productividad industrial, medida en volumen de producción por hora trabajada, aumentó 68 %, según datos del Indec. Siendo que la inversión fue escasa para sostener el crecimiento económico ¿Cómo se logró ese “milagro”? Con mayor explotación de la fuerza de trabajo. En los Grundisse Marx explicaba que: La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ferrocarriles, electric telegraphs, selfacting mules, etc. Son éstos, productos de la industria humana: material natural,

(en billones de pesos. diciembre de 2016)

Comprende 17,6 millones de ocupados con un salario promedio de $11,712

2,7

Masa salarial con reparto de las horas de trabajo 0,0

2,0

4,0

5,4

Comprende 19,1 millones de ocupados con un salario promedio de $21,746

6,0

8,0

Fuente: elaboración propia en base a datos del Minisyterio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social e Indec.

transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza o de su actuación en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no solo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real5.

La tendencia histórica es al aumento de la productividad6 gracias a la maquinización, y más recientemente al enorme desarrollo tecnológico: cada vez se produce más en menos tiempo. Pero las maquinarias, esos productos de la industria humana al decir de Marx, se le vuelven totalmente alienantes a la clase obrera, que es la productora de toda la riqueza. Precisamente, los empresarios buscan absorber hasta el último minuto de las vidas obreras librando una batalla cotidiana a muerte por los tiempos de trabajo para incrementar sus ganancias gracias a la capacidad productora de todos los bienes y servicios que tiene la clase obrera. Bajo el capitalismo, la reducción incesante del tiempo de trabajo socialmente necesario para producir las mercancías en lugar de liberar de tiempo de trabajo conducen, por el contrario, a un aceitado sistema que presiona sin pausa para que los trabajadores estén cada vez más horas y con mayores ritmos sujetos a la disciplina patronal. Hay que decir basta. 1. Entre los monotributistas seguramente un número muy importante sean trabajadores por cuenta propia, profesionales o pequeños comerciantes. 2. La percepción promedio de la población con ingresos (según la Encuesta Permanente de Hogares-EPH) en el tercer trimestre de 2016 fue actualizada por el Índice de Precios al Consumidor (IPC) del Indec. Es necesario destacar que considerar ese promedio implica sobreestimar en alguna proporción los ingresos de trabajadoras y trabajadores, en tanto que el registro de la EPH en su escala superior captó ingresos hasta $ 274 mil mensuales en el tercer trimestre de 2016, los cuales seguramente no comprenden a asalariados, sino a las funciones de mando del capital. 3. Incluso, el incremento de la masa salarial podría ser mayor. Hacia diciembre de 2016 existían entre un 10 % y 20 % de los trabajadores captados por la EPH con salarios mayores a la canasta familiar.

Efecto del reparto de las horas de trabajo

Masa salarial en la situación actual

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10,0

4. Hay que alertar que probablemente los números de la OIT no estén abstraídos de la manipulación estadística durante la gestión de los gobiernos kirchneristas. 5. Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 18571858, volumen 2, México, Siglo XXI, 1972, p. 230. Los términos en inglés son del original. 6. Esta tendencia, claro está, no está abstraída de crisis de diversa magnitud, como la actual crisis mundial, que iniciada en 2007, llevó a muchos economistas del establishment a caracterizar que la economía está inmersa en un estancamiento secular a causa del débil avance de la productividad.


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Trabajar 6 horas ¿una utopía? ESTEBAN MERCATANTE Comité de redacción. Los avances de la robotización y la inteligencia artificial dieron nuevo vigor al planteo del “fin de trabajo” en los últimos años. Casi todas las semanas vemos en los medios notas sobre los millones (o hasta decenas de millones) de empleos que desaparecerán en los próximos años como consecuencia de su avance. Por eso, si bien los fantasmas sobre el fin del trabajo vienen desde antes –en 1995 salió el libro de Jeremy Rifkin El fin del trabajo y ya en los años ‘80 el teórico crítico André Gorz señaló las mutaciones en el

mundo de la producción que ponían en crisis el rol del trabajo– ahora se ha vuelto una perspectiva más cercana, o al menos así lo parecería según los pronósticos más alarmistas. El año pasado, el Foro Económico Mundial que se reúne todos los eneros en Davos presentó estimaciones que proyectan una caída dramática de la cantidad de asalariados por introducción de nuevas tecnologías. Todos estos estudios tienen mucho de alarmista; como muestra Paula Bach en este dossier, la amenaza de la robotización resulta exagerada a la luz de las tendencias actuales de la

acumulación de capital. Similares conclusiones expone Michel Husson en “El gran bluff de la robotización”. Sin embargo, por otra parte, la crisis mundial desatada por la quiebra de Lehman Brothers, que tuvo sus efectos más perdurables en las economías más ricas de Europa y los EE. UU., complicó aún más el panorama del empleo. Aún en EE. UU., el país imperialista en el que el empleo se recuperó más desde el crack de 2008, los trabajos creados son mayormente en los servicios y el comercio mal remunerados. En este contexto, poner en discusión la reducción de la jornada de trabajo a 6 horas, parecería más que razonable. Si es cierto que disminuye el volumen de trabajo a realizar, tanto por factores estructurales de largo plazo –porque la automatización creciente de los procesos productivos hace que se pueda producir lo mismo con menos tiempo de trabajo humano– como por razones más coyunturales pero igual de poderosas –el crecimiento débil que parecería haber llegado para quedarse en las economías más ricas– ¿por qué no repartir el trabajo social entre todas las manos disponibles?

A contramano del “fin del trabajo”

Ilustración: Juan Atacho

Un planteo como este no es del agrado del ejército de especialistas abocados a la “modernización” de las relaciones laborales para favorecer las ganancias empresarias. Su rechazo es lógico: la cuestión del tiempo de trabajo en la sociedad capitalista no es algo que pueda ser tomado a la ligera. Por mucho empeño que la economía mainstream haya puesto en los últimos 150 años en tratar de refutar a Karl Marx y a economistas clásicos como David Ricardo y Adam Smith que reconocían en el trabajo la fuente única del valor –y por lo tanto de la ganancia– a la hora de la verdad los dueños de los medios de producción y sus gerentes saben que cada segundo cuenta. Obtener más trabajo por el salario que se paga es una de las claves para incrementar la tasa de rentabilidad. No sorprende entonces que a pesar de las posibilidades técnicas planteadas por el incremento de la productividad, en el siglo XXI se trabaje tanto –o más– que en el siglo XX. Por tomar un ejemplo, en los EE. UU. la productividad se


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duplicó entre 1979 y 2016 según el U.S. Bureau of Labor Statistics (y se triplicó desde 1957). Sin embargo, si al comienzo de este período las horas trabajadas a la semana en la ocupación principal en los EE. UU. eran de 37,8, en 2016 fueron de 38,6. Se trabaja más, y no menos, que hace 40 años. La situación no es muy distinta en otros países imperialistas. En Francia, que en el 2000 introdujo la semana corta de 35 horas laborales, estas ya casi no se aplican, entre horas extras y días de vacaciones. El ataque comenzó tempranamente, en 2003 con la ley Fillon (por el entonces ministro François Fillon, hoy candidato de la derecha para las elecciones presidenciales), que cambió las horas extraordinarias aceptadas desde 130 a 200 al año, y mantuvo la posibilidad de que las empresas impongan horas extras. En 2015-2016 la ley Macron (también ahora candidato “independiente” para estas elecciones) estableció la obligación de trabajar el domingo en el comercio, igualó el trabajo nocturno con el trabajo por la tarde y extendió el tiempo de la jornada laboral hasta 12 horas diarias y 60 semanales. La decisión posterior del Senado para reintroducir las 39 horas en lugar de 35, fue un paso más en el camino de avalar la eliminación de todas las barreras legales a la libertad de los empresarios para explotar el trabajo. Según Eurostat en Francia trabajan 40,5 horas a la semana. El hoy alicaído candidato Fillon quiere pasar a 39 horas semanales, pero pagar solo 37, “para ganar competitividad” (planteo que parece salido de la boca de algún CEOcrata argentino). En Alemania, apelando al chantaje de la deslocalización del trabajo hacia el Este, Siemens impuso en abril de 2004 a los trabajadores de la fábrica en Bocholt un acuerdo que se consideró “una ruptura de época en la historia económica de la República Federal”: el regreso de 35 a 40 horas sin ningún tipo de aumento de los salarios. En el mismo año Opel obligó a los trabajadores y al sindicato a acordar una semana de trabajo de 47 horas a cambio de una promesa –incumplida– de no despedir. Las estadísticas hablan por sí solas: en Alemania la proporción de trabajadores de sexo masculino que trabajan entre 35 y 39 horas ha caído de 55 % en 1995 al 24,5 % en 2015; la proporción de los que trabajan 40

horas o más aumentó en el mismo período del 41 % a 64 %. Tomando el total de trabajadores, hombres y mujeres, el primer rango cayó de 45 % a 20,8 %, mientras el segundo ascendió de 32,7 % a 46 %.

Cambiar… para peor Sin embargo, las relaciones laborales actuales no se ajustan a las necesidades de las empresas que apuntan hacia una mayor flexibilidad, entendida esta siempre como menos derechos para los trabajadores y menos obligaciones para los empleadores. Hoy, una de las principales impugnaciones a la tradicional jornada de 8 horas viene por parte de las propias empresas. Y no precisamente porque busquen liberar a los asalariados de la pesada carga del trabajo. Más aún, es la propia relación salarial lo que se reformula: empresas como Uber construyen grandes emporios contando con una plantilla laboral mínima, mientras el servicio que define a la empresa es llevado a cabo por trabajadores “independientes”. Esto, que ha dado en llamarse la “economía gig”, viene acompañado de nuevas técnicas de persuasión o coerción para arrancar más trabajo de estos trabajadores independientes. “Les mostramos a los conductores áreas de alta demanda o los incentivamos para que conduzcan más”, admite un portavoz de Uber1. En el caso de Amazon, una investigación de la BBC mostró que los conductores encargados de su reparto, en Gran Bretaña, estaban forzados a trabajar 11 horas o más, e incluso hacer sus necesidades dentro de sus vehículos para poder cumplir con las exigentes metas de entregas de la compañía, que podían llegar hasta 200 paquetes diarios. Incluso así, a pesar de lograrlo, en muchos casos apenas cubrían el equivalente a un salario mínimo, ya que debían hacerse cargo de los costos de alquiler del vehículo (o mantenimiento si era propio) y seguro2. Sí, es la misma Amazon que inauguró un local sin cajeros en Seattle, mostrando acá un rostro bastante menos amable y vanguardista: el de la economía “gig” como un salto más en la extensión del “precariado”. ¿Qué tienen en común un caso y el otro, y los de muchísimas empresas similares en todo el mundo? Que sus “colaboradores” son

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contratistas independientes, que carecen por tanto de la mayoría de las protecciones asociadas con el empleo. Hay también otras propuestas de cambios en la jornada. Carlos Slim, el magnate mexicano de las telecomunicaciones, ha planteado que su método para “repartir” el trabajo: jornadas de 3 días a la semana… ¡11 horas por día! A cambio, “la gente se jubilaría a los 75”. Trabajar menos días, aunque en jornadas interminables… y por mucho más tiempo de la vida. Una propuesta que, al menos en este último aspecto, puede resultar del agrado del gobierno de Macri, que tiene en carpeta el aumento de la edad jubilatoria, plan que empezará –de lograr sus objetivos– por igualar la edad de retiro de los hombres y las mujeres, extendiendo la de estas últimas a 65 años.

Sean felices y produzcan más Por si hicieran falta más indicadores de que algo está pasando –y algo tiene que cambiar– con la duración de la jornada de trabajo, está el hecho de que hay varios casos de empresas que han comenzado a acortar la jornada, a pesar de que cada minuto de trabajo que sacrifican es un “costo de oportunidad” para los empresarios. Lo hacen, obviamente, no por ninguna vocación caritativa sino apuntando a lograr a cambio mayor productividad durante el tiempo que sus empleados están en el trabajo. Suecia puso a prueba una iniciativa en el sector público de la asistencia a los ancianos donde se redujo la jornada a 30 horas semanales (6 horas diarias). Según la evaluación realizada las enfermeras se declaraban más felices, mejor remuneradas (es como si la hora de trabajo se pagara un 33 % más) y su productividad aumentó. Aunque su trabajo le costó más caro a la administración de las empresas, y esto terminó determinando a comienzos de este año el abandono de esta experiencia, el cuidado de los pacientes mejoró ya que las enfermeras se cansaban menos. La posibilidad de ganar en productividad es lo que impulsa a muchas empresas a experimentar también con la reducción de la jornada de trabajo, aunque se trata de experimentos limitados. Toyota (en su filial sueca) es una de las firmas que lo ha hecho, así como varias firmas del sector tecnología. En la mayoría de los »


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casos, siguiendo con la tendencia que analizamos en los apartados previos, la contracara de la reducción del tiempo pasado en la oficina es el aprovechamiento de la mayor conectividad para hacer que los empleados sigan realizando tareas fuera del horario de trabajo. Estas experiencias, aunque aisladas y sin marcar como vimos ninguna tendencia hacia la reducción de las horas trabajadas, desmienten la idea de que sea imposible avanzar hacia la reducción de la jornada. Muestran también que si del capital depende, esto solo podría ocurrir a cambio de mayor productividad (intensidad del trabajo) y sin que permita –al menos no del todo– que los que quedan desempleados puedan volver a obtener un trabajo, ya que cualquier reducción del tiempo de trabajo buscarán compensarla con mayor productividad (aunque las 35 horas en Francia generaron un aumento del empleo como consecuencia de la reducción de la jornada). Que sea de otra forma, es decir, que la reducción de la jornada vaya acompañada de un reparto de las horas de trabajo para asegurar que todos los que están en condiciones de trabajar puedan hacerlo ganando un salario acorde a la canasta familiar o superior, implica en cambio afectar la ganancia para asegurar el empleo.

Derecho contra derecho En 1930, a un año de iniciada la Gran Depresión, el Lord John Maynard Keynes publicó “Las perspectivas económicas para nuestros nietos”, un texto en el que a pesar del penoso presente, se mostraba confiado sobre las perspectivas futuras que ofrecería en el futuro el desarrollo de la productividad. “Podría predecir que el nivel de vida en los países avanzados dentro de cien años será entre cuatro y ocho veces más alto de lo que es hoy”. Considerando esta perspectiva, confiaba en que “turnos de tres horas o semanas laborales de quince horas” serían más que suficientes para satisfacer las necesidades económicas. Como ya hemos visto, el aumento de la productividad le dio la razón a la previsión de Keynes en la mayor parte de los países ricos, pero no ocurrió lo mismo con las horas trabajadas. Las posibilidades creadas por el desarrollo de la técnica, en manos del capital, se convierten en una pesadilla para los trabajadores. El auge de las comunicaciones y el abaratamiento de los costos de transporte de las últimas décadas no redujeron las horas de trabajo en los países industrializados, sino que disminuyeron la cantidad de trabajadores ocupados; en parte por la automatización de tareas en las actividades productivas que se siguen haciendo en las economías ricas, y en parte porque los empleos se relocalizaron en los países donde la fuerza de trabajo es más barata y donde se la puede hacer

trabajar también más horas. La subsecuente degradación en las condiciones de empleo operó aún más en favor del capital, que ha podido imponer en todo el mundo un “arbitraje laboral”, haciendo que los trabajadores de los distintos países compitan cediendo en condiciones de trabajo y remuneración para asegurar el empleo, en una verdadera “carrera hacia el abismo”3. Las fuerzas productivas hoy disponibles permitirían ampliamente ofrecer a toda la humanidad el acceso a los bienes y servicios fundamentales, al mismo tiempo que reducir para miles de millones de hombres y mujeres la carga del trabajo. Pero esto choca con las relaciones de producción capitalistas que dependen de la explotación de la fuerza de trabajo, arrancándole plustrabajo, para asegurar la ganancia que es el motor de esta sociedad. Plantear la reducción de la jornada de trabajo mediante el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles, sin afectar el salario (garantizando para todos los ocupados un ingreso acorde a la canasta familiar), apunta a poner sobre el tapete que de ningún modo la única respuesta ante una crisis del empleo, que adopta diversas formas según los países, pasa por flexibilizar las condiciones de trabajo y bajar los salarios, que son las recetas que prescriben los “expertos” al servicio del empresariado. Respuesta que, además, nunca ha servido para que crezca significativamente el empleo (ni siquiera en muchos casos para que deje de caer); lo que logra es solamente degradar la calidad de los empleos existentes. Tampoco pasa, como ha sido propuesto bajo diversas modalidades, por ilusionarse con la posibilidad de que el Estado asegure un ingreso universal tanto para los empleados como para los que no lo están. Se trata de poner en cuestión cómo se produce y cómo se reparten los frutos de esa producción. Llevar adelante esta exigencia, significaría además, poner en cuestión la naturalidad del “ejército industrial de reserva”, término con el que Marx caracteriza el rol que juega la fuerza de trabajo desempleada o semiempleada; su existencia es la que permite que los mecanismos de mercado operen en lo que respecta a los salarios de forma favorable al capital, limitando el crecimiento de los salarios en los momentos de auge y facilitando el descenso de los mismos en tiempos de crisis. Si están creadas las condiciones para que todos trabajemos menos horas, pero en manos del capital y para asegurar una ganancia, esto significa que algunos deben seguir trabajando tantas horas como hace décadas –o incluso más– mientras una parte creciente de la población es transformada en “población obrera sobrante”, entonces lo que debe ser cuestionado es ese monopolio privado sobre los medios de producción, que choca cada vez más duramente con las necesidades

de una mayoría. Vale recordar lo que a este respecto planteaba León Trotsky en El programa de transición: Los propietarios y sus abogados demostrarán “la imposibilidad de realizar” estas reivindicaciones [de escala móvil de salarios y escala móvil de las horas de trabajo; NdR]. Los capitalistas de menor cuantía, sobre todo aquellos que marchan a la ruina, invocarán además sus libros de contabilidad. Los obreros rechazarán categóricamente esos argumentos y esas referencias. No se trata aquí del choque “normal” de intereses materiales opuestos. Se trata de preservar al proletariado de la decadencia, de la desmoralización y de la ruina. Se trata de la vida y de la muerte de la única clase creadora y progresiva y, por eso mismo, del porvenir de la humanidad. Si el capitalismo es incapaz de satisfacer las reivindicaciones que surgen infaliblemente de los males por él mismo engendrados, no le queda otra que morir. La “posibilidad” o la “imposibilidad” de realizar las reivindicaciones es, en el caso presente, una cuestión de relación de fuerzas que solo puede ser resuelta por la lucha. Sobre la base de esta lucha, cualesquiera que sean los éxitos prácticos inmediatos, los obreros comprenderán, en la mejor forma, la necesidad de liquidar la esclavitud capitalista.

La propuesta de trabajar menos horas para trabajar todos, sin afectar negativamente los salarios, pone en cuestión la naturalidad del “derecho” del empresariado a disponer de la fuerza de trabajo como le plazca en función de acrecentar sus ganancias, en tanto esta atribución –pilar fundamental para asentar las relaciones de producción capitalistas– requiere para perpetuarse un progresivo deterioro para una franja de asalariados. Se trata de un planteo que solo podría realizarse íntegramente por un gobierno de trabajadores que se proponga hacer saltar –a nivel internacional– a este sistema basado en la explotación social. Si el capitalismo ha creado posibilidades –de reducir el tiempo necesario para asegurar la reproducción de los bienes socialmente necesarios– que solo pueden llevarse a cabo cuestionando los mecanismos de explotación que sostienen a este modo de producción, “no le queda otra que morir”, para abrir paso a una organización de la producción articulada no en función de la ganacia privada sino de las necesidades del conjunto social.

1. Noam Scheiber, “Los trucos psicológicos de Uber para que sus conductores trabajen más”, The New Times, edición en español, 6/4/2017. 2. “Amazon drivers ‘work illegal hours’”, BBC, 11/06/16. 3. Esteban Mercatante, “Una carrera hacia el abismo”, IdZ 30, junio 2016.


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La conspiración de los robots

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Retoque digital sobre fotograma: Juan Atacho

Paula Bach Redacción La Izquierda Diario. Las páginas de la prensa están desde hace tiempo plagadas de información sobre las habilidades de los robots, los vehículos driverless y la “inteligencia artificial”. Autos sin conductor diseñados por Google, barcos autónomos ideados por el Pentágono, humanoides que podrían operar con escasa colaboración de médicos de carne y hueso, robots pensados por Airbus para trabajar junto a humanos en la línea de montaje o plataformas de inteligencia artificial que, según dicen, resultan capaces de manejar hasta treinta idiomas y pueden aprender a interactuar con humanos. Pero la información –que particularmente se ocupa de destacar imágenes humanoides– no viene sola ni es gratis. Su correlato lo constituyen insistentes preguntas aviesas del tipo: “Robots: ¿amigos o enemigos del hombre?”; “¿más o menos eficaces que los humanos?”; “¿los robots son buenos o malos para la humanidad?”. O, más directamente, afirmaciones tales como: “millones de trabajadores perderán sus empleos”. Sin embargo, preguntas como: ¿será capaz la humanidad de poner a su servicio un producto tal de la inteligencia colectiva?; ¿será capaz de reducir el tiempo de trabajo gris y cotidiano en el mediano o aún en el largo plazo?; ¿de cuántas horas sería una jornada de trabajo media teniendo en cuenta la ayuda de este eventual “ejército de robots”?; ¿de 6?; ¿de 4 horas?; ¿de 3, de 2?; ¿será capaz

la humanidad de crear las máquinas que le permitan a las amplias mayorías conquistar el tiempo libre necesario para desarrollar la imaginación, la creatividad, el arte, la ciencia? Parece extraño, pero nadie –salvo muy escasas excepciones entre aquellos que tienen el poder de influenciar la opinión pública– se formula este humilde interrogante…

¿Un ejército al acecho? La imagen de un ejército de robots en movimiento dispuesto a desplazar a los humanos de sus puestos de trabajo, exige recapacitar sobre el verdadero estado de la cuestión. En primer lugar hay que señalar que la idea de la revolución de la robótica es parte del concepto más amplio de una nueva “revolución industrial” eventualmente impulsada por el salto tecnológico en la información y las comunicaciones, que además de robots, vehículos sin conductor, “inteligencia artificial” –o big data–, involucra a las impresoras 3D entre otros grandes rubros como la genética, la nanotecnología o los avances médicos y farmacéuticos. Como señala Robert Gordon en The rise and fall of american growth1, la industria de la robótica fue introducida por General Motors en 1961 pero recién hacia mediados de los años ‘90 comenzaron a utilizarse robots para soldar partes de automóviles o reemplazar trabajadores en los insalubres talleres de pintura

automotriz. Sin embargo –y también según Gordon– hasta hace unos pocos años los robots resultaban demasiado grandes y demasiado caros. La progresiva disminución en el costo de los componentes de las computadoras y el crecimiento exponencial en su performance, así como las mejoras en herramientas de diseño electromecánico y en almacenamiento de energía eléctrica, son algunos de los avances que dieron lugar a la producción de robots pequeños, con costos reducidos y crecientemente capaces. Aunque existen robots que se desempeñan en los ámbitos de servicios distribuyendo suministros en hospitales, realizando entregas en las habitaciones de hoteles, alcanzando comidas a los clientes en restaurantes o en los grandes depósitos, hasta ahora las mayores inversiones en robótica se produjeron en el ámbito industrial. Pocas empresas industriales han considerado sin embargo la posibilidad de utilizar robots humanoides para sus fábricas. Suelen contar más bien con sistemas de dos brazos, porque los robots se desarrollan para realizar tareas específicas, para apoyar al trabajo humano y para ello simplemente, no se necesitan “dos piernas”2. La mayoría de los robots tomó la forma de máquinas industriales caras, de alta precisión, que generalmente operan en jaulas de protección en las líneas de montaje de automóviles, llevando a cabo tareas preprogramadas, »


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sin la necesidad o la posibilidad de adaptarse a condiciones cambiantes3. No obstante a partir de 2012 comenzaron a fabricarse robots de bajo costo destinados a pequeñas empresas que imitan parcialmente la forma humana y que –como los bautizados Baxter o Sawyer– están diseñados para trabajar junto a humanos, pudiendo reprogramarse diariamente para cambiar de tarea. En consonancia con gran cantidad de fabricantes, industriales y científicos, Gordon subraya que el nivel robótico obtenido hasta el momento sólo complementa el trabajo humano y aún está lejos de contar con la capacidad para reemplazarlo. Señala por caso que en los depósitos de Amazon, mencionados a menudo como ejemplo de frontera de la tecnología robótica, se verifica que los autómatas en realidad no manipulan mercadería. Se limitan a trasladar estantes cargados hasta los lugares donde los empleados empacan los objetos. Las habilidades táctiles para distinguir formas, tamaños y texturas están aún por fuera de las capacidades robóticas. Evaluaciones similares se reflejan en diversas notas de la prensa internacional4 que distinguen la precisión como un reto para la robótica. Suele subrayarse, por ejemplo, que si bien los robots pueden colocar componentes electrónicos en una placa de circuito plana, tienen dificultades para montar una batería de auto que posee muchas piezas pequeñas que deben ser instaladas en ángulos de difícil acceso. A su vez, tareas de trabajo muy intensivo como la costura de prendas o la fabricación de calzado, habrían sufrido hasta el momento una automatización mínima. Robert Gordon apunta también que –tal como afirman especialistas del MIT’s Computer Science and Artificial Intelligence Laboratory– la capacidad de razonamiento de los robots es limitada y está contenida íntegramente en el software. De modo tal que si un robot se encuentra frente a una situación para la que no está programado, entra en estado de error y deja de operar. Algo similar sucede con los vehículos sin conductor –aún en fase de experimentación– que funcionan en base a mapas y no consiguen adaptarse al terreno tal como se presenta. Cualquier cambio inesperado en el “territorio” pone al software de manejo en blanco y exige la toma de control por parte de un conductor.

Inteligencia artificial En el caso del big data –o lo que se conoce como “inteligencia artificial”– los reconocidos especialistas Brynjolfsson y McAffe se preguntan si la tecnología de automatización está llegando cerca de un punto de inflexión

en el que finalmente las máquinas dominan los rasgos que mantuvieron a los humanos irremplazables. Pero Gordon afirma que estos autores –considerados parte del ala “tecnooptimista”– mienten directamente respecto de la sofisticación y humanización de las habilidades de las computadoras. Gordon puntualiza que por ahora y en su gran mayoría, el big data está siendo utilizado por las grandes corporaciones con propósitos de marketing. Y que si las computadoras trabajan también en campos como diagnóstico médico, prevención del crimen, aprobación de créditos, agentes de seguro, entre otros, donde en algunos casos los analistas humanos son reemplazados, en realidad la velocidad de las computadoras mayormente logra acelerar el proceso y volverlo más preciso trabajando en colaboración con humanos. Gordon señala además que en todo caso los puestos que pueden ser reemplazados no resultan nada demasiado nuevo sino que siguen los pasos de las víctimas de la web de hace dos décadas como los agentes de viajes, vendedores de enciclopedias o trabajadores de videoclubs. Aunque la prensa financiera británica5 guste reflejar ideas tan “loables” como que los robots “No beben, no se cansan y no van a la huelga”, al menos por ahora las máquinas y los “humanoides” están muy lejos de poder sustituir a aquellos que beben, se cansan, van al paro y encima –aunque ya no se puede distinguir si para bien o para mal de los dueños del capital–… ¡piensan! Como también señala Gordon, en el formato actual de los robots que trabajan en colaboración con humanos no hay nada muy distinto a la introducción de maquinaria en la industria textil en la temprana revolución industrial en Inglaterra. El reemplazo de trabajo humano por computadoras se viene desarrollando desde hace más de cinco décadas y el reemplazo de trabajo humano por máquinas en general lleva más de dos siglos. Por supuesto –resalta Gordon– muchas funciones de los robots van a desarrollarse en el futuro. Pero habrá que esperar a un largo y gradual proceso antes de que estos humanoides –por fuera de la manufactura y el marketing– devengan un factor significativo de reemplazo de trabajo humano en los servicios, el transporte o la construcción, es decir en los sectores que más crecen en los países centrales y donde la baja productividad se manifiesta como problema más agudo. Debido a que en el sector de servicios, el producto –en gran parte de los casos y como resaltáramos en un ensayo6 de hace varios años– no existe como algo separado del productor, no resulta descabellada la hipótesis

según la cual pueda resultar más difícil crear los robots que efectivamente sustituyan puestos de trabajo en ese ámbito. A diferencia de la manufactura, donde pueden sustituirse trabajos parciales o tareas específicas, en los servicios y en una multitud de circunstancias, se debería suplantar directamente al trabajador y precisamente eso es lo que está muy lejos de ser alcanzado amén del gran desarrollo tecnológico. Limitación que se pone de manifiesto –no por casualidad– cuando el trabajo de servicios ocupa un lugar creciente en la economía capitalista.

El colmo del fetichismo (o gato encerrado) Más allá de los aspectos referidos al estado actual de la tecnología, resta señalar que es necesario distinguir entre innovación y aplicación o, lo que es lo mismo, entre desarrollo tecnológico y productividad. Lo cierto es que sea cual fuere el nivel de avance tecnológico obtenido hasta el momento, un “ejército de robots” no podría “venir marchando” simplemente porque los dueños del capital –al menos en el presente estado de cosas– no están dispuestos a invertir masivamente en tecnología. Es lo que muestran los datos de inversión y productividad –fundamentalmente en los países centrales. Es importante recordar que existe una fuerte correlación entre inversión y productividad. En términos fácticos y según constata Michael Roberts7, en las décadas posteriores a los años ‘70 el momento “top” de la productividad se produjo en Estados Unidos como resultado del momento “top” de la inversión, entre mediados de la década del ‘90 y mediados de la década del 2000. Michel Husson8 también expone esta correlación entre incremento de productividad e inversión en capital fijo, material informático y software, señalando que inversión y productividad en Estados Unidos se aceleraron conjuntamente durante el período 1995-2002, por comparación con su débil itinerario durante los años 1975-1995. Ambas variables vuelven a disminuir subsiguientemente y toman una senda particularmente descendente en los años posteriores al estallido de la crisis 2007/8. El incremento de la inversión productiva no residencial neta promedio se hallaba por debajo del 2 % del PBI en el año 20129, lo que equivale a menos de la mitad de su nivel promedio del 4 % alcanzado en el largo período que se extiende entre la Segunda Posguerra y el año 2000. Husson10 constata que esta situación permanecía sin cambios significativos al menos hasta 2014. En la Cumbre de Hangzhou a fines de 2016, el G-20 ratificaba su preocupación por el lento crecimiento


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de la inversión y la productividad en “algunos países” –léase, en los centrales. Como resultado, durante los años pos crisis 2007/8, el incremento de la productividad del trabajo alcanzó una performance muy por debajo de la ya apagada media de los años 1972-96. De modo que innovación y aplicación no son sinónimos. Y al menos para la reflexión, vale la pena tener presente que nuevamente en The rise and fall of american growth, Gordon demuestra que aunque los años veinte del siglo pasado resultaron el período por excelencia de acumulación y desarrollo de gran parte de los inventos del siglo XIX, su aplicación efectiva y el extraordinario aumento de la productividad derivada, se produjeron recién en la década del ‘40 al calor de la Segunda Guerra primero y de la reconversión civil, luego. En suma, y aunque la aplicación de nuevas tecnologías es un proceso en curso que se incrementa en determinados sectores y países expulsando mano de obra, no existen realmente demasiados elementos para creer en la amenaza de un ejército de robots marchando sobre el trabajo asalariado… En realidad mientras los “tecno-optimistas” prometen una nueva revolución industrial y amenazan con la destrucción de centenares de millones de empleos, los “tecno-pesimistas” –entre los que se encuentra Gordon– auguran décadas de bajo crecimiento al tiempo que alertan sobre la escasez de mano de obra asociada al bajo incremento poblacional, particularmente en los países centrales. El problema es que quizás detrás de lo que Gordon llama el “pesimismo” de los optimistas, se oculte una visión escéptica respecto de las posibilidades del capital de aplicar en gran escala los avances tecnológicos existentes, convertida en arma de amedrentamiento hacia los trabajadores. Y aún sin tener que pensar de manera maquiavélica es probable que estas dos posturas sean más complementarias que esquizofrénicas en el marco no sólo del bajo crecimiento poblacional sino –y fundamentalmente– en el contexto de la escasez relativa de mano de obra barata y ausencia de fuentes para la acumulación del capital. Fredric Jameson recuerda en Representar El Capital11 que Marx insistió tempranamente sobre el hecho de que ...la fuerza impulsora tras la introducción de nueva maquinaria, aún cuando su posibilidad técnica haya estado disponible por mucho tiempo, no es el ingenio de los inventores, sino más bien el descontento de los trabajadores. La nueva maquinaria es la respuesta de los capitalistas a la huelga, a la exigencia de salarios más altos, a la organización –o

“combinación”– cada vez más efectiva de los obreros.

Parece toda una profecía que desinfla al “ejército de robots en movimiento” y lo convierte en un arma de propaganda preventiva. Su objetivo es inculcar miedo y convertir en designio de la naturaleza la intención de los ideólogos del capital. Se trata de señalar a los trabajadores que “la naturaleza” podría estar creándoles un nuevo rival… “¿enemigos?” “¿mejores que los humanos?”. El mensaje es “no parar”, “no pedir aumentos salariales” y “trabajar con la cabeza gacha” porque se prepara un ejército –ya no sólo de inmigrantes12…sino también de robots– dispuestos a usurpar los puestos de trabajo. El capitalismo siempre ha personificado las cosas y cosificado a las personas. Pero los robots son el colmo de ese mecanismo. La propaganda convierte a las mercancías “robots” en enemigos con forma humana de un hombre desahuciado, “cosificado”, cuya voluntad estaría anulada no pudiendo más que contemplar como la naturaleza (capitalista) sigue desatando sobre él rayos y centellas. Por último nos queda formular los elementos de falsedad que contiene el propio concepto de “desempleo tecnológico”. Si bien el capitalismo naturalmente utiliza la tecnología contra los trabajadores transformando –como dice Marx– el tiempo libre conquistado en plustrabajo en un polo y desempleo en el otro, este mecanismo no impide la constante creación de nuevos empleos a la par que destruye los antiguos. Esto último es lo que resaltan autores como Michel Husson13 poniendo de relieve que ...la vieja tesis del “fin del trabajo” no se corresponde con la realidad: durante la “época dorada del capitalismo” (1945-1975), en el que los incrementos de la productividad fueron muy superiores, el paro fue muy inferior.

También el inventor de los coches autoconducidos de Google, Sebastián Thrun, nos recuerda que “Con el advenimiento de las nuevas tecnologías, siempre hemos creado nuevos puestos de trabajo”14. Finalmente Gordon, refiriéndose a Estados Unidos, se ocupa de resaltar la contradicción. Apunta que el problema creado por la era de las computadoras no es el desempleo en masa sino la gradual desaparición del trabajo de calidad, estable, de nivel medio, que se ha perdido no precisamente por los robots y los algoritmos sino por la “globalización” y la deslocalización que concentró el empleo en trabajos rutinarios simples que ofrecen relativamente

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bajos salarios. Aunque esta última afirmación resulta particularmente sugerente, sería en apariencia más justo definir que la desaparición del trabajo de calidad es más bien el resultado combinado de la “globalización”, las deslocalizaciones y el particular uso capitalista de los avances tecnológicos. Permítasenos agregar solamente que contra estos artilugios, el arma privilegiada de los trabajadores es nada más ni nada menos que la unidad de sus filas para exigir la reducción de la jornada y el reparto de las horas de trabajo entre todos los brazos disponibles, sin reducciones salariales, para conquistar el tiempo libre, poniendo a su servicio ese verdadero prodigio, “propiedad” de la humanidad en su conjunto, que representan los avances de la técnica y la ciencia. Este artículo es una adaptación para Ideas de Izquierda del publicado bajo el mismo título en La Izquierda Diario el 2 de junio de 2016, como parte de una serie sobre nuevas tecnologías que incluye: “¿Revolución de la robótica o estancamiento de la productividad?, “¿Revolución de la robótica…? (segunda entrega)”, “Robótica, productividad y geopolítica”. La serie completa puede encontrase en laizquierdadiario.com. 1. Gordon, Robert, The rise and fall of american growth, New Jersey, Princeton University Press, 2016. 2. Ver “Airbus plans to develop assembly line robots to work with humans”, Financial Times, 4 de mayo de 2016. 3. Ver “Rise of the Robots in sparking and investment boom”, Financial Times, 5 de mayo de 2016. 4. Ver “China’s robots revolution”, Financial Times, 6 de junio de 2016. 5. Ver “Who wields the knife?”, The Economist, 7 de mayo de 2016. 6. Bach, Paula, “El sector servicios y la circulación del capital: una hipótesis”, Lucha de clases 5, julio de 2005. 7. Roberts, Michael, “La gran desaceleración de la productividad”, Sin Permiso, 18 de agosto de 2015. 8. Husson, Michel, “Estancamiento secular: ¿un capitalismo empantando?”, Viento Sur, 21 de junio de 2015. 9. Ver “Game-Changing Investments for the U.S.”, The New York Times, 18 de octubre de 2013. 10. Ídem. 11. Jameson, Fredric, Representar El Capital, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013. 12. Ver Bach, Paula, “Contrasentidos de la inmigración y el capital”, La Izquierda Diario, 29 de septiembre de 2015. 13. Ver nota 9. 14. Roberts, Michael, “Robert J. Gordon y el ascenso y declive del capitalismo estadounidense”, Sin Permiso, 21 de febrero de 2016.


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Un escenario europeo

Reducción del tiempo de trabajo y desempleo Ilustración: Gloria Grinberg

MICHEL HUSSON Economista.

En esta nota escrita en 2016, el marxista francés Michel Husson demuestra la falsedad de los argumentos con los que los economistas neoliberales quieren mostrar la imposibilidad de la reducción del tiempo de trabajo, y muestra cómo esta podría contribuir a disminuir el desempleo. Incluímos su contribución como otro aporte al debate sobre la reducción de la jornada de trabajo.

En el momento en el que la idea misma de reducción del tiempo de trabajo (RTT) es condenada como una herejía por los economistas neoliberales1, no es inútil mostrar en qué condiciones la RTT puede hacer retroceder al desempleo. Ilustramos esta demostración con ayuda de un escenario construido a escala europea, en base al modelo de un ejercicio realizado sobre Francia2.

Y sin embargo se reduce Imaginemos una sociedad cuya población activa es de 100 personas: 60 de entre ellas trabajan a tiempo completo 40 horas por semana, otras 20 trabajan a tiempo parcial 20 horas por semana; y los 20 restantes están en desempleo y así pues a cero horas de trabajo. El número total de horas trabajadas es de 2.800 y la duración media del trabajo (calculada sobre la base de las personas que tienen un empleo) es de 35 horas. Consideremos ahora otra sociedad, que cuenta con la misma población activa y el mismo número de horas trabajadas. Pero estas están esta vez repartidas sobre el conjunto de la población activa. La duración del trabajo es entonces de 28 horas. Suponiendo que

no existe el trabajo a tiempo parcial se observa que todos los empleos son de 28 horas. Esta pequeña fabula permite ilustrar una realidad esencial: la cuestión no es saber si la duración del trabajo debe bajar o no, sino cuáles son las modalidades de esta reducción, sea por la exclusión, sea por la igualdad. En Francia, el proyecto de ley “trabajo” [se refiere a la Ley Macron; N. del E.] está concebido para “descomponer” todavía un poco más las 35 horas e incluso vaciar de todo contenido la noción misma de duración legal del trabajo. Ha escogido así claramente la vía de la fragmentación social. Por esta razón las comparaciones internacionales, muy a menudo manejadas para probar las virtudes de tal o cual “modelo” deben ser cuidadosamente desmenuzadas. En realidad, todos los países puestos como ejemplo porque han reducido su tasa de paro, solo lo han realizado extendiendo el campo de la precariedad y del tiempo parcial.

Pequeña aritmética de la RTT Nuestro ejemplo hipotético puede ser desarrollado sobre el ejemplo europeo. Se examinarán a continuación las objeciones

habitualmente dirigidas a estas “reglas de tres” por los neoliberales que las encuentran simplistas. En Europa3, la producción de bienes y servicios ha necesitado en 2014 de 284 mil millones de horas de trabajo (de las cuales el 80 % aproximadamente de trabajo asalariado). La duración media de trabajo se calcula relacionando ese “volumen de trabajo” con el número de empleos. Siempre en 2014, el número de personas que disponían de un empleo era de 181 millones (de los que 154 millones eran asalariados). La duración anual del trabajo era pues de una media de 1.575 horas y de 1.470 para los asalariados. Estas cifras son evidentemente globales y mezclan los empleos a tiempo pleno y a tiempo parcial. Pero también se puede relacionar ese volumen de trabajo con la población activa, es decir con el conjunto de las personas en empleo o en desempleo, que se elevaba a 202 millones de personas (181 millones en empleo y 21 millones en paro). A partir de estos datos oficiales se puede también calcular la “duración del trabajo de pleno empleo” que sería pues de 1.409 horas por año. Repartiendo de esta forma el volumen de trabajo entre todos los candidatos al empleo,


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se reduciría a cero la tasa de desempleo. La diferencia relativa entre la duración de trabajo de pleno empleo y la duración efectiva es en efecto igual a la tasa de desempleo, en este caso del 10,5 % = (1.575-1.409)/1.575 (ver Gráfico 1 y Anexo 1). Para suprimir el desempleo en Europa, ese cálculo muestra que sería necesario reducir la duración del trabajo en aproximadamente el 10 %. Como la duración media equivale a aproximadamente 39 horas, sería pues necesario pasar a las 35 horas.

Un escenario alternativo Este escenario se basa sobre una hipótesis de reducción más rápida de la duración del trabajo que la observada en Europa: en lugar de caer de media de 0,33 % por año, habría bajado el 0,6 % por año, con las mismas inflexiones coyunturales que la duración observada. En 2014, la duración del trabajo sería entonces el 5,7 % inferior a su nivel observado (ver Gráfico 2.A). Esta reducción simulada solo franqueó pues una parte del camino hacia la duración del trabajo de pleno empleo. Ella permite sin embargo reducir de forma significativa la tasa de desempleo que habría sido inferior al 6 % desde el inicio de los años 2000 (ver Gráfico 2.B). Este escenario no es neutro en lo que concierne al reparto de los ingresos. Si la reducción suplementaria de la duración del trabajo no es “compensada” por una baja del salario, la parte de los salarios debe lógicamente aumentar. Pero este aumento no hace más que recuperar una parte del retroceso registrado desde el inicio de los años 1980 (ver Gráfico 2.C).

El cuestionamiento de las hipótesis El ejercicio que acaba de presentarse se basa en la hipótesis implícita según la cual están dadas tres magnitudes: el volumen de trabajo, la población activa y la productividad del trabajo. Ellas suscitan a priori numerosas objeciones que han sido especialmente planteadas por los economistas neoliberales opuestos por principio a una política de reducción del tiempo de trabajo. Considerar como dado el volumen de trabajo sería un razonamiento “maltusiano”. Pero, en la práctica, solo aumentó el 6,2 % entre 1992, o sea el 0,3 % anual. En Francia ha progresado ligeramente entre 1997 y 2002, contrariamente a las predicciones de los detractores de la RTT. Esta constatación puede interpretarse observando que la tasa de crecimiento del volumen de trabajo es la diferencia entre la

tasa de crecimiento del PIB y la de la productividad horaria del trabajo (ver Anexo 2). Sin embargo, se observa que, sobre un amplio período, el PIB y la productividad horaria tienden a aumentar a la misma tasa, de tal forma que el volumen de trabajo tiende a permanecer constante, o a aumentar muy moderadamente. La segunda objeción es aceptable: la población inactiva no está inerte. Puede, por ejemplo, aumentar cuando el mercado de trabajo va mejor: las personas van en efecto a intentar encontrar un empleo, mientras que renuncian cuando aumenta la tasa de desempleo. Es lo que los economistas llaman “efecto de flexión” (ver Anexo 3). Sería pues necesario, para proceder rigurosamente, modificar el modelo. La toma en cuenta de este “efecto de flexión” reduciría a corto plazo el impacto de la reducción del tiempo de trabajo, pero este efecto se disiparía a medio plazo. La tercera objeción (la producción del trabajo está dada) se combina con la primera, y se apoya en dos razonamientos. La reducción de la duración del trabajo sin pérdida de salario haría aumentar el “coste del trabajo” y tendría, vía esta pérdida de competitividad, un impacto negativo sobre el nivel de actividad y, así, sobre el empleo. O bien, las ganancias de productividad reducirían el efecto sobre el empleo.

Una opción de sociedad, una cuestión política Estas dos últimas objeciones permiten señalar que el ejercicio presentado no proviene de la economía “pura” sino que plantea cuestiones políticas. El argumento de la competitividad supone implícitamente que no se toca a la parte de los beneficios que va a dividendos. Sin embargo, esta es precisamente la contrapartida de una reducción insuficiente de la duración del trabajo y, con ello, del desempleo. No es coherente querer reducir este sin cuestionar la punción accionarial. La creación de empleos por reducción del tiempo de trabajo, y sin pérdida de salario, aumenta evidentemente la masa salarial; pero ella puede ser perfectamente compensada por una reducción de los dividendos distribuidos a los accionistas4. Por otra parte, no hay que olvidar que la creación de empleos por reducción del tiempo de trabajo se “autofinancia” parcialmente. Incluso sin hablar de sus efectos sociales e individuales sobre el bienestar, el desempleo no es gratuito. A las prestaciones de desempleo hay que añadir los efectos indirectos, especialmente en materia de salud pública.

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Reabsorber el desempleo reduce pues su coste en una proporción que, en el caso francés, va de un tercio a la mitad de un salario. Sería pues posible reducir las cotizaciones a medida que los empleos creados reduzcan las sumas dedicadas a la indemnización del desempleo, y el aumento de la parte de los salarios sería reducida otro tanto. En cuanto al argumento de la productividad, es exacto: si la reducción de la duración del trabajo se compensa con una intensificación del trabajo, entonces es cierto que se reduce el efecto sobre el empleo. Ello es lo que ha sucedido durante el paso a las 35 horas en Francia: una parte del efecto de la reducción del tiempo de trabajo ha sido anulado por diversas formas de intensificación del trabajo. De esta importante experiencia se pueden extraer en conclusión varias lecciones de aplicación general. Los principios de una buena RTT son: • Mantenimiento del salario mensual: la RTT no debe ser un reparto del trabajo a masa salarial constante. • La RTT debe ponerse en práctica “con contrataciones compensatorias” proporcionales a fin de evitar toda intensificación del trabajo: 10 % de reducción del tiempo de trabajo=10 % de empleos de más (¡e incluso el 11,1 % por las leyes de la aritmética!). • La RTT debe ser la ocasión de una reabsorción del trabajo a tiempo parcial sufrido. • La RTT debe acompañarse de formas de mutualización de los empleos en las pequeñas empresas5. Pero la condición de éxito más importante es el control de los asalariados sobre la puesta en práctica de la medida. Este control debe consistir en dos puntos esenciales: el primero es la realidad de las creaciones de empleos, el segundo las modalidades concretas de la RTT. Son los trabajadores quienes deben decidir colectivamente sobre la mejor forma de combinar las formas posibles de reducción del tiempo de trabajo, de forma que se tomen en cuenta las aspiraciones diferenciadas de los asalariados: reducción diaria (tantas horas por día), semanal (por ejemplo 4 días), anual (jornadas RTT) o plurianual (año sabático). Una forma de ese control podría ser la siguiente: en la medida en que los gastos del desempleo disminuirían con las creaciones de empleos, podrían ser acordadas reducciones de las cotizaciones sociales. Pero ellas serían sometidas a la validación por los asalariados respecto a cuatro criterios: la realidad de las creaciones de empleos, su carácter decente, el mantenimiento de los salarios y una política de reducción de los abonos de dividendos. »


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Gráfico 1 Duración efectiva del trabajo y duración del trabajo de pleno empleo

1700

18

duración efectiva del trabajo

17 16

1600 tasa de desempleo

15 14

1500 duración del trabajo de pleno empleo

13

1400

12 11

1300

10

tasa de desempleo (escala derecha)

9

1200

8 7

1100 1992

1994

1996

1998

2000

2002

Anexos 1. Duración del trabajo de pleno empleo y tasa de desempleo Sea N el empleo, VOL el número total de horas de trabajo, DES el desempleo y POPAC la población activa. La duración media del trabajo DAT se calcula según: DAT = VOL/N La duración del trabajo de pleno empleo DATPE se calcula según: DATPE = VOL/POPAC Pero si se tiene en cuenta el hecho de que POPAC = N + DES, la ratio DATPE/DAT puede escribirse: DATPE/DAT = N/POPAC = 1 – TDES con TDES (tasa de desempleo) = DES/POPAC

2004

2006

2008

2010 2012

2014

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2. PIB y productividad horaria La productividad horaria (PRODH) se calcula relacionando el PIB con el número de horas trabajadas (VOL). Se tiene pues PRODH = PIB/VOL. Entonces es fácil deducir que: VOL=PIB/PRODH, o anotando como tx a la tasa de crecimiento: 1. Michel Husson, “Flexibilite du travail, arnaque neoliberal” (II), A l’encontre, 14/03/ 2016.

txVOL = txPIB – txPRODH. 3. El efecto de flexión La población activa (POPAC) es por definición la suma del empleo (N) y del desempleo (DES). En variaciones (Δ), se tiene entonces: ΔDES = ΔPOPAC – ΔN. Pero si el aumento del empleo (ΔN = 10) induce un aumento de la población activa (por ejemplo ΔPOPAC = 5), entonces la caída del desempleo (ΔDES) es de 5, es decir inferior a las creaciones de empleos. Tomado de la versión en español con autorización del autor y cotejada con el francés original, disponible en Hussonet.free.fr.

Se alcanza pues: TDES = (DAT – DATPE)/DAT

2. Michel Husson, “Reduction du temps de travail et chomage: trois scenarios”, A l’encontre, 4/04/2016. 3. 14 países: Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Holanda, Portugal, Reino Unido, Suecia. 4 Para una demonstración más detallada, ver Michel Husson, “Soixante ans d’emploi”, 2009; o Michel Husson, “Unemployment, working time and financialisation: the French case”, Cambridge Journal of Economics, vol.39 n.° 3, 2015. 5. El autor se refiere a la conformación de gestiones obreras para los casos en que los titulares de las empresas aduzcan que no es posible la continuidad de firmas capitalistas de concretarse la RTT.

Gráfico 2

A. Duración del trabajo

B. tasa de desempleo

1700

12

1650

10

C. Parte de los salarios

observado

74 72 70

observada

1600

simulada

8

1550

6

1500

4

88 simulado

86 84 observada

82

simulada

1450

2 1992

1994

1996

1998

2000

2002

2004

2006

2008

2010

2012

2014

80 1992

1994

1996

1998

2000

2002

2004

2006

2008

2010

2012

2014

1960

1965

1970

1975

1980

1985

1990

1995

2000

2005

2010

2015


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La lucha histórica por la reducción de la jornada laboral

Ilustración: Juan Atacho

Desde las primeras organizaciones del movimiento obrero inglés, que pelearon por la jornada laboral de 10 horas, pasando por las huelgas de Chicago de 1886, que lograron el establecimiento de las ocho horas de trabajo, hasta las experiencias más recientes del siglo XX, la historia de la pelea por la reducción de la jornada laboral comparte un núcleo: la disputa sobre el tiempo.

Lucio Prieto Historia, UNR. Rodrigo López Historia, UNR.

El surgimiento del capitalismo trastocó estructuralmente el conjunto de las relaciones humanas, y junto con ello, las nociones sobre el tiempo y el trabajo. Para Thompson1 las sociedades preindustriales, campesinas y artesanas, se organizaban en torno a una concepción del tiempo con “orientación al quehacer”, es decir, una forma de trabajo determinada por las tareas que “parecen revelarse ante los ojos del labrador por la lógica de la necesidad”. A su vez, el capitalismo introdujo no solo la novedad de las máquinas y de la industria sino que colocó la lucha por las horas de trabajo en el centro de una disputa más general entre capitalistas y obreros. Marx afirma que la jornada laboral será “el producto de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta entre la clase capitalista y la clase obrera”2. Entonces, establecer los límites temporales de la explotación no será solo una puja por poner límites a la ganancia capitalista a costa del robo de trabajo ajeno, sino también una disputa por conquistar para el conjunto de la población lo que Marx denominó el ocio productivo, y que

ese no sea solo un privilegio de las clases dominantes. Con esto nos referimos al desarrollo de cultura, la ciencia, el arte y de todas aquellas actividades que constituyen “la esencia humana como tal”.

Sobre la jornada laboral en los orígenes del capitalismo El capitalismo fue el primer régimen del mundo que estableció las bases materiales para liberar a la humanidad de la carga del trabajo. El desarrollo de las fuerzas productivas, el progreso técnico y científico, redujeron notablemente el tiempo necesario para garantizar la reproducción de la sociedad de conjunto. Pero como contracara de esto, el potencial emancipatorio de este proceso es puesto en función de la valorización del capital bajo el régimen de la propiedad privada. Esto lleva a que ...el tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el cual el capitalista consume la fuerza de trabajo que ha adquirido. Si »


LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

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20 el obrero consume para sí mismo el tiempo a su disposición, roba al capitalista3. Lo que para el trabajador aparece como “gasto excedentario de fuerza de trabajo”, es decir trabajo no pago, para el capitalista aparece como “valorización del capital”. En sus orígenes, la joven e inexperta clase obrera debió asumir sobre sus espaldas toda la carga del desarrollo de las fuerzas productivas. Esto implicaba jornadas que llegaban incluso más allá de las barreras físicas, donde se les quitaba a los niños tiempo vital de consumo de aire fresco y luz solar, se limitaba todo lo posible los tiempos de comida en los establecimientos laborales, y los trabajadores dejaban la vida en las fábricas. La sustracción del control del tiempo actuó para reforzar esta tendencia, los patrones en las primeras industrias eran los únicos que tenían acceso a los relojes, una herramienta central en la medición del tiempo de trabajo. Los primeros patrones adelantaban las horas de los almuerzos o de la entrada y atrasaban la hora de la salida para extender la jornada laboral. Será Marx quien denuncie que detrás de estas extensísimas jornadas laborales lo que se jugaba era el margen de la ganancia capitalista. La jornada laboral no es, por tanto, una magnitud constante sino variable. Una de sus partes, ciertamente, se halla determinada por el tiempo de trabajo requerido para la reproducción constante del obrero mismo, pero su magnitud global varía con la extensión o duración del plustrabajo4.

Del hecho de que la jornada laboral sea indeterminada surge la discusión sobre su duración, una discusión que abarca a las clases antagónicas de la sociedad: el burgués buscará sacarle el máximo usufructo posible a la mercancía que ha adquirido (la fuerza de trabajo) y el obrero intentará reducir la jornada laboral: Tiene lugar aquí, pues, una antinomia: derecho contra derecho, signados ambos de manera uniforme por la ley del intercambio mercantil. Entre derechos iguales decide la fuerza, y de esta suerte, en la historia de la producción capitalista la reglamentación de la jornada laboral se presenta como lucha en torno a los límites de dicha jornada, una lucha entre el capitalista colectivo, esto es, la clase de los capitalistas, y el obrero colectivo, o la clase obrera5.

Transcurrirá un tiempo prolongado desde el surgimiento de la clase obrera como clase social diferenciada y la conformación de esta como movimiento que pelea por sus derechos. Recién a fines del siglo XVIII será la clase obrera inglesa la que comience a mover sus músculos e impulsar la lucha por la reducción de la jornada laboral a 10 horas.

La pelea por la jornada laboral de 8 horas Hacia finales del siglo XIX la mayoría de los países capitalistas avanzados ya contaban

con legislaciones que limitaban la jornada laboral en un tope de 8 o 10 horas. La industrialización era especialmente despiadada en aquellos rubros que eran centrales para el despegue capitalista. La contienda por las horas de trabajo fue especialmente intensa en aquellas ramas, como la textil y la mecánica, en donde la avaricia capitalista de aumentar el plustrabajo se presentaba bajo una forma particularmente intensa. Junto a los sindicatos ingleses, fue la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT-Primera Internacional) la primera en reconocer en su manifiesto inaugural6 la jornada laboral de 10 horas como una de las mayores conquistas de la clase obrera hasta el momento, la cual, luego de las revoluciones de 1848 debió ser aceptada por la mayoría de los gobiernos del continente europeo a lo largo del transcurso de la segunda mitad del XIX. “Nosotros, los obreros de Dunkirk, declaramos que la duración del tiempo de trabajo requerida bajo el actual sistema es demasiado grande y que lejos de dejar al obrero tiempo para el reposo y la educación, lo sume en una condición de servidumbre que es poco mejor que la esclavitud. Por eso decimos que 8 horas son suficientes para una jornada laboral”, fue una de las resoluciones que adoptó el Congreso Internacional de la Asociación Internacional de los Trabajadores de Ginebra en 1886. En la década de 1880 se desenvolvió en Chicago, uno de los principales centros industriales de Estados Unidos, una dura lucha por la jornada laboral de 8 horas. Esta llevó a que el 4 de mayo de 1886, punto álgido de una serie de protestas que habían sido iniciadas el 1º de mayo, un infiltrado arrojara una bomba a la policía. Producto de esto 8 de los más importantes activistas del movimiento serán enjuiciados y 5 de ellos condenados a muerte. De aquí en adelante estos luchadores se convertirán en grandes mártires de la clase obrera en la pelea por la jornada de 8 horas, y pasará a considerarse el 1º de mayo como el Día internacional de los trabajadores. Esta lucha se trasladó rápidamente a otros países. La II Internacional se hizo eco rápidamente de los hechos y al igual que su antecesora adoptó el derecho a la jornada laboral de ocho horas como una de las principales resoluciones de su congreso fundacional en París, que coincidió con los 100 años de la Revolución francesa. El primer congreso instó a los trabajadores que “emplacen a los poderes públicos ante la obligación de reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo y de aplicar las demás resoluciones del Congreso Internacional de París”7. La fecha de la movilización quedó determinada para el 1° de Mayo de 1890. En Francia hubo huelgas en más de 180 ciudades y unos cien mil obreros se reunieron en París. En el resto de Europa las manifestaciones enfrentaron a la policía. En Londres se reunieron más 300.000 obreros y en el resto de las

principales capitales europeas sucedió lo mismo. Se levantó con fuerza el lema de los “Tres ochos” (ocho horas de trabajo, ocho de sueño y ocho de ocio), como también el del derecho al voto. La adopción de la legislación laboral en cada uno de los países fue el resultado central de la puja entre el Estado y las clases dominantes contra la acción del movimiento obrero organizado. En España, luego de una huelga de 44 días, que tuvo su epicentro en Barcelona en 1919, se conquistó la jornada laboral de 8 horas y la legalización de los sindicatos. La huelga había comenzado por el despido de ocho trabajadores de la Barceona Traction Light and Power Company, luego de haber sido descubierta su filiación con la CNT. La ciudad de Barcelona pronto se quedó casi sin suministro de electricidad y la industria fue paralizada. Pronto la huelga se extendió al conjunto de los trabajadores y se convirtió en huelga general, y tras más de un mes de paralización absoluta de la ciudad el 3 de abril de 1919 fue aprobado el decreto en toda España que reglamentaba la jornada de ocho horas de trabajo. A pesar de que muchos países contaban con legislaciones laborales sobre los límites de la jornada laboral su implementación dependía en buena parte de aquella “guerra civil prolongada y más o menos encubierta” que describía Marx. A principios del siglo XX se destacan otro ciclo de huelgas por la jornada laboral de ocho horas. En países de América Latina la legislación laboral tardó varios años más en implementarse. En 1906 estalla la huelga de Cananea, en el estado de Sonora en México. La huelga tuvo como protagonistas a los mineros de la Canenea Consolitates Copper Company, propiedad del estadounidense Willian C. Greene. Finalmente será el artículo 123 de la Constitución mexicana de 1917 el que decrete la jornada laboral de 8 horas. En el resto del continente la legislación sobre la jornada laboral de 8 horas tardará aún más en ser conquistada, en Argentina esto recién sucederá en 1929. La Revolución rusa tuvo un lugar central en la lucha por las 8 horas. Tanto en la Revolución derrotada de 1905, en la que durante la huelga general de octubre el Soviet de Petrogrado las impuso llevando a un enfrentamiento fundamental con las patronales que dejo planteado el problema de la insurrección, hasta la triunfante de 1917, que estableció las 8 horas e incluso las redujo, dando lugar a un desarrollo singular que escapa a este artículo.

La jornada laboral en tiempos de guerra Las guerras mundiales colocaron nuevamente en el centro de la disputa al problema de la disciplina de trabajo en las fábricas. La necesidad de la intensificación del trabajo que implica la economía de guerra condujo a la necesidad de elevar la productividad


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del trabajo y ello a la discusión sobre el tiempo. Las organizaciones obreras resistieron este embate y el control obrero sobre el trabajo se resignificó en el marco de un período signado por el enfrentamiento abierto entre las organizaciones obreras y el fascismo. Los trabajadores alemanes arrancaron con la Revolución de Noviembre la jornada laboral de ocho horas, el sábado libre e importantes concesiones salariales en el marco de la ola expansiva de la Revolución rusa. Tras la Primera Guerra Mundial se desataron una serie de rebeliones obreras contra los intentos de intensificar la productividad del trabajo. Para los empresarios alemanes, en su afán de racionalizar el proceso productivo, el punto decisivo de las concesiones era el de la jornada laboral de ocho horas. Los intentos en la década del 20 para intensificar la explotación laboral y para intentar elevar a diez las horas de trabajo, concluyeron en fracasos rotundos. Desde 1926 se extendieron nuevas formas de lucha contra el mando capitalista. El epicentro de estas luchas se colocó justamente allí donde más había avanzado la mecanización del trabajo: en la construcción de vehículos, en los sectores mecanizados de los grandes consorcios electrotécnicos y en aquellas secciones donde dominaba la producción en cadena. Solo el ascenso del nazismo podrá vencer la resistencia obrera. A través del descabezamiento de las organizaciones obreras la clase capitalista avanzó hacia una nueva ofensiva contra el trabajo. Los nazis pagaron el esfuerzo de la maquinaria de guerra con la sobreexplotación obrera. En los primeros años de la década del treinta, ...los salarios relativos descendieron entre 1933 y 1935 un 38 %, y en los dos años siguientes hasta el 12 %. A este “control salarial”, asegurado por el Estado, le acompañaba al mismo tiempo un aumento de la jornada de trabajo, que entre 1933 y 1939 subió de media entre cuatro y cinco horas8.

También quedó anulada la limitación temporal del trabajo para los hombres; para las mujeres y los jóvenes en situación de emergencia, se introdujo la jornada laboral de diez horas. Pero la amenaza no solo era fascista, sino que respondía a una necesidad del capital de reestructurarse de conjunto. En Francia tras de que el gobierno del Frente Popular decretará el 7 de junio de 1936 que la jornada laboral se reduciría a 40 horas semanales tras una oleada de huelgas y ocupaciones de fábricas que empiezan el 26 de mayo del mismo año, que tuvieron su gran epicentro en el norte del país con más de 800 empresas en huelga. A partir de 1938, al asomo de la Segunda Guerra Mundial, se permitió que la jornada laboral sea superior a la máxima legal estableciéndose entre 45 y 48 horas semanales.

Un nuevo ciclo de militancia obrera La disputa por la jornada laboral y su reducción tuvo un nuevo resurgir al calor del ciclo abierto por el surgimiento de una nueva militancia obrera en los países centrales, fundamentalmente en Francia e Italia. Con el mayo del ‘68 una nueva militancia obrera amenaza el poder de los capitalistas en las fábricas y en el camino se enfrentan con las organizaciones anquilosadas de los sindicatos y del Partido Comunista. Previamente se había sucedido el estallido de una serie de huelgas por la reducción de la jornada laboral con reducción de los sueldos como en Rhodiaceta en marzo de 1967 y el de la fábrica de SudAviation en Bouguenais en abril de 1968. Surge desde el corazón de las tomas de fábricas una consigna clara en mayo del ‘68: jornada laboral de 40 sin reducción salarial. En Italia las huelgas de la Fiat y del Otoño Caliente ponen en el centro también la disputa por el tiempo de trabajo. Sostenía Montaldi en un artículo publicado por aquellos años: El trabajador industrial que llega a la ciudad por la mañana desde Bergamasco, consume entre quince y dieciocho horas diarias entre viajes y trabajo, de una forma que no es en absoluto distinta a la del tejedor de 1830; el obrero que vive en Codogno se levanta a las cuatro y media de la mañana pero esta vez para estar a tiempo en el taller o delante de los portones de la fábrica. El amanecer de la ciudad comienza a muchos kilómetros de distancia con el despertar de las masas9.

Pronto Italia se convertirá en el escenario de la insubordinación obrera que a lo largo de la década del ‘70 se alzó contra las transformaciones del proceso productivo y de la jornada laboral puesta en marcha por la reestructuración capitalista de posguerra. La demanda por una jornada laboral semanal de 40 horas se convirtió en una demanda motora del movimiento obrero, no solo contra la explotación laboral adentro de la fábrica sino también por el derecho al tiempo libre y al ocio. La derrota del ciclo de lucha de clases abierta hacia finales de la década del ‘70 y ‘80 significó un nuevo ataque capitalista sobre la jornada de trabajo. Jornadas a tiempo parciales, cambios de turnos, tiempos de trabajo concentrados según la demanda como en los servicios, horas extras obligatorias: toda una ofensiva del capital para valorizarse a través de nuevas cuotas de robo del trabajo ajeno. La introducción de nuevas tecnologías y el aumento de la productividad lejos de reducir la jornada laboral, aumentó su duración. Las postales de las condiciones laborales en países como China o India, o de América Latina recuerdan los retratos de las fábricas inglesas del siglo XIX figurados por Marx y por Engels. El capitalismo logró que todos estos avances estén al servicio de aumentar las arcas de los empresarios, a costa de que millones de trabajadores dejen su vida en los lugares de trabajo.

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Mientras que, en Estados Unidos, la proporción de trabajadores que trabaja 40 horas entre 1970 y el 2000 disminuyó del 48 % al 41 %, la proporción de los que trabajan más de 50 horas semanales se incrementó en un 27 % para el mismo período. En Francia la proporción que trabaja más de 40 horas semanales aumentó en un 35 % hacia el 2008 a pesar de contar con una ley que limita en 35 horas semanales la jornada laboral. Ni hablar de los países latinoamericanos o gigantes como China o la India donde las jornadas de 8 horas es una realidad lejana. La combinación de flexibilización laboral, la conquista de nuevos mercados de trabajo y la ofensiva patronal, arrojó a millones a la desocupación mientras ató más al hombre a la necesidad del trabajo. Tal cual nos muestra la historia y en contra de lo que sostienen las patronales y sus gobiernos, este estado de situación no es “natural” y mucho menos necesario. La pelea por la reducción de la jornada laboral debe estar hoy en día más presente que nunca, el único límite para su aplicabilidad, límite que se presenta como infranqueable para los gobiernos burgueses, es la ganancia de los empresarios. En el mundo de crisis social y reacción capitalista contemporáneo, esta no puede pensarse sino es estrechamente ligada a la lucha contra el capitalismo y el imperialismo.

1. E.P. Thompson, “Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial” en Costumbres en común, Barcelona, Crítica, 1995. 2. Karl Marx, El capital, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2015, p. 361. 3. Ibídem, p. 280. 4. Ibídem, p. 278. 5. Ibídem, pp. 281-282. 6. Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores, 1864, tomado de marxists.org. 7. Primer Congreso de la Nueva Internacional Socialista, París, 1889, tomado de aporrea.org. 8. Karl Roth Heinz y Angelika Ebbinghaus, El otro movimiento obrero y la represión capitalista en Alemania (1880-1973), Madrid, Traficantes de sueños, 2011, p. 175. 9. Nanni Balestrini y Primo Moroni, La horda de oro 1968-1977, Madrid, Traficantes de sueños, 2006, p. 67.


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La neurociencia a debate

Ilustración: Juan Atacho

El debate sobre las neurociencias, al que hemos dedicado otras notas en esta revista, continúa. En este número presentamos una reflexión crítica de Sebastián Lipina, autor de Pobre cerebro –uno de los libros reseñados en estas páginas en el artículo “Las neurociencias como marketing político” de IdZ 35–, y una nueva respuesta de Juan Duarte, autor de dicha nota. A propósito de la inflación cultural del prefijo neuro Sebastián J. Lipina Psicólogo, investigador de CONICET. Director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA, CEMIC-CONICET). Profesor Adjunto Regular UNSAM.

La necesidad de explicitar presupuestos Resulta saludable verificar la progresiva aparición de perspectivas académicas, ensayos y notas periodísticas que abordan en forma crítica la sobrevaloración y el tratamiento erróneo del conocimiento neurocientífico en su

divulgación y apropiación cultural, en particular respecto a sus implicancias éticas, sociales e ideológicas. Este fenómeno, que parecería ser una suerte de proceso inflacionario del prefijo neuro, se hace evidente a través de una creciente oferta de programas de formación,

libros de divulgación y productos dirigidos a un público general no especializado que es considerado sujeto de consumo. En algunos casos, esta cultura de consumo de lo neuro también ha impregnado propuestas de políticas públicas en las áreas de educación y salud.


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Este efecto también parecería relacionarse con una apuesta epistemológica en la que el nivel de organización neural tiene preeminencia para explicar todo lo referido a la conducta y el desarrollo humano, en detrimento de las construcciones de otras disciplinas humanas y sociales. Tal tipo de reduccionismo eliminativo y la divulgación acrítica del conocimiento neurocientífico, favorecen la noción de que los problemas complejos pueden abordarse con propuestas simples sin considerar otros tipos de conocimientos y procesos sociales.

Los presupuestos de Pobre cerebro En esta sección propongo abonar al debate sobre la neuromanía comentando algunos de los considerandos publicados por Duarte1 en el número de octubre del año 2016 en la revista IdZ2, a propósito de su reseña sobre mi ensayo Pobre cerebro3. En diferentes secciones de los capítulos 2 y 3 de Pobre cerebro, propongo abordar el estudio del desarrollo humano en términos de un fenómeno complejo que debe ser explicado a partir de la consideración de diferentes niveles de organización (i.e., biológico, psicológico, social, cultural), sin preeminencia de ninguno de ellos sobre los otros. Ello significa que no abono a un reduccionismo eliminativo por el cual el nivel de organización neural pueda explicar la complejidad de los fenómenos involucrados en el desarrollo humano. Por el contrario, enfatizo la importancia y la necesidad de tener en cuenta los aportes de las disciplinas humanas, sociales y de la salud, respecto a la comprensión de los determinantes individuales, sociales, culturales y ecológicos que operan en múltiples direcciones dando forma a diferentes trayectorias de los distintos atributos del desarrollo emocional, cognitivo y social, desde la concepción en adelante. En particular, abordo la cuestión del valor específico de conceptos como los de plasticidad neural, períodos críticos y sensibles, carga alostática y autorregulación, que contribuyen con dar forma a las trayectorias de desarrollo cognitivo, emocional y social; pero que además son potencialmente útiles para sumar a la construcción de acciones orientadas a proteger derechos humanos básicos, y generar condiciones para la realización de proyectos de vida dignos e integrados con procesos colectivos de producción sociocultural. En síntesis, Pobre cerebro invita a pensar críticamente sobre la importancia de considerar: (a) las limitaciones que impone el reduccionismo eliminativo neurocientífico; (b) que el valor de tales conocimientos depende de su integración con cuerpos de conocimiento producidos en el seno de otras disciplinas; (c) que es necesario contribuir con procesos de apropiación cultural de estos conocimientos a través de la generación de debates y foros de discusión que involucren a diferentes perspectivas neurocientíficas; y (d) involucrar en

tales esfuerzos a comunicadores sociales, para debatir sobre la divulgación de tales conocimientos en función a los límites que impone la evidencia disponible y la responsabilidad con la comunidad que implica tal esfuerzo. (b) Sobre la complejidad de la pobreza y los aportes de la evidencia neurocientífica a su comprensión. Como ocurre con el desarrollo humano, la pobreza es un fenómeno complejo que debe ser analizado en el contexto de un marco epistémico sistémico-relacional que involucre diferentes niveles de organización. Ello implica que su definición en base a un conjunto discreto de indicadores focalizados en una de las dimensiones involucradas, también opera como un reduccionismo eliminativo. El capítulo 1 de Pobre cerebro está dedicado a profundizar en estas cuestiones. Pobre cerebro intenta rescatar un abordaje conceptual y ético desde esta perspectiva que de ninguna manera se inscribe en un marco teórico de la neurociencia mainstream, como lo sugiere Duarte4. Tampoco intenta redefinir la pobreza en términos neurocientíficos, ni mucho menos contribuir con transformar la desigualdad en un problema moral de los pobres. Lo que si propone, es incorporar el conocimiento que da cuenta de los efectos y mecanismos de mediación en el nivel de organización neurobiológico a un contexto de discusión multidisciplinario; entendiendo que aporta especificidad para la comprensión de la profundidad del efecto que genera la desigualdad a nivel individual, sin pretensión de reemplazar o anular construcciones de otras disciplinas. Los últimos dos párrafos del libro (páginas 190-191) son elocuentes al respecto. Definitivamente, el eje es la cuestión de los mecanismos que en nuestra civilización causan desigualdad. (c) Sobre el valor del conocimiento neurocientífico en la construcción de políticas públicas. El capítulo 5 de Pobre cerebro está dedicado a revisar cómo la ciencia del desarrollo ha contribuido al diseño, implementación y evaluación de diferentes tipos de intervenciones desde hace más de seis décadas, en diferentes sociedades de cuatro continentes; así como la integración reciente de la neurociencia cognitiva a tales esfuerzos. Por otra parte, se dedica a revisar los alcances de tal experiencia acumulada para informar a su vez el diseño de políticas públicas orientadas a prevenir y mejorar los efectos de diferentes adversidades debidas a pobreza en niños y sus familias. En tal contexto de discusión, se aborda por una parte el problema del alto grado de desconocimiento en el mundo académico sobre lo que representa diseñar y evaluar políticas; y por otra, la complejidad que plantean diferentes tipos de tensiones entre la comunidad académica, técnicos de organismos multilaterales y funcionarios políticos de distintas

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agencias gubernamentales, quienes suelen sostener intereses, agendas, conceptos, metodologías e ideologías diferentes. En particular, se cuestiona la pretensión técnica de trasladar en forma directa lo que se construye en el laboratorio a la comunidad, sin tener en cuenta tales tensiones ni aspectos de escalamiento y planificación básicos. En forma complementaria, también se plantea que las contribuciones científicas al diseño de políticas deben incorporarse bajo la premisa de que toda solución al problema de la pobreza comienza con cuestionar y modificar los mecanismos económicos, sociales y culturales que generan inequidad. Pobre cerebro intenta apoyar la noción de que toda ideología que promueva meritocracias montadas sobre una matriz de inequidad, es una propuesta inmoral. Otro aspecto central, propuesto en el capítulo 5, es la revisión de los principios generados por la investigación psicológica en el diseño, implementación y evaluación de intervenciones, con ejemplos de programas y políticas realizados en diferentes sociedades del mundo. De allí surgen dos conceptos centrales para esta discusión: (a) no es posible generar intervenciones o políticas universales, sino que cada acción debe contemplar la participación de las comunidades en las que se proponen implementar las acciones –es decir, no hay fórmulas o recetas sino co-construcciones técnicas y comunitarias-; (b) las acciones deben considerar diferentes dimensiones del desarrollo individual y de los contextos de desarrollo, de manera que deben implementarse en forma de múltiples módulos orientados a distintos aspectos del desarrollo (e.g., nutrición, educación, salud, desarrollo social y comunitario). Es decir, no hay preeminencia de un nivel de organización sobre los otros, sino que es necesario actuar a varios niveles en forma simultánea y sostenida en el tiempo. Respecto a la historia del programa de investigación que implementamos durante las últimas dos décadas en nuestra unidad de investigación5, también es importante realizar algunas aclaraciones. Por una parte, hemos diseñado diferentes tipos de intervenciones orientadas a optimizar el desarrollo autorregulatorio infantil para profundizar la comprensión de los mecanismos por los cuales es posible generar oportunidades de cambio e inclusión social y educativa. En todos los casos, nuestro trabajo ha tomado en cuenta la retroalimentación de aquellos que estuvieron involucrados: niños, familias, docentes, autoridades, funcionarios. Nuestro abordaje en las actividades de los módulos de intervención cognitiva no está basado en teorías de intervención clínica individual de tipo cognitivo-conductual. Los modelos teóricos y metodológicos provienen de la psicología del desarrollo y toman en cuenta diferentes tradiciones, entre las cuales se encuentran las de la evaluación dinámica y el constructivismo. Los componentes neurocientíficos »


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de nuestro trabajo, están focalizados en el análisis del nivel biológico a través de evaluaciones moleculares y electroencefalográficas, para complementar la de otros niveles de organización.

Algunas reflexiones acerca de cómo nutrir productivamente el debate sobre la neuromanía Como toda disciplina científica, la neurociencia también es una construcción social atravesada por heterogeneidad y múltiples debates epistemológicos, ideológicos y algunas veces también éticos. En tal sentido, un debate honesto requiere identificar la heterogeneidad de voces y propuestas en lugar de adjudicar a todas las voces una única versión. No hay una sola forma de interpretar los resultados de los estudios neurocientíficos. En cualquier caso, el problema a dirimir es si la neurociencia aporta a una apuesta epistemológica genuina orientada al interés y bienestar común, o a la explotación de su valor de venta en el universo cultural mercantilista que parece dominar en la cultura actual.

La experiencia social de América Latina impone la necesidad de contextualizar los conocimientos y la evidencia en función a su identidad, que difiere de la de otras experiencias culturales en cuanto a su geopolítica, el trabajo, la realidad urbana y rural, los márgenes, y los procesos de hegemonía y de resistencia. Por último, el debate sobre la neuromanía, requiere de un abordaje constructivo cuyo punto de inicio para una comunicación adecuada del conocimiento se base en el intercambio entre neurocientíficos y otros actores sociales, orientado a incrementar la comprensión conceptual, metodológica y técnica que propone la neurociencia, al mismo tiempo que aumente la conciencia de los neurocientíficos sobre las cuestiones de interés público y lo que representa diseñar, implementar y evaluar políticas públicas. En este sentido, continuar con la comunicación unidireccional neurociencia → divulgación → sociedad, en la que los neurocientíficos confían la divulgación a los medios tradicionales de comunicación, sería limitada e insuficiente para transferir el conocimiento. La complejidad de

las cuestiones involucradas en la construcción del conocimiento, su divulgación y su transferencia, requieren de esquemas de comunicación más elaborados y multidireccionales. Estos esquemas deben reconocer que la ciencia es parte de las prácticas culturales y que las sociedades se transforman progresivamente, es decir, devienen más diversas. Ello requiere aumentar la interacción sostenida entre diferentes actores sociales, comunidades científicas y medios de comunicación.

1. Aprovecho para agradecer a Juan Duarte por darme la oportunidad de comentar su reseña y realizar aclaraciones sobre algunas cuestiones que en su artículo considero que no se adecuan a mi realidad o forma de interpretar. 2. Duarte, J., “Las neurociencias como marketing político”, IdZ 34, octubre 2016. 3. Lipina, S. J., Pobre cerebro, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2016. 4. Duarte, J., ob. cit. 5. Unidad de Neurobiología Aplicada (UNA, CEMIC-CONICET), http://pobrezaydesarrollocognitivo.blogspot.com.ar.

Buenas intenciones para una propuesta a medida de la gestión neoliberal Juan Duarte Comité de redacción.

La respuesta de Sebastián Lipina a nuestra crítica de su libro constituye una excepción valorable dentro de la neurociencia mainstream autóctona, poco proclive a responder críticas, abrir diálogos o debates. Asimismo, resulta un aporte que parta de constatar “la sobrevaloración y el tratamiento erróneo del conocimiento neurocientífico en su divulgación y apropiación cultural, en particular respecto a sus implicancias éticas, sociales e ideológicas”, así como de criticar lo que llama “reduccionismo eliminativo” y su divulgación acrítica. Y cómo desde allí emprende en su libro todo un recorrido previo destinado a “explicitar presupuestos” para su propuesta, como la conceptualización del desarrollo humano en tanto “fenómeno complejo que debe ser explicado a partir de la consideración de diferentes niveles de organización”, la necesidad de un enfoque interdisciplinar complejo, ciertos conceptos clave como plasticidad neural, períodos críticos y sensibles, carga alostática y autorregulación, epigénesis, y la crítica a los “neuromitos” y la fetichización de la utilización de neuroimágenes, cuya hipertrofia explicativa caracteriza las versiones más reduccionistas de la neuromanía, como las de Manes o Golombek.

Lo mismo respecto de la crítica al rol de los divulgadores “en función a los límites que impone la evidencia disponible y la responsabilidad con la comunidad que implica tal esfuerzo”, el carácter unidireccional de circulación de conocimiento y su rol social y político. Pero dicho esto, hay que señalar que la práctica misma del autor, desplegada en el libro, contradice en varios aspectos esas presuposiciones. En primer lugar, la tesis central del libro, que fue el eje de nuestra crítica, apunta a correr el eje de la definición del término “pobreza”, desde sus determinaciones económicas y sociales (que considera “economicismo”) hacia su “experiencia individual”, psicológica y neurobiológica, partiendo de la hipótesis –que nos parece plausible– de que es probable que “el impacto de la pobreza sobre el desarrollo autorregulatorio tenga una base neuro-cognitiva”. Pero lo grave de este planteo es que implica operar un deslizamiento desde la esfera económica, social, política que caracteriza el fenómeno, y que permite denunciar las condiciones sociales concretas que generan la miseria en el capitalismo (desde las formas de explotación y segregación, hasta las políticas

estatales y de gobierno), hacia su experiencia individual (entendida en términos neurobiológicos o cognitivo-conductuales). Es decir, por más que el autor diga apuntar a “incorporar el conocimiento que da cuenta de los efectos y mecanismos de mediación en el nivel de organización neurobiológico”, se trata de mínima de una mirada ingenua que olvida los intereses estatales, de gobierno y hasta imperialistas que se benefician con esta operación ideológica, en tanto desarma la denuncia y exigencia a la condiciones sociales concretas, y abona el discurso de la meritocracia y el individualismo. No es casualidad que Lipina mismo ubique su propuesta en el marco un corrimiento conceptual operado desde las Naciones Unidas con el objetivo de “informar al sector privado sobre prácticas innovadoras de inclusión social para que las implementen en sus sistemas de administración de recursos humanos”1. Desde este punto de vista, el problema de la pobreza pasaría ahora, por ejemplo, por “el estado de salud de los niños desde antes de su nacimiento; la educación, ocupación y salud mental de padres y maestros; la estimulación del desarrollo emocional, cognitivo, del lenguaje y del aprendizaje en el hogar, la escuela


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y la comunidad”, o “si los padres comunican o no a sus hijos sus preocupaciones sobre la inseguridad económica” o “la falta de apoyo familiar durante la escolaridad primaria”2. O sea, un camino directo desde la responsabilidad del Estado hacia la responsabilidad de padres y cuidadores, operado mediante el tobogán del discurso meritocrático del “capital mental”. Como señalábamos en nuestra reseña, este enfoque (que tampoco es original sino parte de una corriente mundial) constituye un complemento ideológico pseudocientífico a la medida de la aplicación de políticas neoliberales. En el caso de Inglaterra, como muestran el neurobiólogo Steven Rose y la socióloga de la ciencia Hilary Rose, el gobierno conservador de Cameron se apoyó en informes neurocientíficos sobre intervención temprana3 para “enfatizar la importancia de los cuidados parentales por sobre la pobreza del niño”, con lo que “la pobreza sería definida no tanto en términos de ingresos relativos, sino de logros educacionales, no trabajo y adicción a las drogas” en el marco familiar. De este modo, Cameron se desligaba del compromiso previo de terminar con la pobreza infantil para 20204.

Divulgación a la medida de la CEOcracia No es difícil imaginar a Macri, Vidal o cualquier funcionario del gobierno de Cambiemos apoyándose en este “nuevo” concepto de pobreza para justificar políticas de ajuste o disciplinamiento social. Y es mucho menos difícil si tenemos en cuenta que Diego Golombek, quien prologa el libro, además de un divulgador estrella de esta corriente, es al mismo tiempo uno de los asesores directos del presidente Macri, mientras que Manes es candidato de Cambiemos. O, aún más, que en la última publicación del autor de Las neuronas de dios5, titulada Neurociencias para presidentes. Todo lo que debe saber un líder sobre cómo funciona el cerebro y así manejar mejor un país, un club, una empresa, un centro de estudiantes o su propia vida (¡sic!), además de Facundo Manes, participa el mismo Lipina con un artículo dirigido al presidente en el mismo sentido que su libro pero poniendo el eje en la alimentación y en la “responsabilidad social empresaria” para la “equidad”6. Por lo demás, la idea de reducir indicadores sociales a fenómenos individuales en clave neoliberal no es un hecho nuevo para esta corriente. El mismo Facundo Manes propone utilizar el “concepto” de Felicidad Nacional Bruta (FNB), que “define la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos que el conocido Producto Bruto Interno (PBI)” en línea –según él– con Sarkozy y Cameron7.

¿Un enfoque no reduccionista? Por otro lado, mal que le pese a autor, en términos epistemológicos esta operación de redefinición ideológica del término pobreza (concepto social e histórico) en términos individuales, recae en la operación característica de la neurociencia mainstream: tomar el todo (persona situada

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históricamente) por la parte (neurobiología, psicología) se denomina “falacia mereológica”8. Y el mismo sesgo aparece cuando el autor aplica una concepción cognitivista de procesamiento de la información a nivel de la psicología9. En definitiva, creemos que a pesar de intentar un planteo crítico y hasta emancipador, la propuesta de Pobre cerebro no escapa ni al reduccionismo que critica, ni, sobre todo, a la divulgación de conceptualizaciones y prácticas a la medida de las necesidades de la gestión capitalista y del negocio asociado a la neuromanía. Así, a pesar de las –notables– diferencias señaladas, termina siendo complementaria de planteos más abiertos como el de Manes. Y no es casual que ambos compartan ámbitos comunes, como su participación en emprendimientos de marketing editorial y político como el citado. En este sentido no sorprende que, en respuesta a un artículo referido centralmente a Manes y el neuromarketing político, Lipina eluda cualquier pronunciamiento directo. Bastante contradictorio, al borde de la impostura, con la supuesta problematización de los divulgadores sociales “en función a los límites que impone la evidencia disponible y la responsabilidad con la comunidad que implica tal esfuerzo” que propone en libro.

Sobre la crítica al biologicismo y los intereses capitalistas que vehiculiza, resulta imprescindible retomar la tradición de crítica anticapitalista referenciada en el marxismo sobre las relaciones entre biología y ciencia, en la cual se destacan los trabajos de los citados Rose13, Richard Lewontin y Richard Levins. Por último, y como venimos planteando en esta revista14, a nivel de una psicología del desarrollo superadora del dualismo del planteo cognitivo, nos parece clave retomar el planteo programático marxista de la psicología histórico-cultural vigotskiana, que implica al mismo tiempo que una concepción sistémica dialéctica de las relaciones entre biología y cultura, la necesidad de una crítica de los conceptos y de la condiciones sociales concretas de producción de la subjetividad y el conocimiento.

Hacia una superación de la neuromanía

4. Rose, S. y H., Can neuroscience change our minds?, Cambridge, Polity Press, 2016, p.71. También en Francia están en marcha intentos similares.

A esta altura vale la pena preguntar cómo podría desarrollarse realmente un abordaje en neurociencia que realmente haga justicia a planteos generales como los que rescatamos de Lipina. Al respecto, últimamente han comenzado a surgir tendencias críticas saludables dentro de ese ámbito disciplinar. Solo por citar un caso muy interesante, podemos nombrar la “Propuesta para una neurociencia crítica” por parte de los neurocientíficos Jan Slaby y Suparna Choudhury, quienes en su texto programático plantean la necesidad de que cualquier investigación en este campo parta de una crítica que sitúe muy concretamente los desarrollos disciplinares dentro de las relaciones sociales capitalistas y mercantilizadas que las constituyen a todo nivel, así como de la democratización del entramado de producción de conocimiento, incluyendo a los sujetos mismos sobre los cuales aquel se genera10. Ejemplo de esto son los trabajos de la neurocientífica Cordelia Fine, dedicados a desnudar el carácter fraudulento y sexista de los planteos neurocientíficos a nivel de cuestiones de género11. En un sentido similar, y poniendo eje en la divulgación y la construcción del relato neuro, resultan un aporte estudios recientes sobre la generación mediática del mismo. Por ejemplo, un trabajo dedicado al rol de la sección de ciencia de La Nación en la neuromanía autóctona, y otro a la bizarra propaganda biologicista desplegada por el mismo director de la Universidad Favaloro en su programa de TV Los enigmas del cerebro12.

1. Lipina, S., Pobre cerebro. Los efectos de la pobreza sobre el desarrollo cognitivo y emocional, y lo que la neurociencia puede hacer para prevenirlos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016, p.23. 2. Ibídem, p.25. 3. Allen, G. Early Intervention: The next steps y otros, HM Goverment, 2011. Si bien Lipina critica muchos de los presupuestos “neuromíticos” de este tipo de informes, su planteo general va en el mismo sentido.

5. Ver “Reseña de Las Neuronas de Dios”, IdZ 17, marzo 2015. 6. Siglo XXI, Buenos Aires, 2017. p.192. En breve reseñaremos el libro de conjunto. 7. Manes, F. Usar el cerebro, Siglo XXI, Buenos Aires, 2013. Ver reseña en IdZ 9, mayo 2014. 8. Desde los años ‘70, autores como Steven Rose y Richard Lewontin vienen denunciando esta operación. Ver entrevista a Steven Rose en “El paradigma neurocientífico. De determinismos y reduccionismos recreados”, IdZ 7, marzo 2014. 9. Ambas cuestiones han sido muy bien criticadas recientemente por José Castorina en relación con la educación y el desarrollo. Ver “Las relaciones problemáticas entre neurociencias y educación. Condiciones y análisis crítico”, en Propuesta Educativa 46. También Flavia Teriggi es contundente allí en su crítica al “aplicacionismo: la pretensión de derivar de las neurociencias directrices para la práctica pedagógica u orientaciones de política educativa” y al negocio capitalista aparejado (p.60). 10. Jan Slaby y Suparna Choudhury, 2017, disponible on line en http://janslaby.com. 11. Delusions of Gender: How Our Minds, Society, and Neurosexism Create Difference, Londres , W. W. Norton, 2010. Y más recientemente Testosterone Rex: Myths of Sex, Science, and Society, Londres, W.W. Norton, 2017. 12. Mantilla, M.J. y Di Marco, M., “La emergencia del cerebro en el espacio público. Las noticias periodísticas sobre las neurociencias y el cerebro en la prensa gráfica en Argentina (2000-2012)”, PHYSIS, vol. 26. Mantilla, M.J., “Educating ‘cerebral subjects’: the emergence of brain talk in the Argentinean society”, Londres, Biosocieties, vol. 10, 2015. 13. En particular Genes, Cells and Brains, Londres, Verso, 2013. 14. Ver por ejemplo “El Capital como inspiración en la teoría de Vigotsky”, en IdZ 18, abril 2015.


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26 Encuentros y desencuentros a la luz de nuevos acontecimientos

FEMINISMO & MARXISMO políticas y desafíos actuales para la izquierda y los movimientos sociales. Andrea D’Atri actualiza uno de los debates que atravesó el movimiento feminista y de mujeres desde la década de los ‘60 y que ha recobrado vigencia. ¿Cuál es la estrategia para superar el estadio de resistencia y pelear por la emancipación? ¿Cuáles son los lazos entre la pelea contra la opresión de género y aquella contra la explotación de clase? En “Las otras feministas”, Celeste Murillo analiza y debate con la presencia cada vez más fuerte de las mujeres al frente de movimiento conservadores y de la derecha reaccionaria. ¿En qué medida el feminismo liberal ha allanado el camino para que el discurso feminista sea utilizable también por la derecha? Como hacemos en todos los números de Ideas de Izquierda, en nuestras “Lecturas críticas”, revisitamos clásicos y reseñamos libros que realizan aportes interesantes desde diferentes campos. Ariane Díaz vuelve sobre uno de los libros que todavía genera debates y es reconocido, incluso más allá del marxismo, como uno de los primeros textos “feministas”, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Friedrich Engels. Ana Sánchez reseña Manual para mujeres de la limpieza de Lucía Berlin, uno de los ejemplos actuales de cómo la literatura es terreno fértil de reflexiones y discusiones sobre los “problemas” de la mitad de la humanidad. Por último, Celeste Murillo reseña Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour), de Mercedes D’Alessandro, que recorre y desmitifica muchos de los factores que alimentan la desigualdad.

Ilustraciones: Anahí Rivera

El pasado 8 de marzo hizo evidente el resurgimiento de un movimiento social y político profundo. El movimiento de mujeres, que había comenzado a retomar las calles desde 2016 de forma recurrente, hizo “temblar” la tierra con acciones simultáneas en las principales ciudades y volvieron al debate ideas “incendiarias” como la huelga y el internacionalismo. La jornada dejó desafíos y potencialidades que recorrimos en el Ideas de Izquierda 36 con el artículo “8 de marzo: cuando la tierra tembló”. El movimiento de mujeres hoy supera ampliamente los “problemas femeninos”, y expresa el desencanto y descontento con las democracias capitalistas. Las mismas que incumplieron sus promesas de igualdad (cada vez más condicionada y restringida) con las mujeres, son las que hoy rescatan a una minoría de grandes bancos y empresas, cada vez más ricos, mientras la mayoría se hunde en la precariedad y la pobreza, y son cada vez más pobres. En los gestos más brutales de la alianza de patriarcado y capitalismo (la violencia machista, los femicidios) y la desigualdad perpetuada en la precariedad, con mayoría femenina, las mujeres empiezan a encontrar alianzas con organizaciones de trabajadores y trabajadoras, la izquierda y otros movimientos sociales. En este número, dedicamos un dossier a otros aspectos de un movimiento plagado de debates y reflexiones. En la entrevista con Nancy Fraser, impulsora del llamado a construir un “feminismo del 99 %” en Estados Unidos, abordamos las conclusiones de lo que la académica denominó como el fin del “neoliberalismo progresista”, sus consecuencias


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Entrevista a Nancy Fraser

​ n feminismo U para abolir las jerarquías Fotografía: Vimeo

Nancy Fraser es profesora de la New School for Social Research, en los departamentos de Filosofía y Ciencia Política. Sus trabajos se centran en teoría crítica, teoría social, filosofía política, especialmente temas relacionados con el feminismo, la crítica del capitalismo y temas como la hegemonía y la política identitaria. Es una de las impulsoras del llamado a construir un feminismo anticapitalista en Estados Unidos. Conversamos con ella a propósito de las perspectivas y desafíos del feminismo y otros movimientos sociales y políticos en la era signada por la presidencia de Trump. IdZ: ¿Qué es el feminismo del 99 %? En un nivel, es una suerte de reacción a la dirección que ha tomado el feminismo, especialmente en Estados Unidos, pero no únicamente aquí, hacia lo que yo considero una relación peligrosa con el neoliberalismo. La principal corriente se ha convertido en un feminismo corporativo, del “techo de cristal”, que llama a las mujeres a escalar posiciones en las empresas. Ha renunciado a toda concepción amplia y sólida de lo que significa la igualdad de género o la igualdad social en general. En lugar de eso, parece estar centrado realmente en lo que yo llamaría la “meritocracia”. Y eso significa solo eliminar las barreras que impiden que las mujeres talentosas avancen hacia las posiciones más altas de las jerarquías corporativas, militares. La clase de feminismo que yo siempre he apoyado –y debo decir que soy hija de los años ‘60 en este sentido– es un feminismo

que trata de abolir las jerarquías corporativas, no de ayudar a una pequeña cantidad de mujeres a ascender en ellas. Pero el feminismo empezó a dar un giro neoliberal hace alrededor de 20 años. Para mí no se trata simplemente de algo terrible que pasó con la elección de Trump, aunque eso ciertamente es muy malo. Pero creo que bajo la punta del iceberg hay un conjunto más amplio de circunstancias relacionadas con aspectos estructurales de nuestra sociedad que han sido ignorados por casi todas las corrientes feministas, salvo algunas de izquierda relativamente marginales, con las cuales me identifico personalmente, pero que hasta ahora no hemos logrado amplificar nuestras voces. Quizás tengamos que agradecerle a Trump el hecho de que éste sea un momento en el que se pueden escuchar voces más radicales. Parece que después de las grandes movilizaciones, la indignación y el deseo de participar

en protestas y en la resistencia, que se manifestó en la Marcha de las Mujeres, esta puede ser una oportunidad para dar una dirección distinta al feminismo en Estados Unidos. Yo lo llamaría una corrección del rumbo, y no una mera resistencia. Las marchas del 21 de enero1 fueron fantásticas. Hubo una energía enorme, una cantidad extraordinaria de gente y mucha creatividad, pero debo decir que a nivel político fueron un poco rudimentarias. No hubo una dirección clara, y quizás por eso tanta gente quiso participar. Pero también es posible desarrollar un activismo de mujeres que tenga un perfil más claro, una orientación más clara, una plataforma. Y creo que en este contexto, puede empezar a atraer un apoyo más amplio. Porque hay mucha gente que se está radicalizando y politizando por primera vez. Gente que durante la presidencia de Obama mantuvo un perfil »


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bajo. Nadie quería oponerse al primer presidente negro y, por supuesto, él hizo algunas cosas que se pueden considerar progresistas. Pero el activismo había decaído y ahora creo que se destapó y hay nuevas oportunidades. Entonces hicimos el llamado a una huelga para el 8 de marzo como respuesta específicamente estadounidense al llamado internacional más amplio que ha recibido el apoyo de más de 30 países. Y pensamos que había que aprovechar la oportunidad y ver si podemos construir un feminismo de izquierda, radical. A eso nos referimos cuando decimos un feminismo del 99 %. Un feminismo para todas las mujeres por las que el feminismo corporativo no ha hecho prácticamente nada. IdZ: Hablás del fin del “neoliberalismo progresista”2, ¿a qué te referís con esa categoría y cómo ves que se desarrolla este “comienzo del fin”? Durante mucho tiempo me resultó difícil caracterizar este desvío que acabo de describir de la corriente prevaleciente del feminismo hacia una especie de molde corporativo. Y debo aclarar enseguida que diría lo mismo acerca de todos los movimientos sociales progresistas. No es solo un problema del feminismo. Es un problema en los movimientos antirracistas, que también incluyen un aparato político de la elite negra, por lo menos hasta la irrupción de Black Lives Matter. Creo que tenemos un ala corporativa y neoliberal del movimiento ecologista que promueve el capitalismo verde. Dentro de los movimientos LGTBI tenemos sectores que solo promueven la inclusión de homosexuales en las fuerzas armadas y en la vida corporativa, etcétera. Tengo que decir que en EE. UU. tenemos una cultura de individualismo, de voluntarismo, de salir adelante con el esfuerzo personal y se considera que si no se lo logra, es culpa de uno. Es el camino normal que sigue la sociedad. Solo en períodos de crisis abierta los estadounidenses tienen un incentivo real para empezar a pensar en términos estructurales sobre cómo funciona la sociedad y cómo está compuesta desde el inicio. Bernie Sanders usó términos maravillosos. Dijo que es una “economía amañada,” una “sociedad amañada”, un “sistema político amañado”. Todo eso es cierto. Pero para comprenderlo, hay que caracterizar las estructuras que introdujeron esa situación. Hace mucho tiempo que observo y escribo acerca del desvío neoliberal de los movimientos sociales. Pero de alguna manera, la última elección en EE. UU., la campaña, todo eso me ayudó a verlo con mayor claridad. Porque creo que Hillary Clinton lo encarnaba a la perfección. Y luego pude atar los cabos

sueltos y dije, “¡Ajá! Lo que tenemos en la carrera electoral entre Clinton y Trump es un concurso entre dos opciones horribles”, que yo denominé “neoliberalismo progresista” y “populismo reaccionario”. Y llegué a entender que lo que ha sido el bloque dominante, hegemónico en Estados Unidos por lo menos desde que asumió Bill Clinton en 1992 –mucho tiempo– representa una alianza nefasta entre corrientes mainstream corporativizadas de los nuevos movimientos sociales y ciertos sectores de la clase capitalista estadounidense. No todos, sino los sectores del mundo empresarial que dependen no de la industria manufacturera sino de un capitalismo “simbólico y cognitivo”, como se ha denominado. Eso es Hollywood, Silicon Valley y, obviamente, Wall Street y las finanzas. Las finanzas se han convertido en una parte enorme de nuestra economía y han desplazado a otros sectores. A eso me refería al hablar del neoliberalismo progresista. A la forma en que este sector del mundo empresarial pudo crear una especie de cubierta progresista para políticas que, en realidad, están destruyendo el sustento y los modos de vida, las familias y las comunidades de los estadounidenses de clase trabajadora y pobres. Y también corroen la vida de la clase media. Las dos grandes respuestas a este neoliberalismo progresista han sido, por supuesto, la victoria de Trump pero también la campaña extraordinariamente exitosa –que superó todas las expectativas– de Bernie Sanders3, que casi derrota a Hillary Clinton, que contó con todo el aparato y el poder a su disposición. Fue un levantamiento muy potente contra el neoliberalismo progresista. Un polo a la derecha y un polo a la izquierda. Lamentablemente, triunfó el polo de Trump. Pero de alguna manera expuso esta alianza hegemónica y creo que eso es lo que ha allanado el camino hacia las movilizaciones actuales. Y debería agregar un último punto. Uno de mis miedos con respecto a lo que está sucediendo ahora es que, en ausencia de una intervención fuerte y clara de la izquierda, toda esta resistencia, que es enorme, termine por reconstituir el neoliberalismo progresista en una forma nueva, con la dirección de alguna figura más aceptable que Hillary Clinton, que creo que está políticamente acabada, básicamente. Ese es uno de mis miedos. Fue al intentar impedir eso que escribimos el llamado a la huelga de la manera en que lo hicimos y que estamos intentando organizar este feminismo de izquierda. Quisiera que ese fuera un modelo para otros movimientos sociales. Quisiera ver desarrollarse varias coaliciones antirracistas alrededor de un programa radical similar. Un antirracismo para el 99 %. ¿Por qué no

tenemos eso? Para el movimiento de los gays, lesbianas y trans y para el movimiento ecologista. Creo que esta es la dirección. Y Sanders, que no es una figura perfecta de ninguna manera, ha trazado de alguna forma un camino. Si se mantiene dentro del partido Demócrata o no es otro problema, pero proporcionó un lenguaje que ayudó a exponer lo que ha estado haciendo ese partido durante los últimos 30 años. Y siento que estamos tomando esa apertura que él ayudó a crear y que, a su propio modo perverso, está ayudando a crear Trump, y vamos a intentar profundizarla. Y, como dije antes, me encantaría ver a otros movimientos sociales hacer algo más o menos similar y coordinado. IdZ: En Fortunas del feminismo, decías que las luchas por el reconocimiento (así como por la redistribución) no tienen un carácter inherentemente anticapitalista, sino que debían aliarse a luchas anticapitalistas. ¿Cuáles son las consecuencias políticas de esta división y cómo seguir hacia delante? Yo daría un paso atrás, históricamente, para contextualizar esos términos, “redistribución” y “reconocimiento”, que han sido términos clave para la forma en que he intentado comprender estos desarrollos durante varias décadas. Para mí, el término “redistribución” ya era una especie de concesión y de alguna manera una alternativa al socialismo o quizás un “socialismo light”. Es el socialismo que no se atreve a nombrarse a sí mismo. En otras palabras, cuando los movimientos obreros y otros movimientos radicales, los movimientos socialistas, estaban luchando contra las reglas básicas de la sociedad capitalista, las relaciones de propiedad, la apropiación de la plusvalía, etc., no hablaban en realidad de redistribución, sino de transformación estructural. Creo que el término “redistribución” fue desarrollado dentro de la socialdemocracia y supone en realidad que el problema es la distribución injusta de bienes divisibles. No se trata de cambiar las reglas de base, por decirlo de alguna manera. Yo diría que después de la Segunda Guerra Mundial, este paradigma redistributivo se volvió dominante en Estados Unidos, pero también en países socialdemócratas ricos, y en muchos Estados desarrollistas que no eran tan ricos, los Estados independientes que también intentaban “desarrollarse”. Y ciertamente corrientes importantes del movimiento obrero y de la izquierda, la izquierda socialdemócrata, retomaron este concepto de la redistribución. Hay varios problemas con esto, evidentemente, pero un problema adicional es que este fue un período, de la posguerra, en el cual ese modelo redistributivo empezó a aparecer como demasiado restrictivo. Betty


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Friedan escribía sobre las amas de casa atrapadas en los suburbios, y se fundaba una nueva izquierda en contra de la ética consumista. Eran aspiraciones distintas a la distribución justa del ingreso, los salarios y el trabajo, etc. Estaba la lucha contra la segregación racial, por ejemplo. Y comenzaban a acercarse a algunos problemas profundos y estructurales. Planteaban el problema de la ciudadanía de segunda y la pobreza de los afroamericanos y de esa manera exponían algunos aspectos terribles de la historia estadounidense que no quedaron totalmente en el pasado. Entonces, creo que lo que sucedió como respuesta fue que se desarrolló un segundo paradigma junto con el paradigma dominante redistributivo, que yo y muchas otras personas han denominado “reconocimiento”, en el cual el problema no es solo que uno quiere ser tratado de manera igualitaria, sino que quiere que se reconozca, apruebe y valide su especificidad. Uno no tiene que ser como otros ni vivir la vida de un hombre blanco heterosexual para ser un integrante pleno y válido de la sociedad, todo lo cual está muy bien en un sentido, pero una vez más la historia nos presenta muchas sorpresas. Porque el momento en el cual se desarrollaba el paradigma del reconocimiento también fue el momento en el que el modelo capitalista fordista en decadencia se encontraba con dificultades y cuando la redistribución socialdemócrata perdía su base económica. Entonces había dos sectores, no me parece totalmente adecuado el término “de izquierda”, pero era lo que más se parecía a una izquierda, dos sectores que parecían estar en conflicto. Thomas Frank escribió sobre un mundo industrial en decadencia de trabajadores sindicalizados predominantemente blancos, pero no solo blancos, que se sienten amenazados por el aumento de reclamos en una situación en la cual su sustento está en caída. No están en una situación cómoda para nada. Y luego surge la idea neoliberal progresista entre la gente que promueve el reconocimiento de que esos trabajadores son atrasados –“deplorables” como los denominó Hillary Clinton– racistas y misóginos. Yo no negaría que hay elementos de racismo y misoginia en toda nuestra sociedad, pero la situación es más compleja y no se puede entender exclusivamente en términos morales. Tenemos que entender que es el desarrollo, la transición de una forma de capitalismo –la forma socialdemócrata administrada por el Estado– hacia otra, la forma financierizada y globalizadora. Esa transición es la que está creando las alianzas extrañas y los antagonismos muy poco productivos entre sectores de la población que tal vez se habrían aliado en otras circunstancias.

IdZ: Cuando crecen varios movimientos y sentimientos nacionalistas, en el llamado que hicieron para el 8 de marzo, destacaron la importancia de construir un movimiento internacional, ¿por qué? En primer lugar, diría que creo que todo movimiento social progresista y transformador debe pensar en términos internacionales. La izquierda apoya esta idea hace alrededor de 200 años, por lo menos de la boca para afuera. Pero yo diría que es todavía más urgente hoy en día que en cualquier otro momento de la historia, porque ahora el sistema mundial capitalista está mucho más globalizado. Y creo que aun en la medida en que uno quiere hablar de cuál debería ser la política nacional en un país determinado, hay que partir del reconocimiento de que lo que es posible a ese nivel depende en gran medida de la estructura financiera global internacional del sistema mundial. En ese sentido, lo que hizo posible un modelo de socialdemocracia a nivel nacional, en países ricos, como los escandinavos, que era más o menos igualitaria a nivel interno, fueron los controles de capitales de Bretton Woods. Y una vez que fueron desmantelados [los controles], ese tipo de socialdemocracia relativamente igualitaria, aunque restrictiva, es posible porque se apropia de parte de la riqueza del Sur mundial, depende de cierto tipo de imperialismo... Pero lo que sugiero es que lo nacional y lo mundial o internacional están estrechamente relacionados. Y ese sería un argumento a favor de que si no pensamos cómo frenar las finanzas mundiales, y eso solo se puede hacer mediante un movimiento social mundial, un esfuerzo mundial, nuestra capacidad de hacer cualquier cosa a un nivel local será muy limitada. Otro ejemplo es el cambio climático. Obviamente no se puede enfrentar con un activismo local, independientemente de cuánto uno reduzca su huella de carbono aquí o allá. Hay problemas como ese que solo se pueden abordar a nivel internacional. ¿Cuál es el nivel internacional hoy? Es Davos, es la OMC, es el régimen de propiedad intelectual del acuerdo sobre los ADPIC (Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual), entre otros. Entonces, ¿cuáles son las instituciones de la izquierda que puedan enfrentarse a ellas? Al principio, me pareció muy prometedor el desarrollo del Foro Social Mundial, porque parecía apuntar a una respuesta a ese nivel. Hubo problemas que podemos discutir, pero quizás no para resaltar aquí. Pero creo que es muy importante pensar ahora en términos globales. Lo que hace esta huelga internacional [de mujeres] es alentar la solidaridad y el aprendizaje mutuo. Algo que nos impactó mucho

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cuando escribimos la declaración que apareció en The Guardian, fue el lenguaje que estaban desarrollando las argentinas. Tenían una comprensión fantástica, integral y estructural de lo que comprende la violencia contra la mujer. No responsabilizaban simplemente a los “tipos malos”. Y tomamos eso como perspectiva para pensar la violencia contra las mujeres de una manera que se dirigiera al 99 % de las mujeres. Creo que tenemos mucho que aprender los unos de los otros. Nadie tiene una visión completa. Y es muy emocionante ver el apoyo mutuo y una de las cosas que están sucediendo con la marcha es que los grupos que se están organizando en distintos países van a filmar sus eventos y vamos a intercambiar los videos y eso crea una percepción de que está pasando algo, de que somos parte de algo mucho más grande. IdZ: ¿Te gustaría agregar alguna reflexión sobre el movimiento de mujeres, decir algo más? Agregaré un punto más. En mi opinión, la base estructural de la subordinación de las mujeres en la sociedad capitalista es la división entre la producción económica y la reproducción social. Esta división nunca había existido antes en la historia. Estas actividades siempre estaban mezcladas en el mismo lugar. Creo que la forma en que esa división se ha establecido e implementado ha cambiado de manera significativa en la historia del capitalismo, mediante una serie de distintos regímenes de acumulación. Sin embargo, creo que ese es el eje central y diría que cualquier política feminista centrada exclusivamente en cualquiera de esos dos polos sin considerar su imbricación e interconexión profundas no podrá lograr la emancipación de las mujeres.

La entrevista fue realizada en Nueva York en los días previos al 8 de marzo. Puede verse su versión original en video (en inglés) en Left Voice, parte de la Red Internacional de La Izquierda Diario. Traducción: Marisela Trevin.

1. “Histórico: la marcha de las mujeres colmó las calles contra Trump”, La Izquierda Diario, 21/01/2017. 2. N. Fraser, “El final del neoliberalismo ‘progresista’”, www.sinpermiso.info, 12/01/2017. 3. Ver sobre Bernie Sanders y las primarias del partido Demócrata, C. Murillo y J. A. Gallardo, “La insatisfacción juvenil y el fenómeno Bernie Sanders”, IdZ 27, marzo 2016.


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30 Ilustración: Anahí Rivera

Feminismos populares: resistencia o revolución (permanente) Andrea D’Atri Especialista en Estudios de la Mujer.

Hijo de la crisis capitalista internacional que ha parido los más diversos fenómenos políticos, un nuevo movimiento de mujeres recorre el mundo en el último período. El reciente Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo, que –bajo distintas modalidades– se llevó a cabo en más de 50 países, dejó al descubierto la impotencia del feminismo liberal para responder a las contradicciones vitales que afectan a las mujeres tras largas décadas de neoliberalismo, con ampliación de derechos e incremento de los agravios. A la vera de su propia crisis y de la mano de las figuras políticas más encumbradas de la derecha mundial, como Donald Trump o Marie Le Pen, emerge el oxímoron de un “feminismo conservador”. Del otro lado, se recrean los feminismos populares, proponiéndose dar voz a las mujeres pobres, las trabajadoras, las racializadas, las inmigrantes. Bajo diversos postulados anticapitalistas relativamente abstractos, un nuevo feminismo popular se pone de pie y se declara en resistencia. Desde que la explosión inusitada de recursos económicos –posibilitada por el descubrimiento de las técnicas de la agricultura y de la domesticación de animales, entre otras– introdujo una división social entre una mayoría de productores y una minoría alimentada a expensas del trabajo (excedente) de los primeros, los seres humanos rechazaron todas las formas de servidumbre y resistieron

a las injusticias que devienen de esta escisión. Nunca en la Historia fueron necesarias las teorías acerca de la opresión social para que la humanidad opusiera resistencia a dichas condiciones de existencia. La resistencia es un acto de insumisión, pero –como señala lúcidamente Daniel Bensaïd– “es en primer lugar, un acto de conservación, la defensa encarnizada de una integridad amenazada por la destrucción”1. Las mujeres no han sido excepción. Enfrentando los cataclismos naturales, económicos y políticos que amenazan la vida de su progenie, siempre han sido protagonistas de fabulosos procesos de organización y resistencia: allí donde hay víctimas de terremotos o inundaciones, víctimas de desocupación, desalojos, carestía o desabastecimiento; víctimas de feroces regímenes políticos, persecuciones e injusticias, hay mujeres resistiendo en la primera fila. Pero no sólo allí. También las mujeres han delineado los sinuosos contornos de un movimiento amplio y diverso que, desde fines del siglo XVIII, recorre la historia del capitalismo, proclamando –con distintas voces– la resistencia a la opresión del propio colectivo generizado. En algunos momentos de la Historia, esa resistencia avanzó en ensayar una salida al estado de cosas. Entró en acción; no se redujo a desoír los mandatos dominantes, sino que inventó sus propias respuestas; no se limitó

a impedir una mayor destrucción, sino que exploró salidas constructivas. En esos momentos, las víctimas dejaron de ser objetos de compasión para transformarse en sujetos de su propia historia. Así lo hicieron las mujeres que, en los albores de la revolución burguesa, reclamaron su inclusión en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, que no las tenía en cuenta, enfrentando a las monarquías y la servidumbre feudal; así lo hicieron las mujeres de los barrios populosos de París, empuñando las armas y combatiendo en las barricadas para defender la Comuna, su propio gobierno obrero que eliminaba la desigualdad jurídica entre los sexos. Así lo hicieron las mujeres que, en los radicalizados años ‘70 –junto con luchas antiimperialistas por la liberación nacional, procesos revolucionarios, enormes movilizaciones obreras y estudiantiles, levantamientos de masas contra la opresión estalinista, emergencia de movimientos antirracistas, antibélicos y por la liberación sexual–, se insubordinaron al orden de muerte y destrucción del capitalismo heteropatriarcal. Pero ese ascenso de masas internacional en el que se inscribió la última oleada feminista fue derrotado. La ausencia de un horizonte revolucionario durante más de tres décadas de ofensiva neoliberal, abrió paso a las más diversas teorizaciones sobre el triunfo de un poder omnímodo que ya no necesitaría


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esencialmente del control del aparato del Estado para preservar la propiedad concentrada de los medios de producción y ser garante de la explotación de la fuerza de trabajo de las mayorías desposeídas, porque ese poder permea nuestras vidas, modela nuestros cuerpos y atraviesa nuestros discursos. Es un poder que reprime y marginaliza; en guerra permanente contra la pulsión vital, se convierte en un biopoder; al instaurar la norma, produce lo abyecto.

Escepticismo sin estrategia Esta conceptualización del poder se comprende, relativamente, por el desarrollo inusitado que tuvieron los mecanismos de control social a partir de la derrota de ese período de radicalización –que podríamos situar entre 1968 y 1982– que mencionábamos anteriormente. Como señala Perry Anderson, “el poder pierde cualquier determinación histórica: ya no hay detentadores específicos de poder, ni metas específicas a las que sirva su ejercicio”2. En su unívoca visión del crecimiento inconmensurable de los mecanismos de disciplinamiento social, diluye la existencia de una clase minoritaria que concentra en cada vez menos manos la propiedad mundial, a expensas de explotar el trabajo de cada vez más manos en todo el planeta, integrando continentes enteros y millones de nuevos (y diversos) “esclavos y esclavas” asalariados a la propia lógica del capital. Actualmente, tan solo 8 personas (todos ellos hombres) son propietarias de una riqueza que equivale a lo que, en el otro extremo, perciben los 3.600 millones de personas más pobres, nada menos que la mitad de la población mundial�. Los artefactos materiales y discursivos del biopoder no tienen otro objetivo más que el de sostener y blindar esa obscena desigualdad que, legítimamente, engendra las más diversas manifestaciones del odio de los desposeídos. Pero estas conceptualizaciones del poder, en las que se evapora tal finalidad, le otorgan al mismo el carácter de una entidad omnipresente y ahistórica. Presentado casi como una deidad distópica y vengativa que tiene absolutamente subsumida a la Humanidad desde siempre, se imposibilita siquiera imaginar la posibilidad de enfrentarlo, combatirlo y vencerlo, porque está en todos lados, porque todo lo controla y lo permea. A la microfísica del poder, sólo se le pueden oponer, esforzadas aunque parciales resistencias. En palabras de Foucault, ...se pega, se golpea contra los obstáculos más sólidos; el sistema se resquebraja en otra parte, se insiste, se cree haber ganado y la institución se reconstruye más lejos, se comienza de nuevo. Es una larga lucha, repetida, incoherente en apariencia...3.

Como señala Bensaïd en Elogio de la política profana, la estrategia queda reducida a cero. A las masas se las condena a defender su

ración de subsistencia, ante cada nuevo saqueo propinado por los que acumulan extraordinarias riquezas y concentran el poder político con el ejercicio del monopolio de las armas. Pero jamás se permite la posibilidad de una lucha por arrebatar ese poder y democratizar profundamente los resortes de la economía y la administración colectiva de lo público, porque incluso “imaginar otro sistema, constituye todavía actualmente parte del sistema”4. No hay escapatoria. Las múltiples resistencias, más allá de sus plausibles muestras de abnegación y coraje, se inscriben en un profundo escepticismo. De tal fatalismo, sólo se puede concluir con la aceptación pasiva y anticipada del fracaso anunciado o, por el contrario, con la imposición arbitraria de un voluntarismo idealista que, golpeado en la nariz, se replegará más adelante en un derrotismo cínico.

Preparar la victoria Pero aunque la crisis de subjetividad de las masas aun se contabilice en la columna del “debe”, el ciclo neoliberal agoniza desde 2008, con la crisis capitalista que tuvo su epicentro en Estados Unidos y Europa y que dejó como saldo el incremento descomunal de la desigualdad que es fundamento de una creciente polarización política. El orden mundial de la globalización neoliberal, monocomandado por Estados Unidos en las últimas décadas, “está siendo dinamitado desde adentro”5. Desde este punto de vista, se puede decir que “el triunfo de Trump confirma y profundiza la tendencia a la crisis orgánica que viene manifestándose en los países centrales a partir de la Gran Recesión de 2008, y puede ser leído como esos ‘fenómenos aberrantes’ de los que hablaba Antonio Gramsci, que surgen en situaciones intermedias cuando lo viejo no va más y aún no están claros los contornos de lo nuevo”6. Pero, lejos de toda vulgata pseudomaterialista, el marxismo revolucionario sostiene –parafraseando a Lenin– que ningún gobierno, ningún régimen ni ningún sistema cae, aún en plena crisis, si no se lo hace caer. Y para eso, es necesario prepararse con anticipación. Tiempos extraordinarios se aproximan. ¿Dejaremos que nos encuentren –a las masas explotadas y oprimidas– desprevenidas? El ciclo neoliberal homogeneizó la diversidad de las existencias bajo el látigo de la explotación, al tiempo que introdujo la mayor heterogeneidad nunca vista de los explotados en el mismo movimiento. La fragmentación entre hombres y mujeres no es la única: permanentes y contratados, nativos e inmigrantes, formales e informales, incluso asalariados y no asalariados, son apenas algunas de las diferenciaciones jerarquizadas que se establecen entre los esclavos modernos. La propuesta populista de una sumatoria de las múltiples resistencias, sin embargo, es utópica si no se parte de comprender que los antagonismos creados

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por la clase dominante entre los explotados son el fundamento de su fortaleza. Contraponer la lucha de las mujeres a la de la clase obrera es tan inconducente como reducir, con una estrecha visión economicista, la cuestión de la opresión de género a la de la explotación capitalista. La unidad no se produce jamás de manera mecánica y objetiva, en el camino de enfrentar la explotación de la que los distintos sectores son víctimas; entre otras cosas, porque esa explotación no afecta a todos por igual. Como señalamos en el número anterior de esta revista, ...imaginar hoy un movimiento feminista anticapitalista obliga a reconsiderar el sujeto político: sin las mujeres asalariadas que constituyen la mitad de la clase enormemente mayoritaria de la sociedad, no hay destino7.

Los resortes fundamentales de la economía y la generación de riquezas siguen estando en manos de esas masas laboriosas hoy fragmentadas por su color de piel, su género, su identidad sexual y las múltiples divisiones creadas en el mismo mundo laboral. Paralizar los circuitos de la producción y la circulación de mercancías tanto como detener los servicios y las comunicaciones es la capacidad que, de unificarse, haría temblar el poder que hoy detenta una minoría parasitaria provista de medios de producción, de armas, Estados, gobiernos y partidos políticos para ejercer su dominio. En ese silencio ensordecedor, las y los marginados del sistema conseguirán que su voz retumbe como un trueno. Las mujeres asalariadas con el conjunto de su clase deben conquistar esa hegemonía sosteniendo las demandas de todos los sectores oprimidos, reconociendo las desigualdades en las propias filas, para dirigirlas contra el orden capitalista, en la lucha por el poder. Desde esta perspectiva es que las mujeres socialistas luchamos por la emancipación femenina. La disyuntiva que hoy se cuece en el fuego de la crisis mundial es si las mujeres anticapitalistas nos limitaremos a organizar la resistencia ocasional y episódica a los embates de las derechas o si vamos a armarnos de un programa y una estrategia para vencer. Las que siempre han sido las esclavas de la Historia merecen que pongamos nuestros comunes esfuerzos en preparar la victoria.

1. Daniel Bensaïd, Résistances. Essai de taupologie générale, París, Librairie Arthème Fayard, 2001. 2. Perry Anderson, Tras las huellas del materialismo histórico, México, Siglo XXI, 2004. 3. Michel Foucault, Microfísica del poder, Madrid, Ediciones de La Piqueta, 1979. 4. Ídem. 5. Claudia Cinatti, “Trump: la caída del relato neoliberal”, IdZ 35, noviembre-diciembre 2016. 6. Ídem. 7. A. D’Atri, C. Murillo, “8 de marzo: Cuando la tierra tembló”, IdZ 36, marzo 2017.


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32 Fotografía: theslot.jezebel.com

Las otras feministas CELESTE MURILLO Comité de redacción.

“El feminismo es un veneno”, dijo una vez la primera mujer que lideró el Reino Unido. Margaret Thatcher fue una de las mejores representantes de su clase y le dio su impronta a lo que conoceríamos como neoliberalismo, también bautizado “reaganismo-thatcherismo”. Llevó adelante una guerra imperial y aplicó con dureza ejemplar un plan económico contra la clase trabajadora, jamás exageró o siquiera fingió características atribuidas al género femenino como el diálogo o la protección. Es conocida por haber eliminado la copa de leche gratuita en las escuelas primarias como su primera medida cuando fue ministra de Educación, nada más lejano de la imagen maternal que se quieren adjudicar a las mujeres en el poder. No defendió la igualdad ni los derechos de las mujeres pero encarnaba contradictoriamente

el discurso feminista liberal, de romper el “techo de cristal”, que representaba (para ese feminismo) un avance para todas las mujeres. Aunque contrariaba a muchas feministas, pocas advirtieron que su llegada al poder coincidía con el momento en que la mayoría de ellas se retiraba de las calles para refugiarse en ONG y ministerios. Parecía que el feminismo ganaba una “batalla cultural”, pero en realidad, emprendía el abandono de la lucha política por cambiar la sociedad de raíz y acabar así con la alianza capitalismo-patriarcado. Durante el apogeo del neoliberalismo se consolidaron esas corrientes, que dominarían el discurso feminista. Como señala Lindsey German, “paradójicamente, la retórica del feminismo triunfó en una época en que las condiciones reales de vida de las mujeres han empeorado y fue utilizado para justificar

políticas que perjudicarían a las mujeres”1. A partir de la década de 1980, las demandas, devenidas agendas, se adaptaron a la democracia capitalista. La ampliación de derechos, que debatimos en otros números de IdZ2, se transformó en herramienta de cooptación y junto con la cooptación de las elites de los movimientos sociales se recreó un discurso y una práctica acorde: la liberación se redujo a la “libre elección”, un igualdad condicionada, sin cuestionar la “democracia” basada en la desigualdad y la explotación de la mayoría de la población.

A la sombra del feminismo neoliberal Con la derrota de Hillary Clinton, analizábamos en IdZ 35 cómo el feminismo neoliberal no solo acotaba su agenda a los problemas de las mujeres blancas profesionales sino que


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además convivía con los intereses imperialistas3. A la vera de ese feminismo neoliberal crecieron lenta y silenciosamente dos fenómenos: por un lado, amplios sectores de mujeres que rechazan el feminismo porque lo sienten lejano a sus problemas y, por otro, movimientos de derecha que utilizan postulados de ese discurso para modernizarse, aprovechando la erosión de su contenido más revulsivo. El primer fenómeno tuvo expresión en Estados Unidos, minoritariamente por izquierda (con el voto a Bernie Sanders) y, de forma más notoria, en la base de mujeres blancas que sin ser de la derecha conservadora votaron a Trump: entre ellas, un tercio se autodefine como liberal moderada, un 77 % quiere que Trump y el Congreso avancen en la igualdad de género, y aunque el 53 % rechaza lo que ve como “reacciones exageradas” del feminismo moderno (excesiva corrección política) no rechaza la idea de la igualdad (encuesta de PerryUndem). Al trasladar el “campo de batalla” de la política a la cultura y el discurso4, el feminismo liberal concentró su acción en una suerte de vigilancia del lenguaje y el comportamiento mientras a su alrededor crecía la desigualdad. El segundo fenómeno, aunque tuvo expresiones en Estados Unidos como fue la precursora Sarah Palin (candidata a vicepresidente republicana en 2008), está más extendido en la derecha europea. A pesar de las diferencias que existen, la pregunta que plantean ambos fenómenos es en qué medida su avance se explica por el discurso que instaló el feminismo liberal, que despojó de todo contenido contestatario a la crítica de la opresión patriarcal en la sociedad capitalista. Mientras esos feminismos habilitaron la institucionalización, la mercantilización y el individualismo, todas variantes que coexisten pacíficamente, e incluso sirvieron como justificación del capitalismo, en cuanto la empresa neoliberal muestra fisuras y surgen variantes populistas reaccionarias, la derecha, más o menos conservadora, supo recoger los frutos de la operación que instaló a una imperialista como Hillary Clinton como feminista irrefutable. ¿Por qué la epopeya de romper el techo de cristal puede ser encabezada por un halcón como Clinton y no por una empresaria exitosa como Ivanka Trump o una líder de la derecha como Marine Le Pen?

Meritocracia y feminismo, ¿quién recoge los frutos de esta unión? Ivanka Trump encarna valores similares a los defendidos por el feminismo neoliberal o corporativo: meritocracia, emprendedorismo e

igualdad de oportunidades. Su perfil de mujer independiente, madre y empresaria le permite dirigirse a muchas mujeres que no se sienten representadas por el feminismo “cultural”, algunas socialmente más conservadoras pero otras partidarias de la igualdad y los derechos reproductivos. El feminismo corporativo de Ivanka no tiene nada que envidiarle a ese que, con el sello Clinton, busca romper el techo de cristal, es decir, eliminar las barreras para que algunas mujeres avancen hacia posiciones más altas de empresas e instituciones estatales5. ¡Ivanka es una empresaria!, dicen las “apologistas” del feminismo Clinton, como si el mensaje de empoderamiento despojado de cualquiera crítica a la desigualdad social no fuera un denominador común. ¿Cómo retroceder del discurso amasado durante décadas de un feminismo de “libre elección”6, personificado por celebridades, políticas y empresarias como Emma Watson, Beyoncé, Hillary Clinton o Marissa Mayer (CEO de Yahoo), cuyas causas están cerca del techo de una minoría de mujeres, y lejos del sótano donde sigue viviendo la mayoría de ellas? ¿Cómo convencer a las mujeres de que ese discurso es diferente al de Ivanka y mejor para ellas? El hecho de que el feminismo haya sido tan domesticado lo transformó en materia maleable para discursos diferentes, en apariencia, pero expresión del mismo régimen de dominación, que aggiorna y adapta sus modos cuando lo necesita. Por supuesto, el discurso de Ivanka es funcional a una política determinada (como lo fue durante otras administraciones), y su rol de primera dama “política” apunta a dirigirse a un gran bloque, las mujeres que trabajan y son madres: licencia por maternidad paga y alivio impositivo para el cuidado infantil. No por nada, fue uno de los ejes del discurso de Ivanka en la convención republicana: Las mujeres representan el 46 % de la fuerza laboral de EE. UU., y un 40 % de los hogares estadounidenses son sostenidos por una mujer (…) Las mujeres solteras sin hijos ganan 94 centavos por cada dólar que gana un varón, mientras que las madres casadas solo ganan 77 (…) el género ya no es el factor generador de la brecha salarial más importante en este país, es la maternidad. Como presidente mi padre cambiará las leyes laborales que se crearon cuando las mujeres no eran una porción significativa de la fuerza laboral7.

Es cierto, como señalan hoy muchas feministas “radicalizadas” por la derrota de Clinton, el perfil de “working mom” (mamá

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que trabaja) de Ivanka vuelve a tratar el cuidado infantil como “cosa de mujeres”, en contra de la tendencia mundial a las licencias familiares, para madres y padres, y que las deducciones impositivas impactarán sobre todo en las familias ricas. Pero también deben reconocer que ni las últimas administraciones demócratas ni sus mayorías episódicas en el Congreso sirvieron de impulso para ninguna de esas políticas, que representan dos de los grandes problemas de la mayoría de las mujeres en Estados Unidos. La demanda de centros de cuidado infantil fue una de las demandas más movilizadoras en los años ‘70, que llegó a votarse en el Congreso por presión de la revuelta femenina, pero terminó vetada por Nixon (quien temía que el cuidado comunitario de los niños corroyera la familia). Irónicamente, es un gobierno republicano el que vuelve a traer a la mesa el problema, adaptado a sus motivaciones políticas actuales.

Marine Le Pen, el lado oscuro del feminismo Del otro lado del Atlántico, la derecha también avanza en el camino allanado por el feminismo liberal, demostrando hasta qué punto este último se transformó en algo inofensivo. Marine Le Pen eligió citar nada menos que a Simone de Beauvoir para justificar su discurso xenófobo. “No olviden nunca que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de la mujer sean cuestionados”8 son las palabras de la feminista icónica que utilizó para referirse a las agresiones sexuales contra jóvenes en Alemania (por las que fue acusado un grupo de inmigrantes por su apariencia física). “Temo que la crisis migratoria señale el comienzo del fin de los derechos de las mujeres (…) Sobre este, como sobre otros temas, las consecuencias de la crisis migratorias son previsibles”9. En un coctel explosivo de feminismo y xenofobia, Le Pen alimenta la islamofobia para capitalizarla electoralmente. Vaciado de una crítica anticapitalista, el feminismo sirve incluso a un discurso abiertamente reaccionario. La utilización de Le Pen es repudiable y cínica, pero, ¿difiere del discurso que acompañó las invasiones imperialistas en Medio Oriente? La entidad “derechos de las mujeres” (tácitamente blancas y occidentales) puede funcionar como motivación política para invadir un país o para lanzar una caza de brujas contra los inmigrantes. Tienen razón las que apuntan contra Le Pen y dicen “¡Esto no es feminismo!”, pero casi no existe reflexión sobre por qué es posible para la derecha el recorrido que va de la defensa de los valores »


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conservadores (mujer como madre, ama de casa, pilar familiar) a tener como “barco insignia” a una líder que habla de los derechos de las mujeres, de la laicidad en las escuelas, y encarna ella misma la imagen de mujer independiente y emprendedora. Cara visible de una nueva generación, está acompañada por la líder de oposición de derecha Frauke Petry, una crítica feroz del plan de inmigración de la canciller Merkel, por derecha; y en el Reino Unido, Noruega y Dinamarca los partidos de la nueva derecha, antimusulmana por definición, repiten la ecuación de líderes femeninas y una base donde se cierra la tradicional brecha entre varones y mujeres. Existen hipótesis que señalan que la creciente presencia femenina en la clase trabajadora, sobre todo en sectores precarios, hace que las mujeres sean hoy más receptivas al discurso de la derecha, que interpela a los “perdedores de la globalización”, hartos de los políticos del establishment. Y más que la defensa de valores tradicionales, el otro factor que parece ser atractivo es la adopción de la derecha de una agenda de la igualdad, inofensiva y en convivencia con tendencias xenófobas10. Sumado a esto, algunos afirman que la islamofobia puede ser un punto en común entre la base femenina del movimiento conservador estadounidense y la derecha europea. “Existe una visión compartida de que la mujer independiente es una piedra fundacional de la civilización occidental moderna, de la emancipación femenina bajo amenaza por las fuerzas culturales que se infiltra en Europa y Estados Unidos con la llegada de la inmigración musulmana”, explica un artículo en Foreign Policy11. Sin embargo, no explica el fenómeno de conjunto que parece responder más a la degradación de las democracias capitalistas, como expresan la crisis del bipartidismo estadounidense o del sistema de partidos en varios países europeos. Como otros sectores, las mujeres canalizan su voto contra el establishment en estas variantes, ante la ausencia de alternativas de izquierda independientes, y en este panorama el feminismo liberal fue absolutamente incapaz de enfrentar la utilización de la defensa de los derechos de las mujeres. Despojar su discurso de los objetivos inmediatos nos permiten ver el problema de fondo: el discurso feminista demostró, al ser “digerido” por las democracias capitalistas, su funcionalidad al régimen de dominación de la clase capitalista. Muchos sectores critican el rol tradicional que se les da a las mujeres en los movimientos conservadores, realzando su perfil de “directoras ejecutivas de la

familia nacional”, como definió el exasesor de Trump Stephen Bannon al hablar del Tea Party como movimiento de centro derecha liderado por mujeres. Pero no existe ninguna contradicción entre el discurso feminista liberal y la exaltación de los valores asociados a la maternidad, mucho menos en un contexto donde se celebra el regreso a la domesticidad (abandonando el terreno profesional) como parte del feminismo de “libre elección”. Durante las elecciones en EE. UU., algunos progresistas que apoyaron a Clinton, hicieron gala de lo que una periodista llamó “sexismo benevolente” al presentarla como la más apta no por sus capacidades sino por ser madre y mujer12.

urgencia) de construir un movimiento emancipatorio que busque arraigarse en las masas, que reconozca que la lucha por las libertades y los derechos no puede estar escindida de la denuncia feroz de un régimen social que explota a la mayoría de la población. Ese régimen, que no merece ni acepta reformas, solo puede ser desmantelado por completo para poner en pie un mundo nuevo verdaderamente libre, sin opresión ni explotación.

Una estrategia para la emancipación La situación actual plantea nuevos desafíos para el feminismo y el movimiento de mujeres. El último 8 de marzo, cuando se llevó a cabo el Paro Internacional de Mujeres, fue testigo de las nuevas energías y debates que atraviesan un enorme movimiento social y político que resurge al calor de las masivas movilizaciones en Polonia (contra la prohibición del derecho al aborto), el movimiento Ni Una Menos de Argentina y las marchas multitudinarias en Estados Unidos durante el primer día de gobierno de Donald Trump. Como parte de estos fenómenos, se delinea cada vez más claramente el fracaso del feminismo liberal, alejado de los problemas que afectan a la mayoría de las mujeres, y se consolida un ala izquierda, anticapitalista. Estas corrientes, que confluyen en agrupamientos como el que llama a construir un “feminismo del 99 %”, plantean entre sus objetivos, “dar voz y poder a las mujeres que han sido ignoradas por el feminismo corporativo, y que están sufriendo las consecuencias de décadas de neoliberalismo y guerras: las pobres, las trabajadoras, las mujeres de color y las inmigrantes”13, mostrando la potencial alianza que unió históricamente la lucha de las mujeres por su emancipación y la de la clase trabajadora para terminar con la explotación. En un movimiento inverso al que inauguraba el neoliberalismo, las batallas que el feminismo parecía ganar en el terreno de la cultura, instalando un sentido común de la igualdad de género sin cuestionar la enorme desigualdad social, comienzan a mostrar sus victorias pírricas. La incorporación de su discurso por parte de la derecha, y ya no solo como máscara progresista, plantea la justeza de las críticas, muchas veces a contracorriente, de las corrientes marxistas y las anticapitalistas. Sus programas hoy plantean la vigencia (y la

1. L. German, Material Girls: Women, Men and Work citado en N. Power, La mujer unidimensional, Buenos Aires, Cruce casa editora, 2016. 2. Ver, por ejemplo, “La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial”, IdZ 1 y 2, julio y agosto 2013, “¿Adiós a la revolución sexual?, IdZ 11, julio 2014. 3. C. Murillo, “Hillary Clinton y su techo de cristal”, IdZ 35, diciembre 2016. 4. En “Feminismo cool, victorias que son de otras”, IdZ 26, diciembre 2015, damos cuenta de otras consecuencias de este fenómeno, como los grupos de mujeres contra el feminismo o la renovada exaltación de la maternidad y la domesticidad. 5. Nancy Fraser realiza una descripción precisa en la entrevista que publicamos en este número. 6. “Feminismo cool, victorias que son de otras”, ob. cit.. 7. Discurso de Ivanka Trump en la convención del Partido Republicano. 8. Como señalaron muchas feministas, las palabras de Beauvoir nada tienen que ver con la inmigración o la población y la cultura musulmana. 9. Columna de opinión en L’Opinion, 13/01/2016. 10. Ver M. Och y J. Piscopo, “From the Stove to the Frontlines? Gender and Populism in Latin American and Western Europe”, duckofminerva. com, 17/01/2017 y C. Young, “The Other Women’s Movement”, Foreign Policy, 20/03/2017. 11. C. Young, ibídem. 12. Ver “Louis C.K., Michael Moore, Hillary Clinton, and the rise of benevolent sexism in liberal men”, Vox, 02/11/2016. 13. C. Arruzza y T. Bhattacharya, “La lucha de las mujeres en la era Trump: pelear por el pan y por las rosas”, La Izquierda Diario, 22/02/2017.


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EL ORIGEN DE LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL ESTADO, FRIEDRICH ENGELS

El marxismo y la opresión de la mujer ARIANE DÍAZ Comité de redacción.

“Los capítulos siguientes vienen a ser, en cierto sentido, la ejecución de un testamento” [110]1. Así abre Engels su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de 1884. Marx había muerto el año previo y su entrañable camarada se disponía ya a rescatar, ordenar y desarrollar parte de su trabajo –muchas veces realizado en común–, que había quedado en buena medida inconcluso o inédito. El libro de Engels surgía de la lectura del estudio antropológico de Lewis Morgan, Ancient society, publicado en Estados Unidos siete años antes, y que para él representaría un redescubrimiento, “a su modo”, de la teoría materialista de la historia de Marx. Si Engels considera que su trabajo “sólo medianamente puede remplazar al que mi difunto amigo no logró escribir”, cuenta sin embargo con las anotaciones que Marx dejara sobre el libro de Morgan y que irá mechando en su trabajo (las glosas de Marx se publicarían ya en siglo XX como parte de Los apuntes etnológicos de Karl Marx). Apoyándose, no sin críticas, en los estudios de Morgan –que refutaban diversas teorías antropológicas de la época–, en el recorrido que Engels realiza por las sociedades primitivas y modernas buscando la relación entre las formas de producción y las formas de organización familiar, tendrá un lugar destacado el problema de la opresión de la mujer, abordado desde el punto de vista de esa “teoría materialista de la historia”. Desde entonces el libro de Engels ha sido referencia obligada en las distintas elaboraciones sobre el problema de la mujer desde posiciones marxistas –no siempre refrendándolo sino discutiéndolo–, pero también para las teorías feministas no marxistas que, al menos para discutirlo, deben tomarlo como hito teórico del cual dar cuenta.

Un siglo y medio de actualidad Para asegurar la fidelidad de la mujer y, por consiguiente, la paternidad de los hijos, aquélla es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho [132].

La vigencia de algunas de las denuncias de Engels sobre la situación de la mujer, a casi un siglo y medio de formuladas, son tan escalofriantes como radicales para su época. Efectivamente, para el autor, la instauración de la familia monogámica, que aún hoy prevalece, fue “la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”: ... la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida [132].

No era la primera vez que Marx y Engels denunciaban el lugar subordinado que ocupan las mujeres en las sociedades clasistas, ni la primera vez que enfrentaban la doble moral de la sociedad de su época que, mientras sumaba a las mujeres al ejército de trabajadores superexplotados en las fábricas, las representaba o bien como madres convenientemente asexuadas, o bien como putas, mercantilmente sexualizadas. Ya en el Manifiesto Comunista habían respondido a los defensores de los valores burgueses que achacaban a los comunistas querer “colectivizar” a las mujeres:

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Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte de la socialización. No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción2.

Pero además, los planteos de Engels eran una respuesta a los trabajos que sobre el tema habían realizado otros dirigentes del socialismo de entonces. Bebel, en un libro de 1883, y Kautsky, en artículos en periodísticos publicados entre 1882-1883, habían planteado que la opresión de la mujer había sido una constante desde las primeras formas de organización social humanas3. Engels, basándose en los estudios de Morgan y otros antropólogos de la época, les contrapondría la idea de que dicha subordinación tiene un origen histórico determinado, el surgimiento de la propiedad privada como institución social, previamente al cual las formas de organización de las comunidades no solo no suponen la opresión de la mujer sino que incluso habrían sido precedidas por organizaciones sociales igualitarias e incluso matrilineales –Engels habla de un “derecho materno” citando al antropólogo suizo Bachofen, aunque aclara que es una denominación problemática en tanto no existía en tales sociedades un Estado y por tanto, un derecho que lo regulara [125]–. Deja asentado también, hacia el final del libro, la influencia que tuvieron sobre él las formulaciones del socialista utópico Charles Fourier, que ya había señalado la monogamia y la propiedad como características de las “civilización”, a la cual llama una guerra de los ricos contra los pobres” [184]. Engels plantea así su premisa histórica: Según la teoría materialista, el factor decisivo en la historia es, en fin de cuentas, la producción y la reproducción de la vida inmediata. […] De una parte, la producción de medios de existencia, de productos alimenticios, de ropa, de vivienda y de los instrumentos que para producir todo eso se necesitan; de otra parte, la producción del hombre mismo, la continuación de la especie [110].

El enfoque, que muchos han criticado posteriormente como “economicista” –más por prejuicio hacia el marxismo que por poder demostrar que esta perspectiva limite el problema–, es justamente lo que tiene de novedoso el análisis de Engels, poniendo el problema de la opresión de la mujer en el nivel teórico de la producción social, es decir, en el eje de las preocupaciones del marxismo. Para Engels, la opresión de las mujeres surge del mismo proceso que instituye a la propiedad privada y la división en clases como núcleo de la organización social, lo que forja »


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36 como instituciones concomitantes las formas de familia –que buscaron asegurar cómo se heredaban las riquezas acumuladas– y las formas de Estado –que perpetuaría la naciente división en clases y el derecho de la clase poseedora a explotar a la no poseedora–. Es decir que, como el resto de los fenómenos sociales que los seres humanos han forjado, no hay en la milenaria opresión de las mujeres nada de “natural”.

Críticas y desarrollos

Distintos autores que comparten la perspectiva socialista han señalado que el libro, sin embargo, debe ser leído críticamente, ya sea porque el estado de la cuestión que presentaba se ha visto superado por nuevos estudios antropológicos; o porque simplifica, o idealiza, algunos de los hitos de su recorrido histórico, como la existencia, incomprobable hasta hoy, de un matriarcado primitivo. Chris Harman, teórico del SWP inglés, por ejemplo, ha señalado que la idea que presenta de la sexualidad y de la organización de los linajes en las sociedades que se iniciaban en la agricultura, eran mucho más complejas que la forma “ingenua” que les concede Engels. Agrega que además no se demuestra por qué, cuando la sociedad comienza a dividirse en clases, son los hombres los que logran controlar en su beneficio los derechos de propiedad y necesitarían asegurar su herencia, después de siglos de no hacerlo4. Celia Amorós, feminista española, extiende la misma crítica alegando que esta laguna supondría el peligro de “cierto naturalismo” de parte de Engels que, en analogía con las formas de trabajo doméstico “privatizadas” en el capitalismo, supone la desvalorización social de tareas que atribuye, sin mayores explicaciones, a la mujer5. Mandel, por su parte, considera que esta inicial división genérica del trabajo, previa al surgimiento de las clases, se relaciona con la necesidad de confinar a las mujeres a ciertas prácticas sociales para resguardar la capacidad reproductiva de la sociedad una vez que las nuevas generaciones comenzaron a ser vistas como un posible beneficio, volviendo así a las mujeres un objeto de codicia económica6. Esta y otras de las descripciones que Engels realiza de las sociedades primitivas son discusiones que siguen abiertas, a la espera de nuevos descubrimientos antropológicos pero, como la misma Amorós reconoce, efectivamente es en aquellas sociedades donde existe la propiedad privada que la subordinación de las mujeres es mayor, y señalarlo es un aporte de Engels, así como también el trazar un paralelo entre contrato de trabajo y contrato matrimonial, que suponen dos partes legalmente iguales que están lejos de serlo en la vida. Otro grupo de apropiaciones críticas tiene que ver con la relación que queda establecida entre patriarcado y capitalismo apuntando

a la relación de este libro con El capital de Marx. Amorós reivindica la sensibilidad de Engels al señalar el problema de la doble jornada con que carga la mujer trabajadora –aunque opina que peca de un optimismo ingenuo respecto a las posibilidades de resolución–, pero destaca que el capitalismo no parece tener preferencias por qué sujeto explotar, y de hecho ha incorporado al enorme ejército de trabajo a mujeres y niños cuando le fue necesario. ¿Ello implicaría que en el capitalismo esta división genérica perdería sentido porque ya no sería funcional a la acumulación de ganancias o, como alegan contra el marxismo muchas feministas radicales, su permanencia demostraría que los trabajadores varones colaboran con la clase explotadora abaratando la fuerza de trabajo a costa de la opresión de sus esposas e hijas? Podría agregarse en relación a este problema la crítica de lo que se conoce como el “feminismo de la reproducción social”, para la cual la definición inicial de Engels, que distingue producción y reproducción, abre la puerta a un tratamiento dualista de “la madre” y “la trabajadora”, que en la vida real no están desdobladas7. En sentido contrario, otras marxistas han cuestionado que, en la medida en que Engels apuesta a que el socialismo, disolviendo las clases, acabe también con la opresión de género, distintas lecturas marxistas han subordinado el problema de género al de clase, desdibujando sus particularidades y restándoles jerarquía8. En todo caso, la virtud del trabajo de Engels aquí es plantear los términos en los cuales es posible explorar la relación concreta entre patriarcado y capitalismo, en la medida en que reconoce una historia de opresión de género que precede por mucho al capitalismo, a la vez que, poniéndola en términos de las formas de apropiación de la riqueza social, permite abordar por qué el capitalismo, a pesar de “desvanecer en el aire” entre otras tantas instituciones previas, sin embargo utiliza los ancestrales prejuicios patriarcales sobre los que se construyó la dicotomía reproducción/

Ilustración: Anahí Rivera

producción, a su favor. Una glosa de Marx lo acompaña en este camino: Casuística innata en los hombres la de cambiar las cosas cambiando sus nombres y hallar salidas para romper con la tradición, sin salirse de ella, en todas partes donde un interés directo da el impulso suficiente para ello [132].

Abriendo un enorme campo de debate teórico aún a desarrollar y debatir, el libro de Engels debe sin duda ser leído críticamente no sólo por lo que en él pueda haber quedado avejentado o desdibujado, sino porque en su nombre se han hecho lecturas que en muchos casos se oponen entre sí. Pero cabe señalar que, con todo, la visión de Engels, alejándose de cualquier esencialismo de lo femenino y de lo masculino, tiene un corolario que también es político: así como todo proceso social, surgido históricamente, también el patriarcado puede ser abolido.

1. Según la edición digital de Marx y Engels, Obras escogidas, Tomo III, Moscú, Progreso, 1973, disponible en www.marxists.org. Los números de página de esta edición se indicarán entre corchetes al final de la cita. 2. Según la edición digital de Marx y Engels, Obras escogidas, Tomo I, Moscú, Progreso, 1973, p. 62 (disponible en www.marxists.org). 3. Hunt, Marx´s general, New York, Metropolitan Books, 2009, pp.303-5. 4. “Engels and the origins of human society” en International Socialism 65, segunda serie, 1994. 5. “Origen de la familia, origen de un malentendido”, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1991. 6. Tratado de economía marxista, Tomo I, México, Era, 1969. 7. Esta crítica es de Lise Vogel, citada en Moore, Antropología y feminismo, Madrid, Cátedra, 2009, p. 66. Sobre esta corriente ver el dossier especial de Historical Materialism volumen 24, número 2, 2016. 8. El reciente libro Otro logos, de Elsa Drucaroff (Bs. As., Edhasa, 2016) repasa muchas de estas discusiones entre los marxistas.


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MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA, LUCIA BERLIN (Madrid, Alfaguara, 2016)

Mujeres en primera persona

Ana Sanchez Redacción La Izquierda Diario.

El título del libro llama la atención. Podría ser una verdadero “manual” para limpiar mejor las superficies difíciles del hogar. Un libro con consejos para que las “señoras bien” aprendan a tratar con las mujeres de la limpieza. O, por qué no, alguna guía explicativa de cómo conseguir trabajo de empleada doméstica. Pero no. Lo que tenemos aquí es una antología de cuentos, de lo más original. Lucia Berlin sorprende al público con este conjunto de narraciones que aparecieron en su país en 2015 y llegaron al nuestro traducidos por Eugenia Vazquez Nacarino. La autora estadounidense, casi desconocida hasta ahora, publicó setenta y seis cuentos a lo largo de toda su vida. La mayoría, pero no todos, se plasmaron en tres volúmenes publicados: Homesick (1991), So Long (1993) y Where I Live Now (1999). Comenzó a publicar sus relatos con veinticuatro años, en la revista de Saul Bellow, The Noble Savage, y en The New Strand. Más adelante aparecieron cuentos en Atlantic Monthly, New American Writing y un sinfín de revistas pequeñas. Una de sus colecciones ganó el American Book Award, pero aún con ese reconocimiento seguía sin poder ampliar su público lector. Falleció en el 2004 a los 67 años, después de un largo cáncer. Recién ahora se conoce su extensa obra y los lectores pueden estar contentos. El nombre de la antología surge del cuento homónimo que allí podemos encontrar, y que es además uno de los relatos mejor logrados de la serie. Por los barrios más acomodados de Oakland, California, transitan las “mujeres de la limpieza”. Entre historias de vidas de las familias a quienes asisten, Lucia, como voz narradora, va dando consejos a las domésticas para que puedan sobrellevar la tarea de limpiar para

las familias acomodadas de la ciudad (y otras no tanto). “Otras tres sirvientas, negras con uniforme blanco, se quedaron de pie a mi lado. La hora pasó volando. Hablamos de las señoras para las que trabajamos. Nos reímos, no sin un poco de amargura”, describe en esta narración. Después de relatar una situación en la que la sirvienta en cuestión le regala una remera con letejuelas a la hija de una médica a la que cuida, ésta le responde diciéndole que ese tipo de vestimenta es “sexista” y se la tira a la basura. Inmediatamente surge el consejito, así entre paréntesis, cual acotación de obra de teatro, de humor: “(Mujeres de la limpieza: aprenderéis mucho de las mujeres liberadas. La primera fase es un grupo de toma de conciencia feminista; la segunda fase es una mujer de la limpieza; la tercera, el divorcio)”. Además podemos encontrarnos con cuentos que tratan la temática del aborto clandestino, el drama de una mujer soltera con hijos, la vida de los niños en colegios de monjas donde reina el doble discurso, la militancia en el Partido Comunista en Chile, la vida de las mujeres de la salud, la sexualidad en los adolescentes, y hasta un homenaje a Edith Piaf en un cuento titulado “La vie en rose”; todos cuentos de los más disruptivos para su época. Su prosa es austera. Pragmática. Veloz. Como si fuera un film en modo adelantado, van pasando sus cuentos como series, pequeñas partes de un todo que conforman el universo de Lucia. Son fotografías en movimiento de la vida cotidiana. Episodios que narran con ritmo el día a día, relatos de un realismo extremo, que la autora sabe envolver con atmósferas unas veces aterradoras, otras jocosas, pero siempre irónicas y sarcásticas. Sus relatos son también una descripción certera sobre el Estados Unidos de la época, »


FEMINISMO & MARXISMO

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los comportamientos culturales de los citadinos en el sur y el arquetipo del México profundo, cuando no, juzgados por la mirada del extranjero (estadounidense). Son más de cuarenta cuentos que en su gran mayoría tienen protagonistas mujeres: enfermeras, mojas, trabajadoras, niñas, oficinistas, docentes, médicas, militantes, feministas, amas de casa, entre otros personajes. Todas ellas marcan el pulso de sus historias, todas ellas las cuentan en primera persona. Es que de alguna manera, podemos encontrar puntos de contacto entre la primera persona autora y muchas de sus narraciones. Su vida fue un material literario extraordinario que la escritora usó, inteligentemente, para construir estos cuentos. Lucia Berlin (de soltera, Brown) nació en el estado más al norte de los Estado Unidos, Alaska, en 1936. Su padre era de la industria minera así que sus primeros años de vida transcurrieron en asentamientos y pueblos mineros de Idaho, Kentucky y Montana. Cuando el padre partió a la guerra, la madre volvió con Lucia y su hermana pequeña a El Paso, México, donde su abuelo era un dentista exitoso, pero embrutecido. Estas experiencias fueron de infinito material para desahogarse en sus relatos. La mayoría de los cuentos de esta antología transcurren en El Paso, Ciudad Juárez, Texas o el sur de EE.UU. Vuelto su padre de la guerra, se trasladaron todos a vivir a Santiago de Chile, y ella se embarcó en lo que serían veinticinco años de una vida poco convencional entre bailes de gala y anfitriona de eventos de “alta sociedad”. Lucia padecía escoliosis desde chica, una dolorosa afección en la columna que la acompañaría de por vida, y a menudo requeriría un corsé ortopédico de acero. A pesar de eso

Ilustración: Anahí Rivera

pudo estudiar en la Universidad de Nuevo México. Conoció novelistas escultores, escritores, poetas, músicos. Hasta que se decidió por escribir. Tuvo dos hijos de su primera pareja. Luego se casó con un pianista. Después con un amigo del pianista, adicto a las drogas, y tuvo dos hijos más. Para la década del 70 Lucía ya se había mudado a Berkeley y Oakland, California. Allí se verá influenciada por los movimientos políticos de la época, en particular por el feminismo. Su vida fue tan realista como sus relatos: trabajó como profesora de secundaria, telefonista en una centralita, administrativa en centros hospitalarios, mujer de la limpieza y auxiliar de enfermería a la par que escribía, criaba a sus cuatro hijos, bebía y, finalmente, ganaba la batalla al alcoholismo. Luego, pasó buena parte de la década de los ‘90 en Ciudad de México, donde su hermana estaba muriendo. Al deteriorarse su salud se retiró en 2000 y al año siguiente se trasladó a Los Ángeles alentada por sus hijos, varios de

los cuales residían allí. Libró con éxito una batalla contra el cáncer, pero murió en 2004, en Marina del Rey. “Lo personal es político”, dijo Kate Millet, feminista radical estadounidense en la década de los ‘60, y se convirtió en lema del feminismo en EE. UU. y luego se esparció por diversas partes del mundo. La vida de Lucia, plasmada en sus pequeñas obras recopiladas en Manual para mujeres de la limpieza, con todas sus contradicciones y experiencias, vuelve a dar fundamentos a esta frase que rompe fronteras. Todo lo que allí se narra, todo lo que la autora vive, no es solo la vida cotidiana de sus personajes. Cada pequeño acto lleva concentrado en sí mismo las contradicciones de la opresión y explotación que las mujeres experimentamos diariamente y hasta en los más pequeño, bajo este sistema capitalista patriarcal. Pero Lucia no se queda ahí; sus cuentos hablan de resistencias cotidianas y por qué no, de rebelión.


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ECONOMÍA FEMINISTA. CÓMO CONSTRUIR UNA SOCIEDAD IGUALITARIA (SIN PERDER EL GLAMOUR), Mercedes D’Alessandro (Buenos Aires, Sudamericana, 2016)

radiografía de la desigualdad CELESTE MURILLO Comité de redacción. Como parte del trabajo del blog Economía Femini(s)ta (economiafeminita.com), Mercedes D’Alessandro recorre en Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour) los recovecos de la desigualdad de género, que afecta nada menos que a la mitad del mundo. Ya desde sus primeras líneas choca con el sentido común de que como “las mujeres avanzaron mucho” no habría de qué quejarse, algo que se desliza cada vez que se dice en voz alta que hay desigualdad, que hay discriminación y que la mayoría de las mujeres todavía somos ciudadanas de segunda. Es cierto, la vida de las mujeres cambió enormemente, gracias a la movilización de las mujeres (aunque suene redundante), pero nunca está de más recordar que recién se cumplirá un siglo desde que las primeras mujeres votaron (en nuestro país todavía faltan 20 años para ese aniversario), y la discriminación económica, laboral y profesional está vigente. Aunque no hay leyes que “permitan” discriminar por género, las mujeres cobran salarios menores, acceden a peores puestos de trabajo y están sobrerrepresentadas entre los precarios y los pobres. De eso se trata Economía feminista, de poner en datos ejemplos de esa desigualdad, debatir estereotipos y prejuicios que acompañan la brecha salarial o la presencia todavía minoritaria de las mujeres en muchos ámbitos, que todavía parecen reservados a los varones. Lejos de los textos académicos, Economía feminista invita al público no economista a la fiesta en un momento en el que las mujeres recuperan las calles. Desde la brecha salarial hasta el “techo de cristal” (con paredes incluidas), pasando por el trabajo no remunerado, el libro ofrece no solo cifras (que muchas veces son cuidadosamente olvidadas) sino que se mete en el debate sobre los motivos de esa desigualdad. Desde lo (literalmente) inexplicable de la brecha hasta los estereotipos que le otorgan el

resplandor del amor al trabajo doméstico, a medida que pasan las páginas, lectoras y lectores atentos descubrirán algo de esa relación tan funcional, y por eso tan duradera, entre patriarcado y capitalismo. En una disciplina como la economía, que suele estar en el centro del debate sobre la desigualdad en el capitalismo, es notoria la poca (aunque creciente) atención que merecen los problemas de la mitad de la población del mundo, más en un sistema social que se beneficia del sometimiento de esa porción de la población. Una “desatención” que señala la propia autora especialmente con respecto a las corrientes críticas (aunque, si Federico Engels tuviera Twitter ya estaría arrobándola pidiendo derecho a réplica y seguramente se ganaría más de un retweet).

El poder no derrama igualdad

Así lo señala, correctamente, una de las páginas de Economía feminista: El poder no derrama y las políticas que apuntan a la igualdad de género o el acceso de las mujeres a los distintos espacios políticos tampoco aparecen mágicamente.

A esta afirmación, que compartimos, le agregamos que no solo no derrama sino que las instituciones, los parlamentos, organismos internacionales, e incluso las cúpulas de la burocracia sindical, han sido terreno estéril para la igualdad que desean las mujeres. Las políticas que responden, de forma lenta, tardía e insuficiente, a la desigualdad y la discriminación hablan más de la potencia de movilización de las mujeres que de la buena voluntad o las intenciones de mujeres poderosas o “feministros”, en palabras de D’Alessandro. El género no es garantía de políticas progresivas (lo sabemos las argentinas), ni de que las mujeres apoyen tu plataforma (pregúntenle a Hillary Clinton)1, pero tampoco la presencia de las mujeres en los parlamentos y los ministerios ha garantizado la implementación de políticas que resuelvan, aunque más no sea parcialmente, sus problemas o demandas. Todas las leyes, medidas y conquistas se han conseguido siempre fuera de las instituciones, aunque sus resultados parezcan surgir dentro

de sus paredes. Fue el caso de las islandesas y su “viernes largo”, que puso sobre la mesa la participación de las mujeres en la vida económica, el de las estadounidenses que conquistaron el derecho al aborto y decidir cuándo ser madres (aunque cargan hasta hoy con el peso de afrontar la maternidad en medio del trabajo sin licencia paga ni derechos) o el de las polacas para frenar la prohibición reaccionaria del derecho al aborto. Es el caso también de la enorme visibilización que ha logrado el movimiento de mujeres en Argentina con la consigna #NiUnaMenos, más allá de la respuesta insuficiente o casi nula del gobierno de Mauricio Macri. Cuando la mala salud de la economía capitalista empuja a las mujeres a recibir el impacto de los recortes en salud, educación y cuidados, en sus hogares, al regreso de empleos precarios y mal pagos, los debates que recorre Economía feminista son los necesarios para un movimiento de mujeres que ha demostrado una potencia de movilización arrolladora pero, a la vez, se enfrenta a la necesidad cada vez más urgente de una estrategia política. La agitación callejera de las mujeres (¿como respuesta en continuado a las consecuencias sociales de la crisis económica o anticipo de aires nuevos?) que sobrevuela varios países vuelve a abrir viejos debates en el feminismo y mide las estrategias para terminar con la opresión. Con gran parte del feminismo recluido en las agendas oficiales, y reducido a la “libre elección” de cómo vivir la vida, lejos de la transformación social, vuelven las ideas de las huelgas, los paros y las movilizaciones como la vía para transformar nuestras realidades. Economía feminista anuncia en su portada que la pelea por una sociedad igualitaria puede librarse “sin perder el glamour”. Creemos que la belleza está en la calle, como anunciaba el famoso grafiti del Mayo Francés y estamos convencidas de que este es el terreno donde se defiende lo conquistado y se conquista lo que falta, pero el movimiento necesita ideas, reflexiones y debates como los que se leen en sus páginas, y eso es motivo de sobra para darle la bienvenida. 1. “Hillary Clinton y su techo de cristal”, IdZ 35, noviembre-diciembre 2016.


La fascinante vida de Rosa Luxemburg en una novedosa biografía en formato de novela gráfica

NOVEDAD Presentamos traducida al castellano la biografía gráfica de Rosa Luxemburg, La Rosa Roja, de la artista británica Kate Evans, con el anhelo de que sirva como un primer encuentro con la vida y obra de una de las figuras más destacadas del movimiento revolucionario internacional y la dirigente mujer más importante del movimiento socialista. La Rosa Roja (Red Rosa) fue publicada en Gran Bretaña en 2015 por la editorial Verso, con un gran éxito de crítica y difusión. Ediciones IPS tiene el orgullo de publicarla en castellano para toda América Latina y España.


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Acerca de un debate en la revista Historical Materialism

Todo el poder a los soviets: ¿slogan o estrategia?

Ilustración: Sergio Cena

Gastón Gutiérrez Comité de redacción.

El blog de la revista Historical Materialism publicó recientemente dos artículos de Eric Blanc acerca de la actuación de los bolcheviques en los primeros meses de la Revolución rusa de 19171. En ellos se propone revisitar la historia que opuso a Lenin con los denominados “viejos bolcheviques”, mediante la consulta de nuevas fuentes rusas y letonas, y recuperando parcialmente las investigaciones de Lars T. Lih2.

El viejo bolchevismo revisitado Aunque discrepan en algunos puntos, los aportes de Blanc y Lih mostrarían que los viejo-bolcheviques mantuvieron en lo esencial una línea revolucionaria durante marzo y abril. Así, la crisis del partido, el regreso de Lenin y la adopción de sus innovadoras Tesis de abril, que proponían desechar al baúl de los recuerdos las viejas fórmulas, habrían sido hechos menos traumáticos para la corriente

bolchevique de lo que se señala en la reconstrucción histórica realizada por León Trotsky en Lecciones de Octubre, Historia de la revolución rusa y otros trabajos3. Según esta reconstrucción, el contexto post Revolución de febrero presentó características novedosas que pusieron a prueba a todos los partidos de la Rusia revolucionaria, haciendo que durante el primer mes y medio del proceso que culminaría con Octubre primara el desconcierto »


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¡` RevoluciOn rusa

y la confusión en el bolchevismo. El partido que había moldeado por años a la vanguardia obrera que acaudilló la insurrección que derrocó al zar en Febrero, no pudo evitar que el poder pasara a manos de un gobierno provisional burgués. La fortaleza de los soviets de obreros, soldados y campesinos armados impuso una peculiar disputa en torno a en qué organismo (soviet o gobierno provisional) residía la soberanía política, dando lugar a una inestable situación de doble poder4. Con los Soviets hegemonizados por los partidos “conciliadores” (mayoritariamente social-revolucionarios y mencheviques) se imponía en éstos el apoyo al Gobierno Provisional, pero incluso la mayoría de los representantes bolcheviques en el soviet llegaron a plantear que “los soviets elijan representantes al gobierno”. La estrategia de los mencheviques de apoyo condicional a la burguesía liberal había encontrado al fin una forma política: un doble poder no resuelto. Mientras tanto, desde el punto de vista de Trotsky, la parálisis y dubitación se hicieron dueños de un bolchevismo todavía desarticulado y reducido a su mínima expresión militante (contaba en Petrogrado con 2000 militantes organizados esencialmente en células fabriles). Varios centros organizativos bolcheviques expresaron diferentes líneas políticas en el periodo, pero con el regreso de Stalin y Kamenev (miembros del Comité Central bolchevique) el diario Pravda adoptó un claro rumbo oportunista, cediendo totalmente a las presiones de las instituciones de la “democracia revolucionaria” y sosteniendo un apoyo crítico a las acciones del gobierno (y actuando en común con los mencheviques en los soviets). Lenin polemizará con ellos denominándolos “viejo-bolcheviques” por mantenerse atados a un esquema estratégico anticuado, y en sus Cartas desde lejos, y especialmente en Las Tesis de abril, propondrá un rearme estratégico radical5. Los artículos de Blanc no niegan este panorama de crisis, pero sostienen que el viejo bolchevismo sostuvo una posición de principios que mantenía la independencia política de la clase obrera y la lucha por su hegemonía en el proceso revolucionario. A través de una investigación sobre los periódicos bolcheviques rusos y letones, folletos, actas y resoluciones publicados no solo en las ciudades, sino en todo el imperio ruso durante marzo de 1917, Blanc rescata ejemplos de cómo los bolcheviques actuaron con una línea de oposición revolucionaria. Menciona los casos del Bureau Ruso, el Comité de Vyborg y líderes bolcheviques como Stucka, Shlyapnikov y Molotov, que sostuvieron una posición más radical que Kamenev y Stalin, aún dentro del esquema estratégico del viejo bolchevismo. Especialmente se detiene en un artículo publicado en letón por Peteris Stucka (ignorado en la historiografía sobre el tema) que señala

claramente el carácter contrarrevolucionario del gobierno provisional, concluyendo que solo un “gobierno verdaderamente revolucionario, es decir, un gobierno provisional de obreros y campesinos” podría sacar a Rusia de su crisis y satisfacer las demandas del pueblo como la tierra a los campesinos o acabar con la guerra imperialista. Estas nuevas fuentes sirven para dar cuenta de las heterogeneidades existentes en el bolchevismo, algo ya estudiado entre otros por Marcel Liebman o Alexander Rabinovitch6, sin embargo la interpretación de las mismas no ofrece material suficiente para refutar la tesis de que el viejo bolchevismo no podía desarrollar una orientación revolucionaria ante la situación de doble poder atado al marco estratégico previo a las Tesis de abril. Blanc reconoce que la llegada de Kamenev, Muratov y Stalin otorgan una orientación conciliadora al Pravda, pero sitúa tanto las posiciones derechistas, así como las más de izquierda, dentro del marco del planteo estratégico del viejo bolchevismo: la dictadura democrática de obreros y campesinos. De este modo Blanc reivindica la fórmula de Lenin previa a 1917 como una estrategia cuya flexibilidad/ elasticidad permitía incluir, dentro de sí, las posiciones más diversas. Efectivamente, la fórmula estratégica “viejo bolchevique” contenía posibilidades algebraicas, como las denominó Trotsky, pero toda la intervención de Lenin apunta a subsanar esa indefinición a la luz de los acontecimientos de 1917. Quién sí propone una narrativa histórica alternativa es el investigador Lars T. Lih, que ha ganado audiencia a partir de la publicación de Lenin rediscovered: what is to be done? In context. Allí Lih intenta demostrar las continuidades entre Kautsky y Lenin y, a través de ellos, las continuidades de la cultura organizacional de sus respectivos “modelos” de partido7. En varios ensayos posteriores a este libro Lih intenta demostrar también que los planteos viejo-bolcheviques no difieren ni con Lenin, ni con la práctica del Partido que tomó el poder en 1917. Para esto propone aplicar un método historiográfico que realice el ejercicio de contextualizar los textos del periodo y amplíe las fuentes, de modo tal que el bagaje de discusiones del bolchevismo previo a 1917 sea comprendido cabalmente a partir de situarlo en su época. Al mismo tiempo propone analizar los elementos constitutivos del discurso viejo-bolchevique (tal y como fue sostenido por Kamenev, Stalin y otros) y compararlo con las innovaciones que tuviera el discurso de Lenin en las Tesis de abril. En “The Ironic Triumph of Old Bolshevism: The Debates of April 1917 in Context”8 Lih sostiene, un poco provocadoramente, que fue el viejo bolchevismo el que triunfó sobre el nuevo bolchevismo de Lenin, porque los aportes de las Tesis de abril ya estaban comprendidos en los argumentos del viejo bolchevismo,

lo que permitía que éste se mostrara más de acuerdo con el desarrollo efectivo de una revolución democrática en Rusia que no habría culminado hasta Octubre. Complementariamente Lih propone realizar un análisis filológico de algunos términos rusos, como ser el significado del vocablo vlast, que usualmente es traducido como poder aunque Lih sostiene que debería ser comprendido como autoridad soberana. No hay dudas de que Lih realiza aportes contextuales, como ser la historia acerca de que “todo el poder (vlast) a los soviets” no figura en las Tesis de abril, ni en otros documentos, hasta el Pravda del 2 de mayo en donde Lenin lo adopta de las pancartas de las movilizaciones populares aparecidas en las jornadas del 21 de abril9. Sin embargo, para Lih la consigna no deja de ser un slogan y la pelea por la soberanía de los soviets para él no constituye una innovación de Lenin en abril, sino una continuidad de la política del viejo bolchevismo adaptada a las circunstancias post Revolución de febrero. La estrategia bolchevique estaba basada en la búsqueda de la hegemonía de la clase obrera en la revolución democrática, con la idea de llevar esta revolución “hasta el final”. La alianza social de obreros y campesinos se oponía a la burguesía liberal, y la fórmula gubernamental correspondiente era la dictadura democrática de obreros y campesinos. Para Lih la confrontación entre los mencheviques y los bolcheviques era la oposición entre la lucha por la hegemonía en contra de un pacto o compromiso (soglashenie) con la burguesía. De ahí que para Lih los viejos bolcheviques no eran contrarios a pelear por la soberanía de los soviets, que no presentaría innovación alguna con respecto a la línea bolchevique sintetizada luego de la Revolución de 1905 en la fórmula gubernamental anti-burguesa de dictadura democrática de obreros y campesinos. Luego de un análisis pormenorizado de los componentes de las Tesis de abril de Lenin, Lih sostendrá que ciertos elementos considerados novedosos por la lectura tradicional (la de Trotsky) como ser: la búsqueda de una “segunda revolución”, los soviets como alternativa de poder o la perspectiva de una revolución en occidente, ya eran parte del bagaje previo del bolchevismo. Donde Lih sí observa una innovación en el discurso de Lenin es en que por primera vez éste sostiene que el gobierno revolucionario puede dar “pasos al socialismo”. Mediante un aporte interesante Lih cita como fuente la influencia de un artículo de Kautsky publicado en la Die Neue Zeit en marzo de 1917, que explicita argumentos similares a los desarrollados por Lenin en sus Tesis10.

Lenin: del doble poder al nuevo Estado Aunque la reconstrucción de Lih contextualiza e introduce precisiones terminológicas, ignora algunos elementos teóricos esenciales.


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Si vamos más allá de las consideraciones tácticas y de contexto ¿cuál era el verdadero debate estratégico propuesto por Lenin? Para Lih, las Cartas desde lejos no eran una brecha con el “viejo bolchevismo”, sino su continuación. Pero, como señaló John Marot11 respecto del análisis que hace Lih de las Cartas desde lejos, Lih no analiza lo que Lenin escribió en la cuarta carta sobre cómo el proletariado debe “aplastar” (como decía Marx en sus escritos sobre La Comuna) la máquina del Estado y sustituir la policía, el ejército y la burocracia por el pueblo en armas, constituyendo ellos mismos los nuevos órganos del poder estatal (la Comuna de París de 1871, los Soviets en 1905 y en 1917). La importancia de esta carta reside en que el soviet no está pensado en términos de “organismo que pelea la soberanía” en el período de doble poder, sino que está presentado como un embrión del nuevo tipo de Estado que debería instaurar la revolución. De esta forma, se contrapone con la fórmula gubernamental de dictadura democrática de obreros y campesinos, es decir con la revolución democrática “hasta el final”, y constituye una innovación en el pensamiento de Lenin. El análisis contextual y textual de Lih limita las opciones de la Revolución rusa a una oposición simplificada entre quienes sostienen una política de pacto con la burguesía y quienes sostienen una lucha por una autoridad soberana de la clase obrera, pero no ofrece una lectura comprehensiva de la dinámica social de la Revolución rusa como la proporcionada por Trotsky con la teoría de la revolución permanente12. Si la perspectiva viejo-bolchevique quería disputar la soberanía popular y un nuevo gobierno revolucionario, debía aceptar que era necesario un nuevo tipo de poder estatal. La naturaleza de unos soviets en armas la llama a convertirse en una alternativa estatal o perecer, entonces el conjunto de la orientación estratégica cambia. Eso es lo que desarrollan las Tesis de abril, no la lucha por un nuevo gobierno revolucionario que radicalice el proceso democrático, sino la lucha por un nuevo tipo de Estado que combine la resolución efectiva de la revolución democrática con “los primeros pasos hacia el socialismo”. Y este es el punto de convergencia con las tesis de la revolución permanente de Trotsky. De ahí que Lenin le recrimina a los viejo-bolcheviques que los soviets: ...no solo han sido incomprendidos en el sentido de que la mayoría no tiene una idea clara de su significación de clase y de su papel en la Revolución rusa. Tampoco han sido comprendidos como una nueva forma; mejor dicho, como un nuevo tipo de Estado13.

Lenin en las Tesis de abril postula que de la república parlamentaria (aún en su forma extendida de una revolución democrática radical

como la propuesta por los bolcheviques) es muy fácil volver a la monarquía (como había sucedido con las revoluciones del siglo XIX), ya que el aparato de opresión compuesto por el ejército, la policía y la burocracia estatal queda intacto. Mientras que el tipo de Estado de los soviets (así como el de La Comuna de París) destruyen y eliminan ese aparato. Es a partir de este rearme estratégico (que no está presente ni en el viejo bolchevismo, ni en Kautsky) que Lenin pondrá al Partido en una campaña de largo aliento por ganar la mayoría de los delegados obreros y campesinos mediante la explicación paciente de que todo el poder debería pasar a los soviets. Así entendidos los soviets, se comprende mejor aquello que Lih sí considera una innovación del Lenin de abril: las afirmaciones de que el nuevo gobierno revolucionario podría dar pasos hacia el socialismo. Aplastado el aparato del Estado, una transición hacia el socialismo, que coincida ineluctablemente con una revolución en Europa occidental podía ser pensada, no como la instauración inmediata del socialismo en la atrasada Rusia, sino como una transformación permanente de las relaciones económicas, sociales y culturales en correspondencia con la hegemonía de la clase más avanzada. Pero para esto la vieja fórmula de gobierno, que en gran parte se basaba en la continuidad de una revolución democrática, debía ser abandonada de manera definitiva.

¿Lenin redescubierto? La discusión de este momento de la revolución de Octubre presenta un interés histórico y un interés estratégico, que conserva actualidad. Histórico, porque esta cuestión continúa siendo uno de los temas más controversiales para la historiografía de la revolución socialista y estuvo en el centro del conocido “debate literario” que enfrentó a Trotsky con la troika de Stalin, Kamenev y Zinoviev. Éste tenía el sentido de comprender teóricamente el proceso de la Revolución rusa, para extraer lecciones para el desarrollo de la revolución internacional, especialmente para la revolución alemana. Oponía a los partidarios de la revolución permanente con los de la revolución por etapas, y en última instancia a los de la revolución internacional con los del socialismo en un solo país (que dividió aguas en la III Internacional). La propuesta historiográfica de Lih, así como las nuevas fuentes analizadas por Blanc, permiten acrecentar la visión que tenemos de los bolcheviques en los primeros meses de la Revolución rusa, y ciertos elementos que hacen a la cultura organizacional bolchevique, sin embargo no permiten ofrecer una contra-narrativa alternativa a la de Trotsky. Estratégico, porque el problema de la estructura del doble poder no remite solamente a las peculiaridades de la Revolución rusa. Con

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posterioridad a la misma, el surgimiento de organismos del movimiento de masas capaces de confrontar con el Estado es un debate presente en diferentes estrategias y tradiciones. Estudiar los problemas del doble poder en la Revolución rusa de 1917, lejos de un interés puramente historiográfico o conmemorativo es la posibilidad de una ilustración de los problemas tácticos y estratégicos que implica una situación genéricamente presente en los procesos revolucionarios. En un contexto de giros bruscos de la política mundial y en el cual asistimos al fracaso de los neoreformismos europeos (Syriza o Podemos), así como a la debacle de los populismos latinoamericanos, se pone en el centro la necesidad de comprender el carácter de clase del Estado y el rol de la constitución de organismos autónomos de las masas (soviets y consejos) en una dinámica no de gestión del Estado capitalista, sino de ruptura con éste. 1. Eric Blanc, “Before Lenin: Bolshevik Theory and Practice in February 1917” y “Line of March: ‘Old Bolshevism’ in Early 1917 ReExamined”, disponibles en http://www.historicalmaterialism.org. 2. Lars T. Lih estudió filosofía y ciencias políticas en las universidades de Yale, Oxford y Princeton. Fue profesor en la Universidad de Duke y del Wellesley College y actualmente enseña en la universidad McGill de Montreal, Quebec. 3. El libro Lecciones de Octubre es el prólogo escrito por Trotsky al volumen de sus obras escogidas rusas que compilaba los artículos de 1917. Hay una versión abreviada en L. Trotsky, 1917, Escritos en la revolución, Buenos Aires, Ediciones IPSCEIP, 2007. 4. Sobre la dualidad de poderes ver L. Trotsky, Historia de la revolución rusa, cap. XI, Madrid, Sarpe, 1985. Así como los artículos de la línea de tiempo publicados en laizquierdadiario.com/revolucion-rusa/ 5. Lenin, V.I., Obras selectas, Tomo dos, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013. Ver Guillermo Iturbide, “El rearme estratégico de los bolcheviques en 1917”, en laizquierdadiario.com/revolucion-rusa/ 6. Liebman, Marcel (1978), El leninismo bajo Lenin, México, Editorial Grijalbo y Rabinowitch, Alexander, The Bolsheviks come to Power, The Revolution of 1917 in Petrograd, Chicago, Haymarket Books, 2004. 7. Lih, L., Lenin Rediscovered: “What Is to Be Done?” in Context, Historical Materialism Book Series, Leiden, Brill, 2006. La revista Historical Materialism, V. 18, I. 3, 2010, repone el simposio sobre el libro. 8. Lih, L., Russian History, Vol. 38, Nº 2, 2011. 9. Lih, L., “‘All Power to the Soviets!’ Part 1: Biography of a slogan”, 2017. disponible en johnriddell. wordpress.com. 10. Lih, L., “Kautsky, Lenin and the ‘april theses’”, el artículo de Kautsky es “Prospect of the Russian revolution”, Die Neue Zeit de marzo de 1917. 11. Marot, John, “Lenin, bolchevism, and SocialDemocratic Political Theory. The 1905 and 1917 soviets”, Historical Materialism 22, 2014, pp. 129141. 12. Lih, L., “The lies we tell about Lenin”, disponible en jacobinmag.com. 13. Lenin, op. cit., p. 47.


cátedra libre a 100 años de

la revolución rusa Filosofía y Letras-Sociales-Psicologia-FADU-Derecho-Económicas-UNA Artes Visuales

17.000 kilómetros y 100 años nos separan de la Revolución rusa. En el medio, un siglo atravesado por los ecos de aquella gesta. ¿Por qué volver sobre sus pasos? En aquellas jornadas de 1917, la clase obrera demostró que podía hacerse del poder en alianza con el conjunto de los explotados y oprimidos, levantando su propio organismo para la toma de decisiones, los soviets, que serán la base del Estado obrero. Muchas de las ideas que hoy se tienen sobre la Revolución rusa están asociadas a la barbarie del estalinismo por el esfuerzo de los intelectuales de las clases dominantes que se dedicaron activamente a ocultar y tergiversar la historia para evitar que se repita. Nosotros rescatamos otro legado de la revolución porque nos sentimos parte de la tradición revolucionaria de Lenin, Trotsky y los trabajadores y campesinos que hicieron la revolución. Hoy, en un mundo capitalista en crisis, con Trump en el gobierno de Estados Unidos, con una Europa convulsionada, pero también con una juventud, con un movimiento de mujeres, y con nuevas generaciones de trabajadores que se levantan para ponerles un freno a los capitalistas y sus gobiernos, volver sobre los aprendizajes de la Revolución rusa es un camino obligado para todos los que sentimos que este mundo hay que cambiarlo de raíz. Es por eso que desde la Juventud del PTS y la revista Ideas de Izquierda lanzamos la Cátedra libre “A 100 años de la Revolución Rusa”. Queremos que en las distintas facultades podamos abordar debates actuales, ligados a nuestras disciplinas, sobre la vigencia de la Revolución de Octubre, con panelistas invitados para desarrollar contrapuntos y exposiciones artísticas que nos hagan sentir de cerca aquellos días que conmovieron al mundo.

UN SITIO PARA NAVEGAR EN LA HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA www.laizquierdadiario.com/revolucion-rusa/

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ideas izquierda Revista de Política y Cultura de

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Art and value, Dave Beech (Leiden, Brill, 2015-Chicago, Haymarket, 2016)

Arte y capitalismo: la excepción como norma Ariane Díaz Comité de redacción.

Cuarenta y cinco miles de millones de euros, algo así como el 10 % del PBI de Argentina. Es el número de ventas del mercado global del arte para 2016 según el reporte 2017 de la TEFAF –que lo calcula hace unas décadas–. Claro que ni ésta ni ninguna estadística podrían dar cuenta de la producción artística mundial, porque no toda ella pasa por el mercado, pero sí muestra el enorme negocio que representa. Pero ¿las obras de arte pueden considerarse mercancías capitalistas en sentido estricto, es decir, un bien producido para llevar al mercado en busca de una ganancia? ¿El arte se ha convertido en una industria capitalista más? De dilucidar este problema –que hemos ya abordado en IdZ 11– se ocupa Dave Beech en su último libro, publicado en 2015 y reeditado en 2016. Beech es profesor de arte y ensayista, pero también es artista –así elige presentarse en el libro–, miembro del colectivo inglés Freee Art cuyas instalaciones en lugares públicos trabajan la relación entre arte y política a través del montaje y la resignificación de estilos previos (pueden verse ejemplos en freee.org.uk). El arte es un fenómeno económico, propondrá el autor: en toda producción artística hay materiales que pagar, espacios de trabajo que rentar, tiempo que dedicar. Pero es un fenómeno económicamente excepcional: sus productos e incluso su éxito comercial no responden a las mismas características que la producción capitalista estándar impone. Beech intentará justificar esta excepcionalidad contrastando las distintas conceptualizaciones que las teorías económicas han hecho del arte, y aunque no pretende ser una historia de la relación entre arte y capitalismo, en su recorrido quedarán entrelazados al debate teórico el análisis de hitos de esta relación, como el pasaje del patronazgo de manos de la aristocracia a la burguesía, o la aparición de los galeristas, los críticos y el mercado del arte.

En ese camino el arte, dirá, pasa por un proceso de mercantilización que no tiene una mercancía como objeto; el arte ha sido comodificado –comprado-vendido y marcado por instituciones como la publicidad, los derechos propiedad, etc.– pero sin haberse convertido en una forma de producción subsumida al capital –porque en principio no supone una expropiación de sus medios de producción, ni trabajo asalariado, ni realización de plusvalía–. Una primera parte del libro se ocupa de las teorías económicas clásica y neoclásica, en las que rebatirá cada uno de los intentos de equiparación entre obras de arte y otros productos “raros” como antigüedades, vinos exclusivos de una determinada zona, o los productos de lujo. El mérito que Beech sin embargo les atribuye es haber señalado el problema como caso especial que requería una explicación específica, si bien sus intentos de solución fueron –como el marco teórico en que se inscriben– fallidos. Un segundo bloque está dedicado a la teoría económica marxista, que para el autor es la única que cuenta con las herramientas necesarias para abordar el problema, porque es la única que hace la distinción entre produc» ción capitalista y no-capitalista.

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Lecturas críticas

Sin embargo, Beech aquí hace un alto para realizar un balance crítico de los desarrollos de esta tradición, que en vez de sustentar esta excepcionalidad económica ha ido en sentido contrario. Se refiere a las distintas descripciones de la relación entre arte y capitalismo que ha intentado el marxismo occidental recurriendo a las ideas de mercantilización, fetichización, industrialización o espectacularización, tentativas que considera deudoras de una sociología weberiana más que sustentados en El capital de Marx. También criticará a otras corrientes referenciadas en el marxismo como la de Negri, que plantean la subsunción de la vida toda –y por tanto también del arte– al capital, creyendo erróneamente que la extensión de técnicas capitalistas a producciones no capitalistas suponen una extensión del capitalismo en sí. Estas teorías, para Beech, han proclamado la incorporación del arte al capitalismo sin haber dado pruebas económicas de que la producción artística se ha transformado en producción capitalista de mercancías o que el trabajo artístico ha sido reducido a trabajo abstracto. El marxismo clásico, dirá, ha dicho mucho sobre economía pero muy poco sobre arte; el marxismo occidental, a la inversa, habló mucho sobre el arte pero casi nada de economía. Su objetivo, en cambio, será reunir esos dos legados para un análisis económico del arte que en su opinión hasta ahora no se ha hecho sistemáticamente (ni siquiera en la obra de Jameson, que ha incorporado a Mandel pero sin dejar de utilizarlo para una sociología del arte). Para ello el autor dedicará capítulos enteros a la relación entre la producción artística –centrándose en las artes plásticas, estrellas de los mercados de arte actual– y los tres tipos de capital analizados por Marx; el productivo, el comercial y el financiero, y para cada uno de ellos intentará desplegar el comportamiento excepcional que el arte traba con ellos.

Si para analizarlo en relación al capital productivo suponemos que el artista es un trabajador y el galerista un capitalista que adelanta dinero para que éste produzca una obra, habría que decir sin embargo que: el galerista no es dueño de los medios de producción y por tanto no tiene propiedad sobre ese proceso productivo sino que debe comprar el producto como tal, así como tampoco puede incorporar tecnología para acelerar los tiempos de esa producción. El artista le vende así su producto terminado y no su fuerza de trabajo, y para que esa obra se comercialice como “un Picasso” o “un X”, solo puede ser producida o reproducida por el artista mismo. Incluso cuando el artista pueda hacer uso de asistentes que contribuyen con su trabajo a la obra (convirtiéndose él en algo homologable a fines hipotéticos a un empleador), lo que vende al galerista es una obra a su nombre, sin el cual no alcanzaría los precios que el mercado del arte le otorga por su reputación. Es decir que el galerista, que es un capitalista en este esquema, no es en todo caso parte del capital productivo. Es un capitalista mercantil en la medida en que intermedia entre el artista y el coleccionista obteniendo dinero, pero tampoco es un comerciante estándar. No puede por ejemplo acelerar el proceso de circulación o fondear la producción continua de ese bien adelantando capital. ¿Podría considerarse a las obras como activos financieros que el galerista compra como inversión apostando a su valorización futura? La hipótesis parecería ser más adecuada ya que la especulación con el alza del precio de la obra a futuro parecería asimilable a la compra y apuesta en acciones de una empresa, y porque incluso mucha de la producción artística actual, basada en lo temporal y en el evento, parecen tomar la forma de los activos (certificados, documentos, etc.). Pero las

oscilaciones en el precio de una obra no están determinadas por el futuro sino por el pasado (la reputación del artista) y por la estimación que de ella realiza la “comunidad artística” (académicos, críticos, curadores, otros artistas, etc.). Por supuesto algunas de estas opiniones podrían comprarse, pero ello no evitaría que otros tantos críticos hagan una evaluación negativa y sean escuchados. ¿Es esa comunidad artística entonces la que agrega valor a las obras? Si consideráramos que esas opiniones están agregando “plusvalor” a la obra, habría que aceptar que es el consumo de la obra lo que agrega valor, algo que desde el punto de vista de la teoría del valor aplicada a cualquier otra mercancía sería un despropósito. Más extraño sería el caso del alza en los precios tras la muerte del artista, algo habitual en el mercado del arte. ¿Habría que aceptar que el artista agrega plusvalor a su obra, que por otro lado ya circula terminada en el mercado, con el trabajo de morir? Beech concluye entonces que las oscilaciones del precio de una obra de arte no pueden extraerse del trabajo efectivamente realizado por el artista sino que sale, como una renta, de los bolsillos de otro capitalista. ¿Pero qué tipo de renta sería? La renta de monopolio podría ser una candidata en la medida en que está relacionada al privilegio en los derechos de propiedad sobre una determinada característica o recurso, como las patentes o la propiedad de un paisaje o un clima únicos en el mundo. Pero no puede patentarse la expresividad de un artista para reproducir sus cuadros como la fórmula de la Coca-Cola, ni puede garantizarse que el artista “produzca” continuamente un determinado tipo de estilo o técnica como los viñedos franceses garantizan la producción de una determinada uva para fabricar un vino altamente apreciado. Así, las analogías con todos los tipos de renta


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Fotomontaje: Juan Atacho

contemplados por las distintas teorías económicas se encuentran también con la excepcionalidad de la obra de arte –una hipótesis que ya había analizado Harvey en Espacios del capital, a la cual pronto le encontraría también importantes límites–. A lo largo de los casos que problematiza, Beech no elude las características novedosas de las prácticas artísticas actuales, ni las polémicas abiertas por el arte conceptual, ni las disputas por los derechos de autor que se entablan en la producción de talleres a cargo de reconocidos artistas donde participan en las obras pasantes o aprendices. No evita tampoco los cuestionamientos hechos a la teoría del valor de Marx por parte de las teorías posfordistas: le dedica todo un capítulo donde sostendrá que no es el tipo de trabajo (intelectual, simbólico o afectivo) el que en sí mismo determina su relación con el modo de producción (si es asalariado o no y si produce plusvalor), sino la presencia de un intermediario capitalista entre productor y consumidor –que en el caso del arte puede existir, pero con características siempre excepcionales–. A lo largo de este detallado recorrido Beech hace una convincente argumentación de la excepcionalidad económica del arte, que por ello no podría considerarse un tipo de producción capitalista: el arte no es ni el producto de un individuo para su uso privado, ni la mercancía que se produce “para otros”, es decir para el mercado, como medio para realizar una ganancia. Hasta dónde han llegado a hacerse sentir allí los mecanismos del mercado permanecerá, para el autor, como una cuestión abierta al análisis del éxito o fracaso que las distintas instituciones de la comunidad artística puedan desarrollar para protegerlo. Pueden sin embargo realizarse algunas objeciones respecto a la lectura de la tradición

marxista que hace Beech, sin duda productiva. La alta apreciación que, según él, el marxismo de conjunto ha tenido por el problema artístico probablemente no surge de corroborar la teoría desplegada por Marx en El capital sino de las posibilidades de considerarlo un modelo aproximado de una forma de trabajo no alienada contrapuesta a la forma de trabajo capitalista. Y ha abundado, también en el caso de los clásicos, en su problematización como terreno de construcciones e iluminaciones de las ideologías que recorren una sociedad en un sentido amplio. La categoría de marxismo occidental suele acarrear el problema de abarcar demasiadas posiciones muchas veces enfrentadas entre sí, y podría discutirse la generalización particular que de ésta hace Beech para la discusión que quiere desarrollar, aunque no deja de ser atendible. Pero en ese caso no puede negarse que, incluso con sus debilidades, muchos de los problemas que Beech se plantea fueron planteados en esa amplitud y desarrollo por esta tradición, y que aunque sea en este sentido limitado, no estuvieron tan lejanos a los intereses que marxismo clásico tuvo cuando trató el problema artístico: que Lukács, por ejemplo, haya anclado sus análisis en una versión del fetichismo más hegeliana que marxista no quiere decir que a Marx no le haya interesado el arte en términos de conciencia. Pero además, justamente si vamos a considerar al arte como una excepcionalidad económica, para su análisis no podremos evitar considerar elementos que exceden su relación con los distintos tipos de capitales; será necesario explorar las relaciones con el conjunto del sistema capitalista y sus instituciones, como el Estado, la sociedad civil, etc. El balance de Beech del desvío que supuso el marxismo occidental en lo que al arte

respecta, demasiado tajante, aparece relativizado en el mismo libro cuando sus desarrollos lo obligan a dar cuenta de hitos históricos, instituciones y discusiones similares. Donde quizás más le harían falta esas elaboraciones es en la postulación de una “comunidad artística”, que Beech deja escuetamente desarrollada. Puede ser suficiente para los propósitos de su libro, pero de querer ampliarlas, se vería rápidamente inmerso en la perspectiva que critica por “sociologista”. No es que Beech sostenga una visión acrítica o romántica de dicha comunidad, incluso considera los intereses mezquinos o pecuniarios que pueden intervenir en sus opiniones; pero esas no son los únicos condicionamientos que esa colectividad tiene para solventar con sus prácticas ideologías, deudoras o cuestionadoras, de este sistema social. Mucho más cuidado requeriría aún el problema de las intervenciones de la institución estatal, que en Beech aparece más bien como enfrentadas a los mecanismos del mercado. La cuestión no puede, sin duda, saldarse con la simple confirmación de que el Estado es capitalista y por tanto no pueda tener políticas que en determinados momentos limiten el simple discurrir de las leyes del mercado arte, pero tampoco puede obliterarse que son también sus políticas las que, a su vez, sustentan la existencia misma de esos mercados. El papel que juegan los Estados limitando o solventando los avances del mercado sobre el arte son a menudo contradictorios, y sus causas no pueden reducirse al aspecto económico. Dicho esto, el libro de Beech sin duda aporta al debate sobre un problema esencial como es el de las posibilidades de subsunción del arte, y con él del conjunto de la subjetividad humana, a la lógica mezquina y empobrecedora del capital.


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JORNADA DE 6 HORAS Y REPARTO DEL TRABAJO PARA TRABAJAR TODOS

LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS EL CAPITALISMO Y LA OPRESIÓN DE LAS MUJERES

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FEMINISMO & MARXISMO, ENCUENTROs Y DESENCUENTROS

ENTREVISTA A NANCY FRASER MARZO CALIENTE, ABRIL DISPUTADO: LO QUE ESCONDEN LAS CALLES LA NEUROCIENCIA A DEBATE REVOLUCIÓN RUSA: TODO EL PODER A LOS SOVIETS, ¿SLOGAN O ESTRATEGIA? ARTE Y CAPITALISMO: LA EXCEPCIÓN COMO NORMA

37 MAYO 2017

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