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Forajidos. Historias de tabaco en el Viejo Oeste

Capítulo 2: La ruta del oso negro

PARTE VI: Familia

Raúl Melo

El labio roto de Alyssa era el complemento perfecto para nuestra siguiente farsa, pues daría credibilidad al accidente fachada que estábamos por montar a medio camino como algunas veces antes.

JC, nuestro pequeño estratega, siempre tenía en mente horarios y roles de las carretas de reparto de Carrigan, por lo que cada puesta en escena estaba dirigida a un conductor diferente. Aquel chatarra de reloj que hace tiempo indebidamente sustrajo de mi bolsillo, hoy era una de sus más valiosas pertenencias. Valiosa en el sentido afectivo, pues había sido un obsequio mío en agradecimiento a su cooperación y valioso para las operaciones, pues en él se basaba para planear los saqueos.

Avanzamos a Lucky Bastard y la carreta por los pedregosos caminos contiguos a las plantaciones de Carrigan, desmontamos una rueda, la escondimos bajo la lona que cubre la parte trasera del carro y en su lugar colocamos una pieza rota para fingir un incidente.

Puntual, como siempre, a lo lejos notamos que el repartidor del medio día se acercaba a nuestra ubicación, así que tomamos posiciones.

– Hola, ¿están todos bien? ¿Hay algo en lo que pueda ayudarles? – nos dijo confiado.

–¡Hola, qué bueno que pasa usted por aquí! El estúpido camino destrozó nuestra rueda, mi esposa cayó de la carreta y se golpeó el rostro. Hice lo que pude con su labio, pero no soy doctor, soy veterinario y mucho menos sé cómo reparar la carreta –le dije apresuradamente.

–Yo tampoco sabría qué hacer con su esposa, pero los puedo llevar con el médico en la ciudad –replicó.

–¡Muchísimas gracias! Pero, ¿sabe?, no somos de aquí, sólo estábamos de paso, vamos a una feria de ganado a un par de días de distancia y no quisiera dejar el carro abandonado mientras atienden a la señora. ¿Sabrá usted algo de carretas? Siempre cargo con un repuesto, este carro ya no es lo que solía ser hace unos años. Pero no podría colocarlo yo solo. No tengo la habilidad, ella está herida y mi hijo… él es algo inquieto e inútil aún –agregué metido en mi papel sin desperdiciar el momento para una buena broma sobre JC.

–¡Claro que sí! Permítame su repuesto –respondió el hombre cuya amabilidad me daba un poco de remordimiento ante la fechoría que teníamos planeada.

–Niño, ayúdame a sacar la rueda, deja de jugar y sirve de algo –ordené a JC.

–¡Sí, señor! –me respondió mientras caminaba una y otra vez alrededor de las carretas simulando a un chico inquieto.

Nos encontramos en la parte de atrás de la carreta y le dije:

–Ya sabes qué hacer. Mientras reparamos la rueda, sigue con tu fachada de estúpido y mueve la mercancía. Alyssa obstruirá la vista entre ambos carros para que puedas hacerlo mejor –le instruí y así lo hizo.

Simulando una de las mayores torpezas para reparar un vehículo, conseguí bastante tiempo para el chico, mientras Alyssa no paraba de gritar “¡Cálmate, deja de dar vueltas, estate quieto ya!”. Todo estaba planeado, aquellos gritos ocultarían el sonido de la carga y descarga de materiales y el personaje de JC no levantaría sospechas.

Con el pretexto de no dañar mis manos, herramientas de precisión para un veterinario, dejé al hombre hacer el trabajo el sólo. Eso nos dio algunos minutos extra, pero aun así, el carruaje estaba listo y nosotros debíamos tener el material necesario para esta vuelta.

–¡Muchísimas gracias, señor! Happy Holloway, veterinario –me presenté amablemente.

–Y esta es mi familia: La señora Holloway y el pequeño Happy Jr. Y si algún día visita Great Meadows no dude en buscar la granja Happy donde encontrará el mejor ganado de la región. Gertrud, la señora Happy, cocina un estofado sin igual –agregué.

–Sí, sí, muy amable, ha sido un placer apoyarlos. Sigan su viaje con cuidado. Yo debo volver a trabajar, ya es tarde y esperan mi carreta en la ciudad –dijo el hombre.

–Tenga, por su tiempo –dije al ofrecerle algunas monedas.

–No, no, no es necesario… aunque, bueno, servirán para comprar unos tragos luego de que el supervisor se enoje por llegar tarde. ¡Muchas gracias! –nos dijo con una sonrisa antes de retirarse del lugar.

Aquella última conversación me había dejado una idea sembrada en la cabeza. Este hombre parecía ser muy amable y yo, pues no era nadie respetable; una combinación que no suele ser de lo mejor.

Sin siquiera revisar el interior de la carreta, partimos a casa de JC, aquella chocita que por más humilde que fuera, se había convertido en un segundo hogar para nosotros dos y ahora para Alyssa, que de igual forma ya vivía en la misma zona.

Estacionamos a Lucky Bastard, lo desaté del carro y le ofrecí algo de comer, además de dejarlo en libertad para explorar y buscar alguna yegua en las cercanías. JC retiró la lona de la zona de carga y para sorpresa de todos, el niño había conseguido una buena cantidad de hojas de distintos tipos, todas empacadas y ordenadas en grupos que, hasta este momento, sólo el señor Rubens podría reconocer… o eso pensaba yo.

–Esta es capa, esta, capote, estas son para el ligero, el viso, el seco… el señor Rubens va a estar muy contento –enunciaba JC muy emocionado con la nueva “adquisición”.

–¿Pero no crees que noten que falta todo esto? –pregunté.

–Espero que no ja, ja, ja, tomé bultos del frente y jalé otros de atrás, así el hueco estará en el medio y parecerá un error de la plantación –dijo seguro de sí, aunque yo no lo estaba tanto.

Aquí recordé aquel pensamiento que llegó a mí en Callahan Ridge, “si este trabajo fuera tan sencillo como parece, muchos más lo harían…”. Había algo que me preocupaba, sentía que nuestra suerte no podía ser tanta y que en Carrigan no podían ser tan descuidados como para no notar los faltantes.

Hasta hace unos días me arriesgaba sólo pero ahora tenía a un niño y a una mujer a mi lado ensuciándose las manos también. Había algo con lo que me empezaba a sentir incómodo.

Nos sentamos a la mesa a conversar, mientras Alyssa preparaba aquel estofado mencionado previamente dentro de nuestra puesta en escena.

–Vaya que tienes talento en esa lengua, John Doe, presumiste un estofado salido de la imaginación sin saber que en verdad podía cocinarlo y que hoy mismo lo estarías probando. Tal parece que has nacido con suerte –me dijo mientras cortaba algunos pedazos de verdura.

Yo simplemente devolví el comentario con una sonrisa, pensando en que no, en que la suerte tenía rato lejos de mi lado, en que, en años, lo más parecido a una familia era precisamente este momento o las charlas con Rubens.

Un hombre, una mujer, un niño y un viejito que nos espera en casa. ¿Pero en medio de qué? Tal vez era esto lo que me preocupada, saber que estaba formando, si no una familia, una especie de fraternidad con personas que parecían valer la pena: un niño

lleno de energía que es un par de semanas aprendió del tabaco lo que yo nunca podré con esta cabeza dura; una mujer bella y con carácter, de esas que nunca dirigirían siquiera la mirada hacia alguien como yo; y Rubens, ese viejo ebrio, pero responsable que, sin saberlo, me sacó de una soledad que quién sabe hacia dónde me estaba llevando.

Como dije antes, aquella insignia de Asistente de Alguacil fue obtenida de una forma de la que no me siento orgulloso. Por muchos años fui feliz en el circo ambulante, luego me lo quitaron, así que decidí buscar suerte por mi lado siguiendo ese camino obscuro y de maldad.

Robé bancos, asalté diligencias y hui de la autoridad, siempre con lujo de violencia como fruto de lo que el pasado había sembrado en mí. Dañé a mucha gente, algunos que lo merecían y muchos otros que no, además de aquellos que sólo hacían su trabajo, como este Asistente de Alguacil de quien ahora poseo su insignia.

Pensé que me había retirado de esa vida, pero ahora siento que no, que lo que hago es igual y que en algún momento la violencia estallará para volver de nueva cuenta al principio de todo. Siempre me preocupé únicamente por mí y ahora tenía involucradas a más personas.

Ciertamente no es que piense en dejar de hacerlo, pero estoy consciente que debemos tener cuidado, debo enseñarle al chico cómo hacer las cosas con discreción, debo enseñarle a Alyssa que su fuerte temperamento la puede meter en más problemas que los que pueda evitar… tal vez ellos me puedan enseñar cosas a mí… debemos aprender del viejo Rubens que lleva años dedicado a este negocio, sin consecuencias. Debemos protegernos entre todos.

Hoy inventamos a la familia Holloway, tal vez sea un comienzo. Recuerdo esos tiempos en los que el chico malo no era John Doe, pues bajo el cobijo de mi máscara, aquella que fuera de mi madre en su acto de mímica, entre risas y un rostro pálido e inexpresivo, todo lo hacía en el nombre de Jacky Yikes.

CONTINUARÁ...