tiva queer de este relato atraviesa el espacio urbano de Santiago de Chile mediante el encuentro de una trabajadora sexual y un cliente de clase alta. Lo político se despliega en este texto como una sombra asesina, como el terror profundamente clavado en los ojos de un bello amante que lleva la araña negra en el pecho. Un terror asesino, preludio de la dictadura que desolaría al país pocos años después. De muchas cosas se habla cuando hablamos de lo queer, se le asocian muchos adjetivos, la disidencia frente a lo heteronormativo y patriarcal, pero casi nunca (o quizás nunca) se habla de lo queer en relación a la maternidad, ese baluarte de la sociedad patriarcal. En “Continuidad de la especie”, la escritora argentina Laura Arnés habla del parto como “el filo de lo humano”, ¿acaso lo queer no es también ese filo? Madre e hijo se enlazan en metáforas animales (“tus gritos prehistóricos / tus movimientos de pequeño anfibio”), el cuerpo materno exhibe las—típicamente invisibilizadas—marcas del parto y de la crianza (“los ojos de musgo me miran profundo. un rastro de saliva / en mi brazo […]”). La imaginación queer de Mariana Docampo, también argentina, se despliega de manera fascinante en el cuento “Biancabella”. A manera de un retorcido cuento de hadas, la narrativa expone el deseo lésbico enlazado a imágenes naturales, en especial de una serpiente (que no es solo aquella bíblica del bien y del mal, sino la del placer y la sexualidad) que es hermana y amante de la protagonista. Aquí lo queer no se confina a la sexualidad, pues la narrativa entronca con problemáticas del capitalismo extractivista para el cual los cuerpos queer son una fuente de continua explotación. Odette Alonso, poeta cubana residente en México, nos presenta una poética del erotismo lésbico. El amor entre mujeres en sus distintas facetas—desde la maravilla del enamoramiento, hasta el desborde del placer y los detalles cotidianos—, alimentan la escritura de Alonso. El cuerpo toma un lugar central: “Que sería suya / eso dijo / aunque tuviera que hincarme / la saeta entre las piernas / y en esa víscera llamada corazón”. En “Little San Salvador”, la poeta centroamericana-americana Raquel Gutiérrez le dedica versos memoriales al activista de Los Ángeles Don White, un maestro blanco afeminado que fundó el grupo activista llamado CISPES (Committee in Solidarity with the People of El Salvador), celebrando su memoria y especulando sobre su vida afectiva íntima. Mientras, en “I Still Want to Be Salvadoran”, la poeta reflexiona sobre el complejo y doloroso legado nacional que comparte con sus compatriotas en el istmo y la diáspora. En su lírica encendida, Raquel Salas Rivera, “el nene lindo de la poesía puertorriqueña”, deleita con especulaciones vegetales, vocablos inventados, innovadores géneros cruzados, listas de palabras y afirmaciones corporales, brindándonos un festín tropical marcado por múltiples juegos de palabras. Como dice en “na’dar”, su gesto trasciende lo conocido y nos abre la imaginación; ahí “ombligamos el amor”. En su dolorosa crónica autobiográfica “The Vanishing Queer”, el chicano Rigoberto González reflexiona sobre su gradual “vanishing” (desaparición), término que emplea para explicar la manera en que lentamente se fue alejando de su familia mexicana en California y en Michoacán como manera de lidiar con la homofobia familiar. Habla de su desaparición voluntaria como si fuera un fantasma o un muerto: una figura remota
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