Mi Ventana El timbre ya había cerrado mi llegada temprano al colegio - ¡TARDE!- y se notaba que el tiempo me había vestido con apuros porque no llevaba trenzas. Se habían quedado mis trenzas junto a mi medio pan con mantequilla y las manzanas que dejé nadando en el kuaquer de mi taza. Aquellas trenzas que me hacía mamá con muuucha paciencia luego de hacer lo mismo con los cabellos de mis hermanas, habían dado pase a este otro peinado; pero ni mi pelo hecho una pronta cola de caballo me ayudó en el trote que tuve que hacer para cruzar el parque. Entré al salón y el día ya había empezado. Me había perdido el conjuro… Las horas asignadas al curso de religión, lengua o a las largas historias de las historia eran siempre las más apropiadas para darse una buena escapada y para abrir de par en par las puertas más grandes, que me llevaban al mundo, a los hombres, a los paisajes y sitios más remotos, sitios que en su profundidad y distancia se pasaban de las 20,000 leguas de Julio Verne. Las palabras mágicas que abrían mis parpados-portones eran pronunciadas por la profe con tono de misterio: --“Les voy a contar una anécdota”, o bien, “Muchachos, hoy les quiero compartir…” Y así, mis oídos se veían penetrados por causes regalados en palabras que una vez introducidos por el tubo oscuro de la oreja, llenaban mi pequeño cuerpo. Al llegar tarde a clase comprendí que todos me llevaban diez minutos más de vida La tiza ya había saltado a la pizarra, convirtiéndola en ventana, luego de dejar pintados esos nombres: JAVIER HERAUD y ERNESTO CARDENAL De ellos estaba hablando la maestramiga. ¡Qué nombres más extraños! Los pronuncié despacio y lentamente como quien repasa una lección no aprendida. Mi confusión llegó cuando de boca de la profe salió ERÓ y en la pizarra yo leía HE-RA-UD. Hasta tuve ganas de corregirle. Y el tal Ernesto , ¿por qué se apellida Cardenal? Me quedé satisfecha al enterarme que era sacerdote, por eso sería seguramente.