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LA OBEDIENCIA SEGÚN EL PENSAMIENTO DEL

PADRE DE CLORIVIERE

Traducido por Carmen Muñoz Documento sobre LA OBEDIENCIA en la Sociedad de las Hijas del Corazón de María según el pensamiento del Padre de Clorivière _____________________________________________________


Este documento se ha elaborado con la mayoría de los textos del Padre de Clorivière sobre la obediencia, en: los Documentos Históricos las Cartas Circulares. la Regla de Conducta el Sumario (nueva edición , Madrid, 1993) las Conferencias sobre los votos de religión (edición de 1872), el Triduo a las primeras Hijas del Corazón de María (texto mimeografiado), su correspondencia. También se citan fragmentos de los escritos de Madre de Cicé. 1 El conjunto forma una pequeña “suma” del fundamento, espíritu y práctica de la obediencia en la Sociedad. Algunas indicaciones del Padre quedaron marcadas por el contexto socio-económico y cultural de su tiempo en Francia, pero el espíritu que las anima tiene vigencia en todas las épocas y para todos los países.

Abreviaturas usadas para las fuentes de referencia:

Triduo - Triduo dado por P. de Cl. a las primeras Hijas del Corazón de María. D.H. - Documentos Históricos C.C. - Cartas Circulares C. y C. t.II – Correspondencia de P. de Clorivière con A. de Cicé., en dos volúmenes L. .- Edición francesa de las Cartas (Lettres). Se utiliza para las citas que no han sido traducidas al castellano.

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En la presente versión se han utilizado las traducciones al español, con excepción de las Conferencias sobre los votos texto no conocido). Las citas de los Escritos de M. de Cicé están tomadas de la edición española de “Adelaida de Cicé”, publicada en España en 1963. De la Correspondencia, sólo están traducidas las cartas a M. de Cicé, en dos volúmenes; las dirigidas a otras personas se encuentran en la edición original de LETTRES, t.II.

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I

“E N

SEGUIMIENTO DE

C R I S T O”

Conferencias sobre los votos, p. 7-8. “En seguimiento de Cristo”. Por los votos seguimos más de cerca - a Aquél que, “siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza”. (2 Cor. 8, 9). - a Aquél que hizo un holocausto perpetuo: “el Hijo de Dios, al entrar en el mundo dijo: “Tú no quisiste sacrificio ni ofrenda, pero me formaste un cuerpo”. (Hebr. 10, 5). - a Aquél que se hizo obediente hasta la muerte de cruz. El mismo Señor nos invita, en su Evangelio, a practicar la renuncia a todas las cosas y a nosotros mismos: “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que posees y dáselo a los pobres… luego ven y sígueme”. (Mt. 19, 21). “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. (Mt. 16, 24).

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id-. p. 137

“Propongámonos por modelo de obediencia… a Cristo, que, siendo el Señor de todas las cosas, igual en todo a su Padre, tomó la condición de esclavo y se hizo obediente hasta la muerte de cruz. Así sea”.

Plan de la Sociedad de María, 1790.- D.H., p. 47 “El voto de obediencia debe ser considerado como el medio más poderoso para llegar a la más alta perfección. Por este voto es como el hombre… sigue más de cerca de Jesucristo”.

Primera Carta Circular, C.C.- p. 23-24. “Y notémoslo bien, según lo que nos dice el Apóstol, la obediencia le guiaba en todo. Si muere, si padece todo lo más humillante y cruel que encierra la muerte y los tormentos, es para obedecer al mandato que recibió de su Padre y darnos así el más perfecto ejemplo de obediencia: “sicut mandatum dedit mihi Pater, sic facio.” (Jn. 14, 31). Y como si fuera poco para El, conocer directamente la voluntad de su Padre, quiere también obedecer a los hombres y que la voluntad de su Padre le sea intimada por ellos. Toda su vida fue un acto continuo de obediencia. Nació obedeciendo a la ley de un príncipe idólatra; desde su nacimiento hasta su muerte obedeció en todos sus puntos los mandamientos de la Ley de Moisés; durante treinta años de su vida obedeció a María y a José; en su vida pública


obedeció hasta a sus discípulos: “Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve”. (Lc. 22, 27). Obedeció a la malignidad de sus enemigos, a los cobradores de impuestos. Al fin de su carrera mortal, obedeció al furor de los soldados que le prendieron, a los verdugos que le mandaban tenderse en la cruz, y así verificóse la palabra del Apóstol: “Factus obediens usque ad morten, morten autem crucis”. (Fil. 2, 8). Estos rasgos que caracterizan al Corazón de Jesús y que igualmente han caracterizado al Corazón de María, deben caracterizar también los nuestros. 1ª. Carta Circular. C.C. p. 27 – 29. “Esforcémonos ante todo en imitar su obediencia, que sea esta virtud el móvil de nuestras obras. Sabemos de un modo general que Dios quiere que seamos santos, que la pobreza, las humillaciones y las cruces son los mejores medios para llegar a serlo y que se han de escoger dándoles la preferencia; pero Dios no nos da a conocer El mismo directamente lo que hemos de hacer a cada momento, ni por qué camino quiere que vayamos, de qué medios, de qué cruces se quiere servir para hacernos llegar al grado de santidad que nos tiene destinado. Son los hombres, muchas veces sin saberlo y otras, aún contra su intención, los órganos por los cuales nos manifiesta sus mandatos particulares. Lo hace particularmente por medio de la obediencia religiosa a la que llama a las almas por El escogidas en su gran misericordia, para seguir más de cerca a su Hijo por la vía de los Consejos evangélicos. Somos también nosotros, mis amados Hermanos y Hermanas, del número de esas almas escogidas. El Señor se dignó llamarnos a El bajo el yugo de la obediencia religiosa en unos tiempos en que el mundo enarbola abiertamente en todas partes la bandera de la licencia e insubordinación. Mientras que el espíritu maligno, enemigo del nombre cristiano lo pone todo en movimiento para destruir el estado religioso; cuando muchos seducidos por artificios, abandonan ese estado que habían abrazado, para volver, por desdicha suya, a la falsa libertad de los hijos del siglo, parece que el Corazón de Jesús quiere que nosotros los sustituyamos. Son estos Institutos como producidos por su Corazón adorable para hacer revivir sus principales virtudes, y especialmente su obediencia, y para seguir manifestándolas a este pobre mundo. … Animado con este espíritu como verdadero hijo de obediencia, cada miembro de estos Institutos no escogerá nada por sí y ante sí, no rehusará nada, no exceptuará nada de lo que se le mandare, estará dispuesto para todo aunque tuviera que seguir a Jesucristo hasta la cima del Calvario, tenderse con El en la cruz, dejarse clavar en ella y quedarse allí hasta la muerte, expuesto a toda clase de afrentas y desprecios, de modo que se pueda decir de él a ejemplo de su Salvador, fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz: “Factus obediens…” Precisamente en las cruces y en todo lo más penoso es donde más se manifiesta la obediencia, y nunca hemos de amarla tanto como al exigirnos sacrificios y al desviar nuestra mente y nuestros corazones de cuanto pudiera significar preferencias y dominio sobre los demás. La falta de esa obediencia no es compatible con el espíritu de Jesucristo. Lleva consigo toda clase de defectos y se le puede achacar la ruina de la disciplina regular en las Ordenes más fervorosas.” 4


8ª Carta circular, C.C. p. 261. “Las virtudes que más ama el hombre interior y que más desea practicar son la obediencia, la humildad, el amor a la abyección y la paciencia en soportar toda clase de injurias y de malos tratamientos, porque estas virtudes no son del gusto del mundo, ni emiten ruido, ni las conoce más que Dios. Fueron virtudes características de los mayores santos, incluso del Santo de los Santos: “Aprended de Mí -dijo- que soy manso y humilde de corazón.” (Mt. 11, 29). El cuidado que el hombre interior tiene de que su corazón sea más y más agradable al Corazón divino le induce a no cesar de contemplarle un momento. Ve que Jesús, para glorificar al Padre, se anonadó hasta tomar la forma de esclavo, y hacerse obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

Sumario, Reflexiones sobre la Regla III (IV), p.19. “Nuestra vida debe ser una vida dura y laboriosa; debemos distinguirnos por la práctica de la más perfecta obediencia, y hacemos profesión de acercarnos lo más posible al modo de vivir que Nuestro Señor prescribió a los Apóstoles”.

Madre de Cicé, Escritos.- Conversaciones sobre el Plan del Instituto, n°15., p.266 “Al comenzar este año, propongámonos tomar como modelo de nuestra obediencia a nuestro Divino Salvador Jesucristo, que viene al mundo para hacer la voluntad de su Padre y reparar los desórdenes de la nuestra. Recordemos a menudo que nuestro Divino modelo ha sido obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Tengamos gran afición a leer lo que concierne a la virtud de la obediencia”.

II

EL

VOTO

DE

NATURALEZA

OBEDIENCIA Y

I - NATURALEZA Triduo, p. 29.

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MOTIVOS


“Por el voto de obediencia religiosa el hombre se somete libremente, por Dios, a otro hombre y lo escoge por Superior a fin de renunciar a su propia voluntad y así asegurar mejor su salvación y su perfección. Es una consagración que hace a Dios de su voluntad.”

Memoria a Pío VII, D.H.., p. 135 “…la obediencia de la que se hace voto en estas Sociedades es esa obediencia religiosa por la cual el hombre, por Dios, renuncia en tal forma al ejercicio de su propia voluntad, que quiere gobernarse en todo, en tanto cuanto depende de él, únicamente por la voluntad de aquéllos que son sus Superiores en la Religión. Si en algo no queda bajo la dependencia de sus Superiores se debe a que esas cosas no dependen en ningún modo de él.”

Informe 1808, D.H.., p. 220. “La obediencia, al conformar en todo su voluntad con la de Dios, lo une a Dios mismo, lo hace llegar a ser un mismo espíritu con Dios, una imagen viva del Hombre-Dios. …prometemos a Dios por el voto de obediencia, someter nuestra propia voluntad a la de Aquél que ocupa para nosotros el lugar de Dios, a fin de estar más seguros de obrar en todo de una manera conforme a su beneplácito. Estas promesas tienen entre nosotros la misma fuerza y exigen en el espíritu, disposiciones tan perfectas como en las antiguas Ordenes Religiosas más fervorosas, y d ahí sacan su excelencia y su principal mérito.”

Memoria a los Obispos, D.H., p. 90 Por el voto de obediencia el hombre hace a Dios el sacrificio de su propia voluntad y se compromete a hacer todo lo que le mande su superior, según la naturaleza y las reglas de su Orden. El espíritu de obediencia, no debe ser en las dos Sociedades menos perfecto que en cualquier otra, tanto más cuanto que están basadas, en la medida que lo permite su naturaleza, en el Instituto mismo de la Compañía de Jesús, que prescribe obedecer al Superior en todo lo que no tiene apariencia manifiesta de pecado: Conferencias sobre los Votos, p. 111-112. “Por la obediencia religiosa, el hombre se somete a otro hombre como representante de Dios, Dios no quiere guiar a los hombres directamente por sí mismo; los guía y les manifiesta su voluntad a través de otros hombres. Pretender obedecer sólo a Dios sería no querer obedecer; sería gobernarse uno mismo y exponerse a grandes peligros.” id., p. 114-115. 6


“con objeto de renunciar a su propia voluntad y así, asegurar su salvación. Estas palabras expresan el sacrificio de la voluntad, que encierra el voto de obediencia, y el fruto que esperamos sacar de él. Es la práctica más perfecta de esa renuncia a sí mismo tantas veces recomendada en el Santo Evangelio; y, sin duda, no hay mejor medio para asegurar la salvación, ya que jamás nos perdemos sino por el mal uso que hacemos de nuestra voluntad. …los votos de Religión son el sacrificio mayor y el más perfecto que el hombre pueda hacer de sí mismo a Dios; y, entre los votos, el más perfecto es el de la obediencia. Por el voto de pobreza, el hombre sacrifica los bienes de la tierra; por el de castidad, sacrifica su cuerpo; por el de obediencia, sacrifica su voluntad; y al sacrificar su voluntad se sacrifica enteramente a sí mismo. Nada hay, pues, que dé más gloria a Dios.”

Triduo, p. 29-30. “Es por Dios que uno se somete así.. Eso es lo que ennoblece la obediencia. El sacrificio de la voluntad sólo puede ser ofrecido a Dios. Es Dios, es el Espíritu Santo, quien nos lo inspira; El es quien nos muestra a quiénes debemos someternos; es por amor a El que lo hacemos, para asegurarnos más la salvación y la perfección. …Es el sacrificio más perfecto; vale más que todos los otros sacrificios. “La obediencia vale más que el mejor sacrificio.” Dios es celoso de la voluntad. Por ella están en guerra el cielo y el infierno. Para sometérsela es que Dios ha hecho cuanto ha hecho, se hizo hombre, etc. Este voto aumenta singularmente el valor de todos nuestros actos, nos hace como impecables, nos une a Dios. El hombre llega a ser un mismo espíritu con Dios por la adhesión de su voluntad a la voluntad de Dios.

II - MOTIVOS

Conferencia sobre los Votos, p. 122-124. “Lo que debemos considerar en la obediencia religiosa es, sobre todo, el motivo por el cual obedecemos a nuestros Superiores. Este motivo es la autoridad que detentan respecto de nosotros. Debemos obedecerlos porque, para nosotros, ocupan el lugar de Jesucristo, como consecuencia del voto de obediencia que hemos hecho. Luego, obedecemos menos al hombre que al mismo Jesucristo, cuyo lugar ocupa el hombre. Esta consideración dignifica mucho la obediencia religiosa; la facilita, la perfecciona. A quien obedecemos es a Jesucristo; ¿quien rehusará obedecer? ¿quién se quejará, trátese de la persona que manda o de la cosa mandada? A quien obedecemos es a Jesucristo. A quien debemos tratar de agradar es a El. Obedecer por agradar al hombre y obedecer sólo por ese motivo, sería una bajeza indigna de un religioso. Pero

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para agradar a Jesucristo, ¡cuánta perfección debemos poner en nuestra obediencia! Perfección en la ejecución, perfección en la voluntad, perfección, finalmente, en la sumisión del juicio; lo que supone siempre que no haya nada contrario al mandamiento de Dios, en las órdenes del hombre. A quién obedecemos es a Jesucristo. Desde ya esto nos asegura seguir la voluntad de Dios, es decir, lo más santo y lo más perfecto que existe para el religioso obediente”. Id., p. 114. “Los Superiores religiosos aprobados por la Iglesia, en virtud del voto que les hacemos, gozan de una autoridad particular para guiar a sus inferiores, y esta autoridad debe ser el fundamento de la obediencia que les prestamos. Esto le da el mérito, la fuerza y la perfección.” Id., p. 119-120. “Los Superiores de las Sociedades Religiosas reciben su autoridad de la Iglesia, a la cual todo poder fue conferido por Jesucristo para el bien espiritual de los hombres, sea por consentimiento tácito, sea por una aprobación formal de sus diferentes Institutos. Pero la Iglesia no determina las personas sobre las cuales ejercen su autoridad. El Espíritu Santo es quien las determina. Por la gracia de la vocación les destina las personas que llama a tal o cual Religión; y a éstas parece decirles como a Saulo: “ entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer”. (Hech. 9, 6).

Triduo, p. 31. “La autoridad de Jesucristo con la que está revestido el Superior: ése es el gran fundamento de la obediencia religiosa. Eso es lo que debemos considerar en él, no sus cualidades agradables, su prudencia, el amor que nos tiene. Vemos y escuchamos a Cristo en el Superior, sin considerar si es difícil o fácil lo mandado. Jesucristo ha hablado, y eso basta. Nos entregamos con alegría a todo, todo lo realizamos. “El hombre obediente contará sus victorias”.

6ª. Carta circular, C.C., p. 164 “Mirad el mandato de los Superiores como si fuera el de Dios, cuando esa orden no tenga nada contrario a la Ley de Dios. Obedecedles como a Jesucristo…”

Plan de la S.C.J, 1792, D.H. p. 59 Constitución de 1818, D.H. p.255. Memoria a Pío VII, D.H. p.125 “...que todos posean perfectamente todo lo concerniente a la obediencia; que conozcan su excelencia y sus diferentes grados; que, sobre todo, presten atención al motivo por el cual se obedece a un hombre, a saber, por la autoridad de Aquél que dijo: “El que a vosotros escucha, a Mí me escucha, el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia”.

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Plan de la Sociedad de María, 1790, D.H., p. 47 “…Respetarán a Jesucristo en la persona de su Superiora. Recibirán sus avisos, sus amonestaciones, sus órdenes, como emanadas de labios de Jesucristo”.

Sumario, p. 68-69. Reflexiones sobre la Regla XXX (XXXI) “El motivo de esta virtud es lo que debe dirigirnos en su práctica y nunca lo hemos de perder de vista. Se expresa en estas palabras: “Reconociendo al Superior, cualquiera que sea, en lugar de Cristo Nuestro Señor”. Debemos en general ver a Nuestro Señor en la persona del prójimo. “Siempre que lo hicisteis con alguno de éstos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis”. ( Mt. 25, 40). Esta consideración es uno de los más poderosos estímulos de la caridad fraterna; pero no se ha de considerar sólo de esta manera a Jesucristo en la Superiora; es necesario acostumbrarse a verlo en su calidad de Dueño y Señor, calidad que prescribe respeto, sumisión, docilidad. Es menester considerarla como revestida de la autoridad de Jesucristo para mandarnos en su nombre y para conducirnos. Esta autoridad es la base de la obediencia religiosa, y la Iglesia nos ha enseñado siempre a reconocerla, fundada en estas palabras que Jesucristo dirige a los Apóstoles, y en su persona a todos los que están revestidos de alguna autoridad espiritual: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha, y el que a vosotros desprecia, a Mí me desprecia”. Id., p. 73-74. Reflexiones sobre la regla XXXI (XXXII) “Cuando se tiene de veras espíritu de obediencia, cuando se ve a Jesucristo mismo en la persona de su Superior y se ha abandonado uno a su dirección, como a la de Jesucristo, no cuesta trabajo practicar lo que aquí se indica. Se considera el mandato del Superior como emanado de los labios de Jesucristo, y si se presenta a la voluntad alguna repugnancia o a la mente algún pensamiento contrario; si la naturaleza teme su flaqueza, una luz viva nos hace descubrir en Jesucristo, cuyo lugar ocupa el Superior, una sabiduría muy superior a nuestra débil inteligencia, una providencia llena de amor y una fuerza que puede facilitarnos las cosas más difíciles; esta luz, digo impone silencio a todos nuestros razonamientos, reforma nuestros gustos y disipa nuestros temores”.

Instrucciones para la Fiesta de la Purificación, 1807. Cartas t.II., p. 208 Obediencia de María. “…Ella ve en sí misma sólo a la última de las siervas del Señor. Ecce ancilla Domini. Todo su exterior e refleja los sentimientos que la embargan. …Obedezcamos entrando en los sentimientos de María, viendo sólo a Dios en quien nos manda, la voluntad de Dios en lo mandado… Fruto de la obediencia: una mayor unión con Dios. El que se une con Dios llega a ser un mismo espíritu con El.”

Cartas del P. de Clorivière. 9


- a Madre de Cicé (1805)., Cartas., p. 77 “He pensado delante de Dios en lo que Ud. me pide y he aquí lo que me siento inclinado a decirle: Es infinitamente mejor dejarse conducir por la obediencia que por las luces y por los sentimientos que nos parecen venir de Dios. El primer camino es el de la fe y es mucho más seguro que el otro”. - a Madre de Cicé (1808)., C., p. 280 - (se refiere a la Sra.. de Carcado, recientemente fallecida): “Sus progresos en la perfección han sido aún más notorios desde que ella misma se sometió a la obediencia en la Sociedad de las Hijas del C. de María. Entonces sacrificó lo que había de demasiado vivo en su imaginación fecunda en proyectos para la gloria de Dios; no tuvo ya más voluntad que la de sus Superioras, a las que amaba tiernamente y por las que sentía el más profundo respeto porque veía en ellas al mismo Dios”. - a la Srta. de Virel (1806), L., p. 689-690. “Le objetan que… …3° Uno ignora si tiene el mérito de la obediencia. Dondequiera haya reglas seguras, jefes a los cuales someterse en vista de Dios y según el espíritu de la Iglesia, allí está el mérito de la obediencia; y esta obediencia es religiosa cuando está fundada en el voto que se hace”. - al Sr. Lange (1796), L., p. 817. (a propósito de una señorita que desea ingresar en la Sociedad). “Se es de veras de la Sociedad del Corazón de María, se tiene su espíritu, se cumplen todas sus obligaciones, cuando se abraza con todas sus fuerzas la perfección evangélica, cuando se vive, en consecuencia, desprendida de todas las cosas, por lo menos interiormente; cuando se despoja, sobre todo, de su propia voluntad y se propone obrar por el movimiento que se recibe de la obediencia, y se es fiel en cumplir lo mejor posible todo lo que se reconoce como voluntad de Dios”. - al Sr. Pochard (1806), L., p. 880. “Usted no realiza un acto, no da un paso, en los que no pueda tener el mérito de la obediencia religiosa por el hecho de sus santos compromisos. Y este mérito es muy grande; es el más sublime de todos, ya que obrar motivado por la obediencia religiosa es obrar en vistas a conformarse con la voluntad de Dios, con su beneplácito. Lo que hacemos en forma excelente, porque esta voluntad de Dios no nos la manifiesta Dios directamente, ni sólo por la ley, sino por medio del ministerio de los hombres, lo que supone en aquellos que se someten a ella constantemente y por espíritu de Religión, una fe sublime y una gran humildad. Para tener este mérito, cuando nos hemos obligado por santos compromisos, basta con una intención general, y estoy bien seguro de que esta intención está en el fondo de su corazón, pero es bueno que la renueve de vez en cuando”.

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Madre de Cicé, Escritos III – p.266 “Examinemos, queridísimas hermanas, cuál es nuestra fidelidad, en lo que a este voto se refiere. ¿Comprendemos bien su naturaleza, su importancia y su necesidad? ¿Procuramos sobre todo, practicarlo en todas las ocasiones y considerar, en aquél o en aquella a quien tenemos que obedecer, a la persona misma de Jesucristo? Sería muy importante y al mismo tiempo muy meritorio prestar una atención actual a este motivo que da todo su valor a la obediencia. Habituémonos siempre a obedecer a los hombres como si obedeciésemos a Dios, o más bien, tal y como expresamente se nos recomienda, no viendo en nuestros Superiores sino a Jesucristo, y su voluntad en las órdenes que nos dan”.

III

NECESIDAD Y EXTENSION LA OBEDIENCIA

DE

I – NECESIDAD

Plan de la S.C.J., 1792. D.H., p.59 Constitución de 1818, D.H. p. 255 Memoria a Pío VII, D.H., p. 125. “Que todos, por Cristo, amen particularmente la obediencia y se apliquen con todas sus fuerzas a adquirir su perfección. En efecto, es de esta virtud que depende todo el bien general de la Sociedad, el que debe extenderse a todos los miembros que la componen”.

Plan de la Sociedad de María, 1790. D.H., p. 47 Cf. Constitución de 1818, D.H. p.255. “El voto de obediencia debe ser considerado como el medio más poderoso para alcanzar la más alta perfección. Por este voto el hombre hace a Dios el más completo sacrificio de sí mismo, se asegura más contra la insidias de Satán; se supera a sí mismo, atrae sobre sí mayores gracias, hace más meritorias sus acciones y sigue más de cerca de Jesucristo…”

Plan de la Sociedad de los hombres, 1790, D.H., p. 40. “Que, por Cristo, todos sientan un afecto especial por la obediencia, se apliquen a ella con toda sus fuerzas, a fin de poder llegar, finalmente, a su suprema perfección. En efecto, de esta virtud es de la que dependerá todo el bien común de la Sociedad, y se extenderá a todos sus miembros. Si alguien de la Sociedad -no lo permita Dios- después de la emisión de sus votos, 11


abandonase la obediencia, sépalo bien que, por el hecho mismo habría abjurado de la Sociedad y, siguiendo las palabras del Apóstol, atraído sobre sí la condenación”.

Conferencia sobre los Votos, p. 136. “Aunque, por otro lado, se tuviesen todas las cualidades, toda la santidad posible, la sola falta de obediencia sería señal evidente de que no se es llamado o que no se respondería a la vocación. …Si la perfección de la obediencia florece entre nosotros, en la misma proporción también estarán florecientes todas las demás virtudes. Pero si en algún lugar no florece esta virtud, no es de desear se establezca allí nuestra Sociedad, ni tampoco que subsista después de su fundación”. Triduo, p. 31. “La obediencia es todavía más necesaria en esta Sociedad, por el trato con el mundo. Que se destruya este único compromiso, y la Sociedad dejará de subsistir. Tenemos, pues, que sobresalir por la obediencia”.

Memoria a los Obispos, D.H., p. 99 “El voto de obediencia y la más estrecha unión de los corazones, serán como la base y la índole de las dos Sociedades”.

Sumario, Reflexiones sobre la Regla XXX (XXXI). p. 68. “Las ventajas de la obediencia son innumerables. Siguiendo nuestra propia voluntad nos alejamos de Dios, nos sumergimos en una infinidad de males; renunciando a nuestra propia voluntad, por la obediencia, nos ponemos al abrigo de todos estos males y nos procuramos inmensos bienes cuya fuente inagotable es la unión con Dios. Esto demuestra suficientemente cuán necesaria es la obediencia: es necesaria para todo el mundo; pero esta necesidad es mucho mayor para los religiosos que, hallándose ligados al Señor por el voto de obediencia, no pueden apartarse de esta virtud y recobrar el uso de su voluntad que han consagrado a Dios sin ser culpables de “rapiña en el holocausto”. Y aún entre los religiosos, no hay otros a quienes la obediencia sea tan necesaria como a los Religiosos de la Compañía de Jesús y a nosotras, que nos gloriamos de seguir sus huellas. Porque, dadas la multiplicidad y dificultad de nuestros deberes que no podemos cumplir sin ser dirigidos, sostenidos y animados por la obediencia, como porque nuestro santo Padre, siguiendo la abundancia de luces que recibía de Dios, declaró que poco debíamos inquietarnos de ser aventajados por otras Ordenes religiosas en ayunos, vigilias, mortificaciones y otros ejercicios de virtud que practican santamente según el espíritu de su Instituto; pero que debemos esforzarnos por destacar en la práctica de la obediencia.

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Id. - Reflexiones sobre la Regla XXXVI (XXXVII) , p. 79 “…pero cuando la obediencia se ha apoderado de un alma la hace capaz de todo”. El hombre obediente cantará victoria”. Quiera Dios que esta obediencia sea como el alma de este pequeño Instituto.

Madre de Cicé. Escritos. Comentarios al Plan de la Sociedad, p. 265 “El número 15 del Plan del Instituto trata del voto de obediencia, este voto tan necesario al religioso, sin el cual todas las obras buenas que hiciese le serían reputadas por nada y no harían sino contribuir a su caída, cegándolo acerca de su propia conducta. Este voto, que en algunas religiones se creía que abarcaba los demás, cuando es estrecha y fielmente guardado, es el que nos está más especialmente recomendado a nosotras, mis muy queridas Hermanas, para llegar a la perfección de nuestro estado. El cumplimiento de este voto se nos da como medio para suplir las austeridades y la vida penosa y penitente a la que están obligadas por Regla la mayoría de las Ordenes Religiosas, lo cual debe hacernos comprender cómo debemos asumir lealmente el perfeccionarnos en la práctica de la obediencia”.

II - EXTENSION

Triduo, p. 30. “¿En qué? (debemos obedecer) En todo lo que no sea contrario a la Ley de Dios, a la Ley de la Iglesia ni a nuestros deberes particulares. Todo lo hemos dado cuando dimos nuestra voluntad; ya no actuamos más como pudiendo disponer de nuestra voluntad; la hacemos depender en todo de la voluntad de aquél a quien le debemos obediencia, a menos que veamos que ésta no está conforme con la voluntad de Dios. En esto no hay diferencia alguna entre la obediencia que practicamos en esta Sociedad y la de las demás Sociedades religiosas”.

Conferencias sobre los votos, p. 131 y 133. “Queremos… experimentar, gozar las ventajas inherentes a la obediencia, seamos fieles en practicarla en todo tiempo. Aprovechemos todos los medios, todas las ocasiones de obedecer. En vez de querer soltar nuestra dependencia, tratemos de estrecharla cada vez más. Cuando podamos, no nos contentemos con los permisos generales; debe gustarnos que nuestras Superioras tengan conocimiento de todo lo que hacemos, para que todos nuestros actos y nuestras acciones buenas reciban de ellas una aprobación especial, persuadidas de que por este medio serán mucho más conformes con el beneplácito de Dios y recibirán de El una más abundante bendición”.

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…Es mucho más importante hacerlo en esta Sociedad, tanto más que obligadas a vivir separadas unas de otras, no es sino por la más perfecta obediencia como podemos estar unidas en el divino Corazón de Jesús, para la mayor gloria de Dios, y formar todas juntas un cuerpo religioso útil a la Iglesia”.

Triduo, p. 31. “Tanto como nos sea posible, debemos tener a nuestras Superioras plenamente informadas de nuestra conducta; ser exactas en la orden del día que nos prescribieron o aprobaron; darles cuenta de nuestras gestiones más importantes y sometérselas, como la elección de un trabajo, el cambio de domicilio y otras cosas semejantes; no tenerles nada oculto, recurrir a ellas frecuentemente, etc.” Memoria a los Obispos, D.H. p. 101. “¿Qué medios podrían usar, estando privados de aquéllos que procuraban el claustro y la vida común? …Todos los momentos del día estarán reglamentados, nadie podrá dejarse llevar por el capricho o por la negligencia; siempre estarán ocupados en algo útil y religioso. El sello de la obediencia puesto sobre el reglamento que cada uno se ha fijado, suplirá al toque de la campana para su exacta observancia”.

Regla de Conducta, Cap. I, Duodécimo medio, p. 29-30 “Un plan de vida. No todas las H.C.M. podrán hacerlo con la misma facilidad, ni puede ser este plan igual para todas ellas… Pero importa mucho que la que esté libre de obligaciones que se lo impidan, reciba de su Superiora un plan de vida o lo trace ella misma y lo someta a su aprobación. Este es el medio de practicar la obediencia en todo, de no hacer nada por capricho y de no perder momentos… Todas han de guardar con fidelidad su horario; pero esa fidelidad no consiste en no salirse nunca o rara vez de su cumplimiento, sino en no hacerlo nunca sin razones de peso”.

Plan de la S.C.J. 1792, D.H., p.59 Constitución de 1818, D.H. p. 255 Memoria a Pío VII, D.H. p. 125. “Con el fin de practicar en todo la virtud de la obediencia y para que el mérito del voto se extienda a todas las acciones del día, las que no vivan en las Casas sujetas a una regla común, se harán por sí mismas, para el empleo de su tiempo, un reglamento de vida y lo someterán a la Superiora, que hará en él las modificaciones que crea más convenientes para el bien espiritual de cada una. Las H.C.M. considerarán como un deber la observancia de dicho reglamento, lo cual no quiere decir que no pueden apartarse de él jamás o casi nunca, sino que en ningún caso lo hagan sin una razón que lo justifique. “En cosas importantes como aceptar un empleo, cambiar de lugar, emprender un viaje, comenzar un trabajo considerable, etc… si estas cosas son libres y uno es dueño de hacerlas o no, 14


no se podrá tomar una determinación sin el permiso expreso de la Superiora cuando ésta se encuentre en el mismo lugar, o sin haber presumido este permiso en el caso de que esté ausente. Si en las circunstancias dichas la decisión no depende de nosotras, conviene, sin embargo, dar conocimiento del caso a la Superiora y consultarla sobre la manera de obrar. “Cuando varias H.C.M. habiten juntas, como parece lo exigen razones graves en el Señor, que haya una designada por la Superiora, a quien las demás obedezcan en las cosas corrientes y a quien pidan permiso cuando se ofrezca algo que se salga del orden establecido; por ejemplo, si alguna quisiera visitar a las personas de fuera, dar un paseo por el campo o hacer alguna cosa semejante”.

Carta de despedida al partir a misionar en Provenza, C.C. p. 361 “Este espíritu, ya lo sabéis, es el que animaba esos dos Corazones; es un espíritu de humildad…un espíritu de desprendimiento… un espíritu de obediencia que somete en todo nuestras voluntades y nuestros juicios al juicio y a la voluntad de nuestros Superiores…”

6ª. Carta Circular, C.C., p. 164-165 “Pide el espíritu de obediencia que muráis enteramente a vuestra propia voluntad, para seguir en todo la moción de la voluntad divina. Proponeos lo más perfecto que hay en la obediencia; que no sea ello sólo regla y móvil de vuestros actos externos, séalo también de vuestros quereres, de vuestros pensamientos, de vuestros deseos y de vuestros juicios. Mirad el mandato de los Superiores como si fuera el de Dios, cuando ese mandato no tenga nada contrario a la ley de Dios. Obedecedles como a Jesucristo, con alegría y perseverancia, sin mirar si las cosas son penosas o fáciles, agradables o desagradables para la naturaleza, y así poder decir con nuestro Divino Maestro: “Ego, quae placita sunt ei, facio semper.” (Juan 8, 29) (Porque Yo hago siempre lo que es de su agrado”).

Sumario.- Reflexiones sobre la Subordinación. Regla XXXVII (XXXVIII), p. 79-80 “Esta Regla encierra una enseñanza muy importante sobre la obediencia, indicándonos respecto de quiénes hemos de observarla: no será suficiente obedecer a la Superiora de una Casa, sino que se ha de obedecer igualmente a los que tienen alguna autoridad subordinada en los lugares y las cosas que son de su incumbencia, que así en la cocina hay que obedecer al cocinero, en la enfermería al enfermero, y lo mismo en los demás oficios. Y que la obediencia que se les presta ha de ser la misma que se observa con el Superior, porque se funda en idéntico motivo, que nuestra obediencia no se dirige a sus personas, sino a Jesucristo a quien representan y por cuyo amor obedecemos. Esta clase de obediencia es muy necesaria: nos proporciona en cada instante ocasión de practicar esta virtud; es muy propia para mantener el orden y la paz en una casa, y si somos fieles a ella, podemos esperar con fundada confianza que hemos hecho algún progreso en esta virtud. 15


En la Sociedad del Corazón de María, no habrá siempre las mismas ocasiones de ejercitarse en ella, ya que sus miembros no están ordinariamente reunidos en forma de comunidad. Sin embargo, como formarán grupos, aunque dispersos, y como en estos grupos habrá diferentes oficios y todos tendrán sus jefes subordinadas a la Superiora de cada grupo o de cada Casa, se deduce que podrá practicarse la obediencia que aquí se nos manda con relación a estos jefes”. Id. - Reflexiones sobre la Regla XXXVIII (XXXIX): ( Cartas). p. 80-81. “No sería posible poner en práctica esta Regla en la Sociedad del Corazón de MAría, porque las Hermanas viven alejadas de sus Superioras y no sería siempre conveniente que la Superiora lo exija de sus hijas, porque éstas pueden estar también bajo alguna otra obediencia, y con este motivo las cartas podrían tratar asuntos que no fueran de su incumbencia. Por eso basta con mantener el espíritu de la Regla, que consiste en querer conservarse en la más perfecta dependencia de sus Superioras, sin ocultarles nada, sin sostener correspondencia alguna que no sea conforme a su voluntad, y cuando la ocasión se presente y puedan suponer que ellas lo desearían, mostrarles las cartas que han escrito y las que han recibido, por poco que esto pueda ayudar para un mejor conocimiento de nosotras y de la cosas que se relacionan con nosotras, sin que esto implique que hayamos de descubrir los secretos que los demás nos hubieren confiado y que debemos callar..” Había en la Compañía de Jesús muchos casos en que no debía practicarse esta Regla; estos casos, dada la naturaleza de nuestra Sociedad, se generalizarán entre nosotras”. Id. - Reflexiones sobre la Regla XLIII (XLIV): (Ociosidad(. p. 85. “… como la naturaleza de la Sociedad del Corazón de María no permite que la Superiora pueda conocer por sí misma cuando faltaren ocupaciones apropiadas y al mismo tiempo útiles a sus miembros, les corresponde a ellas dárselo a conocer con tiempo, y es absolutamente necesario que cumplan este deber con toda fidelidad. Incluso convendrá que si no tiene trabajos fijos por su empleo o en su situación, antes de determinarse por un trabajo u otro consulten a la Superiora o a quien la Superiora haya confiado este cuidado y se remitan a su elección. Este es uno de los principales deberes de la obediencia, que sólo por este medio puede extenderse a todas las acciones y santificarlas. Cuando las Superioras determinen los trabajos a que haya de aplicarse cada una, tendrán en cuenta sus fuerzas, sus aptitudes, su posición, su bien tanto espiritual como temporal, y la utilidad general”. Id. - Reflexiones sobre la Regla XLVIII (XLIX). (Enfermos). p. 90. “Esta Regla es una aplicación de la Regla 38 sobre la obediencia, por la cual se manda obedecer a los oficiales subalternos como al Superior mismo, viendo tanto en ellos como en él a Jesucristo Nuestro Señor que les comunica cierta porción de su autoridad. En ella se manifiesta que los enfermos y los inválidos están, como los demás, sometidos a esta ley con respecto a los médicos y a los enfermeros. El objeto de esta Regla es hacer su obediencia más perfecta y más meritoria, enseñarles a practicarla constantemente y hasta en las menores 16


cosas y, finalmente, preservarlos del excesivo empeño que muchas veces tienen los enfermos de buscar sin cesar nuevos remedios, acostumbrándolos a abandonar este cuidado a los que están escogidos por los Superiores para remediar sus dolencias corporales”.

ANEXO:

LOS

PERMISOS

6ª Carta circular, C.C., p. 165-166 “Los permisos se expresan por la Regla o por la voz de los Superiores. Los primeros son muy amplios para nosotros, como lo exige la misma naturaleza de las Sociedades. Abarcan todo lo que conviene a la situación de cada cual y lo que exige el trato de la vida civil. Los segundos se refieren a lo que es más dudoso o de mayor importancia. Se entiende por dudoso lo que no está claramente expresado en las reglas o cuya necesidad o conveniencia no vemos tan claramente. En lo que se refiere a estas cosas hay que acudir al permiso de los Superiores. Esta diferencia se señala en el artículo de la Pobreza, n°6, Cap.. 2° “Specimen”. En ese segundo caso, cuando se halla uno lejos del Superior y se tiene el convencimiento razonable de que se concedería lo que le habíamos de pedir, se puede usar de ese permiso supuesto. Así, en todos los casos se procede con permiso, y para obrar así basta con una intención general que no se necesita renovar cada vez. Este punto es esencial y cuando se cumple religiosamente, como queda dicho en el Art. del “Specimen” que acabamos de citar, puede haber la seguridad de no hacer nada contra el voto de pobreza.”

Memoria a los Obispos, D.H., p. 91-92 “Lo que contribuye a diferenciar en algo la obediencia que se observaría en estas Sociedades y la de las otras Ordenes, es que los permisos que se conceden en ellas, aún habitualmente, son más comunes y más amplios. En la mayoría de las Comunidades un poco regulares, había que recurrir a los Superiores para las menores cosas, mientras que en estas dos Sociedades existen permisos generales para una infinidad de cosas que habrían constituido transgresiones considerables contra los votos si se las hubiese hecho sin permiso. Esta diferencia que se refiere al mayor o menor número de permisos no afecta nunca a la esencia de los votos. los permisos son de mayor o menor magnitud en las diversas Ordenes según la diversidad de los empleos, y sean como fueren, pertenecen a la obediencia, y el hacer uso de ellos es obedecer. Es cierto que permisos demasiado frecuentes, demasiado amplios, concedidos con demasiada facilidad, en la mayoría de las Religiones son signo de cierta relajación en la disciplina regular; 17


pero esto no sucedería en las Sociedades, porque los permisos de que se trata emanan de su propia naturaleza, están previstos en las Reglas y no tienen nada que no esté conforme con el espíritu de las Sociedades y con la voluntad de los Superiores. En cualquiera Orden, en cualquiera Comunidad, donde un religioso se aleja de sus Superiores, sea para gestionar asuntos de su Orden o de su Casa, sea para ir a Misiones, sale premunido de permisos más amplios que los que se acostumbra conceder en las Sociedades. No se los concede para cosas más considerables o menos frecuentes, las que pueden esperar, y para las cuales podemos recurrir a los Superiores. Los que se conceden no presentan inconveniente y no dañan la obediencia. Y todavía se aconseja en muchos de estos permisos, cuando se está al alcance de su Superior, o de quien lo represente, que se recurra a él lo más a menudo posible a fin de practicar con más perfección la obediencia. Lo que acabamos de ver nos parece demostrar que la obediencia, en las Sociedades, posee todo lo que constituye la obediencia religiosa, y lo que tiene de propio y de particular no altera en manera alguna ni la esencia ni aún la perfección de la obediencia.

Triduo, p. 31. “También difiere esta obediencia en que la naturaleza de esta Sociedad exige que tengamos permisos bastante más amplios que en otras, donde la presencia de los Superiores hacia que fácilmente se pudiese recurrir a ellos en todo momento…”

Carta al Cardenal Caprara, D.H., p. 184. “También hay diferencia por cuanto en estas Sociedades, se otorgan permisos más amplios para todo lo que se refiere a la vida corriente”.

Cartas del P. de Clorivière: -

a M. de Cicé (1788) C., p. 15

“Haga todo el bien que pueda; pero siempre sancionado por la obediencia. No le digo más, la obediencia lo encierra todo”. -

id. (1789) – Cartas p.20.

“Apruebo su confianza en el Señor por lo que concierne a las limosnas, pero no perderá nada si lo somete a la obediencia; una de las mayores ventajas de esta virtud es la de librarnos del temor de hacer más o de hacer menos de lo que nos pide el Señor. - id. (1791) Cartas., p. 74. “Si otras razones, debidas a las circunstancias, la disuadieran de ese viaje, no se lo exigiría; si lo hago, y si lo que le digo es más que un simple ruego, es para que en una acción de esa importancia, usted cuente con la fuerza y con el mérito que da la obediencia.

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Id., (1791) Cartas, p. 78 “… Ud. Ha tomado la obediencia por guía, lo hace por el Señor; tenga una suave y firme confianza de que nuestro Divino Dueño conducirá, por este medio, todos sus pasos; y no permitirá que Ud. se extravíe caminando bajo su dirección. Id. (1791) Cartas, p. 79 “…Ud. Pedirá su consejo y hará lo que él le diga. Debe ser motivo de consuelo para usted pensar que todos sus pasos están dirigidos por la obediencia”. Id. (1802) Cartas, p. 145. “… Pero salvo esto, creo tener que prescribirle que no rehuse los cuidados que juzguen necesarios para su salud, y para que no tenga al respecto ningún escrúpulo, y cuente al mismo tiempo con el mérito de la obediencia, le encargo a su amiga Paulina, a quien escribo sobre esto, se preocupe de cuidar su salud y, en este punto, actúe como Superiora suya”. Id., (1807) Cartas, p. 267 “El Sr. Vielle debe estar al tanto de que la obediencia religiosa comporta dos deberes: uno es que cumplamos, por obediencia, todo aquello a que nos obligan nuestras Reglas y nuestro estado; el otro es mantenerse en contacto con sus Superiores tanto como sea posible. Sin el cumplimiento de este segundo deber, el primero no puede ser bien cumplido. Somos como un miembro desarticulado; no recibimos la influencia de la cabeza, el cuerpo mismo se paraliza. No puede ignorar estas cosas; se las he recordado, pero le suplico que toque este punto cuando escriba a Amable o a M. Amy”. Id. (1805) Cartas, p. 116 “…Es verdad que, como en esto él no podía tener ninguna certeza, habría debido recurrir a la obediencia”. - A la Sra. de Clermont, -(1805). L., p.759 “En cuanto a sus deberes de familia que son necesarios, no requiere permisos; los tiene por la naturaleza misma de la Sociedad; sin embargo es bueno conversarlos con los Superiores, sobre todo en los casos dudosos y no ordinarios, con el fin de tener en todo la sanción de la obediencia, y porque, representando a Dios, pueden darnos a conocer su beneplácito y aconsejarnos útilmente para nuestra conducta”. A la Srta. d’Esternoz (1802) L., p. 653 “…pero no haga nada fuera de lo ordinario sin la sanción de la obediencia, también me refiero a la mortificación”. - a la Sra. de Clermont (1805) L., p. 761

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“le agradezco su excelente carta; me parece escrita con muy buen espíritu, y entra en ella, frente a mí, en detalles interesantes que indican el verdadero deseo que tiene de conducirse en todo por la obediencia”. - a la Sra.. de Clermont (1807), L., p. 775. “No dudo que la Srta. Adelaida le conceda los permisos que pide para la boda de su señorita sobrina y para el regalo que debe hacerle”.

-

al Sr.. Lange (1800), L., p. 825

“En cuanto al viaje al que lo invitan, si, consultando al Señor, cree que pueda ser para gloria de Dios y de cierta utilidad para Ud. y para los demás, no me opondría y no me costaría entrar en su sentir, porque estoy bien persuadido de que Ud., no daría inútilmente un paso de esa naturaleza. Hasta creo que si Ud. se decide a hacerlo, Dios lo hará servir para su gloria. Unicamente le exijo que examine bien esto en presencia del Señor”. - al Sr. Lange (1806), L., p. 831 “…Una perfecta obediencia, de acción, de voluntad, de juicio, según la doctrina de la Santa Iglesia. Para esto se requieren Superiores religiosos que velen por la disciplina religiosa y, bajo la dirección del Obispo, dirijan todas las cosas…” - añ Sr. Pochard (1799), L., p. 851 “Viles a nuestros propios ojos, muertos a nosotros mismos y a los placeres de los sentidos, hijos de obediencia, y no viviendo ya para nosotros, sino para J.C., no debemos tener ya otros intereses que los suyos; y atreverse a todo, creerlo todo posible, bajo la dirección de la obediencia, cuando se trate de extender y procurar su gloria; muy felices de sufrir y de consumirnos por un fin tan noble y tan justo”. - al Sr. Pochard (1799), L., p. 858 “Dios bendecirá la resolución que toma de obrar en todo con nuestro consentimiento presunto.. Con eso todas sus acciones tendrán el mérito de la obediencia religiosa, y puede esperar que el espíritu del Señor lo dirigirá él mismo para que realice lo más conforme a su beneplácito. Le doy de antemano todos los permisos que pueda necesitar, para los casos en que no le sea posible dirigirse a nosotros por el alejamiento. -

al Sr. Beulé (1807/ 1808), L., p. 927-929.

“Sé que el espíritu del mal, que vuelve principalmente sus esfuerzos contra aquellos que tiene mayor razón de temer, ha puesto todo en juego para impedirle seguir la luz de Dios que se comunica a los humildes por la obediencia; lo ha inducido a preferir su propio juicio, sus reflexiones, los talentos que Dios le ha dado, el bien que Ud. ya ha hecho y que hará. Ud. conoce mejor que yo las ilusiones halagadoras que ha encendido en su imaginación

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…habría debido reconocerlo por estos rasgos y desconfiar más, suprimir sus reflexiones, acallar sus gustos naturales, débilmente disfrazados bajo apariencias de un mayor bien y de los intereses de la gloria de Dios, y enseguida recurrir a la voz de la obediencia, la única que puede darle a conocer con seguridad la voluntad de Dios. …el espíritu de obediencia que Ud. se jacta de tener. ¿ En qué consiste? No lo puede ignorar. En reconocer la voluntad de Dios en la de los Superiores, en despojarse de su voluntad propia para tomar la de ellos, en no obrar libremente siguiendo el propio movimiento sino el de ellos. …Ud. sabía que, entre nosotros, no debemos hacer por nuestra propia elección en lo que nos atañe personalmente, ninguna gestión, por lo menos importante, si no es con aprobación de los Superiores. Ud. no tiene otro Superior que yo, y sin embargo, sin consultarme, sin contar con mi aprobación o más bien teniendo todas las razones para creer que no se la daría., trató de desligarse de su Parroquia y colocar a otro en su lugar. ¿ No era eso actuar por libre elección en caso importante? ¿No era so querer conducirse Ud. mismo, y retomar totalmente una voluntad que, hacía poco tiempo, había entregado a Dios en el más entero sacrificio?”. …Desconfíe de su imaginación; reflexione en que no hay verdadera obediencia y sumisión a la voluntad de Dios sin un continuo renunciamiento a nosotros mismos, y que nuestro mayor esmero, como lo dice nuestra Regla, debemos ponerlo en aplicarnos sin descanso al ejercicio de este renunciamiento. - a un Sacerdote de la S.C.J.

L., p. 942.

“Abrazamos lo más angélico de la castidad, lo más humilde de la obediencia. Sólo de nosotros depende que demos el mérito de la obediencia religiosa a cada una de nuestras acciones, como lo hacía San Francisco Javier en las misiones, estando a dos mil leguas de su Superior. Erramos cuando nos imaginamos, a veces, que nos faltan los medios necesarios: más bien somos nosotros quienes faltamos a esos medios”. Cartas de Madre de Cicé. Escritos -

a la Srta. V. Puesch (1816), p. 289.

“Tenéis mucha razón, mi querida amiga; la obediencia tiene gran fuerza para ayudar a vencer todas las dificultades; vuestro cargo os hará daros cuenta de ello”. -

a la Srta. M.A. Bourguignon.- , p. 299

“…y la felicidad que sentís al hacer todo lo que hacéis por obediencia, hace muy valioso el menos de vuestros actos. Este motivo, cuando es muy perfecto, los ennoblece, como sabéis, y en cierta manera los diviniza.

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IV

OBEDIENCIA CRISTIANA Y OBEDIENCIA RELIGIOSA

I – DIFERENCIA ENTRE LAS DOS OBEDIENCIAS

Conferencias sobre los votos, p. 109-113. “La obediencia religiosa se funda en el voto o promesa especial que se hace a Dios de obedecer. Esto la distingue de toda otra obediencia natural o civil: la primera se basa en la dependencia que la naturaleza ha puesto entre los hombres; la segunda, en las relaciones que existen entre ellos por el ordenamiento social. Ambas son obediencia cristiana si los deberes que imponen se cumplen en vista de Dios; y esta virtud es muy agradable al Señor, muy meritoria, y no sólo útil, sino absolutamente necesaria a cada hombre en particular y a la sociedad en general. El vicio contrario, la desobediencia o insubordinación, es totalmente incompatible con la salvación y destruye el buen orden en las familias y en la sociedad. Toda autoridad natural o civil se remonta, en primer término, a Dios Creador, de quien depende el hombre esencial y necesariamente, y a la sumisión que le debe como a su Creador y Soberano Señor de quien procede toda autoridad: “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino…” (Rom. 13, 1 y 2). Por la obediencia religiosa el hombre se somete a otro hombre: es decir, se coloca libre y voluntariamente bajo la dependencia de otro, para hacer lo que ese hombre le prescriba, y no lo que él quisiera hacer por sí mismo. Esta dependencia es fruto de una opción, y no de la necesidad como ocurre siempre en la dependencia natural y muy a menudo, en la dependencia civil; y aún cundo esta última dependencia la hayamos elegido, siempre difiere mucho de la obediencia religiosa: por su motivación que es el bienestar temporal: por su extensión, limitada a cierto ámbito, y por la naturaleza del lazo que la constituye. El objeto de la dependencia religiosa es siempre espiritual; es mucho más amplia, y se la contrae por voto. … es un ejercicio santo que siempre se ha practicado en la Iglesia, basándose en las palabras del mismo Dios, el escoger en particular a un hombre de Dios para darnos a conocer sus voluntades y llevarnos con mayor seguridad por el camino de la salvación y de la perfección. Hacerlo con votos, y en una de esas Sociedades que Dios suscita periódicamente en su Iglesia, y que está inspirada por el Espíritu Santo, ratificada con el sello de su aprobación, es hacerlo en la forma más perfecta y ésa es verdaderamente la obediencia religiosa.

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Conferencia sobre los votos, p. 115-116. El voto de obediencia añade a todos los actos un nuevo mérito cuando obramos con la perfección exigida por el voto. La obediencia nos pone a salvo de las ilusiones del amor propio, de las insidias de Satán, de los peligros de la ignorancia y de la seducción del pecado, y no da la seguridad de cumplir, aún en las menores cosas, con la voluntad de Dios y de hacerlo por el más sublime de los motivos, que es el de esa santa voluntad. El religioso que actúa por obediencia hace en todo lo más santo y lo más perfecto para él, pues todo lo que hace es voluntad divina, que le es intimada por su Superior.

Triduo, p.29. “El Superior religioso no tiene más sujetos que los que le envía el Espíritu Santo por el llamado a la vocación religiosa. Ellos tienen que someterse libremente, y esta sumisión es total, superior a toda otra sumisión, que por su naturaleza, queda limitada a ciertos ámbitos; ésta lo abarca todo. Quien somete su voluntad, somete todo lo que depende de ella. Esta sumisión es perfecta, irrevocable. Después del voto, ya no se es más libre de querer o no querer depender de la voluntad de otros. Uno queda obligado para siempre cuando el voto es perpetuo.

6ª. Carta Circular, C.C. p. 169 “Obrar por obediencia religiosa es obrar con miras al cumplimiento de la Voluntad divina que nos está ciertamente indicada por esa obediencia. No puede haber motivo más excelente ni menos sujeto a ilusiones”. Cartas del P. de Clorivière: -

a la Sra. de Göesbriand, (1798), L., p. 713.

“…es conveniente que Ud. advierta la enorme diferencia que hay entre hacer esas cosas por un motivo particular de piedad y por propia elección, o hacerlas por deber, por estado, por obediencia; entre hacerlas en forma aislada o hacerlas comunitariamente como miembro de un Cuerpo religioso. La segunda forma, más excelente y más meritoria, ennoblece mucho las acciones por pequeñas que sean, agregándoles el mérito de la Obediencia y de la Religión.

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CONCILIACION ENTRE LA OBEDIENCIA DEBIDA A LOS SUPERIORES RELIGIOSOS Y LA QUE SE DEBE A LAS AUTORIDADES EXTERNAS

Plan de la S.C.J.,1792 . D.H. p. 59-60 Constitución de 1818, D.H. p.255-256 Memoria a Pío VII, D.H. p. 125-126 “Todas obedecerán con la mayor exactitud a las personas que tengan alguna autoridad sobre ellas, por cualquier título que sea: natural, civil o eclesiástico, en las cosas que dependan de cada una de ellas, y ni las Superioras del Instituto podrán ordenar, ni las Reglas prescribir nada contrario a las órdenes de esos superiores, o a sus empleos particulares, a menos que en estas órdenes y en estos empleos se encontrará alguna cosa poco conforme con la Ley de Dios. En todas las otras cosas en las que no dependan de los demás estarán obligadas a obedecer a las Superioras del Instituto. Aunque el voto de Obediencia debe inducir a las H.C.M. a obedecer con más prontitud y perfección a los Superiores externos, es necesario, sin embargo, que sepan que, en virtud de este voto, su dependencia no aumenta con relación a estos superiores, y que las faltas que pudieran cometer contra la obediencia que les deben no cambian de naturaleza. En cuanto a las faltas de obediencia que cometieren contra las Superioras del Instituto, hay que juzgarlas del mismo modo que en los demás Institutos religiosos.

Memoria a los Obispos, D.H., p. 86 “El espíritu de pobreza y de obediencia no debe ser menos perfecto en los miembros de estas Sociedades que en cualquier otro Cuerpo religioso; la diferencia sólo afecta la práctica externa de esos votos, y proviene de la naturaleza misma de estas Sociedades que, para subsistir en medio de un mundo enemigo de Jesucristo y de todo lo que signifique piedad, necesitan mantenerse ocultos, lo que no podrían hacer si poseyesen bienes visibles, vistiesen hábito o cohabitaran separados del mundo, lo que les permitiría ser reconocidos y distinguidos de los demás. Al vivir en medio del mundo, a veces en sus familias, y quedando, por consiguiente, sometidos como antes a la obediencia natural, civil y eclesiástica, y no recibiendo la subsistencia de su comunidad como los demás religiosos, ha sido necesario adaptar para ellos la práctica de los votos de obediencia y de pobreza, de modo que la obediencia regular pueda conciliarse con las otras clases de obediencia, y que su pobreza les deje algún medio conveniente para subsistir, tanto más cuento que el recurso a la mendicidad, en las actuales circunstancias, parece desaconsejarse por la prudencia cristiana, por lo menos a la mayoría”. Id. D.H., p. 90-91. 24


“El Espíritu de obediencia no debe ser menos perfecto en las dos Sociedades que en cualquiera otra. En cuanto a la práctica externa del voto, debe abarcar todo aquello en que el religioso es dueño de sus actos y de sus voluntades. La diferencia en cuanto a la práctica externa radica en que: 1° En estas Sociedades puede ocurrir que haya muchas cosas en las que el hombre no sea su propio dueño “sui juris”, como cuando está sometido a la autoridad paterna como hijo; al poder civil como ciudadano; al Ordinario como eclesiástico diocesano. Los religiosos que ingresan a otras Ordenes se liberan – en cuanto a la mayor parte de los efectos externos - de esas otras autoridades, para colocarse enteramente bajo la obediencia de su Orden. 2° Los permisos con que contarían serían más amplios y más frecuentes, por no decir habituales. La primera diferencia no mengua la perfección de la obediencia religiosa en las Sociedades: 1) Porque en ellas el sacrificio no es menos real ni menos completo; 2) Porque si aparece alguna limitación, no proviene de la voluntad del que obedece; 3) Porque los otros tipos de obediencia concuerdan con la obediencia religiosa. 4) Porque jamás se producirá conflicto de jurisdicción entre esas obediencias y las que impone la Sociedad. El sacrificio que se haría de la voluntad propia en las Sociedades sería real, aún cuando el religioso siguiera sometido a las otras clases de obediencias de que hemos hablado, porque siempre quedarían muchas cosas frente a las cuales la voluntad sería libre y dueña de sí misma. En efecto, cada una de esas otras obediencias, tiene su límite y no tiene el mismo fin de la obediencia religiosa. …El sacrificio sería completo. La perfección evangélica lo abarca todo; no hay tiempo, situación, acto que no deba hacer referencia a ella, como lo indica el Apóstol; luego no hay nada que quede fuera de la obediencia religiosa cuyo objetivo es la perfección evangélica. La libertad de la voluntad ya estaba parcialmente ligada por el precepto inserto en las otras obediencias; ahora, por el voto de obediencia se obliga con respecto a todo lo demás en que conservaba libertad; así el sacrificio es tan completo y tan universal como puede serlo. Puede suceder que el Superior deseara disponer de otra forma la conducta de su inferior si éste estuviera enteramente bajo su dependencia; usaría más los medios de perfección prescritos si no estuviera bajo otra dependencia; pero en este caso, basta con que en su fuero interno quiera conformarse con los planes de perfección que su Superior tiene para él, se acerque a ellos lo más posible, y esté resuelto a conformarse enteramente a ellos apenas desaparezca el obstáculo que proviene de la voluntad ajena. Esta falta exterior en el cumplimiento de lo que se le ha ordenado, falta contraria al verdadero deseo de su corazón y que no está en su poder evitar, no disminuye en nada la perfección de su obediencia y el Señor le comunicará, por otros caminos, las gracias que necesita y que habría alcanzado con los medios de perfección y con los ejercicios de piedad que deseaba, pero que no puede usar en su situación.

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Las acciones, los deberes que cumpla el religioso bajo la dependencia de los otros Superiores, también entran en la obediencia regular, porque no hay duda que al cumplir todos sus deberes, cualesquiera sean, está cumpliendo con eso lo que su Superior le exige. Que no pierda de vista la voluntad de su Superior, que actúe consecuentemente, que cumpla sus deberes en vista de la obediencia religiosa que profesó; y que ésta lo lleve a cumplirlos con mayor perfección; es manifiesto que con esta intención, todas las acciones tendrán el mérito de la obediencia religiosa, aunque primitivamente motivadas por otras virtudes. Lejos de perjudicar a la obediencia religiosa, la ejercitan continuamente, y por su lado, la obediencia religiosa realzará su mérito y perfección. De este mutuo acuerdo que puede y debe haber siempre entre las obligaciones derivadas de los otros deberes y la obediencia religiosa, resulta naturalmente que no puede haber en verdad conflicto de jurisdicción entre la obediencia que se debe en las Sociedades al Superior religioso, y los otros tipos de obediencia. Cuando éstas prescriben un deber, este deber estará siempre conforme con la obediencia religiosa; cuando lo prescrito por ellas no sea un verdadero deber, sea algo contrario al deber, no habrá obligación de cumplirlo, o más bien se deberá no cumplirlo. Por lo demás, se ha provisto suficientemente a la conciliación de los diversos tipos de obediencia que puedan darse en una u otra Sociedad, con lo dicho en el Specimen, pág. 2, n°2, “de Obedientia”:

Carta al Cardenal Caprara, D.H., p. 184 “En cuanto a la práctica exterior del Voto de obediencia, la diferencia consiste en que, sometiendo su voluntad en las cosas en que la voluntad es dueña de sí misma, uno sigue, sin embargo, sujeto como antes a toda otra clase de obediencia: los hijos a sus padres, los empleados a sus patrones, los ciudadanos a las autoridades civiles, los clérigos a sus Superiores eclesiásticos. La obediencia religiosa no puede ordenar nada contrario a lo que prescriben esas otras clases de obediencia, y no hace sino comunicarles mayor fuerza y perfección.”

Informe de 1808, D.H., p. 221 “La obediencia que debemos a nuestros Superiores deja subsistir respecto de nosotros toda otra obediencia natural, civil, eclesiástica; viene incluso a apoyarlas y nos obliga para con ellas a una mayor exactitud, sin por ello aumentar lo que cada una de ellas tiene derecho de exigir. De aquí proviene la diferencia en la práctica exterior de la obediencia. No se nos puede ordenar nunca algo contrario a lo que las otras obediencias pueden ordenar legítimamente. Superiores particulares no pueden quitarnos el uso de los derechos que nos confiere la naturaleza de la Obra. Por lo demás todos los miembros de este Cuerpo deben proponerse sobresalir en la virtud de la obediencia, y no ocultar a sus Superiores nada concerniente a su interior o a su exterior, hasta desear ser conocidos de ellos, si fuere posible, tanto como lo son de Dios y no obrar en nada contra su voluntad. No están siempre bajo su mirada, pero saben que les obedecen al cumplir exactamente todos sus deberes, al observar todos los puntos de la Regla, y que no pueden faltar a ellos voluntariamente sin apartarse en algo de su voluntad; desde luego que no hay lugar, ni circunstancia, ni momento en que no puedan tener el mérito de la obediencia, y si, con la ayuda de la gracia, son fieles en este punto, están seguros que todas sus acciones se conformarán con la voluntad divina”. 26


Carta del P. de Clorivière a la Sra. X… L. p. 808-809 “En lo que respecta a la obediencia, nos despojamos de nuestra voluntad, la sometemos, por amor a Dios, a la Superiora, en todas las cosas en que la voluntad es dueña de sí misma y no depende de la voluntad de otro; de modo que una Superiora no puede ordenar nada contrario a la obediencia que debemos a los superiores naturales, civiles, eclesiásticos, ni a los que exige o permite generalmente la naturaleza y el espíritu de la Sociedad. Esto concilia la obediencia religiosa con todo otra obediencia. Seamos fieles al reglamento sometido a la Superiora; conformémonos en todo a las Reglas de la Sociedad; tengamos a la Superiora al corriente de todos los pasos importantes, sometámoslos a sus órdenes y a sus avisos: entonces todas las acciones contarán con el mérito de la obediencia…”

Conferencias sobre los votos, p. 124. “Todo esto conviene a nuestra Sociedad como a toda otra Sociedad religiosa; no hay más diferencia que la que pueda producirse por conflicto con un superior externo. Pero en este conflicto, los Superiores de la Sociedad saben bien que no pueden ordenar nada contrario a lo que el primer superior haya mandado a menos que en ello hubiese algo poco conforme con la Ley divina”.

Triduo, p. 30. “...en las otras Sociedades religiosas, ordinariamente no se practica otra obediencia que la que se debe a los Superiores religiosos; en tanto que en ésta, se puede tener otros superiores y hay que conciliar todos los deberes. El medio de hacerlo es que el Superior religioso no ordene nada contrario a los deberes corrientes que teníamos y que seguimos teniendo, y que, en la duda, dé preferencia a esos deberes”.

Sumario.- Reflexiones sobre la Regla XXXI (XXXII), p.73. “...pero el poder de la Superiora estará limitado por la naturaleza y las Reglas del Instituto y deberá ceder su autoridad y acomodarla a la de los superiores externos bajo cuyo dominio se hallare su inferior”.

6ª. Carta Circular, C.C., p. 168-169. “Se concibe sin dificulta, por lo que antecede, con qué perfección se ha de practicar exteriormente entre nosotros el voto de obediencia. Me contentaré con observar que esa obediencia exterior es de cada instante, es más extensa y más continua de lo que cabría en cualquiera otra Orden religiosa. He aquí el motivo.

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En los otros Institutos religiosos, como se vive en comunidad, separados de los seglares, por este mismo hecho ya se estaba dispensando de tener que practicar ninguna otra clase de obediencia natural, civil o eclesiástica, por lo menos en gran parte y, por así decir, habitualmente. No tenía uno que atender a más órdenes que las del Superior de la Comunidad; y en cuanto se habían cumplido los deberes de la obediencia religiosa, ya no quedaban otros que cumplir. No sucede así en nuestros Institutos. La obediencia que en ellos profesamos no excluye ninguna otra clase de obediencia; las abarca todas, las fortalece y las santifica. Los hijos no quedan menos obligados a practicar la obediencia a sus padres; los ciudadanos a las autoridades civiles, en aquello que es de jurisdicción; los sacerdotes a sus Superiores eclesiásticos. Incluso están más obligados por el nuevo título de la profesión que hacen de tender a la perfección, por su Regla y por la voluntad de los Superiores que les prescriben este deber. No han de lamentarse por ello. Nuestro Divino Maestro nos ha dado ejemplo de todas esas clases de obediencia que han venido a ser para los miembros de nuestros Institutos parte de la obediencia religiosa, y con sólo enderezar su intención elevarán por ese medio el mérito de sus acciones y practicarán en cada cosa y en cada momento la obediencia religiosa. De ahí ¡cuántas acciones virtuosas! ¡Qué cantidad de méritos, cuántas riquezas espirituales adquiridas en un solo día! Porque obrar por obediencia religiosa es obrar con miras al cumplimiento de la Voluntad divina que nos está ciertamente indicada por esa obediencia. “No puede haber motivo más excelente ni menos sujeto a ilusiones”.

9ª. Carta. Circular, C.C., p. 298-299. “He aquí lo que se responde a las dificultades que se podrían presentar para conciliar la obediencia religiosa, en nuestros Institutos, con las demás obediencias a las cuales se estuviere sometido. La obediencia religiosa, se dice, no haría sino dar mayor fuerza a toda otra clase de obediencia, y la una no perjudicaría nunca a la otra. 1°- Porque el objeto de estas diversas clases de obediencia no es el mismo. La obediencia religiosa tiene por objeto la práctica de los consejos evangélicos. Ninguna otra obediencia tiene el mismo objeto, y no tiene, de suyo, derecho ninguno a exigir su práctica. 2°- Porque el primer cuidado del Superior religioso será que las otras obediencias sean fielmente cumplidas. El fin inmediato que nos proponemos es que cada cual cumpla los deberes de su estado con toda la perfección posible. Y con este mismo fin nos comprometemos a la práctica de los consejos evangélicos. Siendo así que el Superior religioso está puesto precisamente para ayudar a sus inferiores a llegar a este fin; luego él no puede hacerlo sin inducirles con todo su poder, a obedecer a sus diferentes Superiores. 3°- Porque la obligación del voto cesaría cuantas veces hubiere sobre esto alguna discusión o alguna duda razonable. La obligación del voto debe entenderse de la obediencia religiosa; esta obediencia cesará en el momento mismo en que se tenga algún justo motivo de dudar si alguna obediencia legítima tiene derecho a exigir de nosotros algo contrario. Esta razón se funda en que, según queda dicho, como la obediencia a otras autoridades permanece igual después de nuestros compromisos religiosos, no se pudieron éstos contraer sino en cuanto podíamos disponer de la propia voluntad, y no en las cosas en que nuestra voluntad está bajo la dependencia de los demás. Por ser las otras obediencias anteriores a la obediencia religiosa, en el caso de una duda razonable, debe conservar la preeminencia”. 28


9ª. Carta Circular. C.C. p. 325-326. “Cada uno de nosotros conozca todas las ocasiones y recursos que su estado y su profesión pueden proporcionarle para practicar la perfección y esté atento para no desperdiciarlos; toda otra perfección no es la que Dios quiere de nosotros. Los Superiores inculquen sin cesar esta obligación, hagan sentir su excelencia y su necesidad tanto para el bien particular como para el bien general que ha de resultar de ella; pónganlo todo en juego para mantener y cimentar más y más en los miembros del Instituto la subordinación perfecta y la dependencia a sus Superiores, así eclesiásticos como civiles, en la que todos deben mantenerse, y el cuidado que deben tener de obedecerles, con miras a Dios, en todo lo que puede ser de su incumbencia y de su jurisdicción. Y si, por inadvertencia, los Superiores del Instituto hubieren prescrito algo contrario, apresúrense a rectificar este error que sólo podría tener consecuencias desagradables.”

Regla de Conducta, p. 33-34 “En todos los Superiores que la Providencia les haya deparado y, por consiguiente, de quienes dependan, verán y respetarán la autoridad del Soberano Señor y profesarán a sus padres el respeto, el amor y la obediencia que la ley natural y divina les imponen con mandamiento expreso; honrarán a los que están revestidos de autoridad civil y les obedecerán en las cosas que son de su jurisdicción, tales como el pago de impuestos, el gobierno exterior, etc. Respetarán profundamente a los ministros de Jesucristo y los legítimos pastores y serán dóciles a sus advertencias, sabiendo que ellos son los que han de dar cuenta de sus almas. Pero todas recordarán que ningún Superior, quien quiera que sea, puede mandarles nada que fuere en contra de la religión y de la moral, y que si lo hiciere, no están obligadas a obedecerle en aquello, sino que obrarían muy mal.

Cartas del P. de Clorivière: -

a la Srta .d’ Esternoz (1803), L.p. 660.

“…siendo el espíritu de esta Sociedad hacer todo el bien posible, consolidar y perfeccionar toda obediencia legítima, [los superiores no pueden] exigir algo, aún so pretexto que fuera lo mejor, si es contrario a otras obediencias.” -

a la Sra. de Saisseval (1805), L.,p. 680

“El espíritu de obediencia debe ser muy perfecto; debemos ver al mismo Dios y obedecerle en los Superiores. Se ha temperado tanto la práctica de la obediencia que se concilia con todo lo que debemos a cualquiera autoridad legítima”. - al Sr. Bacoffe (1809), L., p. 906. “Por muy secreta y bien constituida que pueda estar esa Asamblea, no dejará de ser conocida tarde o temprano, pues todo se sabe, y creo respira espíritu partidista y de oposición a nuestros legítimos Superiores, lo que es del todo contrario a la naturaleza de nuestras Sociedades, cuyos miembros deben distinguirse por una obediencia más íntegra y más perfecta”. 29


V

RESPECTIVOS DEBERES DE LOS SUPERIORES Y DE LOS MIEMBROS DE LA SOCIEDAD

6ª. Carta Circular, C.C.. p. 173 “Les recomiendo… 1°- Gran unión con los Superiores, y abrirles el corazón de par en par. La mutua comunicación entre Superiores e inferiores nos es, en todo momento, indispensable. Solamente con ella podremos formar todos juntos un mismo Cuerpo y ejercitarnos en las virtudes religiosas, sobre todo en la obediencia. Pero esa necesidad es aún mayor para los que por el acto de Consagración ingresaron hace poco en la primera probación. De lo contrario, ¿cómo podría conocérseles bastante? ¿Cómo podrían aprender una porción de cosas que sólo enseñan la práctica y el uso? Por eso, en cuanto lo permitan las circunstancias, habrá para los que fueren admitidos, sobre todo si son de poca edad, casas donde habiten los novicios algún tiempo con la persona encargada de formarlos a la vida religiosa. A falta de esas casas comunes ha de haber el trato más frecuente posible, y si las circunstancias no permiten verse hay que suplir con cartas. Conferencias sobre los votos, p. 125-128. “De los medios que nos pueden facilitar la práctica de la obediencia”. “Obedezcan a sus Superiores y sométanse a ellos; porque velan sobre Uds. como debiendo rendir cuenta de sus almas. Que ojalá encuentren ellos razones de alegrarse más bien que de quejarse. Eso sería perjudicial para ustedes”. (Hebr. 13, 17). Lo que aquí nos dice el Apóstol de la solicitud de los Superiores y de la cuenta que rendirán a Dios por nuestras almas, sólo puede interpretarse de aquellos que han sido designados para gobernarnos en lo espiritual; y aunque esto conviene a todos los Superiores eclesiásticos, con mayor razón se aplica a los Superiores religiosos, cuya vigilancia se extiende a más aspectos, y cuyo cargo no se refiere sólo a la salvación de sus inferiores, sino también a su perfección. El apóstol nos propone la vigilancia de los Superiores y la cuenta que darán de nuestras almas, como motivo que nos lleve a obedecer; de suerte que esto que han asumido los Superiores, no tenga nada de abrumador, y llegue a ser para ellos fuente de gozo; pues, agrega, no sería en absoluto ventajoso para ustedes recargar una obligación de suyo muy pesada.

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Este motivo debe parecernos apremiante. ¿Podríamos dejar de reconocer las obligaciones que tenemos con Superiores que velan solícitamente por nuestra salvación, y nuestro progreso en la perfección? …Superiores solícitos y celosos son para sus inferiores uno de los más poderosos medios que éstos puedan tener para asegurar su salvación y tender con seguridad a la perfección. Con este medio, si recurren a él, llegarán a gran santidad: los designios de Dios se cumplirán. Sin este medio, o por no recurrir a él, pronto se relajarán en una vida imperfecta, y no responderán en absoluto a los designios de Dios sobre ellos. Un buen Superior no cumple sin dolor los deberes de su cargo. Todas las debilidades, miserias y penas de quienes le están confiados las hace suyas. Puede repetir con el Apóstol: “¿Quién vacila que yo no vacile con él? ¿Quién tropieza sin que un fuego me devore? (2ª Corintios, 11, 29). Debe participar de la caridad de Jesucristo, y esta caridad, como aguijón, lo urge sin cesar, y lo mantiene en perpetua actividad. La Caridad de Cristo nos urge. Su mirada siempre atenta a las necesidades de los inferiores; sus oídos prontos a escucharlos; su corazón pronto a recibirlos; sus labios, para comunicarles palabras de consuelo y de salvación. Constantemente deben animarlos y excitarlos con sus ejemplos; sostenerlos cuando vacilan; levantarlos cuando caen; curar sus heridas; armarlos para el combate; ilustrarlos en sus dudas. Debe, a ejemplo del divino Pastor de nuestras almas, orar por ellos día y noche, sufrir por ellos, y ofrecerse a sí mismo a cada instante por ellos”.

Conferencia sobre los votos, p. 134-136. “Los Superiores, por su lado, no omitirán nada para facilitar a sus inferiores la práctica de la obediencia, no prestándose a las bajas inclinaciones de la naturaleza, sino prontos a escucharlos, y a escucharlos con bondad, sin desanimarlos, aunque sus quejas fuesen poco razonables, o contuvieran algún reproche desafortunado. Soportando sus defectos, consolándolos en sus penas, no tomando jamás un aire de superioridad, sin dejarse llevar por el humor, proporcionando las pruebas a la fuerza y a la debilidad de cada uno; finalmente, sazonando los reproches que están obligados a hacer, con un poco de suavidad, que tempere la amargura. … Cuando los Superiores vayan a beber en el Corazón de Cristo los sentimientos que les conviene tener para con sus inferiores, no encontrarán nada difícil en todo eso. Su mayor esmero será velar porque todos los admitidos en esta Sociedad tomen desde el principio el espíritu de obediencia, y que abracen voluntariamente las molestias que trae consigo la práctica de esta virtud, hasta que se haya alcanzado su espíritu. Es algo absolutamente necesario a todos; y más particularmente aún a aquellos que se distinguieren de los demás por sus talentos, el lugar que ocupan, su nacimiento, etc. Nadie podrá emitir los votos, si, en el tiempo de las pruebas, no se ha mostrado fiel a la práctica de la obediencia, o si, por su conducta y su forma de expresarse, da lugar a que se lo crea poco encariñado con la obediencia. Más adelante, este mismo defecto impediría se le renovasen los votos anuales y a fortiori, no fuese 31


admitido a pronunciar votos perpetuos en la Sociedad, aunque por otro lado, tuviese todas las cualidades y toda la santidad posible; la sola falta de obediencia sería señal evidente de no haber sido llamado o de no haber respondido a la vocación.

Conferencia sobre los votos, p. 133. “El respeto interior que se siente por los Superiores, ayuda mucho a facilitar la práctica de la obediencia; por eso es que todos se esforzarán por tenerlo, no considerando en él al hombre sujeto a miserias y debilidades, sino sólo a aquél que ocupa, para nosotros, el lugar de Jesucristo Nuestro Señor, en cuyo nombre prestamos obediencia al hombre”. Id. p. 118-119. “San Bernardo se explica con mucha claridad acerca de los Superiores religiosos: “Sea que Dios, dice, sea que el hombre que ocupa su lugar, nos ordenen algo, debemos obedecer con la misma delicadeza; hay que recibir el mandato con el mismo respeto, siempre -sin embargo- que el hombre no mande nada contrario a Dios”.

9ª. Carta Circular , C.C., p. 321-322. “Ya es hora de hablar de los deberes respectivos de los Superiores, de los inferiores y de los iguales que no puede dejar de haber, bien en el Instituto, bien fuera de él, cualquiera sea el estado o la profesión que se tenga. Sólo lo haré de modo general. Además de los primeros Superiores en los que reside la principal autoridad eclesiástica o civil, hay otros subordinados a los primeros, con los cuales nuestra relación es más frecuente e inmediata. Guardando la debida proporción, se han de tener para con ellos los mismos sentimientos que para con los primeros superiores: amor, respeto y obediencia según la medida de la autoridad que les ha sido conferida. No basta manifestar exteriormente estos sentimientos; es preciso que estemos penetrados de ellos interiormente. El amor nos moverá a obedecer con alegría; el respeto, a hacerlo con mayor exactitud. No hablemos de ellos sino con deferencia y no toleremos que se hable mal de ellos en presencia nuestra. Contribuyamos a procurar su honor, incluso si fuera preciso, a expensas del nuestro, a menos que la verdad, o alguna otra razón mayor, no nos permitieran hacerlo. Hemos de recibir sus consejos con docilidad, sus reproches con sincera humildad, aunque nos pareciera no haberlos merecido. No podríamos faltar a ninguno de estos puntos sin herir en algo la perfección de la obediencia. Desobedecerles, sería desobedecer a lo que ellos representan; al mismo Dios cuyo lugar ocupan respecto de nosotros. No podríamos hacer algo, sin ir, por lo menos indirectamente, de modo más o menos grave, en contra de nuestros santos compromisos. Si somos nosotros los que tenemos el cargo de Superior, esforcémonos por merecer los sentimientos que nos deben por este concepto aquellos que están bajo nuestra autoridad; su amor, por el tierno y vivo interés que nos tomemos por cada uno de ellos; su respeto por nuestro celo y los ejemplos de virtudes que les demos; su obediencia por la manera mansa y caritativa de prescribirles lo que han de hacer. No obstante, que encuentren en nosotros la firmeza siempre que se trate de deberes esenciales y que el buen orden esté comprometido. Perdámonos de vista a 32


nosotros mismos, pero no descuidemos nada de los derechos de Dios y de lo que se refiere a la salvación de las almas”.

Memoria a Pío VII, D.H., p. 133. “Si, por un lado, la autoridad de los Superiores, y por otro lado, la obediencia de los inferiores están en plena vitalidad; si reina entre ellos un amor grande por Nuestro Señor y una enérgica resolución de imitarlo – sin lo cual estas Sociedades no podrían subsistir- no podemos dejar de encontrar abundantemente todos los medios necesarios para extirpar el vicio, protegernos del error y hacernos avanzar a pasos agigantados hacia la perfección. Y lo que más debemos estimar es que podamos considerarnos seguros de una protección muy especial por parte de Dios”.

5ª. Carta Circular, C.C, p. 134. “Se ha de mirar bien que el entrar en esos Institutos no es tomar un empleo temporal, no es una Cofradía en la cual uno se inscribe por algún tiempo… es un estado estable y permanente… Es así como se os presentaron estos Institutos y no os hubieran admitido en ellos, ni siquiera para la Consagración, cuanto menos os hubieran dejado hacer los Votos, ni os hubieran juzgado llamados por Dios, si no hubierais tenido la intención de vivir y morir en ellos; en la práctica de los Consejo evangélicos, en la observancia de las Reglas y bajo la obediencia a los Superiores.”

Carta a las H.C.M. que están viviendo en las Carmelitas, C.C., p. 330 “No os consideréis, por tanto, como aisladas del Cuerpo del Instituto; la obediencia os ha llevado donde estáis; os tiene ahí. Cómo no ha de velar por vosotras como miembros suyos muy especialmente amados?”

Memoria a los Obispos, D.H., p. 102. “…para conservar en el Cuerpo de la Sociedad toda su vitalidad, para aumentarla más y más, se ordena muy especialmente a los Superiores hagan uso de toda la autoridad que les confiere el voto de obediencia, para velar para que los votos sean observados con toda la perfección posible, según la naturaleza y el espíritu de ambas Sociedades.”

Sumario. Reflexiones sobre la Regla XXX (XXXI) p.68-69 “Reconociendo al Superior, cualquiera que sea, en lugar de Cristo Nuestro Señor”. …Es evidente que esta consideración, además de la obediencia, ha de producir también en nosotros sentimientos de respeto y de amor hacia la Superiora: de respeto, porque no puede haber nada más respetable que la autoridad de que está revestida; de amor, porque todo lo que nos recuerda la persona de nuestro divino Salvador debe parecernos infinitamente amable y porque su autoridad es enteramente en ventaja nuestra y no respira sino benevolencia y amor. 33


Estos sentimientos fortalecerán nuestra obediencia y la harán más suave. Se le deben a cualquier superior; debemos igualmente obedecer a un Superior, amarlo y respetarlo, tanto si está dotado de muchas cualidades naturales o sobrenaturales y tiene gran prudencia, mucha habilidad, gran sabiduría y es amable e incluso si tiene grandes virtudes morales y una santidad poco común, como si está privado de estas cualidades y percibimos en él los defectos contrarios. La verdadera obediencia no considera estas cosas, sino sólo la autoridad de Jesucristo. Y porque esta autoridad de Jesucristo se encuentra en todo Superior, la religiosa practica igualmente la obediencia para con todos los que son sus Superiores; ve en ellos a Jesucristo mismo, cuyo lugar ocupan, y esta cualidad cubre en cierto modo a sus ojos todos sus defectos. La obediencia obra en ella algo así como lo que la fe obra en el entendimiento. Iluminada por las luces de la fe no se detiene en el misterio de la Sagrada Eucaristía ante las especies bajo las cuales Nuestro Señor se oculta, sino que llega hasta la persona misma de este divino Salvador. Lo mismo, convencida de esta verdad de que su Superiora está en lugar de Jesucristo y que ha de obedecerle como a Jesucristo, la religiosa obediente no presta atención a los defectos que percibe en su Superiora y no quiere ver en ella más que a Aquél cuyo lugar ocupa. Tampoco se detiene a considerar las cosas que se le mandan; si son agradables o enojosas, fáciles o difíciles; desde el momento en que no ve mal alguno en ejecutarlas, se lanza a ello como a mandato de Jesucristo.”

1ª. Carta Circular, C.C., p. 28 “Son estos Institutos como producidos por su Corazón adorable para hacer revivir sus principales virtudes, y especialmente su obediencia, y para seguir manifestándolas a este pobre mundo. No inutilicemos por nuestra culpa esos bondadosos designios. Que en cuanto sea posible tenga nuestra obediencia las características de la suya. Que sea pronta, firme, generosa, sublime y perseverante. Que no considere en el Superior las cualidades o defectos que pueda tener, sino únicamente a Jesucristo cuyo lugar ocupa. Con esta sola consideración desaparecerá todo lo que podría debilitar, degradar y entorpecer nuestra obediencia; ahogará todo pretexto del amor propio; nos colmará de fuerza; cegará santamente nuestro entendimiento; encenderá y mantendrá en nuestros corazones un fuego divino que, elevándonos por encima de nosotros mismos, no nos dejará ya ver nada más que la voluntad de Dios. Entonces nos convenceremos de que la obediencia no engaña, que todas las demás virtudes tienen su propio mérito, pero que la obediencia, a más del suyo, tiene el mérito de todas las demás; que una acción, aunque en sí sea indiferente, hecha por obediencia, adquiere por eso mismo, tal grado de perfección, que aún el mismo Señor, si estuviera en nuestro lugar, no haría otra cosa, porque este acto está marcado con el sello de la divina voluntad”. Plan de la S.C.J., 1792.- D.H., p. 59 “...todos conozcan, pues, perfectamente cuanto se refiere a la obediencia, a su valor y mérito y a sus diferentes grados; consideren sobre todo, el motivo por el cual se obedece al Superior, a saber: que representa a Nuestro Señor Jesucristo y tiene su autoridad de Aquél que dijo: “El que os escucha a vosotros, me escucha a Mí; y el que os desprecia a vosotros, a Mí me desprecia”. 34


Sumario, p. 32. Reflexiones sobre la Regla XIII (XIV) (Tentaciones). “La regla anterior prescribe a las inferiores la disposición en que deben estar para mejor vencerse a sí mismas; ésta impone a las Superioras el deber de ayudarlas en este trabajo tan importante y necesario. El medio que les ofrece y cuyo uso les recomienda para prestarles ayuda es que las apliquen a cuanto haya de más contrario a sus inclinaciones, cuando estas inclinaciones sean viciosas. El objeto de esta Regla es, primero, evitar un abuso casi general en las Ordenes religiosas decaídas de su primer fervor y que no puede menos de introducir la relajación aún en las más fervorosas. Este abuso consiste en consultar demasiado las inclinaciones naturales y aún viciosas en la distribución de los oficios y en las órdenes que se dan. No sería, sin duda, según las reglas de la prudencia cristiana, exigir imperiosamente de las inferiores cosas en pugna con sus inclinaciones, pero es preciso que las vayan induciendo con dulzura a reconocer que les conviene mucho hacer así y que no serían razonables y obrarían muy en perjuicio de su bien espiritual si pusieran algún obstáculo a ellos. Bien es verdad que cabe por condescendencia tratar con algún miramiento, pero de manera que la inferior se dé cuenta de que no se hace más que por consideración y que sería de desear que no fuera así. Una conducta opuesta invierte el fin del estado religioso, puesto que en él ha de proponerse por encima de todo la perfección de los miembros que lo integran. Esta conducta mantiene los abusos y hace responsables a los Superiores de los defectos y de los vicios de sus inferiores. Otra ventaja de esta Regla es impedir todas las murmuraciones a las que las inferiores pueden dejarse llevar cuando no se las gobierna a su gusto y se contrarían sus inclinaciones; aprenden con ello que es deber de las Superioras obrar de esta manera. Lo que aquí se dice de las Superioras conviene perfectamente a toda clase de personas con respecto de sí mismas; es menester oponer siempre a las tentaciones los actos más opuestos. “Los contrarios se curan por sus contrarios”.

Id. , p. 42. Reflexiones acerca de la Regla XIX (XX) (Grados en el Instituto). “¿Cómo podrían desear otro grado que aquél en que las colocó la obediencia, puesto que saben bien que pueden servir a Dios y santificarse igualmente en todos los oficios de la vida religiosa? Pueden tener la seguridad de conseguirlo allí donde la obediencia las ha colocado; todo depende de la manera más o menos perfecta con que se desempeñe el oficio con miras a conformarse con la voluntad de Dios y procurar su gloria. Aunque en nuestro Instituto no haya las mismas distinciones, la misma diferencia de grados que existe en la Compañía de Jesús, puede hacerse la aplicación de esta Regla a los diversos oficios que se tienen. Es un excelente medio para que todas atiendan perfectamente todos los oficios y para salir al paso a la inconstancia demasiado natural en el hombre y a toda aspiración ambiciosa que el enemigo pudiera sugerir”.

5ª. Carta Circular, C.C., p. 141.

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4° medio : Recurrir a los Superiores. Este medio es particular, pero es un medio muy esencial y muy eficaz contra toda clase de tentaciones; es necesario contra las que atacan a la vocación. Quien no estuviere sometido a la obediencia, podría quizás regirse impunemente por sus propias luces, y esperar que Dios lo iluminara en lo que concierne a su conducta particular. No sucede lo propio con el Religioso que se ha de dejar gobernar por sus Superiores. A éstos da Dios directamente las luces por las cuales él se habrá de regir, y de ellos las ha de recibir. No ha de ver por sus propios ojos, sino por los del Superior o de las personas encargadas de dirigirlo. Dios así lo ordenó, porque no quiere turbar el orden que ha establecido. Es, pues, necesario, y uno de los principales deberes de la obediencia, descubrir a los Superiores los primeros pensamientos, los primeros sentimientos que se tengan contra el propio estado, con el fin de conocer por su medio la voluntad de Dios y atenerse a lo que aconsejan. Jamás permitirá Dios que obrando así seáis engañados. Pero lo seréis con seguridad y muy merecidamente si os queréis fiar de vuestro propio juicio”.

Regla de Conducta, p. 63. “Sean con su Superiora tan abiertas como las novicias con su Maestra; consúltenla en todos los casos algo dudosos. Cuánto más avanzada sea la edad de las religiosas, tanto más obligadas se sentirán a dar ejemplo de prudencia y de sumisión a las Superioras”.

Cartas del P. de Clorivière - a M. de Cicé (1805), Cartas t.II, p..42 “Se imagina… que (los Superiores) juzgan acerca de los demás por sí mismos. No se ve que al razonar así se trastorna el orden de la obediencia y que, bajo pretexto de humildad, se prefiere el propio juicio al del Superior y que, en todo lo concerniente a su interior, se conserva la disposición de sí mismo y se hace de árbitro de la propia conducta.” - a M. de Cicé (1805), Cartas, t.II,. p. 79 “Me parece que nuestras dos hijas han manifestado descontento por el nombramiento de la Srta.. Bourguignon como Superiora; Luisa ya ha reaccionado, pero no así Agustina. Sin duda le escribirán, y estoy seguro que Ud. aprovechará la ocasión para hacerlas experimentar la obediencia práctica y tomar conciencia de cuán lejos están aún de tener espíritu religioso”. - a M. de Cicé (1806), Cartas. T.II, p. 168 “En cuanto a ella, me inclino a creer que la falta de sencillez y de humildad en la obediencia hayan sido la principal causa de su poca estabilidad en la vocación. Dios exigirá mucho de esa alma”. - a M. de Cicé (1807), Cartas, t.II, ., p. 217 36


“Condúzcase también de acuerdo con lo que le dije acerca del estado de su alma; y crea que la palabra de la obediencia es mucho más segura que todos los sentimientos e impresiones que experimenta en usted”. - a M. de Cicé (1807), Cartas, t.II, p. 233. “Le adjunto mi respuesta a la Srta. Gaillard. Es deber suyo decidirla, de acuerdo con las razones que Ud. me da y que encuentro muy sólidas. De otra manera Ud. invierte el orden de la obediencia”. - a M. de Cicé (1807), Cartas, t.II, p. 271-272 “… bajo apariencia de bien, y hasta de lo más perfecto, perdía usted de vista los grandes principios de la obediencia y creía hacer la voluntad de Dios al seguir un camino que le parecía el mejor, por estar más conforme con ideas que usted se forma de su santidad y de los medios que debe tomar para alcanzarla. …Evitemos las trampas en que nos quiere hacer caer el demonio: el abatimiento, la falta de confianza, sentimientos y conducta contrarios a la obediencia cuando ésta exige algo contrario a nuestra manera de ver”. - al Sr. Pochard (1806), L., p. 881. “Recomiendo a todos la mayor comunicación posible con su Superior inmediato y con Ud., y las prácticas de la obediencia, haciéndolo todo con espíritu de sumisión y de dependencia. Debemos evitar hacer algo movidos por la propia voluntad. Esta voluntad propia echa a perder las mejores cosas”. - al Sr. Beulé (1807), L., p. 926. “… que si la divina Providencia lo destinase a otro lugar, sabría muy bien mostrar esa voluntad a sus Superiores de manera eficaz; pero Ud., tendría que esperar que esa voluntad se expresase a través de la voz de sus Superiores y no usurparles su autoridad, o más bien, la del mismo Dios, interviniendo en su propia dirección. No creo que Ud. tenga principios diferentes acerca de la obediencia. No los hay; y aún cuando no estuviésemos ligados por el voto de obediencia, no por ello estaríamos menos obligados a seguirlos, so pena de salirnos del camino de Dios y apartarnos de su orientación para conducirnos por nosotros mismos”.

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VI

DISPONIBILIDAD

Y

OBEDIENCIA

2

DISPONIBILIDAD DEL CUERPO RELIGIOSO, NECESARIA PARA LA PROSECUCION DE LOS FINES DE LA SOCIEDAD

Plan de la Sociedad de María, 1790, D.H., p. 45 “Es necesario que esta Sociedad, dondequiera que se establezca, supla tanto como sea posible, las otras Congregaciones religiosas… Tiene que reproducir todas sus diferentes virtudes, y ella sola abarcar todas las diversas obras de misericordia y de piedad que realizaban todas ellas”.

Memoria a los Obispos, D.H., p. 105 “El Cuerpo de la Sociedad del Corazón de Jesús no tendrá otro espíritu ni otro interés que el de la Iglesia y se dedicará totalmente a su servicio considerándose como escogido por Dios para suplir a las Ordenes Religiosas que llegue a destruir la impiedad de los últimos tiempos; y, para hacerlas en cierto modo revivir en él, debe alcanzar en grado eminente el espíritu de todas ellas, de modo que no haya obra buenas que no esté dispuesta a asumir por medio de alguno de sus miembros, tanto como lo pueda hacer. Esta Sociedad se sentirá responsable, de todo el bien para el servicio de la Iglesia que los demás no puedan realizar”.

Id., D.H., p. 107. “La Sociedad de las Hijas del Corazón de María está consagrada por entero al bien de la religión, como la otra Sociedad, en consecuencia, debe prestar toda su atención al bien espiritual de sus miembros y al bien común de los fieles”.

Triduo, p. 10. 2

Dado el estrecho lazo entre disponibilidad y obediencia, no es de extrañarse que aparezcan aquí textos citados anteriormente. 38


“Que las Hijas del S.C. de María aprovechen todas las ocasiones que se les presentan para procurar la salvación del prójimo… Que alivien también, lo más que puedan, las miserias corporales del prójimo. La Sociedad, tanto como le sea posible, se preocupará de todo. Nada que pueda ser verdaderamente útil, sea al alma, sea al cuerpo, le será extraño”.

Plan de la Sociedad de María, 1790, D.H., p. 47-48. “… unas serán destinadas a la educación de los niños; otras, al cuidado de los enfermos; otras al alivio de los pobres. Habrá también otras a quienes se dedicará más particularmente en el retiro, a la oración y a otros ejercicios de piedad. Se esforzarán por seguir en esto el atractivo particular de cada una de las Hermanas, y se tendrá en cuenta su edad, aptitudes, condición, estado y otras circunstancias personales, considerando la necesidad de los pueblos”. “Su caridad debe llevarlas a subvenir con prudencia a todas las miserias del prójimo; pero sobre todo ha de tener por objeto curar las del alma y procurar la salvación de las personas que sean encomendadas a su solicitud”.

9ª- Carta Circular, C.C., p. 305. “En todo lo que hacen (en una y otra Sociedad), en las Obras que emprenden, en los servicios que prestan, tienen en vista el bien general de la Iglesia. Ningún interés particular puede desviar sus miras del interés general”. Carta a Mons….. de San Maló, D.H., p. 193 “Estas Sociedades no existirán para ellas mismas; han recibido la existencia y quieren conservarla sólo para el bien de la Iglesia, para Dios y para Cristo su Hijo. Todo lo que tengan en cuanto a fuerza, talento, facultades espirituales y corporales, todos los bienes temporales que puedan poner a su disposición, todo eso no lo mirarán como propio, sino perteneciendo a Jesucristo para las necesidades de sus miembros y el servicio de su Cuerpo que es la Iglesia”.

Informe de 1808, D.H., p. 231 “… No hay limitaciones para este Cuerpo. Sus medios le permiten aceptar un inmenso número de personas de todos los estados, de todas las clases de la sociedad... No se les exige a todos toda clase de buenas obras. Basta que cada uno esté dispuesto a hacer lo que dependa de él. Son los Superiores, quienes, bajo la autoridad de los primeros pastores, dirigen su buena voluntad hacia lo que es más útil a cada Iglesia en particular”.

M. de Cicé, Proyecto de una Asociación piadosa. (1776).

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“… todas se consagrarán a la oración y a las buenas obras que se presentan, ofreciéndose a Dios por medio de la obediencia, para realizar todas las que les confíe la Providencia. Por esto es que podrían llamarse Hijas de la Presentación de la Stma. Virgen, porque por Ella se ofrecerán a Nuestro Señor para cumplir toda su voluntad, sin proponerse nada en particular sino el bien espiritual y temporal del prójimo”.

Plan de la S.C.J., 1792, D.H., p. 60 Constituciones de 1818, D.H., p. 256 Memoria a Pío VII, D.H., p. 126 “Entiendan todas que no solamente deben despojarse de todo afecto propio y puramente natural, no buscando en todas las cosas más que la gloria de Dios; sino que, además, han de considerar atentamente que este Instituto no tiene espíritu particular, y que no ambiciona nada como propio; sino que quiere gobernarse en todo por el espíritu de Jesucristo, y se propone por único fin el bien general de la Iglesia. Por esto, siempre que lo pida el mayor servicio de Dios, las Hijas del Corazón de María no vacilarán en preferir el interés de las personas que no sean del Instituto a lo que creyeren más ventajoso, bien para ellas mismas, bien para el Instituto en general”.

DISPONIBILIDAD DE LOS MIEMBROS, CONDICION DE LA DISPONIBILIDAD DEL CUERPO RELIGIOSO POR MEDIO DE LA OBEDIENCIA. II.

Memoria a los Obispos, D.H., p. 104. “Ningún interés personal debe afectarlos, no tienen más interés que el de la gloria de Dios, de Jesucristo y de su Iglesia. En todo momento, para procurarla, deben estar dispuestos a todo. … Y como para lograrla con mayor éxito, es muy ventajoso que todos sean un solo Cuerpo, que actúen de común acuerdo y no sigan para nada el movimiento de la voluntad propia, para recibir en todo el impulso de la voluntad del Soberano Señor, lo que sólo se consigue por medio de la obediencia… se esforzarán de un modo especial en adquirir la perfección de esta virtud”. Memoria a Pío VII, D.H., p. 124. “Todos los que… deseen ingresar a estas Sociedades, podrán ser admitidos, cualesquiera sean su estado y su empleo, siempre que no sean incompatibles con el camino de los consejos, y no están obligados a dejar su estado anterior. Pero es necesario que su deseo de perfección sea tal, que tengan por nada todo lo que podría impedirles alcanzarla, y se muestren prontos a seguir a N.S.J.C. adonde quiera se digne llevarlos…”

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Plan de la S.C.J., 1792, D.H., p. 54 “… Que se muestren dispuestos a seguir a .Jesucristo Nuestro Señor por donde El quiera llevarlos...”

1ª Carta circular, C.C. p. 29 “exige, pues, la ley de la obediencia que nos pongamos por completo a disposición de los Superiores…” …”cada miembro de estos Institutos no escogerá nada por sí y ante sí, no rehusará nada, no exceptuará nada de lo que se le mandare, estará dispuesto para todo, aunque tuviera que seguir a Jesucristo hasta la cima del Calvario…”

Triduo, p. 9 (a propósito de las palabras de María: “Hagan todo lo que El les diga”. Estas palabras nos recuerdan que... Nuestros deseos deben extenderse a todo, pero en la práctica, cada uno debe y sólo puede obrar según lo que conoce de la voluntad de Dios y de sus designios para con él, sobre todo por medio de los que ocupan su lugar”.

Regla de conducta, p. 44

Cap. III.

“En la clase de actividades que escojan, de acuerdo con su Superiora, no deben considerar el propio interés y la inclinación particular, sino la gloria de Dios, su propia salvación y la necesidad del prójimo. Cuando tengan libertad para escoger y no se sientan obligadas por la necesidad o las circunstancias, deberán dar la preferencia a aquella clase de ocupaciones en que se practiquen más las obras de misericordia, sobre todo las espirituales.

Memoria a los Obispos, D.H., p. 107 “Al escoger actividades, dirigidas por la obediencia, consultarán menos su gusto natural que la necesidad de los fieles y la gloria de Dios. Las que deban necesariamente, subvenir a su subsistencia mediante un trabajo permanente, se esmerarán por santificar todos esos momentos;… las que estén más libres, darán su tiempo y sus bienes a las buenas obras”.

Plan de las S.C.J., 1792, D.H., p. 60 Constituciones de 1818, D.H., p. 255 Memoria a Pío VII, D.H., p. 125 “En cosas de alguna importancia como aceptar un empleo, cambiar de lugar, emprender un viaje, comenzar un trabajo considerable, etc… si estas cosas son libres y se es dueño de hacerlas o no, no se podrá tomar una determinación sin el permiso expreso de la superiora cuando ésta se encuentre en el mismo lugar o sin haber presumido este permiso en el caso de que esté ausente. 41


Si en las circunstancias dichas la decisión no depende de nosotras, conviene sin embargo, dar conocimiento del caso a la Superiora y consultarla sobre la manera de obrar”.

9ª. Carta Circular, C.C., p. 311. “Entre las profesiones legítimas y compatibles con la perfección cristiana no hay ninguna que los nuestros no puedan ejercer, aunque se les aconseje, cuando tengan libertad de elección, que prefieran aquéllas en la que hay mayores ocasiones para servir al Señor, menos peligros para la propia salvación y más medios para santificarse y santificar a los demás”.

Conferencias sobre los votos, p. 64-65. “Hay que estar muy atentos en no afanarse por buscar beneficios, cuando uno es eclesiástico, y en no escoger preferentemente las actividades más lucrativas y más honrosas, si uno es laico, sino aquéllas en las que hay mayores probabilidades de un mejor servicio de Dios y del prójimo”.

Plan de las S. C.J., 1798 Memoria a Pío VII,

D.H., p. 61 D.H., 127.

“Aunque los laicos puedan ejercer toda clase de profesiones, según su estado,… se debe, no obstante, aconsejarles escoger preferentemente los empleos menos peligrosos para ellos mismos, y los más útiles y más edificantes para el prójimo”.

Cartas del P. de Clorivière: - a M. de Cicé (1806), Cartas, p. 414. (Hablando de un sacerdote de Chartres destinado por las circunstancias a ser Superior de las H C.M.) “Preséntele a las Hijas del Corazón de María dedicadas a toda clase de obras buenas, fuera del claustro, bajo la dirección de los pastores; que para eso no tienen nada externo que las distinga y que sin embargo tienden a la perfección, como tantas vírgenes santas lo han hecho, con la gracia, durante muchos siglos…”

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III - DISPONIBILIDAD Y ABANDONO

A TRAVES DE LA CORRESPONDENCIA DEL P. DE CLORIVIERE Cartas a Madre de Cicé. - 1789.- Cartas, p.18 “Haga consistir la paz en el cumplimiento de la voluntad de Dios; únase inviolablemente a esa divina voluntad, no desee otra cosa; jamás pretenda subordinarla en cierto modo a su voluntad propia, sino como ya tomó la resolución, despójese efectivamente y siempre de toda voluntad para no querer sino lo que Dios quiere y como El lo quiere; en una palabra, repita en todo momento y en toda circunstancia un Fiat voluntas tua sincero y valiente, y nada podrá ya turbar su paz”. 1789.- Cartas, p.21 “En cuanto al temor que tiene de que esa Obra, si la emprende, la obligue a quedarse en St. Servan, es un temor muy humano que debe superar. Es contrario al abandono perfecto que la Providencia le pide. Es anticiparnos a sus derechos y querer escrutar el porvenir. Piense sólo en servir a Dios lo mejor posible; y entréguele el trabajo de organizar el tiempo, el lugar, la forma como debe ejecutarlo. Por lo demás, persevere siempre en sus buenos sentimientos, y piense más bien en poner toda la perfección que pueda en las acciones que ejecuta, que en emprender cosas nuevas por Dios. Es mejor que salir a buscarlas uno mismo, esperar que Dios nos las traiga. Es un medio para evitar la ligereza y la inquietud de la mente que corre tras novedades”. 1791.- Cartas., p. 72 “Dios quiere que nos dispongamos tanto como sea posible y que, sin prever demasiado las dificultades futuras, hagamos en el presente todo lo que su luz nos indica. Y cuando las dificultades se presenten, El nos armará y nos revestirá con Su fuerza para superarlas”. 1794.- Cartas, p. 102. “Todo lo que hacemos, hagámoslo para la mayor gloria de Dios, y que todos nuestros deseos, nuestros planes se subordinen totalmente a su divina voluntad. Nuestra suerte está entre sus manos. Hagamos lo que es prudente para nuestra conservación, pero que nuestros cuidados sean sin inquietud. Anímese siempre a la mayor confianza”. 1802.- Cartas, p. 135 “No perdamos de vista lo que podemos hacer Ud. y yo por la gloria de Dios. No nos adelantemos a sus momentos, esperémoslos con paciencia, pero no los dejamos pasar cuando el Señor se digne presentárnoslos. Pongamos en El toda nuestra confianza. No en vano nos ha 43


hecho venir desde tan lejos; tenemos motivo para esperar que quiere servirse de nuestra debilidad para realizar algo para su gloria. Temamos sólo el poner obstáculo, por nuestras infidelidades, al cumplimiento de sus designios”. 1804.- Cartas, t.II, p. 14 - 15. “Ya se lo tengo dicho muchas veces, Dios quiere que sobresalga en las virtudes de obediencia y de abandono. Protesta que quiere ser verdadera hija de obediencia, pero en ese deseo que manifiesta, aunque sea con resignación, de estar en otra posición que aquélla en que Dios la colocó, y en la que le he dicho más de una vez que El quiere que se mantenga; ¿no cree Ud. que en ese deseo obra de modo poco conforme con la perfección de la obediencia y del abandono? Si atravesáramos un período tranquilo, si tuviera éxitos, si fuese muy alabada, tal vez el temor a los aplausos podría sugerirle ese deseo; y aún así la humildad debería plegarse ante la obediencia”. “… debemos ver la voluntad de Dios en todo y acomodarnos a ella en todas las circunstancias”. 1804.- Cartas, t.II, p. 22. “Dios nos dará a conocer cuando llegue el tiempo de hablar; tal vez no esté muy lejos. Entretanto, tengamos paciencia y confiemos en el Señor. Terminará y perfeccionará la Obra que comenzó, a menos que nosotros la destruyamos por pusilanimidad, abandonándolo todo y no haciendo nada; o por una temeraria presunción que nos llevase a hacer demasiadas cosas y a actuar sin prudencia y a contra tiempo”. 1805.- Cartas, t.II, p 35 - 36. “Resignémonos a todo lo que Dios quiera; El es la bondad misma y sabe mejor que nosotros lo que conviene para su gloria y nuestro bien; los hombres no harán sino lo que El quiera. Muchas razones me harían desear quedarme; pero yo no debo querer nada y, si Dios me quiere en otro lugar, también lo quiero yo; y espero que El se digne suplir mi total impotencia. No pensemos sino en servirle lo mejor que podamos y abandonémonos, con todas nuestras obras, en sus manos”. 1805.- Cartas, t.II, p.39. “El pretexto de vivir bajo obediencia es ilusorio. No es la obediencia que Dios quiere de Ud. que sería suave, cómoda, común; la que Dios quiere de Ud. es más crucificante, más perfecta: es la que practica en el lugar en que las circunstancias, en que Dios, o yo mismo en su lugar, la coloqué y en el cual Ud. tiene que sacrificar constantemente sus gustos, sus inclinaciones, su voluntad, su entendimiento. Se lo decía, mi querida hija, con mucha libertad por cuanto mi conciencia me atestigua que no busco en ello más que la gloria de Dios y el bien espiritual de su alma. Dios quiere que, mientras yo viva, y no será por mucho tiempo, ejercite respecto de mí la más perfecta obediencia en lo que no sea palpablemente contrario a la Ley de Dios. Debe animarnos un mismo espíritu, el de N.S.J.C., y, siguiendo nuestras Reglas, Ud. tiene que recibir

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en cierto modo el movimiento de su Superior como los miembros del cuerpo lo reciben del alma que los anima”. 1805.- Cartas, t.II, p. 65. “Estamos en un tiempo tormentoso; en vano querría el piloto gobernar su nave; su vigilancia y su sabiduría se han vuelto inútiles. Mientras dure la violencia del temporal, necesariamente él y su navío deben abandonarse a la divina Providencia en espera de la calma. Es más o menos todo lo que podemos hacer, Dios no pide entonces otra cosa de nosotros, sino que no perdamos la confianza en El y tratemos de darla a los demás y moderar el excesivo ardor de aquellos que, según nuestro modo de ver, actuarían con demasiada poca circunspección. Eso es lo que Ud. ha hecho”. 1805.- Cartas, t.II, p. 83.. “Sometámonos a la voluntad del Señor y recibamos todo de su mano. Cuando nos hallamos como imposibilitados de actuar, tenemos la seguridad de que El no nos lo pide”. - a la Srta. d’ Esternoz (1803), L., p. 660. “...siendo el espíritu de la Sociedad que nos prestemos a todo bien…” - a la Srta. d’ Esternoz (1801), L., p. 651. “(apoyarse únicamente en Dios). Atrévase a esperarlo todo de su poder y de su bondad y no retroceda jamás ante una obra buena que le presente. Bástele no haberla buscado por vana presunción”. - a la Sra. de Saisseval (1806), L., p. 682. “Manténgase en gran dependencia de esa voluntad divina; consúltela en todo, y sea muy fiel en seguir todos sus impulsos cuando los sienta; y cuídese de contrariarlos en algo. Sea esclava de esa fidelidad, pero esclava voluntaria, esclava de amor”. - a la Sra. de Goësbriand (1798), L., p. 716. “En la ofrenda, hay que considerar cuál es su extensión y cuáles son sus motivos. La extensión: lo abarca todo, no exceptúa nada, se extiende a todos los tiempos, a todos los instantes; por ella, devolvemos a Dios lo que recibimos de El, en el alma y en el cuerpo. No hay nada que no debamos emplear en la gloria del Señor. Los motivos que nos impulsan a hacer la ofrenda son innumerables: la infinita bondad de Dios, su dominio soberano, sus beneficios, etc.; nuestra pequeñez, nuestra calidad de cristianos, lo que hemos recibido de Dios, lo que esperamos de El, lo que J.C. sufrió por nosotros, etc.; y para el prójimo, es el medio de serle útil de verdad. En cuanto a la ofrenda en sí misma, nada más justo, más sublime, ni más ventajoso”. - a la Sra. de Goësbriand (1799), L., p. 725.

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“manténgase en la firme y sincera resolución de no rehusar nada a Dios y de no poner reservas a lo que pueda pedirle, bien persuadida que jamás le pedirá algo sin darle en abundancia todas las gracias que necesita para cumplirlo. Esta resolución generosa que no exceptúa nada, dilata y fortalece el corazón. Es verdad que dista mucho la resolución de la perfecta ejecución. Caerá sin duda muchas veces, pero entonces renueve su resolución, y Dios que mira los corazones, le perdonará en el instante todas esas faltas y le dará abundantes gracias para que sean cada vez más pequeñas y más aisladas. Algo muy esencial para esto, es responder con prontitud a las inspiraciones cuando el Señor nos hace sentir internamente que debemos cumplir tal deber, practicar tal virtud: mansedumbre, paciencia, caridad; no deje de hacer inmediatamente lo que el Señor le ha pedido. En el Cantar, el Esposo llama a su Esposa; ella tarda un momento en abrirle; cuando lo hace ya no lo encuentra; ha partido. Cuando respondemos inmediatamente a la inspiración, lo más difícil no cuesta, porque la presencia de la gracia suaviza; pero por poco que demoremos, las cosas más fáciles cuestan gran trabajo. Esta pronta y fiel cooperación a la gracia es lo más importante en el progreso espiritual. En lo que a nosotros respecta, de eso depende todo nuestro avance”. - al Sr. Lange (1800), L., p. 825. “Recuerde estas dos palabras: aceptación y renunciamiento, que el Padre Huby prescribe como necesarias para ordenar la voluntad. Aceptación sin reservas de todo lo que permite y ordena la voluntad divina; renunciamiento total a sí mismo y a todo afecto bajo y natural. Aceptación de todo lo que contradice su propia voluntad, humilla su espíritu, mortifica los deseos de la naturaleza. Renunciamiento a toda complacencia o sentimiento demasiado tierno sobre uno mismo. Que todo le sea indiferente, menos la voluntad de Dios. No encuentre nada grande, santo y amable, sino esa voluntad. Esté igualmente contento de actuar o de no actuar, de hacer mucho o de hacer poco, de gozar o de sufrir, si eso es voluntad de Dios. Esto no le quitará el sentir los sufrimientos que Dios le manda para mayor bien de su alma, pero no lo inquietarán, y se harán con ello más meritorios”. - al Sr. Lange (1806), L., p. 832. “Obedezcamos con respeto y no tratemos de hacer un bien que Dios no nos pide, y que, por tanto, ya no sería para nosotros un bien. Es obra del Señor; El sabrá si le place, llevarla a su perfección por medios desconocidos de los hombres. El se contenta con lo que hemos hecho, sepamos también contentarnos nosotros; agradezcámosle que nos haya dado la gracia de hacerlo; bendigamos su santo Nombre, y digámosle de corazón y con los labios: Fiat voluntas tua”.

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