Tales 01

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SHANNON DRAKE

BAILE DE MÁSCARAS

Abrió la puerta de las escaleras de la cripta, que parecían descender hacia la nada, envueltas en tinieblas. Pero cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad se dio cuenta de que había allí un leve resplandor. Dudó un momento, dejó su lámpara y empezó a bajar. Palmo a palmo, consciente del sonido de su propia respiración, se fue adentrando en el foso apenas iluminado. Al fin sus pies tocaron el último escalón y se dispuso a doblar la esquina. La primera estancia de la cripta no era como esperaba. La única lámpara que ardía en el suelo apenas permitía ver bultos y sombras, Camille pudo distinguir algunas cosas. No había allí bóvedas, ni sepulcros alineados, ni mohosas tumbas rodeadas de telarañas. Había un despacho. El suelo era de piedra y parecía barrido. Frente a ella, al otro lado de la estancia, había unas grandes verjas de hierro forjado que conducían a las tinieblas. Sin duda daban acceso a las tumbas. Allí, en la antesala que parecía servir de despacho, había cosas comunes y corrientes: escritorios, archivadores y cajas. Una parte de la espaciosa habitación se asemejaba mucho al almacén del museo. Camille comprendió que acababa de encontrar el escondite de las piezas que habían sido enviadas directamente al castillo de Carlyle. Parpadeó al darse cuenta de que una de las cajas estaba abierta. Se acercó a ella despacio, lamentando no llevar su lámpara de aceite. La caja era muy grande. Los clavos de la tapa de madera, que estaba apoyada de canto junto a la caja abierta, habían sido arrancados. Camille se aproximó lentamente, sin atreverse casi a respirar, y miró el interior de la caja, relleno de paja. Dentro de ella había un sarcófago. El receptáculo, bellamente pintado y adornado, estaba también abierto; su tapa estaba apoyada junto a la de la caja. Al acercarse más, Camille vio que la momia seguía en su lugar, ennegrecida por el tiempo y por el efecto de la resina utilizada para asegurar la inmortalidad, con los vendajes intactos y los brazos cruzados sobre el pecho. Entonces, algo se movió furtivamente a su lado. Camille estuvo a punto de gritar, pero un instante después vio una rata que corría hacia un agujero de la pared. El corazón le palpitaba con violencia. ¿Por qué razón? Esa noche no había oído ruidos. Y ella no creía que bajo la momia hubiera un nido de víboras. Así pues, ¿qué estaba haciendo allí? ¿Qué pretendía demostrar? ¿Que allí no había ningún lúgubre laboratorio? ¿Que Brian Stirling no se había vuelto loco y había empezado a criar cobras en la cripta de su castillo? Bien. Ya había descubierto cuanto necesitaba saber. Podía retirarse. De pronto la tapa de la caja salió despedida hacia delante y una negra figura se abalanzó sobre ella. Antes de que pudiera gritar, una mano tapó su boca y un susurro enfurecido y rasposo llegó a sus oídos. —Ahora tú pagarás el precio.

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