Vampiros 01

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SHANNON DRAKE Bajo una Sangrienta Luna Roja 1° de la Serie Vampiros

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SHANNON DRAKE Bajo una Sangrienta Luna Roja 1° de la Serie Vampiros

SHANNON DRAKE Bajo una Sangrienta Luna Roja Beneath a Blood Red Moon (1999) 1° de la Serie Vampiros

AARRG GU UM MEEN NTTO O:: Maggie Montgomery, la propietaria de Magdalena’s, una elegante boutique de Nueva Orleans, se sorprendió al conocer la misteriosa decapitación de una persona de la zona, y el reguero de sangre que dejó el cadáver hasta su edificio. Su conmoción se convirtió en confusión cuando conoció a Sean Canady, el oficial de policía que fue a interrogarla… y que le inspiró un deseo peligroso. Algo poderoso ―y más allá de la razón―reunió a Maggie y a Sean. Algo que habla de un pasado entrelazado y de un apasionado tormento que comenzó generaciones pasadas bajo una sangrienta luna roja. Porque en esa noche, desde hace cientos de años, han venido ocurriendo acontecimientos preocupantes dentro de la familia Montgomery, y ahora Maggie debe empezar una búsqueda para encontrar al hombre cuyo amor sea lo suficientemente puro para salvarla de su oscuridad interior...

SSO OBBRREE LLAA AAU UTTO ORRAA:: El nombre real de Shannon Drake es Heather Graham, aunque son varios los seudónimos que utiliza a la hora de escribir novela romántica. Es una de las autoras norteamericanas cuyos libros aparecen invariablemente en las principales listas de superventas de Estados Unidos, New York Times y USA Today, es licenciada en artes escénicas por la Universidad de Florida. Después del nacimiento de su tercer hijo, decidió ponerse a escribir, que era lo que realmente le gustaba. Sus primeros relatos cortos eran de corte romántico y de terror. Desde 1982, tras la venta a una editorial de su primer libro, ha firmado bajo sus diferentes pseudónimos más de cien novelas. Su obra ha sido traducida a muchos idiomas, y galardonada con muchos de los premios más célebres de su país, como el Romantic Times, Walden Books, B. Dalton, Georgia Romance Writers, Affaire de Coeur. Heather adora viajar y todo lo que tiene que ver con el agua. Casada desde su graduación en la escuela superior y madre de cinco hijos, su amor más grande en la vida sigue siendo su familia, pero también cree que su carrera ha sido un regalo increíble, y da las gracias todos los días por estar haciendo algo que adora para ganarse la vida.

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RREEVVEELLAACCIIÓ ÓN N:: Sean se despertó con el peso terrible de la responsabilidad colgando por encima de él. El asesino estaba ahí todavía. Creciendo más audaz; creciendo más peligroso. Con sus ojos entreabiertos, miró como Maggie despertaba. Ella, también, pareció despertar apesadumbrada, a pesar de la noche de amor que habían compartido. Se incorporó, mirando fijamente el sol matutino afuera a través de una hendidura entre las cortinas, mirando cómo, despacio, comenzaba a trepar más alto en el cielo. Aparentemente, sabía que él estaba despierto, y era consciente de que la estaba observando. ―¿Sean? —dijo en voz baja. ―Escucha, tienes que escucharme. Es la única manera en la que puedes atrapar a tu asesino. Él frunció el ceño. ―¿Sabes quién es el asesino? Ella asintió con la cabeza. ―¿Y el asesino es un vampiro? ―Sí ―dijo suavemente. ―Y... ¿Sean? ―Sí, ¿Maggie? ―Yo... Yo soy un vampiro.

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PPRRÓ ÓLLO OG GO O Nueva Orleans 1840. ―No hay nada malo con el Conde DeVereaux ―dijo Magdalena. Se sentó en el sofá del imponente salón de la gran mansión de su padre en la ciudad de Nueva Orleans. Sus pies estaban firmemente asentados sobre el piso, su espalda resueltamente recta. Observando a su única hija, Jason Montgomery suspiró y agitó su cabeza tristemente. Odiaba lastimarla, pero el daño era necesario. A decir verdad, viéndola allí, con su rico pelo oscuro con relucientes indicios de rojo por encima de su cabeza, y solamente algunos zarcillos delicados escapándose, sintió un estremecimiento repentino de temor. Debía ser firme. Era su hija única, y la veía a través de los ojos parciales de un padre, pero era hermosa. Tenía la perfección clásica de cara y figura que pertenecían a las leyendas. Su suave piel era tan tersa y perfecta como el alabastro; sus ojos tenían destellos de avellana dorada. Tenía una increíble dignidad, una voluntad de acero y una inteligencia sorprendente, aunque tenía la gracia de una gacela, cada movimiento suyo era naturalmente elegante, y en los momentos descuidados, podía parecer tan suave, tierna y dulcemente seductora como la más ingenua de las muchachas inocentes. Era joven, impresionable, apasionada. La había enseñado a ser fuerte; era su hija, su heredera, y debía serlo. Él, Jason Montgomery, era el soberano de todo lo que le rodeaba, aquí, en el mundo de su plantación, y era respetado por todos los hombres en Luisiana, hombres que eran ahora estadounidenses ―ya fuera su ascendencia francesa o británica. Era un hombre sabio, un hombre erudito, efectivamente un hombre fuerte, y él había luchado muy duro para dar a su hija todas las cosas que hicieron de ella lo que era ahora. Ahora, ella solía ir contra él. ―No te gusta el Conde porque es francés. ―Magdalena acusó a su padre con un suave reproche. ―No me gusta el Conde, no porque sea francés, sino porque él es… ―Jason dejó de hablar justo a tiempo. No la tendría pensando en él como un loco, la quería respetando su opinión y sus mandatos porque era su padre. ―¡He decidido vivir en este sitio, donde mis compañeros, lo más probable es que sean franceses! ―balbuceó. Sí, había elegido este lugar por una sola razón. Aquí había hombres y mujeres de ascendencia estadounidense colonial; había franceses, británicos. Había isleños, criollos. Había personas de sangre mezclada, ancianos de color café, jóvenes, poderosas bellezas oscuras que sabían... sobre la oscuridad. Esto no lo haría. Levantó un puño ante él, agitándolo hacia su hija. ―Soy tu padre. No verás a Alec DeVereaux de nuevo. He decidido que te casarás con Robert Canady y lo harás en los próximos meses, tan pronto como pueda ser organizada la ceremonia. ―¡No! ―Magdalena lloró, lanzándose a sus pies. La pasión y la cólera llenaban sus ojos. La belleza y la gracia de sus movimientos nunca eran más visibles que cuando estaba enfadada de este modo. ―¡No lo haré, papá! ―repentinamente se estaba ahogando, sollozando. ―¡Nunca me has tratado de este modo! ¡Me has enseñado a pensar y a sentir!

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—¡Pero no estás pensando! ―Jason gritó. ―Si estuvieras pensando, te preguntarías sobre este hombre, Conde Alec DeVereaux. Querrías conocer a sus padres, querrías una prueba de quién es, de dónde ha venido. ―¡Papá, me estás sonando como un tonto arrogante! ―Magdalena exclamó. ¡Escúchate a ti mismo! Me has dicho que ahora eres de los Estados Unidos de América. No nos doblegamos ante reyes y reinas, un hombre forja su propio destino. ―¡Y las niñas todavía se desmayan ante hombres misteriosos con títulos altisonantes! ―Papá, no soy una niña tonta, nunca me he desmayado, y no estoy impresionada con los títulos. Porque, mi propio padre, es llamado Barón del Bayou, y ¡Eso es suficiente para mí! ―ella trató de mofarse. Pero luego se volvió seria. ―No lo conoces, papá. ¡Alec es tan instruido, Padre! ¡Él abre el mundo para mí! Me hace ver lugares distantes, me hace comprender la historia y los hombres y las mujeres, y las cosas que han sido, y las cosas que vendrán. Estoy enamorada de él porque… ―¡No! ―Jason jadeó. ―Estoy enamorada de él porque es valiente, porque es a veces tan serio. Porque puede ser feroz y tan tierno. Porque… ―¡Él trata de seducirte! ―Papá, es un hombre honesto, desea casarse conmigo. ―¡Nunca! ―Jason juró incondicionalmente.―Nunca, ¿Me has oído? ¡Nunca!.―Jason bramó. ―¡Tyrone! Acompaña mi hija a su habitación. ¡No debe salir! ―ordenó, levantando su voz para llamar al criado que rondaba con tristeza por el pasillo, escuchando el argumento. Tyrone era un negro raro, nacido en el bayou, un hombre libre. Sus padres eran naturales de las islas, y antes de eso, sus antepasados habían venido desde la lejana sección sur de África. Medía buenamente más de 1,82 de estatura y era puro músculo brillante de pies a cabeza. Él se dirigió a Magdalena con tristeza. ―Lo siento, señorita Magdalena, ―Tyrone le dijo. Magdalena miró fijamente a la cara del apuesto y triste hombre que era la mano derecha de su padre. Un defecto de Tyrone era la total lealtad a su padre. La llevaría físicamente arriba si era necesario. Volvió a observar a su padre, todavía incapaz creer en su odio inquebrantable hacia el joven a quien había llegado a amar. ―¡Ni reyes ni reinas, papá! Ningún hombre o mujer poderoso que nos ordene, esto es América. ¡No me inclinaré ante la voluntad de otro! Giró con ferocidad, yendo hacia la escalera con Tyrone muy cerca detrás de ella. ―¡Magdalena! ―Su padre la llamó. Él era su padre. Pero antes de esto, su cariño, su mejor amigo. Regresó. ―¿Y el amor, niña? ¿Te someterías a mi voluntad porque viene con el amor de un padre? ―Te querré durante toda mi vida, papá. Toda mi vida. Pero debe haber otro amor, y es por eso por lo que debo desafiarte. ―Te casarás con Robert Canady dentro de los próximos dos mes. ―Papá, no lo haré. ―Niña, lo harás. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Ella arqueó una elegante ceja. ―¿Me mantendrás en mi habitación hasta entonces? ―Efectivamente, hija, por la oscuridad que llega cada noche, ¡Lo juro por eso! Lo miró, permaneciendo de pie con una increíble dignidad. ―No me llames hija. ―dijo suavemente, y empezó a subir las escaleras otra vez. Esta vez Magdalena no miró atrás. Su corazón estaba roto. Lo quería tanto, con su barba recortada y encanecida, con su apostura alta y enjuta. Había estado ahí para ella, siempre. Bramando a veces, apacible más a menudo. Adoraba su país, pero adoraba más sus libros, invirtiendo el tiempo en su estudio, examinando detenidamente sus textos antiguos, observando siempre, aprendiendo y compartiendo. Tenía sus amigotes, algunos de ellos graciosos, hombres raros que encontraban ocasiones para encerrarse con Jason y sus libros. Eran todos apacibles, amables y rápidos en saludarla, estudiarla a veces, como hacían con sus textos antiguos. Toda su vida la habían brindado su tibieza, un reflejo quizás de la adoración hacia su padre. Su padre y sus amigos siempre la habían animado a aprender, a pensar, a tomar sus propias decisiones. Y ahora... Las lágrimas parecieron brotar desde muy hondo dentro de sí misma. Otros padres determinaban los matrimonios de sus hijas. Jason no. Había sido padre y amigo toda su vida. Había sido todo para ella. ¿Cómo podía ser que no comprendiera ahora? Había conocido el amor una vez él mismo. Se lo había dicho lo suficientemente a menudo. Le describió a su madre tantas veces con tan vívido detalle que casi podía ver el pasado. Jason había adorado a Marie d'Arbanville, la conquistó totalmente, y la había traído a su casa. Se había instalado en Nueva Orleans, Magdalena creía, para hacer sentir a Marie como si estuviera de regreso a casa con su gente, cerca de París. Bien, no es que pareciera importar ahora. Si había conocido el amor, lo había olvidado. Su corazón empezó a retumbar en su pecho. Robert Canady era un hombre excelente, un buen hombre, un viudo joven apuesto con un bigote rubio de rizos leonados, y miradas azules sensuales. Era atento, simpático, a veces demasiado grave y sabio, pero se preocupaba por él, demasiado. Casi lo había amado. Podría haberse casado con él una vez; no podía hacerlo ahora. Alec la había tocado. Había sentido su susurro, sentido sus ojos. Incluso había sentido el amor con el que podía, de alguna manera, envolverla. Desde la primera vez que había venido a Nueva Orleans, desde que habían bailado en el baile del Gobernador, desde que se habían reído, charlado, montado juntos, no podía haber nadie más. Nadie más con los ojos del fuego, con un susurro para despertar tal hambre dentro de ella. Tembló, incluso mientras entraba en su habitación y cerraba de golpe la puerta, apoyándose contra ella. Le había dicho que iría. Que montaría a través del bayou, volando con la noche si fuera necesario para alcanzarlo. Miró fijamente al otro lado de la habitación hacia las puertas del balcón. Tenía que moverse rápidamente. Deshizo su cama, moldeando con las almohadas la forma de un cuerpo, cubriéndolo con las sábanas y el cubrecama. Caminó de puntillas hacia la puerta del pasillo y escuchó. Pudo escuchar a Tyrone acomodarse contra la pared donde se quedaría para protegerla, toda la noche. Soltó su capa de terciopelo del gancho junto a su cama y caminó de forma silenciosa hacia a las puertas del balcón. ¡Magdalena!

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Se frenó, sobresaltada, como si casi pudiera escucharle ―¡A Alec! ―susurrando afligido en su oreja. Como si estuviera cerca, llamándola. Haciéndola señas. La brisa de la noche la rozó al pasar, levantando su pelo y la suave seda azul de su traje. —¡Voy, mi amor!—Pensó a su vez. Desde el balcón de hierro forjado se agarró a una rama del viejo roble. La había servido cuando era una niña y quería escabullirse en la noche. La serviría ahora. Bajó del árbol fácilmente, saltando los últimos metros al suelo. Podía ver a su padre en el gran salón todavía, con la cabeza agachada y los hombros encorvados, mientras permanecía de pie delante del fuego. Su corazón lloró. Él era muy querido para ella. —Mi amor, mi amor... Podía escuchar el susurro otra vez. Sintiéndolo acariciarla. Rodeó la casa, y se apresuró con pasos silenciosos fuera de la casa hacia los establos. Dentro, deslizó una brida sobre Demon, su semental favorito, y lo llevó afuera en la noche. Una nube cambió. La luna estaba llena esta noche. Cabalgaba los cielos, tocada con un beso de un rojo sobrecogedor en el cielo aterciopelado de la noche. Quizás estaba llegando una tormenta. Era hermoso; un poco atemorizante. Se veía casi como si la luna hubiera estado bañada en sangre. Fuera de la casa, se dijo a sí misma, que su amor no debería de conocer el miedo. Una vez que se viera obligado a darse cuenta de que ella amaba a Alec y que se había comprometido ella misma con él, su padre se ablandaría. Aceptaría su matrimonio. Saltó encima de Demon y cabalgó a través de los campos, escogiendo su camino cuidadosamente a través del pantano que abrazaba la orilla. Conocía el camino, conocía el bayou. Había nacido en él, y no le tenía miedo, ni a ninguna de las criaturas de la noche. Parecía como si la luz de la luna enrojecida le sirviera bien de guía, como si Demon corriera con las pezuñas aladas. Mientras se preocupaba con pesar por su padre, irrumpió sobre Stone Manor, la vieja mansión en el bayou que Alec había comprado a su llegada a Nueva Orleans. Debajo de la extraña luna, él, también, parecía fundido en un resplandor rojo de sangre. Las altas columnas blancas parecían de color carmesí con una sombra roja, y el humo que se derivaba de la chimenea parecía tocado con chispas rojo―doradas. La esperaba. Esperaba... Desde la ventana de su dormitorio, Alec DeVereaux sintió una aceleración que endureció su cuerpo y envió dulces estremecimientos apoderándose de él. La había esperado una eternidad. Esperado desde siempre. Y había sabido, desde el momento en que la vio reírse al otro lado de la habitación, que la quería. Luego la había tocado. La sujetó mientras bailaron. Y la había deseado. La quería con una angustia que superaba el deseo. La deseaba tanto que estuvo tendido atormentado en la noche. Podía llevársela, seducirla. Era un maestro de la astucia. Pero ella tenía que quererlo tanto como él la amaba. Así que había esperado. Hasta esta noche. Esta noche... Esta noche ella había venido. Apareció repentinamente sobre la elevación, sentada encima de Demon, su caballo negro como el demonio, bañado por el brillo de la luna. Ella miró hacia la casa, y él anheló tocar su cara. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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El negro caballo empezó a correr a través del abandonado césped de la casa. Alec miró, fascinado, como ella saltó del caballo. La escuchó hablar con Thomas abajo, en la entrada, y luego escuchó el sonido suave de sus pasos mientras subía las escaleras. Él abrió la puerta de su dormitorio, y ella estaba ahí. Levantó su mano para tocarla por fin, y la capucha de su capa cayó. ―Has venido—susurró, y caminando hacia atrás, la arrastró a sus dominios. Su mano parecía tan pequeña dentro de la suya. Pequeña, delicada, elegante. Desabrochó su capa, y la dejó caer sobre el piso, y sus ojos la devoraron entera, la columna delgada de su garganta, el nacimiento de su pecho, la esbelta gracia de su cuerpo mientras giraba dentro de la habitación, atrayendo el rojo fuego que ardía en la chimenea debajo de la repisa de mármol. Estiró sus manos para sentir la tibieza del fuego y él la siguió, agarrando sus hombros tanto ferozmente como suavemente, inhalando el olor de su pelo. ―¿Dónde piensa tu padre que estás? ―Preguntó. ―En la cama, durmiendo ―respondió. El observó su pulso latiendo furiosamente contra su garganta. Lo tocó con el beso más ligero. Ella se dio media vuelta, apasionada, vivaz. ―Alec, ¡No podía mentir! Peleamos terriblemente. Yo… ―Está bien. ―Le dije que deseábamos casarnos. ―Ma belle, está bien. Suspiró y luego lanzó sus brazos alrededor de él. ―Debe aceptarnos. Porque te quiero. ―¿De veras? ¿Realmente me amas? ―susurró. —Esto significa mucho para mí. No puedes ni empezar a comprender. Ella se alejó de él, desconcertada, como lo estaba a veces. Dios querido, pero era un hombre extraordinario. Tan alto, imponente con su pelo oscuro como la tinta y sus ojos casi negros. Sus hombros eran espléndidamente anchos, su cintura enjuta, su mandíbula firme y cuadrada. No había una mujer en Luisiana que hubiera bailado con él, que no lo considerara el hombre más peligrosamente apuesto a quien alguna vez hubiera conocido. Ella le conocía un poco por las cosas que la había contado. Gran parte de su familia había fallecido en la Revolución Francesa, pero hubo algunos supervivientes también, que desafiaron a la guillotina. Él mismo había peleado en la Batalla de Nueva Orleans ―como un niño, por supuesto, un fugitivo empleado por el pirata Jean Lafitte. Había viajado mucho e incluso admitió haber librado duelos con pistolas y espadas. Era un tirador excelente. Por la misma naturaleza de todo lo que era, todo que hizo, era magnífico. Le dio la espalda repentinamente y se alejó de ella. Había una bandeja de plata que sujetaba una botella de vino sobre una mesa pequeña. Vertió dos vasos, dándole todavía su espalda. Ella miró alrededor de la habitación, su morada privada. El cubrecama había sido retirado. Era de raso negro, un contraste sorprendente con las sábanas blancas de debajo. Numerosas almohadas habían sido puestas a gran altura contra la cabecera. Más vino se enfriaba en un balde de plata junto a la cama. Champán, pensó, champán francés. No había fingimiento respecto a por qué la había querido aquí. Estaba vestido con una larga bata negra con un forro de raso rojo. Estaba segura de que no llevaba nada más. Aunque parecía que se había apartado de ella. ―Quizás tu padre tiene razón. Quizás no deberías quererme. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Tu me quieres? ―ella susurró. Se volvió hacia ella, muy solemne. ―Con todo mi corazón. Por toda mi… no, por toda la eternidad. ―Entonces no puede haber ninguna razón por la que no debería quererte. ―¿Y si fuera un monstruo? ―Preguntó. ―¿Por ser francés? ―Ella se mofó. Sonrío ligeramente, y ella lo quiso aún más. ―Por embrujar la oscuridad. ―dijo suavemente.―Por embrujar la noche. He matado… ―¡Muchos hombres han matado! ―Le recordó. Él sonrío ligeramente otra vez, mirándola. Sintió sus ojos. Los sintió. El fuego de su tacto parecía filtrarse en ella, en su sangre. Se sentía mareada, hambrienta, deliciosa. Lo deseaba más que a nada que hubiera querido en su vida; tanto, que sufría por él. Dolía. Tenía que sentirlo. Sus manos sobre su cuerpo. Sus labios besándola por todas partes. Sí. Dentro de ella. Una parte de ella. Apenas podía respirar. Humedeció sus labios. Sus dedos parecían subir y bajar por voluntad propia por los botones de su vestido. ―¡Ma belle amie, ma petite cherie! ―susurró muy suavemente. Sonando en el aire. Sonido que la tocó. Sonido que parecía barrer a su alrededor como una suave neblina roja, elevándose desde el fuego, cayendo desde la luz de la luna. ―Tú no ves maldad en nadie. ―Sé que no hay maldad en ti. Botón por botón, soltó su corpiño, dejando caer al piso la prenda de brocado, sujetándose ligeramente en su corsé y sus faldas. La neblina roja era como un cálido y suave susurro de la brisa; ella necesitaba sentirlo contra su piel desnuda, tanto como necesitaba sentir el contacto de sus ojos. —No estás pensando—, su padre le había dicho, y era verdad, no estaba pensando. Alec estaba extraño esta noche; era casi como si quisiera evitarla. Y a ella no parecía importarle. Ella sabía que él estaba mal y, que Dios la ayudara, quería ese mal. Aunque, ¿Podría estar equivocada al amarlo tan profundamente? Él atravesó la habitación hacia ella y presionó un cáliz de plata de vino entre sus dedos. Tan cerca de él, vio el tormento en sus ojos, la pasión angustiada. Un mechón extraviado de pelo negro se posó en su frente. Ella miró fijamente a sus ojos. Levantó su vaso de vino hasta sus labios. Bebió. La brisa de la noche que parecía girar dentro de la habitación aumentó y entró en oleadas de ondeante rojo. ―¿Y si yo fuera malvado? ―susurró ―No lo eres ―Nunca deseé serlo... La neblina creció. El cáliz de vino desaparecido de sus dedos. No podía recordar haberlo dejado. Parpadeó. Su bata había desaparecido también. Contra los suaves remolinos y volutas de humo y el resplandor de la luna que permanecía, él estaba desnudo. Con sus manos extendidas, la miraba fijamente con sus ojos de color de ébano. Un temblor comenzó dentro de ella, en su sangre, sus miembros, su alma, su esencia. Lo había anhelado y había tenido hambre, pero no había sabido qué estaba hambrienta. Ahora lo sabía. Su carne estaba brillante, su pecho estaba enmarañado con pelo oscuro. Su cuerpo era perfecto, poderoso y fuerte. Sus piernas estaban fuertemente musculadas, su cintura y sus caderas estrechas y elegantes partiendo desde la amplitud de sus Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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hombros y su torso. Pasó fijamente de sus ojos a la extensión de su excitación sexual, y sintió como si girara y diera vueltas con la neblina que parecía aumentar de nuevo. ―¡No me importa lo que seas! ―gritó. ―¡No me importa! ―Podría traerte dolor. ―Estoy en agonía ahora. ―juró. No podía soportarlo más, y adelantándose, lanzó sus brazos alrededor de él, atrayendo sus labios a los suyos. Apenas había besado antes, aunque supo cómo devorar su boca, buscar con su lengua, seducir, excitar. Él levantó sus brazos, librando una lucha feroz consigo mismo, y aplastándola contra él. Levantó su barbilla. La besó. Su lengua parecía barrer su garganta, lavar sus labios, su boca, llenarla con fuego. Estaba en sus brazos, volando con la noche, con el terciopelo de la oscuridad. Estaba tendida sobre las sábanas de raso, sentía su frescor, sentía su calor. Sus dedos, largos y flexibles, desgarraron los cordones de su corsé, y fue liberado de su cuerpo. Cerró los ojos y lo sintió retirar sus zapatos, sus voluminosas enaguas, los pololos y las medias. Rasgó y desgarró cada uno con urgencia, porque estaba tan deseoso de su tacto que despojarla de las vestiduras le parecía que tomaba una eternidad. Cada prenda de vestir que le quitaba dejaba mayor cantidad de ella desnuda, desnuda al calor de su susurro y sus caricias. Sus dedos, tan elocuentemente largos, la acariciaron. Sus besos mojados, abrasadores y ardientes siguieron a cada caricia. Tocó su rodilla, su muslo interior. Un redoble comenzó dentro de ella. Un pulso. Creció a un paso desesperado. La neblina roja se extendió por su carne. Tembló, y estaba ligeramente asustada. Tenía hambre, demasiado profundamente, e hizo caso omiso del miedo. La palma de él se movió de manera erótica sobre el triángulo castaño entre sus piernas. La humedad la quemó. Luego el toque terriblemente íntimo de un dedo... Su pulso se aceleró. Gritó. Estaba a su lado otra vez, con sus ojos oscuros tan rojos como la luz de la luna, con palabras intensas, angustiado. ―¿Puedes amarme? ―exigió.―¿Puedes querer a una bestia? ―¡Oh, querido Dios!, ¿Por qué no puedes creerme? Te quiero, ¡Quiero al hombre! ¡Un hombre que me ha hecho reír, que me hace sentirme viva, que me hace anhelar más de lo que sé! Un hombre que ha vivido, luchado, aprendido. Un hombre que ordena, que escucha, que es duro, que es tierno. ¡Te quiero! Ella no podía comprenderlo. Lo quería, quería la neblina y la promesa del éxtasis que la llenaba. Quería sujetarlo, quitar la angustia de sus ojos, asegurarle... ―Bestia, ―él la dijo. ―¡Y no sé si Dios se acuerda de mi! Ella empujo su cabeza hacia abajo, su boca hacia la suya, besó sus labios, los excitó. Puso sus dedos sobre su pecho, se retorció para estar incluso más cerca de él, una parte de él. ―Dios nos enseñó a amar, y yo te quiero. ¡No hay mal que no pueda superar! ¿Qué es esto, qué es esa bestia que te llamas a ti mismo?

―¡Vampiro! ―Charles Godwin, el catedrático alemán aseveró. Había llegado a la casa de Montgomery esa noche al mismo tiempo que Gene Courtemarch, el doctor criollo, y el joven Robert Canady, quien adoraba a la hermosa joven hija de Jason Montgomery. Canady era nuevo en esto; un no―creyente. Godwin y Courtemarch habían estado conmovidos por los temas de la oscuridad antes, y durante años, habían guardado vigilia con Montgomery. La Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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hermosa Marie se había ido, pero la oscuridad se quedó, y lo haría siempre, y por eso, Magdalena había estado siempre en peligro. ―Sí, eso creo, ―Jason dijo, exhausto de preocupación y dolor. Había llamado a sus amigos poco después de que Magdalena se hubiera ido arriba. Siempre había tenido miedo al mal; había sabido que existía. Habían esperado y observado. Habían rogado que no viniera. Y ahora... ―Debemos atacarle con el amanecer, ―dijo Courtemarch.―Luego podremos descubrir la verdad. ―Caballeros, ―dijo Robert Canady firmemente, ―¡No puedo consentir esta locura, esta acción imprudente que ustedes proponen! ¡Nos colgarán a todos, uno por uno! Y aunque moriría gustosamente por su hija, Jason, me gustaría que mi muerte la sirviera bien. El conde está recién llegado, misterioso si ustedes quieren, pero ha sido un caballero en todas las ocasiones. ―¿Está usted tonto, jovencito? ―estalló Godwin, con su pelo y su mostacho blanco.―Ha tomado a la mujer que ama. Robert exhaló despacio. ―Dios me ayude, si, ¡La quiero! Pero no puedo asesinar a un hombre por querer a la mujer que me gustaría tener ―y tenerla mientras ella lo ama a él. ―¿No lo entiende? ―Jason Montgomery gritó exasperado. Fueron interrumpidos al escuchar unos pesados pasos corriendo deprisa por las escaleras. ―¡Señor... Montgomery, Señor... Montgomery! ―Tyrone gritó. Tenía los nudillos blancos mientras se sujetaba a la escalera. ―¡Nos engañó, señor! ―¿Nos engañó? ―Las sábanas cubren sus almohadas; se marchó. ―¡Se fue! ―jadeó. ―¡La seguiremos! ―gritó Godwin.―¡La seguiremos! Tyrone, es la hora. Traiga las estacas, las espadas. Rápidamente. ¡Dios, ayúdanos!, ¡Permítenos llegar a tiempo! ―¡Caballeros! ¡Incluso si decide quererlo, aun así no podemos cometer un asesinato! ―dijo Robert Canady, tratando de razonar con los otros hombres en vano. Mi querido Dios, ¿Es que éstos viejos tontos no se dan cuenta? Nadie sentía esta traición más que él. La amaba, la deseaba. Habría sido su esposa. El dolor era como un cuchillo enroscándose una y otra vez dentro de él. Pero ella amaba al francés. ―¡Condenado Robert! ―Jason protestó.―¡Usted no escucha! ―A un grupo de viejos tontos… ―¡Al viento! ¡A la luna, a la neblina, al sonido de las olas! ¿Ha mirado por encima de usted? El mismo cielo llora lágrimas de sangre. Usted no comprende. ―¡Y debería de hacerlo! ―afirmó Godwin. ―¡Por el amor de Dios, usted debe hacerlo! ―Courtemarch insistió. ―Él es… ―comenzó Jason. ―¡Un vampiro! ―Courtemarch terminó.―Por todo lo que es sagrado, usted debe darse cuenta de ello. ¡El amante de ella es un vampiro! Su amante se elevó por encima de ella, montándose a horcajadas. Elegante, fuerte, hermoso, pensó ella, con sus facciones tan masculinas, aunque definidas y alineadas, con sus ojos tan oscuros que parecían emitir destellos con el fuego más extraño. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Vampiro. ―dijo él muy suavemente. Ella sonrío despacio al principio. Luego agitó su cabeza. ―No. Alguien te ha hecho pensar que eres malvado. ―Soy una criatura de la oscuridad, de la noche. ―insistió él. Una tiritona comenzó dentro de ella. Él la miró con gravedad. Ella tembló cuando él tocó su cara. ―Quizás el amor pueda liberarme: ésa es la promesa, la leyenda. Y te quiero tan ferozmente. He esperado cientos de años para escuchar tu susurro más suave, para experimentar este dulzor. Debes comprender, estoy asustado, temeroso de que la leyenda sea una mentira, de que la promesa sea falsa. No podría soportar lastimarte. ―Mi amor, no lo comprendo, ¡Debes de dejar esto! ―Se sentó enfrente de él, presionando un dedo contra sus labios.―¡No puedes ser malvado, no puedes! ¡No lo creeré! ¡No lo hare! ―Lo empujó alejándolo de ella; luego cayó sobre sus rodillas y se apretó contra él. Besó su cara, su garganta, su pecho. Las puntas de sus dedos le acariciaron, adorando el tacto suave de su carne. Un quejido de angustia se le escapó y, de nuevo, la aplastó contra él. ―Podría causar el fuego del infierno, la condenación… ―Cáusalos entonces, mi amor, porque no te dejaré, ¡No podría soportarlo! ¡No me apartarán de ti y no me importa lo que venga! A ella no le importaba... No, no la importaba. El mundo estaba desapareciendo con su grito severo y disonante, y fue rodeada con el tacto fresco y sensual del raso otra vez, mientras era presionada contra él. Ah, Dios querido, el dulzor de su tacto, tan liviano como una brisa, como un susurro, y luego fuego. Sus brazos, duros, absorbentes. Sus labios, por todos lados a lo largo de sus miembros, dentro de su corazón. Redobles pulsando, golpeando, aumentando. Su sangre comenzó a fundirse. La tocó íntimamente hasta que chilló y suplicó y juró que lo querría siempre. Entonces, repentinamente, se elevó por encima de ella, mirándola fijamente a los ojos, mientras entraba en su cuerpo. Despacio. Ella se estremeció contra el dolor, sujetándolo, mirando sus ojos, retorciéndose con la sorpresa cuando el dolor de su ataque aumentó... y disminuyó. —Bésame... —susurró. El bajó su cabeza y se apoderó de sus labios. Un dulce pulso comenzó de nuevo con su movimiento creciente. Los labios de él cayeron sobre los suyos. Besó su boca abierta. Con sus dedos enredados en su pelo y sus labios rozando su mejilla, bajando por su garganta. Los redobles eran explosivos. Voló alto en un vuelo mágico, se retorció en una angustia extraña, queriendo más. Podía llegar casi, tocarlo. Cada vez que él se movía. Sintió sus dientes contra su garganta. Un dolor pequeño y agudo... Un grito salió de los labios de ella mientras se estremecía, jadeando, sacudiéndola. El dolor y el placer combinados, y la tempestad reinando, dulce y deliciosa. Tan bueno que vio una oscuridad de terciopelo, el rojo del cielo de la noche, un estallido de estrellas contra todo. Todo se volvió negro por momentos, luego las estrellas regresaron. El dolor, el placer. Había invadido su cuerpo, haciéndola suya. Extrayendo su hambre, extrayendo su vida, extrayendo su sangre. Vampiro... La había dicho.

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Vampiro... Si tocara su garganta, encontraría sangre. Por Dios, quizás... ¡No era malvado! Su corazón gritó. Oh, Señor, ella todavía podía sentirlo, sentir el asombro, la emoción, la satisfacción de la necesidad. Se extendió por ella, la meció. La había llevado a tan gran altura, acunándola luego hacia abajo con una gentil y sublime caricia. Estremecimiento tras estremecimiento se apoderó de ella. Lo sintió, el cuerpo de él, dándole calor, dándole la vida. Casi había muerto placer. Había llegado a tal éxtasis que se había desmayado. Había experimentado los fuegos punzantes del infierno, y fueron esplendorosos. Una dicha dulce la había envuelto, sacudido, explotado en ella. Su susurro todavía parecía encontrarse alrededor de ella, su peso y su fuerza aplastándola. ―¡Te quiero! ―susurró. Él empezó a responder. Ella vio sus ojos de color de ébano con un impresionante brillo, los espléndidos planos de su cara, la lenta, dulce y sensual curva de su sonrisa... Luego se quedó en silencio, quieto. Muerto, inmóvil. Ella le miró fijamente sin comprender durante muchos segundos, cuando vio la afilada estaca. Había sido introducida en su espalda. Sobresalía a través de su pecho. Un tinte carmesí se extendió ahora al otro lado de su cuerpo y goteó hacia abajo. Sobre ella. ―¡Vampiro! ―Alguien gritó. Luego el grito que había brotado dentro de ella arrancó histéricamente, alto, frenético. Alec había empezado a desintegrarse encima de ella; luego paró. Por el rabillo de su ojo ella vio como lo arrancaban hacia atrás. Vio el resplandor de un sable, lo vio balancearse. ¡Lo estaban decapitando! Afortunadamente, el instinto la advirtió que cerrara los ojos. Lo hizo. Sintió su sangre, caliente y pegajosa, derramarse sobre ella, y empezó a gritar otra vez. El cuerpo le fue retirado de encima. Ella se elevó poco a poco sobre la cama con asombro, escandalizada, pasmada, gritando de incredulidad. Mirando ahora, sin poder creer lo que estaba viendo. Su padre estaba ahí, con sus pequeños y graciosos amigotes ―Godwin ―con su pelo blanco ―Courtemarch ―alto y flaco. Y Robert estaba ahí. Grave, triste, con el corazón en sus ojos mientras la miraba. Robert, alcanzándola, con los brazos fuertes, resuelto. Era una pesadilla, no podía estar ocurriendo. Podía sentir la sangre de su amante gotear de la herida de su cuello sobre su pecho, al igual que podía sentirlo ella misma, goteando desde la herida del suyo. Esto era demasiado horrible para ser comprendido; quizás no lo estaba entendiendo. Y con todo, la sangre era real. La muerte de Alec era real. ―¡Magdalena, Magdalena! ―Robert gritó, prácticamente arrancándose la levita para cubrirla con ella, abrazándola una vez más. Estaba fría, muy fría, pero ella no podía aceptar su consuelo. Se abstuvo de gritar. Él la sujetó más fuerte. ―¡Ella es también un vampiro ahora! ―Godwin insistió, tensando las manos sobre su sable.

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―¡Déjela en paz! ―gritó Robert roncamente, ferozmente. ―¡Maldita sean todos ustedes!, ¿Podrían lastimarla más? ―Su voz era un rugido, fuerte, de la misma manera que el sonido del agua corriendo con fuerza. ―¡Ella es mi hija, no está muerta!, ¡No es un vampiro!, ¡Puedo curarla! ―Jason bramó. Cúrela... Nada alguna vez podría curarla. No después de esta noche. Había conocido el amor, y ahora estaban llamando monstruo a su amante, y le colocaban muerto a sus pies, cubierto de sangre, con la cabeza separada de su cuello. Lo habían matado, y este pequeño hombre horrible, Godwin, también le había separado la cabeza de su cuerpo con el sable, tan pronto como Courtemarch lo hubo atravesado con una de sus estacas. No sabía si preocuparse o no. Había conocido la magia, y la magia permanecía tendida muerta. La vida no importaba... A decir verdad, parecía estar emprendiendo el vuelo. Volando hacia fuera, sobre el hilo rojo que se filtraba despacio hacia abajo desde su cuello. Era bueno. Se estaba quedando entumecida. Solamente el adormecimiento, solamente la muerte, podía llevarse su horrible agonía. Intentó ponerse de pie, empujando a Robert, tratando de ver a su amante una última vez. Su padre también se aproximó a su lado, abrazándola. ―¡No, Magdalena! ―Le susurró. Pero pudo ver. Oh, Señor. No había ningún cadáver. Ningún cadáver. Ningún cuerpo, ninguna sangre. Donde su amante debía de haber estado tendido, el piso parecía quemado, solamente quedaba ceniza negra en la forma de una criatura herida. Empezó a gritar otra vez. Y su grito se fue apagando, y el mundo con él. ―¡Ella ha muerto, se convertirá en una de las criaturas! ―Godwin les dijo firmemente. ―¡Ella duerme! ―Jason protestó. ―El sueño de la muerte. ―¡Duerme! ―Robert Canady bramó. ―El sueño de la vida. ¡Ella es mi hija, mi carne, mi sangre, yo la curaré! Arrastró a su hija entre sus brazos, quitándosela a Robert. Y se la llevó fuera. Salió fuera de la blanca casa solariega que parecía roja por el brillo de la luna. Tropezó, casi se cayó. Se puso de pie y la cogió otra vez. La luz de la luna roja parecía cegadora. Miró hacia arriba entonces, y se dio cuenta de que la luz de la luna se estaba fundiendo. Era la línea roja del sol comenzando a estallar, atormentando su vista por eso. El sol. El día estaba llegando. Empezó a correr hacia su carruaje.

Estaba tendida en un extraño y helado mundo de oscuridad. Sabía que debía luchar contra la impresión de la completa negrura y el frío total que se asentaba a su alrededor de la misma manera que una manta espantosa. La gente la llamaba; sus voces parecían muy lejanas. De algún Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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sitio ella podía ver un rayo distante de luz, pero no podía alcanzarlo. Se dio cuenta de que alguien la estaba sujetando. Quería gritar. Quería alcanzar la luz. Pero no podía. ¡Déjenme ir! Pensó. Pero era una declaración silenciosa en la inmensa oscuridad, en el vacío, en la soledad más allá de la muerte... Una vez más, estaba esa sensación. Tan extraña. Pensaba que el escalofrío que se había apoderado de ella nunca desaparecería, pero había algo cálido a su alrededor, contrarrestando el profundo escalofrío que sentía en sus huesos. Incluso la negrura era diferente. Había tonos de gris dentro de ésta. Tiempo, pensaba vagamente. Tiempo... Sombras, luz, oscuridad, sombras, luz, oscuridad... Las noches... Llegaban y se iban. Finalmente, llegó un momento en el que sintió las manos de su padre, y supo que estaba con ella. Sintió una líquido caliente bajar por su garganta. Sentía, si, ella sentía, y sentía cosas que eran reales, tangibles. Tiempo... Pasó más fácilmente. Ella creció más fuerte. Podía levantar su cabeza. Sentía la textura de la taza de la que bebía, el tacto de los dedos de su padre. Estaba tendida en su propia cama. Su blandura la rodeaba y la aceptaba. La luz de la vela parpadeaba, apacible sobre sus ojos. Dejó de beber, no reconociendo qué poción extraña le había dado mientras estuvo tendida tan enferma, qué tibieza era la que la había ayudado en su defensa del frío. Por fin, encontró la fuerza para comenzar a preguntar. ―¿Qué es? ―Susurró a su padre. ¿Qué es lo que estoy bebiendo? ―Sangre ―dijo Jason inexpresivamente. Ella giró la cabeza en su almohada. Lloró, pero las lágrimas no llegaban. ―¡Por el amor de Dios, papá! ―Susurró. ―No ―dijo en voz baja, ―Por el amor de mi hija. Cállate, ahora, duerme. Sus ojos se cerraron otra vez. Estaba tendida en un sufrimiento peor que la muerte. Pero finalmente, como la había ordenado suavemente, ella se durmió. Jason se puso de pie con un gran pesar y la arropó con las mantas. ¡Ella necesitaba ese calor tan desesperadamente! Caminó escaleras abajo donde sus amigos esperaban y anduvo a zancadas hasta la repisa de la chimenea, donde se paró, inclinándose sobre la madera tallada, sujetándose, mientras observaba sus miradas fijas inquisitivas. Sopesó sus palabras cuidadosamente. ―Creo que va a vivir ―dijo suavemente. Luego, vaciló, con los nudillos blancos mientras rogaba que estuviera haciendo el movimiento correcto al decir lo que iba a decir. Aspiró profundamente. ―Y creo que va a tener un niño.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0011 ―¡Oh, Jesús! ―Jack Delaney juró, dándose la vuelta desde el cadáver que estaba entre los brazos de su compañero, mientras su cara presentaba un extraño y pálido tono de verde. Era un poli joven, sólo pasaba de los veinte y cinco, con una buena apariencia, 1,82 de alto, con luminosos ojos castaños y el pelo rubio rojizo. ―Dejad al novato, chicos, tener piedad de él, ―dijo Sean Canady, respaldando por un momento a su nuevo compañero. ―¿Vas a estar bien? ―le preguntó rápidamente y en voz baja, para que lo escuchara solamente Jack. Por un momento breve, Jack se apoyó en Sean, el poli más mayor, dos pulgadas más alto que él, sobre los cuarenta uno, ancho de hombros, con músculos tensos y una figura impresionante, de pelo oscuro como la tinta negra y puntiagudo, de ojos azul oscuro. Sean mantenía a raya sus emociones generalmente, prefiriendo trabajar su frustración en el gimnasio. Jack aspiró rápidamente, agradeciendo la interrupción. Tomo su valor del de Sean, asintió con la cabeza, y supo que las burlas que recibiría de los otros hombres serían livianas porque Sean lo había respaldado. ―Estoy bien, ―dijo Jack. Sean asintió con la cabeza. ―Dejar paso ahí, tíos. Delaney tiene que empezar a hacer algunas preguntas en el vecindario. ¡Asegúrense de que hayamos conseguido hombres para peinar estas calles; alguien debe haber visto algo! ―Sean dijo firmemente, asegurándose de que su compañero lograra pasar a través de las hileras de policías que en su marcha rodeaban el trecho de la angosta calzada donde el cuerpo había sido encontrado. La zona estaba ahora acordonada con la cinta amarilla de delitos. Jack había llegado al lugar apenas unos momentos antes de que Sean hubiera alcanzado el cadáver, y lo hubiera girado. Jack era nuevo en homicidios, solamente llevaba algunos años en el cuerpo, un joven irlandés que se unió a Sean porque el capitán había dicho su nombre. Pongan a los "Irlanduchos" juntos, había sido el comentario del capitán Daniels. Sean no negaba sus raíces irlandesas ―era, simplemente, de algún sitio ―excepto el Irlandés que había traído el nombre de Canady a Nueva Orleans hacía casi dos siglos. Sean mismo era una mezcla de las muchas mezclas que hizo la ciudad. Tenía sangre francesa, inglesa, cajún, y ¿Quién sabía? Probablemente un poco de mezcla caribeña también. No importaba. A Sean le gustaba Jack Delaney, y sabía que al capitán le gustaba también. Y por eso era qué Jack le había sido asignado a Sean. ―Hagan sitio al novato, ―otra persona gritó, mientras Jack se dirigía al otro lado de las barreras. No importaba lo qué hubiera dicho Jack, Sean tenía la certeza de que su compañero estaba a punto de enfermar. ―Esto fue duro, pequeño, ―gritó otro tipo de uniforme, y Sean se alegró de ver que los hombres se lo pusieran fácil a Jack. Realmente no había nada semejante como un buen cuerpo después de un asesinato. Aunque algunos eran peores que otros. Sean anduvo a zancadas hacia donde Pierre LePont estaba doblado sobre el cuerpo, decidido a estudiar el cadáver. Se agachó al lado del médico forense, que estaba estudiando los dedos del

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cadáver. Le hizo una leve inclinación de cabeza de reconocimiento a Pierre, y luego prestó atención al cadáver. A diferencia de Jack, él había visto su buena porción de cadáveres. Demasiados ―cuerpos hinchados del Mississippi, cuerpos humanos apenas identificables como tales. El muerto de ahora, el reciente asesinato, la forma en que sangró sobre en el pavimento así como el cadáver que había logrado permanecer oculto hasta que el olor insoportable lo había sacado a la luz y el cadáver que había permanecido oculto tanto tiempo que no tenía nada más que huesos. Y así, había algo increíblemente extraño sobre éste. El hombre no había muerto hacía mucho tiempo ―infiernos, no podía haber pasado, no justo al lado de Bourbon Street. Acababa de empezar el día de trabajo; eran solo poco más de las nueve, así que el hombre podía haber sido asesinado justo antes del amanecer. Las personas sin hogar dormían en la calle pero en la oscuridad podrían no haberlo notado. Ni tampoco el desorden ―ninguna sangre esparcida sobre el pavimento, ningún cerebro salpicando la pared de la tienda al lado de la que estaba tendido. Este tipo estaba simplemente blanco ―excepto por la línea roja que daba la vuelta entera a su garganta y cuello. No estaba solo pálido, ni grisáceo. Estaba blanco como una hoja. Se veía casi como una caricatura de la vida. Una cosa horrible sobre él ―que seguramente es lo que había hecho a Jack ponerse tan verde ―era el hecho de que sus ojos estaban abiertos de par en par, y parecían reflejar un terror total. Había tal mirada de horror en ellos que estuvo tentado de volver y tratar de ver lo que esos ojos habían visionado en los minutos finales de su vida. ―Dios. ―Sean resopló. ―Sí. ―Pierre estuvo de acuerdo. ―¿Y quieres saber una cosa graciosa? ―¿Hay algo divertido aquí? Pierre hizo una mueca. ―Peculiar, ¿Vale? No hubo ninguna pelea. Este tipo estaba aterrorizado, tan aterrorizado que podría haber muerto solo de eso. Pero no ofreció ninguna oposición. Bien, he obtenido algunas muestras para analizar en la morgue, no puedo darte garantías ahora mismo, pero no parece que hubiera levantado un dedo para rechazar a su atacante. ―¿Piensas que murió de terror? ―Podría haberse ido de un paro cardíaco… pero no lo hizo. ―¿No? ¿Cuál fue la lesión mortal? ¿La herida de la garganta? ―Sean agitó su cabeza incluso mientras realizaba la pregunta. Una herida en la garganta, obvio, si el pavimento hubiera estado manchado. Pero de la forma en que se veía, sin sangre, el corte de la garganta debería de haberse producido después la muerte. ―¿Dónde está la sangre? Pierre, un hombre pequeño, delgado y parcialmente calvo y uno de los mejores en su trabajo, agitó su cabeza también. ―Tan seguro como que hay infierno que no hay sangre aquí y, a propósito, no es solo una herida en la garganta. Este tipo ha sido decapitado.―Hizo rodar la cabeza sólo un poco, mostrando a Sean que la cabeza había sido cuidadosamente separada totalmente del cuerpo. Sean sintió su estómago estremecerse. Sacó su libreta. ―¿Cuál es su edad? ¿Al final de la veintena? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Mike Hays, un oficial uniformado, caminó acercándose a ellos. ―Su nombre era Anthony Beale, Teniente Canady. Oriundo de Nueva Orleans, veintinueve años. Tiene antecedentes, pequeños, cosas de poca monta. Cinco arrestos, tres por robo, uno por robo de casas, y uno por proveer de prostitutas. Solamente fue encerrado por uno de los robos, cumplió dieciocho meses por ello. Ningún medio visible de vida. Parecía que lo llevaba bien, ¿No, Teniente Canady? Viste un traje de Armani. ―Armani, ¿No? ―Sean dijo, y se encogió de hombros.―No muchas de personas sin hogar duermen con trajes de Armani. ―Sí, bonito traje. ―comentó Pierre peculiarmente. ―Hey, Sean, necesito algunas fotografías más. ―le gritó Bill Smith, el fotógrafo de la policía. Sean y Pierre se pusieron de pie servicialmente. Sean observó la calle arriba y abajo. Era una sección decente del Vieux Carre, el famoso French Quarter de Nueva Orleans ―si alguna palabra pudiera ser usada para una calle que alojaba docenas de tiendas de relaciones sexuales. Sobre estos bloques especiales, sin embargo, había empresas y residencias. Dos costosos hoteles de turistas estaban solo bajando la calle al otro lado desde donde se encontraba él. Tiendas de arte, tiendas de antigüedades y boutiques se alineaban en los edificios calle abajo, con hermosas ventanas que mostraban sus productos. Se volvió hacia atrás. Oficinas, salas de baile, un gimnasio, y un salón de bronceado estaban anunciados en algunas de las habitaciones de arriba. La calle estaba revestida con un tipo de estructura que había hecho que el French Quarter fuera conocido alrededor del mundo, apuestos edificios con ventanas arqueadas y balcones de hierro forjado, contrafuertes, y otros detalles distintivos. Miró fijamente el cuerpo del suelo. Nueva Orleans, N’Awleans, su ciudad. La adoraba. Había nacido aquí mismo, en la ciudad, literalmente en la antesala de uno de los viejos hoteles residenciales más finos, desde que su madre había encontrado deplorable lloriquear por los dolores de parto antes de que fuera necesario. Había ido a la universidad, había tratado de ver el mundo. Volvió. Había algo en este sitio. Era el suyo. No estaba libre de crímenes. Era desobediente, chabacano. Era jazz, era la belleza, era las poderosas aguas oscuras del Mississippi. Eran los cangrejos de río ―la mejor maldita comida en el mundo entero, ―una ciudad plagada de historias de fantasmas, cuentos de reinas de vudú, y más. Había entrado en la era contemporánea con los mismos infortunios y los mismos disturbios creados en los tiempos difíciles de otras grandes ciudades ―drogas, delitos, la falta de vivienda, la inflación, el desempleo. Algunos la llamaban una ciudad de perversidad, una ciudad maldita. Bien, podría serlo, pero era su ciudad, su maldita ciudad. Lo que fuera que pudiera hacer para lograr salvarla de los actuales agarres de infierno, lo iba a hacer. Este parecía un bonito y seco corte. Anthony Beale, matón a tiempo parcial, próspero alcahuete a otro. Se habría metido con alguien más grande; era un mal hombre que ha tenido un mal final. Uno más para los registros. ―Me hace pensar en el fiambre del cementerio, ―Pierre dijo repentinamente, incluso cuando la idea ya se le había ocurrido a Sean. ―El cuerpo de la mujer, ―Sean dijo. ―Y cortada en pedazos. ―Incluso tal descripción era un eufemismo. ―Jane Doe, mujer caucásica, de veinticinco a treinta años de edad, 1,68 de altura, de 57 kgs ―, había sido encontrada en el viejo cementerio de superficie fuera del French Quarter la semana pasada. Había sido encontrada tendida encima de una de las tumbas, desnuda y destripada, casi como si un moderno Jack el Destripador la hubiera tomado con ella. Algunas Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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partes del cuerpo y sus órganos internos habían sido colocados prolijamente al lado de ella. La ciudad aún no se había recuperado del choque; todavía era el tema de conversación para residentes y turistas por igual. Naturalmente, tal delito ―sin sospechoso alguno bajo arresto ―condujo a la especulación desenfrenada y a un alto grado de temor. ―Todos estos cortes, y casi ninguna sangre, ―Pierre dijo tristemente, haciendo referencia a su Jane Doe. ―Decapitada, ―Sean continuó con un silbido suave. ―Tal vez hemos encontrado una conexión aquí. ―Una prostituta y un alcahuete, ―Pierre asintió. ―Tendremos que rogar que haya solamente un tipo tan malvado que pueda hacer tales actos en la ciudad. Déjenme llevar a este tipo a la morgue, y veré qué más puedo encontrar. ―¿Tienes todavía a nuestra Jane Doe en la nevera? ―Sean preguntó. Pierre asintió con la cabeza. ―Sí, aun está con nosotros. ―Tal vez podamos echar un vistazo a los dos juntos. Poner a nuestras cabezas juntas. ―Por supuesto, ―Pierre estuvo de acuerdo. Se encogió de hombros. ―Poner sus cabezas juntas, ―dijo irónicamente, sin humor. ―Puedo decirte algo ahora mismo. ―¿El qué? ―Nuestro asesino utilizó la mano izquierda. Era zurdo. ―¿Qué? ―En ambas víctimas, ―Pierre continuó. De nuevo, el tocó la cabeza cortada con un dedo enguantado. ―¿Ves la forma en que la garganta fue seccionada? Tuvo que haber sido un cuchillo sumamente afilado empuñado con una potencia considerable. En realidad, no es fácil cortar una cabeza humana. ―Eso es bueno de escuchar, ―dijo Sean. Pierre asintió con la cabeza, poniéndose de pie. Sean se puso de pie al mismo tiempo que él. ―Caballeros, ¿Estamos listos aquí? ―Pierre preguntó a Bill Smith y a los otros policías congregados. ―¿Puedo llevar a este tipo a la morgue? ―Sean es el superior de homicidios aquí, ―dijo Bill. ―Ya he obtenido todas mis fotografías, Sean. Si estás listo, LePont puede llevarse el cadáver. ―Es todo tuyo, Pierre ―dijo Sean. LePont hizo una ademán a sus ayudantes. Se trajo una bolsa hermética para cadáveres, y Pierre se acercó a Sean. ―Dame unas horas, luego ven a verme. Te daré lo que tenga. ―Gracias ―le dijo Sean. ―Días como este hacen que me alegre de ser el fotógrafo ―dijo Bill. Sean arqueó una ceja. ―¿Bonitas fotografías? ―preguntó escépticamente. Bill agitó su cabeza.

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―Las fotografías te persiguen. Se quedan contigo. Te puedes despertar en medio de la noche viendo esas malditas fotografías en frente tuyo. Pero por lo menos no tengo que encontrar al chiflado que hizo esto. ―¿Chiflado? ―Sean resonó pensativamente. ―No había pensado en nuestro tipo en tales términos, para ser sincero. Bill lo miró fijamente con incredulidad. ―Muy bien, ¿Así que crees que alguien considerado y cito normal podría haber hecho algo así? Sean se encogió de hombros. ―Define normal. Mi primer instinto fue que este tipo contrarió a alguien más grande. Parece una destrucción muy metódica. Cortar la cabeza no es una cosa fácil de hacer ―Pierre acaba de asegurármelo ―y esta cabeza no sólo fue cortada, sino que se hizo con habilidad. No hay sangre. Debería de haber charcos de sangre aquí. Lo obvio sería decir que el tipo fue asesinado en otro lugar, y depositado aquí. La cabeza fue cortada con un propósito, y puesta en su sito de nuevo tan perfectamente que no me di cuenta de que no estaba unida hasta que Pierre empezó a moverla. Hay algún sistema y una razón aquí. ―Los chiflados hacen uso del sistema y la razón, ―Bill le recordó. ―Me dijiste eso mismo después de que asististe a ese curso sobre asesinos en serie en la academia del F.B.I. en Quántico. ¿Recuerdas? ―Bill le recordó. ―Mi postura es que no vamos a estar buscando a alguien obvio ―ningún espíritu maligno babeando o algo semejante que persiga la ciudad. ―Esto es condenadamente espeluznante. Justo en Bourbon Street, ―dijo Bill, agitando su cabeza con disgusto. Dejó caer su voz a un susurro. ―La chica del cementerio tenía su garganta tan cortada que la cabeza se soltó también. ―Sí. ―Recuerda, ―Bill dijo, moviendo un dedo ante Sean ―Jack el Destripador fue supuestamente, extraordinariamente metódico con las partes del cuerpo. ―Los asesinos en serie pueden ser clasificados como organizados o desorganizados, o pueden ser una combinación, ―Sean murmuró. ―Un asesinato estilo ejecución suele ser pre planeado, ordenado. La muerte es el objetivo final. Para algunos asesinos, es el preludio a la muerte lo que más importa. Las partes del cuerpo de Jack el Destripador tenían sangre en ellas, ―Sean reflexionó. ―Por lo menos alguna. ―Como dije, tomar fotografías es más fácil que ir después tras los chiflados. ―Otra vez, la voz del Bill bajó. ―Deben de atrapar a este rápido, amigo. Mi esposa está profundamente asustada. ¿Han visto los titulares? No solo en el Times/Picayune. El asesinato del cementerio fue tan sensacionalista, que ha sido publicado a través del país. Sean exhaló un largo suspiro. Lo sabía. El asesinato del cementerio había sido horrible, sensacionalista, y admitámoslo, del estilo del Destripador. El mundo entero lo vio como un evento despiadado y terrorífico. Lo que no vieron fue que la policía no tenía nada para seguir. La chica no había peleado, no tenía ni una célula de la carne de su asesino debajo de sus uñas, ningún solitario pelo o fibra se hubiera encontrado sobre su cuerpo. Había tenido relaciones sexuales antes de su muerte, pero de acuerdo con Pierre, no habían sido forzadas. Tenían muestras de esperma, pero ningún sospechoso con quién comparar ese esperma. La prueba de ADN se estaba realizando en el

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F.B.I., pero los resultados podrían llevar días o semanas, y Sean se temía ahora que su asesino podía atacar muchas veces antes de que la ciencia forense pudiera ayudarlos. Habían encontrado miles de huellas de dedos sobre la tumba donde la asesinada prostituta fue encontrada. Lo mismo con las pisadas ―había trozos parciales casi por todos lados. No había nada en absoluto para continuar, excepto el cuerpo patético y no llorado de una puta muerta a quien nadie había aún podido nombrar. ―Asesino en serie, como dijiste, ―sugirió Bill. Sean tenía ese sentimiento incómodo él mismo. ―No dije exactamente eso; no lo sabemos aun. ―Dos cadáveres decapitados. Una conexión que parecía probable. ―Hey, no me hace feliz. ―Bill, no sabemos nada aún con seguridad. Todavía hay algunas diferencias aquí. Cuando consigamos más información verificable de Pierre... ―Sean, no eres un poli que siga normas estrictas, eres un poli que se guía por el instinto. Eso es por lo qué eres un buen policía. Y tú sabes que estos asesinatos son diferentes. ―Tenemos que cuidar lo que decimos alrededor de los medios de comunicación, ―Sean insistió. ―Nueva Orleans se va a poner por las nubes.―Vio a Jack sobre el hombro de Bill y le dirigió una sonrisa abierta. ―Este es mi chico. Voy a recogerlo y haremos un puerta a puerta para buscar testigos nosotros mismos. Te veo después, Bill. Y recuerda, discreción sobre esto, ¿eh? Bill asintió con la cabeza tristemente. ―Seguro. Sean siguió adelante. Jack estaba todavía ceniciento, pero recuperado excepcionalmente ―y avergonzado. ―Sólo fueron los ojos, ―le dijo a Sean. ―Lo miré y sentí como si girará y viera lo que reflejaban sus ojos, que iba a ver lo que el monstruo le había hecho. ―Está todo bien, Jack. He visto a más hombres muertos que lo que me gustaría admitir, pero ese tipo es uno de los que pegan un susto a cualquiera. ¿Conseguiste información en la calle? Jack asintió con la cabeza. ―En realidad, podré no ser muy bueno con los cadáveres, pero he hecho un descubrimiento que puede interesarte… y salvar un poco de mi dignidad ―le dijo Jack. ―No necesitas salvar tu dignidad, pero estoy intrigado por cualquier descubrimiento. ¿Qué es? ―Sígueme ―dijo Jack. Con curiosidad, y esperanzado, Sean lo hizo.

Maggie Montgomery miró a través de la ventana de su oficina en el segundo piso. Desde su posición dominante podía ver la zona calle abajo, que había sido acordonaba por la policía. Podía ver las docenas de policías y los ciudadanos y turistas que estaban rondando en ambas partes de la línea. Un pequeño escalofrío serpenteó por su espina dorsal. No es que Nueva Orleans fuera una ciudad sin delitos, ―¡Lejos de ello! ―e, indudablemente, no en el Vieux Carre mismo. Pero esto tenía la apariencia de algo más allá de la norma. Los robos eran suficientemente comunes; los turistas eran advertidos por los tenderos y la dirección de los hoteles para evitar ciertas calles. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Nueva Orleans no había evitado los crímenes por drogas que atormentaban el país, y no había ninguna manera, fuera del hecho de que los delitos ilegales, carnales y otros, estaban fácilmente a la venta. Con el paso de los años, la zona había visto homicidios extraños, misteriosos, y demás. Pero aún... ―¡Es un cuerpo! ―Angie Taylor, la ayudante de Maggie, dijo con su voz suave, arrastrando las palabras, llena de ambos, temor y fascinación, mientras atravesaba la oficina, trayendo a Maggie una taza de un rico café aromatizado con achicoria. ―Un cuerpo asesinado, ―añadió enfáticamente. Angie era una dínamo, cuarenta y cinco pies con sus tacones más altos, hermosamente y apretadamente desarrollada. Era de ascendencia cajún, con un magnífico pelo oscuro y ojos inmensos, conmovedores y sensuales. Tenía una fascinación por la vida, una energía, que no la abandonaba. Era la mejor amiga de Maggie, además de la asistente más competente del mundo. ―Ha habido otros asesinatos aquí anteriormente, ―Maggie murmuró, frunciendo el ceño mientras trataba de mirar a través de la multitud. Incluso desde su posición aquí por encima de la calle, había poco que poder ver. El cadáver estaba en una bolsa hermética para cadáveres, sobre una camilla, siendo empujado hacia la ambulancia que lo conduciría a la morgue. La multitud estaba empezando a dispersarse. Los oficiales todavía estaban ocupados detrás de la cinta del delito, especialistas y técnicos buscando pistas. ―El rumor ya es endémico en la calle. Este cuerpo fue decapitado. Maggie sintió otra pequeña serpiente de escalofrío a lo largo de su columna. ―¿Cuerpo femenino o masculino? ―Masculino. Un alcahuete, si la conversación en el Café La Petite Fleur es correcta ―Angie dijo despacio. El Café se encontraba en la puerta de al lado de ellas. Muy conveniente. Era nuevo, pero los propietarios ―marido y mujer ―eran criollos, con una historia familiar que se remontaba a los orígenes de la ciudad. Sus beignets y su café con leche estaban fuera de este mundo. Angie continuó, hablando más despacio. ―La víctima del homicidio era un hombre joven, un tipo apuesto. Dicen que era un alcahuete que trabajaba al tipo adecuado de chicas. ―¿No era como el asesinato que llenó los periódicos el otro día? ―Maggie preguntó, sujetando las cortinas de encaje para mantener su vigilancia de la calle. ―No, no. El cuerpo no fue mutilado, sólo decapitado. ―Sólo decapitado, ―Maggie murmuró. Angie se río tontamente, nerviosa. ―Supongo que eso es suficientemente horrible, ¿no? Sólo fue la descripción de la manera en que esa pobre muchacha fue encontrada en el cementerio... Bien, era una pobre chica joven. Un ángel caído, si quieres. Ahora este tipo, parece ser, estaba viviendo del dolor de otros. Maggie la lanzó una mirada irónica. ―Angie, no creo que todas las prostitutas sufran dolor actualmente. Algunas deciden hacer lo que hacen porque pueden sacar lo que ellas consideran un buen dinero. ―Se encogió de hombros. ―¡Algunas mujeres incluso han hecho una carrera de ser madamas! Angie arrugó su nariz.

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―Nadie se acuesta con hombres repugnantes, groseros, asquerosos y peludos sin estar sufriendo. Mi opinión aquí es que el tipo que fue asesinado anoche ―o donde fuera que fuera asesinado ―estaba vendiendo la carne de otra persona y haciendo su dinero así. No puedo imaginar nada más despreciable. ―Miró a Maggie y suspiró otra vez. ―Maggie, es sólo un poquito mejor porque era malo, malvado si quieres. Y tal vez una cosa malvada le pasó a una persona malvada, y eso es sólo un poquito más justo que lo que le pasó a esa pobre y perdida jovencita. ¿No piensas que el mal se paga con el mal? ―No, no siempre, ―dijo Maggie. Luego sonrío, agitando su cabeza. ―Angie, tú estás buscando un mundo perfecto. Si hubiera un mundo perfecto, maravillosas y amables personas no estarían lisiadas y en sillas de ruedas. Los bebés no morirían de SIDA. Angie suspiró con inmensa impaciencia. ―Es sólo mi opinión. ¿No queda bien cuando es a una persona mala a la que le pasa algo malo? Maggie tuvo que sonreír ligeramente. ―¿Y qué si no fuera tan malo? ¿Y si hubiera sufrido abusos o hubiera sido maltratado cuando era un niño? ¿Y si tuviera un profundo odio psicológico hacia las mujeres… ―¡Maggie, él era malo! ―Angie anunció con impaciencia ―el prostituyó a mujeres por dinero. ¡Y lo que es, es! Maggie levantó sus manos, todavía sonriente. ―Muy bien. No tiene ninguna excusa. Ya has hecho tu observación. Aunque... ―Aunque ¿qué? ―Dos personas decapitadas en una semana. ―¿Piensas que es el mismo asesino? Una de las víctimas era un hombre, la otra una mujer. Uno fue descuartizado en pedazos y la otra, simplemente, perdió su cabeza. Maggie vaciló. ―La decapitación no es algo muy común, ―dijo tranquilamente. ―Y es espeluznante. Nueva Orleans se va a volver loca. Los turistas empezarán a largarse si la policía no puede hacer un arresto rápidamente. ―Los turistas están llenando la tienda abajo ahora mismo a pesar de la policía. O puede ser que debido a ellos, ―dijo Angie con una advertencia tajante y profesional. ―Si Allie y Gema necesitan apoyo, llamarán por teléfono, ―la aseguró Maggie, dejando la ventana y regresando a su escritorio, arrellanándose cansadamente en el sillón giratorio de detrás. Allie y Gema eran las vendedoras que manejaban la sección de la boutique de abajo de Magdalena's. El negocio había permanecido en la familia de Maggie por años. Desde antes de la Guerra Civil, mujeres Montgomery habían estado diseñando hermosa ropa de moda. Habían sido largos trajes de etiqueta al principio, y una gran parte de las prendas de diseño exclusivo que Maggie diseñó, recordaban a los trajes de noche. Pero durante los últimos años, se había encontrado a si misma trabajando también en ropa funcional y en lencería, yendo a la par de los tiempos, ella asumía. Pero junto con sus diseños únicos hechos de encargo, mantenía una boutique donde aquellos que no dispusieran de unas carteras para comprar un diseño exclusivo, pudieran encontrar artículos no corrientes, a precios especiales. Al mismo tiempo que Gema y Allie, tenía una plantilla de veinte costureras, dos supervisoras con dos ayudantes cada una, un recepcionista y un contable para manejar los tejemanejes del negocio. Ella creaba los diseños ―la lencería, la ropa de diario, incluso las joyas ―y ella y Allie, generalmente, creaban las exposiciones Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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que se veían a través de las ventanas en la tienda de abajo. Las oficinas estaban en el segundo piso, la producción en el tercero. El edificio tenía ciento cincuenta años, encantador en su arquitectura, modernizado solo lo suficiente para hacerlo cómodo y conveniente, pero conservando su carácter. Cissy Spillane, la recepcionista, una chica alta, cuarterona, con una figura delgada y unas facciones deslumbrantes, golpeaba suavemente sobre la puerta abierta de Maggie. ―Maggie, hay dos policías en el área de recepción. Quieren hablar contigo. ―¿Conmigo? ―dijo Maggie, sorprendida. Cissy se encogió de hombros. ―También me hicieron algunas preguntas, y quieren hablar con Angie. Pero parecen principalmente interesados ti. ―¿Por qué? ―Porque eres la dueña del edificio ―dijo Cissy ―Por lo menos, eso es lo que me parece a mí. Maggie echó un vistazo a su reloj, molesta por sentir esa inquietud. ―Tengo una cita a las diez ―murmuró. ―Es con la Sra. Rochfort. ¡Sujetaré el viejo hacha de guerra acorralándola! ―Angie prometió. No había ninguna manera de que pudiera negarse a ver a la policía. Volverían con profundas sospechas y órdenes de registro si lo hiciera. ―Muy bien. Acompáñalos, por favor, Cissy ―Maggie le dijo. Angie salió un momento por la puerta a la oficina de Maggie detrás de Cissy. Menos de treinta segundos después, Cissy volvía seguida por dos hombres. Ninguno vestía uniforme. Maggie se puso de pie desde su sillón giratorio y caminó alrededor de su gran escritorio de roble, inspeccionando a los dos rápidamente. Eran un par impresionante. El hombre más joven era un alto y fornido pelirrojo, con una sonrisa rápida y cálidos ojos marrones afectuosos, que parecieron intensificarse mientras la miraba aproximarse. Era apuesto, en la flor de la vida, pensó Maggie, y se preguntaba si su esposa o su novia temían por él por su trabajo. El segundo hombre parecía ser más veterano, definitivamente más viejo, pero aún increíblemente atractivo. Por una extraña razón, le causó un pequeño revoloteo moviéndose dentro de su corazón. Él había estado observando a su alrededor, pensó ella, estudiando los enigmáticos y perspicaces ojos azules que la analizaron tan abiertamente a cambio. Era un hombre alto, al menos 1,83 cms, de amplios hombros, con el pelo muy oscuro que ya empezaba a adquirir algunas líneas de plata en las sienes. Sus cejas eran muy oscuras, agradablemente arqueadas. Su piel estaba bronceada por la exposición al sol y tenía finas arrugas alrededor de su boca y sus ojos. Estas añadían carácter a una cara que era llamativa, más de rasgos duros que apuesta, pero esculpida limpiamente, con energía. Había fluidez en sus movimientos, algo sobre sus ojos, e incluso la curva de su boca, que era elementalmente sensual. Había un poder sobre él, una fuerza de voluntad, que eran totalmente irresistibles. ―¿La señorita Montgomery? ―preguntó. Tenía una voz profunda. Era resonante. Sintió otro pequeño estremecimiento dentro de ella. ―Sí, ¿En qué puedo ayudarlo? ―Soy Jack Delaney, señorita Montgomery, ―el hombre más joven se dirigió rápidamente a ofrecerla un apretón de manos. ―Éste es mi compañero, Sean Canady. Tenemos… Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Canady? ―Repitió, volviendo sus ojos hacia el hombre más viejo. Sean. Él asintió con la cabeza, mirándola a cambio. Sonrío. Era una sonrisa bonita, triste, cortada a través de su bronceada cara. Añadió un encanto e incluso una mayor sensualidad a sus rasgos duramente tallados. ―Un nombre de los viejos tiempos, lo sé. Como lo es el suyo. Ella también asintió con la cabeza, y le preguntó. ―¿No hay una estatua de uno de sus antepasados en una esquina no lejos de aquí? ―Un tatara-tatara abuelo, creo. Otro Sean. Formó una compañía de caballería para Dixie y dirigió a muchos en una valiente carga contra los yanquis, o por lo menos, es lo que dice en la placa debajo de la estatua. ―¡Ah, sí! Recuerdo las historias sobre él. Podía viajar como un relámpago, al menos, así decían. Canady sonrío. ―Y es cierto, estoy encantado de conocerla. Magdalena’s ya estaba aquí cuando Sean estaba defendiendo su ciudad. Maggie asintió con la cabeza. ―Hemos cambiado durante todos estos años, pero sí, todo comenzó antes que eso. ―Sentimos molestarla, ―dijo Jack ―pero desafortunadamente, tenemos algunas cuestiones que debemos preguntarle. ―Muy bien, ―Maggie les dijo. ―¿Querrían sentarse? ¿Les puedo ofrecer un poco de café? ―No ―comenzó Sean. ―Si ―dijo Jack. Miró a Sean. Maggie decidió que era evidente, que, aunque no se habían presentado con ninguna orden, Sean era el superior aquí. Pero Sean parecía totalmente a gusto con su autoridad y no necesitaba demostrar nada. Sonrió con gusto a Jack. ―Sí. Un café estaría bien. Maggie volvió detrás de su escritorio y presionó el intercomunicador, pidiendo a Cissy que trajera café para los caballeros. Luego se sentó, barriendo una mano hacia los sillones victorianos suntuosamente tapizados que miraban hacia su escritorio, agradablemente tallado. Los hombres tomaron asiento, Sean en frente de ella a la izquierda y Jack en frente de ella a su derecha. ―¿Es este un asunto de negocios, caballeros? ―preguntó. Trató de mirarlos a los dos a la vez. Pero se encontró a si misma mirando fijamente a los ojos de Sean Canady. Él asintió con la cabeza con gravedad, mirándola. Tenía el presentimiento de que en los pocos minutos en que habían estado juntos, él había hecho una valoración total de ella ―la manera en que ella se veía, la manera en que se movía, la forma de hablar, las cosas que dijo. Anotaría los detalles. Todos los pequeños detalles. ―¿Es usted consciente de que ha habido otro asesinato? ―dijo Jack. Se las arregló para arrancar su mirada fija de Sean y mirar a Jack Delaney. ―¿Otro asesinato? No es por insultar los esfuerzos de la policía, caballeros, pero soy consciente de que hay muchos homicidios todos los años en Nueva Orleans.

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―Desafortunadamente, eso es cierto ―dijo Sean. Echó un vistazo a su compañero, quizás sólo un poco irritado. ―Expresemos la pregunta de otra manera. ¿Es usted consciente de que fue encontrado un cuerpo en la calle, justo a dos bloques de aquí? Asintió con la cabeza. ―Un joven. Un proxeneta ―por lo menos esa fue la conversación en el café de al lado. ―Se escuchó un golpeteo en la puerta, y Cissy asomó su cabeza. ―Café. ¿Puedo entrarlo? Maggie asintió con la cabeza. ―Gracias, Cissy, en el escritorio estará bien. Cissy depositó la bandeja sobre la mesa, mostrando rápidamente a los oficiales el azúcar, la leche, y el edulcorante artificial. Jack añadió leche. Sean tomó el suyo negro. De algún modo, ella sabía que sería así. Tenía la mirada de un hombre dedicado. Uno que se saldría fuera de su casa (apartamento?) con una madalena en una mano y una taza de café negro en la otra. No malgastaría el tiempo en comer cuando el tiempo era crucial, y aunque necesitaría la cafeína suficientemente a menudo para continuar, no perdería el tiempo en echarse leche o azúcar. Jack podría llegar a ser como él algún día ―sólo que no había dado la vuelta a la manzana tantas veces como Sean. Se dio cuenta de que Canady le estaba devolviendo su mirada fija. Se preguntaba si él estaba imaginando su estilo de vida, justo como ella estaba imaginando el suyo. Esos ojos azules oscuros la estaban estudiando. Eran inquietantes. Se preguntaba, con una sombra de inquietud, que veía en ellos. Y aunque pareciera extraño, sintió esa pequeña oleada de revuelo dentro de su pecho de nuevo. Era esa clase de hombre que podía hacer eso a una mujer. Se preguntaba si era consciente de su encanto. Era un hombre atractivo. Endurecido, sensato, madurando. Y era molesto darse cuenta de cuán profundamente era atraída hacia él. Casi dolorosamente. Y su nombre era Canady. Dobló sus dedos ante ella sobre su escritorio. ¿Qué le pasaba a ella? Era adulta también. ―Caballeros, soy consciente de que un cadáver fue encontrado cerca de aquí esta mañana. El de un hombre joven. ―Y era un conocido proxeneta y un delincuente menor ―Jack agregó. ―Sí, también escuché eso. ―¿Sí? ―Sean preguntó. Ella se encogió de hombros. ―Usted sabe que las noticias viajan rápido ―tenemos un pequeño café al otro lado de la puerta. En realidad, nos hemos estado preguntando aquí esta mañana si hay alguna conexión con la pobre muchacha encontrada la semana pasada. ―Obviamente, nos estamos preguntando nosotros lo mismo ―dijo Jack. Maggie levantó sus manos. ―¿Cómo puedo ayudarlos? ¿Por qué han venido aquí? Fue Sean quien se inclinó hacia adelante, con sus afilados y profundos ojos azules explorando los suyos. ―Porque, señorita Montgomery… ¿Es señorita? Ella asintió con la cabeza. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Por qué…? ―Porque, es bastante curioso que nuestro cadáver parece haber perdido la mayor parte de su sangre ―dijo Jack. ―Pero ―añadió Sean suavemente, observándola, siempre observándola ―había un rastro pequeño de gotas de sangre, diminuto, casi minúsculo. Y conducía hasta aquí. Hasta la entrada arqueada que sube desde la calle hasta las oficinas del segundo piso de Empresas Montgomery.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0022 ―Ahora bien ―dijo Jack con seguridad cuando dejaron atrás el edificio de Montgomery. ―Es una mujer hermosa Sean lanzó un gruñido. No porque no estuviera de acuerdo. Maggie Montgomery era más que hermosa. Era alta y flexible, de formas marcadas, con un pecho abundante, una cintura delgada, y caderas acampanadas; tenía las piernas largas, muy largas, un sexy pelo castaño rojizo, e inteligentes ojos de color de avellana salpicados de reflejos dorados. Se movía con una gracia y una confianza plena. Olía provocativamente, a un poco de perfume sensual. En cuanto puso sus ojos sobre ella, pensó que era la mujer más excepcional a quien alguna vez había conocido, la más atractiva. Increíblemente, casi se había olvidado del cadáver. Sólo que había algo sobre ella. Algo que sacó su instinto más primitivo. Eso hacía que un hombre deseara… ―Quiero decir hermosa. Sean lanzó un gruñido otra vez. ―Realmente hermosa. Una fantasía. Estrella de cine, modelo sobre un pedestal. Incluso mejor, una reina de un poster central… ―Jack, las gotas de sangre nos llevaron a su puerta. ―Posee su propio negocio. Un gran negocio. Debe ser tan rica como Midas. ¿Has podido ver los trajes en esos escaparates de abajo? ―Es dinero viejo, Jack. El nombre de Montgomery viene de atrás, de muy atrás. ―Dinero viejo... Pero me pregunto si está más cerca de mi edad, o de la tuya. No importa. Me pregunto si alguna vez saldría con un poli. No conmigo, por supuesto. A pesar de que estaba babeando. A decir verdad, me temía que mi lengua fuese a caerse sobre el piso. Pero ella te estaba mirando a ti. Independientemente de su edad, le deben gustar los hombres más viejos. Sean finalmente se paró, arqueando una ceja a su joven compañero. ―No creo que cuarenta años se considere viejo actualmente, ―dijo Jack rápidamente. ―Quiero decir, maldita sea, que no parecía interesada en mí en absoluto. ―Jack, ella puede ser bien una sospechosa de asesinato. ―¡Oh, vamos ya, Sean! ¿Qué ella qué? Puede tener 1,77 de altura y 59 kgs como máximo. Delgada pero, hombre... de forma bonita. Incluso con ese traje de oficina. Grandes piernas. Realmente siempre me han gustado un gran par de piernas. Y las suyas... Aunque nos ha hecho a los dos girar a su alrededor. Me pregunto si trabaja en ello. Me pregunto si va a un gimnasio. Y si lo hace, me pregunto a cuál. Me gustaría verla en ropa informal. ―Jack, te repito, ella bien podría ser sospechosa de homicidio. ―¡Dame un respiro! ¿Puedes imaginar ese ejemplo de pura elegancia descuartizando un cuerpo en piezas y dejando las partes desparramadas encima de una tumba? ―No tenemos un vínculo positivo entre los homicidios. Encontramos un cadáver esta mañana, y seguimos unas gotas que dejaron un rastro hasta su puerta.

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―Hay varias docenas de personas trabajando en ese edificio de oficinas, Sean. Y tenemos chicos forenses buscando más sangre, y ella no parecía en lo más mínimo preocupada por lo que estaban haciendo. Y si encontramos más sangre en el edificio, eso no la etiqueta como el asesino. ¡Es absurdo! No soy tan experimentado como tú, pero incluso yo sé que se necesita una fuerza formidable para cortar una cabeza así! Y si el tipo fue asesinado en otro lugar y traído hasta la acera, tendría que ser increíblemente fuerte. Con o sin sangre, ese cadáver no era ninguna persona de poco peso. ―Pero, si no lo mató, si puede estar protegiendo a la persona que lo hizo. ―Y un psicópata pudo haberlo hecho en nuestro cadáver y utilizar su edificio como una ruta de escape. ―Podría ser ―pero vamos a tener que perseguir cada mínima pista sobre esto. Un segundo asesinato de este tipo en unos pocos días… la prensa va a masacrarnos. ―Cadáveres sin cabeza... Supongo que es un poco anormal, incluso para Nueva Orleans, ―Jack dijo tristemente. ―Pero Maggie tiene que ser inocente. ―¿Maggie? ―Sean preguntó irónicamente. ―La señorita Montgomery. Maggie le queda bien. ―¿Porqué ella es tan cálida y abierta y dulce? Jack sonrió abiertamente, encogiéndose de hombros. ―Adelante, sé un cínico. ―Claro, ya puedo verte decirle al jefe, ¡Señor, la mujer es inocente, mire esos ojos dorados y esas largas y perversas piernas, y usted sabrá eso al instante! ―Cierto. Estuviste mirándola a los ojos todo el tiempo. ―Muy bien, aunque parece que ella tiene grandes pechos también, aunque no puedo decir que podría juzgarlo realmente bajo ese traje. ―Dulce Jesús ―Sean farfulló. ―Tú estás de vuelta de todo, Sean ―estás mostrando tu edad. ―Sí, tal vez. ―¿Qué es lo próximo? ―Jack preguntó más seriamente. ―Juntaremos un grupo de trabajo y haremos una reunión, y esperemos que los chicos de la ronda se hayan enterado de algo. Luego veremos a Pierre, y esperaremos que él tenga algo. Entonces, oh, infiernos, vamos a tener que tener algo parecido a una conferencia de prensa. ―Sí, cierto. ¡La prensa estará lista para cortar nuestras cabezas! ―Jack murmuró. Sean comenzó a hablar, pero entonces se encogió de hombros. Jack tenía razón. Los medios de comunicación definitivamente estarían preparados para su propia marca de decapitación, y si esta situación no pudiera ser solucionada rápidamente, todos ellos estarían sangrando.

Algunos de los empleados de Maggie estaban perturbados por el homicidio que había tenido lugar, aparentemente, tan cerca del edificio. De una manera suficientemente rara, otros no lo estaban. Maggie había preguntado a todos sus empleados en el área de la tienda de abajo justo después de las cinco ―dejando tiempo a la Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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mayoría, y cuándo las puertas de la tienda se cerraron por la noche. Había hecho los arreglos para que aquellos que fueran caminando a sus casas en el Vieux Carre lo hicieran en pares, y aquellos que conducían hacia el casco antiguo, fueran acompañados hasta sus automóviles. Al final, sin embargo, algunas de sus chicas se quedaron con ella, aparentemente, no afectadas por los acontecimientos. ―Cariño, ―le dijo Cissy ―No tengo un camión con delincuentes como ese alcahuete y esa prostituta. Ahora, esto es N’Awleans, y voy con cuidado, aunque mantengo mi nariz despejada, camino por la calles correctas, y si todos los narcotraficantes y los proxenetas de esta ciudad tienen el deseo de decapitarse entre ellos, entonces ¡tanto mejor! Ahora, ¿vas a venir a ver a la banda de Dean con nosotros esta noche o qué? Dean, el hermano de veinticinco años de Chance Lebrow, uno de sus pocos empleados masculinos, y un supervisor en los cuartos de costura, que podía tocar una trompeta de jazz estupendamente, además de una media docena de otros instrumentos. Se había ido a la universidad y acababa de terminar su máster en arquitectura en Nueva York y vuelto a casa, y ahora, por las noches, estaba actuando en uno de los clubes locales más populares en Bourbon Street. ―No estoy segura, ―Maggie le dijo. ―No estoy de humor para fiestas. ―Ahora, niña, ¡no puedes dejar que el homicidio de un maldito proxeneta te deprima! ―Cissy protestó. ―No es el homicidio de un maldito proxeneta tanto como el hecho de que ese maldito proxeneta se las arregló para ser asesinado cerca de mi puerta ―Maggie admitió. ―Y luego, de algún modo, se las arregló para conseguir que sus pequeñas gotitas de sangre fueran derechas hacia mi puerta. ―Cariño, esos polis que estaban espolvoreando alrededor de las puertas y los pasillos me dijeron que no encontraron nada dentro del edificio ―Marie la aseguró. ―Y ―Angie, que se había quedado atrás también, la aseguró dramáticamente que —Cissy debe saberlo. Se pasó el día coqueteando con un joven apuesto Adonis. Maggie arqueó una ceja. ―¿Un poli? ¿Estuvo coqueteando con uno de los polis? ―¿Tienes algo en contra de los policías? ―Cissy habló arrastrando las palabras. ―Solamente en una ocasión. Cissy sonrió abiertamente. —Bien, cariño, ese tipo era un Adonis. Desarrollado de la misma manera que un ladrillo. Y era alto. Medir casi 1,82 para una mujer no es fácil. Él medía unos buenos sesenta y tres. Podría salir con él, y llevar tacones. ―¡Cásate con él, y crea a niños Amazonas! ―Angie bromeó. ―¿Era un Adonis negro o blanco? ―Maggie preguntó. ―Negro, cariño, la única clase, ―Cissy la garantizó, y se burló. ―No fue tu teniente. ―Mi teniente. ―Es el más atractivo chico blanco a quien alguna vez he visto, ―Cissy la aseguró.

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―Un detective de homicidios que investiga mi edificio no es un buen chico blanco ―es un dolor. ―Pero Maggie sonrío repentinamente. ―Me alegro de que se presentara tu Adonis ―por lo menos parece que algo bueno ha traído el día. ¿Te invitó a salir? Angie resopló de un modo poco femenino. ―¿La invitó a salir? ¡Ella le había preguntado antes de averiguarlo si él hablaba Inglés! Maggie arqueó una ceja a Cissy. ―Simplemente sugerí que un hombre, harto después de un día de buscar pistas que no existían, podría disfrutar de una tarde de jazz. Así que si quieres ver a este Adonis, mejor te vienes con nosotros esta noche. Maggie todavía vaciló. Había estado rodeada de gente todo el día, y la visita de la policía había sido perturbadora, por decir lo menor. Que las gotas de sangre llegaran a su puerta directamente era increíblemente preocupante y, ya que sabía que sería acosada por la policía en los días venideros, lo era más aún. Necesitaba un poco de tiempo sola para reunir sus ideas. ―No vamos a darte una oportunidad de dar marcha atrás, ―Angie dijo con determinación. ―Iremos derechos desde aquí. ―Oh, no sé, no estoy vestida realmente para una noche en un club de jazz… ―Es verano en Nueva Orleans, los turistas avanzan en masa por todas partes con absurdas camisas y pantalones cortos, y ¿tú estás preocupada por lo que llevas puesto? ―Cissy exigió. ―Especialmente cuando solamente tienes que coger la ropa de cualquier maniquí de la planta ―Angie dijo. ―Narices, en algunos de estos clubes últimamente podría ir desnuda con sólo una cadena en el estómago y ser completamente elegante y pasar totalmente inadvertida, ―dijo Angie. ―¿Maggie, desnuda, inadvertida? No lo creo ―Cissy protestó. ―Bien, ¡Sabes malditamente bien que estoy exagerando! ―Angie dijo con exasperación. ―¡Hey, hey! Está bien, ¡Iré! ―Maggie protestó. ―Estará bien escuchar a Dean tocar. ―Me cambiaré primero ―Angie dijo con determinación. ―Si todo está bien, me gustaría utilizar tu ducha, Maggie, si puedo. ―Seguro. Adelante ―dijo Maggie. Ella tenía un baño privado en su oficina ―un lujo algo derrochador, se había dicho a sí misma, pero lo adoraba. Tenía un baño de mármol grande y blanco con hidromasaje, una ducha por separado rodeada con vidrio grabado, y un tocador de mármol que se extendía interminable. Contra el mármol blanco, el piso y las paredes estaban en brillante rojo, negro, y dorado. Reflexionó que sólo apenas lo mantenía apartado de las miradas como si perteneciera a una casa de putas de clase alta por las delicadas cortinas de encaje venecianas sobrepuestas a los cortinajes de oro más pesados que cubrían las ventanas que miraban sobre el patio del edificio. ―Cissy, si lo deseas, y estuvieras planeando ir derecha desde aquí, puedes ducharte después de Angie ―De ninguna manera. Soy la tercera. Si te dejáramos ir en último lugar, encontrarías algo de trabajo por hacer y tratarías de desistir de reunirte con nosotras.―Se giró alrededor, mirando un simple vestido sin mangas negro sobre el maniquí al lado de ellas. ―Ahora esto ―es perfecto. ―¿Para ti o para mí? ―Maggie preguntó, riéndose. ―Cariño, ya soy perfectamente hermosa en el negro básico. Éste es para ti, y lo sabes. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―No trato de diseñar ropa que no me gusta ―dijo Maggie. Cissy la recompensó con una mirada furiosa exasperada. ―El negro es tu color. Tu piel es tan pura, exactamente como el mármol. Y con tu pelo... porque, cariño, es el puro fuego contra el negro y el blanco. Angie se río tontamente.. ―¡Vaya una sociedad de admiración! Demasiado malo que seamos tan rectas. ―Los hombres se olvidan de elogiar a las mujeres ―Cissy dijo serenamente. ―A veces tenemos que admirarnos a nosotras mismas. ―Desde que todas nosotras somos tan hermosas ―Angie dijo, ―déjanos conseguir citas para cenar. ―Lo tendré en cuenta. Ustedes dos, póngase en marcha ―Cissy insistió. Cenar. Maggie se sorprendió al darse cuenta de que su estómago estaba algo revuelto. Un hombre había sido asesinado violentamente a unos pasos de su puerta. Un proxeneta, un delincuente, un malvado SOB1, probablemente. Y aun así... ―La cena será grandiosa, ―dijo. ―Una noche bonita para salir. Nos olvidaremos de todo acerca de… ―¡Personas Muertas! ―Angie anunció. Maggie arqueó una ceja, vacilando. ―Bien. Nos olvidaremos de todo acerca de personas muertas.

Pierre LePont llevaba en su trabajo más de veinte años. Aunque Sean conoció a numerosos forenses, hombres y mujeres ―y policías ―que bromeaban con un humor de cementerio, Pierre no estaba entre ellos. No había visto nunca a Pierre picar de su almuerzo mientras un fiambre estaba tendido en una tabla cercana; el hombre mantenía un respeto por los muertos que era a veces humillante para aquellos que trabajaban con él. Aunque la muerte podía ser un estado muy humillante en sí mismo. En la vida, Anthony Beale podría haber sido amenazado e intimidado, y desafiado con polvo y tierra en su traje de Armani. Ahora, su cuerpo estaba desnudo y pálido y su cabeza estaba depositada en un recipiente separado de acero inoxidable sobre una camilla, junto a la mesa de autopsias. No importaba qué antiséptico pudiera ser, la morgue tenía su olor. La muerte antiséptica, pero la muerte a pesar de todo. ―¿Qué has conseguido para mí? ―Sean preguntó a Pierre, caminando alrededor del cadáver, estudiando la carne pálida. Tenía un maldito raro aspecto, peor que la piel sobre algunos de los cadáveres que había visto arrastrar afuera del Mississippi después de días en el agua. ―No mucha sangre ―Pierre dijo, con los brazos cruzados sobre su pecho mientras miraba fijamente el cadáver. A Beale ya le había sido practicada la autopsia, y cosido hacia arriba. Estaba

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SOB (en inglés, Son of the bitch, “hijo de puta” en español, aunque en inglés el significado no es tan drástico cómo en español… por eso dejo la palabra original.(N. de T.) Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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listo para volver a los cajones. Se parecía a una réplica del monstruo de Frankenstein, con suturas que sujetaban el corte en forma de “Y” hecho sobre su pecho para la autopsia. ―Así que fue asesinado en otro lugar y cambiado de sitio… ―No dije eso. ―¿Qué estás diciendo? ―Estoy diciendo que había poca condenada sangre en él. Eso es por lo qué no tiene ningún color. ―Muy bien, así que fue decapitado. La sangre habría brotado a chorros fuera de las arterias... a menos que fuera asesinado antes de que fuera decapitado y... Infiernos, la sangre sola no desaparece. ―Creo que el golpe en la garganta en el momento de la muerte es lo que le ha asesinado. Había pensado que tal vez había muerto de un ataque cardíaco y luego había sido decapitado, pero ése no es el caso. No hay suficiente trauma en el corazón. ―Pero aun así, Pierre, debe haber sido asesinado en otro lugar. En realidad, debe haber sido asesinado de un modo similar a la manera en que sacrificamos a los animales. Colgado y drenado de su sangre, y luego arrojado al sitio donde lo encontramos. Pierre se encogió de hombros. ―¿Qué significa eso? ―Sean preguntó, molesto. ―Ése es un guión posible. Sean se llevó las manos a la cabeza. Pierre obstinadamente apretó sus brazos cruzados sobre su pecho. ―He sacado a nuestra Jane Doe otra vez ―le dijo a Sean, mostrando un cadáver cubierto con una sábana sobre una camilla algunos metros más allá. ―Jane Doe, decapitada, depositada encima de una lápida, con sus órganos internos colocados alrededor de ella. Ninguna sangre. Ninguna maldita sangre. Sean suspiró, pasando sus manos por su pelo. ―Parece como si tuviéramos entre manos alguna clase de asesinatos ritualistas. Algún culto de vudú, Santerías o semejantes. Matar por la sangre. ―Haciendo un maldito buen trabajo con ello ―Pierre dijo. ―¿Qué has conseguido para mí del cadáver? ―No mucho, estoy asustado. Un asesino zurdo con una fuerza tremenda. ―¿Tendría que ser un hombre? ―Sean, eso es una pregunta políticamente incorrecta estos días. ―Oh, venga ya, Pierre… ―Un hombre, o una mujer, con una fuerza tremenda. Puedo imaginar que la mayoría de las personas con esa clase de fuerza deberían de ser machos. Pero no hay ninguna garantía estos días. ―Así que el asesino es probablemente un hombre zurdo cometiendo un asesinato ritualista ―Sean murmuró. ―Tienes razón. Eso no es mucho para continuar. ―Lo siento, ―Pierre le dijo. ―Cuando consigamos los registros de ADN, podríamos tener algo más. Las computadoras han hecho mucho para ayudar. Quién sabe, podríamos conseguir alguna coincidencia con algunos crímenes raros en otro lugar. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Pierre, tardaremos semanas en obtener el ADN ―dijo Sean cansadamente. ―Sí, bueno... Sean dio un paso hacia el cadáver, estremeciéndose cuando le miró el cuello ―y el punto de corte donde tenía que estar la cabeza. Vaciló, sintiendo una sacudida en el estómago mientras se inclinaba más cerca de la garganta del hombre muerto. ―¿Qué es esto? ―¿Qué? ―Ese punto de perforación... Ahí. Pierre rodeó cadáver. Justo al lado de la posición donde la cabeza había sido cortada había una única y leve hendidura que podía haber sido una herida por perforación. ―Sabes... maldición, odio admitirlo. No estoy muy seguro. ―Pierre... ―Sean empezó, frunciendo el ceño. ―La manera en que la cabeza fue cortada, hay tanto trauma en la carne circundante que es difícil descubrir daños adicionales. Si, ésa es una perforación... ―¿Qué? Pierre vaciló, poco dispuesto a dar información hasta que estuviese seguro. ―Tal vez fue mordido ―justo antes o directamente después de que fue asesinado. ―¿Mordido… por una criatura dentada? ―Dame un respiro, Sean. Habiendo sido cortada la cabeza, esa pequeña marca es todo lo que queda. ―¿Podría haber sido un perro? ―He tomado muestras de todas clases para su análisis ―Pierre le dijo. ―Te dije que, debido a que la cabeza ha sido cortada, hay daño en toda la carne circundante. No puedo arriesgar una conjetura ni siquiera respecto a qué causó esa perforación, si es una perforación. Maldita sea, el asesino podría haberlo mordido ―especialmente si nos estamos enfrentando con algo ritualista. O con un maniático. No sé. Tan pronto como el laboratorio me lo devuelva, contactaré contigo. ―Necesito cada mínima pequeña ayuda que pueda conseguir ―Sean le recordó. ―Hey, ya lo sé. Estoy en ello. ―Pierre vaciló un minuto. ―¿Querrías ver a Jane Doe otra vez? ―preguntó. ¿Quería ver a Jane Doe otra vez? Nunca. Ni en un millón años. Pero se dio cuenta repentinamente de que tenía que verla otra vez. Asintió con la cabeza, tomando una honda bocanada de aire. ―Menos mal que su nuevo compañero no está aquí. ¿De dónde es el joven tipo, a propósito? ¿Le dejaste al margen de la horripilante tarea de mirar fijamente cadáveres? ―Le di una tarea más horripilante. ―¿Cuál es esa? ―Preparar una declaración para la prensa ―dijo Sean. ―Bien, ahí tienes razón, ―Pierre estuvo de acuerdo, caminando hacia la camilla que llevaba a Jane Doe. ―Pobre muchacho. Eso fue más bien como alimentar a los leones con un buen muchacho y joven cristiano, ¿no?

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―Debo estar con él a tiempo para evitar que sea completamente devorado vivo ―Sean le dijo. ―Sólo… sólo la cabeza y el cuello, Pierre. Eso es todo lo que necesito. ―Jane había sido cosida concienzudamente con todas sus partes juntas. Y aunque parecía la novia de Frankenstein se veía como una reina de belleza. Pierre separó la sabana. Sean se distanció y estudió la fría y grisácea carne en estado de descomposición de la pobre muchacha. ―¿Pierre...? ―Murmuró, indicando lo qué podía haber sido una perforación, pero qué había sido parte del corte de la garganta. ―Posible... ―Pierre murmuró, suspirando. ―Y tengo que admitirlo, no vi esa posibilidad antes. ―No teníamos una posible punción con la que compararla antes ―Sean le recordó. ―Y estaba en varios trozos cuando la recogiste. Estaba en tantas malditas partes, y con el cuello cortado, que no había ninguna manera en que podías haberte dado cuenta de lo que esto podría ser... no una parte del corte. Podría estar equivocado. Sólo puede ser la punta donde el cuchillo desgarró la carne. ―No, no lo creo. No fue atacada con una hoja serrada; era un cuchillo suave. Un arma grande y con una hoja afilada. Una hoja de nueve pulgadas, diría. Llevaré más muestras de tejido para su análisis ―Pierre le aseguró. ―Desearía haber podido darte algunas respuestas más definitivas. ―Ya me has dado una. ―¿Cuál es? ―Que tenemos definitivamente un asesino en serie sobre nuestras manos ―Sean le dijo. ―Y ahora... ―Ahora ¿qué? ―Algo que decir a la prensa ―Sean dijo con tristeza. ―Me alegro de que sea tu trabajo. Bien, lo que sea que decidas hacer, mejor ve a rescatar a tu cristiano de los leones. ―Irán derechos a la garganta ―Sean dijo. ―Leones, tigres, osos ―Pierre reflexionó. ―Un perro. Muchos perros son entrenados para atacar estos días. ¿Un gato? Improbable. ¿Murciélago, rata? ¿Un mordisco que incluso no está ahí, que estamos viendo porque nos estamos agarrando a un clavo ardiendo? No sé. Buena suerte, Sean. Estaré en contacto contigo tan pronto como pueda. ―Sí, gracias, Doc. Sean dejó la morgue. Llegó a la comisaría y reportó al capitán Joe Daniels, jefe de homicidios, un hombre consciente de sus deberes, considerado solo como Jefe por sus subordinados. Daniels era una persona alta y resistente que había ascendido en su camino para alcanzar su posición a través del trabajo duro ―nunca había besado un culo, y todavía no jugaba a la política, que era una razón por la que Sean se había alegrado de servir a la ciudad a su lado durante tantos años. Sean nunca había vacilado yendo hacia él; no vociferaba y nunca se deshacía en elogios o exigía resultados y culpaba a sus oficiales por el hecho de que el delito y los criminales existían. Si Joe echaba una bronca, es porque se lo merecía. Si eras un poli corrupto, podrías esperar lo peor. Nueva Orleans era una ciudad dura. Joe era un policía fuerte. ―Dime donde estamos ―Joe exigió rotundamente. ―La verdad. Lo que tengas, y lo que no tengas. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Lo que tenemos, creo, es un monstruoso asesino en serie. Lo que no tenemos es una pista respecto a quien podría ser ―Sean admitió, sentándose en un sillón en frente del escritorio de Joe. Vaciló. —Debido a la naturaleza de los cadáveres, creo que nos estamos enfrentando con un fetichista o un serio psicópata. ―Muy bien. He escuchado todo sobre el cadáver en el cementerio. Dame lo que has conseguido sobre éste. Sean lo hizo. Joe escuchó con gravedad. Era de la idea de que tenían un asesino en serie sobre sus manos. Eso implicaba tomar medidas para revisar las escenas de los crímenes con un peine de finas púas, y buscar pruebas tanto tangibles como psicológicas. Desde los setenta, cuando el F.B.I. empezó a hacer una reseña bibliográfica de asesinos en serie, el trabajo de la policía sobre el comportamiento de criminales había tenido un largo camino. Sean había estado en casi cada clase y grupo de debate ofrecido a la policía de Nueva Orleans sobre perfiles, así que sabía a qué se estaba enfrentando ―y estaba más que deseoso de pedir consejo a criminólogos experimentados. Se constituiría un destacamento especial; Sean lo dirigiría. ―No sabemos si tenemos a un asesino en serie en nuestras manos, pero maldito si no lo parece ―dijo Joe, y le dijo a Sean que él trataría con los políticos de la ciudad y del estado, pero debido a que Sean estaría dirigiendo el destacamento especial local, los medios de comunicación eran todos suyos. ―Y tu chico se las está arreglando con los buitres ahora ahí abajo ―Joe le advirtió. ―Podrías querer intervenir y ayudarlo. Hey, si el muchacho sobrevive a esto, será una buena adquisición para el grupo. Sean estuvo de acuerdo, luego, rápidamente, dejó a Joe para unirse al circo de los medios ya en acción. Llegó a la conferencia de prensa para intervenir detrás de Jack, que se había estado manteniendo a sí mismo valientemente contra un mar de gritos, pero estaba empezando a aumentar su frustración. ―Damas y caballeros, no tenemos ningún sospechoso por el momento, pero tenemos un excelente departamento de policía y algunos de los científicos forenses más capaces en el oficio. Jack les ha dado todo que tenemos; cuando sepamos algo más, ustedes sabrán más. Por ahora… ―¿Qué está haciendo la policía para protegernos? ―Exigió una joven reportera. ―Todo lo que ellos pueden hacer, señora. Estamos haciendo doble patrulla alrededor de la ciudad, y el Gobernador ha solicitado unidades de la guardia nacional para ayudar a mantener un nivel destacado. Ahora, todos ustedes saben que en cualquier ciudad grande, las personas sólo tienen que actuar con inteligencia. No bajen por callejones oscuros, tenga cuidado cuando estén fuera tarde. Tengan en cuenta que Jane Doe estaba involucrada en un comportamiento peligroso e ilícito, y que Anthony Beale estaba igualmente comprometido en actividades ilegales. Ahora, no estamos muy seguros de lo qué representa eso aún, pero refuerza esta parte del consejo ―manténgase lejos de callejones oscuros, traten de ir y volver desde el trabajo con compañeros de trabajo, y desconfíen de los desconocidos. ―¡Genial! ¡Desconfiar de los desconocidos en una ciudad turística! ―gritó un anciano reportero del Times/Picayune. ―¿Y qué hay de la gente de los restaurantes y de nuestros empleados de hotel? ¿Cómo se las arreglarán para desconfiar de los desconocidos? ―Deben usar su inteligencia e instintos a la medida de sus posibilidades ―Sean dijo firmemente. ―Estén atentos, e informen sobre cualquier cosa, incluso algo que sea ligeramente sospechoso, a la policía. Ahora, no más preguntas; muchas gracias. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Sean acompañó a Jack fuera de la sala de la conferencia de prensa. Oficiales uniformados se cerraron detrás de ellos, dándoles una oportunidad de escapar. Sean reflexionó peculiarmente que a la prensa le habría gustado haberlos devorado y a Jack completamente. Realmente, cristianos a los leones. ―Oh, tío, ―Jack gruñó, inclinándose contra la puerta. ―No estoy para nada seguro de que ser tu compañero sea una buena cosa. ¿Qué es lo próximo? ―¿Lo próximo? ―Sean preguntó, luego sonrió abiertamente. ―Bien, voy a informar brevemente a los chicos del turno de noche. Luego me voy a casa. ―Me alegro de oír que puedes hacer eso. Que puedes solo cenar, y conseguir un buen sueño. ―No estoy muy seguro de que pueda cenar o conseguir un buen sueño. Voy a estar tan intranquilo como un gato toda la noche, pero hemos conseguido otro turno para empezar a funcionar, y son buenas personas. Ellos contactarán conmigo si hay algo más que podamos hacer. Si hubiera algo que pudiera estar haciendo, maldita sea, lo estaría haciendo. Jack repentinamente sonrió abiertamente. ―Sé qué podrías hacer, si quieres. ―¿El qué? ―¿Conoces al oficial Mike Astin? Sean asintió con la cabeza. Astin era difícil de olvidar. Había estado un año en el fútbol profesional, hasta que trituró su rodilla gravemente por lo que su carrera había terminado. Astin, sin embargo, siempre había querido ser un poli. Era bueno en el cuerpo ―inmenso de casi 1,95 de altura, y con un peso de casi 136 kgs de puro músculo. Era brillante y aun así moderado, una persona valiosa para cualquier cuerpo. ―Sí, conozco a Mike. ―Bien, pienso que deberíamos encontrarnos con él en un club de jazz. ―En un club de jazz… ―Sí, un club de jazz. Ya sabes, un sitio donde las personas van, se toman algunas bebidas, escuchan un poco de buena música. ―Infierno, Jack, la última cosa que deseo… ―Astin tiene una cita prevista con esa recepcionista alta y preciosa que trabaja en Empresas Montgomery. ¿No necesitamos saber todo que podamos sobre los empleados de Empresas Montgomery? Sean abrió su boca, la cerró. Levantó sus manos, las dejó caer. Luego empezó a reírse.. ―Dios, me encanta el jazz. Y hace una burrada de tiempo que no he escuchado buena música. Jack estaba encantado. Su compañero lo había estado cubriendo todo el día, incluso salvando su penoso culo en la conferencia de prensa cuando las preguntas empezaron a llegar a ser demasiado difíciles, rápidas, y furiosas. Pero ahora... Bien, podría ser, él tendría una oportunidad para una pequeña restitución. ―Me voy a casa para lavarme ―dijo ―¿Pero te reunirás con Mike y conmigo, ¿no? ―Oh, sí. Diablos, sí. Bourbon Street en una hora ―Sean le dijo, dando media vuelta para partir. Jack lo miró, sonriendo abiertamente. Él supuso que ellos, después de todo, no iban a salir por la noche. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Fue en París, no mucho después de que probó su primera sangre, que conoció a Lucian. Y la contó las reglas. No supo qué estaba ocurriendo esa primera noche; pensaba que estaba soñando. Efectivamente, era un sueño, una pesadilla de las proporciones más horribles. Había llegado recientemente a París. Su padre la había enviado. Naturalmente, después de su aventura amorosa con Alec y sus consecuencias, había poco que hacer excepto enviar a una heredera de buena crianza a Europa. Y debido a que era una desconocida en esta hermosa vieja ciudad, era natural que durmiera de manera irregular, con impaciencia. Y soñando. Parecía que el viento soplaba rápidamente alrededor de ella con una fuerza tremenda y oscura. La tierra temblaba y temblaba, el aire era como una tempestad, la oscuridad fue envolviéndola. Sentía que permanecía tendida quieta, con los dientes castañeteando contra la potencia de la fuerza, y en ese momento fue levantada, levantada por el viento, por los verdaderos poderes de la noche, de la oscuridad. Voló, obligada a volar alto a través del tiempo y del espacio. Luego, todo se quedó tranquilo. La oscuridad se depositaba alrededor de ella, pero lentamente, y una parpadeante luz roja y marfil transformó la negrura completa en sombras. Estaba tendida ahora sobre algo sólido. Se encontró a si misma sobre una alfombra de piel ante un fuego ardiendo ferozmente. Las llamas mantenían la oscuridad a raya con una luz roja extraña. Ella miró a su alrededor, confundida, desorientada. No estaba en su propio dormitorio, en cambio se encontraba en los dominios privados de otra persona. Cerca del fuego se encontraba una enorme cama con cuatro postes con elaboradas esculturas y un cubrecama de raso negra. Había un escritorio, un lavabo y un espejo giratorio. Y justo delante de ella, compartiendo la luz y el calor del fuego, estaba sentado un hombre en un gran sillón con grandes alas en el respaldo. La miró, con las manos plegadas con toda tranquilidad en su regazo. Aunque estaba sentado, podía ver que era un hombre alto y ancho de hombros. Regio, confiado, incluso arrogante, por la manera en que se sentaba. Su pelo era oscuro, rico, largo hasta sus hombros. En la extraña luz de rojo y oro que obligaba a retroceder a las sombras, ella le analizó. Elegante, serio, apuesto de una manera curiosa. Y aterrador, por lo que podía ver en sus ojos. Quizás deberían de haber sido marrones; en esa oscuridad el marrón oscuro era casi negro de una manera criolla. Pero no eran marrones. Eran tan rojos como las llamas de la chimenea. Ella se incorporó, arrastrando sus piernas debajo de ella, tratando de enfocar muy audazmente su mirada fija. Trató de recordarse a sí misma, convencerse de que era un sueño. Sueño. ¡Dios! ¡No! Una pesadilla, y ella había caído en los agujeros de la desesperación hasta llegar al diablo mismo.

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Él se incorporó, sonriendo. Una sonrisa perversa, satisfecha y petulante, como si hubiera visto sus ojos cuando ella le había mirado a él; como si hubiera visto el miedo dentro de ellos, y estuviera profundamente encantado al darse cuenta de que ella se encogía de miedo ante él. Trató de sentarse muy alta y muy recta sobre su extraño trono de piel. Desafiante. Después de todo, si fuera una pesadilla, lo que seguramente debería de ser, estaba bien desafiar al diablo. Llevaba una camisa negra con mangas a la moda, con volante, abierta en la garganta, pantalones cortos negros muy ceñidos que apretaban su trasero y sus muslos fuertemente, y botas negras brillantes que llegaban hasta justo encima de su rodilla. No llevaba barba o bigote, su cara estaba limpia, acentuando las líneas nítidas y sorprendentes de sus rasgos, la plenitud sensual de sus labios mientras curvaba su boca en una sonrisa burlona. Caminó hacia ella, luego alrededor de ella, acentuándose su sonrisa, sus ojos, ahora repentinamente tan oscuros como deberían haber sido, valorándola como si fuera un obsequio sorpresa; una nueva mascota quizás, o un caballo de carreras premiado. ―Oh, señorita, ¡Es usted increíble! Una creación sin medida. Había oído que eso era cierto. Alec estaba enamorado más allá de todo juicio y razón, pero Alec está muerto, y usted está con nosotros ―¡Y va a tener un niño! ¡Qué generoso, qué gracioso! Ha sido enviada a París ―su padre es un hombre inteligente. Un hombre muy inteligente. Ya ve ―estoy al tanto de todo sobre usted. Y usted, mi amor, ¿Sabe quién soy? ―Le preguntó repentinamente. Su voz era profunda, masculina, aunque ronca también, casi como si fuera una parte del aire tibio que todavía giraba a su alrededor. Fue un susurro lo que entró en ella. ―¿El Diablo? ―Preguntó a cambio. Su risa era calurosa; incluso parecía más encantado. ―Soy Lucian. ―El Diablo. Agitó su cabeza, bajando las pestañas sobre sus ojos, profundizando su sonrisa con diversión. ―Lucian DeVeau. ―El Diablo… Se paró repentinamente ante ella, capturando sus manos, arrastrándola hasta sus pies. Ella trató de liberarse, pero no pudo. Sus huesos se habrían roto antes de que su apretón se hubiera aflojado. Nunca había sentido tal potencia. Él sonrío, burlándose de sus esfuerzos. Sus ojos ardieron en los suyos. ―No el Diablo. El Rey. Su Rey. El Rey de su especie. Agitó su cabeza con vehemencia. ―No. Usted es una figura en una pesadilla. Mi especie, ¿Qué especie? Esto es ridículo, usted está equivocado, equivocado, no soy ninguna especie… Comenzó a reírse otra vez, y sintió la fuerza de él alrededor de ella. El poder del aire y del viento y el poder de la oscuridad y la noche. El poder de la extraña tormenta que la había traído. Él era ese poder; en el agarre de sus brazos, en sus ojos, en la risa que era tan rica, parte de la tempestad que la había arrastrado, y la había lanzado al suelo. ―La negación, naturalmente. Ah, ¡Es lo más dulce, mi pequeño amor, cuando el bueno e inocente están tan corruptos! Pero en fin, usted no es completamente inocente, ¿No? ¡Estaba ese joven tonto del que se enamoró! Pobre Alec. ¡Creyó en las viejas leyendas, que su amor podía Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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salvar su alma mortal! ¡Desafortunadamente su padre lo asesinó! ―Continuó, todavía divirtiéndose a si mismo tremendamente. ―Pero de nuevo, todo en el nombre del amor, ¿No? Así que usted está aquí. Uno con nosotros. ¡Mi lema, como si lo fuera! ―Él se burló. ―¡Esto es una pesadilla! ―Ella declaró. ―Usted es una pesadilla. No me quedaré aquí, me despertaré… ―Oh, no, mi dulce ―dijo, y su sonrisa permanecía, pero era sutil y ajustada. ―Compréndame. La vida es ahora esta pesadilla, y usted la vivirá. Y me escuchará, y aprenderá. Porque soy su Rey. Y usted me necesita. Y curiosa y suficientemente, a mi propia manera perversa, soy un Rey justo. ―Déjeme irme… ―ella exigió, empezando a luchar. ―Usted no tiene fuerza. La fuerza viene con el tiempo, con la práctica. Si el alma es lo que es robado, la mente permanece, y es el poder de la mente con lo que trabajamos. Présteme atención. Nadie tan exuberante como usted ha llegado en un tiempo muy largo, y disfrutaré enseñándola qué es usted, y aprenderá a escuchar. Usted es mía, señorita. Y prestará atención, cherie. No muchos están tan deseosos de enseñar, y no ofrezco mi sabiduría tan generosamente, pero bueno…. usted es única. Así que preste atención y aprenda bien. Escuchará muchas cosas, la mayoría de ellas son un mito, un rumor. Confíe en mí, y no lo que usted escuche de otros. Ahora, hay cosas simples. El sol no la matará, aunque el día no es su momento de fuerza. Podría funcionar con la luz, aunque su sueño más reparador vendrá con el amanecer. El vino todavía lo saboreará dulce, pero no será suficiente. Podrá ser lastimada, pero también podrá curar. Podrá ser lastimada gravemente, y podría tardar muchos años, incluso décadas, en curarse. Puede ser asesinada, pero sólo si su cabeza es separada de su cuello, o su corazón es atravesado. ―Esto es horroroso; no escucharé… ―Usted escuchará, y recordará ―yo gobierno. Y sobrevivimos porque gobierno sabiamente y bien, ¿Comprende? My palabra, a usted, señorita, es ley. ―No comprendo nada; despertaré… ―Desafortunadamente, usted no lo hará. Ahora, aún más importante, usted debe cenar siempre con el mayor cuidado. ―Perdone usted… ―No perdono nada. Usted comprende cada palabra. Para la mayoría de nosotros, una muerte cada luna llena es suficiente. Si usted desea vivir en paz y evitar a los cazadores mortales, debe escoger a aquellos que viven fuera de la sociedad. Busque a aquellos que pasean, personas sin hogar, criminales, prostitutas. Robe carga humana de embarcaciones en el mar. No parezca tan horrorizada. Oh, supongo que tenemos un moralizador o dos entre nuestro grupo y deciden vivir a costa de las prisiones. Efectivamente, señorita, a usted la sorprendería descubrir que incluso yo tengo mi código de ética. Si usted está angustiado por el hambre, libre al mundo más fácilmente de ésos condenados. Los asesinos se pudren en prisiones, tómelos. No importa. El método importa. Comprenda esto. Deshágase de todas las sobras. Deshágase de todas las sobras apropiadamente, ¡Esto es lo más importante! Un exceso de nuestra especie y seríamos aniquilados. Usted debe decapitar a sus víctimas, o cortarles las arterias, y si no lo hace, se enfrentará al juicio y la muerte por sus pares. ¡Sí! ¡Hay una ley entre nosotros, para nuestra supervivencia! Y nuestra justicia es rápida. Tenga cuidado con sus acciones. Usted puede crear sólo dos más de nuestra especie por siglo… ―Crear dos más... ¡por siglo! Esto es descabellado. ¡Me voy! ―¡Usted no se va a ninguna parte! ―La informó. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¡Púdrase en infierno! ―¡Usted no se va a ninguna parte! Repentinamente sintió como si estuviera volando otra vez. Embargada por la tempestad, levantada, sacudida. Aterrizó sobre la extensión de raso negra de la cama, sin aliento, pasmada. Y él estaba encima de ella. Su ropa a un lado ahora, su carne tan brillante como el raso, tan caliente como la hoguera de un fuego imposible, los ojos de él inmovilizando los suyos. Ella chilló y gritó, luchó, arañó con sus uñas. Él se río desde el principio hasta el fin, divertido, rompiendo su traje. Donde no la tocaba, todavía parecía que él podía forzarla a su voluntad. Sus ojos ordenaron, su carne obedeció. Cuando se cansó de la pelea, la pidió que cesara, que se tumbara. Con su mente asolada, su cuerpo estaba quieto. El fuego de sus ojos la tocó y tembló con rabia, pero se mantuvo tendida y vulnerable. Desnuda. Sus miembros rendidos a su placer y diversión. Estaba tan enfadada que quería matar... Pero entonces... El calor comenzó. Mordaz, penetrante, invadiendo sus miembros. Ella escuchó su susurro, tan coactivo, tranquilizador aunque evocador. Ella sintió su calor extraño y sensual. El tembloroso fuego líquido de la lengua, su caricia... sobre ella, dentro de ella. Peleó entonces contra su corazón, su alma, su mente. Aunque, libraba una lucha ya perdida. Y después, estuvo horrorizada al darse cuenta de que tenía el poder de sacar de ella lo que quisiera. A su voluntad, a su exigencia, oh, Dios, a su seducción. Y lo peor de todo, podía despertar en ella un hambre, una necesidad, y la reacción punzante y explosiva que quería de ella. Era una criatura sensual. Una vez ella había amado, y por eso había deseado, suspirado, ansiado, y el resultado había sido hermoso. Esto era diferente. Y aun así... La había hecho desearlo. Todo para su inmensa diversión. Estaba tan contento, tendido a su lado, tocando su pelo. ―Eres exquisita. ¡Estoy profundamente apenado por nuestro difunto amigo, quien te creó, y luego falleció! ¡Pobre Alec! ¡Creyó tan profundamente que su amor podría volverlo libre! Pobre tipo, tan religioso... tan estético, creyendo en la vida, la canción, la poesía, y el mito. La bella y la bestia, y su bestia podría volver, si el amor fuera suficientemente fuerte. Efectivamente, si estuviera más familiarizado con tal sensación, podría quererlo yo mismo. Quizás podría aprender a hacerlo. ―¡Nunca podría aprender a amarlo! ―Ah, bien, entonces es una buena cosa que realmente no crea en la maldición ―y que yo tenga el poder. Ni yo podría contentarme con sólo una amante. Aunque, usted me divierte, me complace, me cautiva. Y la convocaré cuando lo desee ―y usted vendrá, porque lo exijo. ―¡Aprenderé el poder! ―Le informó. Otra vez, se río. Su risa profunda y ronca, burlándose perversamente. Y de nuevo, la tocó… Su susurro, de la misma manera que su sensualidad, la envolvió por todas partes. ―Ma Belle, yo tengo el poder...

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Sus ojos se abrieron despacio. Estaba en su propio lecho, escuchando las campanas de la iglesia de París anunciar la hora. Estaba tendida en una niebla mientras luchaba por despertar, pensando en su macabra pesadilla. Qué noche tan intranquila; todavía permanecía tendida exhausta, ¡El sueño había sido tan real! Empezó a levantarse. Entonces se dio cuenta de que su traje estaba destrozado, rasgado y hecho trizas. Sus manos empezaron a temblar; las lágrimas escocían sus ojos. Oh, Dios, no podía ser. Oh, Dios, lo fue. Se replegó, sumiéndose en una cascada de lágrimas y autocompasión. Pero luego, cuando puso el grito en el cielo, se puso de pie. Fue caminando hacia la ventana, y miró fijamente hacia afuera, al día. No lloraría más. Lucian tenía el poder. Que así fuera. Ella debería de tener más.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0033 Angie, Cissy, y Maggie cenaron en un nuevo restaurante no lejos del club de jazz. Mientras las otras dos chicas pidieron café exprés, ella se excusó para ir al lavabo. En su regreso a la mesa, pasó por el área de la barra. Al final de la elegante barra de roble, había un televisor. Ella estaba segura de que se encendía frecuentemente para los eventos deportivos, pero esta noche, las emisoras estaban repitiendo fragmentos de las noticias de las seis. Primero, vio al sincero joven agente de policía que había conocido esta tarde, Jack Delaney. Los reporteros que le hacían las preguntas empezaron a enfadarse. Entonces Canady caminó hacia al podio. Había un aire de autoridad sobre él que era tranquilizador. Cuando dijo que la policía pensaba proteger la ciudad, sus palabras fueron creíbles. Podría tener algo que ver con su presencia física, o con el sonido de su voz. Fuera cual fuera su poder, se las arregló para calmar a las bestias despiadadas, listas para arremeter contra la fuerza policial ―el miedo provocaba eso a las personas, y, como había oído por casualidad desde que había salido esta noche, muchas personas en Nueva Orleans estaban asustadas. Aunque la gente estaba ruidosa esta noche, no podía evitar oír también a aquellos que todavía parecían creer ―como gran parte del pueblo podría haber creído en su día con Jack el Destripador ―que mientras su asesino se dedicara a alcahuetes y a putas, las personas decentes estarían a salvo. Aunque, un asesino como ese, tenía que ser atrapado. Maggie vio una sombra contra la pantalla de la televisión. Alguien muy alto estaba parado detrás de ella. Giró rápidamente, y vio que Sean Canady estaba justo a su espalda. Se había cambiado. Vestía una chaqueta de rayas finas, informal, con una camisa gris plata sin corbata, abierta hasta el cuello. ―¿Cómo lo hice? ―Le preguntó, y sonaba cansado. Lo miró por un momento antes de responder. ―Muy bien. Había una promesa de tranquilidad en sus palabras. Sin decir algo semejante en realidad, de alguna manera convenció a las personas de que, si tenían cuidado y se mantenían alejadas de las personalidades de hampa, estarían seguros, probablemente, hasta que la policía atrapara al asesino. Él arqueó una ceja, con una leve sonrisa jugando sobre sus labios. ―¿Ahora, es esto un cumplido, o se está burlando de mí completamente? No respondió a su pregunta ―pero preguntó a su vez, ―¿Usted me siguió hasta aquí? Su sonrisa se intensificó. Tenía un hoyuelo, sobre el lado derecho. Definitivamente poderoso. Se había duchado, y olía a jabón agradablemente y a un sutil selvático aroma de la loción para después del afeitado. Tragó fuerte, deseando poder apartar la mirada de él, pero acababa de hacerle una pregunta. ―No ―dijo ―No la seguí hasta aquí. Esperaba seguirla a un club de jazz esta noche, y sólo ocurrió que vinimos aquí a cenar porque está cerca del club. A pesar de sí misma, sintió una sonrisa tirar de sus labios. ―Bien, señor, es usted honesto. ―Lo intento. ¿Es usted honesta? ―Hago todo lo posible. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Respuesta interesante. ―No maté al proxeneta de esta tarde. O a la chica del cementerio. ―¿La acusé? ―Usted me interrogó esta tarde. Y registró mi edificio. ―No tenía por qué dejarme hacerlo. ―Entonces habría venido con una orden de registro. ―Sí, lo hubiera hecho. ―Así que... ¿Está siguiéndome con la esperanza de hacer pronto un arresto? Él no respondió. Se habían quedado dos asientos libres en el bar y tomó su codo, dirigiéndola hacia ellos. ―Déjeme invitarla a una copa. ―¿Piensa que me emborracharé y revelaré el secreto de que soy culpable? ―Preguntó. Él río, dirigiéndola a uno de los taburetes vacíos, tomando asiento en el otro. El barman se presentó rápidamente ante ellos y Maggie pidió vino mientras Sean preguntó por un Michelob. ―¿Le está permitido beber de servicio? ―Le preguntó. ―No estoy de servicio ―¿Oh? ―Oh. ―Pero usted me está siguiendo. La miró, divertido. ―Sí. ―¿Entonces no planea arrestarme esta noche? ―Usted sabe que no encontramos nada en su edificio. ―Se me dijo que ustedes no habían encontrado nada, que las minúsculas gotas de sangre llegaban hasta el lado de la puerta, pero que no habían descubierto nada en absoluto sobre el umbral. ―Aun así extraño, ¿No cree? ―Pienso que muchas cosas son muy extrañas. Pero aparentemente, usted piensa que si esas gotas de sangre llegaban hasta mi puerta, debe de haber una conexión. Así que, le pregunto otra vez, ¿está planeando arrestarme? Se encogió de hombros, agitando su cabeza, indicando hacia el vaso de vino que ella sujetaba. ―Usted parece ser diestra. ―¿Por lo que…? ―El asesino es zurdo. ―Podría ser ambidextra. ―Podría serlo. ¿Qué pesa usted? ―¿Perdone? Él se río suavemente. Su risa tenía un sonido rico y ronco. Un sonido que se deslizó placenteramente debajo de su piel. Tomó un largo sorbo de su vino, decidida a luchar contra los sentimientos. ¡Era policía, después de todo! Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―El asesino es muy fuerte ―le dijo ―Todas las implicaciones sugieren que es un hombre fuertemente musculado. ―¿Como usted mismo? ―Dijo en tono agradable. Él arqueó una ceja, con una sonrisa sutil jugando todavía sobre sus labios. No respondió a su pregunta pero dijo, ―Sólo creo que ―por lo que parece ser su peso―usted no tendría la fuerza para cometer estos asesinatos. ―Las apariencias pueden ser engañosas. ―Efectivamente, pueden serlo. ¿Pero? ―Pero. ¿Por qué me está siguiendo? Él bebió de su cerveza, y dejó el vaso. ―Exactamente no estoy seguro. Usted es una mujer intrigante. ―¿Intrigante? ―Y tiene bastante presencia. ―¿Presencia? ―Muy bien, señorita Montgomery, busque cumplidos. Usted es hermosa, una mujer despampanante. Levantó su barbilla sólo ligeramente. ―¿Tiene usted permitido intentar ligar con sospechosos de homicidio, teniente? ―No sospecho de usted como asesina ―le dijo. ―¿Entonces de qué duda usted? ―Eh... ¡Bien! ―Levantó su vaso hacia ella. —Muy bien, sospecho que alguien en su edificio sabe algo. Todas las personas de su edificio son sus empleados. Usted conoce a todos sus empleados. Tal vez sabe algo que no quiere admitir, o tal vez sabe algo que no sabe que usted sabe ni siquiera. ―¡Oh, Teniente! ¡Vaya una manera que tiene de halagar a una mujer! Y yo que pensé por un momento que usted estaba allí, en realidad, por mi atractivo. ―Empezó a ponerse de pie bajándose del taburete, lista para alejarse. Pero su mano cayó sobre la de ella, sujetándola mientras se incorporaba, y sus ojos eran de tal color azul oscuro que se asemejaban al cobalto cuando la miró fijamente. ―Usted no es tonta, señorita Montgomery, ni es excesivamente modesta. Usted sabe malditamente bien que tiene atractivo. Ella trató de retirar su mano. ―¿Qué? ―Él exigió. ―Quería honestidad, ¿No? ―Sí, la honestidad es buena ―dijo con irritación. ―Ahora, no tenemos que jugar a ningún juego… ―Ningún juego. Quiero llegar a conocerla. ―¿Y qué si no quiero ser conocida? ―¿Qué le parece entonces sólo acostarse conmigo? ―¿Qué? ―Ella exigió, pasmada e indignada.

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Pero él sonrió de nuevo, con una profunda y burlona sonrisa. ―Lo siento, pero no pude evitarlo. Y, por supuesto, podría estar bromeando. Mire, se sintió insultada porque mi atracción por usted tenía que ver con el trabajo policial. Le diré exactamente dónde estoy ahora. La estoy siguiendo porque usted es tan atractiva que parezco no tener ninguna opción. Nuestras familias tienen una historia en común, usted lo sabe. Deme una oportunidad. Termine su bebida. Déjeme estar en el club de jazz en algún lugar cerca de usted. ―¿Sabe qué está mal en usted, Canady? ―le preguntó. ―Estoy seguro de que hay mucho, pero ¿Tiene algo específico en mente? ―Preguntó. No quería reírse o sonreír, o sentirse tan fascinada por él y tampoco estaba preparada para acceder a sus deseos. Aunque sonrío. ―¡Es usted peligroso! ―Le dijo. ―¿Cómo? ―Usted busca algo. ―Yo busco mucho. ―Es también exasperante. ―Viene con el territorio. ―Bien, por el momento, mis compañeras acaban de pedir el postre. ―Y es posible que quiera darse cuenta de que sus compañeras acaban de reunirse con los míos. Sobresaltada, Maggie giró sobre sus talones. Tenía razón. Vio al Adonis de Cissy ―uno de los hombres más altos a quien Maggie alguna vez había visto, negro como el ébano, tan apuesto como podría ser ―sentarse en la silla al lado de Cissy. Jack Delaney estaba arrastrando una silla al lado de Angie, y el camarero estaba sosteniendo la bandeja en el aire para repartir varios cafés a todos ellos. ―Hacen bonitas parejas, ¿No cree? ―Sean preguntó. Lo miró. ―Su alto amigo negro es un Adonis. Pero parece como si la ley estuviera descendiendo en masa. ―El nombre de mi alto amigo negro es Mike. Usted ya conoció a Jack antes. Y la única razón por la que las personas están generalmente recelosas de la ley es si tienen algo que ocultar. ¿Usted lo tiene? Su mirada fija la estaba perforando con sus ojos oscuros. La miró como si tuviera un talento único para leer las almas humanas. Vaciló sólo brevemente. ―Ya le dije que no asesiné al proxeneta o la chica. ―Y ya le he dicho que no pienso que usted cometiera el asesinato. Sólo me pregunto qué tiene que esconder. ―¡Ah, Teniente! Lo que usted ve, señor, es lo que hay. ―Así que, ¿Vendrá fuera conmigo? ―Ya estoy fuera. ―¿Pero usted no querría ser una quinta rueda ahí, ¿o sí? ―Puedo ser muy independiente. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Ah, pero ¡Mire! Todos ellos se están preocupando por nosotros, ¿Ve? Jack está forzando su cuello para ver dónde me encuentro, y su linda y pequeña ayudante está empezando a parecer preocupada. Tal vez deberíamos acercarnos, sorber un café exprés, y reunirnos con ellos. ―Y tal vez sólo debo llamarle una tarde ―ella le dijo. ―Bien, por supuesto podríamos escabullirnos a algún lugar a solas juntos. Dígame, ¿Está viviendo en Montgomery Plantation? Ella arqueó una ceja. ―Paso algún tiempo allí. También tengo conjunto completo arriba en la oficina. ―Vaciló, dándose cuenta de que debía haberse ido a casa, pero descubriendo que también estaba creciendo su curiosidad sobre él. ―¿No hay una plantación en la familia Canady también? Sonrió abiertamente, asintiendo con la cabeza. ―No es lo que solía ser, lo siento, pero está en el mismo lugar sobre el Mississippi, aunque hay un Burger King calle abajo ahora también. La propiedad no tiene el mismo tamaño que solía tener. ―¿Un Burger King bajando la calle? ―Gracias a Dios que me gustan los Whoppers. Ella río ligeramente. ―Pero… ―Estoy exagerando. Todavía tenemos algunos acres, y la casa es hermosa. Difícil de mantener, pero hermosa. Mi hermana menor se casó con un arquitecto, así que conseguimos mucha ayuda con las reparaciones a través de obreros que nos debían favores a mi padre y a mí. ―Su padre todavía vive. ¡Qué estupendo para usted! ―¿Su familia está...? ―Todos difuntos. Nunca fuimos muy procreativos, me temo. ―¡Qué pena! ―¿Por qué? ―Porque usted es realmente encantadora. Debería de ser clonada ―un embellecimiento para la comunidad y similares. ―Es usted un adulador. ―Hmm. Pero no puedo evitar decir las cosas correctas con el propósito de que no esté tan cautelosa conmigo. ―Usted es policía. ―Y usted es inocente ―¿Recuerda? Sonrío, agitando su cabeza ligeramente. ―Es difícil entender que es lo que quiere. Se encogió de hombros. ―Usted es alguien quien debería de ser sospechosa. He sido honesto, y soy un libro abierto. Quiero que lo piense y luego me diga sinceramente si podría conocer a alguien que tenga idea de qué está ocurriendo. Y aparte de eso... Bien, ya lo he dicho. ―Si hay algo que se me ocurra que pueda decirle, lo haré ―dijo después de estudiarlo cuidadosamente durante un minuto. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Así que ―¿Nos reunimos con los otros? ―Umm... Supongo. ―Si opta por pasar la tarde completamente a solas conmigo, lo tomo. ¿Dormir juntos está descartado también? ¿Voy a tener que ser mucho más sutil en la adulación y los halagos y trabajar más despacio para llevarla a la cama? Sonrío, estudiando sus rasgos apuestos otra vez, y la burlona luz cobalto de sus ojos. ―No rebaje o sobrevalore mi inocencia, teniente. Estoy ya crecidita, lo suficientemente mayor para conocer mi mente. No tengo nada en contra de acostarme con un hombre irresistible ―siempre y cuando yo decida que es él lo que quiero. ―Con eso, giró rápidamente, dejándolo todavía sentado sobre su taburete en la barra y se encaminó a través del área del bar, volviendo a su mesa. Jane Doe había sido asesinada un miércoles; Anthony Beale un viernes. La ciudad estaba alborotada, pero el sábado por la mañana, la portada del periódico no criticó a la fuerza policial la mitad de lo mal que Sean había esperado que fuera. En vez de ello, el artículo se concentró en el vicio dentro de la ciudad de Nueva Orleans, citando algunos crímenes raros del pasado. Después de todo, Nueva Orleans había sido diferente siempre. Sacerdotisas de vudú habían practicado aquí, y todavía lo hacían. Los cultos permanecían, aquellos que creyeron en aliens y gente que creía que ellos mismos eran vampiros vagando por las calles, y los trajes del Mardi Gras habían encubierto muchas veces a criminales durante décadas. Éste era el hogar de Marie Laveau, la sacerdotisa de vudú más famosa de todos ellos, cementerios elevados en la tierra, y clubes de sexo de cualquier inclinación. Había una editorial de redacción en la historia, indicando que la ciudad entera debería ser limpiada. Bien, eso podría ser cierto, pensaba Sean. Pero era más fácil de decir que de hacer. Estaba sentado en el salón de desayuno en Oakville, la plantación familiar en el Mississippi. Bastante curiosamente, su viernes noche se había convertido en algo parecido a una “cita”. Maggie Montgomery había sido simpática, coqueta, divertida. Habían escuchado la música de jazz, incluso habían bailado. Y la había visto volver al “apartamento” de su oficina, y obtenido un apretón de manos en la entrada. Bien. No la había presionado, aunque sus burlonas palabras habían contenido tremendas verdades ―era simplemente la mujer más sexy y más sensual con la que alguna vez se había encontrado. Aunque él había mostrado una sonrisa increíblemente informal y divertida en su puerta ―como si pudiera esperar para siempre el tenerla desnuda, y luego había conducido por los alrededores durante una hora antes de decidir salir del corazón de la ciudad y dormir en la vieja granja familiar. Después de una larga y fría ducha. El término plantación se había referido originalmente a una granja ―algunas plantaciones habían sido pequeñas, y algunas otras ostentosas. Oakville había estado originalmente en algún sitio entre medias, aunque, definitivamente, con un lujo prebélico. La carpintería en la casa valía una fortuna por sí misma, pero Sean sabía que cualquier miembro de la familia Canady moriría mil veces antes de permitir que ninguna parte de ella fuera separada de la casa. Oakville era una casa típica de las muchas que se construyeron en los primeros años del siglo XVIII ―una bóveda en el centro que daba a cuatro habitaciones sobre la planta baja ―ahora la cocina, el comedor, el salón y la biblioteca ―mientras que había cinco dormitorios escaleras arriba. Uno era el dormitorio de su padre, que no había cambiado su aspecto desde que su madre murió hacía cinco años. Dos eran Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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cuartos de huéspedes, mientras que su habitación, de la misma manera que la de su padre, no había cambiado mucho desde que había dejado la casa para irse a la universidad, hacía muchos años ahora. Y de la misma manera, la habitación de su hermana recordaba excepcionalmente a la suya. Las paredes todavía estaban cubiertas con los posters de bandas de rock, y aunque Mary Canady O’Niall llevaba ocho años casada y había tenido hijos propios y una hermosa casa en el distrito Garden, todavía añadía nuevos posters a su dormitorio en Oakville de vez en cuando. Parecía significar mucho para su padre que sus hijos volvieran a casa a Oakville. Por primera vez en más de cincuenta años, algunas zonas de los pocos acres que quedaban de la propiedad se estaban cultivando otra vez. Ahora su padre tenía un jardín con vegetales creciendo, y le había hecho a Sean una tortilla teniendo como protagonista a sus propias cebollas y tomates. El café aquí también estaba siempre bueno. Bess Smith, que le había estado diciendo qué hacer desde que había vestido pantalones cortos, todavía estaba cuidando de la casa para su padre. Venía los lunes, miércoles, viernes, y sábados, y hacía la mejor taza de café aromatizado con achicoria conocido por el hombre. Sean tuvo que admitir que estuvo bien comer la tortilla de su padre y el café de Bess mientras leía el periódico. Su padre, sentado frente a él en la mesa, lo estaba estudiando y agitando su cabeza. Daniel Canady era, quizás, unos 15 cms más bajo que Sean y en los últimos años, se había vuelto más delgado. A los setenta, tenía una apariencia distinguida; todavía se mantenía de pie tan derecho como una columna prebélica. Su pelo continuaba espeso y agradablemente plateado, y Sean había heredado su color de ojos azul profundo de Daniel. Las inversiones de Daniel habían mantenido a la familia en un estado financiero decente, lo cual era bueno para mantener su vocación elegida, Daniel había sido historiador. Había enseñado en la universidad durante varios años, y se había dedicado a escribir sobre literatura histórica. Afortunadamente, también se las había arreglado para enseñar a Sean sobre inversiones, desde que el trabajo de la policía estaba casi tan mal pagado como el campo académico. ―Estás dejando que estos homicidios te afecten demasiado, Hijo ―Daniel le dijo. Sean dobló el periódico. ―Papá, estamos hablando de personas que ha sido decapitadas. ―Bien, la decapitación es una manera de garantizar la muerte―Daniel dijo de una manera práctica. ―Pero recuerda, Hijo, ésta es Nueva Orleans. Hemos tenido incursiones piratas, prácticas de vudú, zombis, y cultos a los vampiros sobre doscientos años de historia. Diablos, cuando era niño, solíamos cruzar algunos de los cementerios viejos camino a la escuela y jugar a la pelota con los cráneos viejos que solían salir súbitamente de las tumbas descompuestas. Este es un sitio donde cualquier cosa puede ocurrir, y lo ha hecho. Sean asintió con la cabeza. ―Aprecio el apoyo, el papá. Pero el problema es que soy el superior en estos homicidios y tengo la ciudad entera observándome fijamente ahora. Incluso recibo diariamente una llamada del Gobernador. Tengo que parar a este asesino. ―Eres el superior en este caso, ―Daniel señaló, ―Pero no eres el único policía de homicidios en Nueva Orleans. Tienes una buena y competente ayuda. ―Daniel agitó su cabeza. Desafortunadamente, nuestra ciudad ha tenido su buena cuota de sucesos horribles. Piensa en La Maison Lalaurie. Madame Lalaurie y su marido, médico, mantuvieron una casa con esclavos encadenados a las paredes y llevaron a cabo los experimentos médicos más horribles sobre esa Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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pobre gente. Los torturaron, lisiaron, y asesinaron ―y solo fueron descubiertos sus actos espeluznantes cuando el fuego trajo a los bomberos, que a su vez, en su horror, llamaron a la policía. La casa permanece en el French Quarter aun hoy; los Lalauries se escaparon. Hubo una carnicería en la casa Sultan’s, cuando el Turco y su familia entera fueron encontrados en pedazos. A finales de los años veinte, comienzo de los treinta, tuvimos el asesino del hacha. Siento tener que decir que la lista continúa y continúa. ―Eso fue en el pasado, papá. Y sí, fue horrible. Pero yo soy responsable ahora. Y no he conseguido ninguna pista. ―Pero tienes a la ciencia forense moderna. ―No parece que estén ayudando. Están tardando mucho tiempo. Y todos los milagros modernos del mundo entero no ayudarán si no tengo un sospechoso para enlazar con las pruebas. Daniel se calló por un minuto. ―Sean, por ahora tienes que dejar golpear tu cabeza contra la pared. Desafortunadamente, muchos asesinos nunca son atrapados. Sean bajó el periódico. ―Papá, atraparé a este tipo. Ésta es mi ciudad. Nadie asesina y mutila a personas así en mi ciudad y se escapa. Daniel sonrió abiertamente. ―Ahí está el espíritu de combate. ¿Has puesto algo en marcha que no aparece en los periódicos? Sean se encogió de hombros. Bien, no permitimos que publicaran que encontramos minúsculas gotas de sangre, que se ha probado que eran de las víctimas, a lo largo de la acera. Llevaban directamente a la puerta de entrada de Empresas Montgomery, y luego se detenían. Y digo completamente. ―¿Investigasteis el edificio? ―Por supuesto. ―¿Y? ―Nada. Registramos el sitio con lupa. Ninguna otra gota de sangre. Nada. ―Interesante. ¿Conociste a la señorita Montgomery? ―Sí, fue cooperativa, y permitió que registráramos el local. ―¿Y eso es todo? ¿Le pediste registrar su propiedad y os dejó? Sean bajó su cabeza, sonriendo abiertamente. Había gastado aproximadamente ocho años de su vida viviendo con una chica llamada Sophie Holloway. Sophie era bonita, amable, y vivaz, una princesa de Mardi Gras. Se habían conocido cuando eran jóvenes, pelearon, se separaron una pocas veces, volvieron a estar juntos. Habían planeado casarse cuando Sophie había descubierto que tenía cáncer uterino, y ninguna súplica por su parte pudo convencerla de que debían casarse por el tiempo que le quedara a ella. Sophie se había ido hacía casi seis años ahora. Sean recordó. Le gustaban las mujeres, le gustaban la relaciones sexuales ―diablos, era un hecho necesario en la vida, de la misma manera que respirar. Pero vivir con alguien otra vez era un gran paso; el matrimonio, incluso, uno más grande. No había encontrado a la mujer correcta, y su padre estaba preocupado de que muriera soltero, y su línea ilustre de Canadys se acabara. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Sí, Papá. Pedí registrar su propiedad, y me dio permiso.―Vaciló. ―También la vi en un club de jazz anoche así que tuvimos más de una oportunidad de hablar. ¿Por qué? Daniel sonrío. ―Oh, soy curioso, supongo. ―Cierto. Sólo curioso. ―Sinceramente, sólo curioso ―Daniel insistió. ―Si miras en los viejos registros de familia, mucho, mucho tiempo atrás, un Canady estuvo comprometido con una Montgomery. Pero el casamiento nunca tuvo lugar. La “Señorita” a quien Montgomery pretendió se fue a Europa. Otra “Señorita” Montgomery volvió muchos años después. La familia ha sido interesante ya que ninguna de las mujeres ha tomado el apellido de su marido. Las hijas parecen ser la única descendencia en cada generación, y ellas se aferran al nombre de Montgomery. ―Ahora esto es curioso. ―Esto se está volviendo más común en estos días, estoy asustado. Muchas mujeres profesionales mantienen sus apellidos. Personalmente, me gusta más el viejo concepto, cuando una mujer tomaba el nombre de su marido. Y lo pasaba a sus niños. Pero bueno, los Montgomerys han sido un poco raros con el paso de los años. ―Hizo una pausa encogiéndose de hombros. ―Totalmente estirados en cierto modo. Sean sonrío. ―¿Cómo es eso, papá? ―Bien, se largan a Europa con sus bebés, y luego vuelven aquí para hacer dinero Americano. ―Tú no puedes arrestar a las personas por ser estirados. Daniel sonrió abiertamente. ―No sugeriría nada de eso. Pero ha habido relaciones interesantes entre las familias con el paso de los años. Algún día, te mostraré los registros que tengo a todos ustedes. Sin embargo, no me molesta que hayas conocido a la señorita Montgomery. Sus antepasadas han sido mujeres fascinantes.―Daniel vaciló otra vez. ―No está casada, ¿no? ―No, Papá, no está casada. ―¿Te gusta? Sean vaciló, viendo la expresión optimista de su padre. Entonces se ablandó. ―Sí. Me gustó. ―¿La invitaste a salir? ―En cierto modo. ―¿Aceptó? ―No realmente. Daniel martilleó sus dedos sobre la mesa. ―Tú sabes, Montgomery Plantation no está lejos desde aquí. Cuando salgas, deberías de dar un paseo por el lugar. ―No está ahí. La dejé en el corazón del Vieux Carre anoche. La frente de Daniel se alzó. ―¿La dejaste? Daniel suspiró interiormente. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Algunos de los chicos y yo la acompañamos junto con algunos de sus amigos a casa. Hubo un homicidio horrible que tuvo lugar ayer, recuerda. ―Ah. Pero aun así, debes pasar y ver Montgomery Plantation. ―He estado en ella. Y tengo que hacer un poco de trabajo hoy. ―Es fin de semana, Hijo. ―Los asesinos rara vez reconocen un calendario de Lunes a Viernes de nueve a cinco. Los policías no pueden tampoco. ―Pero las gotas de sangre llegaban hasta el edificio de la señorita Montgomery. ―Sí, así es. ―Así que ella está en el trabajo. Y, si recuerdo bien, hay una estupenda pintura de una de sus antepasadas justo encima de la imponente escalera. Si alguien está residiendo allí, podrás echar un vistazo a la pintura y ver cómo ha ido evolucionando con el paso de los años el parecido familiar. Y por otro lado, tal vez la señorita Montgomery misma esté en la residencia. Y si lo está, tal vez puedas invitarla a salir a una barbacoa esta noche. Luego podrás interrogarla en privado. Sean agitó su cabeza. ―La dejé en la ciudad. Pero tal vez iré a dar un paseo. ―¿Y si ocurre que está ahí? ¿La invitarás a salir a cenar? ¿No? ¿Sabes algo sobre ella? ¿Qué le gusta? Me refiero a filetes a la parrilla. Tal vez es vegetariana. Tantas mujeres son vegetarianas hoy en día. No es buena demasiada grasa, pero al hombre le fueron dados los dientes para ser un carnívoro, y me parece a mí que un cuerpo necesita una buena pieza de carne roja de vez en cuando. ―Lo siento, papá, cuando estuve con ella anoche, solo tomó vino y un café exprés, así que no sé lo que come y lo que no come. Pero iré a verla, y haré el todo lo posible para convencerla de que debe venir a la cena. ¿Qué te parece? ―Hazlo. Inténtalo fuertemente, ¿Eh? Sean arqueó una ceja, algo descontento al darse cuenta de que, aunque su padre habló distraídamente, parecía que pensaba que Sean tendría que trabajar muy duro para convencer a una mujer de que saliera con él. O tal vez era sólo porque la mujer era Maggie Montgomery. Estaba repentinamente muy decidido a verla él mismo.

La tienda abría oficialmente a las 10:00 am. Allie Bouchet siempre entraba antes de las 9:30 a más tardar. Hacía el café y limpiaba cualquier pequeña cosa que pudiera haber sido dejada fuera de su sitio. Estaba sumamente orgullosa de la tienda. Cerca de los cincuenta, era una mujer atractiva, viuda desde hacía cuatro años ahora. Su pelo se había ido volviendo blanco desde una edad muy temprana; lo tiño con un color suavemente plateado que combinaba perfectamente con sus ojos grises y todavía, con una complexión bonita. Era delgada y esbelta, el resultado de una vida de moderación. Había sido criada de un modo tradicional, y era siempre una dama.

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Por lo tanto, aunque se sobresaltó bastante por el hombre que apareció repentinamente sentado sobre una esquina del escritorio de roble que servía como lugar de cobro, recordó sus modales. A pesar de su fastidio. ―¡Vaya, señor! Me ha sorprendido. Lo siento, pero la tienda no se ha abierto aún. Perdóneme, tonta de mí. Normalmente recuerdo cerrar con llave la puerta mientras me estoy preparando para el día. Me disculpo si le he causado cualquier contrariedad, y supongo que es bienvenido a quedarse… ―Lo siento, señora, lamento mucho haberle causado angustia, ―dijo su visitante con una enunciación cansina, profunda e inquietamente... sensual... Y aun con todo, tranquilizadora al mismo tiempo. Era joven ―de algún modo de una manera masculina y madura en la flor de la vida. Vestía pantalones negros y un pulóver negro de punto a la moda. Estaba bronceado profundamente, tenía el pelo muy oscuro, y unos ojos dorados fascinantes que eran hipnóticos y... parecidos a una serpiente. Era muy apuesto, pero de rasgos duros y finos. ¡Qué descortés! Se dijo a sí misma. ―¿Quizás podía ofrecerle un poco de café? Mi compañera, la Sra. Gema Grayson, llegará pronto, y luego una de nosotras podrá ayudarlo con aquello que usted esté buscando, señor. Sonrío, con una sonrisa honda y acogedora. No había dicho nada que no fuera tan educado como un pastel, y con todo... parecía como si de alguna manera la invitara a acercarse. ¡Absurda bruja! Se acusó a sí misma. Él era probablemente quince años más joven que ella, un joven atractivo si alguna vez había visto uno, y era más improbable que se estuviera propasando con una mujer más vieja en su situación. ―Café... Sí. Café estaría bien, ―le dijo. ―Selecciono y muelo mis propios granos ―le garantizó enérgicamente, agradeciendo tener algo que hacer, y preocupada porque sus ojos la persiguieron hasta el pequeño mostrador de mimbre situado en el centro de los vestidores, donde ella guardaba su servicio de café.―Y no lo dejo recalentarse ―tan pronto como se ha hecho apropiadamente, me aseguro de que mi café vaya a una garrafa y sea guardado tibio y sólo preparado perfectamente. Vertió una taza y se dio media vuelta. Él estaba justo detrás de ella. Muy alto. My cerca. Raro, no lo había escuchado moverse. Ni un crujido, ni un susurro en el aire. Parecía destacar sobre ella. Medía definitivamente sobre 1,80 de alto, estilizado, ágil, exactamente de la misma manera que una pantera negra. Alto, suave, tan apuesto, y con una sonrisa perversa e irresistible. Porque, la manera en que la estaba mirando ahora... Era sólo fascinante. Diablo, pensó. Él aceptó el café de ella. ―Porque, en realidad, señora, he venido a preguntar por su jefa, la señorita Montgomery. ¿Va a venir ella hoy? ―Oh, no, señor. Miss Montgomery disfruta de sus fines de semana. A menos que, por supuesto, estemos en la temporada de Mardi Gras, o semejante, y ahora no lo estamos. ―Oh, querida. Siento mucho no haberla visto. ―Volverá el lunes. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Bien... Siempre puedo encontrar a la señorita Montgomery cuando realmente necesito hacerlo... Pero estará aquí el lunes. Estoy encantado. Él estaba increíblemente cerca. Ella se preguntaba cómo podía ser tan descortés para sentir que tenía ojos de “serpiente”, y con todo, descubrir que su proximidad era algo agradable. ―Lamento que haya malgastado su tiempo. Exactamente no lo recordaba bebiendo su café, pero su taza estaba vacía. La soltó y tomó sus manos. ―En fin, señora, no he malgastado mi tiempo. La he conocido. Iba a desmayarse. A perder la consciencia. Ella, de hecho, se sentía como si estuviera llevando un corsé demasiado ajustado, cuando no llevaba ninguna indumentaria semejante. ―Vaya, señor, es usted un adulador. Él sonrío, y se volvió para irse, caminando hacia el frente. Ella estaba tan confundida que no pensó en seguirlo y cerrar la puerta con llave cuando se marchó. Volvió al café, todavía risueña. Vieja absurda, sintiéndose tan halagada y turbada por un hombre apuesto más joven. No es que ella no se sintiera orgullosa de sí misma. Lo hacía, pero él era tan educado, tan encantador... Ella se recuperó de esta fascinación sin sentido para volver al trabajo Pero se quedó sin aliento por la sorpresa atónita. El había vuelto. Estaba justo en frente de ella otra vez. Sonriente... Sus ojos sobre los suyos. ―Vaya... ¡Señor! ―tartamudeó. ―Ah, bien, ¡sólo una cosa más! ―la dijo, y pareció como si sus ojos la atrajeran hacia él. ―¡Sólo una cosa más! ―Dijo muy tranquilamente. Y la tocó...

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0044 La plantación Montgomery suponía una imagen sumamente espléndida de la arquitectura prebélica. Llegando por la avenida de la entrada, Sean se paró, mirando fijamente hacia la hermosa vieja casa. Había sido construida en una edad de vida refinada con una tremenda cantidad de dinero. Calculó que probablemente contendría cerca de unos 2400 metros cuadrados de espacio de vivienda. Un semicírculo de escalones conducía a un profundo e imponente porche con columnas gruesas y blancas. El porche giraba alrededor de la casa, como lo hacía también en el segundo piso de la vivienda. Él podría imaginar que en las décadas pasadas, los invitados escapaban del calor del verano de Luisiana abriendo las puertas de sus dormitorios a las brisas del río, y paseando por la noche sobre ese porche, debajo de la luz de la luna. Él no tenía ni idea sobre cuánta propiedad quedaba todavía junto con la casa, pero el césped había sido recortado meticulosamente. La carretera de grava le dejó justo en frente de los escalones circulares y aparcó el automóvil, mirando de nuevo fijamente la fachada de la casa Montgomery y notando que había sido pintada recientemente y bien reparada. Mejor reparada que Oakville, indudablemente. Pero bueno, era más grande que Oakville. Volviendo a cuando, pensó Sean con humor, había habido dinero ―y también cuando había habido dinero. Los Montgomerys se las habían arreglado para pertenecer a la segunda clase. El no esperaba encontrar a Maggie Montgomery, pero había crecido su curiosidad, y debido a que el sitio estaba en tal gran forma, no parecía improbable que hubiera un ama de llaves todo el tiempo con residencia allí. Subió los escalones y tocó el timbre. Se preguntó si la puerta podría ser abierta por un Lurch (personaje muy alto que se parece al monstruo de Frankestein) ―como el personaje de la Familia Addams. Por lo menos, pensaba, el timbre sería atendido por una mujer, de pelo oscuro, severa y demacrada, un ama de llaves de una docena de películas góticas, las típicas películas realizadas en los cincuenta. Su llamada no fue respondida por ninguna de ellas. Él se encontró increíblemente sobresaltado cuando una mujer bajita y muy redonda y alegre, de aproximadamente cincuenta años, abrió la puerta. Llevaba un mandil con volantes sobre un simple vestido de día floreado. Sus mejillas estaban increíblemente sonrosadas, y su sonrisa era rápida, afectuosa y confiada. No había encontrado a Morticia Addams; había tropezado con la señora de Santa Claus. ―Hola. Mi nombre es Sean Canady. Estoy buscando a la señorita Montgomery. ¿Está ella en casa, por casualidad? Le ofreció su sonrisa más cálida, con su corazón reavivado con la renovada esperanza de que podría ser invitado a entrar ―incluso si Maggie Montgomery no estaba ahí. Su curiosidad sobre ella estaba creciendo a saltos obsesivos. Quería ver su casa. ―Sr. Canady, por favor, entre dentro ―dijo la mujer. ―El calor hoy es monstruoso, y nuestro nuevo sistema de aire acondicionado es puro cielo. Para su grata sorpresa, ella caminó hacia atrás. Él entró a través de un vestíbulo imponente. La casa era espectacular. Característica de su tiempo, fue construida con un gran salón, o corredor, con habitaciones abiertas a cualquier lado simétricamente. El vestíbulo mismo era inmenso, y las puertas del corredor de la parte trasera se abrían en ambos lados de una Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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imponente escalera doble. Un doble juego de escaleras conducían desde la planta baja hasta un descansillo a medio camino, continuando de nuevo hacia el piso superior. La pared en el centro del descansillo estaba cubierta de una pintura al óleo inmensa, previa a la guerra civil, Sean estaba seguro, y a cada lado ventanas de vidrio coloreadas provocaban que la luz del sol penetrara dentro con rayos de fantásticos colores. ―¡Guau! ―dijo él. ―¿No es encantador! ―dijo el ama de llaves regordeta. Sean le sonrío. ―Señora, lo es. ―Soy Peggy, señor. ¡Vaya delante a la derecha y admire! Apenas la escuchó. Ya estaba entrando profundamente en el vestíbulo, mirando fijamente hacia una pintura al óleo. Era el retrato de una mujer, una mujer excepcionalmente hermosa. Su pelo rojo estaba recogido, con solo un bucle rizado contra la extensión de su cuello. Estaba vestida con un vestido largo de fiesta de terciopelo de un azul profundo, con el escote bajo y de amplio vuelo. Había sido pintada posando en el corredor por un artista con talento que había atrapado también, además de la forma y la gracia de su belleza, algo de su alma interior. Era elegante, distante, y con todo había una calidad triste dentro de sus ojos, algo de sabiduría, y algo de inocencia. La pintura era impresionante, y más. Era obsesionante. Tanto más, Sean pensó peculiarmente, porque Maggie Montgomery era muy igual a esta pintura. ―Magdalena ―escuchó a alguien decir suavemente. Sobresaltado, se dio media vuelta. Se asombró al ver que el ama de llaves había dejado el vestíbulo, y que Maggie Montgomery estaba efectivamente en la residencia. Estaba irritado al darse cuenta de qué desprevenido había estado. Todos sus años en la fuerza policial, y ¡antes de eso, una temporada en el ejército!, y ella se había acercado tan silenciosamente como una bocanada de humo. Odiaba ser atrapado por sorpresa. Pero Maggie Montgomery estaba sonriente, risueña por haberle sorprendido. ―Vaya, ¿Cuál es el problema, Teniente? Asumo que ha venido a verme a mí. ―Estaba esperando verla, pero dudaba si la encontraría en casa. ―Oh. Bien, podría haber llamado. Tengo un teléfono, sabe. ―¿Y el número está en la lista? ―Preguntó. Ella se encogió de hombros. ―Usted es un oficial de la ley―le recordó. ―Seguramente si está buscando un número de teléfono, le será fácil encontrarlo. ―Quería verla. ―¿A mí o a la casa? ―La casa es espectacular. ―Gracias. ―Pero usted lo es más. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Arqueó una ceja divertida. ―Es usted increíblemente bueno con los halagos. ¡Qué lengua tan elocuente! Sin embargo... ―Se calló, mirándole de arriba abajo con los ojos de color de avellana que parecían emitir destellos de un color dorado puro. Cruzó los brazos sobre su pecho. Estaba vestida con sandalias negras y un vestido informal de punto con la espalda descubierta. Tenía el pelo recogido en una cola de caballo. Parecía joven, inocente... Y casi en posición de descanso. ―Sin embargo, usted ha venido a ahondar en mi vida, registrar mi casa, y mi pasado, y tratar de descubrir si podría de algún modo ser culpable de asesinar a un proxeneta al pie de la puerta de mi oficina. El haber hecho eso, invadido mi local, ¿Es eso realmente legal en estos días? ―Es algo bueno que también sea bueno con los halagos. Se río en voz alta, asombrado de que cualquier mujer tan hermosa pudiera ser tan cauta, y convencido que un hombre podría querer nada más que a ella. ―No tengo pruebas en absoluto contra usted. Respecto a estar aquí, bien, mi padre insistió en que viera si estaba aquí. Está ansioso por conocerla. ―¿Oh? Él se alegró al ver que parecía sobresaltada. Asintió con la cabeza. ―Oakville no está lejos desde aquí. ―Lo sé. ―Ahora estoy halagado de que esté al tanto de la vieja casa de los Canady. No es, sin embargo, ni de cerca tan imponente como esto. ―Oakville está, he escuchado, cubierta con una carpintería excepcionalmente fina. El rumor es que la casa ha sido conservada por generaciones de atentos Canadys, que la han mantenido con un cuidado excepcional. Creo que está siendo demasiado modesto. ―Adoro Oakville, y es sobresaliente. ―Ah. ―No tenemos nada como esto, sin embargo, —aseguró, destacando la pintura. Ella penetró más dentro del vestíbulo. Podía ver a través de una entrada abierta que había llegado desde la biblioteca. Ahora caminó para situarse de pie con él, debajo de la pintura. ―Magdalena. Se enamoró del hombre equivocado y murió joven. ―¡Qué triste! ―Mucho ―estuvo de acuerdo. Ella se giró para mirarlo, con sus ojos brillando con humor. ―Fue enviada a Europa para parir a su hijo bastardo. Y menos mal que, aunque la gente habla, el mundo siempre ha tenido una manera de perdonar los pecados de los ricos. ―Pobre muchacha. ¡Parece tan vulnerable! ―Lo fue. ―¿Oh? ―Preguntó ligeramente. ―¿La conoció bien? ―bromeó. Maggie Montgomery se ruborizó, bajando sus pestañas, sonriendo. ―Le estoy hablando sobre la tradición familiar. Fue una historia muy triste. Se enamoró de un francés, un hombre a quien su familia no aprobó. Él y sus amigos ―un Canady entre otros, a propósito ―fueron a por su amante. Fue asesinado, pero él tuvo su justa venganza. Magdalena Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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estaba —con niño —como se decía en aquel momento y por tanto... Bien, ya no pudo hacer ese matrimonio correcto que su padre tenía previsto. Sean estudió la pintura. ―Bien, tendría que decir que estoy agradecido de que el hombre existiera. ―¿Oh? ¿Por qué es eso? ―Bien, debe haber sido uno de sus antepasados. Sin él, podría no haber existido… usted. ―Halagos otra vez, señor. ―Lo admito, estoy obsesionado. ―Umm, ¿Lo está? —Murmuró. ―Se lo garantizo. ―¿Con acostarse conmigo? Ella era tan provocadoramente franca. Él dio un paso hacia atrás, cruzando los brazos sobre su pecho. Despacio, persistentemente, permitió que sus ojos recorrieran la longitud de su cuerpo, pausando sugestivamente en todas ubicaciones estratégicas. Por fin, volvió los ojos de nuevo a los suyos. ―Sí. ―Sabe, si hubiéramos estado viviendo en los tiempos de Magdalena, se me habría exigido abofetearlo en la cara ―muy fuerte ―y exigirle que se marchara y que no oscureciera mi puerta nunca más. Se río. ―En esos tiempos, creo que podría haber sido un pretendiente perfectamente adecuado. Y, parece que, si Magdalena hubiera tenido en su pequeña firme cabeza acostarse conmigo, lo habría lo hecho. ¿No es así cómo la pobre muchacha entró en problemas en primer lugar? ―Nada tan simple. Se acostó con un francés. Canady. Irlandés ―dijo ella. Sean se encogió de hombros. ―Irlandés, sí, y Dios solamente sabe qué más. Cajún, francés, tal vez incluso negro e hispano. Ningún linaje puro quedó aquí nunca más. Con toda justicia, usted debería de saber esto. ―¿Por qué? ―Usted debe saber exactamente con quién se está acostando, ¿no? ―Imagino que esto se podría considerar como algún tipo de hostigamiento. ―¿De verdad? ―¿Está tratando de seducirme para sacarme información? Él agitó su cabeza. ―Si la información llega, tanto mejor. Estoy tratando de seducirla porque... ―hizo una pausa, y repentinamente, el tono de humor pareció desaparecer. ―Estoy tratando de seducirla —le dijo en voz baja —porque he estado ardiendo desde que la conocí. Ella bajó su cabeza y sus pestañas. Mirando sus manos cruzadas. Sean pensó que podrían haber temblado. ―Bien ―murmuró ―Hablemos de su padre. ¿Le gustaría tomar té con hielo, limonada o una cerveza? Peggy estará encantada de servirnos en el porche de atrás. Tiene una vista hermosa. Sólo el río. Nunca sabrá que había un Burger King en algún lugar cerca de aquí. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―El té con hielo suena genial —le dijo. Asintió con la cabeza. ―Venga entonces. Saldremos al balcón del estudio en la planta de arriba. La siguió mientras subía la escalera. Sobre el corredor, él se paró, comenzando a sentir un aturdimiento extraño. Ella se paró, mirando hacia atrás. ―¿Está algo mal? Él agitó su cabeza. La rara sensación ya había pasado. Él nunca se había sentido débil en su vida antes, y era una vida en la que había visto su buena dosis de sangre y vísceras. ―Se veía cómo si… ―¿Cómo si qué? —Él exigió algo bruscamente. El no iba a tambalearse en frente de esta mujer tan increíblemente independiente. ―Oh... Sólo como si... Bien, hace tanto calor ahí fuera. A veces, al entrar con el aire... Y luego las escaleras... ―¡Estoy bien! ―él espetó. Ella levantó sus manos. ―Lo siento. Ella giró de nuevo, y continuó subiendo las escaleras y a lo largo del corredor del segundo piso. Él se maldijo sí mismo. Cualquier chico de secundaria sabría que no hay que hablar bruscamente a una chica que se esté intentando ligar. Ella lo llevó a la primera habitación a la izquierda del rellano del segundo piso, una oficina agradablemente equipada con oleos de paisajes que debían de haber costado una fortuna. Un antiguo estante para fumar se encontraba al lado de un escritorio de teca. Estanterías cubiertas por cristales cubrían la mayoría de las paredes, mientras que gran parte del fondo de la habitación estaba ocupada por unas puertas francesas que estaban abiertas al balcón de más lejos. Una brisa levantó las cortinas estampadas de rosa que habían sido retiradas un poco para permitir la vista exterior. ―Venga fuera. Admito que sólo estaba holgazaneando cuando usted llegó. La siguió, pensando que parecía que era de la realeza en este, su propio dominio. Era joven para ser la cabeza de una compañía como Empresas Montgomery y para gobernar tales propiedades también. El balcón miraba sobre un césped recortado que llegaba hasta el río. Tenía el sentimiento de que ella era la propietaria de ambos lados e incluso, más allá del río. Sillones de mimbre estaban repartidos por el porche trasero, junto con un carrito de té. Maggie seleccionó una tumbona que tenía un libro abierto sobre ella. El último de John Grisham. ¿Qué había esperado? ¿Una copia de Asesinato, Inc.? Ella se sentó, estirando sus largas y estilizadas piernas. Con su bronceado dorado. Tal y como había dicho, apareció Peggy, todavía radiantemente sonriente. Llevaba una bandeja con té con hielo pequeños sándwiches, verduras frescas, y patatas fritas. ―Es tan encantador tener compañía en un sábado por la mañana, ¿No es así, querida? ―Preguntó a Maggie. Maggie miró a Sean, arqueando una ceja. ―Encantador. Se ve estupendo, Peggy. Muchas gracias. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Un placer, querida. Sr. Canady, disfrute. ―Gracias. Peggy se fue. Los ojos de Sean la siguieron. ―Es simpática —dijo Sean. ―¿A quién estaba esperando como mi ama de llaves? —Preguntó. —¿Al fantasma de Peter Lorre como Igor, como en una producción de Hammer sobre Frankenstein? Él sonrió abiertamente, tomando un vaso de té y acomodándose hacia atrás. ―Casi —La familia Addams —admitió. Se estaba bien aquí. La brisa que llegaba del río era fresca y placentera. El no se sentaba tranquilamente a menudo. Estaba bien, porque había trabajado mucho. Se divertía bastante con los chicos cuando decidía salir. ―Peggy es estupenda. Es como un obsequio del cielo. La adoro. ―¿Lleva mucho tiempo con usted? Maggie lo pensó un momento, golpeando sus sandalias. ―Cuando era muy joven, trabajó para mi madre. Luego mi madre creó Montgomery y fue a Europa durante varios años... Creo que regresé aproximadamente hará siete años. Y Peggy ha estado de regreso conmigo desde entonces. La adoro. Cuando estoy muy ocupada en el trabajo, mantiene las cosas moviéndose como un reloj aquí. Si viajo, todo se mantiene funcionando. ―¿Así que ella vive aquí? Maggie sonrió abiertamente. ―¿Qué clase de una pregunta es ésa? ¿Una posible pregunta de amante —o una pregunta de policía? ¿Podría haberme visto empuñar un hacha o una espada, volviendo a casa empapada de sangre? ¿O podría interrumpir posiblemente un momento íntimo? Él arqueó una ceja, perturbado de alguna manera por su cautela respecto a él. Él podría aparecer como indiferente. ―Tal vez la cuestión nos afecta a ambos, porque de nuevo, tal vez era una pregunta inocente sobre su situación doméstica. Éste es un lugar grande. Es asombroso que incluso una dínamo pequeña pueda mantenerlo todo con tal meticuloso orden. Ella exhaló, mirando hacia el río, como si estuviera solo un poquito violenta por haber saltado hacia él tan rápidamente. ―Peggy tiene su propia casa; reformamos la vieja cochera. Ella vive en la propiedad, pero tiene su propia vida así también. De lunes a viernes, tiene dos chicas de nueve a cinco para ayudarla con el mantenimiento. ¿Algo más? —preguntó, y lo miró, con sus ojos helados sobre él —Haré todo lo posible por contestar las preguntas que pueda. ―¿Sus padres, han desaparecido los dos? ―Sí. Veamos, usted mencionó a su padre, así que supongo que está vivo. ¿Y su madre? ―Ella murió hace algún tiempo. Ahora usted, su padre. ¿Tomó el nombre de Montgomery? ―Lo usó diariamente —dijo a la ligera. ―Los hombres en su familia no parecen contar para mucho —observó. ―¡Qué descortés! ―Bien, su padre…

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―¡Adoraba a mi padre!—le aseguró. —Era un hombre increíble. No puedo decirle cuánto lo quise. ―¡Estoy reprendido! —La aseguró suavemente. Se ruborizó. ―Lo siento. Yo lo quería muchísimo. ―Me alegro. Siento que lo perdiera. ―Vivió una vida completa. ―Bien, me alegro de escuchar eso. ―Su padre, ¿Qué hace? ―Me persigue día y noche, siempre que tiene una oportunidad. Ella arqueó una ceja. ―Era un catedrático en LSU. Historia. Ahora lee, cuida el jardín, viaja, y me persigue. ―¿Por qué? ―Piensa que debo estar casado, manteniendo el apellido de la familia. ―Ah... ¿No hay hermanos? ―Una hermana, quién se ha casado y procreado. Me hace parecer malo —explicó con un suspiro. Ella sonrío. ―¿Por qué no ha se casado usted? ¿Demasiado ocupado persiguiendo a sospechosos de sexo femenino? Se encogió de hombros. ―Casi me casé. ―¿Qué ocurrió? ―Se murió. ―¡Oh! Lo siento mucho. ―Y yo. Pero hace ya algún tiempo. ―Ah —murmuró, ofreciendo una sonrisa de comprensión. —Así que papá quiere que usted lo supere y siga adelante con su vida, ¿Es así? ―Más o menos. ―¡Así que lo envió tras de mí! ―murmuró ―¡Qué pena! ―¿Por qué? ―No soy la clase de las que se casan. ―¿Oh? Una sonrisa permaneció sobre sus labios. Sus ojos estaban centelleando. Eran muy hermosos. Sin zapatos, con su vestido de punto informal, sus piernas largas estirada delante de ella, su pelo rojo recogido en una cola de caballo, era extremadamente, dulcemente sensual. Casi insoportablemente así que... ―Bien, soy mujer de negocios —dijo. ―Ah. Está bien —la aseguró ligeramente. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿De verdad? Soy tan feliz de que no esté afligido. ―Bien, verá, nunca dejaría el nombre de Canady para procrear a otra heredera Montgomery. ―¡Ah! —murmuró pensativamente, y él se preguntó si no había un vestigio de cólera en sus ojos. —El matrimonio está definitivamente descartado. Su padre estará desilusionado. ¿Y usted, Teniente? Él levantó sus manos en una bromista deliberación. ―No lo sé. ¿Todavía se acostará conmigo? ―No lo sé. Por supuesto, usted debe de tener en cuenta algunas consideraciones muy cuidadosamente. ―¿Por qué? ―Bien, yo podría concebir posiblemente a la próxima heredera Montgomery —sin la bendición de la iglesia. Se inclinó hacia ella deliberadamente, encontrando sus ojos dorados. ―Infierno, ¿qué es la vida sin correr algunos riesgos? —Le preguntó suavemente. Maggie se río en voz alta, agitando su cabeza. Sus mejillas estaban sonrosadas, sus ojos estaban brillantes. Sean hizo una nota mental de agradecerle a su padre por presionarle a venir aquí. Con pesar, él se puso de pie. Había habido dos homicidios horripilantes en la parroquia. Tenía que pasar algo de tiempo en el lugar de trabajo. Ella se levantó cuando él lo hizo, lista para acompañarlo. Él anduvo los pocos pasos que había entre ellos hasta alcanzarla, tomando sus manos. ―¿Vendrá a la cena? ―¿A su casa para conocer a su padre? —Preguntó. El asintió con la cabeza. ―Yo... Ellos se habían acercado mucho. Su respiración era un susurro contra sus labios. Ella se sentía cálida; olía embriagadoramente a un perfume suave. Él no habría querido hacerlo... No todavía, pero bajó su cabeza hacia la suya, encontró sus labios, y la besó. Suavemente al principio. No había querido hacerlo, y sin embargo lo hizo más allá de su voluntad consciente, indudablemente no quería tocarla con más que el toque más ligero... Pero no hubo ninguna manera de besarla ligeramente. No llevaba sostén y la suave presión de sus pechos contra su pecho era de forma alarmantemente, excitante. Con sus labios moldeando los de ella, sintió el empujón despiadado de la pasión romper en él, y tuvo que probar más, tener más. Su lengua forzó la entrada dentro de su boca, devastando, hambrienta. Un martilleo comenzó en sus sienes, y se envolvió en él, besando, saboreando, buscando. No estaba luchando contra él. Su lengua jugaba con la suya, con los labios moldeados en los suyos, la longitud de su cuerpo parecía encender una corriente contra la dureza del suyo propio. En un segundo, pensó, estaría arrancando sus ropas, empujándola contra el piso... El se apartó. Justo cuando ella lo hizo. Sus labios estaban húmedos, ligeramente hinchados. Ella volvió en si agitando sus dedos, mirándolo fijamente. Pero no había nada acusador en su mirada, ni ella parecía enfadada.

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Sólo agitada. Aunque... El supo repentinamente que ella era vulnerable, que un vestigio de inocencia quedaba sobre ella a pesar de su elegancia y sofisticación. Y parecía que ella expulsaba las telarañas que se asentaban alrededor de su corazón, atrayéndole cada vez más. Demencia. Obsesión. Se estaba cayendo en... Lujuria. Aclaró su garganta y caminó hacia atrás. ―¿Puedo recogerla a, aproximadamente, las siete? ―Yo... No sé… ―Muy bien, ¿Y alrededor de las siete y media? Ella arqueó una ceja. Sus pestañas se extendieron por sus mejillas, y sonrío otra vez. Le miró fijamente con gravedad, buscando sus ojos. Ella parecía estar tomando una importante decisión interna. ―Siete y media —dijo. ―Bien. ―Estoy ansiosa por conocer a Papá. Él asintió con la cabeza, y dio media vuelta rápidamente para dejarla. No quería darle la oportunidad de cambiar de opinión. Siete y media. Cena. Y luego se estaría acostando con ella.

En I860, volvió la vida a la plantación Montgomery de nuevo. La heredera volvió a casa desde Europa; se llamaba Meg. Era una mujer hermosa, sofisticada, confiada, segura de sí, serena.. Meg estaba eufórica de estar en Nueva Orleans, pero había llegado en la mitad de la tempestad y la agitación. Aunque algunas cabezas cuerdas estaban tratando de mantener unido el país desesperadamente, la guerra estaba amenazando. La mayoría de los propietarios de plantaciones de Luisiana estaban ávidamente ruidosos y furiosos contra el norte. Unidades de milicias se formaron adecuadamente y partieron; Luisiana se hizo famosa rápidamente por sus regimientos de Zouave llenos de color, y hombres y niños gritaban que estarían masticando a los Yankees dentro de algunas pocas semanas. El Sr. Sean Canady no estaba tan seguro de la victoria. Meg conoció a Sean, hijo de Robert con su primera esposa, Deirdre, la primera semana en que regresó. Debido a que él tenía su propiedad no muy lejos a lo largo del río, era apropiado que él la llamara para ofrecerle sus condolencias sobre la muerte reciente de su abuelo, y darle la bienvenida a casa. Aunque era simpático y bueno, mirándolo, no se quedó prendada al instante. O así se dijo a sí misma. Había viajado, había visto Roma, París, Londres, Madrid. No era fácilmente influenciable, impresionable, o sumisa; era sofisticada, entendida. No fue hasta que dejó su casa que se dio cuenta de que estaba ansiosa por

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verle otra vez. Ansiosa por escuchar su voz profunda y retumbante, incluso sus ideas, su preocupación porque el sur podría tener algunas dificultades de “comerse” a los Yankees. Su mente la fascinaba. Como lo hacía su dedicación, su pasión. Su poder subyacente. Cuando John Brown fue colgado por su insurrección en Harpers Ferry, la mayoría de los norteños estaban indignados, y la mayoría de los sureños estaban eufóricos —después de todo, el hombre había esperado armar a esclavos para asesinar a sus amos en sus camas, por no mencionar el hecho de que había asesinado fríamente a hombres en los disturbios de las plazas de Kansas / Nebraska, arrastrándolos fuera de sus casas para matarlos justo en frente de sus familias. John Brown podría haber sustentado algunos ideales elevados, pero en la práctica, había sido un asesino, ¡Y los norteños no podían cambiar ese hecho! Pero cuando el conflicto dentro del país aumentó, Sean no estaba ni indignado ni eufórico; tomó el asunto con gravedad. Sí, John Brown se había merecido ser colgado; había cometido homicidio. Pero lo que había ocurrido era una tragedia Americana, porque estaban llegando más y más cerca a la guerra, y lo que demasiados sureños no podían ver era que, no tenían producción en el sur, y que el norte tenía un suministro interminable de otro factor —soldados. Cada vez que hablaban, Meg se iba enamorando un poquito más. Adoraba sus ojos livianos, su pelo oscuro, de la misma forma en que rizaba sobre su frente. Adoraba el sonido de su voz, la amplitud de sus hombros, su risa. Principalmente, lo adoraba por lo que tenía dentro, adoraba su alma, su inteligencia, la manera en que pensaba las cosas, la manera sincera en que se preocupaba de las personas. La pidió que se casara con él. Ella lo rechazó. No podía casarse. Ella no era de la clase de las que se casaban. Pero estaba encantada con él. Dijo que esperaría, le dijo que no podía casarse otra vez, y todavía... admitió que no tenía ningún deseo de estar con nadie más. ―No soy la novia apropiada; confíe en mí, no soy la joven dama apropiada para usted, no puedo serlo… ―Es usted todo lo que deseo ―Pero no puedo casarme con usted. ―¿Por qué? ―Yo… Yo no puedo. ―Lo hará —la prometió. Los chicos del sur gritaron y dieron alaridos y continuaron participando en barbacoas y bailes. Meg y Sean fueron juntos a todos lados. Fue en la elegante casa del pueblo de Wynn en el French Quarter cuando ella conoció a Aaron Carter por primera vez. Parecía ser un joven apuesto, alto, flaco, rubio, y con ojos oscuros. Afirmó ser un primo distante de la difunta Sra. Wynn. Meg, cortésmente, reconoció su presentación del joven, pero le prestó poca atención. No tenía ojos para nadie excepto para Sean. Aunque, cuando estaba en la mesa de ponche, Aaron se acercó a ella. ―Miss Montgomery, es usted encantadora. Me gustaría visitarla, si pudiera. Sorprendida, encontró su mirada. Sonrío con arrepentimiento, dándose cuenta de su intención. ―Señor, será bienvenida su visita, pero debo informarlo... Estoy casi comprometida, señor.

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―Ah. Con Canady. Ella asintió con la cabeza. ―Pero debe de tener en cuenta de que tenemos muchas jóvenes damas encantadoras aquí, y muchas que estarían encantadas… Él se acercó. ―La quiero a usted Ella agitó su cabeza, dando un paso hacia atrás. ―Acabo de decirle, señor... ―No importa lo qué me está diciendo. Sé quién es, lo qué es usted, y nosotros somos uno e iguales, y la tendré. Su sonrisa era frágil. Estaba furiosa, pero resuelta. ―No sé de qué está hablando; no somos iguales de ninguna manera. Y usted se puede ir al infierno. Cuando giró para dejarlo, sintió una fuerza arrastrarla. Y entonces lo supo. Supo qué era. Apretó sus dientes juntos y giró hacia él. ―No somos iguales. Y ésta es mi ciudad. Usted, señor, quizás sería más feliz viviendo en otro lugar. ―Le advierto, Miss Montgomery… ―No. Le advierto yo a usted. Deje este lugar. No hay posibilidad para usted aquí. ―Así que, querida mía, usted supone que es su territorio. ―Estoy ferozmente encariñada con la casa de mi familia, Sr. Carter. Usted no puede ni imaginar con qué fuerza puedo defender todo lo que considero sagrado. Esperó. El continuó sonriendo. ―Tengo entendido que es usted la favorita de hombres con altos rangos. ―Ahora, señor, no sé qué quiere decir realmente. Se encogió de hombros. ―Lucian, señorita. Tengo entendido que está usted entre sus... predilectas. ―¿Cómo se atreve a insinuar…? ―No insinúo nada. Usted es una favorita, mi belleza. Pero también tengo entendido que mantiene su independencia en todos los aspectos, y por eso, confíe en mí, su protección no irá muy lejos. Yo la protegeré, querida. ―No quiero su protección. Le he dicho que estoy casi comprometido con el Sr. Canady. ―Casi. Él no es tan hombre como yo. Ella Sonrío. ―Gracias a Dios. ―Obsérvese a usted misma, mi belleza. Hay reglas. ―Y cumplo con ellas. Presto atención, y no molesto a nadie más. Ésta es mi casa. Comprenda eso. ¿Se irá? ―Usted es magnífica. Un desafío. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Le he dicho que mi interés está en otra parte. ―Cambiaré eso. ―Usted se niega a escuchar, y se está haciendo pesado, señor, y... ―¿Y? ―No subestime mi poder. Puedo destruirlo. Hizo una reverencia profundamente, sonriendo. ―Veo que se va. Ella se había encontrado a otros en sus viajes a través de Europa y América. Se habían conocido, y continuado su camino. Nunca la habían amenazado. A veces habían hablado, y casi habían sido amigos. Había reglas, por supuesto. Las reglas que los permitían sobrevivir. Debían respetarse. Miró duramente a Aaron Carter, luego giró de nuevo, se alejó de él, y continuó caminando. Encontró a Sean en el salón de baile, y bailó con él, pero observó a Aaron Carter. Al final, cuando él se despidió de su anfitriona, la buscó. Sus ojos encontraron los suyos al otro lado de la sala. La saludó, haciendo una profunda reverencia otra vez, despidiéndose. ―¿Qué pasa? Pareces distraída —dijo Sean. Miró hacia atrás y le sonrío. ―No más, Sean. No más. —Sintió un alivio tremendo. Aaron se había marchado. La había creído; había reconocido su poder, y había partido. Gracias a Dios (si Dios todavía la escuchaba). La vida ya era bastante angustiosa sin las criaturas como Aaron Carter para hacer las cosas aun peor. Esa noche la joven Lilly Wynn se despertó. Sintió como si su nombre fuera susurrado sobre el aire, como si la hermosa noche del invierno la llamara. No era la noche. Era él. Había dicho que vendría cuando lo había conocido en la fiesta. Eran parientes, pensaba, riéndose tontamente. Pero no importaba. Era parientes lejanos. Le había advertido sobre Papá, y había dicho que vendría en la noche, y su padre nunca debería saberlo. Era tan reservado, tan romántico... Sí, podía escuchar su nombre, llamándola por su nombre. Ella se incorporó, sintiendo como si el aire mismo la envolviera con un abrazo extraño y sensual. Quería apresurarse hasta el patio para bailar debajo de la mágica luz de las estrellas y la luna. Tenía casi dieciocho años, dentro de una edad casadera, y ansiosa de que su papá la diera permiso para casarse. Otras chicas de su edad ya llevaban tiempo casadas. ¡Papá era tan severo! Esta noche soñó con un amante, con un hombre que vendría, para tocarla, para hacerla sentir más de esa magia fugaz. El jardín de Wynn era profundo. Las sillas forjadas de hierro y las mesas estaban situadas a lo largo de senderos de azulejo. Algunas fuentes borboteaban. En una esquina lejana de la propiedad, tumbas ornamentadas y mausoleos alojaban la quietud de los fallecidos Wynn. Hizo caso omiso de ellas, habiéndolas visto toda su vida. Eran una parte de su casa. Admiró la luna, las estrellas. Su pelo rubio suave cubría sus hombros de la misma manera que una capa, mientras paseaba, y entonces... Se paró, repentinamente asustada. Detrás de ella... Había algo. No... Se giró. Otra vez. Y otra vez. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Miró hacia la casa. Estaba muy lejos. Y cuando giró de nuevo, parecía... Parecía que las sombras habían cobrado vida. Sombras… retorciéndose, bailando entre las tumbas y mausoleos, proyectando oscuridad sobre la superficie de un ángel aquí, una virgen allá. Las sombras se enroscaron y se curvaron... Y se movieron lentamente hacia adelante. Un grito le subió a la garganta. Tenía que llegar a la casa; tenía que llegar hasta su papá. Giró, y se chocó de golpe contra un hombre. Dio un paso hacia atrás, mirando hacia arriba a su cara. Sus ojos se posaron en ella con una luz como el fuego. La tibieza la invadió. Todavía permanecía demasiado asustada para hablar. ―¡Mi pequeña belleza! ―el respiró. Quería sentirse sensual otra vez, como si la brisa la acariciara, como si hubiera magia en el aire. El miedo continuó ahogándola. ―Pequeña... El levantó su vestido que cayó de sus hombros. Estaba de pie desnuda a la luz de la luna. Capturada por sus ojos. Aterrorizada, pero sin poder moverse. Sus manos la acariciaron, se deslizaron hacia abajo sobre su pubis, entre sus muslos, sobre sus pechos otra vez, en su garganta. ―Yo... ¡Debo regresar! —Se las arregló para susurrar. ―Por supuesto. ―Debo hacerlo. —Era vagamente consciente de que todavía estaba de pie ante él, desnuda. ―Sí. Él se hizo a un lado. Ella empezó a caminar. Sintió la oscuridad detrás de ella. Sintió como si las sombras y algo malvado respiraran sobre su cuello. Aceleró su paso. El aire, ¡El perverso aire! Ahora sentía como si la tocaran con una caricia de maldad, bajando por su espalda, contra su cuello... Y aun así, el mal era tentador. Tan tentador. El mal se sentía agradable. No... El aliento del aire contra su piel desnuda era erótico. Su susurro parecía tibio contra el invierno, como un fuego atizando dentro de su alma... Oh, Señor, oh, Señor, era demasiado fantástico... Se volvió, queriendo gritar... Pero ningún sonido salió de sus labios. Porque él la tocó, la arrastró hasta él, seduciendo; y la tibieza de la sangre de su vida circuló entre ellos, y el escalofrío del invierno sustituyó a los fuegos del infierno.

Mil ochocientos sesenta y uno llegó, y Luisiana se separó de La Unión. Sean llegó a la casa de Meg, atravesando violentamente la puerta principal furioso. Sus criados se dispersaron, desapareciendo en silencio. Estaban solos sobre la hermosa amplia escalera de la plantación Montgomery. Él se encontraba con una extraña cólera, respirando fuertemente, y Meg sintió una inquietud momentánea. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Tengo que irme —le dijo. Como tenía dinero, había creado una unidad de caballería con él mismo como capitán. No había importado que no estuviera en absoluto seguro que la guerra era correcta, o que el sur podía ganar una guerra. Ésta era su casa; éstas eran sus gentes. Su unidad estaba siendo llamada para entrar en guerra ahora, y él tenía que marcharse. —Tengo que irme, y maldita sea, maldita sea. Te quiero. Cásate conmigo. ―¡No puedo! ―suspiró, acongojada. Sacudió su cabeza, su frustración y una gran cólera. Subió los tres escalones que los separaban, y la atrajo a sus brazos. La besó profundamente, devastando su boca. Sus manos arremetían contra su ropa, tocándola, tocándola más, exigiendo más y mayor intimidad. Su ropa desapareció, se encontraba esparcida frente a las escaleras. Su boca se movió con un hambre urgente sobre su carne hasta que se encontró estremecida y temblando en una tempestad que coincidía con la suya. Lo besó furiosamente a cambio, con las uñas arañando su espalda. Estuvo muy cerca de morder su hombro... Sintió la escalera Persa del corredor contra su espalda, la dureza de la madera debajo de ella. Él hacía el amor con una pasión imprudente y desesperada, y cuando terminó, ella descubrió que estaba sollozando, agarrándose a él, susurrando que lo quería pero que no podía casarse con él. Desconcertado, exigió saber por qué. Y por fin ella le dijo que si ambos sobrevivían a la guerra, ella se lo explicaría. Pero el matrimonio no importaba. Ella estaría aquí, estaría esperando aquí, y lo querría hasta el final del tiempo. Eso tendría que ser suficiente. No era suficiente, le dijo, pero era todo lo que él tenía y le hizo el amor una segunda vez, más suavemente, y con todo, con la misma pasión ardiente, robándola el pensamiento y la razón. Luego se marchó.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0055 Sean leyó y releyó los informes policiales tomados por los oficiales que habían trabajado en los homicidios hasta ahora. El lunes por la mañana estaba teniendo su primera reunión con el destacamento especial asignado a los homicidios, y quería asegurarse de que no hubieran dejado pasar los detalles más importantes en ninguna fase de la investigación. Una pareja turista había encontrado el cuerpo de Jane Doe en el cementerio primero. Leyó la compungida declaración del marido: “Bien, habíamos sido advertidos que los cementerios eran un vecindario peligroso, pero no estábamos esperando algo así. Incluso había oído que había huesos pegados fuera de las tumbas de vez en cuando, pero, oh, Dios, nada como esto. Nada como esto”. Pierre había hecho un interesante comentario en su informe médico: Jane Doe, depositada en una tumba como si estuviera sobre una cama, había sido dejada en una posición muy similar y apariencia a la quinta víctima de Jack el Destripador, Mary Kelly. La cabeza de Jane Doe había sido cortada totalmente, y aunque la de Mary Kelly no lo había sido, las mutilaciones del cuerpo eran increíblemente similares, incluso en la manera que la partes arrancadas habían sido depositadas alrededor del cuerpo. Las fotos eran suficientemente fuertes para hacer que incluso el policía más duro de la calle estuviera enfermo por una semana. Afortunadamente, el descubrimiento del cuerpo había sido temprano y la joven pareja del cementerio había estado tan escandalizada y horrorizada que no habían mirado mucho antes de llamar histéricamente a una patrulla en la calle. Nadie excepto la policía —y el asesino (asesinos?) —habían visto el cuerpo. La policía había sido sincera con la prensa respecto al hecho de que había sido decapitada y mutilada, pero la policía había protegido cuidadosamente los pequeños detalles de esa mutilación. La joven pareja había regresado a su casa —en Alaska, gracias a Dios por los pequeños favores —esa misma noche. La esposa había sido sedada, y tanto ella como su marido pidieron no ser identificados a la prensa. Ella estaba histérica, ansiosa de no ser relacionada con el homicidio de ninguna manera. Incluso de turismo, Sean dudaba que volvieran a Nueva Orleans. Aunque, había sido un alivio para la policía. Demasiadas personas querían el sensacionalismo de una entrevista de la prensa. La joven pareja de Alaska había estado demasiado asustada del asesino. Sean recogió el informe forense de Pierre. La lista de los traumas del pobre cuerpo, atacado salvajemente, era interminable. Lo bueno parecía ser que la mayoría de las heridas habían sido postmortem. No necesitaba el informe médico para recordar la autopsia. Había apoyado a Pierre mientras el médico forense recortaba lo que quedaba del cuerpo, hablando de sus descubrimientos en la investigación al micrófono que colgaba encima del cuerpo con una voz articulada. No era algo que él olvidaría. Depositó el informe, y arrastró sus dedos a través de su pelo. Jane Doe, decapitada, destruida. Un proxeneta en Bourbon Street. Decapitado, no mutilado. ¿El asesino solamente mutila a las mujeres? ¿Era incluso el mismo asesino, o tenían un par de maniáticos con un método similar vagando por las calles? No sería la primera vez que homicidios inconexos habían ocurrido con una oportunidad temerosamente cerca en el tiempo en Nueva Orleans. Observó la pantalla de su computadora sobre su escritorio, luego presionó el botón de salida con un suspiro molesto. No era que no pudiera encontrar homicidios similares a través del país. El problema era que podía encontrar demasiados. El microchip había hecho cosas asombrosas. Él había descrito sus Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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homicidios recientes en la computadora, y le había parecido que la información que le había devuelto se desplazaba incesantemente. Había pulsado las teclas equivocadas, se dijo con aire taciturno. Los crímenes, solucionados y sin resolver, de más de un siglo atrás habían aparecido. Jack el Destripador aparecía en la pantalla, junto con el Leñador de Nueva Orleans, Jeffrey Dahmer, y Theodore Bundy. Tuvo que intentarlo de nuevo, entrando en, por el momento, solamente los crímenes sin resolver de los últimos años. ―Vudú, mala suerte —Jack dijo, llegando por un lado de su escritorio y dejando caer una pila de libros. Sean se quedó mirándole. ―¿Lees los periódicos matutinos? Sean se encogió de hombros. ―Dadas las circunstancias, pienso que la prensa ha sido amable. ¿Te dije que tenías que venir aquí hoy? Jack sonrió abiertamente. ―Sabía que estarías aquí. ―Ah. Bien, usted es un buen chico, Jack. ―He estado probando diversos ángulos. Leyendo mucho. ¿Qué piensas del vudú? Sean se reclinó, arqueando una ceja. ―¿Qué pienso del vudú? Déjame ver... Está bien, volviendo unos siglos atrás, los tratantes de esclavos arrastraron a los hombres fuera de África. Esos tipos trajeron piezas de una antigua religión con ellos. Por ejemplo, una serpiente es importante en muchos de los ritos de vudú; se conoce como la gran Zombi. Su “Vudú” era algo que podían usar contra sus amos. Luego llegó Marie Laveau e hizo del vudú un gran negocio. Trabajó como peluquera y usó los chismorreos que escuchó para hacer creer al pueblo que conocía los secretos más profundos y oscuros y los deseos de sus clientes, y que tenía el poder para “ver”. Hoy, el vudú es todavía una fuente de ingresos muy importante para mucha gente de las tiendas en el Quarter. ―De acuerdo, de acuerdo. Búrlese, pero he estado leyendo. Sean arqueó una ceja, sonriendo abiertamente mientras esperaba. No se estaba burlando del concepto. El vudú era como cualquier otro culto o magia. A veces, aquellos que tenían tendencias homicidas, estaban influenciados por estas prácticas. Y los hechizos, la magia del vudú, podían extraer el poder de la mente, de la misma manera que cualquier otra supuesta “magia” ―El Marqués de Vaudreuil puso en marcha una regla, volviendo al siglo 17, sobre que cualquier maestro de esclavos que permitiera a sus esclavos reunirse, sería multado fuertemente. Los esclavos que fueran atrapados reuniéndose, podían ser fustigados, marcados con hierro con la flor de lis, e incluso ajusticiados. ―Ouch —dijo Sean, y se estremeció. ―Así que incluso en aquel entonces, la gente estaba muy asustada de lo qué el vudú podía hacer. Después de 1803, cuando los estadounidenses se asentaron en Nueva Orleans, las cosas cambiaron. Muchos esclavos de las Antillas fueron traídos aquí, y naturalmente, nosotros los estadounidenses, éramos más cultos. Los esclavos empezaron a congregarse, y a practicar el vudú. Bien, así que para algunos, era un forma inocente de religión.

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―Umm—, Sean estuvo de acuerdo. —Mucho baile, consumo de aguardiente de caña, sustancias buenas y fuertes de contenido alcohólico. Bastantes personas juntas en frenesí y una energía es creada; los psicólogos han estudiado los resultados de la energía de grupo entre vudús, y entre viejos Agitadores, también, que nunca, por cierto, eran acusados de magia negra. Se puede obtener un nivel similar de emoción en una buena reunión de culto Baptista. ―Cierto. Pero hay casos documentados donde los vudús practicaron muchos sacrificios diferentes. ―Beber la sangre de un niño pequeño, o un gato negro. Los gatos negros pueden dar al vudú algún serio poder—dijo Sean. Jack le lanzó un gesto grave a cambio. Sean se encogió de hombros. ―Continúa, prueba tu postura aquí. ―Sean, en 1881, un par de vudús fueron arrestadas cuando ataron a sus hijos a través de un fuego y los mataron a golpes con un palo. En 1863, media docena de torsos humanos fueron encontrados en la casa de una mujer sospechosa de ser una sacerdotisa. ―Cualquiera puede hacer cualquier cosa en nombre de la religión. Mira las torturas de la Inquisición. ―Esto es Nueva Orleans, hoy —Jack protestó. ―Y Jack, estoy muy orgulloso de ti. Has hecho una buena lectura, y debido a que no sabemos qué puede aparecer en esta investigación, algo de lo que has aprendido puede llegar a ser importante. Ahora, ¿Qué has aprendido sobre Jack el Destripador? ―Nunca fue atrapado, y hay un millón de teorías respecto a su identidad. Algunos estudiosos del Destripador están convencidos que estaba ligado a la Realeza Británica, y los otros creen que era un sirviente Polaco, conocido como Delantal de Cuero. Algunos creen que era Montagu Druit, y otros creen que el diario de Maybrick es verdadero. Si la policía hubiera tenido solamente los conocimientos científicos de la actualidad, algo de verdad podría haber sido demostrada, incluso exonerar o condenar a aquellos sospechosos y arrestarlos fácilmente. Algunos dicen que la policía lo estaba encubriendo, especialmente si los homicidios involucraban a la Realeza de alguna manera. Sin embargo, si hubieran tenido la tecnología moderna y la hubieran usado, docenas de libros teóricos podrían no haber sido escritos, y el Tour del Destripador en Londres podría no ser tan popular. ―Útil, muy útil —Sean dijo. Jack se encogió de hombros. ―Hay libros sobre Jack el Destripador en esa pila también. Sean se reclinó. ―No pareces creer que tenemos un asesino imitador. Jack se encogió de hombros. ―Jane Doe, despedazada en trocitos. De la misma manera que la última víctima del Destripador, no su primera. Pienso que nuestro asesino estuvo jugando. Tuvo un montón de tiempo con su víctima, estaba al tanto de los crímenes de Jack el Destripador, y quiso enviarnos en busca de libros y completando perfiles y ponderando el asunto profundamente. Luego, de nuevo, este asesino busca atención. Somos una gran, ocupada y multiétnica ciudad. Para conseguir atención, un asesino tiene que buscar el sensacionalismo. Este tipo no quiere algunas líneas en la prensa y tres minutos de publicidad en las noticias locales. Quiere ser el centro de atención. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Sean estaba en silencio. ―Bien, ¿qué piensas? Sean sonrió abiertamente. ―Pienso que vas a ser un maldito buen detective de homicidios. ―Tan pronto como dejé de ponerme enfermo sobre los cadáveres —dijo Jack. Sean agitó su cabeza, estudiando los informes de los forenses de nuevo. ―Tienes que tener corazón y carácter para el trabajo, chico. Confía en mí. Tipos como Pierre nos dan un montón con lo que trabajar, pero la mitad de la lucha todavía se reduce al instinto. De la misma manera que tu último comentario sobre el asesino. Quiere que sus crímenes sean conocidos. Quiere desconcertarnos. Juega. Nos mantiene desconcertados, lo que ya estamos. No tenemos ni idea de cómo, dónde, cuándo, o a quién golpeará después. Dios sabe, hasta ahora hemos sido afortunados. No son conocidos demasiado detalles sobre nuestra Joan Doe, y la gente todavía ve a un proxeneta y a una prostituta. ―Bien... Odio decirlo, pero... ―Pero ¿Qué? ―Quiero decir, que realmente odio decirlo, porque... ―Porque ¿Qué? —Sean exigió, exasperado. ―Se me ocurre pensar que es la criatura más excitante con la que alguna vez me he encontrado, pero... ―¿Podríamos estar refiriéndonos a Maggie Montgomery? ―Bien, francamente, no tenemos nada. Ninguna maldita cosa del cementerio; la pobre Jane Doe es acuchillada en pedazos y no hay nada que siquiera se asemeje a una pista. La chica murió sin rasgar ni un trozo de carne microscópico de su asesino. Luego tenemos a nuestro proxeneta. Muerto en su traje de Armani. Y nada, excepto un minúsculo rastro de sangre depositado directamente en el edificio de la señorita Montgomery. ―Y se detiene en la puerta. ―Pero llega hasta la puerta. Sean asintió con la cabeza despacio, mirando a Jack. ―Dime, ¿En tu estudio de los vudús, encontraste algún culto que saque con sifón la sangre humana de los cadáveres? ―Hay muchas historias de la sed de sangre. Drácula, por Bram Stoker, escrito a finales del dieciocho, estaba basado principalmente sobre las leyendas de Vlad Dracul, el Empalador. Naturalmente, hay relatos más históricos de la increíble sed de sangre. Toma el caso de Elizabeth Bathory de Hungría, entre finales de mil quinientos y principios del siglo XVII, que se bañó en la sangre de cientos de jóvenes vírgenes, buscando la juventud eterna y la vida eterna. Tenemos aquí el raro caso de los asesinos que ataron a sus víctimas y bebieron un poco de sangre de ellos día tras día, y fueron atrapados solamente cuando un joven histérico se escapó. Hay más. A decir verdad, la lista es probablemente interminable. Sólo porque hemos creado frases y descripciones para asesinatos en serie y en masa ahora, no podemos descartar los casos históricos de locos y locas que eran crueles criminales antes de que tuviéramos los conceptos modernos de la psicología. Además, recuerda, estamos en Nueva Orleans. Tenemos vudú, magia, y también tenemos nuestra porción de cultos a los vampiros. En el último Mardi Gras, debo haber visto a Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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docenas de hombres y mujeres vestidos con ondulantes camisas blancas y con capas oscuras… y colmillos, por supuesto. ―¿Elizabeth Bathory, no? —dijo Sean. —¡Has vuelto atrás en el tiempo, con seguridad! Jack se sonrojó. ―Sí, bien, era un poco fanático del terror cuando era niño. Tengo libros de toda clase, cintas, y CDs sobre vampiros, hombres lobo, fantasmas, momias, y semejantes. Sean asintió con la cabeza con gravedad. ―Podríamos necesitarlos en esto. Dime, ¿Dónde encaja Maggie en tu material de lectura? Jack esbozó una amplia sonrisa ―Playboy, desearía. Sean lanzó un gruñido. ―Tenía mucho tiempo anoche. A decir verdad, me desperté sintiéndome culpable. Estamos investigando dos horribles homicidios, y estuve un montón de tiempo en un club de jazz. Sean se reclinó, estudiando a Jack. ―Chico, si vas a quedarte en homicidios, tienes que aprender a vivir a pesar de las víctimas de homicidio. Pierre se las arregla para tener una vida a pesar de todo con lo que se las arregla. Somos la única esperanza de justicia para las víctimas. Él puede ser su voz, y nosotros podemos ser su justicia. ―Eso es bueno. Una buena maldita idea. No me siento demasiado mal por Anthony Beale, parece ser que lo que obtuvo podría haber sido un tipo de justicia. Pero nuestra pequeña Jane Doe... ―¿Has conseguido los antecedentes de ella? ―Sí. Pobre chica, necesitaba hacer algo para conseguir seguir delante en el mundo. Tal vez sólo para comer. ―Hay un lado blando en ti, Jack. Ten cuidado. Jack asintió con la cabeza con gravedad, luego sonrió abiertamente. ―Sí, y también parece que hay un lado suave y lujurioso en ti. ¿Has estado viendo a la señorita Montgomery otra vez? Sean asintió con la cabeza, mirando a Jack. ―La traeré a casa a cenar esta noche. ―Oh, sí, ¿No bromeas? Hey, ¿Puedo ir? Seguro que será una gran conversación con tu padre haciendo el interrogatorio. ―Él no va a interrogarla; no está bajo arresto. ―Él va a interrogarla, va a tratar de arreglarte con una mujer que será algo más que una parada en ruta para ti. ―Ella está bajo sospecha, y no, no puedes venir. ―¿Qué pasa si yo tuviera que llevar a su amiga? ―¿A la pequeña Criolla? ―Umm. Angie. Su nombre es Angie. Angie Taylor. Es una de las mejores amigas de Maggie Montgomery, tiene las llaves del local, y probablemente, conoce a tu mujer mejor que nadie más. ―¿Eso es cierto? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Es un hecho. ―¿Y crees que vendrá? Jack sonrió abiertamente. ―Sí. —Cruzó sus brazos sobre su pecho y le ofreció a Sean una sonrisa de “el rey de las bestias”. —Cuando algunos de nosotros conocemos a una mujer, sabemos lo qué estamos haciendo. ―¿Ya te acostaste con ella? ―No —admitió Jack. —Pero me desmayé sobre su sofá. ¿Puedo traerla a la cena? Sean vaciló. Podría resultar una tarde interesante. Maggie Montgomery era su única pista, sin embargo, tan frágil como una pista pudiera ser. No quería que ella pensara que la consideraban como una pista. Si estaba involucrada, era sin su conocimiento. Si su edificio estuviera siendo usado, seguramente era sin su conocimiento o consentimiento. Y aún así... Aunque no quería que ella fuera una pista, tenía un extraño presentimiento de que de algún modo, estaba involucrada. Ninguna prueba. Instinto visceral. Y no importaba realmente. Tenía que acercarse más a ella, de una manera u otra. Tenía que saberlo. ―Trae a Angie. Siete y treinta. Papá va a preparar una barbacoa en el césped. Asegúrate de que no sea vegetariana.

Era mediodía cuando Gema Grayson llamó a Maggie. Gema tenía treinta años, felizmente casada, joven madre de dos niños. Ella y Allie eran un grupo estupendo como vendedoras y mejores amigas. Allie era tan pálida como la luz de la luna, y Gema era el color del ébano puro. Gema había perdido a su propia madre justo antes de su décimo cumpleaños. Allie llenó un bonito lugar en su vida. Gema trató de no parecer preocupada. ―Maggie, odio molestarte en un sábado, pero estoy preocupada. ―¿Cuál es el problema? ―Es Allie. ―¿Qué pasa con ella? ―No está aquí. ―¿No llegó? ¿La has llamado? ―Bien, ella vino. El café estaba preparado y todo estaba pulcro como una patena cuando llegué. La puerta estaba sin bloquear. Pensaba que tal vez se había ido al lado a por beignets o croissants, pero Hal, que está detrás del mostrador, no la había visto. ―¿La llamaste a su casa? ―Ninguna respuesta. ―¿Llamaste a la policía? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Dijeron que no podían llenar informes sobre cada mujer que se alejaba por unas horas. ―¿Les recordaste que tuvimos un homicidio justo fuera de nuestras puertas horas antes? ―Lo hice. No ayudó. Maggie vaciló. ―Gema, no te preocupes. Llamaré al policía que vino ayer. ¿Todos ustedes están bien ahí? ―Sí, estoy bien. ―¿Estás ocupada? ―Sí, pero me alegro de estar ocupada. ―Llamaré al Teniente Canady e iré allí yo misma. ―Oh, Maggie, lo siento, no tienes porque hacerlo. ―No estoy haciendo nada excepto holgazanear en el porche al sol. Allie es especial, y no importa lo que digan… si no está en el trabajo, algo está mal. ―Está bien. Gracias, Maggie. ―Llegaré enseguida. Maggie colgó y miró fijamente el teléfono. Sintió un profundo temor, y quería quitárselo de encima. Cerró sus ojos fuertemente, preguntándose si no estaba cometiendo un error horrible. La tarjeta de Sean estaba en su bolso. Rebuscó por todas partes, miró fijamente los números, y luego los marcó. Este respondió con un brusco “Hola” con el primer timbrazo. ―¿Sean? ―¿Maggie? ―Sean, siento molestarte ahora, pero parece que una de mis empleadas ha... desaparecido. Ella, pensamos, solo falta desde hace algunas horas, pero es increíblemente concienzuda y estoy preocupada. ¿Podrías… podrías de alguna manera reunirte conmigo en la tienda? ―Estaré ahí —dijo brevemente. La línea estaba muerta. Maggie se quedó mirándola fijamente, entonces colgó rápidamente. Gritó a Peggy que se iba, agarró su bolso, se calzó las sandalias y salió rápidamente de la casa. Gema trataba de hablar con una delgada adolescente que estaba preguntando por un vestido hecho de encargo para una fiesta especial que iba a tener. Seguía mirando la puerta. Ella suspiró con alivio al ver al alto y apuesto policía de ayer que se acercaba a la puerta, seguido por su joven ayudante. Se disculpó con la adolescente, preguntándole si podía volver el lunes o el martes cuando Maggie Montgomery estuviera allí. Apenas notó si la chica le prestó atención o no; corrió hacia el Teniente Canady. Instintivamente, ella se acercó. Él tomó sus manos. ―Maggie debe haberlo llamado. Muchas gracias por venir. Tengo entendido que normalmente no se preocupan por un desaparecido tan rápidamente, pero si usted conociera a Allie. ―Hey, está bien, tenemos que preocuparnos por todas las personas desaparecidas, es sólo que cuando no han estado desaparecidos mucho tiempo, a veces, reaparecen solos ―él le dijo a ella. Él mostraba una gran sonrisa. Ojos brillantes que podían ser tanto severos como extrañamente tranquilizadores. Tenía un extraño poder, pensó ella. Le llegaba desde dentro. De saber lo que era correcto e incorrecto, de una profunda confianza que habitaba en su alma. ―No obstante, gracias… Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Hay un oficial que viene detrás de mí que apuntará la información sobre su amiga, y emitiremos una orden de búsqueda sobre ella de inmediato. ―No querría que usted hiciera algo... incorrecto... Le lanzó otra sonrisa. ―Uno de los beneficios de ser un policía mal pagado y con demasiado trabajo. Puedo violar algunas reglas cuando lo necesito. Ella ya se sintió mejor. ―Maggie está también en camino. Estoy yo misma tan aturdida, que me temo que olvidaré algo importante. Canady recurrió al joven que estaba ligeramente detrás de él. ―Llama por radio a Carl al automóvil. Confirma si ya ha llegado a la casa de Allie. ―Estoy en ello ―dijo el joven, y se dio media vuelta. ―Gema, ¿Podemos conseguirle algo que la ayude a sentirse un poco más en calma. ¿Una taza de té? ―Canady preguntó. Su sonrisa destelló otra vez. ―¿Tal vez un café con leche y un poquito de alcohol? ¿Valium? Ella sonrío a cambio, agitando su cabeza. ―No, estoy a cargo de la tienda durante los horarios de apertura. Y estoy demasiado turbada para calmarme. Él arqueó una ceja. ―Ah, bien. Buena chica. Así que, cuénteme sobre Allie. Sé que hablé con ella ayer. Es una mujer muy atractiva, simpática. Pelo cano, ojos plateados, delgada, atractiva. Debe ser excelente en las ventas. ―Oh, ¡Es estupenda! Y adora nuestra línea de ropa. Ambas lo hacemos. Maggie tiene tanto talento. ―Sí. ―murmuró, mirando la tienda. Los maniquíes lucían algunas de las prendas de vestir. Maggie sabía cómo cortar un vestido, una camisa, una falda o una chaqueta para complementar una forma femenina. Incluso los maniquíes se veían bien con su ropa. Regresó a Gema, todavía sonriente. Él estaba como la Roca de Gibraltar. Ella se sentía como si se hubiera estado ahogando, y alguien le hubiera lanzado una soga. ―Bueno... Allie nunca llega tarde al trabajo, ¿no? Gema movió su cabeza. ―Estuvo aquí. Este es el tema. Ya había hecho el café. Está muy orgullosa de su café. Comprar ropa aquí no sólo es ir de compras. Es una experiencia sociable. Estamos en todos las guías de viajes, sabe. ―No, no lo sabía. Pero bien por ustedes. Así que usted cree que Allie entró e hizo el café ―Sé que sí. ¿Quién abriría las puertas, arreglado esto, y hecho el café? ―Probablemente tiene usted razón. Es sólo para separar el “probable” de lo absolutamente “seguro”. ―Oh, indudablemente. Sí, ya veo…

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Gema se interrumpió, porque él estaba mirando fijamente más allá de ella. Se dio media vuelta. Un pequeño grito se la escapó. Para su asombro, vio a Allie volver rápidamente por la puerta principal de la tienda. ―Es Allie, ¿no? ―Preguntó suavemente. Gema asintió con la cabeza. Se movió más allá de él, apurándose para acercarse a su compañera cuando Allie atravesó la puerta violentamente, viéndose muy nerviosa y torpemente inquieta. ―¡Allie! ¡Estaba tan preocupada, no sólo preocupada, enferma! ―dijo Gema. Se estrelló contra Allie, abrazándola fuertemente, alejándose a continuación. ―Oh, lo sé, ¡Estoy tan perturbada! ―dijo Allie, alisando su pelo canoso hacia atrás, cuando se dio cuenta de que Sean estaba de pie justo detrás de Gema. ―¡Oh, querida, no! ¡Has llamado a la policía! ―Está bien, Sra... Bouchet ―Canady le aseguró a Allie. ―No ha pasado nada. ―Oh... Por supuesto, después de lo de ayer... ―Allie murmuró. ―¡Estoy tan... tan avergonzada! ―Bien... ¿Qué ocurrió? ¿Dónde estabas? ―Gema exigido. Mientras hacía la pregunta, Gema vio que Maggie Montgomery había llegado, llevando un vestido de punto negro informal y sandalias. ―¡Allie! ―ella lloró, entrando rápidamente a través de la puerta de la tienda. ―Oh, Maggie, lo siento tanto ―empezó con angustia. No terminó. Maggie la estaba abrazando, alejándose, mirándola, mirando al Teniente Canady. Algo destelló a través de sus ojos. ―¿La encontró? ―No esperó una respuesta, pero volvió la vista a Allie. ―Oh, Gracias a Dios, ¡Estás bien! ―Bastante bien ―dijo Allie. ―No, no la encontré ―Canady informó a Maggie. ―Entonces qué… ―Maggie comenzó con preocupación. ―Oh, ¡Estaba justo a punto de explicarlo! ―Allie dijo con angustia. ―Lamento tanto haber perturbado a la policía cuando tenemos cosas tan horribles ocurriendo en la ciudad! ―Tal vez debemos dejarla contar su historia ―Canady sugirió. Maggie echó un vistazo al policía, mordiendo su labio inferior ligeramente mientras le miraba con aire de preocupación, volviendo de nuevo a Allie. ―Por supuesto. Deberíamos de haber esperado, excepto que... ―Hey. Estamos todos muy nerviosos. Un hombre fue asesinado cerca de aquí ―terminó Canady. Gema notó que su jefa estaba mirando al policía con apreciación y cautela. ―¡Oh, querida! ¡Y mi explicación es tan sin sentido! ―Allie murmuró. ―Allie, lo que sé es que vamos a estar en silencio hasta que te escuchemos ―dijo Canady firmemente. Maggie le lanzó una mirada de fuego pero permaneció en silencio. Allie suspiró. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Lo lamentable es que... ¡Oh, Señor! La explicación es que realmente no tengo una explicación. Recuerdo estar aquí, haciendo café, y luego... Pienso que recuerdo haber salido para traer algunas medialunas, beignets, molletes... panecillos. Lo siguiente que recuerdo es que estaba en la Plaza, mirando a un malabarista! Oh, fue horrible. Recuerdo abriendo la puerta del local, y pensando que estaba sólo bajando la calle... Oh, Maggie, deberías de despedirme de este lugar. Debo estar volviéndome senil. ¡Tengo un completo lapsus de memoria! ―¡Indudablemente no voy a despedirte! ―Maggie la garantizó. ―Oh, gracias, querida. Nunca me ha pasado algo semejante anteriormente, y no sé en absoluto qué pudo haber provocado tal incidente, pero... ―¿Está segura de que está bien ahora? ―Canady le preguntó con cuidado. ―¡Se la ve bien! ―dijo Gema rápidamente. ―Creo que deberíamos llevarla al hospital. ―¡Al hospital! ―Alarmada, Allie acudió a Gema rápidamente en busca de ayuda. Gema sonrío de un modo alentador. ―¡Allie, tal vez fuiste golpeada en la cabeza de algún modo! ―Maggie dijo. ―Tenemos que conseguir que te hagan un chequeo… ―¿Y dejarles que nos digan que soy una anciana senil? ―Allie protestó. ―No es vieja en absoluto ―Canady le dijo, riéndose. ―Ni siquiera diga eso, nos tendría al resto de nosotros con urticaria si empezásemos a pensar en usted como mayor! Allie le lanzó una sonrisa agradecida. ―Solo no sé… ―¡Allie, por favor! ―Maggie insistió suavemente. ―Por favor, déjanos llevarte. No voy a despedirte, y estoy completamente convencida de que no estás senil. Pero estoy preocupada, y quiero asegurarme de que estés bien. Y añadimos una importante suma a nuestro programa de atención sanitaria todos los meses, así que deja que nos devuelvan un poco, ¿Eh? ―Bien, querida ―Allie dijo, mas angustiada, ―¡No me gusta dejar a Gema aquí a solas… ―¡Gema está bien! ―Gema insistió firmemente. El policía joven había vuelto y permanecía tranquilamente en la parte posterior de la tienda. ―Dejemos que Allie utilice algunos de los servicios de salud, ¿Eh? ―Canady preguntó. ―Jack, nosotros la llevaremos. ―Muy bien ―dijo Maggie. ―Volvió a mirar a Gema. Puedes llamar a Angie o a Cissy ahora. A decir verdad, necesito que llames a Angie, me llamó justo cuando estaba saliendo y estará preocupada. Ella… ella está planeando estar conmigo esta noche en todo caso, y tendré que volver a por mi automóvil. ―¡Hey! Allie está de regreso y bien. Ya estoy en paz con el mundo ―Gema aseguró a Maggie. Maggie le lanzó una hermosa sonrisa. Gema la sonrío a su vez, pensando en cómo adoraba a su jefa. En unos minutos, los policías, Maggie y Allie habían salido para el hospital. Mareada por el alivio, Gema volvió al trabajo.

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La oscuridad cayó a aproximadamente las ocho P.M. Esa, y no la medianoche, era la hora de las brujas, pensó Bessie Giroue irónicamente. La hora chiflada. Era una chica trabajadora. Estaba acostumbrada a los locos. La mayor parte del tiempo, sin embargo, recibía cosas bastante sencillas. Trabajaba a través de una mujer que tenía un bar encantador y un restaurante sobre Prince Street. El sitio era legítimo, y aparecía en cada mapa turístico de la zona. Mamie Johnson sólo la proporcionaba algunas cosas como trabajo extra… a las personas que sabían preguntar. Los Johns querían a una chica limpia, con sus revisiones regulares por el médico. Por contra, Bessie conseguía tipos con dinero en efectivo. Sin las rápidas relaciones sexuales en un callejón trasero para ella. Bueno, las relaciones sexuales todavía eran tan rápidas como podían serlo, pero ahora usaba hoteles de tipo C y casas de huéspedes. Espartanos pero limpios, sin llamar la atención demasiado a cerca de lo que ocurría en ellos. Mayormente, los tipos querían relaciones sexuales bastante simples. O sexo oral. O ambos. No le molestaba. Le llevaba bastante tiempo chupársela a un tipo, y los hacía lavarse bien primero. Si llevar a desconocidos a su boca había sido una vez repugnante, lo había superado hacía mucho tiempo. A veces encontraba a un nervioso hombre casado que sólo quería un trío con su esposa o novia. En esas ocasiones, ella generalmente lo encontraba divertido. Los tipos normalmente pedían sólo mirar mientras ella se propasaba con sus mujeres, era buena en eso. Si podía llevar a un desconocido a su boca, no era ningún problema hacérselo a una mujer. Las mujeres se cuidaban de estar más limpias que los hombres. Era sólo un trabajo. Trabajo. Mejor pagado que archivar en una oficina o trabajar de camarera. De tanto en cuanto, se encontraba con un chiflado real. Algún caso patético que quería ponerla las esposas, azotar su culo, y que le llamara Gran Papá. Y de vez en cuando, John la mandaba alguno que quería darle una zurra. Había clubes en Nueva Orleans que ofrecían casi de todo. Aquellos que estaban metidos en ello y realmente hacían daño, generalmente sabían adónde acudir para conseguirlo. Así que el negocio era bastante más normal. Era una chica trabajadora. Tenía un niño que mantener. Un niño fenomenal; sólo tenía cuatro años ahora. Su aventura al “amor verdadero”. El amor verdadero había sido una mierda. Había hecho todo por él, y cualquier cosa. Fenomenal al principio. Entonces la usó y la dejó. Había aprendido una buena lección. Puede también que hubiera obtenido el pago por todas las cosas que había hecho. Y otra buena cosa que había salido de esto, aunque se había muerto de hambre hasta que se había propuesto a entrar en el negocio. Su hijo. Adoraba a su bebé. Y si hacía las cosas bien y ahorraba su dinero, podía dejar el negocio y trasladarse a Iowa o a algún otro sito antes de que él fuera lo suficientemente mayor para darse cuenta de donde salía el dinero. Estaba tan cansada esta noche. Estuvo a punto de llamar a Mamie para excusarse, diciendo que estaba casi enferma. Pero si llamaba, Mamie la recordaría que los grandes gastadores estaban en la ciudad. Así que estaba yendo a encontrarse con el John. Y cuando se apuró hacia el hotel, estaba agitando su cabeza, mirando al cielo. Extraño cielo esta noche. No estaba muy oscuro, pero lo estaría en cualquier momento. El cielo era de color rojo sangre. La luna ya estaba resplandeciente. Bien. El tipo iba a ser un chiflado. Trató de animarse recordándose a sí misma que los chiflados pagaban bien bastante a menudo. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Cuando llegó al hotel, el cielo todavía estaba rojo, pero oscurecido. Una trompeta de jazz resonaba en algún sitio cerca. La música en el vecindario subió de volumen más fuerte y más fuerte, según se hacía más tarde. Se preguntaba cómo podía dormir alguien en el hotel. Se abrió paso por el vestíbulo. El tipo que estaba de servicio en el mostrador ni siquiera la echó un vistazo. No la escuchó, o sólo no le importaba en lo más mínimo. Siguiendo las instrucciones que Mamie la había dado, abrió la puerta de la habitación número 13. Estaba oscuro dentro. Cuando iba a encender la luz, escuchó una voz ronca. ―Déjelo. ―Hey, está realmente oscuro ―protestó. ―Entra luz por la ventana. ―Querido, no necesita ser tímido. Estoy aquí para realizar su fantasía, y no me importa nada si es guapo o no ―susurró. Se sorprendió al darse cuenta de que quería ver a este tipo. Tenía una voz encantadora. Él se movió ligeramente. Vio su silueta frente a la ventana. Era alto, flaco, parecía tener todas las partes del cuerpo bien puestas. ―Muévete. Donde yo pueda verte —le dijo. Lo hizo, dejando su bolso en el suelo. Era una morena medianamente alta con un buen cuerpo firme. Pechos bonitos, culo apretado. Valía lo que cobraba, pensó ella. Ahora él estaba en las sombras de nuevo. Sintió la luz roja del extraño cielo y una docena de luces brillantes de neón resplandeciendo sobre ella. ―Bien... Déjame ver más de ti. ―Sí, querido, seguro ―dijo roncamente. Le gustaba su mirada, y le gustaba su sonido. No podía ser tan malo. Había incluso algo sobre él que parecía eróticamente y peligrosamente sexy. Hmm. No se había sentido de este modo con un John en mucho tiempo. No, nunca. Vestía una blusa con lazos en el frente, una falda pequeña, liga, sostén, medias, y tacones de cuatro pulgadas. Desató la blusa despacio, imaginando que probablemente se vería malditamente bonita con esa rara luz. Negocios, se recordó a sí misma. Siempre se lo recordaba lo primero. ―Querido, dejemos las cosas claras antes de empezar, ¿Eh? Un tiro certero son cien. Doble si lo quiere con la lengua. Y si hay otra cosa... ―Nena, te lo garantizo, soy un tirador directo ―le dijo. Ella se quitó la blusa. Luego la falda. Luego se bajo de los zapatos. Diablos. No era en absoluto mala en esta parte. Debería de haber sido bailarina de striptease con los Johns como trabajo extra. ―Así está bien, cariño... muy bien. Se apoyó hacia delante, liberando las medias de sus ligas, haciéndolo de una manera que ejerció presión sobre sus pechos, izándolos juntos. Uno y luego el otro. Se quitó las medias. Enderezándose. Estuvo a punto de gritar. Él estaba detrás de ella. Justo detrás de ella. Apoyándose contra ella, sus dedos rozándola, sus muslos, su estómago, sus pechos, su garganta. Por un momento, cerró los ojos. Era casi como hacer el amor. Dios, tenía relaciones sexuales todos los días, pero apenas podía recordarse haciendo el amor.

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Entonces él se movió, repentinamente, con violencia. Sus medias fueron arrancadas. Besos calientes quemaron su espalda. Sus manos eran despiadadas. Por toda ella. Estaba dentro de ella, sin estarlo. Cayeron sobre el piso. Ella se estaba retorciendo, acuchillada con descargas, desesperada por más de él. Ridículo. Ella era la puta. La profesional, se dijo. Estaba casi sin aliento de la misma manera que una escolar, empapada, llegando una y otra vez a la cima. Estaba calurosa, goteando, y sus besos continuaron a lo largo de su cuello y de su columna, delicioso, sólo un poco doloroso cuando fue rápido contra su carne, bañándola de nuevo con besos... Más duro. El calor líquido corrió a raudales por su espalda. Gimió, sintiéndose deliciosa. Entonces un olor curioso e identificable llegó hasta sus fosas nasales. Se sentía pegajosa. Hasta que se dio cuenta de qué era... Sangre, su propia sangre, saliendo a borbotones de ella mientras lo aceptaba con entusiasmo. Él estaba lamiendo de su carne, como si estuviera lamiendo un cucurucho de helado. Se quedó congelada, no alarmada al principio, sintiéndose eufórica todavía, no había dolor... Pero había mucha sangre. Trató de gritar. No tenía voz, ninguna potencia, y él se estaba riendo roncamente. Lo vio abrir su boca. Vio el resplandor del blanco. Entonces su estremecedor beso la tocó otra vez, y por sólo una fracción de segundo, se dio cuenta de que la sangre burbujeaba de su garganta y que... Y que él estaba bebiendo con avidez... Luego, afortunadamente, no se dio cuenta de nada más.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0066 Sean estaba tanto contento como curioso al ver la manera en que Maggie se preocupaba por Allie Bouchet. Incluso después de que los doctores habían examinado a Allie y declarado que estaba bien, Maggie continuó preocupándose demasiado por ella, insistiendo en que se quedara durante la noche en el hospital para observación. Uno de los jóvenes médicos de guardia, el Dr. García, parecía pensar que el apagón de Allie podría haber sido atribuible a demasiado sol, y estaba de acuerdo con Maggie en que una noche en el hospital podría ser una buena cosa, sólo para mantener a Allie en observación. Si estaba muy preocupada por su pérdida de memoria, sin embargo, podría ser una buena cosa si conseguía una cita con un especialista. Maggie alisó el pelo de Allie por la espalda, tomó su barbilla suavemente, y revisó su cara desde cada ángulo, todavía pareciendo preocupada. Pero por fin pareció satisfecha de que la mujer mayor fuera a estar bien. Permitió que Sean y Jack la llevaran desde el hospital. Y, sentada junto a Sean en su coche sin marcas policiales, se disculpó por molestarlo. ―Supongo que este es el motivo por el que la policía quiere esperar a que un “desaparecido” este realmente perdido antes involucrarse en la pila de papeleo. Lo siento, Sean, Jack. ¡Supongo que ustedes dos tenían muchas cosas mejor que hacer que pasar su tarde con una mujer con un toque de insolación! ―Está bien ―Jack le dijo, inclinándose hacia adelante. ―Pero tienes dos homicidios serios, y estoy segura que hay más crímenes en Nueva Orleans. ―Los hay ―dijo Sean, mirando a Jack a través del espejo retrovisor. ―Pero Jack y yo hemos sido asignados especialmente a estos dos casos.―Se encogió de hombros. ―Realmente casi no hay tanto trabajo como cuando un narcotraficante mata a un intermediario que no le paga, o cuando un marido alucina y dispara a su esposa por encoger su camisa de bolos favorita en la secadora. También tenemos varios detectives de homicidios, así que no se preocupe por tomar nuestro tiempo. Sonriendo abiertamente, Jack inclinó su barbilla sobre el asiento cuando habló a Maggie, quien se dio media vuelta para sonreír y escucharle. ―Lo que Sean está tratando de decir es que no tenemos ninguna pista viable realmente y por lo tanto, podemos muy bien gastar nuestro tiempo en acosarla. Tenemos muchas cosas pendientes en los laboratorios, pero nada nos ha llegado hasta ahora. Sean ha mirado fijamente los cadáveres tanto tiempo como es humanamente posible, y es Sábado, y ya llevamos casi setenta horas. Y nos dieron unos ascensos nominales para evitar pagar horas extras, así que ésta es una buena manera de pasar la tarde. Y ¿Sabe qué? ―No, ¿Qué? ―Maggie le preguntó, sonriendo abiertamente. ―Me invité a la casa de Sean y su amiga, Angie, va a acompañarme. ―¿De veras? Bien. No me lo había dicho. Sean encontró sus ojos en el espejo. ―¿Quieres venir hasta casa conmigo ahora? ―Preguntó. Vaciló, luego agitó su cabeza. ―Caluroso día. Creo que me ducharé y llevaré vaqueros esta noche, preparada para una barbacoa. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Sean se encogió de hombros. ―Como quieras. La dejó en frente de su tienda, observando mientras lo saludó con la mano, entrando entonces para hablar con Gema, ofreciendo un informe sobre su amiga a la mujer más joven. Gema parecía aliviada. Estaba recogiendo la cafetera y las tazas. Parecía que Maggie Montgomery iba a echarle una mano para cerrar. ―¿A qué estás esperando, qué piensas que veremos? ―Jack preguntó. Sean agitó su cabeza. ―No lo sé. No sé nada en absoluto de lo que está ocurriendo, pero... ―Pero ¿Qué? ¿Una de esas cosas… instintivas? ―Jack preguntó. ―Sí. ―Sean dijo tranquilamente. ―Sí. ―Puso el automóvil en marcha. Instinto visceral. Jack había tenido razón. Estaba haciendo lo único que podía hacer, en realidad, como un buen policía. Estaba empleando todo el tiempo que podía con Maggie Montgomery.

La cena fue encantadora. Jack se había invitado tanto sí mismo como a Angie y aparentemente, Maggie pensó, Sean debía haber decidido que iba a ir un paso más lejos y juntó al mismo grupo que habían estado la noche anterior. El increíblemente alto, negro y apuesto Mike Astin había sido invitado, al mismo tiempo que Cissy Spillane. Era cómodo para ella estar con sus amigas. Maggie se preguntaba si era cómodo para Sean tener dos oficiales de policía adicionales a mano. El padre de Sean, Daniel, era casi tan alto, ancho de hombros e imponente como su hijo. Su pelo estaba sólo espolvoreado con un digno gris; los pliegues en las comisuras de sus ojos añadían profundidad de carácter. También había invitado a una amiga, Anne Marie Huntington. Estaba quizás sobre los cincuenta o cincuenta y cinco, una chica del tiempo de los hippies, por lo que parecía, su pelo rubio se había envejecido hacia un platino suave, y lo llevaba con la raya en medio y liso y largo cayendo por su espalda. Estaba vestida con un traje suave, floreado, largo hasta los tobillos, en un material ondulante, y era delgada y bonita. Parecía excepcionalmente satisfecha de sí misma, una cualidad agradable. Hablaron mientras Cissy y Angie daban un paseo río abajo y los hombres bebían cerveza y frecuentaban la barbacoa. Maggie se enteró de que la dama de Daniel era bibliotecaria, y que tenía afición tanto por los clásicos como por la ficción moderna. Maggie podía bien imaginar que un académico como Daniel se llevara bastante bien con una serena bibliotecaria. ―Debo admitir ―dijo Anne Marie a Maggie, sentada al otro lado de una mesa de picnic en el césped trasero de Oakville, ―que acepté en el acto por la oportunidad de conocerla. Oh, no es que no disfrute los sábados por la noche con Daniel como hasta ahora, pero...―Hizo una pausa, encogiéndose de hombros con arrepentimiento y sorbiendo su vino frio. ―Bien, tenemos mucha literatura sobre su familia. He querido conocerla desde siempre. Maggie levantó sus manos, sonriendo a cambio. Estaba perpleja, y sólo un poco incómoda preguntándose qué literatura podría tener sobre su familia la biblioteca. ―Bien, Tengo un negocio aquí en el French Quarter ―Maggie la recordó. ―podía haberme visitado y haberse presentado a usted misma. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Anne Marie se río suavemente. ―¡Oh, querida, no! No podría hacer tal cosa. Soy de una vieja familia del sur, y mi madre habría abofeteado mi mano si alguna vez hubiera pensado en hacer algo tan desagradable como caminar a cualquier lugar y presentarme a mí misma, solo por mi curiosidad. ―Bien, ya hemos sido presentadas. Y por favor, es bienvenida a visitarme en cualquier momento. Podría visitar mis oficinas. Tengo bosquejos de diseños que son viejos, de hace décadas, revistas de moda del siglo dieciocho... Daniel Canady se deslizó en el banco de madera al lado de Anne Marie. ―Espero estar incluido en esa invitación. ―Naturalmente. ―Gracias a Dios ―Sean murmuró, poniendo una fuente grande de costillas, pollo, hamburguesas y perritos calientes sobre la mesa. ―Me estaría pidiendo obtener un mandamiento de registro para poder entrar, ahora que sabe que nos hemos conocido. ―Chicos ―Daniel dijo a Maggie, lanzándole una sonrisa afectuosa. ―Pueden ser tan molestos. Anne Marie se levantó de un salto. ―Voy a traer el pan y las ensaladas. ―La ayudaré ―dijo Maggie. Al tiempo que volvía desde la cocina trayendo una bandeja con ensalada de patata del frigorífico, Cissy y Angie habían regresado, y estaban listas para ayudar a sacar las guarniciones mientras la carne permanecía en el calor humeante. Durante los siguientes minutos, prepararon sus platos, pasándose las cosas unos a otros. A pesar de que el sol se había puesto, el área del césped de Oakville parecía excepcionalmente libre de bichos. La luna estaba llena, grande, y extraña y bellamente roja en el cielo nocturno; era porque el sol se tomaba su tiempo para caer en estas tardías noches de verano, Daniel explicó. Sean argumentó su posición con él ligeramente, y lo dos bromearon entre ellos. Parecía una relación amistosa, y le causó a Maggie un momento de dolor nostálgico. Extrañaba esa clase del amor. Evitaron charlar sobre los homicidios, y los invitados elogiaron a Daniel por su barbacoa. ―My propia salsa ―les aseguró recatadamente, sonriendo al otro lado de la mesa a Maggie por encima de una costilla ―¡Gracias a Dios por que no es usted una de esas mujeres sin carne sobre los huesos! ―¡Papá! ―Sean se río protestando. ―Suena como si quisieras insinuar… ―Que tiene carne sobre los huesos. En todos los lugares correctos, naturalmente. Aunque los estadounidenses necesitan reducir su consumo de carne roja, la carne es importante para la mayoría de las dietas. Somos criaturas carnívoras; solamente necesitamos estudiar los dientes que Dios nos dio. ¡Pero las jóvenes damas son tan dietéticamente conscientes estos días! ¡Estaba temeroso de que fuera vegetariana! Maggie sonrío, arqueando una ceja hacia Sean. Volviendo su vista a Daniel, agitó su cabeza. ―Oh, no. Adoro la carne. Realmente disfruto de un buen filete, cuanto más crudo, mejor. ―Ah, bueno, bien, ¡Bien por ti! Al tiempo que terminaban de comer, los bichos estaban empezando a salir, y propusieron moverse dentro para tomar el café y el “brulee” de crema que Anne Marie había hecho. Se Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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sentaron alrededor en la biblioteca de Oakville, una habitación con hermosas estanterías talladas a mano y acogedores asientos en las ventanas. Sean se sentó junto a Maggie sobre uno de los asientos de enamorados, bebiendo un café cargado. Estaba sorprendida de lo natural que sentía de estar con él. ¡Qué cálido! Se había duchado y olía provocadoramente a jabón y a loción para después del afeitado. Vestía unos vaqueros cortados y una camiseta sin mangas, y aunque era totalmente informal, su ropa enfatizaba la fortaleza de su cuerpo. Estaba alarmada por la fuerza de los impulsos sexuales que ardían a través de ella cada vez que su hombro rozaba el suyo, o su rodilla tocaba la suya, o simplemente cuando la miró y sonrío, con un fuego lento ardiente, sutilmente brillante en lo profundo de sus ojos. Tragó saliva, mirando al otro lado de la habitación al gran escritorio de roble donde Daniel había estado examinando detenidamente algunos de sus libros más viejos, proporcionándoles retazos de Luisiana y trivialidades de Nueva Orleans a todos ellos, a lo largo de décadas. ―Aquí, Hijo, ninguna de las tragedias de los tiempos pasados te han proporcionado ningún placer, pero hay aquí un artículo sobre el Hombre Hacha de Nueva Orleans. Piensan que mató a trece personas, y aunque el pariente de una de las víctimas afirmó haber disparado y matado al asesino, la policía nunca supo la verdad.―Miró al otro lado de la habitación a Sean, con sus ojos brillantes sobre el borde de sus gafas para leer. ―Papá, ellos no tenían ni la mitad de las técnica que tenemos ahora ―Sean le recordó. Daniel agitó su cabeza. ―Algunos crímenes nunca se han solucionado. Tú lo sabes. Vosotros tenéis casos abiertos en vuestros libros. Estos homicidios acaban de ocurrir. Toma su tiempo atrapar a los criminales. Semanas, meses, incluso años en algunos casos. ―Sí, ¡Pero tenemos que solucionar estos homicidios rápidamente! ―dijo Jack. ―Seremos víctimas de los buenos ciudadanos de Nueva Orleans si no lo hacemos ―Mike Astin estuvo de acuerdo. ―Él. ¿Cree señorita Montgomery que hay buenos ciudadanos en Nueva Orleans? ―Daniel la interrogó ligeramente. ―¡Oh, indudablemente! Y de la misma manera que hay buenos ciudadanos por todos lados, que combaten el delito debajo de sus narices y tratan de hacerla una ciudad mejor ―Maggie le aseguró. Daniel se sentó en el sillón detrás del escritorio. ―Ahora, todo depende de lo que consideremos como crímenes, ¿Cierto? ―Claro, naturalmente ―Maggie estuvo de acuerdo. ―Está bien, Papá, ¿Cuál es el dilema moral al que estamos llegando ahora? ―Sean preguntó. Daniel estiró una mano, mostrando el libro. ―Muy bien, reflexionemos sobre esto. En 1862, Nueva Orleans es tomada por los yanquis. Ahora, sabemos que había montones y motones de buenos yanquis virtuosos, hombres de carácter y preocupados. Desafortunadamente, uno de los hombres que se hicieron cargo de Nueva Orleans bajo la ley marcial, definitivamente, no parecía estar entre ellos. Me refiero a… ―¡Beast Butler! ―Jack interrumpió. ―¡Precisamente! En ese momento, las damas del sur de Nueva Orleans todavía tenían parientes en los campos de batalla, hermanos, padres, maridos, amantes... Así que no son amigables con los soldados invasores. Muy bien, son totalmente descorteses, bajándose de las Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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aceras si los soldados están sobre ellas, escupiendo en cualquier ocasión. En fin, nada que un soldado invasor no comprendiera. Pero el viejo Beast Butler publica una orden sobre el comportamiento de las mujeres del sur. Cualquier dama que actuara tan groseramente contra los Yankees sería considerada una prostituta, y tratada como tal… ―Vaya, eso es indecente ―murmuró Angie. Daniel sonrío. ―Hubo un soldado yanqui que acató la orden de Butler con el corazón. Era, probablemente, culpable de algunas violaciones antes de que recogiera a una joven llamada Sandra Hill. Ella, más que probablemente, causara un gran alboroto y se enfrentó al soldado en una lucha feroz. En sus esfuerzos de calmarla, la mató. ―Pobre. ¡Qué horrible! ―dijo Cissy. ―Volviendo a entonces, supongo que fue ejecutado en ese mismo momento. Daniel agitó su cabeza. ―No. El yanqui fue arrestado, pero una investigación determinó que Sandra era una mujer de moral relajada, ya que había sido descortés con los soldados. El soldado fue castigado y condenado a una baja deshonrosa mientras que la pobre pequeña Sandra se encontraba pudriéndose. ―Eso es horrible, puro y simple. ¿Así que cuál es el dilema moral aquí? ―Jack preguntó. ―Lo que ocurre a continuación ―Anne Marie informó. ―Mientras el soldado yanqui estaba arrestado, algún buen ciudadano de Nueva Orleans tomó la justicia por su mano. La habitación donde estaba retenido fue tomada por la fuerza entrada la noche. Él fue encontrado a la mañana siguiente, decapitado por el sable robado a su dormido guardián. ―Espeluznante ―dijo Cissy, estremeciéndose. ―¿Pero fue justo? ―Sean preguntó suavemente. ―Mi postura. ¿Su homicidio fue un delito o fue justicia? Naturalmente, ése es un debate que sufrimos continuamente aquí en los Estados Unidos. Cuando ejecutamos a un criminal, ¿Somos equitativamente culpables de homicidio? ¿Y si no, la muerte del soldado yanqui fue homicidio o justicia? ―¿El asesino fue encontrado alguna vez? ―Maggie preguntó. Daniel la miró, sonriendo, negando con su cabeza. ―Nunca. Si los buenos ciudadanos de Nueva Orleans conocían algo sobre el asesinato, nunca susurraron una palabra. Todo el incidente fue guardado silenciosamente y Beast Butler fue destituido definitivamente de Nueva Orleans. Naturalmente, tenemos otros tantos casos interesantes. Uno que involucra a su familia, Maggie. ―¿De verdad? ―Sean se volvió hacia ella. ―¿Sabes a qué se refiere ahora? Maggie asintió con la cabeza, sonriendo a Daniel. ―Creo que sí.―Se río, dándose cuenta de que la luz en la biblioteca era baja, solamente la lámpara del escritorio proporcionaba cualquier iluminación real. Fuera de las bellas cortinas de las ventanas, el cielo de la noche todavía parecía estar resplandeciendo con profundos tonos rojizos. Todos los ojos estaban sobre ella.

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―Uno de mis tatara-tatara―no estoy segura de cuantos tatara-tatarabuelos fue acusado de asesinar a un noble francés.―Hizo una mueca. ―Aparentemente, pensaba que el hombre era un vampiro. ―¿De verdad? ―Jack se río. ―Oh, bien, ésta es Nueva Orleans. ―¿Mató al noble? ―preguntó Jack. ―No estoy segura. Era muy rico, y tenía mucho poder en la comunidad. Si mató al hombre, tuvo el buen juicio de librarse del cuerpo. ―Nunca fue probado nada contra Jason Montgomery ―Daniel los informó. ―Parece ser que el joven noble estaba detrás de la hija de Montgomery, Magdalena… ―¡Ah! ¡La dama sobre el descansillo de la escalera! ―dijo Sean, mirando a Maggie con un interés incluso mayor. Maggie sonrío. ―Justamente esa. ―Algunos dicen que a pesar de que Jason Montgomery vivía y trabajaba aquí, no confiaba en los franceses en lo más mínimo. Y el francés, lo más probable, es que sedujera a la joven Magdalena. Desapareció por Europa poco después y tuvo una hija, así que el rumor continuó. ―Existe, por supuesto, la posibilidad de que el francés simplemente regresara a Francia —y que Magdalena se reuniera con él después, y que el todo el tema no sea nada más que una gran historia de medianoche ―Maggie dijo peculiarmente. ―Pero es una buena historia. El joven amante asesinado por el padre de la joven belleza... La chica que parte, para nunca regresar. Quizás nunca perdonó a su pobre padre por matar a su amante. ¿Quién lo sabe? ―Anne Marie meditó. ―Hay otra pequeña torsión a esa historia ―dijo Daniel, haciéndole un guiño a Maggie. ―¿Sí? ―Sean preguntó, sus ojos resplandecientes de diversión. ―Pienso ―Maggie dijo despacio ―Que su padre está haciendo referencia al hecho de que Jason Montgomery quería tener a su hija casada con un Canady. ―Bien, es una buena cosa que no se casaran ―Sean dijo, mirándola con una calidez que era ridículamente excitante. ―Estaríamos emparentados. ―Bien, hubo otra ocasión en que un Canady casi se casó con una Montgomery. Durante la guerra. Aparentemente, nuestro héroe de familia, él de la estatua en el Quarter, estaba profundamente enamorado de la heredera de Montgomery. Y ella lo adoraba, así que la historia continuó. ―¿Qué ocurrió allí? ―Angie preguntó. ―Bien, en fin, Angie, ¡Seguramente usted sabe la respuesta a eso! Por eso es por lo qué hay una estatua del hombre; era un soldado valiente que proporcionó su propia compañía con brazos y caballos, ayudó a proveer a la ciudad, defendió a sus hombres con gran riesgo de su propia vida, y fue definitivamente asesinado tratando de defender la ciudad. ―¡Qué triste! ¡Qué trágico! ―dijo Cissy. ―¡Qué extraño! ¿Cómo continuó el apellido? ¡Ugh! ¿Ustedes dos están emparentados? ―Angie preguntó a Maggie. ―¡No! ―Maggie protestó.

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―Sean había estado casado algunos años antes de que hubiera conocido a la señorita Montgomery. Su esposa murió de viruela, pero le dejó un hijo. La habitación parecía muy silenciosa. Entonces la brisa golpeó uno de los libros de Daniel del escritorio. El ruido sordo causó que saltaran todos en la habitación. Excepto Sean. Maggie sintió que sus dedos se apretaron alrededor de los suyos y se posaron sobre su rodilla mientras los otros se reían repentinamente, tomando conciencia de que habían estado sentados y escuchando de la misma manera que niños alrededor de una fogata, mientras un consejero contaba cuentos de fantasmas. ―Maggie, querida, ¡Nunca supe qué interesante era tu familia! ―la comentó Cissy. ―Imagino que todas la familias tienen algo así de interesante ―dijo Maggie. ―Los Montgomerys volvieron a Nueva Orleans, así que es fácil encontrar todos los esqueletos en nuestros armarios. ―Igualmente, señorita Cissy Spillane, usted tenía un ancestro que estuvo sumamente cerca de la vieja reina de vudú, Marie Laveau ―Daniel dijo. ―¡Lo sé! ―Cissy dijo, haciendo una mueca de dolor. ―¿Era un buen vudú? ―preguntó Angie. ―Pienso que era un espía para Marie Laveau. El poder de Marie estaba en lo que sabía sobre las personas. ¡Sabía cosas sobre ellos porque mantenía a sus criados ocupados escuchando y observando lo qué estaba ocurriendo! Supuestamente, sin embargo, mi tatara-tatara y no sé cuantos más tatara- tatarabuela tenía poder en sí misma. Bailó con la gran maldad Zombi, la serpiente, y pudo amenazar y hacerse con mucho dinero de sus propios seguidores. Supuestamente, maldijo a un hombre a morir. Y casi fue colgada por ello, salvo que el magistrado no creía en el vudú, así que fue puesta en libertad. Gracias a Dios. O yo no estaría aquí. El hombre con el que se casó era uno de los testigos que declararon a su favor. ―Vaya, ésa es una buena historia ―dijo Maggie. ―Maravillosamente romántica. ―Las mujeres Montgomery parecen bien románticas ―Sean apuntó. ―Una clase de infierno para los Canadys, sin embargo ―Jack observó peculiarmente. Sean sonrío a Maggie. ―Estoy dispuesto a correr el riesgo. Ella sonrío a su vez. Con inquietud.

Ella le preguntó si quería algo de beber cuando llegaron a su casa. Sean no estaba seguro de que si ella, realmente, quería que entrara. Parecía incómoda. Dentro de la casa de la plantación, lo llevó a través de una de las puertas de la parte derecha, por un comedor formal grande que terminaba en una cocina inmensa de las épocas contemporáneas. Había un asiento de ventana que cubría la mitad de la longitud de una pared, con una almohadilla amarilla decorada que combinaba con los alegres cortinajes. Los utensilios de cobre colgaban de las vigas de madera encima de una zona de trabajo en forma de isla. Una habitación atractiva, cálida y confortable, que habría hecho estar orgulloso a cualquier cocinero. La mesa de la cocina era un bloque de carnicero, tan ostentoso como el resto de la habitación. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Maggie le pidió acercar una silla hacia la mesa mientras buscaba en su frigorífico y en sus armarios. —¡Debo ofrecerle algo para comer, a pesar de que su padre sirvió un banquete! Veamos, ¿Galletas... uvas? ¿Y qué puedo ofrecerle? ¿Café? ¿O una bebida? Puede ser que café con un poco de alcohol también este bien... Puedo hacer un gran café con leche. Hundió su cabeza en el frigorífico. Sean evitó la silla que le había ofrecido, y se acercó hasta ponerse detrás de ella. Puso sus manos sobre sus caderas. Ella se quedó helada, enderezándose. Por un momento, sintió el pulso de su sangre, sintió como si el toque provocara una carrera de fuego a través de ella. Entonces se escapó de sus brazos. —Sombreros mexicanos—, dijo, tomando algunos vasos del armario. Llegó hasta la parte trasera de un mostrador donde había varias botellas de licor, y echó un poco de Kahlua en cada vaso. —Sean, ¿Podría pasarme la leche, por favor? Se obligó a sí mismo, pasándole la caja de cartón. Llenó sus bebidas, pasándole una. El permaneció cerca de ella, mirándola. Ella tragó su bebida de una vez. Él dejó el vaso sobre el mostrador, la alcanzó con determinación, y la besó. Sin tabúes. Deslizó sus manos alrededor de sus nalgas, presionándola contra su creciente excitación sexual. Movió su mano hacia arriba por su espalda hasta alcanzar su cuello, hundiendo sus dedos en el pelo y ahuecando su cabeza mientras presionaba con su lengua cada vez más profundamente en su boca. Ella saboreó la dulzura del Kahlua. El aroma sutil de su carne perfumada era embriagador. Sus pezones parecían arder a través de la tela entre ellos, presionándose contra su pecho. La sintió ablandarse, debilitarse, conmoverse contra él. Sintió sus dedos en su pelo, bajando por la longitud de su espalda. Su boca recibió su beso hambriento. Su lengua saqueó al mismo tiempo que la suya. Calurosa, mojada, dulce. Ella tembló. Él deslizó sus dedos en el cinturón de sus vaqueros, atrayéndolos hacia el frente, donde soltó el botón y tiró de su cierre. Ella se echó para atrás, bajando su cabeza ―Yo... Yo pienso que debería irse ahora. No la forzó. —¿Por qué? —Preguntó. Lo miró. Sus hermosos ojos estaban extrañamente centelleando con una insinuación de lágrimas. —Jack se le advirtió —dijo no muy convencida. —Las mujeres Montgomery son el infierno para los Canadys. —Aunque tengo lástima por mis pobres antepasados, se lo agradezco a Dios. —Realmente, Sean… —He dicho que estoy dispuesto a correr el riesgo. —¡No puedes esperar demasiado!—susurró. —¡No puedes querer demasiado! Ella se apartó de él, caminando por la casa. La siguió. Ella ya estaba casi al pie de la escalera. —Puedes salir tú mismo —le gritó. La miró por un momento, luego blasfemó.

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—¡No!—Le dijo airadamente, subiendo las escaleras también. La atrapó sobre el centro del corredor, agarrándola por los hombros. —Maldita sea, ¡No! Hay algo aquí entre nosotros, algo diferente, algo especial, y no voy a dejarte que lo desprecies ―¡Solo porque soy policía! Sus ojos bajaron. Ella trató de liberarse de él, pero la sujetó fuerte. Le miró de nuevo, ahora con los ojos ardiendo con un fuego dorado tanto de cólera como de dolor. —Ése no es… No la dejó terminar. La besó otra vez. La besó con el propósito de que no pudiera hablar. Ahuecó su mano en su mandíbula, acarició su mejilla, su garganta. La forzó contra él. De nuevo, pareció conmoverse contra su cuerpo. Debilitándose. Se aprovechó de su ventaja. Los pocos botones de su camisa se abrieron fácilmente. Era bueno con los cierres del sostén. Su pecho se volcó a sus manos y trabajó su pezón hasta que ella estuvo gimiendo contra la fuerza de su beso. Otra vez, metió mano a sus pantalones, obligándola a bajar sus vaqueros, frotando, probando. La acarició el vello púbico, encontrando el centro caliente de ella con sus dedos. Él pensó que podía haber pasado un largo, largo tiempo desde que ella había tenido relaciones sexuales. Parecía estar ardiendo a pesar de su protesta. Caliente, un millón de grados de calor, mojada, cayendo contra él. Sus labios se separaron de los de ella al final, mientras la bajaba hasta el rellano de la escalera, fugazmente agradecido por la rica alfombra Persa, mientras la quitaba apresuradamente las sandalias y empujaba hacia abajo sus vaqueros y sus exóticas braguitas de encaje. Se elevó sobre ella, mirando sus ojos otra vez, escuchando su débil protesta. —Sean, realmente... Tocó sus labios de nuevo, lamiendo, mordisqueando, saboreando, burlándola mientras luchaba por quitarle su ya abierta blusa y su sostén. Cuando estaba desnuda sobre la exótica alfombra, el se paró, mirándola. Dios, era despampanante. Cintura diminuta, ensanchándose en las caderas, estómago plano, profundo, pubis de color rojo fuego, y sus largas, largas piernas. Sus pechos estaban llenos, sus pezones grandes profundamente coloreados, endurecidos ahora como pequeñas cumbres. De nuevo bajó sobre ella, probando cada pezón, tirando con sus labios, arañando con sus dientes. Los brazos de ella le rodearon. Encontró sus labios otra vez, pero luego siguió descendiendo por su cuerpo. Él abrió sus piernas, estableciéndose entre ellas. Lamió, besó y acarició su dulzor mientras ella se retorcía y jadeaba palabras ininteligibles... a continuación gritó, temblando con una fuerza salvaje cuando llegó a su clímax. Rápidamente él abrió el botón de sus pantalones vaqueros y se instaló encima de ella, empujando en su calor húmero, tan excitado en ese momento, que comenzó a moverse con un hambre ciega y con la velocidad de una liebre. Aunque las piernas de ella se envolvieron alrededor de su cintura, sus manos cayeron contra él, y se arqueó y se enroscó con desenfreno para encontrarlo, con su pasión aumentando de nuevo para encontrarse con la de él. ¡Dios! ¡Oh, Dios! La fricción era el éxtasis. Su calor lo envolvió por todas partes. Él llegó con una fuerza violenta, moviéndose espasmódicamente dentro de ella una y otra vez. Vacío, tan satisfecho como un borracho, se dejó caer a su lado, algo pasmado por la fuerza transparente e imprevisible de la pasión que habían compartido. Ella estaba tendida a su lado, temblando ligeramente. El pensó que podría quedarse fría. Luego se dio cuenta de que había forzado el asunto sobre su escalera. Se volvió hacia ella. Ella misma se sentía algo pasmada, casi de la misma manera que una inocente que acabara de descubrir el secreto que muchos adultos comparten de que el sexo puede ser una sensación como ninguna otra. Sus ojos estaban tan brillantes como el líquido. Su cuerpo estaba bañado por un fino brillo de

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sudor. Maldita sea, tan perfecto. Incluso después de todo, miró sus pechos, su cintura, la perfección de marfil brillante de su estómago, el rojo fuego del triángulo de sus muslos, y sintió el despertar de todo otra vez. —¡No estoy seguro de si decir “guau” o, lo siento, Maggie! —, le dijo suavemente, y estaba feliz mientras sonreía. Extendió la mano y acarició su mejilla. —¡Guau!—Le dijo ella en un ronco susurro. —¡Bien! —Murmuró, sintiendo una gran satisfacción filtrándose dentro de él. Su sonrisa se hizo más profunda. —¡No, ése fue mi guau! Tú puedes manifestar el tuyo propio en cualquier momento que quieras. Se río, elevándose sobre un codo, arrastrándola contra él. Besó sus labios, su frente. —Dios —susurró. —Sólo tocarte, verte... —Tengo un dormitorio —le dijo. —Ahora sí que lo siento. ¿Quemaba la alfombra? —La preguntó. —Valió la pena —le dijo seriamente. Él se puso de pie, abotonando sus vaqueros para evitar tropezar y quedar como un burro sobre la escalera. Luego se agachó hacia ella, alegrándose de que el trabajo policial le obligará a mantenerse en buena forma. La levantó sin esfuerzo en sus brazos, manteniendo los ojos sobre los suyos mientras empezó a subir el resto de los escalones. —¿Por dónde? —Preguntó. Señaló el lado izquierdo de la casa, sonriendo, con sus brazos alrededor de él. —Segunda puerta, al lado derecho del pasillo —le dijo. Él empujó abriendo la puerta correcta. La luz de la luna roja se volcó en su habitación a través de las ventanas del balcón. Vio las sombras del mobiliario contra las paredes, una mesa pequeña delante de las ventanas, una gran cama con cuatro postes contra la pared del fondo. Arrancó la elegante colcha de raso y la colocó sobre las sábanas en un campo de almohadas. Se quitó su propia ropa rápidamente. La miró. Luego llegó hasta ella, y ella se puso de rodillas saliendo en su búsqueda. Sus besos lavaron su pecho, sus hombros. Sus dedos acariciaron suavemente su piel. Él había pensado que había estado excitado antes... Sus manos se cerraron sobre su sexo. Acariciándolo. Presionándolo hacia abajo. Le bañó en toda su longitud con el toque delicado de su lengua. Lo llevó profundamente en su boca. Él gritó roncamente, la agarró bruscamente, arrastrándola debajo de él, para entrar en tropel dentro de ella. Y mientras se movían, se besaron. Se abrazaron. Los labios de ella atormentando sus hombros. Sus uñas arañando su espalda mientras gritaba. Sus dientes sólo hicieron un rasguño en su carne... Estuvieron la mayor parte de la noche despiertos, descansando y despertándose de nuevo, saciados, saturados, y luego excitándose una y otra vez. Luego, sus miembros se enredaron juntos, y se durmieron. Cuando Sean se despertó, ella se había ido. Se puso de pie rápidamente, se tambaleó buscando sus vaqueros, llamándola.

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No hubo respuesta. Miró a través de la casa, notando que ella había recogido su propia ropa de la escalera. Deteniéndose en el descansillo, miró la magnífica pintura de Magdalena otra vez. Habían hecho el amor la primera vez debajo de la pintura. En una extraña nota caprichosa, esperó que sus largamente muertos ancestros hubieran dado el visto bueno. Saludó a la pintura. —Ridículo, pero ¿Estoy enamorado, sabe? —murmuró ligeramente. Entró rápidamente a la cocina. Tampoco había ningún signo de ella. El café había sido hecho. Vertió una taza para él mismo. Miró a través de la ventana de atrás y la vio, bajando por el río, vistiendo un vestido que le llegaba hasta los tobillos. La tela flotó suavemente alrededor de ella con la brisa. Su pelo estaba suelto, y mientras sorbía su café, se quedó mirando hacia el agua pensativamente. Él salió fuera, caminando rápidamente a lo largo del porche y hacia el otro lado del césped, hacia el agua. —¿Maggie? Ella se volvió hacia él, con una sonrisa curvando sus labios, pero con una expresión preocupada sobre su cara. —¿Qué pasa? —La preguntó. Ella agitó su cabeza. —No es que algo esté mal, sólo es que... —Maggie, por favor, si piensas que hay una maldición de los Montgomery sobre los Canadys o algo semejante, por favor, abandona esa idea. Miró a través del agua. —Soy estoy temerosa de que hemos acelerado las cosas. Pienso que tengo que dar marcha atrás. Yo… yo apreciaría si te marcharas ahora. Fue la última cosa que había esperado después de la noche que habían pasado juntos. —Maggie, realmente hay algo aquí… —Sean, creo que lo hemos acelerado. Y deseo un poco de espacio. Por favor… Él asintió con la cabeza, sorprendido de estar tan lastimado, y probablemente, tomándolo no muy bien. A decir verdad, su actitud era tristemente inmadura. —Hey, muy bien. Lo que tú has dicho. ¿El sexo es sexo? ¿No? Bien, gracias por una buena y condenada foll… —Sean, no, ¡Esto no es fácil para mí! —susurró. —Lo siento. Todavía puede que tenga que llamarte sobre la investigación del homicidio. Las gotas de sangre llegaban hasta tu puerta. De todos modos, gracias una noche divertida. Y a propósito, si te das cuenta de que lo que hemos tenido ha sido endiabladamente bueno, puedes llamarme. Si estoy disponible, lo haremos otra vez. Se dio media vuelta, alejándose de ella enojado. —¡Sean...! Él creyó que ella pudo haber pronunciado su nombre. Suavemente. Pero su ego masculino estaba ferozmente herido. Y continuó caminando.

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1862. El Capitán Sean Canady estaba perplejo, indignado, y asqueado. La guerra era una cosa. El asesinato era otro. La guerra era fea. Había sangre y balas, y la carne hecha jirones y andrajosa. Era el trágico desperdicio de la vida humana, la corrupción de la juventud y la belleza. Era el hedor de la sangre, los gritos de la muerte y las heridas. Era fea y horrible, una parodia, y aun así, no era tan escalofriante como lo que había estado ocurriendo últimamente. La Unión quiso tomar Nueva Orleans. El Mississippi era como una gran arteria del sur, bombeando la sangre de la vida en toda la región, proporcionando al pueblo y a los soldados comida, medicamentos, y brazos, y Nueva Orleans estaba cerca de la gran boca del poderoso río. Tomar Nueva Orleans, y romper la puerta trasera del Sur. Inutilizarla. Era un concepto horrible. Estaba ocurriendo. Mientras gran parte de la lucha estaba sucediendo sobre el agua, y los Rebs luchaban valientemente contra la fuerza naval de la Unión, había feroces focos de enfrentamientos sobre la tierra. Feroces... Efectivamente. Había vivido para ésos preciosos momentos en los que se atrevía a robar unas horas para estar con ella. La amaba, la adoraba, sobrevivía para ella. No sólo era el socorro contra la tormenta; le escuchaba, le comprendía, parecía tener la sabiduría de los ancianos. Comprendía su estrategia de lucha, y aunque él la escuchaba llorar lágrimas blandas cuando partía, nunca le pidió que se quedara. Con Nueva Orleans precariamente cerca de caer, no la había escondido nada. La había vertido su corazón, hablándola incluso sobre... el horror de los asesinatos. Durante los últimos meses, cada vez que las graves luchas alrededor de la ciudad amainaban, y cada vez que podían volver con los heridos, encontraban que los heridos habían sido asesinados. Acuchillados hasta la muerte con un sable. Despedazados horriblemente y mutilados. ―He tratado de descubrir lo que está ocurriendo. Encontré a un pobre muchacho una vez... Bajo la cabeza contra su almohada, mirando fijamente el techo. Ella estaba a su lado, sobre un codo, cerca y brindándole comodidad, sin tocarle, escuchándole con gravedad. —Me dijo que el coronel había venido. Eso era todo que podía decir. “El coronel vino”. El doctor Jenkins, nuestro cirujano de la compañía, me dijo que habían encontrado algo semejante a lo que había pasado más lejos, al norte, en el extremo occidental de la lucha. El piensa que tal vez tenemos entre nosotros algún tipo de traidor fanático... ya sabes, algún oficial de alto cargo que realmente esté a favor del Norte. Un viejo amigo de la niñez de mi padre, Elijah Wynn, que comanda la Compañía B, dijo que escuchó que algo semejante ocurría a lo largo de otros campos de batalla. ¡Oh, Jesús! Un loco, peleando de nuestro lado. Matando luego a nuestros muchachos. Pero, ¡Oh, Dios!, mi amor, deberías ver lo que les está haciendo... —¡Sean, Dios querido, calla, calla, por ahora!—Le dijo, dejándose caer para abarcarlo en su abrazo, con su mejilla contra su pecho mientras le sujetaba. —Mi amor, debes tener cuidado…

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—Debo descubrir qué está ocurriendo. Mis hombres desean morir por la causa; pero no deseo verlos asesinados insensatamente… —Sí, pero debes tener cuidado. Tus hombres no pueden prescindir de ti… —No me moriré—, le dijo, con una sonriendo torcida. —Tengo que vivir. Por ti. Por nosotros… Cuando la besó al despedirse, Sean se encontró repentinamente y extrañamente asustado. Por ella. Tenía un aspecto inquietante de determinación a su alrededor. —Deberías de ir a la ciudad —le dijo. —Me temo que los Yankees podrían estar ahí demasiado pronto —dijo ella, arrugando su nariz. El se río. —Hay algunos buenos yanquis, lo sabes. Se encogió de hombros. —Puede ser —Los hay. Lo sabemos ambos. —Sí, ambos lo sabemos. Pero soy una chica del Sur. Enamorada de un chico del Sur. —¡Prométeme que tendrás cuidado y que no te atraparán por sorpresa cuando el derramamiento de sangre esté demasiado cerca! —Lo juro, mi amor. La besó otra vez. —¡Estaré velando por ti!—susurró ella. El se separó, entrecerrando los ojos. —¿Qué? Ella agitó su cabeza. —Estarás siempre en mi corazón—, le dijo. Anochecía. La pálida luz moría contra el horizonte, siendo dominada por los colores de la noche. La oscuridad llegaba despacio, luchando contra las extrañas sombras que rayaban a través del cielo, rosas pastel, amarillos suaves, líneas carmesí como la sangre que fluía sobre el suelo y hacía correr ríos de color rojo. La lucha había sido feroz, pero había terminado, y los yanquis se habían retirado, y, si Dios lo ayudaba, Sean podría salvar a sus heridos. Montó por delante de las ambulancias tiradas por caballos que se aventuraban por el campo de la muerte para traer a los hombres heridos desde lo profundo del bosque hasta la iglesia convertida en hospital. Encontró un grupo de cuerpos, desmontó, miró a los caídos, y sintió su furia renacer. Muertos, todos muertos. Asesinados brutalmente. Montó rápidamente, espoleó a su caballo, y se obligó a seguir delante. Allí, en las sombras que caían, vio movimiento. Una silueta. Escuchó un grito. Y lo supo. Un asesino caminaba entre los heridos. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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—¡No, bastardo!—Se enfureció, y desenvainando su propia espada de caballería, se dirigió duro hacia el hombre que estaba con su sable en alto, listo para golpear sobre el hombre lastimosamente herido en el suelo. El soldado caído gritó con un terror mortal. Sean atacó al loco que estaba listo para masacrarlo. En el momento oportuno, la silueta se volvió, lista para enfrentarse a Sean y defenderse a si mismo antes que matar al soldado herido. Las espadas chocaron con una fuerza tremenda. Sean fue casi desmontado. Casi. Volvió, bajando su espada de nuevo. La sorpresa causó que él vacilara cuando vio la identidad de su asesino. El Coronel confederado Elijah Wynn. El viejo amigo de su padre. Un hombre cuya casa había visitado una y otra vez. —¡Venga, tómame, Sean!—Elijah gritó, fuerte, desafiante, despreocupado de que Sean ahora supiera que él era el frío asesino. —Elijah—, dijo Sean, frenándose, mirando fijamente al hombre. La cólera fermentó e hirvió con la enormidad del dolor que sintió, un dolor de la traición más profunda. Aquí estaba el hombre que había simpatizado con él, que se había preocupado de estar con él con los otros heridos. —¿Qué demencia es ésta? Señor, ¡Usted es un líder, no un asesino! ¡Por Dios, termine con esta demencia!—Sean gritó. —¿Por el amor de Dios, señor, por qué ha hecho esto? ¿Qué ha causado que usted inflija esta increíble crueldad? —Son demonios, chico. Monstruos, ¿No lo sabes? —Son soldados, señor, luchando a favor de una causa. Usted los está asesinando. My Dios, usted está loco, señor. —No es homicidio, ¡Es la supervivencia para nosotros, para la humanidad! ¡No son jóvenes decentes, son demonios de la oscuridad, fuera del infierno de Nueva Orleans! Hijos bastardos de putas de vudú, quizás, y deben morir. ¡Están manchados! Uno sedujo a mi querida Lilly. Usted lo sabe, usted la vio, fue tomada por la prole de Satanás, y falleció, murió por la podredumbre de su enfermedad, y él debe morir ahora. Sean agitó su cabeza. ¡Todo esto por la pobre Lilly! Elijah Wynn estaba hablando de su hija, que había muerto justo después de Navidad, consumiéndose de una enfermedad tísica. Pero Elijah mismo parecía afectado ahora. La muerte de su hija le había costado su mente. —¡Elijah! ¡Usted no puede encontrar al hombre que sedujo a su hija! Usted no puede hacer que montones de jóvenes buenos soldados paguen su muerte. Estos pobres hombres no son monstruos. Estamos en guerra, Elijah, luchando para constituir una nueva nación. Elijah agitó su cabeza tristemente. Hizo caso omiso de Sean, volviéndose hacia el hombre herido otra vez. —Uno de ellos es un monstruo. Un monstruo tan horrible que debe ser destruido. Sean, le digo la verdad. Conocí al monstruo, lo vi, pero no vi su cara. Sentí su contacto, pero no vi su cara. ¡Me dio la fuerza, y debo usarla para destruirle, antes de que acabe conmigo!—Levantó su sable. —¡Elijah, no!—Sean bramó, y se apuró hacia el coronel. Había peleado en docenas de luchas y escaramuzas. Había esquivado balas, se había batido en duelo combatiendo mano sobre mano una y otra vez por su vida con su espada. Fue bien entrenado, era ágil, un experto con sus armas, e incluso con sus puños. Dios lo sabía, la guerra le daba tales talentos a un hombre. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Luchó contra Elijah, un hombre veinte años mayor que él, viejo y enfurecido. Sean pensaba que podía vencer al hombre fácilmente, pero Elijah tenía una potencia increíble, producto de su demencia. —Elijah, maldita sea... Tuvo una oportunidad de atravesar a su enemigo completamente. Matar a Elijah. Un ataque directo a través del corazón. No lo hizo. Quizás no creyó que Elijah lo mataría, a pesar de la fuerza despiadada del hombre. Había conocido a Elijah durante mucho tiempo. La pena de Elijah lo había vuelto loco. A pesar de las cosas que había hecho, Sean no quería matarlo. Se echó sobre Elijah, e intentó razonar con el hombre que se encontraba en el suelo. El viejo coronel bien podría ser colgado en cuanto fuera juzgado en un tribunal militar, pero Sean quiso hacer su mayor maldito esfuerzo para mantenerlo vivo. Pero Elijah era inteligente, y por Dios, tenía una fuerza asombrosa, la potencia de unos buenos diez hombres. A pesar de las habilidades bien afinadas de Sean, Elijah se libró de él con un vigor increíble, dejando caer su espada, y agarrando su pistola. —¡Jesús, Elijah, no, maldita sea!—Sean rugió, saltando para arrebatarle la pistola. Pero incluso cuando Sean cayó contra él, una bala se disparó del Colt de Elijah, y se precipitó en Sean. Una herida en el intestino. El dolor era sorprendente. Aplastante. Se preguntó si iba a morir, o si la bala había perforado limpiamente a través de él, evitando sus órganos principales. Trató de mantenerse de pie. No podía morir. Había prometido que no lo haría. Vio la cara de Elijah. El anciano estaba levantando su sable para acuchillarlo ahora, para asegurarse de que no estuviera tendido herido. Para asegurarse de que muriera. Pero no podía permanecer de pie por sí solo. Cuando empezó a caer, sintió un frío extraño surgiendo con la brisa. El aire parecía serpentear y retorcerse, y escuchó un grito de la misma manera que el gemido de un hada anunciadora de muerte en el viento. Elijah, listo para atacarlo con el golpe de gracia de su acero, fue repentinamente arrancado de él. Él escuchó al anciano chillar y gritar. Alguien estaba peleando con Elijah Wynn. Oh, Dios. El mundo estaba envuelto en una neblina gris extraña. No tenía fuerza. No podía enfocar, no podía pelear. Las fuerzas se le escapaban. Un sabor de muerte. La muerte que podía soportar; ojalá que no. Estaba tan asustado. Por ella. ¡Meg! Era una locura, pero Oh, Dios, tenía que estar delirante, viendo cosas. Era Meg la que peleaba con Wynn. Solamente la fuerza de voluntad hizo a Sean ponerse de pie. La cólera provocó que él pusiera sus manos alrededor de la garganta de Wynn, y con una potencia proveniente del amor, la cólera y la desesperación, arrancó a Wynn de Meg. Aunque, incluso mientras lo hacía, una fuerza llegó desde atrás, con un poder como el trueno. Él a su vez fue separado, echado hacia atrás. Había otro hombre en la mitad de su refriega con ellos ahora, sobre este desesperado campo de batalla. Estaba extendiendo la mano hacia Meg, tratando de atraerla... Elijah también se estaba poniendo de pie. No muerto, se estaba poniendo de pie, con una fuerza renovada...

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Pero el recién llegado fue el que se había apoderado de Meg. Sean se lanzó hacia la espalda del hombre. El recién llegado se giró luchando contra Sean. Su potencia era asombrosa. Sean fue estrellado de golpe contra el suelo. Su cabeza golpeó la piedra. Cristales negros parecían reventarse en cascos alrededor de él. Fue cegado, aunque escuchó el enfrentamiento. Hubo gritos, sonidos de enfrentamiento, puños veloces, conectando. Sí, se libraba una disputa, rápida y feroz. Escuchó a alguien gemir, un sonido burbujeante... Como si alguien se atragantara con su propia sangre. La visión de Sean empezó a aclararse. Había alguien junto a él. Meg. No. Miró hacia arriba dentro de sus ojos oscuros. Otra persona... El hombre, el recién llegado, el bastardo que había tocado a Meg. Tenía una cara vagamente familiar. Sean no podía ubicarlo totalmente. Un hombre al que habría conocido casualmente en algún lugar antes. Cuando se quedó mirando fijamente su cara en la confusión, el hombre sonrío. —¡Usted es difícil de matar, Canady! Medio muerto, pero todavía está tratando de luchar contra mí—dijo el hombre. —Pero por Dios, ¡Usted morirá! Rápidamente sacó un cuchillo de una funda que tenía a su lado. Sean se las arregló para sacar su propia arma, pero aunque sintió su cuchillo hacer contacto con su carne, sintió la espada de su adversario deslizándose en su interior. Enterrándose en su pecho. Con un grito, su adversario cayó a su lado. Pero demasiado tarde. Meg, ¿Dónde estaba Meg? Dolor... y adormecimiento. Meg, Dios querido, Meg… Hubo un grito. Un grito de cólera sobre el viento. El hombre que estaba a su lado, su asesino, fue dado la vuelta. Extinto. Desarmado. ¿Muerto? No importaba, el no podría ponerse de pie otra vez, no podría tocar a Meg. Sean sintió el tacto frío de la muerte sobre él. Dedos de hielo, acariciándolo, estrujando su corazón. Estaba cayendo a través de la luz y la sombra. La muerte estaba llegando. La vio, la sintió, la probó. Curiosamente, la muerte pareció tardar mucho tiempo. Incluso en ese momento sintió un roce apacible. Se encontró a si mismo acunado en brazos tiernos, y cuando miró hacia arriba, se pensó que ya había muerto. Porque ella estaba con él. Su querida y preciosa Meg. Sus ojos ardían con un extraño fuego. Derramaba una lluvia de lágrimas. Su tacto era tan infinitamente tierno. Su hermosa cara estaba envuelta en angustia. —Mi amor. Oh, Dios, Sean, debo encontrar a un cirujano… —Ningún cirujano. Ay, amor, demasiado tarde para un cirujano, Meg, mi Dios, debes huir, salvarte a ti misma. Maldita sea por ser tan tonto, no puedo protegerte… —Estoy segura… —No, hay otro asesino aquí. —No, Sean, estoy segura, debo encontrar a un cirujano. —No. Abrázame. Abrázame contra el frío. Dime que me quieres. Dime que te habrías casado conmigo. Dime que me querrás para siempre. —Oh, Dios, Sean, te quiero, para siempre, si, para siempre, no puedes estar moribundo, puedo… Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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—Te quiero—, él le dijo. —Demasiado. Oh, Dios, te quiero. Te quiero. Moriría por ti, una y otra vez. —Sean, no... Oh, Dios, te besaré con la vida. Le daré tibieza a tus labios... Desesperadamente, se inclinó sobre él. Lo besó. Pero demasiado tarde. Porque la vida se había ido. Ella dejó escapar un grito con el mayor dolor. Había llegado demasiado tarde, demasiado tarde. Demasiado tarde para, incluso, ofrecer un último beso... Lo sujetó, sollozando. La muerte estaba tendida, esparcida alrededor de ella. Escuchó las voces en la distancia lejana; los hombres del grupo médico de Sean estaban buscando a su jefe para encontrar a los heridos. Eran demasiados, tratando de conseguir a los doctores, tomándoles mucho tiempo cruzar el campo. Exhausta, estaba temblando cuando miró hacia donde Wynn estaba tendido, caído sobre una piscina de sangre. El anciano había estado contaminado. Miró más allá. Y allí estaba. A pesar del golpe de Sean, se estaba poniendo de pie otra vez, mirándola fijamente triunfante. Aaron Carter. Se acercó a ella. A donde ella sujetaba a su amado Sean. —¡Bastardo!—dijo enfurecida, y tendió a Sean tiernamente para ponerse de pie. —La dije que la tendría. Somos uno e iguales. Llegará a comprender… —¡Lo desprecio y lo odio y encontraré una manera de hacerle trizas! Le dije que partiera y tomó a esa niña inocente. Usted la mató despacio, y cuando su padre estaba loco por su pesar, usted incrementó su demencia tomando sólo un poco de su sangre. Le dio mayor fuerza y causó que él buscara su propia justicia sobre hombres inocentes por el asesinato que usted cometió. —¡Seduje a una inocente! ¡Querida mía! Sí, mi dulce, esta es la naturaleza de la bestia, señorita! El estaba petulante, divertido. —¡Lo mataré!—Se enfureció, y se tiró encima de él con una fuerza tremenda. Incluso él se sobresaltó por su poder, desapareciendo su presunción mientras levantaba sus brazos para defenderse. Todo lo que podía sentir era su pesar y su odio. Arremetió contra él con tal fuerza y poder que arrancó carne de sus huesos, arremetiendo contra su cara, su garganta, provocándole un daño real. —¡Bruja!—Bramó. El viento pareció rugir repentinamente, embravecerse entre ellos. Dio un paso hacia atrás, agotada, reconociendo la fuerza creciente que se estaba interponiendo entre ellos. Desatenta hacia todo lo demás, cayó sobre sus rodillas al lado de su amante otra vez. ¡Oh, Dios... Oh, Dios, había querido velar por él! Había rondado demasiado lejos en la distancia, y no había visto lo qué estaba ocurriendo, no se había dado cuenta de que... Carter. Aaron Carter. Ella pensó que él se había ido. Él había jugado su juego hábilmente. Y había tomado su venganza. Ella retrocedió contra el tronco de un roble viejo grueso lleno de balas que, de alguna manera, había sobrevivido a la batalla. Cerró sus ojos, en agonía. Con mucho gusto desgarraría a Aaron miembro a miembro, y aunque estaba horrorizada, deseando que cerrando sus ojos pudiera esfumarse lo que estaba tendido delante de ella, la sangre de la guerra y la sangre que se había provocado a ella misma. Deseaba poder hacer desaparecer a la misma muerte. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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O eso... O reconocer su abrazo. Pero había un olor malsano a muerte también. La muerte tenía un hedor. Incluso con los ojos cerrados, podía olfatear la muerte. Entonces escuchó el viento otra vez, un sonido furioso, un crujir contra los árboles, un trueno en su alma. El juicio estaba llegando. Abrió sus ojos. Lucian estaba ahí, de pie en la mitad del campo de cadáveres desparramados, mirando fijamente al cuerpo del Coronel Confederado Elijah Wynn. Mirando de ella a Aaron Carter. —¿Qué tenemos aquí? —Lucian exigió. —¡Un traidor para nuestra especie! ¡Me ha atacado! Debe de ser obligada a pagar. No comprende que hay reglas, que cumplimos con nuestras propias leyes. Es peligrosa, debe ser aleccionada. Conseguirá que nuestra especie sea asesinada una y otra vez. —¡Ah!—Lucian murmuró, estudiando el daño que Meg había hecho a Aaron. —Eres el soberano; se me debe justicia. Dámela. Yo la someteré al correcto castigo. Lucian miró a Meg, arqueando una ceja. Momentáneamente, pareció divertido. —¡Bien, bien, bien!—Dijo, y sus ojos tenían a toque de fuego, y su boca estaba curvada en una sonrisa. —¡Qué fascinante! ¿Sólo qué ocurrió aquí? Extendió la mano hacia abajo, tirando hacia arriba de Wynn por el cuello. El pesado hombre podría haber sido ingrávido. Lucian miró fijamente a los otros cuerpos diseminados por todas partes, vio la manera en que ella se arrodillaba por Sean Canady. Su sonrisa titubeó por un minuto, y sus ojos se fijaron duramente sobre los de ella de nuevo. No la importaba. —Ah... La bondad y la maldad tienen ambos sus precios, ¿No? Todo en la vida, y en la muerte, tiene su precio. Se ha aprendido una lección aquí hoy, eso creo. Meg, mi pobre Meg. Bien, efectivamente, quizás aprenderás a no perder tu corazón frente a amantes mortales. ¡Olvidas quien eres, Meg Montgomery! Lo que tú eres. Niña de las fuerzas oscuras, hija del pecado. —Su cara se endureció, y por un momento ella se dio cuenta de que estaba siendo deliberadamente cruel, insistente en su creencia de que ella había provocado este dolor a sí misma. —¡Por amor de Dios! ¡Debe aprender a terminar sus comidas!—Exclamó. Con eso, tomó a Elijah Wynn como si era una muñeca, girando su mano, y separando la cabeza de Wynn de su cuerpo con un movimiento fuerte y limpio. Dejó al hombre caer sobre el suelo. —¡No era mi comida!—ella protestó. —¡Él estaba en el juego de Aaron Carter, su experimento de crueldad! Mató a la hija del hombre y lo corrompió luego. Le sacó sangre, pero ni asesinado ni convertido. Él simplemente destruyó vidas humanas por diversión, él es quien es peligroso, quien nos expondrá a todos nosotros con su descuido y su crueldad. ¡Ningún hambre lo condujo a esto! ¡Esa criatura, —escupió, señalando a Aaron —es una verdadera abominación, incluso entre nosotros! Lucian agitó su cabeza, entrecerrando sus ojos. —Esa criatura, como tú te refieres al Sr. Carter, no es obra mía, mi dulce querida. Pero me temo que es uno de nosotros, y nosotros somos bestias de una naturaleza semejante. Y tú conoces las reglas, que son no acabar con su propia especie. —No traté de matarlo. El bastardo… Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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—El viejo valiente coronel tenía una hija muy hermosa y suculenta, o eso escuché. —Muy suculenta—, Aaron Carter dijo, sonriendo abiertamente con un placer lujurioso. —Creo que camina ahora entre nosotros —dijo Lucian. —¡Efectivamente! Y tú lo permitiste, —Meg acusó. —Mi amor, ¡Pierdes el control! Es su derecho, como lo es el tuyo, de elegir a quien él otorgue el obsequio de esta vida. —Sedujo a la única hija del hombre, y él se convirtió en un hombre enloquecido que fue matando salvajemente a soldados heridos sobre el campo de batalla. —Y el loco mató a tu apreciado mortal. Me temo que no hay delito contra nuestra especie por eso. Las reglas por las que vivimos son para nuestra supervivencia, no para los mortales. Debemos sobrevivir, mi amor, y debes comprender eso. El nuestro es un mundo duro y brutal. Debemos sobrevivir. Somos todos parecidos, somos de una misma especie. ¿Piensas que puedes cambiar lo que eres cenando solamente hombres malvados? ¡Agradece al Señor, o al diablo, que el mundo está poblado con docenas y docenas de crueles mortales, y que puedes realmente engordar con ellos! Desafías lo que eres, y decides no aceptar la compañía que te es ofrecida, o aceptar como compañero a un hombre. Mi querida belleza virtuosa, ¡ Lo siento, pero piensa sobre esto! El hombre que esta tendido, el justo y buen Capitán Canady, un hombre a quien no contaminarías, con una muerte mortal. Tú tienes el poder salvarlo. —¡Quizás no creo que ser “recompensado” con este tipo de vida sea ser salvado!—Se atragantó. Lucian se agachó a su lado, agitando su cabeza tristemente. —¡Qué par tan divertido podrían haber sido! ¡Tú qué crees profundamente en el alma! ¡Tú y tu joven ético! ¡Me dicen que asistes a los oficios religiosos!—Él se estremeció con el concepto mismo, luego sonrió, en un intento de humor e incluso de empatía, ella pensó. —¡ Imagínate a ustedes dos, en los titulares del periódico por encima de las batallas ganadas y perdidas!, Hija Heroica de Satanás asociándose a la Liga de Abstinencia! ¡Den la bienvenida a nuestros más recientes miembros de la fuerza del Ejército de Salvación! Luego la sonrisa de Lucian se desdibujó. Él extendió una mano hacia ella. —Ven, Meg, conmigo. Aaron estaba enfurecido. —¡No! Tú no la perdonarás y la confortarás. ¡Dámela! Me ha herido, debe cuidarme, debe ser mía, me debe… —¡No! ¡No tenía derecho! ¡Ningún derecho! Sabía eso… eso…—Meg dijo con dificultad. —¿Que usted amaba a su mortal? —Lucian vociferó. —¡Démela! ¡Es de justicia, lo exijo!—Aaron persistió. —No—, Lucian dijo tranquilamente, permaneciendo de pie, mirando todavía a Meg. —Éste es su lugar, Carter. Has estado equivocado al venir aquí. —Ella me ha lisiado. ¡Te enfrentas por ella porque ella… porque ella te entretiene! —Estás mutilado porque la codiciabas para ti mismo. Vete. El tiempo curará tus heridas. —¡No lo haré! —Lo harás. —Piensas que puedes reclamarla porque eres el rey; puedes hacer lo que desees… Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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—Sí—, Lucian interrumpió impacientemente, —Puedo hacer lo que desee porque soy rey, porque tengo el poder, y la fuerza, y si decido encontrarte en el mal, tengo el poder de destruirte. A menos que puedas vencerme. Lo cual no puedes hacer. Así que te irás. Te lo ordeno. Aaron Carter miró fijamente Meg. —Lucian no estará contigo siempre. Soy fuerte. Seré más fuerte. No has escuchado lo último de mí. Soy lo que soy, y tengo mis derechos, e incluso nuestro fuerte Rey admite esos derechos! Mi belleza, ¡Pagará con el tiempo! —Aaron, ve a Europa—, Lucian le avisó. —Hay una estación de tremendo libertinaje en la Costa Azul, o eso he escuchado. Vete, antes de que olvide que debo defender todo lo que somos y te mutile yo mismo. Aaron dejó caer un siseo, un sonido parecido a una serpiente procedente de su cólera. Pero se marchó. Y Lucian, curiosamente silencioso, se agachó al lado de Meg otra vez. Extendió una mano otra vez. —Lo siento, Meg. Sinceramente. Ven. Te ordeno que vengas. —No. Él arqueó una ceja. Ella se preguntó por qué estaba tan decidida a luchar contra él, excepto porque sentía tan terrible dolor. Había estado viviendo en un triste engaño. Le había dicho a Aaron que se fuera; había pensado que lo había lo hecho. Había creído tan tontamente en su propio poder. Pero Lucian era el Rey de su especie. Ella podía luchar contra Aaron y ganar. Pero solo podía esperar luchar contra Lucian. Había aprendido el poder de él. Pero él era más viejo y más fuerte todavía. —Querida mía... Cuando la tocó esta vez, ella le permitió, por un momento, que la confortara. Había algo sobre Lucian. En su fuerza y en su poder había ego y un sentido de derecho total, pero no era como Aaron. Se agarró a él, y tembló con un flujo largo de sollozos. Entonces fue empujada fuera de allí. Lucian podía forzarla, tomarla, atraerla a su voluntad. Y ella no odiaba a Lucian. Él no esperaba nunca que su especie fuera moralista o ética, no más que lo que se esperaría que un tigre rechazara la carne. Pero no, él no era como Aaron Carter. Tenía la sabiduría de los ancianos. Sabía que debía de haber reglas. Había estado al tanto de Sean, y le había permitido a ella permanecer en el dilema de querer a un hombre cuando ella se negaba a convertirlo a su especie, y ahora, haberlo perdido. No, despreciaba a Aaron, pero no odiaba a Lucian. Aun así, lo desafió. Porque al separase de él, vio los restos mortales de Sean, y le importó todo un bledo. Todo lo que quería hacer era gritar. Y sujetar a Sean Canady mientras mantuviera la tibieza de la vida, y soñando lo que podría haber sido. —Ven—, Lucian insistió. —No, no lo dejaré ahora. —¡Está muerto! —No lo dejaré.

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—Bien, chica imprudente. Llora tus patéticos y débiles restos humanos. Volverás a mí. —Lucian levantó su barbilla. Miró fijamente a sus ojos, y ella misma revivió con un fuego terco. —Volverás a mi —, él continuó, —Porque yo tengo el poder, yo soy el poder. Soy el dios de tu mundo. Y volverás a mí, lo quieras admitir o no, porque eres una pequeña bestia sensual, y me necesitas. Ella estaba enfadada y se alejó de su toque. ―¡No puedes ni empezar a entender el amor! Él arqueó una ceja, pero la permitió alejarse. —Tú hablas del amor, pero juegas con fuego—, él la advirtió. —Repito, ma cherie, soy tu dios, el Rey dentro de nuestro mundo. Conozco las reglas, y me aseguro de que sean respetadas. Por derecho, actuaste contra uno de nuestra especie. Debería de haberte entregado a Carter. Recuerda nuestras reglas. Rompe muchas de ellas, y sufrirás las consecuencias. —¡Porque te rechazo cuando quiero morir!—ella susurró. Curiosamente, ella se dio cuenta de que Lucian estaba tan lastimado como enfadado. —Tal vez—, él le dijo tranquilamente. —¡Cuidado, mi amor! ¡No me empujes demasiado lejos! Te condenaré y haré todo lo posible para asegurarme de que tengas una vida tan larga que rogarás por mi perdón. Ella se reclinó contra el árbol, con lágrimas reales cayendo por sus mejillas. Hubo otro susurro en el aire. Otro sonido apagado. El olfato del campo de batalla ensangrentado aumentó por todas partes alrededor de ella. Estaba sola con su amante humano muerto. Aaron Carter se había ido. Él no la tendría. Y Lucian se había ido. La había defendido, pero ahora, no podía perdonarla. No importaba. Nada importaba. Porque Sean se había ido.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0077 El tercer cuerpo no fue encontrado hasta el jueves. Pierre calculó que la pobre criatura llevaba muerta casi una semana, lo que parecía querer decir que su asesino había empleado el final del miércoles, el jueves, y el viernes en la juerga. —Noches de casi luna llena y de luna llena—, Pierre anotó tristemente, lo que provocó que Sean asintiera con la cabeza pensativamente. Noches en las que la luna había resplandecido extrañamente roja sobre el río y sobre el pantano. Esta vez, la víctima había sido encontrada en el brazo pantanoso de un río. El agua y los animales habían dañado su devastado cuerpo. Su torso había sido encontrado por la mañana. Su cabeza al principio de la tarde. Algunas partes de ella probablemente se perderían para siempre, consumidas por las bestias salvajes, la mugre del pantano, o incluso, por su asesino. La brutalidad con la que este asesino estaba mutilando cadáveres estaba creciendo inquietamente de una forma que evocaba a Jack el Destripador. Lo bueno de estar de pie con Pierre sobre la camilla mientras señalaba sus hallazgos era que la cara grotescamente arruinada de la víctima estaba tan excesivamente hinchada y roída, que era difícilmente identificable como un ser humano. Pobre Jack. Había llegado con determinación. Fue a la morgue con Sean. Había durado diez minutos antes de que se hubiera marchado para vomitar. Mientras Pierre explicaba que la marca de desgarro sobre el cuello indicaba el mismo método de disposición de la cabeza que habían visto antes, Jack regresó. Estaba casi tan pálido como el cadáver. Pero estuvo de pie al lado de Sean, escuchando acerca de la serie de mutilaciones, lo que Pierre sabía, y lo que Pierre no sabía. —Oh, señor. Definitivamente tenemos a un loco de primera clase en nuestras manos —dijo Jack. —Un puro loco, diría… extraoficialmente, por supuesto. Sean asintió con la cabeza, sintiéndose él mismo enfermo. El lunes habían aumentado el destacamento especial y habían tenido dos horas de reunión. Él, el jefe y sus hombres habían dado la bienvenida a las adquisiciones de dos hombres del F.B.I., un experto en perfiles y un hombre de evidencias físicas, pero ni siquiera las destrezas del F.B.I. les estaban ayudando. Todas las opciones, simplemente, se habían agotado. Incluso la opción de Maggie Montgomery. Ambos hombres del F.B.I. la habían entrevistado, y a cada persona empleada por ella. Se habían utilizado detectores de mentiras. Nadie sabía nada. Ahora, con este nuevo homicidio, el débil vínculo con Empresas Montgomery parecía estar destiñéndose. No había ningún testigo conocido posible. Creyeron que conocían la identidad de la víctima, aunque sus huellas digitales y los registros dentales todavía estaban siendo verificados. Era una prostituta que tenía un hijo. Su vecina había denunciado su desaparición cuando no había venido a por su hijo de cuatro años antes de la medianoche del viernes pasado, como planeaba. Pobre Bessie. En algún momento debió de ser una mujer atractiva con un corazón lleno de sueños. De acuerdo con la vecina, si, había estado en el negocio, pero solamente con una clientela de clase alta. Había querido hacer dinero y salir de eso para criar a su hijo en otro lugar. Había Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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trabajado a través de alguien más, aunque la vecina no sabía a través de quién. Bessie no había sido una puta de tres al cuarto, pero si una prostituta de cien dólares el tiro. Ahora mismo, no importaba qué había cobrado a su último cliente. Ella había sido la que había pagado. —¿Qué más puedo decirte? —Pierre preguntó. —Nada, ahora. Cúbrala, ¿Uh? —Pierre le complació. De nuevo estarían recogiendo toda clase de pruebas de composición del tejido y de secreciones. Con un poco de suerte, a pesar de la manera en que los cuerpos habían sido destruidos, por lo menos podrían comparar el esperma de las dos víctimas de sexo femenino. Con suerte, tendrían mucho más. Cuando Pierre cubrió el cadáver, Sean se volvió hacia Jack. —Agrupa a los chicos juntos. Quiero a todos en la calle. Vamos a mantener esto tan controlado como sea posible, pero no hay ninguna manera de excluir a la prensa. Todos deben de tener mucho cuidado respecto a lo que se diga. Quiero reuniones con los tipos infiltrados en el French Quarter, quiero los nombres de todos los conocidos proxenetas y madamas en la zona, y quiero los nombres de cualquiera que sea incluso remotamente sospechoso de proporcionar servicios sexuales o acompañantes como trabajo extra, ¿de acuerdo? —Dalo por hecho—, dijo Jack, demasiado feliz de dejar la morgue. —Así que, ¿Qué vas a hacer ahora? —Voy a salir y a entrevistar a la vecina yo mismo —dijo Sean. —Tal vez haya una pequeña pieza de información que se haya escapado. Y cuando termine allí, voy a encontrar cualquier posible y remota infracción y comenzaré a peinar el punto más débil de nuestra bella ciudad en busca de aquellos que tratan con carne humana. —Que te diviertas—, Pierre le dijo. —Sí, claro.

La vecina de la chica muerta era una bonita y pequeña morenita, una mujer joven de cara saludable que admitió “tener escarceos en el negocio” ella misma. Había llorado lágrimas reales por Bessie, pensó Sean, y él sintió angustia al no poder proporcionar ayuda por la pobre chica muerta cuando conoció a su hijo pequeño. Cuatro años, tímido e inseguro, le dijo a Sean seriamente que “Tita” Jeanne le había dicho que mami había sido llamada al cielo, y que estaba segura y feliz viviendo con Dios. Que ya no podría estar con él nunca más. Luego Tita Jeanne Montaine envió al pequeño chico de pelo de color platino a la habitación para ver un video de Disney mientras ella se sentaba con Sean, ofreciéndole café. Jeanne fumó nerviosamente y dio bocanadas a un cigarrillo. —Dios, ¡Cómo desearía poder ayudarlo! ¿Cómo puede alguien hacer tales cosas a otros seres humanos? Es tan horrible... Y ¡Pobre Isaac! Oh, lo sé, muchas personas sólo pensarán que Bessie era una puta y que se merecía lo que consiguió, pero... Bien, la mayor parte del lo que hacía, lo odiaba. Soñó con mudarse de aquí algún día. Solíamos holgazanear y tratar de pensar en el posible lugar más lejano, una ciudad lo suficientemente grande para fundirse en ella, y lo suficientemente pequeña con el propósito de que estuviera todavía en la América rural. ¿Sabe? Llevar una nueva vida en algún lugar. Podría haber sido lo que algunas gentes llaman inmoral sabe, pero buena

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gente, mala gente, gente negra, gente blanca, nunca he visto a alguien querer a nadie como Bessie quería a su hijo. —Señorita Montaine, me temo que no conocía a Bessie, y seguramente no me atrevería a juzgarla. Hacemos todo lo que tenemos que hacer en la vida. Jeanne se animó. Lo miró, suspirando, y con su suspiro, perdió un poco de su actitud defensiva. —Sí. Quiero mantener a su hijo, sabe. —Si hay algo que pueda hacer para ayudar, hágamelo saber. —Puede que le haga mantener su palabra sobre eso —le dijo Jeanne. Sean cruzó sus manos juntas, inclinándose hacia ella seriamente. —Jeanne, no juzgo a Bessie, y no puedo ayudarla ahora, pero si puedo ayudar a su hijo, prometo que lo haré. Y puedo ser capaz de ayudar a alguna otra pobre muchacha. Pero estoy desesperado. Esta cosa horrible le fue hecha a ella, y no he conseguido casi nada para continuar. ¿Puede pensar en algo, cualquier cosa que pueda decirme? Jeanne pensó en ello, agitó su cabeza entonces con frustración. —Sé que tenía un chulo... y eso es todo. No sé donde tenía que encontrarse con el John que tenía esa noche o cualquier otra. Sólo me llamó, me dijo que llegaría tarde. Le dije, seguro, nunca me molesta tener a Isaac. Pero cuando no volvió a casa, supe que algo estaba mal. Ella no habría dejado a su bebé, ¿Sabe? Sean asintió con la cabeza. —¿Ha llamado alguien acerca de Bessie o su hijo? —No. Él la entregó su tarjeta. —Bien, si recuerda algo de todo esto, cualquier cosa, ya conoce la rutina, por favor, llámeme. Esta es mi línea directa en la oficina, la otra es mi casa, y este es mi número de buscapersonas. Si usted no me contacta en ningún teléfono, por favor, deje un mensaje, y le devolveré la llamada. Jeanne asintió con la cabeza. —Por supuesto. Por supuesto. Haría cualquier cosa para ayudar. Cualquier cosa. —Gracias —Sean le dijo. Cuando él se levantó para irse, ella dejó salir un pequeño grito. —¡Espere! —¿Qué? —No es nada tan grande, ¡Lo siento! —Lo que sea. —Bien, sólo estaba pensando que, tal vez es algo. Creo que sus Johns fueron conseguidos para ella a través de una mujer. Una mujer que posee un restaurante. El corazón de Sean estaba tronando. ¡Dios querido, algo! ¡Por fin, algo! —¿Qué la hace creer eso? —Cuando llamó para que me quedara con Isaac, dijo algo de “ella”, sobre quién había hecho los arreglos. Y Bessie había dicho que sabía que estaría en casa antes de medianoche, pero exactamente no estaba segura de cuánto tiempo tenía que estar disponible porque había muchos platos haciendo un ruido metálico en el fondo mientras se estaban haciendo los arreglos. Sean asintió con la cabeza. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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—Bien. Magnífico. Señorita Montaine, podría besarla. Voy a besarla. La arrastró hacia él, presionando sus labios en su frente. Estaba excitada, colorada, contenta. —¡Gracias!—Le dijo. —¿Es una buena pista? —Una gran pista. La mantendré informada. Salió apresuradamente hacia su automóvil, y llamó rápidamente por radio a Jack. Jack sonaba frustrado. Peinar la ciudad significaba tener que sacar a la superficie a demasiados proxenetas. —Es como intentar buscar chinches en el pelo de la cabeza de un niño con piojos —Jack le dijo. —No importa. Consigue un coche y ve a la plaza Creole en Le Bon Marche, en la calle Prince. Arresta a Mamie Johnson. —Muy bien —Jack dijo despacio. —Sean, necesito tener una razón específica para arrestarla, lo sabes. Sean vaciló. —Tráela como cómplice de asesinato. Eso debe ayudar a conseguir que hable. —Lo haré. Treinta minutos después, Mamie Johnson, una alta y regia mujer de color cobrizo, estaba sentada en una sala de conferencias con Sean, Jack y Gyn Elfin, una de las dos mujeres de su destacamento especial. Gyn recordó a Mamie sus derechos, pero a pesar de su aparición elegante y sus maneras confiadas, Mamie parecía lista para hablar. Sabía que los policías no estaban interesados en trincar sus huesos debido a su pequeño cruce de la línea ―ella dirigía un negocio limpio. Había mucho más que era muy bajo y sucio en Nueva Orleans para que ellos estuvieran preocupados por su pequeña parte de la acción. —Bessie Girou era indudablemente una amiga mía—dijo Mamie. —Y traté de dirigirla hacia cierto calibre de hombres cuando estaba buscando una cita. ¿Podría conseguirme un cigarrillo? —No se puede fumar en este edificio —comenzó Gyn. Sean la miró e hizo una mueca. —Un cigarrillo. Sí. ¿Es usted selectiva sobre qué tipo? —Algo con mentol. Y tomaré un poco de café también. No he podido dormir mucho últimamente. Gyn salió rápidamente a su búsqueda de café y cigarrillos. —Está bien, Mamie, así que usted organizó que Bessie conociera a un caballero el viernes por la noche —dijo Sean. —Lo hice. —¿Quién era el caballero? —Era alto, apuesto y con mucha labia. No lo había visto nunca antes. Entró en mi local con muy buen aspecto vistiendo ropa de sport, oliendo a colonia cara. Pidió la comida más costosa de la casa, carne Poivre con gratinado de langosta. Ordenó una botella de vino con más de cien años, y empezamos a hablar, me preguntó si estaba interesado en una cita, y supe qué clase de cita buscaba, era tan suave y con tan buena apariencia que casi dije que si, excepto que mi olfato para los negocios me dijo que era viernes noche, que es cuando hago la mayor parte de mis ingresos, y por eso le dije que conocía a algunas damas muy finas que podían querer disfrutar una noche tranquila con él. Estuvo de acuerdo. Le di una hora y un lugar. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Sean asintió con la cabeza cuando Gyn regresó con café y cigarrillos. —Así que, ¿Puede decirme dónde se encontraron? —Le preguntó. —Sí. En el Blue Pontchartrain. Habitación número ocho. Sólo a dos bloques de mi negocio, recto hacia Prince. —Mamie tomó un sorbo largo de su café. —Vaya, Teniente, tiene usted que hablar con esta chica. Querida, debe de haber algo más fuerte que el café de este café. —¡Oh!—Gyn declaró, sobresaltada. Sean sonrío, mirando a Gyn, asegurándola que estaba bien así, y que al final aprendería cómo arreglárselas con quién fuera. El café con alcohol añadido no era en realidad necesario para el interrogatorio en este momento. —No importa ahora, Mamie. Escuche, he llamado a un artista. Quiero que le dé una descripción del hombre que entró en su local e hizo arreglos buscando… esto… compañía femenina. Cuando hayamos conseguido un dibujo de este tipo, la traeré un trago yo mismo. —Vaya, Teniente, esto estaría bien. —Jack, consigue una de dotación para ir al Blue Pontchartrain. Mamie, usted se viene conmigo. —Seguro, querido—, Mamie dijo arrastrando las palabras con ojos leonados, clasificándolo. —¡Gyn! —Sí, señor! —Usted viene también. Pienso que todos podríamos tomar algo de beber.

Volviendo al principio del todo, ella había aprendido. Aprendió sobre sí misma, aprendió sobre otros. Eso fue bueno y fue malvado, pero no todo era solo blanco y negro; el mundo estaba lleno de toda clase de tonos de gris. Allí vivía. Su mundo no era la oscuridad, era gris. Había realizado un gran esfuerzo. Se despertó hambrienta. Tan hambrienta que dolía. Tan hambrienta que sentía como si uñas en forma de garras escavaran en su estómago, agarrando sus tripas, desgarrando su corazón y su alma. De noche. Naturalmente, ella no podía dormir. Había tratado de abstenerse duramente. Para demostrar que lo que era, no podría ser. Durante semanas no había comido nada más que una rata de alcantarilla aquí y allá, abrumada por la repugnancia cuando no podía evitar el frío... Entonces, por supuesto, había tenido que ir a la morgue. Pero en los últimos días, no se había permitido ningún sustento real. Y ahora... El dolor. La agonía. Luna llena. De noche. El tiempo del cazador. Merodeó por la ciudad. De la misma manera que ella, parecía que París rara vez dormía. Las prostitutas caminaban por el Sena, pregonando su disponibilidad con invitaciones sensuales, hablando suavemente, casi como las melodías de la brisa. Los hombres pasaban caminando; cargadores, borrachos, aristocráticos estudiantes universitario ocasionales, que salían a divertirse, jóvenes, deseosos de ser tomados...

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¡Podía escuchar el pulso de tantos corazones! Corazones jóvenes, corazones salvajes. Los hombres la paraban, pensando que una mujer sola, y que ella, también, estaba ejerciendo su oficio. Venas... Desde la distancia parecía que podía ver los vasos sanguíneos de la gente alrededor de ella. Todos ellos inmensos, todos ellos reventando en sus cuellos... No, no, no podía matar... Así que se había dirigido a la morgue de París, pero increíblemente, en esta ciudad tan multitudinaria, no había ningún cadáver fresco. ¡Había aprendido muy pronto de su padre que no se pondría enferma y moriría por tomar sangre de una persona recién muerta —su querido padre! Había estado investigando tanto, tanto para mantenerla viva. Había desafiado a sus amigos, que pensaban que estaría mejor muerta. Había deseado la muerte ella misma. Su padre le había dicho que sería un suicidio —un pecado para la iglesia católica. Ella le había dicho que ya estaba muerta y él se había negado a creerla. ¿Qué podía importarle a la iglesia, cuando ella ya estaba entre los malditos? Pero no la creyó, la condenación estaba solamente en el alma, y en su alma, había pecado solamente por su determinación de confiar y adorar, y ésos eran los pecados que Dios fácilmente perdonaba. Pero su padre nunca la había preparado para esta clase de hambre... —¡Ma belle!—Una dama de la noche la llamó. —Ven, ven con nosotras, podemos mostrarte un camino diferente para el placer. Se encontró a si misma sonriendo. —No, m'amie! ¡Me temo que yo podría mostrarte un tipo diferente de placer! Se apresuró. Allí... En el suelo. Un pobre diablo borracho. ¡Pero su pulso, oh, su pulso! No, sigue caminando, está borracho, es patético... —Whoa, ¡Hay alguien animado!—El borracho la llamó, agarrándola por su falda. —¡Ven, Ma belle, ¡Entretén al viejo Francois! —¡Déjame ir! —¡Tendré su monedero, y su amor, señorita! —¿Y qué tendré yo? —¡Su vida!—Chasqueó los dedos. Ella agitó su cabeza. Él la alcanzó. Su vena, oh, Dios, su vena, ¡ahí, palpitando de manera tan incontrolable en su garganta! El bastardo había amenazado con matarla... Podía experimentar casi el sabor de la vida ―la sangre nutritiva. Él gimió cuando vio los labios de ella contraerse, apareciendo sus dientes de alimentación. Sintió compasión repentinamente, pero no lo bastante para pararla si no para... El ajo. Su respiración. El olor de él la enfermaba. Lo empujó hacia abajo, y corrió, y corrió... Hacia las afueras de la ciudad, escuchó un sonido extraño. Llegaba una y otra vez. Vacas... Llegó a un campo lleno de ellas. Hasta las benditas vacas tenían tales ojos confiados grandes y marrones... Pero se dio cuenta de que este campo a donde había llegado estaba a las afueras de un matadero grande. Escogió a un animal. Este la miró fijamente. Oh, ¡Esos ojos! Le devolvió la

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mirada. Despacio, la criatura cerró sus ojos y cayó. Suavemente acarició a la bestia. Luego la mordió... Se atracó. Y se saturó. Cuando estuvo lista, se miró a sí misma. Estaba cubierta de sangre. El filo de su hambre había amainado. Estaba tendida encima del animal que había drenado. —Bueno, esto es encantador, realmente encantador. Sobresaltada, miró hacia arriba. Lucian, vestido de negro inmaculado, sombrero alto, y amplia capa, permanecía de pie sobre ella, divertido. —La morgue estaba vacía, ¿No? —él se burló. Ella se levantó, tambaleándose sobre sus pies, alisando su pelo hacia atrás. La hizo sentirse algo mejor. Su cara estaba embadurnada, su pelo manchado de sangre. —La morgue estaba vacía—, ella confirmó, incómoda, y no totalmente segura de porqué. —Y todavía estás dolorida—, dijo suavemente. —No —mintió. —Ven conmigo. —No. Pero la llevó a una laguna, donde se lavó, y mientras lo hacía, le escucho cortar la cabeza de la bestia a quien había escogido. Volvió a ella, cubriéndola con su capa. —Casi maté a un borracho esta noche —le dijo con voz apagada. —Pero no lo hiciste. Así que... cuando una noche como ésta llegue otra vez, por supuesto, hay más vacas. Y cuando no puedas soportar lo que te está pasando... La mano de él envolvió las de ella. Sintió el remolino de la neblina que la había transportado una vez, anteriormente. Se encontró en un lugar horrible con un hedor incluso peor que el del matadero. Paja mugrosa ensuciaba el piso. Hombres y mujeres, tan sucios como la paja, reposaban lánguidamente detrás de barrotes. —La prisión—, Lucian dijo en voz baja. —Y allí, Jean LeBeau, el asesino de trece mujeres. Va a la guillotina mañana al amanecer. Allí, un tipo más patético. Héctor Rodrigo, un español condenado por matar a su joven esposa en un ataque de furia. Está arrepentido, pero demasiado tarde, porque ella está muerta y enterrada. Llora, ves... Hay más, pero ahí tienes, si vas a ser un demonio moralista, escoge a una víctima respetable… o indigna. —¿Quién soy yo para juzgarlos? —Mi querida, ya han sido juzgados. Sus sentencias de muerte les han sido dadas. Toma a LeBeau, quien se merece algo peor que la muerte. La guillotina es demasiado buena para él. Luego está el pobre Rodrigo... Tan asustado. ¡Podría ser sacado más gentilmente desde esta vida! Esperó, mirándola. —Tomaré a Rodrigo—, dijo luego de un momento, dejando caer su cabeza. —Seré delicada — dijo suavemente. —Tu beso será mucho más tierno que el de Madame Guillotine —la aseguró. Lucian la dejó. Y escuchó a Rodrigo, sollozando, rezando a la Virgen, lamentándose por su esposa, despreciándose a sí miso, rogando por no mostrar su miedo ante las masas cuando fuera forzado a caminar para conocer la hoja de la guillotina.

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Y así que fue a Rodrigo, y lo calmó mientras lloraba, alisando su pelo, tocándolo, y le prometió que había más que vivir, que había un Dios, y por lo que ella creía, Él le perdonaría. Luego bebió...

La semana había sido larga. Y dolorosa. Maggie no había se dado cuenta de que había estado deprimida la mayor parte de la semana hasta que primero Cissy, y luego Angie, comentaron sobre su humor apagado. —¡Hey! ¿Hay vida ahí? —Cissy preguntaba, dándola pequeños golpes juguetonamente sobre la cabeza cuando llegó la hora de cerrar el viernes. —Sí. —No hemos hablado de la cena —dijo Angie, tomando asiento en la esquina del escritorio de Maggie. —¿Quieres ir a algún lugar para cenar? —Maggie preguntó. —No, tengo una cita —Angie la informó, cruzando los brazos sobre su pecho. —Bien por ti. ¿El poli? Angie asintió con la cabeza. —Bien, buena chica —dijo Cissy arrastrando las palabras. —Adoraría acompañarte a algún sitio para sacarte de tu apatía, pero también tengo una cita. —Bien por ti. ¿Otro policía? —Sí. Adonis. —¿Si ambas dos tienen citas para cenar, porque vienen a mi? —Maggie preguntó. —Porque usted, Señorita Montgomery —, Angie la regañó, —se debería de haber preocupado más por el teniente. —¿De verdad? —Maggie golpeó el lápiz sobre su escritorio, arqueando una ceja con arrogancia. Ojalá se hubiera cuidado mejor de él. Estaba tan sólo asustada por haberse involucrado. Con un Canady, con un policía. Pero el miedo no la había ayudado con la angustia que la había atormentado toda la semana. Dios, había sido estupendo. Maravilloso. Estando acostada sola y despierta por la noche, casi podía sentir su contacto otra vez. Había maldecido silenciosamente contra sí misma, diciéndose que no podría ser tan tonta con respecto a una relación física, excepto que había sido más que solo física. Aunque había sido desenfrenado, perverso e increíblemente físico, había habido algo más. Y lo había echado. Y ahora estaba llorando. Era la única cosa que podía hacer. No quería involucrarse. En el mismo momento en que sus ojos tocaron los de ella, estuvo involucrada. —¡Volviendo al tema de la cena, querida! Tu sabes que Angie y yo tenemos una cita doble y eres más que bienvenida a unirte con nosotros —le dijo Cissy. —No... Pero gracias. Y hey, ya que ustedes damas tienen planes para esta noche, vamos, fuera de aquí. —De verdad, sólo estaba burlándome anteriormente… deberías venir con nosotras —Angie alegó. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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—Angie, de verdad, creo que sé lo qué estoy haciendo —Maggie la aseguró. —No, no lo sabes —Angie dijo tercamente. —Hey, tendré que vivir con my propia imbecilidad entonces—, dijo, poniéndose de pie. Pasó junto a ellas y se dirigió hacia el pasillo donde una pequeña escalera de caracol conducía a la tienda de abajo. Cuando llegó a la planta baja, eran sólo las cinco y media. La tienda estaba vacía, y aunque Gema y Allie no habían cerrado con llave la puerta todavía, Allie estaba en la parte de atrás en el escritorio de recepción, trabajando con los recibos del día. ―Buenas, señora ¿Cómo estás? —Maggie le preguntó. Allie le lanzó una sonrisa afectuosa. —Estoy muy bien. —¿Estás segura de que te sientes bien? —Me siento fenomenal. Y soy muy feliz por haber trabajado los dos últimos días. Siento... normalidad. Eso es lo más importante. —Definitivamente. Y yo también estoy muy contenta de que estés de regreso. Pero, escucha, ha sido un largo día, ¿Por qué no te vas a casa? Yo terminaré aquí. —Eso estaría bien, porque me encontraré con un amigo para cenar. Pero Gema iba a acercarme. —Me parece bien. Gema puede largarse ahora también. No tengo otra cosa que hacer esta noche, y estoy un poco intranquila. Ustedes dos empiecen a moverse. Gema, enderezando los pliegues de un traje sobre un maniquí, se quedó mirándola. —¿Estás segura, Maggie? —Estoy segura. Fuera de aquí las dos. Gema se encogió de hombros. —Está bien, Allie. Trae nuestros bolsos, ¿Puedes? Gracias, Maggie. —Hey, ustedes chicas se quedan tarde por mí constantemente. Gema se río, una mujer feliz con Allie de regreso en la tienda con ella. —De acuerdo. Pero el tiempo extra es también estupendo. —No te preocupes, no te descontaré el dinero. Fuera de aquí. Diciendo adiós con la mano, las dos se marcharon. Maggie frunció el ceño en cuanto se fueron, tratando de concentrarse en uno de los recibos que no podía leer totalmente. Cuando escuchó el liviano tintinear de la campana en la puerta principal, se sobresaltó, y se dio cuenta de que se había olvidado de cerrar con llave. —Lo siento, pero estamos cerrados—empezó, elevando la voz. Pero entonces vio al hombre que permanecía de pie justo dentro de la puerta de entrada. Alto, delgado, tenía una complexión fuerte y enjuta pero fibrosa. Estaba vestido con pantalones negros informales y una camisa de seda suave. Sus rasgos eran clásicos y llamativos, sus ojos eran de un curioso marrón dorado, casi de la misma manera que los ojos de una serpiente. Era un hombre con una buena apariencia, con una exhortación sorprendentemente sensual. Inmaculado, encantador. —Hola, Maggie —dijo. —¡Oh, Dios!—Respiró. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Dejó sus recibos encima de la mesa. —Maggie, no pareces feliz de ver a un viejo amigo. Traté de advertirte que estaba en la ciudad. Te visité y vi a la bonita anciana el otro día. ¿No te lo dijo? Su boca estaba seca. —No, no, no me dijo. Tuvo un desmayo, una pérdida de memoria. Pasó la noche en el hospital. —Lamento tanto escuchar eso; era un ave vieja encantadora. —No debes… no debes herirla. —¡Bien, Maggie! No habría lastimado a la vieja más encantadora del mundo. Lo que hice fue sacarla a por un café con leche… ella conoce sus cafés. Tuvimos una caminata encantadora, y la traje aquí, segura y sana. Maggie vaciló un momento largo, tratando de controlar tanto su miedo como su cólera. —Gracias. —Un placer. —¿Y qué has estado haciendo? —Exigió de alguna manera nerviosa, con su corazón que parecía hundirse en su pecho. —No has venido a Nueva Orleans para ser amable con las ancianas. Él estudió sus uñas. Eran largas, my cuidadas, pulidas con brillo. —No. Se está absolutamente perfecto en los centros vacacionales de esquí en Suiza, durante esta época del año. Tenía miedo de su próxima pregunta. —¿Entonces ¿Por qué… por qué estás aquí? Para entonces, él había llegado a la parte de atrás del escritorio. Se apoyó contra él, sonriendo. —¡Por los viejos tiempos!—Dijo suavemente. Tocó su mejilla. —Me preocupo por ti, Maggie. No querría que te pasase algo. —¡Todo terminó entre nosotros hace mucho tiempo!—Le recordó. —Umm. Puede ser. Eso es lo que tú crees. Sin embargo, siempre hay un futuro, ¿No es así? —No. —Bien, por supuesto, sólo puedo partir... —¡Espera! —¿Qué fue eso? —Preguntó, arqueando una ceja. Maggie apretó sus dientes. —Por favor espera—, dijo. —¿Ah? Él se sentó sobre el escritorio, cruzando los brazos sobre su pecho. Sonrío de la misma manera que un gato bien alimentado. —Por favor, dime por qué estás aquí—, dijo. —Oh, Dios, tú no has sido... —¿Perdona? —Lucian, yo… —¡No! Yo no he sido. —¿Entonces?

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Su sonrisa se destiño. Sus ojos la tocaron de una manera que la provocaron un temblor en sus miembros. Se preocupaba por ella. A su manera. —He venido a advertirte —, le dijo suavemente.

En el momento en que Angie y Cissy bajaron desde el piso de arriba, duchadas y listas para sus citas, Maggie estaba sola otra vez, mirando fijamente la puerta principal, viendo nada. —¿Está todo bien? —Angie le preguntó. Asintió la cabeza, sin mirar a ninguna de ellas. —¡Hey, niña! ¡Anímate!—dijo Cissy, llegando al frente de ella. —¿Estás sola aquí? Pensé que escuché voces. —Estoy… estoy sola—, Maggie dijo por fin. Se encogió de hombros. —Un cliente de último minuto. Angie había ido caminando hacia la puerta. —¡Whoa! Un chico de buen ver. Me pregunto para quien iba a comprar. —Su amor más reciente, imagino—, Maggie murmuró. —¿Quién? —¿Para quién compra ropa bonita un hombre? —Maggie dijo, forzando a su voz a que fuera casual. —El amor de su vida, imagino. Excepto que no compró nada. —Oh, bien. Hey, ¿Estás segura de que no quieres venir con nosotras? —Angie le preguntó. Maggie estrechó sus ojos hacia su amiga. —¿Sean va a ir con ellos? —No, querida. Lo siento. —dijo Cissy. —Entonces tal vez vaya con vosotras—, dijo. —No estaré mucho tiempo, lo justo de tomar algo de comer con vosotros. —Serás una buena compañía —Angie dijo. —Los chicos están un poco tristes esta noche. —¿Cómo es eso? Cissy miró a Angie. Angie miró Cissy, luego a Maggie. —No has escuchado las noticias aún, ¿No? —golpeó sus sienes. —¡Qué tonta de mí, Angie y yo acabamos de escuchar el informe arriba. Ha sido encontrado otro cuerpo. Otro cuerpo. Maggie sentía como si se estuviera ahogando. —¿Oh? —Murmuró. —Otra prostituta. Una chica bonita, el locutor del noticiario estaba diciendo. Tenía un hijo pequeño. Qué vergüenza. ¿Eh? Realmente tenemos que mantenernos juntas. No podemos dejarte dar vueltas a solas, no importa lo que esté ocurriendo en tu vida amorosa. —Y esta chica fue... ¿Mutilada? —Maggie preguntó. —No están diciendo mucho, sólo advirtiendo a las mujeres solteras que tengan mucho cuidado y que no vayan a ningún sitio solas. —Bien, no iré a cenar con vosotras si luego no me dejáis partir.

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—Vamos a estar con dos policías —Cissy dijo. —Cenaremos y acompañaremos a Maggi hasta su casa. —Me quedaré en la ciudad esta noche. Solo necesitan acompañarme hasta aquí, ¿Vale? Cissy y Angie se miraron y se encogieron de hombros. —Vale —Angie estuvo de acuerdo. Era verdad. Aunque trataron de mantener unas citas decentes, tanto Mike como Adonis y Jack el encantador, estaban deprimidos. El cuerpo había sido encontrado en realidad ayer, pero lo habían mantenido fuera de las noticias hasta la tarde, tratando de averiguar su identidad con el fin de notificárselo a los parientes más próximos antes de verse involucrados en el aluvión que la prensa, de seguro, pondría sobre ellos tan pronto como la noticia fuera conocida. Angie le recordó a ambos que, aunque eran policías, no podían esperar curar todas las enfermedades del mundo entero. Mike aceptó, pero dijo —Es sólo este caso. Es tan endemoniadamente malo. —Todos los asesinatos son malos —Maggie le recordó. —Sí. Tienes razón. Es solo que Sean está muy caliente sobre éste. Le está rompiendo. Sin embargo, hemos conseguido algo parecido a una pista sobre el caso. —¿Oh? —Maggie preguntó. —Bien, se supone que no debemos decir demasiado. Pero podríamos tener algo parecido a una descripción del asesino. Eso va a ayudar mucho. En realidad podría ser la oportunidad que necesitamos. —¿Una descripción? —Maggie murmuró. —Hey, Maggie, lo siento, realmente no podemos decir nada más, ¿Sabes? —dijo Jack. —Lo sé. Está bien —le dijo. Cuando terminaron de comer, caminaron todos de vuelta a la tienda. —Continúa hasta arriba y cierra con llave tú misma. —Jack le dijo ásperamente. —Lo haré. Gracias, chicos. Buenas noches. Entró en el edificio, y supo que estaban esperando escucharla girar las cerraduras. Diligentemente, lo hizo. Luego se apoyó contra la puerta de la planta baja que llevaba a las oficinas de arriba. Mordió su labio inferior, pensando otra vez que extrañaba a Sean, aunque hubieran tenido realmente solo una noche, se sentía como si echara de menos un miembro. Y estaba atemorizada. Turbada. Corrió repentinamente hacia arriba, decidida a actuar, y agarró su guía telefónica, buscando direcciones. Luego volvió rápidamente abajo, y se permitió salir del edificio. La noche era oscura. La luna llena había disminuido. Empezó a caminar calle abajo rápidamente, buscando caras mientras caminaba.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0088 Él estaba soñando, y sabía que estaba soñando, pero era muy real. Trató de luchar contra ello; despertarse. Estaba montando a caballo. Un apuesto caballo castrado gris que se movía con la velocidad del relámpago. Por todas partes él podía escuchar el estruendo de los casos de la bestia. Montaba duro, sabiendo que todo dependía de su capacidad de encontrar y derrotar a su enemigo. Sintió al caballo, sintió el calor del día, sintió el sudor goteando hacia su cuello. Vestía de lana, y el sol era despiadado. Entonces se escuchó a sí mismo. Estaba lanzando alguna clase de grito fuerte y agudo, un sonido que era terrible y despiadado, y lo sobresaltó tan gravemente que... Se despertó, peleando contra los vestigios del sueño. Oh, ¡Guau! Había estado cabalgando. No había sabido a donde estaba yendo, solamente que estaba buscando a un enemigo. Grande. Tal vez podría ir a galopar por las calles de Nueva Orleans y atrapar al asesino. Se estiró, consciente de que se había quedado dormido sobre el sofá, mirando fijamente su pantalla de televisión. Debía de haber estado soñando con víctimas de homicidios. Agradecidamente, sin embargo, las noticias sobre el más reciente hallazgo habían sido transmitidas cuidadosamente a la prensa, y por algún milagro, los presentadores de noticiarios estaban siendo responsables y el pánico podría ser mantenido al mínimo. Por el momento, sin embargo, fueron dos prostitutas y un proxeneta los que habían sido asesinados. A las mayoría moral les gustaba creer que tal asesino nunca sería una amenaza para las personas decentes. Tal vez eso estaba ayudando a contener el pánico, manteniendo la mayoría de la ciudad medio cuerda. De nuevo, Nueva Orleans era una ciudad encariñada con el pecado, los tipos de pecado perdonables. Y Dios sabía que, muy pronto, el pueblo vería a las víctimas como seres humanos, y no como pecadores. Y demasiado pronto, la ciudad entera se levantaría en armas. Se puso tenso, estirándose, recordándose a sí mismo que ahora podría tener una oportunidad de atrapar al asesino. Tenía el retrato robot de la cara del hombre hecha por un retratista, y tenía a Mamie en su lugar de trabajo, esperando, observando. Se puso de pie, entró en la cocina, y cogió una botella de cerveza. Miró alrededor, y sintió los ojos agotados. Sean poseía la vieja construcción de ciento cincuenta y cinco años en la que vivía, sobre la calle Conte, en el corazón de la ciudad. Estaba en buen estado, pero no demasiado, porque aunque podía poner cualquier tiempo libre o esfuerzo en él, había alquilado la planta baja a un amigo de su hermana que dirigía uno de los restaurantes Cajún más elegantes de la ciudad. Agradecido con Sean, porque le había regalado el alquiler de los primeros seis meses gratis cuando empezó su negocio, Danielle Bonet, se aseguró de que el sitio fuera pintado, puso un tejado nuevo, y reparó cualquier sugerencia por más leve que fuera el problema. También envió a su propia encargada de la limpieza dos veces a la semana, enviaba cosas deliciosas para comer, y se aseguraba de que sus obturadores, cortinas, y el acolchado fueran mantenidos en buen estado. Debido a ella, sus

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habitaciones en la ciudad eran consecuentemente agradables, y la casa era un refugio de la oficina y del mundo. Levantó su botella de cerveza. ―Por ti, Danielle. Gracias. Anduvo despacio dando algunos sorbos largos de cerveza, sintiéndose intranquilo. Había cosas que podía hacer. Ya había estado en la habitación del hotel donde la víctima más reciente había sido asesinada. Estaba inmaculada. Expertos de pruebas habían tomado numerosas muestras, sin embargo, aun los estaban analizando. También habían encontrado pequeñas cantidades de sangre, y una verdadera lluvia de semen. Aunque era difícil imaginar que tal violento homicidio pudiera haber ocurrido allí, y haber sido limpiado tan bien. Había otras cosas que podía hacer. Podía salir a pasar el rato en el bar de Mamie, mirar, y esperar. Podía entrevistar a más empleados del hotel. Pero había sentido que estaba girando sin sentido, que estaba exhausto, que necesitaba el descanso de una noche. Ahora, estaba deseando estar en el bar. Se sobresalto cuando sonó su timbre. De un pésimo humor para tener compañía, respondió a la puerta mientras estaba en pantalones cortos, descalzo, con su botella de cerveza en la mano, su pelo desaliñado y los dos primeros botones de su vaquero desabrochados. Por ello estuvo completamente asombrado al abrir la puerta y encontrar a Maggie Montgomery esperando en su entrada. Él arqueó su ceja. Ella se ruborizó. ―Yo... sólo vine para decirte que lo siento. ―¿Oh? No abrió la puerta para que ella pudiera entrar. Se sentía muy precavido. Todavía dolido. ―Me enteré de la tercera víctima. Lo siento tanto. ―¿Lo hiciste tú? ―¿Qué? ―¿Lo hiciste tú? ―No, ¡Por supuesto que no! ―Entonces ¿Por qué lo sientes? Ella levantó sus manos, aparentemente perdida. Mirando como si estuviera a punto de darse la vuelta. ―Estoy apenada por la pérdida humana, y siento que esto haga la vida todavía más dura para ti. Ella se veía como un millón de dólares. Vestía de blanco esta noche, un vestido blanco sin mangas que mostraba su perfecto bronceado y sus largas piernas. Su pelo era como el fuego oscuro contra él. Olía deliciosa. Ella empezó a girarse. Se iba a marchar. ―¿Por qué estás realmente aquí? ―Él exigió secamente. ―¿Qué? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Ella se dio la vuelta completamente. ―¿Por qué estás realmente aquí? ―¡Qué bonito, qué agradable, porqué no!... Entra por favor, si puedo ofrecerte un poco de vino, una botella de cerveza, cómo has estado... ―Sin delicadezas. No me gustaría involucrarme demasiado. ―la dijo secamente. ―Me pediste que dejara tu casa, ¿Recuerdas? Así que, ¿Qué estás haciendo aquí? ―Si vas ser descortés y ofensivo… ―Nunca dije que fuera atento. Sólo te quiero de frente, en voz alta. ¿Qué estás haciendo aquí? Ella vaciló, entonces se dio cuenta que no veía ninguna otra opción que ser tan franca e insensible como él. ―Bien, francamente, el sexo. Fue fenomenal. Pero si estás ocupado... o contento con tu botella de cerveza, puedo volver en un mejor momento. ―No hay mejor momento como el presente ―le dijo. Entonces extendió su mano y tiró de ella hacia dentro del apartamento. Buscó a tientas la mesa del salón con el propósito de depositar su botella de cerveza. Luego la arrastró entre sus brazos. Ella le devolvió su entusiasmo, desabrochando torpemente sus pantalones. Sus manos se cerraron en torno a él. Se tambaleó, y cayeron juntos al suelo. Nunca se había sentido tan desesperado. Ella era increíble. Movió sus manos arriba y abajo por toda su longitud, levantando su falda. Estaba desnuda debajo del vestido blanco. El tacto de su piel descubierta fue increíblemente erótico. Su erección aumentó dolorosamente contra la mano de ella. Él se puso de espaldas y ella se situó encima de él. Agarró sus caderas, guiándola. Cerró los ojos mientras la urgencia de la pasión les rodeaba. Después, mientras la sujetaba, se preguntó cómo había sobrevivido estos días sin ella.

Otoño en Londres, 1888. Habiendo llegado recientemente a Londres, la heredera estadounidense Megan Montgomery estaba viviendo en un apartamento en la plaza St. James. Los apartamentos contiguos estaban ocupados por un joven doctor y su esposa, Peter y Laura Austin Eran simpáticos, y acogedores, y Megan se encontró a si misma pasando más y más tiempo con ellos. Cuando pasó la primavera, ella y Laura se habían hecho muy buenas amigas. Le habló a Laura sobre su casa ancestral en Nueva Orleans y cómo todas herederas Montgomery utilizaban su tiempo en estudiar moda en el extranjero hasta que regresaban a Nueva Orleans para tomar las riendas del negocio familiar. Su madre había dejado Nueva Orleans durante la Guerra Civil estadounidense debido a la muerte de un amigo íntimo, y había conocido al padre de Megan en una feria en York. Megan había estado en la ciudad de Nueva York y en Chicago e incluso en San Francisco, pero no había vuelto todavía a Nueva Orleans para hacerse cargo de su herencia. Con ambos padres muertos ahora, regresaría pronto a los Estados Unidos para siempre. Laura, por su lado, le habló a Megan sobre su propia vida. Peter había nacido en una familia adinerada y aristocrática que nunca lo había perdonado por casarse con ella, la hija del párroco de una iglesia pobre. Había crecido sin dinero pero con mucho amor; Peter había crecido con dinero y Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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expectativas. Habiendo conocido a Laura mientras él cuidó de su padre en su lecho de muerte, Peter había optado por el amor. Un amigo que estaba viajando por el continente le había prestado el apartamento de la Plaza de St. James a Austin para su uso durante los próximos tres años así que, a pesar de su evidente opulencia, eran pobres como ratas de iglesia. ―Peter es un doctor excelente, pero es incluso más excelente como hombre ―Laura la aseguró orgullosamente. Luego suspiró.―Está desesperadamente determinado a ayudar a aquellos que están totalmente en la miseria, en los barrios pobres y desgraciados de Londres. Cree se debe hacer algo debido a la terrible pobreza que había, especialmente en el East End. Inmediatamente el corazón de Megan se compadeció de Peter y de Laura. Ella había visto muchísimo. La guerra, la pobreza, el sufrimiento... Pero en la rígida sociedad de la Inglaterra victoriana, vio una tristeza como no la había visto anteriormente. Laura acompañaba a su marido a menudo en sus visitas caritativas a la sórdida inmundicia del East End. Pero llegando el verano, estaba muy pesada con su primer embarazo, y Megan insistió en cambiarse por su amiga. ―¡Pregunta a Peter! La zona está llena de plagas y enfermedades. Laura, por tu salud, por el bebé, debes quedarte al margen ―Megan la dijo. Así que Megan empezó a acompañar a Peter. En el East End encontró un horror patético a diferencia de lo que había visto en América o en Francia o en cualquier otro sitio al que hubiera viajado. No es que hubiera estado ciega a la pobreza y al sufrimiento antes, pero aquí, las madres con niños tenían camas para diez y doce en una habitación diminuta e infestada de ratas. Las ventanas rotas sin reparar, las aguas residuales eran lanzadas a las calles, y las mujeres se lanzaban a la prostitución por unos pocos peniques necesarios sólo para tener un camastro en una habitación, o una pensión de mala muerte, en la calle. Hombres y mujeres bebían por igual a todas horas. Aunque el trago robara el dinero necesario para una cama, la ginebra era, comparativamente, barata. La ginebra podía suavizar los bordes de la miseria de la vida, moderar el tono de la suciedad y el deterioro, hacer olvidar, aunque solo fuera por un tiempo, que vivían sin esperanza. Peter era un santo, determinó Megan. Trabajaba durante las horas de oficina en el apartamento de Austin durante el día, y trabajaba todas horas de la noche, dejando el apartamento muy tarde algunas veces para cuidar de los niños, los alcohólicos, y las madres embarazadas del East End. Cuidaba de los hombres y las mujeres interrumpiendo las peleas de barra de borrachos, a las mujeres golpeadas, y a las putas. Lo hacía sin juzgar, dando discretamente el nombre de un amigo que podría necesitar ayuda doméstica a un hombre o mujer, si parecía que él o ella estaban tratando realmente de encontrar un camino de rehacer su vida fuera la calle. Dio ropa y juguetes que habían sido dejados en su apartamento como pago de pacientes que estaban al tanto de su doble vida El embarazo de Laura fue difícil. Peter empezó a pasar más tiempo en casa, pero eso simplemente servía para derrotar a Laura. Peter debía de mantenerse ocupado, dijo, y Megan la prometió que seguiría ayudando; se alegraba de estar ocupada. Una noche en la mitad de un verano lluvioso y fresco, Megan se encontraba sentada en una mesa del bar con Peter, hablando.

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―En mi caso... me siento atraído aquí ―la dijo. ―Soy un médico con un don para sanar, creo. Siento que debo hacer algo. Pero Megan, ¡Usted es rica, joven y hermosa! Usted tiene que encontrar una vida con un buen hombre que la quiera. Usted no encontrará un hombre adecuado aquí. Ella sonrío. ―Ya he estado enamorada. ―¿Y? ―Él murió ―dijo suavemente. ―Habrá otro… ―No, nunca. Él nunca podrá volver de nuevo. ―Ah, pero quizás… ―No tengo ningún deseo de estar enamorada, gracias. Soy más mayor que usted, confíe en mí. Conozco mi propia mente, y soy feliz trabajando con usted, y ayudando a Laura. Él bajó su cabeza. Y se rompió y lloró. Estaba tan preocupado por Laura. Megan trató de calmarle y darle seguridad. Consiguió controlarse a sí mismo, tragó una pinta de cerveza negra, y se disculpó. ―¡Y aquí la tengo bebiendo con un hombre en este tipo de establecimiento! Dice que no quiere encontrar a un hombre apropiado, pero no obstante, arruinaré reputación. ―No estoy para nada preocupada por mi reputación; soy una estadounidense rica ―le dijo, riéndose. Luego añadió muy seriamente, ―Peter, realmente no me importa en lo más mínimo. ¿Ve?, ¡No soy una dama victoriana! ¡Puedo decir palabrotas si me apetece, y encuentro esto detestable! Usted me ha hecho sentir tan apasionada por la reforma. Se espera mucho más en el comportamiento de las personas, ¡La nobleza y la realeza tienen sus grandes bailes, y la gente habla de esa manera, y el té se sirve de esa manera… y todo este sufrimiento se olvida! Le juro que estoy feliz de trabajar con usted, y encantada de tener a Laura como amiga. ―Sí, es posible que nosotros podamos ser los mejores amigos ―dijo Peter con gravedad después de un momento. ―Sí. Sacudieron sus manos. Peter fue a por una pinta más. Megan fue repentinamente asaltada por una atracción extraña. Frunciendo el ceño, se puso de pie despacio, no por su propia voluntad. Salió fuera de la casa pública, y anduvo por el camino. Allí, vio a un hombre. La neblina se arremolinaba baja, en el suelo; aquí las farolas eran débiles, las sombras enormes. Apareció elegantemente alto y delgado, parecido a Peter con un sombrero alto y una capa negra. Llevaba una bolsa negra de médico. En la distancia, podría haber sido Peter. Pero supo inmediatamente que no lo era. Tenía el pelo rojizo, y se había dejando crecer en la cara bigotes rojizos, muy de moda en estos días. Se río cuando la vio mirándolo fijamente, y pareció cerrar la distancia entre ellos, realmente, sin caminar. ―Vaya, este es un ángel, un ángel de misericordia ―dijo, tocando su mejilla. Sus dedos tenían una fuerza tremenda. Sintió frio. Más frío que la muerte. Pero ella era fuerte también, y se separó. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Ven conmigo. ―Eres un tonto. Te desprecio, te despreciaré siempre. Vete a rondar a algún otro lugar. ―Tomando a un amante casado, Megan ¿No? ―Es un amigo, un concepto sobre el que tú no sabes nada. ―El concepto que tú no comprendes es lo que tú eres. Inspiró y expiró. Despacio. ―No, estas equivocado. Tengo un concepto perfecto de lo que soy. Conozco mis puntos fuertes y conozco mis debilidades. Lo qué tú eres no es del todo necesario. Él agitó su cabeza. ―Los lobos cazan y matan para sobrevivir. Los leones en África acechan a su presa. No somos diferentes. ―Somos diferentes; no somos animales. ―Me permito disentir. Lo somos. ―Eres un ser cruel, y nunca tendré nada que ver contigo. Ella comenzó a girarse, pero él agarró su brazo, arrastrándola de vuelta. ―Tal vez podrías cambiarme. Maldita sea, podríamos gobernar el mundo juntos. Podríamos tener a centenares temblando de miedo, podríamos cambiar la historia, los acontecimientos… ―No, podríamos provocar la muerte de toda nuestra especie. Y no quiero gobernar el mundo. Yo… Se desprendió, repentinamente dolorida. ―¿Tú qué? ―Todo lo que alguna vez he querido es una vida normal ―susurró. ―Una familia, una casa. Se dio la vuelta y empezó a alejarse. ―¡Vuelve aquí!, ¡Te estoy hablando! Ella le ignoró. Con ira, él se puso de pronto a su lado, empujando su espalda contra la pared con una tremenda potencia. Luchó contra él, pero era muy fuerte. Apretada contra la pared, descubrió repentinamente que tenía un cuchillo muy afilado contra su garganta. ―¿Qué es esto? ¿Qué tienes contra mí? Lucian te obligó a él, y quedaron como amigos. ¿No debo hacer lo mismo? ¿Obligarte con la fuerza superior de una multitud de décadas? ¿Forzarte a aprender, para que veas lo que eres? Para mostrarte que somos tan necesarios como las hienas, los buitres, las águilas o los lobos? ¡Mira a tu alrededor… el mundo es una letrina, y hay muchos que deberían de dar la bienvenida a un beso de gracia! ―Déjame ir, ahora. ―Podría matarte. Cortar tu cabeza. ―Entonces Lucian y los otros estarían forzados a destruirte. ―¡Lucian es el Rey ahora, pero cada vez me vuelvo más y más fuerte! ¡Lucian ha perdido su sed de sangre, y piensa que puede constituirnos en una sociedad de intelectuales eruditos! ¡Ah! Lucian se caerá de su poderoso pedestal, porque somos animales. Como los hombres buscan el ganado, nosotros buscamos a los hombres. ―¡Déjame ir! En ese momento, Peter salió del bar, llamándola por su nombre. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Megan? Se encontró de repente sola en la arremolinada niebla. Corrió hacia Peter, explicándole que había creído escuchar un grito en las calles, pero que había estado equivocada. Empezaron a caminar, buscando un coche. Escucharon los sonidos de los cascos de las pezuñas de caballos, pero la niebla había crecido tal alta que no podían ver. ―Sólo miraré al doblar la esquina...―dijo Peter. Megan esperó. Esperó y esperó. Peter no venía. Con terror, empezó a buscarlo. Cuarenta y cinco minutos después, lo encontró, desplomado contra un edificio. Miró instantáneamente hacia su garganta, y se echó para atrás, respirando más fácilmente. Estaba limpio. Estaba a punto de pedir ayuda cuando él gimió y volvió en sí. ―Megan... dulce Señor, Megan, te dejé sola en este horrible lugar y yo…¡Me desmayé!... ¿Qué está mal en mí? ¿Demasiadas horas? ¿Estoy perdiendo mi cabeza? ―Solo fue un desmayo, Peter, nada más. Vamos, está casi amaneciendo. Si Laura se despierta, estará preocupada. Se fueron a casa. La luz había llegado. Era temprano en la mañana; el sol se elevó. Durmió profundamente, hasta que sintió una llamada con un poder diferente a cualquiera que ella hubiera experimentado en muchos años. Y se encontró de pronto ante Lucian, que manifestaba una fría y real furia. Aaron Carter también estaba ahí. Estuvo agradecida al darse cuenta de que la cólera de Lucian estaba dirigida a Aaron. ―Tientas al destino con los juegos a los que juegas, Carter. Durante siglos hemos elaborado nuestras reglas, y la primera es que se dejamos a cada uno llevar su vida como elija, y guardamos las distancias. Déjala en paz. El mundo es un vasto lugar cuando nos damos cuenta de que quizás, no somos nada más que unos cuantos miles, y el mundo es muy grande. ―¡Podíamos ser muchos más! ―Aaron argumentó. Lucian agitó su cabeza. ―Si no hubiera ninguna regla, ¡No habría comida! ―¡Lucian! ¡Eres un tonto si piensas que puedes convertir a leones en corderos! ―Aaron le dijo. ―¡Los leones fallecen si se comen a todos los corderos! Estamos presos en el equilibrio de la vida como todas las criaturas; ¡Las leyes fueron escritas por los antiguos, criaturas que existieron incluso antes de mi tiempo! Y mis preferencias no son nada de tu incumbencia, excepto que tú eres el tonto si no puedes ver que el mundo está cambiando. Quizás no en esta década o en la próxima, pero todos los años el mundo se mueve lentamente, más cerca de una tecnología más avanzada, y si no aprendemos a vivir con eso, estamos condenados. Te lo advierto, no dejes que esta pelea pueda afectar a nuestro mundo. ¡Y recuerda! Si alguno de vosotros trata de destruir al otro, será condenado por sus semejantes en masa, y el infierno será todo que les aguarde —si esos fuegos realmente existen. Aaron arremetió furiosamente. ―¡Tú tomaste lo que querías, Lucian! ¿Por qué yo no puedo? ―Cada nueva esencia debe tener un profesor; yo fui eso con Megan. Ha aprendido. Ha hecho sus elecciones; es una entidad con su propio derecho. ―¿De veras? ¿Porque tú has tenido lo que quieres, Lucian? ¿Porque te llamas a ti mismo rey?

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―Soy rey, porque conozco la diferencia entre el deseo y el exceso. He sobrevivido, porque sé que hay límites a la cordura, incluso en nuestro mundo. ¿Me pones a prueba, Aaron? ¿Me perseguirías? Ven… ¡Ven y enfréntate a mí! Lucian habló tranquilamente. Levantó sus manos, curvando su labio, e invitó a Aaron a que provocara la lucha entre los dos. ―El día llegará, Lucian, lo juro. ―El día llegará cuando tus sádicos excesos provoquen tu destrucción. Aaron vociferó algunas palabrotas, y miró fijamente Megan. La señaló con el dedo. ―¡Tú también tendrás tu día! ―Prometió, y desapareció entonces, en un torbellino de niebla en espiral. Lucian se encogió de hombros. ―Bien, se ha ido. Por el momento. ―Gracias ―dijo suavemente. Él asintió con la cabeza. ―Tengo debilidad por ti, lo sabes. Incluso si tontamente prefieres a los mortales. Llegará un momento en que te des cuenta de que no debería de ser así. Y yo estaré allí. Esperando. Se río suavemente. ―Esperando… con tu harén. ―Ouch, no es justo. ―Absolutamente justo. ―Todavía te amo, lo sabes. ―Lucian, según tus propias palabras, tú no crees en el amor. Me deseas… pero solamente durante los segundos en que te lleva encontrar un nuevo entretenimiento. Lucian se río. ―Quizás. Sin embargo, tengo ese cariño por ti. Vaciló. ―Lucian... ―¿Qué? ―Alec... Lucian frunció el ceño. Había pasado mucho tiempo desde que había mencionado a Alec. ―¿Sí? ―Alec creía en el amor. Antes... antes de que fuera cambiada, era como si él creyera que podríamos tener una vida… ―Tú tienes una vida. ―No. Una vida normal. Con la muerte al final. Me dijo que el amor era el poder más grande sobre la tierra, que la única libertad verdadera sobre la tierra era estar enamorado. ―Era un romántico. Un creyente de los cuentos de hadas. Un joven hermoso y poético. Y está muerto. Tendido sobre su leyenda. Ten cuidado con Aaron. Es fuerte ―la advirtió. ―Quizás ―le dijo a Lucian. ―Pero bueno, también yo. También yo.

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Se despertaron juntos el sábado por la mañana. Maggie puso el café antes de ducharse, y estaba listo cuando Sean finalmente se arrastró fuera de la cama. Estaba delicioso. Mientras lo sorbía, observó a Maggie escarbando en su frigorífico. No vestía nada más que una de sus camisas a medida. Los faldones le llegaban a media pierna. Su pelo estaba alborotado, se veía grandioso. Se apoyó contra el frigorífico, observándola. Ella dejó salir un suspiro del placer, luego lo miró fijamente, totalmente sorprendida. ―No puedo creerlo. ―¿Qué? ―Tu frigorífico está bien abastecido. ―Oh, eso ―murmuró, luego se encogió de hombros ―Danielle se encarga de abastecerme. ―¿Danielle? ―Preguntó. Él asintió con la cabeza. ―Una amiga. Posee el restaurante de abajo. Fue al colegio con mi hermana. ―Oh ―Maggie murmuró, estudiándolo. Él decidió no decirla que aunque Danielle se había convertido en una mujer muy hermosa, habían sido amigos con su hermana menor Mary durante tanto tiempo, que se sentiría incestuoso si alguna vez le diera algo más que un abrazo fraternal. ―Bien.―Maggie regresó al frigorífico. ―¿Te importa si cocino? ¿Tortillas de huevo, gachas, y panecillos ingleses? ―Será un pedacito de cielo ―la aseguró. Quería mirarla, pero terminó su café y apoyó su taza. ―Voy a ducharme ―le dijo. ―No estoy seguro de qué nos traerá el día. ―¿Tienes que ir a la oficina, o la morgue? Negó con la cabeza. ―Creo que voy a pasar el día en un bar. ―¿Oh? ―Te lo contaré mientras comemos. Afeitado, duchado y en vaqueros con una camisa de de algodón con las mangas enrolladlas, Sean la habló sobre su más reciente víctima, mientras estaba sentado al otro lado de la mesa de la cocina picoteando una tortilla de huevo. ―De todos modos, he conseguido una pista real, un retrato robot del aspecto de ese hombre. Maggie lo estaba mirando fijamente, con una tostada en su mano. ―¿Un retrato robot? ―Bueno, ya te dije que el tipo cenó en el local de Mamie y preguntó por una acompañante. Mamie hizo los arreglos. Parece que Bessie Girou fue asesinada en esa habitación de hotel, y luego su cuerpo fue arrojado al pantano. ―¿Cómo piensas que el asesino se las arregló para salir fuera de la habitación del hotel con un cuerpo goteando sangre? ―Maggie preguntó. ―No lo sé. ―Tal vez el tipo del bar no fue su asesino. Tal vez tuvo una visita después de que él se fuera.

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―Puede ser. Maggie, ¿Qué estás tratando de hacer? ¿Hacer trizas mi frágil gota de esperanza? ―Él reclamó. Lo que ella estaba diciendo era posible; lo sabía suficientemente bien. No importaba. Tenían un sospechoso, y estaría condenado si no peinara la ciudad tratando de encontrarlo. Los ojos de ella estaban posados sobre su comida. ―Supongo que sólo estoy tratando de no perder de vista la perspectiva―dijo suavemente. ―¿Tienes una copia del bosquejo de ese sospechoso? ―Sí, la ciudad completa debe de tener una copia. ―¿Qué? ―Un momento―dijo. Dejó la mesa y abrió la puerta del apartamento. Su periódico estaba depositado justo afuera y lo cogió. Los titulares decían: Posible Gran Oportunidad en el caso del Destripador : ¿Ha visto usted a este hombre? Lanzó el periódico frente a Maggie. Ella lo miró fijamente. Él no podía ver sus ojos, pero por alguna razón, la manera en que miraba el periódico lo perturbó. ―¿Alguien a quien conoces? ―Él exigió. Negó con la cabeza, sin mirarle. ―No... no. ―Ah. Bien, de todos modos, pensaba que a tal vez te gustaría pasar un día informal conmigo. Ella miró hacia arriba por fin. Había algo cuidadosamente cauto en su expresión. ―¿Un día informal? Pensé que… ―Solo demos un largo y tranquilo paseo alrededor del Vieux Carre. Ya sabes. Disfrutar de la arquitectura. Tomar un café con leche, oler las flores, sentarnos junto al río. Después del mediodía, podemos ir hacia Mamie's y tomar una copa en el bar. Alcanzar a ver algo de algún partido de pretemporada en la TV del bar, y luego tomar una larga y elegante cena. ¿Qué te parece? Ella asintió con la cabeza. ―Supongo que vamos a estar atentos por si aparece este hombre. ―Sí. Le devolvió el periódico. ―Sabes, en cuanto vea esta semejanza del retrato en sí mismo, bien podría darse media vuelta y correr a otra ciudad. ―No lo creo. ―¿Por qué? ―Pienso que es un tipo que disfruta burlándose de la policía. La mitad de la emoción está en saber que debemos de estar tras su estela, pero que estamos dando tumbos como idiotas en la oscuridad. También podemos ir caminando al hotel, echar un vistazo a la habitación, y hablar con algunos empleados más. ¿Vienes? No tengo derecho a arrastrarte por delante, lo sabes. Puedes irte a tu plantación por el día y tomar un poco el sol. Pero disfrutaría de tu compañía. ―Umm, no soy realmente una amante del sol. Y odio la idea de verte sólo, caminando sin mi compañía. ―¿Oh? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Bien ―dijo alegremente, ―tengo la impresión de que hay otras mujeres que no podrían encontrar la tarea demasiado estimulante... Y francamente, como dije...―sus ojos tocaron los suyos por encima del borde de su taza de café —el sexo es realmente demasiado bueno para ponerlo en peligro. ―Ah. Extendió la mano al otro lado de la mesa, encontrando los dedos de ella, cerrando su mano alrededor de ellos. Entonces, de repente, se estaba levantado y arrastrándola hacia él. Ella estaba desnuda debajo de la camisa hecha a medida. Los botones se abrieron fácilmente. Sus manos estaban por todas partes. Lo hicieron en el sofá del salón. Ella tiró de los botones de sus vaqueros. Su erección estaba doblada en la extensión de su ropa. Eran sólo buen sexo. Qué Dios lo ayudara, era mucho más. Más tarde, con ella curvada sobre su pecho, miró fijamente al techo preguntándose otra vez cómo había sobrevivido estos días sin ella. Bien, ahora la tenía. ¿Cómo diablos la retendría? Incluso en sus brazos, parecía escurridiza. Y misteriosa. ―Necesito una ducha ―murmuró contra su carne. ―Sólo por un minuto. Con gracia y agilidad, se puso de pie y se fue. Escuchó el agua correr. En unos minutos regresó, llevando su vestido blanco, con su piel bronceada brillando maravillosamente, con su pelo rojo suelto sobre sus hombros. ―¿Listo? ―Dame dos minutos―la dijo. ―¿Dos minutos? ―Está bien, cinco. Pero realmente se lavó y se arregló con rapidez. Estaba temeroso de dejarla fuera de su vista durante mucho tiempo. Preocupado porque desapareciera. En el aire. En la niebla.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 0099 Dieron vueltas durante una hora, por las calles angostas, debajo de los balcones colgantes. Pararon para tomar un rico café con leche en la calle Prince, y deambularon por Jackson Square para lanzar migas de pan a los pájaros. Hablaron principalmente de Nueva Orleans, sobre su rica y variada historia, evitando el tema del homicidio. Mientras deambulaban, Sean se involucró en una discusión respecto a Andrew Jackson, y no se dio cuenta de que habían llegado junto a la estatua de su antepasado de la Guerra Civil, hasta que estuvieron de pie justo debajo de ella. Él miró hacia arriba. Otro Sean, un tiempo diferente, y un lejano mundo diferente. El Capitán Sean Canady vestía la levita militar de su época, sombrero de plumas sobre su frente, sable y espada envainadas, una bota apoyada sobre una roca mirando la ciudad que adoraba con ojos de mármol bellamente cincelados. Una placa en la base de la estatua mencionaba las fechas de su nacimiento y su muerte, y sus valientes logros. Había muerto en su intento de salvar la ciudad de Nueva Orleans; era un héroe que defendió a sus hombres con su propia trágica muerte, y viviría para siempre en la historia como un buscador de la justicia. ―Un tipo impresionante, ¿No? ―Sean preguntó. Maggie lo miró de una manera extraña, pensó. Parecía un poco pálida. ―Te pareces a él. ―¿De verdad? ―Sean miró fijamente a la estatua, esculpida con barba y pelo largo hasta el cuello. ―Difícil de decir. Necesito la levita y la postura, ¿Qué piensas? Ella parecía estar temblando. Deslizó un brazo alrededor de ella. ―Hey, no crees en fantasmas, ¿O sí? ¡No alguien tan sofisticado como tú! Se apartó de él ligeramente, estudiando sus ojos. ―¿Tú no crees en fantasmas? ―Preguntó. Frunció el ceño, divertido. Negó con la cabeza. ―No. No creo en fantasmas. O apariciones. Y hey, él supuestamente era un chico bueno; si volviera para perseguirnos, sería un espíritu benévolo, ¿No? Ella se encogió de hombros. ―Sería un espíritu benévolo. ―¿Lo que significa...? ―Sean preguntó, desconcertado. Ella generalmente estaba tan malditamente segura. ―¿No has pensado alguna vez que a veces eso... ―¿Eso qué? ―Yo...―Lo miró fijamente y humedeció sus labios. ―No sé. Que hay algo malo en el aire a veces, supongo. ―No creo en fantasmas en absoluto, eso es seguro. Lo miró, agitando su cabeza.

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―¿Si no crees en fantasmas, apariciones, espíritus o semejantes, ¿Cómo explicas los homicidios? ―¿Explicarlos? Las personas fueron asesinadas violentamente. ―¿Cómo? Entrecerró los ojos y frunció el ceño. ―¿Qué quieres decir? ―Bien, ya sabes, ¿Cómo exactamente? ¿Cómo explicas la falta de sangre, o que el cuerpo de una víctima de una carnicería haya sido trasladada desde una habitación de un hotel sin testigos que detectaran nada? El cruzó sus brazos sobre su pecho. ―¡Jesús, Maggie, si esa pudiera ser mi respuesta! Espíritus. No creo en espíritus malignos. La gente comete el mal. Hay un hombre malvado asesinando a gente, y voy a encontrarlo y a entregarlo al debido proceso de la ley. Negó con su cabeza repentinamente. ―No pienso que vaya a ser tan fácil, Sean… Dejó de hablar, interrumpida cuando un grito espeluznante lleno repentinamente el aire. Sean dio un paso hacia atrás, frunciendo el ceño, divisando la calle rápidamente. Una joven mujer rubia había salido de uno de los oscuros clubes de jazz a pie de calle. Vestía sandalias, una camiseta sin mangas y una falda corta. La sangre goteaba de su mano mientras ella se apartaba de la puerta, mirando con horror hacia el corpulento hombre de cabello oscuro y barba que la seguía. El hombre echó hacia atrás la cabeza y comenzó a reír. El sonido era extrañamente demoníaco, y el hombre parecía que no hacía caso de los testigos mientras perseguía a la joven mujer, empuñando una botella rota. ―¡Infierno! ―Sean habló entre dientes. ―¡Mierda! Maggie, quédate aquí, por favor, espérame. ―Sean... Dejó a Maggie junto a la estatua, y se precipitó al otro lado de la calle, sacando su.38 especial de la policía, que era su arma elegida. El hombre estaba casi encima de la joven que gritaba. En ese momento, otro tipo, tambaleándose, con una botella de whisky sin romper agarrada distraídamente, había seguido al primero afuera. ―¡Córtala, córtala, corta a la bruja! ―Gritó al segundo tipo. Era flaco, y tenía los dientes podridos. ―Córtala, Ray, venga, nos llamó a ambos hijos de puta, ábrela, dejarla ver... ¡Hey, Ray, venga ya, hombre, tú obtuviste el poder! Los transeúntes alrededor de ellos se detuvieron, se quedaron parados en el suelo con horror y miedo, mientras observaban al corpulento hombre llamado Ray acelerando su paso, mirando fijamente a la chica aterrorizada, riéndose de ella mientras se movía de la misma manera que un ave de rapiña lista para saltar sobre un estremecido ratón. ―¡Alto! ―Sean ordenó. Ray le ignoró.

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―Métase en sus propios asuntos, ¿Eh, imbécil? ―El tipo flaco con los dientes podridos gritó. ―Ella es mi mujer, y ha estado cometiendo muchos errores. Ray aquí va a esculpirla; ¡Sólo unas pocas palabras descriptivas sobre su cara, y puede que también, sobre sus engañosas tetas,! Las lágrimas bajaban por la cara de la chica. Había sido bonita alguna vez; Sean notaba que ahora estaba demasiado delgada y agotada. Notaba las venas en sus brazos. Drogas. Muchas drogas. Las drogas costaban dinero. Tal vez pertenecía al viejo dientes—podridos del culo flaco que estaba ahí, incitando al hombre grande, pero ella probablemente estaba trabajando las calles por dinero para mantener su hábito. Miró fijamente a Sean, con el miedo reflejado en sus inmensos ojos azules. No confiaba en nadie. Pobre pequeña criatura. No era un ratón. Sólo una pequeña rata de la calle. ―Vamos. ¡Todo está bien! ―Sean dijo tranquilamente a la chica. Estaba tan aterrorizada, que todavía parecía no escucharlo. Ray estaba cerrando la distancia entre ellos. Sean agarró su brazo, arrastrándola ligeramente detrás de él. Miró fijamente a Ray, que le devolvió su mirada fija. Los ojos de Ray no parecían enloquecidos, pero su risa continuaba sonando con un efecto escalofriante. ―Dispáreme. ¿Va usted va a dispararme? ¡Lo mataré más muerto que un clavo de una puerta, poli! ―El hombre gritó. ―¿Poli, poli, es un jodido poli? ―El flaco gritó. ―¡Cállate, Rutger! ―Ray dijo bruscamente. ―Bien, bien, ¡Un poli! ―Continuó, con sus ojos sobre Sean. ―Cortar, cortar, cortar al poli, ¿No? ―¡Otro paso y le disparo, estúpido! ―Sean dijo con una sonrisa educada. Su cañón fue dirigido hacia el corazón de Ray. Ante el asombro de Sean, Ray continuó acercándose. Sean disparó un disparo de advertencia. ―¡Alto! ¡Permanezca quieto y deje caer esa botella! ―¡Pequeño hombre, pequeño hombre, salga de mi camino! ―El hombre bramó, lanzando su cabeza hacia atrás. ―Dile lo que eres, Ray, dile lo que me dijiste; ¡Luego corta a ese cabrón! ―Rutger le indicó. Ray sonrió abiertamente. Igual que el diablo. ―Así que bueno, Ray. Continua, dime quién eres. ―Sean le alentó. ―¿Usted no me conoce? Soy Dios, soy Satanás, soy invencible. ―Sí, bien, yo soy el Teniente Canady. Y lo que eres tú, es un hombre muerto si no haces lo que te digo! ―Muy gallito, muy gallito, ¿No? ―dijo Ray, y su voz era intensa y ronca, consiguiendo, de algún modo, meterse bajo la piel de Sean. ―Quiero a la chica, poli. Sólo salga de mi camino. Quiero a la pequeña preciosa paloma, quiero jugar... ―Hizo un ademán extrañamente obsceno con su lengua. ―Bebérmela entera, hacia arriba. ―Hizo un movimiento lamiendo. ―Trincharla... ¡Como un pequeño cerdito asado! La chica se quedó detrás de Sean, agarrándose a su brazo, sacudiéndose de la misma manera que la rama de un árbol en invierno. ―Todo está bien ―le dijo tranquilamente. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Pero… El hombre dejó salir un rugido. ―¡Quiero a la chica! ―Empezó a ir hacia delante. ―¡Atrápala, Ray! ―Rutger aclamó. No más disparos de advertencia. Sean estuvo tentado de buscar el corazón. Apuntó hacia la pierna. Su tiro fue certero, golpeando la rótula. El hombre debería de haber sentido un dolor casi insoportable. Dio tumbos, pero continuo acercándose. Aproximándose, más cerca. ―Maldito sea, su última oportunidad. ¡Alto! ―Sean se gritó a sí mismo. Las calles volvieron a la vida con la risa sorprendente del hombre de nuevo. No más opciones. Sean disparó directamente al pecho del hombre. El tipo cayó contra él, clavando las uñas en la chica, que empezó a chillar de nuevo. Sean estaba asombrado por la fuerza tremenda con la que el hombre forcejeó con él. Fueron a estrellarse abajo junto la acera. El hombre todavía sujetaba su botella de cerveza rota. Con los ojos oscuros malévolos, trató de golpear en el cuello de Sean. Sean rodó, arrastrando al hombre con él, por fin inmovilizó al tipo en el suelo. Los ojos oscuros lo miraron. Girando de tal manera de que el blanco del ojo era todo lo que quedaba visible de manera inquietante. Los ojos de Ray se cerraron. Sean puso sus dedos en la garganta del hombre. Ningún pulso. Estaba frío. Frío como el hielo. Escuchando el sonido de las sirenas de la policía, Sean retrocedió, exhausto, asombrado. ¿De dónde diablos había salido ese tipo con tanta fuerza? Se tambaleó a sus pies, debilitado. Ray había hecho mella en él. Trató de quitárselo de encima, y algo sucedió. La chica estaba detrás de él, sollozando calladamente, tartamudeando algunas palabras. ―Ray ha desaparecido, pero Rutger va a matarme ahora, oh, Dios, no tengo ninguna posibilidad, no tengo ninguna posibilidad. Usted pensará que no podrá lastimarme porque es tan flaco y escuálido... ¡Pero antes casi me ha ahogado! ―terminó con un gemido. Sean dio media vuelta y la miró. Estaba tan triste; tan joven y patética ruina de humanidad. ―Usted tiene que salirse de las drogas ―le dijo tranquilamente, ―o cualquiera le hará un favor si la estrangula. Sus ojos eran enormes y azules y llenos de lágrimas. ―Quiero hacerlo... Él no me dejará. Oh, Dios, ¡Viene a por mí ya! Retrocedió contra Sean, agarrándose a su brazo. Podía ver que Rutger se encontraba aproximadamente a diez pies, al borde de la multitud. Estaba mirando de Ray en el suelo hacia la chica. Indudablemente, parecía como si ya estuviera planeando su asesinato. Durante un momento, sus manos estuvieron apretadas en puños a los lados de su cuerpo. Instintivamente, Sean se adelantó. Todavía Rutger se resistía. Sean podía ver la tensión anudando su cuello, las venas prominentes contra su flaca garganta. Luego Rutger retrocedió, haciendo a Sean una señal con los pulgares hacia arriba y una sonrisa burlona.

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Para aquel entonces, algunos hombres uniformados se estaban acercando, corriendo alrededor de él. ―¡El que está en el suelo no va a darle muchos más problemas, pero arreste a ese hijo de puta de ahí y manténgalo bajo custodia! ―Sean ordenó, señalando con el dedo a Rutger, que estaba buscando un lugar por donde escapar ahora. ―¿Arrestarme a mí? ¿Por qué? ¿Por hablar libremente? ―Rutger se burló. ―Incitar a provocar disturbios. ―Sean chasqueó los dedos ―Infierno, le daré cualquier documento adicional que usted necesite. ¡Sólo léale sus derechos y arréstelo! Afortunadamente, los primeros uniformes en la escena eran tipos duros y musculosos; dos de ellos se pusieron rápidamente a ambos lados de Rutger. Mientras un tipo con el pelo cortado al estilo militar, de 1,82 de alto en su plenitud, le leía sus derechos a Rutger, Rutger le gritaba instrucciones explícitas respecto a qué debía de estar haciendo Sean consigo mismo. Sean hizo caso omiso de Rutger, y se alegró de ver que Heidi Branson, una joven mujer policía muy capaz, hubiera llegado al escenario y hubiera tomado a la chica entre sus manos. La sangre todavía goteaba de la mano de la mujer joven. Heidi la estaba preguntando tranquilamente cómo había sido cortada, y asegurándola que los médicos llegarían en cualquier momento. La chica insistía tranquilamente en que estaba bien, rompiendo a llorar luego. Sean sintió unas manos sobre sus hombros. Giró. Maggie. Dulce Jesús. Maggie. Con sus ojos oscuros y preocupados, y su piel pálida. Estaba mirando fijamente el cadáver. Con un temor extraño. Finalmente, sus ojos tocaron los suyos. ―¿Estás bien? ―Yo estoy bien. Tendré que ir a la oficina un momento. ―Te acompañaré. ―Gracias. Eres una buena chica. Sonrío, humedeciendo sus labios, mirando el cadáver otra vez. ―¿Y él? ―Está muerto. ―¿Estás seguro? ―Maggie, por supuesto que estoy seguro. ―¿Dónde lo llevarán? Frunció el ceño. ―A la morgue, por supuesto. ―Oh.―Vaciló. ―¿Autopsia? ―Naturalmente. Murió de forma anormal. ―Pero todos en la calle vieron… ―Maggie, cariño, tú sabes que siempre hay una autopsia. Ella asintió con la cabeza. Él tiró de su brazo ligeramente, queriendo arrastrarla lejos del hombre a quien había sido forzado a matar. Pero se resistió, mirando a la chica ahora. ―¿Ella va a estar bien? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Heidi es fenomenal con las mujeres golpeadas. ―¿Es una heroinómana? ―Sí. ―Dame un minuto. Solo un minuto. Maggie eludió el asimiento sobre su brazo, caminando más allá de Heidi, tocando a la chica ligeramente en la mejilla. La chica la miró. ―No tema ―Maggie le dijo. ―Esta es su oportunidad, su verdadera oportunidad de escapar. La chica la miró fijamente. Las lágrimas brotaron en sus ojos otra vez. ―No puedo ayudar. ¡Estoy mortalmente aterrorizada! Maggie agitó su cabeza, sonriendo. ―Los policías no dejarán a esa escoria cerca de usted ahora. Es su oportunidad. Límpiese. Vaya a otra ciudad si tiene que hacerlo. Esto es así. No esté asustada, tome su oportunidad, corra con ella. Para asombro de Sean, la rubia ofreció una sonrisa débil a Maggie y aspiró en una respiración imperfecta. ―Voy a intentarlo. ―Lo conseguirá. ―Yo siempre deseaba creer que existían los ángeles. Sabe, de la misma manera que ángeles de la guarda. Tal vez el mío mirará por mí ahora. ―Crea en usted misma. Eso es lo más importante. ―¿Es usted policía? ¿La veré después? ―La chica preguntó con preocupación. Maggie negó con la cabeza. ―No, no soy policía, pero soy amiga de algunos excelentes policías. Y estoy segura de que nos veremos otra vez. Dejó a la chica con Heidi entonces, reuniéndose con Sean de nuevo. ―Tomaremos mi automóvil ―le dijo. ―Lo siento, pero tengo que hacer un informe sobre esto. ―¿Cuánto tiempo puedes retener a Rutger? Todo que hizo fue incitar al otro tipo. ―Voy a tener que conseguir que la chica presente cargos. Puedo retenerle el tiempo suficiente para darle a ella un respiro, en cualquier caso. Maggie asintió con la cabeza. Frunció el ceño, mirando una línea de sangre sobre su dedo. ―Debe haberte pinchado con algo ―murmuró, mirándolo fijamente. Se estremeció repentinamente, trayendo su dedo hacia sus labios. ―¡No! ―él gritó, agarrando su mano. Sobresaltada, lo miró fijamente. ―Cariño, no creo que ésa sea tu sangre. Y, ―añadió suavemente ―la rubia es definitivamente una heroinómana. Estamos hablando de serias enfermedades comunicativas aquí. ―Oh... ―Vamos.

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La tarde fue terriblemente larga. Maggie estuvo sin hacer nada, conociendo a muchos de los policías que estaban en la estación, charlando, riéndose con ellos tranquilamente mientras trabajaba, haciéndole estar más y más distraído. Papeleo. Él lo odiaba, pero tenía que hacerlo bien. Quería los cargos interpuestos contra Rutger, y quería que cuadraran. El nombre de la joven rubia era Callie Sewell. Tenía veinte años; escaparía de un padre maltratador para llegar a un amante maltratador. Los patrones eran difíciles de romper. Necesitaba apoyo, y autoestima. De algún modo, parecía que Maggie le había dado lo último. Estaba en el hospital ahora. El corte profundo sobre su mano había sido lo suficientemente grave para perder mucha sangre. Entre eso y su débil estado físico, habían decidido dejarla en observación durante la noche. El Dr. Larson Petrie había sido el hombre que había visto a la rubia. Sean conocía a Larson, y que él hacía lo mejor para sortear las reglas y las leyes para ayudar a las personas. Estaba reteniendo a Callie Sewell, probablemente, para observarla a través de una mala noche. El hombre muerto —Ray Shere —estaba en la morgue, programado para la autopsia a la mañana siguiente. Sean estaba seguro que descubrirían que había sido bombardeado tanto con drogas como con alcohol. Algo tenía que explicar su aguante, en la medida de lo que había pasado, tras recibir un disparo en el pecho. A las cuatro en punto, Sean por fin había terminado con el trabajo de despacho. Jack había entrado, para darle apoyo moral, le dijo a Sean, pero parecía ser a Maggie a quien estaba dando apoyo en vez de a Sean. Cuando Sean terminó, Maggie estaba sentada al borde del escritorio de Jack, y los dos habían estado riéndose y charlando. ―¿Dónde vamos, jefe? ―Jack preguntó. Sean arqueó una ceja. ―¿Al bar de Mamie? ―Jack sugirió. ―Íbamos a ir solos ―dijo Sean. Maggie sonrió abiertamente. ―Naturalmente, estás invitado. ―¿Qué endiablada diferencia se ha producido? ―Sean habló entre dientes. Frotó su mandíbula. La sombra de las cinco. Bien, infierno. Se sentía como si hubiera sido arrastrado por el barro. Un músculo del brazo le dolía y estaba empezando a sentir dolor en sus costillas, donde se golpeó contra el suelo cuando cayó con Ray. ―Necesito una copa. Vámonos. Maggie todavía parecía fresca, brillante y hermosa. El concepto de estar solo con ella había sido algo bonito, incluso si estar solo implicaba tener vigilado a cada cliente en el local de Mamie. Al infierno con ello. Esto era mejor. Podía sentarse al lado de Maggie y relajarse. Y Jack podía observar. Maggie se escabulló del escritorio, poniendo sus manos sobre sus hombros, rozando sus labios con un beso. Estaba a punto de escaparse. La atrapó por la cintura. ―Siempre y cuando te tenga a solas después. Se puso tensa ligeramente. ―Tendré que ir a casa esta noche… ―No. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Ella se endureció. ―Por favor. Te quiero conmigo esta noche ―vaciló. ―Te necesito conmigo. Él encontró los ojos de ella. Algo parecía estar trabajando en su mente. ―Maggie... Asintió con la cabeza después de un momento. ―Muy bien... Me quedaré esta noche.

Maggie fue sorprendida por la elegancia del establecimiento de Mamie. No era ostentoso, sólo tranquilo y bonito. Tanto el área del restaurante como la barra tenían una iluminación suave derramada sobre las finas tallas de las cabinas de madera, las mesas y las sillas. Las acuarelas cubrían las paredes, y algunos grandes acuarios de peces tropicales estaban dispuestos atrayentemente alrededor de las salas. La barra era de una madera más profunda, finamente pulida. Los detalles de las mesas eran intachables, los cristales centelleaban, el lino era tan blanco como la nieve. Fueron acomodados en una cabina en la barra, con Sean de frente, con el propósito poder ver a todos los que iban y venían, Maggie estaba segura, aunque le había dicho a Jack que Jack estaría atento y él se desconectaría. Maggie estaba igualmente asombrada cuando conoció a Mamie, que era tan elegante como su decoración, aunque podía pasar al lenguaje de la calle en seguida. Pero Mamie parecía decente y aposentada en la tierra, para nada como había esperado que fuera un alcahuete de sexo femenino. Y la lista de vinos era increíblemente extensa. Pidió un Borgoña de California de 1976 que era excelente. Sean pidió una cerveza y Jack hizo lo mismo. Sean bebió la mitad de la cerveza con su primer trago, y retrocedió en la cabina de alguna manera. Maggie no podía evitar estudiar su cara. Estaba cansado, dolorido. Parecía extenuado, y con todo, incluso el cansancio parecía aumentar su carácter, y ella estaba asustada por la fuerza de las emociones que la estremecían. No había vacilado. Cuando había un problema, él, instintivamente, se lanzaba a la refriega. No había sido estúpido, había hecho su mayor maldito esfuerzo para no matar. Y cuando el perpetrador borracho lo había agredido, se había defendido con potencia y determinación. Y Ray había caído. Mordió su labio inferior ligeramente, mirando fijamente su vino. Ray había caído. Muerto. Pero no hasta después de haber perseguido a Sean mientras, seguramente, estaba casi medio muerto. Ella tembló. Volvió su vista a Sean, alarmada por sentir lágrimas de gratitud brotar en sus ojos. Jack se excusó para ir al baño de caballeros. Los dedos de Sean se cerraron sobre los suyos. Sonrío. Una arrepentida y cansada media sonrisa. ―¿Qué estás pensando? ―Yo... Estaba pensando que es asombroso que Mamie sea una mujer que vende carne humana ―dijo. Era solamente una mentira porque no era lo que estaba pensando en ese momento. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Sean se encogió de hombros. ―Mamie no es malvada en lo que está haciendo ―murmuró. Levantó sus manos, luego dibujó un dedo alrededor del borde de su vaso de cerveza. ―Mamie no hace los arreglos para alguien que haga algo que él o ella no hayan hecho antes. Toma una comisión muy pequeña de mujeres que deberían de estar recorriendo las calle de un sitio a otro. Maggie le arqueó una ceja, curiosamente divertida. ―¿Eres un policía que condona la prostitución? ―Soy un policía consciente de que no puede parar la prostitución; el mismo Jesús no fue capaz de manejar esa hazaña. Recuerda, estamos hablando de la profesión más vieja. En una ciudad como Nueva Orleans donde tenemos algunos de los clubes de sexo más salvajes de la nación, lo mejor que puedo esperar hacer es mantenerlo apartado de su servicio más sórdido. ―¿Pero no deberías de estar arrestando a Mamie? ―Ya arresté a Mamie. Necesitaba que ella hablara. ―Ah... El menor de los males. ―Pienso que Mamie es, definitivamente, el menor de los males cuando se considera a este asesino. Maggie asintió con la cabeza. Oh, sí. Definitivamente. ―Bien, Mamie también sirve un vino excelente. ¿Me pedirías otro vaso? Saldré a empolvar mi nariz―dijo. La boca de Sean se curvó en una sonrisa de disgusto y levantó sus manos como si estuviera derrotado. ―Aquí estoy, el trabajador y desgastado policía abandonado por mi amigo y mi amante al mismo tiempo. ―Volveré enseguida―le aseguró, frunciendo el ceño. ―Jack lleva un rato fuera. ―Estará llamando probablemente para ver qué está ocurriendo. El tipo con los dientes podridos de hoy ―el viejo flaco Rutger —estaba gruñendo algo sobre el abogado que iba a venir. Quiero asegurarme de que lo hayamos mantenido encerrado con llave, al menos por una noche. ―La chica, Callie. ¿Está en el hospital? Sean asintió con la cabeza con gravedad. ―Me gustaría averiguar de algún lugar para llevarla antes de que Rutger salga a la calle, y a ella, otra vez. ―¿No puedes obtener una orden de alejamiento? ―El jefe está trabajando en ello. ―Bien. Estoy contenta. Pobre niña. ―Veremos si podemos darla un respiro en algún lugar ―dijo ligeramente, y le ofreció una sonrisa sexy. ―Vuelve rápidamente. Tenemos supuestamente una gran bandeja de aperitivos en camino. Maggie sintió una tibieza irresistible extenderse por ella cuando él sonrío. Tenía una gran sonrisa. Sus hoyuelos se marcaban, sus ojos se volvían de azul fuego. Las líneas resistentes de su cara se ablandaban, haciéndole tanto muy apuesto como muy masculino. Humedeció sus labios, tentada de parar y sólo susurrar las palabras...

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Se estaba enamorando de él. No quería hacerlo, por supuesto, pero aun así... Era Sean. Se giró rápidamente y se fue hacia el servicio de señoras. Aún por el camino, se paró y escudriñó a la clientela de Mamie ella misma. Todas y cada una de las caras. Verificó su reloj y se preguntó nerviosamente como de tarde pretendía quedarse Sean. La tarde parecía estar pasando demasiado rápidamente. El anochecer había llegado y se había ido... Y había una luna llena naciente.

Londres Finales de Verano, 1888 El homicidio no era en absoluto anormal en el East End. Las peleas estallaban en los bares. Los maridos golpeaban a sus esposas. Los borrachos se enfrentaban entre sí con cuchillos y botellas rotas. Aunque, incluso en el East End, generalmente, había un motivo para el asesinato. El robo. El odio, los celos, la pasión. Las putas alguna vez morían recibiendo abusos por parte de su clientela. Pero antes de Agosto de 1888, Londres ya era presa de varios eventos extraños. Algunos torsos de mujeres habían sido descubiertos en el Támesis. Una prostituta del East End murió, víctima de una violación múltiple por tres hombres, sufriendo un daño terrible en sus genitales por un objeto contundente. Dos mujeres que ejercían su negocio habían sido amenazadas por hombres con cuchillos. Entonces, en la madrugada después del día de fiesta del 6 de Agosto de 1888, el cadáver de una mujer fue encontrado en George Yard. Había sido apuñalada salvajemente treinta y nueve veces. No existía un pánico real en ese momento. El homicidio llenó los periódicos; no fue identificada al principio, excepto por ser una mujer madura y alta, con el pelo negro y una cara redonda, que pertenecía a las clases más bajas, aparentemente. Los periódicos comentaron al respecto que había sido “masacrada”, y que estaba manifestándose una sensación de inseguridad. Pronto fue identificada como Martha Tabrum, y debido a que había sido vista recorriendo las calles con un soldado en último lugar, muchos soldados fueron hechos desfilar ante posibles testigos, todo en vano. Peter estaba profundamente perturbado por el homicidio; no quería que Megan le acompañara por el East End nunca más. Ella le aseguró, tratando de ser liviana, que no estaría pidiendo soldados mientras lo ayudaba con su trabajo. Ganó su argumento, pero Peter todavía parecía perturbado. Entonces, sobre el 31 de Agosto, fue encontrado el cadáver de otra mujer. Fue identificada dentro de las primeras veinticuatro horas como Mary Ann o, como era conocida por sus amigos, Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Polly Nichols. Su garganta había sido cortada con violencia, y peor. Había sido salvajemente mutilada. Su garganta había sido cortada con el propósito de que su cabeza estuviera casi separada, y su estómago había sido rasgado abierto, y sus intestinos expuestos. La policía y los cirujanos argumentaron; los periódicos especularon. La mayoría creyó que este nuevo homicidio era diferente del de Martha Tabrum, aunque las víctimas eran equitativamente mujeres tristes que habían llevado vidas tristes, recayendo sobre las profundidades de pensiones de mala muerte, prostituyéndose por unas monedas para comprar una cama, y a veces, como Polly, había hecho esa noche, gastando sus ingresos para la cama en licor varias veces, antes de intentar comprar una cama por una noche. Peter estaba otra vez preocupado porque Megan le acompañara a él por sus recorridos en el punto débil oscuro del East End. ―¡Hay tal horror desgraciado ahí! ―Insistió. Megan insistió de nuevo en que estaría bien; estaba ayudando a un médico, no prostituyéndose. Laura discutió con su marido; Megan insistió en que Peter mismo pudiera estar en peligro, y Laura dejó de discutir con ella —tal vez era más seguro que los dos trabajaran juntos. Peter trabajaba en las pensiones de mala muerte, advirtiendo a las mujeres para que dejaran la prostitución. Trabajando entre las mujeres, Megan empezó a encontrar los homicidios aún más trágicos. Las calles sucias y la cargada neblina del East End habían creado algunas amistades verdaderas y aprendió algo sobre las víctimas asesinadas. Una vez, Polly había estado decentemente casada. Había parido a cinco hijos. Su matrimonio había fallado. Algunos echaron la culpa de la desintegración a la enfermera que había vivido en su casa durante su último encarcelamiento; su marido le echó la culpa a ella por su predilección por la bebida, y afirmó que lo había abandonado varias veces. Polly había deseado, viviendo en correccionales, volver a la casa de su padre por un tiempo, moviéndose por más correccionales y pensiones de mala muerte. No mucho antes de su muerte, había encontrado trabajo como empleada doméstica, y había tratado de contactar con su familia otra vez, escribiendo a su padre que estaba empleada y haciéndolo bien. En la noche en que murió, Polly había estado lastimeramente orgullosa de su nueva cofia negra. Había estado alegre a pesar de su alcoholismo y el estado triste de su vida, y esos amigos que había hecho en la calle, habían estado muy encariñados con ella. Desde el principio del todo, hubo controversia con respecto a si había sido el mismo asesino tanto con Martha como con Polly. Ambas eran mujeres de mediana edad y envejecidas, tristes hasta el extremo, con matrimonios rotos y problemas con el alcohol. Eran criaturas pobres, patéticas, que se habían prostituido en la calle. Con la muerte de Polly el trastorno político comenzó, la gente se dirigía duramente hacia la policía y hacia los políticos del Ministerio de Gobierno, siendo blanco del duro ataque también. Los ciudadanos respetables de la Inglaterra Victoriana empezaron a gritar que algo debería de ser hecho, y las vidas de muchos que habían sido como polvo barrido bajo una alfombra, fueron expuestas repentinamente. Megan era una apasionada de su trabajo con Peter. Había tantos niños que necesitaban apoyo, tantas mujeres que podían ser devueltas a una mejor vida con sólo un pequeño empujón. El asesino hizo aún más importante que no abandonaran a una gente que necesitaba toda la caridad que podían conseguir. El sábado, 8 de septiembre fue encontrado el cadáver de Annie Chapman.

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Oscura Annie. Pobre Annie. Megan supo a través de sus contemporáneas, sentada con las mujeres reunidas en una taberna una mañana, que Annie era, quizás, la víctima más patética hasta ahora. Se había casado con un cochero llamado John Chapman, y había parido a tres niños. Su hijo había nacido incapacitado emocionalmente. Su preciosa Emily Ruth murió de meningitis a la edad de doce años. Su segunda hija estaba viajando con una compañía teatral o circo en Francia, y su hijo fue llevado a una escuela de caridad. Su matrimonio se deshilachó y se rompió rápidamente. Su marido le dio un pequeño respiro, luego se murió. A pesar de la desintegración y de sus arreglos con otros hombres, fue destrozada por las noticias, y fue abandonada como indigente. Haciendo la calle en el East End. Hasta que conoció a su asesino. Los periódicos hablaron de un hombre llamado “Delantal de Cuero”, un fabricante de zapatillas que intimidaba a prostitutas con un cuchillo. Delantal de Cuero no podía ser encontrado. Peter se volvió más arisco. Y volviendo a casa con él en las horas matutinas muy tempranas, Megan supo por qué. ―¿Ha notado que no me ha visto mientras estos crímenes perversos han tenido lugar? ―Él exigió. Incrédula, Megan lo miró fijamente. ―¿Qué está usted diciendo, Peter? ―Me estoy preguntando si no he perdido mi cabeza. Estoy teniendo las más extrañas pérdidas de conocimiento. Algo atrae mi atención mientras en la calle, o incluso dentro, y repentinamente, me desmayo otra vez. Despierto, en un lugar diferente, y no sé dónde estoy, o dónde he estado… ―Pero, Peter… ―En el primer homicidio, estaba aquí a solas. En el segundo homicidio, usted estaba conmigo, pero se quedó en Casa Remington, si recuerda, cuando le dije que iba a encargarme del viejo Sr. Throgmorton abajo. El tercer homicidio... usted estaba en la taberna tratando de educar a las putas. ―Oh, ¡Venga ya, Peter! Usted estaría empapado en sangre, estaría… ―Dos veces parecía que no había sangre sobre las víctimas donde debería de haber estado. Y todos los expertos médicos están de acuerdo en que las víctimas fueron, probablemente, parcialmente estranguladas, antes de morir al menos, y que el derramamiento de sangre remojó de atrás para adelante y no roció. ―Peter, ¡Usted no puede creer en esto realmente! ¿Por qué iba repentinamente a matar a prostitutas? ―¡No sé, no sé! ―Gimió, y paró repentinamente, apoyándose contra el edificio por el que estaban pasando, desplomándose en el suelo. Presionó su cabeza entre sus manos. ―Megan, me desperté en el último lugar con un cuchillo sangriento a mi lado. Y sangre sobre mi capa. Entré en pánico, y me lavé en el jardín de un carnicero, y dejé el cuchillo encima de sus mandiles de trabajo. Si eso hace que el hombre empiece a ser sospechoso… ―No he escuchado nada, Peter. Pero usted no está haciendo esto. Se lo prometo. Negó con su cabeza.

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―¿Y qué pasa si me estoy volviendo loco? ¿Y qué si he mirado a aquellas pobres, con dientes podridos, brujas viejas cargadas de alcohol, tanto tiempo que no puedo soportarlo más y siento que deben estar mejor muertas? ―¡Oh, Peter! Si usted pensara de ellas que estarían mejor muertas, las dispararía directamente en el corazón y estaría listo. Y usted es, de lejos, demasiado moral para considerarse a usted mismo juez para decidir quién deber vivir y quién debe morir en primer lugar. Y si usted alguna vez perdiera su mente y empezara a matar a prostitutas, ¡No las estaría destrozando en tal macabra y horrible manera! Por favor, Peter, esto es una locura. ―Megan, estoy asustado. ―Peter, los rumores abundan, se lo garantizo. Todos son acusados, desde inmigrantes a comadronas de la realeza. La policía no puede dar demasiada información a los periódicos o no tendrían nada para trabajar y por tanto, la prensa toma lo que puede y se inventa el resto de las especulaciones entre mujeres asustadas en las tabernas. Tiene que escucharme, Peter. Usted es un buen doctor, y un buen hombre. No es un asesino. ¡Eso es un hecho! Asintió con la cabeza después de un momento. ―¿Pero qué me está pasando? ¿Qué está ocurriendo? Ella le sonrío. ―¡Supongo que tendremos que consultar con otro médico! ―Le dijo, sonriendo. Y él también sonrío por fin. Ella lo ayudó. Estaba tan repentinamente determinada que tuvo que seguir yendo al East End. Al principio, había sido como apoyo a las mujeres. Ahora estaba determinada a atrapar a un asesino. Quería tanto a Peter como a Laura. No podía soportar verlos heridos. Y con la confesión desesperada de Peter, se había dado cuenta de que ella podría ser la única mujer en el East End con el poder de atrapar al asesino.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1100 Mamie se apresuró llevando el aperitivo ella misma. Sean arqueó una ceja cuando puso el plato sobre la mesa, deslizándose al lado de él en la cabina, mientras hacía la presentación. ―Cariño, aquí tiene usted algunos de los mejores cangrejos de río cocidos al vapor de todo Luisiana. Caracoles en mantequilla y salsa de vino, los pequeños triángulos fritos que hay en la cola del caimán, umm, veamos, langostinos, aros de cebolla, y patatas rellenas estilo Cajún. Y le garantizo que va a necesitar otra cerveza ―dijo con un guiño. ―Ah... se ve genial―dijo Sean. ―¿Dónde están sus amigos? ―En los aseos. ¿Ha visto usted a nuestro tipo? He visto a algunos tipos con trajes elegantes por todas partes. Delgados, oscuros. Mamie agitó su cabeza. ―No está aquí. Y tengo el más raro presentimiento de que lo sabría, que lo sentiría mirarme si él fuera a mostrarse... tenga la seguridad, Teniente. Pienso ayudarlo atrapar a ese tipo. ―Bien. Gracias, Mamie. Ya lo sabe, mandamos el retrato a la prensa. Con suerte, mantendrá a las mujeres a salvo del bastardo. ―Putas, quiere decir ―Mamie dijo ligeramente. ―Mujeres. Y hombres, para el caso. La víctima número dos era un… ―Proxeneta. ―Yo iba a decir un hombre. ―Era un proxeneta ―Mamie dijo de forma natural. Sean se encogió de hombros. ―Muy bien. Era un real hijo de puta, y puede que se mereciera morir. Mamie sonrío. ―Me gusta usted, Teniente, ¿Sabe? ―Gracias. ―A decir verdad ―dijo, bajando su voz, ―Estoy preocupada por usted. Él arqueó una ceja. ―Ésta es Nueva Orleans.―Mamie dijo a la manera nativa. Fluyó de su lengua. Naw leans. Sonrío, pensando en la conversación que había tenido con Maggie ese mismo día. Se estaban asustando. Parecía un poco más natural que una mujer como Mamie estuviera más preparada para el ocultismo que Maggie. ―Continúe. ―Cariño, le guste o no, hay buen aire ―y malo. El mundo está lleno de vibraciones de toda clase, y no importa si usted es blanco, negro, francés, inglés, o algo entre medias. Hay mal en esta ciudad ahora mismo. Y estoy preocupada por usted. ―Mamie, soy policía. Llevo un arma. Tengo cuidado de mi mismo. ―Y usted no es estúpido, y no es ningún tonto. Pero quiero que vaya a ver a una mujer llamada Marie Lescarre ―Mamie le dijo muy seriamente. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Por qué? ―Preguntó, con una media sonrisa curvando sus labios. ―Porque tiene la visión. ―¿Ella es una vudú y va a querer ordeñarme por un fajo de dinero? Mamie se recostó, agitando su cabeza tristemente. ―Chico, usted necesita un poco de ayuda, y simplemente está más allá de mí dársela. Lleve a su novia. ―¿Maggie? ―Dijo, sorprendido. Sus ojos se achicaron y se sorprendió al escuchar como sonaba su voz a la defensiva. ―Perdóneme, ¿Me está diciendo que hay algo malo sobre Maggie? ―¡Oh, no! Vaya, ella es una mujer hermosa con una voz gentil y amable, a pesar de su auto confianza o debido ella. ―Bien, entonces… ―No vaya a enojarse. Repito, no estoy diciendo que la chica sea mala o algo semejante. A decir verdad, cariño, parece tener algunas clases de aura buena dando vueltas alrededor de su pequeña cabeza. Pero algo no está bien, y eso es lo que puedo decirle. ―Mamie, usted es quien me dio mi iniciativa, mi mejor pista por el momento. Usted vio a un hombre de carne y hueso, así que sabemos eso por lo menos. Hay un mal hombre ahí fuera, un hombre malvado, si usted quiere. Y ése es a quien estamos buscando. ―Usted todavía debe ver a Marie Lescarre.―Mamie estaba hablando repentinamente rápido, y podía ver que Jack estaba regresando por fin. Aparentemente, Mamie no quería que Jack escuchara. ―Puede encontrarla en Jackson Square la mayor parte del tiempo, justo antes del anochecer, vendiendo sus aceites. Ella tiene una licencia, lo tiene todo legal. No estoy buscando los favores de la policía para alguien de aquí, ¡Sólo creo que debería verla! Mamie giró justo cuando llegó Jack, ofreciéndole una gran sonrisa. ―Dulce, ¡Siéntese y empiece a comer! Veré que su camarero les traiga más vino y cerveza. Mamie se escabulló. Jack se sentó, llenando su boca con la cola del caimán mientras lo hacía. ―Dos cosas ―farfulló alrededor de la comida, luego masticó, mirando a Sean con tristeza. ―¿Qué? Jack hizo una ligera mueca de dolor. ―Rutger ya está fuera. ―¿Qué? ―Sean dio un golpe seco, apoyándose hacia adelante. ―Su abogado planteó tal ataque que prometió demandar al departamento, a los derechos civiles, y a todo el lote completo. Pero no te preocupes, hemos conseguido protección armada para la chica. Sean lo miró fijamente, reclinándose. ―¿Cómo diablos conseguimos eso en este momento? Habría pensado que no conseguiríamos a nadie para eso con lo que está ocurriendo en la ciudad. ¿Cómo puede permitirse el departamento más tiempo extra? ―Chicos con tiempo libre haciéndolo gratis ―Jack dijo, sonriendo. ―Tú nunca lo sabes, ¿No? ―Creo que aun así haré una parada en el hospital de camino a casa. Jack asintió con la cabeza. ―Claro. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Bien? ―¿Sí? ―Dijiste dos cosas. ―Oh, sí... ―¿Bien? ―Maggie... ―¿Qué pasa con Maggie? ―No sé. Podrías querer advertirla que tenga cuidado, ¿No? ―¿Por qué? ¿Qué está ocurriendo? ―Sean preguntó, frunciendo el ceño. Jack se encogió de hombros. ―Bien, parece estar explorando el sitio ella misma, buscando a ese tipo. ―¿Qué quieres decir? Estaba de camino al baño. ―Sí, bien, estaba caminando en esa dirección. Pero no me vio al teléfono. Y estaba mirando. Buscando arduamente. Tienes que enfatizarle que este tipo es peligroso. Sean sorbió su cerveza. ―Claro. Claro. Lo hare. Maggie regresó y se sentó junto a él. Su cabeza estaba bombardeando repentinamente mientras la observaba. Le sonrío. Angelicalmente. ―¿Viste algo? ―Le preguntó. Ella frunció el ceño, con sus hermosos ojos serios. ―¿Cómo...? ―Parecía que estabas mirando alrededor ―dijo, teniendo cuidado no de decir que Jack había sido quien había estado notando sus movimientos. ―Oh... Bien, naturalmente, estaba buscando al hombre a quien sus artistas dibujaron. Naturalmente. ¿Estaba siendo ridículamente sensible a cualquier movimiento, a cada mirada...? Se sentía incómodo, asustado. ¿Por qué no? Mamie había dicho que Maggie tenía un aura. ¿Desde cuándo había escuchado él la jerigonza del vudú? Las gotas de sangre habían llegado hasta su puerta... ―Maggie, cuando acabemos aquí, vamos a pasar por el hospital, ¿Te importa? ―¿Le ha pasado algo más a Callie? ―No, solo que Rutger está fuera ―Sean dijo. ―¿Rutger está fuera? ―repitió. Jack colocó una mano sobre la suya. ―Algunos chicos fuera de servicio están velando por ella. Estará bien. ―Es sólo tan enfurecedor que… —dejó de hablar, agitando su cabeza. ―¿Qué estoy diciendo? Vosotros pusisteis vuestras vidas en juego, y luego...

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―Los chicos malos caminan ―dijo Sean. ―A veces apesta. Pero todavía confío en la ley.―Sorbió su cerveza, mirando fijamente Maggie. ―¿Tú no lo haces? Ella sonrío. ―La mayor parte del tiempo. ―Tenemos esta gran bandeja de aperitivos y ahora todo el mundo está deprimido ―dijo Jack. ―¿Cola de caimán? ―le ofreció a Maggie. ―No importa si lo hago ―dijo ella. Mojó el pequeño triángulo en salsa de cóctel. Sean se dio cuenta de que parecía como si todos estuvieran metiendo la mano en una pequeña olla de sangre.

Rutger Leon se pavoneó bajando la calle, balanceando los brazos a los costados. Palmeó su bolsillo, asegurándose de que llevaba su cuchillo. El policía lo había atrapado. Su abogado lo había puesto en libertad. El viejo Iggy ―Señor Don, como le gustaba llamarse a sí mismo ―no podía hacerlo sin la clase de dinero de Rutger. Dinero de droga. Dinero ensangrentado. Rutger tenía ganas de reírse otra vez. La bruja iba a tener lo suyo. Esa condenada Callie. Venir a él lloriqueando, pidiendo para otro chute cuando no podía ni arrastrar su propio peso de alguna manera o forma. Una vez, había sido una pequeña cosa preciosa, buena en la cama, deseosa por complacer. Hombre, ella haría algo por una dosis ―cualquier cosa. Le gustaba el sabor que tenía en su boca, sólo de pensar en ello. Aunque ella había causado esto, provocando que le arrestaran, y que Ray muriera. Por supuesto, Ray se había enterrado en un hoyo profundo, cargando contra un policía armado, pero todavía era su maldita culpa, y ahora ella iba a obtener lo suyo. Los policías suponían que la bruja estaba segura. Pero siempre había agujeros. Por lo que ahora la pequeña Callie estaba en el hospital, temblando por ahora, él estaba seguro, enfrentándose a una retirada. Pobre muñeca. Caminó alrededor de la esquina, mirando el edificio. Tenía el número de habitación, el número de planta, y su ropa verde de hospital. Callie iba a tener las palabras Puta y Bruja grabadas en su trasero antes de que los policías de servicio sospecharan ni siquiera que hubiera un problema. Tal vez fue una buena cosa que Ray hubiera muerto. Rutger quería a Callie de vuelta. La quería cuando estaba en uno de esos momentos en los que estaba dispuesta a hacer cualquier ―cualquier cosa que él deseara. Y no sería demasiado rápida para hacerlo con alguien aparte de algún cliente que había escogido para ella —no con su trasero grabado con la descripción de su firma. En realidad, ella no iba a obtener mucho castigo —ni la mitad de lo que se merecía. Sonrío, pensando en su expresión mientras la decía lo que le iba a hacer... Hospitales ―no importaba como la administración tratara de modernizarlos ―olían como hospitales. A Maggie no le importaba visitarlos, pero siempre se alegraba de dejarlos. Se alegró de que ella y Sean hubieran venido. Era bueno ver a Callie con su cuerpo limpio, todavía pálida, triste y herida, pero sedada para pasar la noche. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Callie sonrío cuando los vio. ―Chicos, habéis venido realmente. ―Claro ―Sean dijo, sentándose a los pies de su cama. Callie tembló. Temblaría probablemente de vez en cuando durante un largo tiempo, pensaba Maggie. Las drogas eran una enfermedad como ninguna otra. Callie miró a Maggie tímidamente. ―Usted ni siquiera es policía. Maggie negó con su cabeza. ―Sólo queríamos ver cómo está usted. ―La mano está toda vendada ―dijo Callie. Hizo una mueca de dolor repentinamente, y cerró sus ojos, gimiendo. ―Oh, Dios, no sé, no sé... Maggie extendió la mano repentinamente, apretando su mano. ―Luche contra ello. Piense que va a estar limpia, que va a volver a empezar. Infierno, Callie, ¡Piense en los dientes de ese tipo! Eso es suficiente para mantenerla fuera de la calle. Callie se encontraba con un dolor infernal. Era evidente en su color ceniciento. Pero todavía, sonrío. ―Sus dientes son una mierda, ¿No? Gracias a Dios, Rutger está en cárcel. ¡Espero que tiren la llave! Sean echó un vistazo a Maggie, luego volvió a Callie. ―En realidad, Callie, dejaron salid a Rutger. ―Oh, Dios, ¡Soy una mujer muerta! ―Callie respiró. ―No, no lo es ―Maggie dijo firmemente. ―Usted tiene dos policías afuera, en el pasillo, Callie. Amigos míos, buenos chicos. Dos policías más los sustituirán en un rato. Va a estar bien. Las lágrimas formaron un charco en los ojos de Callie. Parecía una niña pequeña perdida, tan pequeña contra la extensión blanca de su cama de hospital, débil debajo del gastado traje de hospital. ―¡Desearía poder creerlo! ―Bien, usted me creerá cuando llegue la mañana. Estaré de vuelta aproximadamente a las diez. ―A las nueve ―Maggie le corrigió. Sean la miró. ―Vendremos antes de que me lleves al trabajo, y realmente tengo que estar allí sobre las diez. Un lunes por la mañana, ya sabes. Sean le ofreció la media sonrisa que adoraba tanto, y tocó la mejilla de Callie. ―Trate de descansar. Van a darle otra inyección. La ayudará un poco, ¿Ok? Callie trató de sonreír. ―Va a estar bien. ―Sean la aseguró. Su voz era resuelta, apacible. Se puso de pie y tomó la mano de Maggie. Se pararon para hablar con los dos policías que estaban fuera de la puerta de Callie. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Maggie, Jimmy Cross, Angus Canham —chicos, Maggie Montgomery ―dijo Sean, presentándolos. Jimmy tenía aproximadamente treinta años, pelo marrón rizado y amigables ojos de color de avellana. Angus era más viejo, con el pelo blanco, y brillantes ojos de un azul pálido. Estrecharon su mano, saludándola con una expectación que Sean ignoró. ―Tengo entendido que la gente se ha las arreglado para estar aquí en su tiempo libre. Es fenomenal, y se lo agradezco realmente. ―Hey, Sean, son tiempos difíciles para todos nosotros ―dijo Jimmy. ―Las últimas semanas han sido atroces. Si podemos ayudar a la pequeña vagabunda de ahí, mucho mejor. Angus asintió con la cabeza. ―Sean, vamos, eres un hombre que ha puesto su propia ración de horas libres, y nosotros escuchamos que estabas temeroso de lo que le pudiera pasarle a la muchachita ―dijo. Obviamente, Maggie pensó, Angus era tan escocés como su nombre. Él la sonrío. ―Él es un buen tipo. ¿Eh, señorita Montgomery? Haríamos más si tuviéramos a más gente como él, lo haríamos. ―¡Eso es magnífico! ―le aseguró. Impulsivamente, besó su mejilla. ―Gracias. ―¡Hey! ―Sean protestó, riéndose. ―Angus me está robando a mi chica. Es ese acento. ¡Las mujeres se vuelven imbéciles por un acento! ―Hey, Angus, ¿Quieres enseñarme el acento? ―Jimmy preguntó esperanzadamente. ―¡Es mi encanto, y no mí acento, jovencito! ―Angus alegó. Se rieron, dándose las buenas noches. Cuando llegaron al apartamento de Sean, Maggie se giró inmediatamente entre sus brazos en cuanto se cerró la puerta, lanzando sus brazos alrededor de él, besándolo hambrientamente, con pasión, con necesidad… y ternura. ―¡Hey! ―él murmuró suavemente contra sus labios, tirando de su cremallera, y luego de su dobladillo. ―¿Qué hice para merecer esto? ―¡Ser solo tú! ―susurró contra su boca, besándolo otra vez. ―Ser sólo... tú... La besó a su vez. Su ropa desapareció. Estaba en sus brazos, sintiendo su potencia, su calor. Desnudo, gateó sobre ella en su cama. Introdujo sus dedos en su pelo. Estudió su cara. Adoraba sus ojos. Los planos de sus mejillas. Sus hoyuelos. Su sonrisa. Adoraba la fuerza que permanecía dentro de su corazón. ―Sean...―susurró. ―¿Qué? ―Yo... ―¿Siii...? ―bromeó suavemente, acariciando su labrio inferior con el suyo, plantando un beso entre sus pechos. ―Me estoy enamorando de ti ―susurró. Él se endureció ligeramente; mirándola fijamente. Sonrío muy despacio, y luego su sonrisa se desvaneció y sus ojos se volvieron serios. ―Yo lo sentí en el momento que te conocí ―la dijo. Y abandonó su actitud bromista. Y le hizo el amor con una pasión salvaje y perversa que sobrepasó cada una de las expectativa de ella.

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Estaba envuelto en la oscuridad. Una oscuridad extraña. Luego fue consciente del ruido, y de una sensación de movimiento. Se sentía como si se estuviera despertando después de un largo sueño e increíblemente profundo. Estaba frío; tembló. No era de extrañar. Estaba durmiendo sobre algo muy duro, y muy frío. Repentinamente fue consciente de algo rígido... ¿acero?... debajo de su cuerpo. Aspiró repentinamente, bruscamente. Algo fue absorbido en su boca. En el pánico, lo manoseó. Una sábana. Había descorrido la sábana todo el camino sobre su cabeza. Comenzó a ser consciente de la luz entonces; luz, pozos de luz penetrante que luchaba contra las sombras que se cernían sobre la mayor parte de la habitación. Empezó a escuchar deslizarse un hilito de agua. Arriba. Tenía que levantarse. Parecía muy difícil. Estaba acostumbrado a hacer endiabladamente lo que condenadamente le apetecía. Era un hombre fuerte. Diablos, rompió cabezas cuando tuvo ganas. Pero había tenido esa pelea, sin embargo. Con el poli. El estúpido lo había disparado, eso era, estaba en el hospital, estaba... Hambriento Hambriento en una manera que nunca había imaginado. Desesperadamente hambriento de carne. Carne roja. Carne cruda. No, no, no... Algo rojo, pero... Sí. Realmente crudo. Sangre. Se las arregló para incorporarse. Miró. Habitación de hospital. Azulejo estéril. Agua corriendo. Las sombras de la noche todavía en la habitación, aunque un pozo de luz brillante sobre su cama. Entrecerró los ojos. Algo más pendía arriba. ¿Un micrófono? Y la mesita de noche... Algo no estaba bien. Rascó su abdomen peludo y miró hacia abajo, hacia su redondeado estómago y su pene fláccido. Mierda. ¿Estaba durmiendo desnudo en el hospital? Sonrió abiertamente. Tal vez era un hospital Católico. Y tal vez podía conseguir una erección antes de que una monja apareciera. Se sentía fenomenal de repente. Fuerte como un buey. Y aun así, tan malditamente... sediento. Hambriento. Desesperado por algo... Rojo. Extraño. Todo era extraño. Algún hospital. Miró la mesita de noche de nuevo. Había instrumentos quirúrgicos sobre ella. Algo que parecía como una maldita sierra para huesos. Bisturíes, cosas que parecían fórceps... Una puerta se abrió. Se distrajo de la mesita de noche cuando vio a alguien pasar caminando. Una mujer con una bata de laboratorio. Bonita, joven. Con el pelo corto y oscuro, bonita, con la Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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cara limpia. Parecía una estudiante de medicina, tal vez. Se encontró a si mismo mirando fijamente su garganta. Asombroso. Podía escuchar su latido. Podía ver las venas en su cuello... Palpitar. Quería tocarla. Besarla. Succionar su cuello. Morderla, ver sangre brotando de ella por todas partes. Ah, sí... Morder, rasgar, romper, desgarrar... Beber. Escuchó el zumbido de un movimiento y se giró. Parpadeó, preguntándose si estaba soñando con el hospital, si no estaba muerto ya, y si ―extrañamente ―no había llegado al cielo. Había un ángel que se dirigía hacia él. Moviéndose entre humo, entre nubes, o en la neblina, viniendo hacia él. Desnuda. Guau. Pero había algo en los ojos del ángel, algo furioso. El ángel había leído su mente. Pero él se sentía fuerte. Tan fuerte. Más fuerte incluso que lo que había empezado a sentir... antes. Antes de su pelea con el policía. ―Muy bien, muñeca. ¡Ven a mí! ―Él instó. Su voz era ronca, extraña. ―Muñeca, la otra parecía dulce, pero ahora tu… ―Dejó salir un sonido aullante, mirando fijamente la longitud elegante de su cuello. ―Estoy a punto de llenarme… y cenar. El ángel también tenía una voz extrañamente determinada. ―No lo creo, bestia viciosa. Se había sentido fuerte. Increíblemente fuerte, poderoso. Pero ella era fuerte también. Y más rápida. Antes de que pudiera moverse, había puesto en marcha la sierra de cortar huesos. Era tan rápida, de hecho, que fue lanzado a la oscuridad verdadera del infierno y la condenación, incluso antes de darse cuenta de lo que ella pretendía hacer... Rutger se tomó su tiempo. Se paseó por el hospital a medianoche, recorriendo la sala de maternidad. Nadie se percató de un hombre nervioso en la sala de espera. Bebió café, miró las noticias por cable. Deseaba conocer al asesino que lideraba las noticias. Ahora, había un hombre que sabía cómo arreglárselas con mentirosas, tramposas y malas mujeres. En la madrugada, justo antes del amanecer, entró a una sala de mantenimiento y desdobló su bata verde de hospital, cubriendo su cabeza y su pelo, y utilizando media máscara alrededor de la parte inferior de su cara. Cruzó el hospital, saludando a algunas enfermeras y asistentes que le devolvieron el saludo en el pasillo. En uno de los puestos de enfermeras, se sirvió él mismo una inyección preparada con algún tipo de sedante para la noche de algún vejete y se apuró hacia adelante otra vez. Como había supuesto, había solamente un guardia sobre la puerta de Callie a esa hora. Un muchacho alto y delgado y bien parecido, un tipo con el pelo oscuro, de, tal vez, treinta, o treinta y cinco. Su cabeza estaba inclinada contra la pared; estaba dormitando. Rutger caminó enérgicamente hacia la puerta de Callie, viendo que encontrar su habitación había sido un asunto simple al preguntar en diferentes puestos de enfermeras. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Entonces de nuevo, el policía vestido de civil ―pero un policía obviamente —era un claro indicativo. ―Hola, Doctor ―dijo el policía, levantándose para saludarle. Qué suerte. Podía inmovilizar al policía con el sedante tan fácilmente ahora. ―Hola, de nuevo. ¿Cómo está mi paciente? ―Rutger preguntó alegremente, acercándose al policía. Con su mano en el bolsillo, tocó la aguja y la jeringuilla, sacándola y sujetándola a su lado. ―Parece estar bien, doctor. ―Bien, bueno. ¡Y es bueno tenerlo aquí! ―Rutger sonrío radiantemente. En un instante, levantó la jeringuilla, y pinchó en el brazo del policía. Buen policía. Se desplomó hacia atrás contra la pared, cayendo sobre su espalda, dejando su cabeza inclinada. Rutger pasó por encima de él. Muy bien. Tenía que trabajar rápido. No sabía cuándo podrían llegar algunos miembros reales del personal del hospital. Cerró la puerta primero. Luego puso una mordaza alrededor de la boca de Callie. No quería que ella dejara caer un grito que pudiera alertar a alguien... Ella estaba durmiendo inquieta. Permaneció de pie sobre ella, le cogió una muñeca y luego la otra suavemente, uniéndolas en la cabecera de la cama con la cinta quirúrgica que había robado de la estación de las enfermeras al mismo tiempo que la jeringuilla. Callie estaba tan sedada que no despertó al principio. Sacó una media de su bolsillo para amordazarla. Cuando llenó su boca, abofeteó sus mejillas. Era el momento de que ella despertarse. Ella lo hizo. Sus ojos se abrieron como platos. Trató de gritar, pero se ahogó mientras él taponaba sus labios, forzando la media más profundamente en su boca. Estaba impotente, y aterrorizada. Sacó su cuchillo, sonriéndola. ―Sí, muñeca. Estoy aquí. Oh, sí, puedes apostar. ¿Pero adivinas qué? No voy a matarte. Sólo voy a hacerte desear haber muerto. Sus ojos se cerraron; para su inmensa consternación, ella se desplomó contra la cama en un desmayo. ―¡De ninguna manera! ―Habló entre dientes furiosamente, atrayéndola de nuevo. ¡Veamos cómo dormiría si cortara el lado derecho de su cara! Un helor cayó sobre él repentinamente. Se quedó paralizado, intuyendo a había alguien detrás de él. Se las arregló para girarse. El policía estaba detrás de él. ¡No podía ser! Había tumbado al maldito policía. Pero estaba allí, sonriendo agradablemente. ―Doctor, ¿Vaya, ésa es la manera de tratar a un paciente? ―El policía exigió. ―Tío, ¡Debería de estar desmayado! ―Rutger habló entre dientes, pero todavía sintiendo el frío. ―¡Debería de haberse quedado tumbado fuera, porque ahora voy a tener que clavarle en los intestinos, cerdo! El policía sonrío, agitando su cabeza. ―Está usted totalmente equivocado, Rutger. Ahora soy yo el que va a tener que clavarle. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Rutger vio las manos descendiendo sobre sus hombros. Fue levantado y arrastrado hacia delante. Sólo como si no pesara nada más que 2 kgs. ¡El cerdo estaba abriendo su boca! Ah, infiernos, justo lo que él necesitaba, un policía gay. El tipo se estaba acercando a su maldito cuello. Rutger se las arregló para casi gritar. Pero su grito no fue nada más que un gorgojeo. Su vena estuvo en un instante expertamente perforada. Estuvo inconsciente en cuestión de segundos. La habitación se llenó con una especie de sonido de succión complaciente. Rutger estaba drenado. Seco. El “policía” lo dejó caer sobre el piso. Callie empezó a despertar con una sensación creciente de pánico, recordando que Rutger estaba en la habitación. Se liberó de las cintas que sujetaban sus muñecas, atragantándose con la mordaza, tratando de conseguir desesperadamente algún tipo de sonido. Entonces se quedó paralizada. Rutger estaba en el suelo. Un policía estaba en la habitación con ella, sentado enfrente de ella, en el sillón de las visitas. El policía eructó, arrastró una mano por sus labios, pareciendo ligeramente avergonzado. ―¡Perdón! ―Dijo. Se puso de pie, se estiró, y empujó Rutger con un dedo del pie. Lo levantó del suelo, sujetándolo fácilmente, como si no fuera nada más que una pálida muñeca de trapo cenicienta. Luego, con un movimiento poderoso, el policía arrancó la cabeza de Rutger de su cuerpo. Otra vez, Callie se desmayó helada. El policía dio un paso hacia ella.

El estaba montando de nuevo, las pezuñas de su caballo martilleando la tierra, rociando tierra a lo largo del campo. En... un campo de batalla El estruendo de un cañón sonó tan fuerte como un trueno. Fue cegado por el polvo que llenó el aire alrededor de él. Inhaló el humo, el polvo, el olor de la muerte. En algún sitio, un caballo relinchó. ―¡Adelante, adelante! ―ordenó. ―¡Vayan hacia la cobertura de los árboles! Los hombres montaban junto a él. Miró sus caras y los reconoció, aunque, por alguna razón, no podía recordar sus nombres. Dependían de él, y sabía que el peligro vendría de cualquier parte, y aun así... Dios, pero estaba tan ansioso de terminar el día. Contra viento y marea llegaría hasta ella. Tenía que verla, tenía que alcanzarla, tocarla, sentirla. Podía soportarlo todo cuando escuchaba su voz… Pero de nuevo escuchó la explosión del fuego del cañón, y la tierra y los árboles delante de él estallaron repentinamente y...

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Sean se despertó. Sus ojos se abrieron de par en par, y miró fijamente al techo. Era vagamente consciente del sueño ―¿De la pesadilla? —eso que lo había atormentado recientemente. Había sido tan real, pero ahora se destiño rápidamente, y tan sólo parecía un sueño absurdo. Estaba tendido, respirando profundamente, agitando su cabeza mentalmente con en el brillo fino de sudor que cubría su cuerpo. Estaba como un niño, seguramente, queriendo jugar a los soldados. ¿Cuánto tiempo había soñado? Repentinamente se preocupó de que pudiera haber despertado a Maggie. Extendió la mano hacia ella. Ella se había ido. Se levantó de un salto, ansioso. Ido. ¿Ido a dónde? ¿Había tratado de volver de regreso a su oficina, queriendo despertarse en su local para ducharse y vestirse para el trabajo? Dios, no. Había un maniaco en Nueva Orleans. ―¡Maggie! Casi gritó su nombre; su voz era áspera. ―¿Sean? Se giró parpadeando. Ella estaba de pie a la entrada del baño, flexible y desnuda, con un vaso de agua en la mano, con su pelo rojo cayendo alrededor de sus hombros delgados, como una capa carmesí a la luz de la silenciosa noche. ―¡Oh, señor, Maggie! ―Temblando con alivio, enterró su cabeza en sus manos. Ella caminó hacia la cama, silenciosa y elegante, depositando su vaso en la mesita de noche. ―¿Sean? ―Repitió suavemente. ―Oh, Dios, Maggie, ¡Me has dado un susto de muerte! ―La dijo. ―Estoy aquí, Sean. La atrajo hacia la cama. Ella resbaló fácilmente entre sus brazos, y la sujetó fuerte, tiernamente contra él. Introdujo sus dedos en su pelo, sus ojos sobre los suyos, oro blando, líquido. ―Sabes que te mentí antes ―ella le dijo. ―¿Oh? ―No me estoy... enamorando de ti. ―¿No? Sintió el golpe irregular de su propio corazón. ―Ya te amo, Sean―susurró. Y él sonrío, y la sujetó más cerca. Su mano libre cayó contra su pecho. ―¡Pero estoy asustada, Sean! ―Agregó con un suspiro apenas audible. ―¡Estoy tan malditamente asustada! ―No tengas miedo. Estoy contigo, Maggie. Te quiero, Maggie. Se quedó callada mientras él se sentaba en la oscuridad y las sombras, meciéndose con ella. Aunque estaba extrañamente convencido que era eso exactamente por lo qué ella estaba asustada... Pero no podía empezar a comprender su razonamiento. Todo que sabía era que estaba asustado él mismo. Asustado de que pudiera perderla. Así que la sujetó aún más fuerte, y se dijo a si mismo que, simplemente, no la dejaría marcharse. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Londres, Septiembre de 1888. Los periódicos fueron salvajes con la especulación. Y la información llegó a las calles a través de las investigaciones de las muertes de las mujeres asesinadas. El Dr. George Baxter Phillips, el cirujano de la división de policía, creyó que el asesino Oscuro de Annie debía haber tenido alguna destreza quirúrgica o conocimientos anatómicos para haber mutilado y removido órganos en la manera que se había hecho, y con el tiempo que el asesino debería de haber tenido. Los periódicos hablaron de un monstruo. Una criatura con capacidad de transformarse en las sombras y la neblina de la noche. Las gente más racional susurraba de alguna manera sobre el trabajador de un matadero ―o un cirujano. Quizás había un loco por ahí obteniendo órganos humanos para las Facultades de Medicina —matando para su propio beneficio. La policía tenía varios sospechosos, pero ninguna investigación parecía salir bien. ―Delantal de Cuero ―o George Pizer, un inmigrante acusado de amenazar a la putas con un cuchillo, fueron encontrados y detenidos, pero tenían una coartada para cada homicidio, y resultó que se habían estado escondiendo por el miedo de qué podría hacer la multitud enfurecida. Algunos sospechosos fueron salvados por la policía de bandas de linchadores. Al principio, después del asesinato de Chapman, la gente vivió aterrorizada. Las calles de Whitechapel se encontraban desiertas a las últimas horas de la noche. Luego los días empezaron a pasar, y a pesar de que la protesta permanecía en los periódicos y los comités de vigilancia continuaban funcionando, las mujeres empezaron a moverse otra vez. Tenían que sobrevivir. Robert Louis Stevenson estaba representando en Londres el Dr. Jekyll y Mr. Hyde; Peter llevó a Laura y a Megan a ver la obra dramática, y disfrutaron de una buena actuación. Aunque, después de la representación, Peter descubrió que incluso los actores ―debido a la naturaleza de la obra dramática ―habían sido interrogados por la policía, y eso pareció causarle una melancolía que perturbó a Megan profundamente. No se le había comentado a Laura nada sobre los miedos de Peter, pero era una esposa cariñosa y fiel, que vio su depresión. Pensó que estaba trabajando demasiado duro, y lo animó a quedarse en la ciudad. Peter se obligó a quedarse durante una semana, pero creció su intranquilidad. Tenía que continuar con su trabajo. Megan no pensaba permitirle que lo hiciera sin ella. Cuando septiembre pasó, empezó a respirar más fácilmente. El asesino había seguido adelante en otro lugar, o por lo menos muchos lo creían. Sabía que Peter era inocente, y de una forma más personal, ella se sintió aliviada al asumir que Aaron había encontrado pastos más verdes para rondar y había optado por dejarla tranquila. Luego el asesino atacó otra vez. Dos veces, en las tempranas horas de la mañana del 30 de septiembre. En el momento que Peter había salido buscar un coche, solo para desaparecer.

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Ellos habían estado atendiendo a un niño enfermo en la casa de Melville y Ana Charlton; ella era lavandera y él un carretero. Ellos y sus cuatro hijos vivían en el piso inferior de una vivienda de tres pisos en la Calle Providence. Peter salió, y no regresó. Megan charló de modo tranquilizador con Ana, que mecía a su bebé enfermo, y mientras pasaba el tiempo, creció cada vez más su nerviosismo. Peter no volvió para decirle que su cabriolé había llegado, y por fin, se excusó con Ana y salió en su búsqueda. La niebla giró baja, en el suelo. Las lámparas brindaban poca iluminación contra las sombras en la noche. ―¡Peter! ―ella gritó su nombre, y comenzó a correr. Las calles empezaron a parecer similares. Angostas aquí, amplias allí, sombras oscuras que parecían vivir y respirar con su propio embrujo en cada rincón y grieta. ―¡Peter! ―Gritó otra vez, y empezó a correr. Y correr. Pareció que corrió durante toda la noche, de calle en calle, de sombra a sombra. A lo largo de Berner Street, primero escuchó el grito de ―¡Asesinato! ―Y disminuyendo la velocidad de sus andares, cerró su capa sobre ella y se arrimó más y más cerca hasta que escuchó los murmullos de trabajadores y vecinos que habían llegado a mirar boquiabiertos mientras la policía permanecía de pie protegiendo el cuerpo. ―¡Otro más! ―Lloraba una mujer andrajosamente vestida. ―Una mujer muerta ―señaló un carretero, agitando su cabeza. ―¡Asesinada! ―Dijo una mujer joven a su lado. ―¡Con la garganta cortada! ―Cloqueó un anciano. ―¡Todavía estaba tibia, pobre criatura, cuando la encontraron! ―Susurró una mujer anciana a su lado. ―Un monstruo, seguramente, ¡Porque fue asesinada en sólo unos minutos, o eso dijo la policía que patrullaba la zona! ―Dijo el carretero. ―¡La pobre no ha sido masacrada al menos! ―Murmuró la anciana. El anciano la miró fijamente. ―Como las otras no, no tuvo tiempo. Megan se volvió. Tropezando, bajando la calle, preocupada por Peter desesperadamente, maravillándose ante su propia cordura. ¿Podría ser cierto? ¿Podría él estar haciendo estas terribles cosas? No, se dijo a sí misma, ¡No! Conocía a Peter. Había llegado a conocer el bien y el mal. Peter era bueno. ¿Pero dónde estaba?

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1111 Se escuchó un crujido. Sean se despertó en un instante. Dormía con su.38 especial sobre la mesita de noche, a su alcance en menos de un segundo, y se enorgullecía de su capacidad de despertarse en un instante. Últimamente no lo había estado haciendo tan bien en la parte de “despertarse”. Estaba durmiendo más profundamente. Nunca había estado atormentado por pesadillas antes. Tal vez necesitaba ver a la vieja mujer de vudú como Mamie había sugerido. El sonido era Maggie, bajándose de la cama. Se recostó por un minuto, observándola, tratando de poner en guardia a su anatomía para no excitarse demasiado con la visión —era de mañana, y ellos necesitaban ponerse en marcha. Pero Maggie era hermosa, y su mente no siempre podía gobernar a su cuerpo. Ella dejó la cama, sin percatarse de que él la observaba, y se estiró, arqueando su espalda, y recordando a una elegante estatuilla de Lladró. Él empujó las sábanas. No estaba bien. Continuaba con su tienda de campaña. Ella se giró y capturó sus ojos, sonriendo. ―Te despiertas con la caída de un pin. Quería conseguir un café. ―Solía despertarme con la caída de un pin. Pero ya no soy tan bueno en eso nunca más. Me estoy volviendo viejo. ―Oh, venga ya. Eres casi un niño. ―Querida, sería un niño muy duro ―la aseguró. Entonces él vio que el dorado de sus ojos color avellana se posaba a lo largo de la sábana, y sonrío con un pequeño encogimiento de hombros, encontrando sus ojos de nuevo. ―Bien, pareces completamente despierto. Él le devolvió la sonrisa. ―Solo tú pareces tener una manera elocuente de decir “Levantaos y brillar, chicos”. Maggie se río. El continuó mirándola, con los ojos graves. ―Por supuesto, es de mañana, y el tiempo es limitado, y no querría coaccionarte o algo así. ―Tengo que llegar al trabajo, y… ―Queremos pasar a ver a Callie. Por no mencionar que estoy a cargo del más raro misterio de homicidio que azota Nueva Orleans en décadas. Aunque... ―Cuando alguien está tan completamente despierto... bien, sería una lástima malgastar lo que está... tan despierto ―dijo roncamente. Llegó alrededor de la cama. Él se apoyó sobre un codo, empujándola contra él. Acarició su estómago. Apreciando su suavidad. Su lengua oscilaba sobre su piel. Sus dedos escarbaban entre su pelo. La acarició más bajo. Ella gimió, arqueando su cuerpo ―¿Cuánto tiempo necesitas? Él se paró. ―Bien, se supone que tengo que exagerar ―solo ligeramente, por supuesto ―y digo, ―“Querida, podía durar todo el día y toda la noche”.―Pero en este momento especial, pienso... aproximadamente dos, tres minutos. Si soy afortunado, cinco.

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―¡Endiabladamente bueno, porque cinco minutos es todo lo que tenemos! ―susurró. Ella era increíblemente sexy, poniéndose a horcajadas sobre él. Él ahuecó los globos de sus pechos con sus manos y sintió la violenta precipitación del placer cuando su cuerpo se cerró sobre él. Sexy o no, sin embargo, repentinamente quería la ventaja, sintió una extraña necesidad de ser él el agresor. Agarró su cintura, los hizo rodar a ambos sin romper el contacto, y tomó la posición predominante, empalándola profundamente con un destello punzante de deseo casi violento. Entonces los brazos de ella le envolvieron y él gimió, y dejó a la naturaleza misma seguir su curso. Después, ambos permanecieron tendidos como muertos durante varios segundos, débiles, agotados. Luego se levantaron, haciendo una loca carrera hacia la ducha. ―¡Hey! ―Sean protestó. ―Soy la invitada. Y tú eras el que estaba tan... completamente despierto. ―Oh, como si tú no lo hubieras estado deseando. ―Traté de ser servicial. ―¿Sobre qué estamos discutiendo? Puedo solucionar esto. ―¿Cómo? ―Nos ducharemos juntos. Ella se encogió de hombros. ―No me pidas que te enjabone. Realmente se nos hace tarde ahora. Se les hacía tarde, así que se ducharon, se vistieron y agarraron tazas de café de papel al bajar a la calle. Cuanto más se acercaban al hospital, más nervioso se encontraba Sean a sí mismo. Seguro, había guardianes, y hacía mucho tiempo que había aprendido a confiar en sus oficiales. Si algo hubiera ido mal, habría sido avisado. Mientras iban caminando hacia la habitación de Callie, él siguió acelerando su ritmo. ―¿Hay alguna razón por la que estamos corriendo? ―Maggie preguntó. ―No.―pero no aflojó el paso. Frank Ducevny, un joven policía de ronda, estaba sentando en un sillón en frente de la puerta de Callie, charlando con una asistente de enfermera mientras aceptaba un café de ella. ―Hey, Frank. Esta es Maggie Montgomery. Maggie, Frank. ¿Cómo va, cómo está la paciente? ―Tuvo una noche desigual. Con pesadillas, revolviéndose y retorciéndose. ―La abstinencia ―Sean dijo brevemente. ―¿Pero cómo… ―Oh, ella parecía estar bien esta mañana. Pasé dentro cuando hice el cambio del chico de cinco a siete. Estaba dulce, un poco arrepentida, y me dijo que soñó que había estaba luchando anoche contra demonios de toda clase. ―Todavía la queda un largo camino que recorrer ―dijo Sean. Él y Maggie entraron en la habitación de Callie juntos. Estaba apoyada en su cama. Su cara estaba pálida aun, pero sus ojos estaban claros y brillantes cuando les reconoció. ―¡Hey, chicos! ―Dijo débilmente, pero con placer. ―Gracias. Realmente. Gracias por volver. ―Por supuesto que volvimos ―Maggie dijo, tomando su mano y sentándose junto a ella. ―Dijimos que lo haríamos. ―Así que, ¿Cómo va todo? ―Sean preguntó. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Es duro ―admitió. ―Usted no creería los sueños.―Tembló, y miró a Sean. ―Rutger estaba entre ellos. Estaba inmerso en una especie de servidumbre. ―¿Rutger? ―dijo Sean con aire de preocupación. ―No esté tan preocupado; aparentemente, estaba soñando. O alucinando. El doctor dijo que podría tener problemas con cosas así durante un tiempo. Quiero decir, si Rutger hubiera estado aquí, yo estaría muerta, ¿No? ―Y hubo un guardia toda la noche en su puerta, un policía, ¿No? ―Maggie dijo. Callie asintió con la cabeza confirmándolo. ―Sí. Uno de ellos era un atractivo hijo de puta. Tuve algunos sueños raros sobre él, también. Y quiero decir raros, y ¡No los estoy compartiendo! ―Se río. Un sonido bonito. Un sonido joven. Luego se puso seria, mirando de Sean a Maggie. ―¿Adivinan qué? ―¿Qué? ―Sean preguntó. ―Mi… mi madre me llamó. Aparentemente, hubo algunas cámaras de noticias ahí ayer. Va a venir por mí esta tarde, y va a ir conmigo a una clínica especial del Oeste y a pagar para que yo pase por rehabilitación.―Las lágrimas saltaron en sus ojos, y trató de sonreír a Maggie. ―Mi madre. Mi madre viene a por mí. ―Oh, Callie, ¡Eso es estupendo! ―dijo Maggie. Callie se había inclinado hacia delante. Maggie la abrazó, acariciando su espalda, calmándola, felicitándola. Sean miraba, apoyado contra la pared. Pensó en lo qué Mamie le había dicho de Maggie. Tenía una buena aura. Pero algo no estaba del todo bien. Una enfermera asomó su cabeza en la habitación. ―¿Teniente Canady? ―¿Sí? ―Tiene una llamada para usted en mi sala. ―¿Oh? ―Arqueó una ceja, luego se enderezó, encogiéndose de hombros hacia Maggie. ―Volveré enseguida. ―¿Quién es? ―Preguntó a la enfermera mientras caminaba por el pasillo. ―El doctor LePont. Pierre LePont. De la morgue. Ella le dejó al teléfono. Sean era débilmente consciente de los dietistas que trajinaban con bandejas de desayuno, médicos que hablaban con monotonía mientras hacían sus rondas, y de las enfermeras que empujaban sobre sus carros de medicina. Sintió una pesadez en su corazón. ―Pierre, por favor, no me digas que tenemos otro cuerpo. ―No, ningún horrible homicidio nuevo. ―Entonces... ―Bien, tengo una escena horrible en mis manos. ―De acuerdo, Pierre, escúpelo, qué… ―Tengo a un tipo aquí, asesinado dos veces. ―¿Qué? ―Temprano, en la mañana temprano, el tipo a quien disparaste ayer estaba preparado para la autopsia. Estaba tendido sobre una camilla tranquila y silenciosa. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Lo hacen generalmente, ¿No? ―Generalmente, sí. ―Pero... ―Bien, alguien entró aquí y mató al tipo de nuevo. ―No está teniendo sentido. ―Nada tiene sentido. Sean, alguien entró y le cortó la cabeza al tipo. Ha sido decapitado, Teniente. ¿Cómo de rápido puedes llegar aquí? ―Quince minutos.

Maggie quería ir con él. Fue insistente. Él estaba igualmente resuelto, y la dejó en el hospital con Frank, quien llevaría a Maggie a empresas Montgomery cuando fuera reemplazado por otro policía en unos minutos. Sean no supo por qué estaba tan determinado a no llevar a Maggie consigo, pero lo estaba. Estaba locamente enamorado de ella, era la mejor cosa que le hubiera pasado alguna vez, pero Mamie tenía razón: algo no estaba bien. Tal vez conocía al asesino y lo estaba protegiendo. Tal vez conocía al asesino y no se había dado cuenta ni siquiera de que lo conocía. Estimó que sería mejor mantener a Maggie un poco en la oscuridad sobre sus descubrimientos. En la morgue, Pierre le mostró el cuerpo. Lo miraron fijamente en un silencio lúgubre que comenzó a ser muy prolongado. ―No lo entiendo ―dijo Sean. ―Desearía tener algunas respuestas para ti. ―¿Estás seguro de que estaba muerto cuando entró aquí? ―Sean preguntó. ―Oh, venga ya, ¡Eres policía! Tu lo mataste. Sabes endiabladamente bien que estaba muerto. ―Sí, supongo.―Sean levantó sus manos. ―Tal vez estamos omitiendo algo. Tal vez la decapitación es alguna parte de un ritual perverso, una cosa religiosa... No sé.―Suspiró. ―Bien, déjame hablar con los empleados que estuvieran cerca. Luego volveré con mi destacamento especial y el F.B.I. y veré si no podemos empezar a encontrar un poco de sentido en todo esto. Empleó dos horas en hablar con cada persona del lugar. Jenson, el guardián de noche, juró que había estado en frente de la puerta sin moverse entre las dos y las siete. El esquelético grupo de la noche se había movido como de costumbre, sin ver a ningún desconocido en el edificio. Los tipos del laboratorio de pruebas llegaron y trataron de encontrar huellas y pisadas. Nada pudo ser encontrado. La sierra de huesos, que aparentemente había sido utilizada para la espeluznante muerte, había sido limpiada. Gil, el especialista, advirtió a Sean, ―Tenemos huellas en otras cosas de la sala de autopsias, pero tengo el presentimiento de que lo que descubramos pertenecerá a los doctores y a los técnicos. Le mantendré informado. Pierre caminó junto a Sean acompañándole a su coche. ―No es tan imposible de que alguien entrara. ―dijo ―Pero... es improbable. Quiero decir, suponer que el guardia tomó una momento para ir al baño. Suponer que mis empleados estaban todos en laboratorios diferentes. Es sólo raro. Sean estuvo de acuerdo. Raro. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Gracias, y mantenme informado ―Sean le dijo. Hizo una pausa, dejándose caer en el asiento del conductor de su automóvil. Era un día hermoso. Cielo azul, pequeños cúmulos de nubes. El sol brillaba magnánimamente. No parecía ser la atmósfera correcta para tales sucesos macabros. Pero de nuevo, llegó la noche. La oscuridad, la bruma, la niebla, y las sombras. Se dio a sí mismo una sacudida. Llegaba tarde para la reunión con su fuerza especial. En una hora, estaba sentado en una habitación de conferencias con su gente y con su junta de “lo que tenemos”, poniéndolos al día sobre la decapitación del cadáver en la morgue. ―Por eso, en este momento ―dijo, dirigiéndonos a los hombres y a una mujer reunida delante de él, ―pensamos que tenemos tres víctimas reales. Jane Doe, encontrada en el cementerio, sospechosa de ser una prostituta local. Anthony Beale, conocido proxeneta y delincuente menor. Bessie Girou, prostituta cara. Ahora tenemos también un cadáver descabezado. ―Hubo otra prostituta, Shelley Mathews, asesinada cerca de Jackson Square ―Gyn Elfin le recordó. Asintió con la cabeza. ―Pero no por decapitación. Gerry, —dijo, dirigiéndose a uno de los otros hombres —¿No estamos a punto de hacer un arresto sobre un viejo novio de ésta? Gerry asintió con la cabeza. ―El tipo confesó. Aunque no siempre las confesiones son verdaderas. ―Cierto, pero ese es un caso diferente, ¿Qué dice usted, Manny? Manny García era el experto en perfiles del F.B.I.. Se encogió de hombros. ―Diría que definitivamente.―Miró a los policías, preocupado de que los hombres del F.B.I. pudieran estar molestos por la fuerza local. ―El perfil se está definiendo, pero no es una garantía. El estrangulador de Boston, Albert DiSalvo, se perfilaba como un solitario ―y resultó ser un hombre de familia. Aunque, diría que hay una razón para las decapitaciones, y que tenemos que encontrar qué es. Y nuestro asesino es un "compañeropata" en vez de un psicópata —quiero decir, que es un hombre que está cuerdo en lo que respecta a saber cuál debe ser el comportamiento sensato, simplemente se burla de eso y se considera a sí mismo como un recorte por encima de los hombres normales, y por lo tanto, autorizado para sus excesos.―Vaciló, mirando a Sean. ―Es un asesino sexual, demostrado por el semen encontrado, y por su método de mutilación… acuchilló severamente a sus víctimas de sexo femenino desde la zona púbica hacia arriba, atacando los genitales. Creo, sin embargo que, o el mismo asesino decapitó el cadáver, o que hay más imitadores en la ciudad ya, o un grupo de culto. Por qué Beale fue asesinado, no lo sé. Me inclino a creer que el centro de fijación de nuestro asesino está sobre las prostitutas. Y por qué el cadáver fue descabezado... No tengo ninguna pista. Sean se recostó, ruborizándose ligeramente cuando los otros lo miraron fijamente. ―Muy bien, entonces, movámonos sobre lo qué hemos conseguido. Caballeros —y ¡Gyn! ―Dijo, inclinando la cabeza hacia su miembro de sexo femenino con una sonrisa alentadora ―salgamos a la calle y veamos lo que podemos encontrar. Necesitamos un enlace entre el cadáver y las víctimas de homicidio. Tenemos que mantener nuestros ojos abiertos sobre cualquier señal del hombre que el bosquejo que Mamie nos ayudó a crear. Todos ustedes conocen sus tareas individuales. Pongámonos en marcha, antes de que la ciudad empiece a desarmarnos. Los otros desfilaron fuera la habitación. Solamente Jack y Manny se quedaron atrás. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Tienes algo más para mí, Manny? ¿Cualquier cosa? ―Nada tangible ―dijo Manny. ―Pero...―Sean dijo esperanzadamente. ―Sólo algunas comparaciones ―dijo Manny. Giró la pantalla abierta de la computadora portátil de última generación que tenía consigo casi todo el tiempo. Presionó algunas teclas, y tuvo a Sean mirando sobre su espalda. ―Lea esto. Era un informe de autopsia. Sean lo escaneó rápidamente. ... El cuerpo fue encontrado sobre su espalda, la cabeza girada hacia el hombro izquierdo... Los intestinos extraídos en gran medida y colocados sobre el hombro derecho... una pieza de aproximadamente dos pies fue separada del cuerpo totalmente y puesta entre el cuerpo y el brazo izquierdo, aparentemente intencionadamente... Sean se enderezó, frunciendo el ceño. Sonaba como el informe sobre Jane Doe, encontrada en el cementerio. Aunque, no era el lenguaje que Pierre habría usado. ―Está bien, Manny, ¿Qué es? ―El Destripador ―dijo Jack. Sean lo miró rápidamente. ―Jack el Destripador, Londres, 1888. ―Los actuales “Destripalogísticos” creen que, en realidad, mató a cinco prostitutas en Whitechapel y Spitalfields, aunque no menos que de siete a nueve homicidios han sido atribuidos a él. Sean frunció el ceño hacia Manny. ―Creo que nuestro tipo es un imitador, de acuerdo. ―¿Dónde entra Beale, y el descabezar a un hombre muerto en la morgue? Manny se encogió de hombros. ―No lo sé. Es muy posible que la decapitación del cadáver no tuviera nada que ver con los asesinatos. Pregunte a Pierre sobre estudiantes de medicina —podría haber sido una broma. Un poco enferma, pero esos chicos tienen que aprender a arreglarse con la muerte, y a veces, ésa es la manera en que lo hacen. Beale… era un proxeneta. Yo diría que se puso en el camino. Parece tenemos un asesino en serie sobre nuestras manos que estudia a asesinos en serie. Oye, cualquier información que tengo sobre Jack el Destripador puede ser adquirida por cualquier persona por ahí fuera. Los viejos registros son del dominio público, y los libros sobre asesinos en serie son abundantes. Podrías estártelas arreglando con un asesino moderno con un sentido viejo y modelado para el dramatismo. Tienes a chiflados por todo el país a quienes les gusta vestirse con capas y sombreros altos, vampiros de obra dramática, espíritus malignos, fantasmas, y destripadores. Y esto es Nueva Orleans, la región de Anne Rice y de los tours autorizados de vampiros. La ciudad es como una invitación grande para los chiflados. Sólo pensaba que debería de estar preocupado por la similitud de que el descubrimiento del cuerpo de Joan Doe era muy parecido al de Catherine Eddowes, como informaba el Dr. Frederick Brown. ―Como dije, Manny, algo ayuda. Cualquier cosa. Pero corrígeme si estoy equivocado. ―¿Sobre qué? ―Manny preguntó. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Hace un tiempo que he leído bastante sobre las víctimas de Jack el Destripador, pero creo que hay dos diferencias principales ―dijo Sean. ―Cierto. Nuestras víctimas han sido decapitadas ―dijo Manny. ―Pero… las víctimas del Destripador tuvieron sus gargantas tan seriamente dañadas que fueron casi decapitadas. ―Casi... Con nuestro tipo recorriendo todo el camino. ―¿Qué ves como la otra gran diferencia? ―Jack preguntó. ―Había sangre, mucha sangre, charcos de sangre coagulada cuándo Jack el Destripador asesinaba. Nuestro tipo parece haber... habérsela llevado toda. ―En algunos casos, el personal médico de la época de los asesinatos del Destripador fueron citados señalando que realmente no había tanta sangre sobre las víctimas como debería de haber habido ―dijo Manny. ―Infiernos, como ya hemos anotado... ―Jack murmuró. ―¿Qué? ―Sean preguntó. ―Esto es Nueva Orleans ―dijo Jack secamente.

Maggie estaba nerviosa porque Sean hubiera insistido en que fuera a trabajar, y ella sabía que él iría a la morgue. Se cambió de ropa, arregló sus habitaciones personales en la oficina, se sentó y trató de hacer algo, pero no podía concentrarse. Angie vino hacia ella mientras, supuestamente, estaba haciendo bosquejos de un traje para la esposa de un senador. Cuando Angie miró sobre su hombro y dio un grito ahogado sobre lo que estaba dibujando, Maggie supo que estaba en problemas. ―¡Qué es eso, mi Dios! ―Angie respiró. Maggie miró hacia abajo hacia el papel, y frunció el ceño. Sus dedos empezaron a temblar. Había estado dibujando una calle. Una calle oscurecida, sombría, con la figura de una mujer que estaba tendida tan arrugada y despatarrada que solo podía estar muerta. Lo empujó fuera de su escritorio, horrorizada. Angie llegó rápidamente detrás de ella, apretando sus hombros. ―¡Muy bien, es cierto que me gusta Sean Canady, es tan sexy como debería de ser, y te he animado a verlo, pero, cielo! ¡Tienes que alejarte de los policías y los crímenes durante un tiempo! ―No, no, no puede ser Sean ―Maggie protestó. ―Te estás involucrando demasiado en esto. ¡Sólo porque un mal alcahuete decidió dejarse asesinar demasiado cerca de este edificio! Angie era estupenda; ella y Cissy eran las mejores amigas de Maggie, pero ahora mismo, Maggie no quería que la dijeran que su asociación con Sean estaba afectando a su bienestar. Los homicidios tenían que ser resueltos, y hasta que fueran solucionados ―de una manera o de otra ―ella estaba involucrada. Se levantó, tratando de parecer en calma, racional, y natural. ―¿Sabes qué, Angie? Pienso que necesito una caminata. Limpiar mi cabeza. Quitarme las pelusas. Voy a tomar una copa. No estoy segura aún si será café o algo repleto del alcohol, pero cuando vuelva, voy a conseguir el bosquejo del diseño para la Sra. Smith. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Maggie, no deberías salir a solas… ―Angie, es pleno día. Estaré bien. Maggie dio a Angie un impulsivo abrazo y corrió hacia abajo por la escalera interior, saludando con la mano a Gema y Allie ―quien estaban un tanto ocupadas con los clientes ―antes de salir rápidamente afuera, a la calle. No estaba segura de dónde estaba yendo hasta que se dio cuenta de que estaba caminando en dirección a Le Bon Marche, el local de Mamie Johnson. Era tarde, casi las cuatro, así que no había nada raro sobre encaramarse en un taburete de bar y ordenar un Manhattan. Sintió las miradas fijas de algunos hombres en el local, pero era capaz de devolver una mirada tan helada que incluso un oso polar habría guardado distancia. Aunque no llevaba ni cinco minutos allí cuando el taburete junto a ella fue ocupado. Sabía antes de girarse que Mamie misma había llegado para sentarse al lado de ella. ―La esperaba ―dijo Mamie. ―¿Si? ¿Por qué? ―No lo sé. Maggie sonrío, sorbiendo su bebida. ―Bien, eso es bueno. Porque no sé exactamente por qué estoy aquí. Mamie levantó una mano. ―He prometido estar atenta al asesino, pero no creo que volverá por aquí. Lee los periódicos. Ve. Sabe que lo conozco, y que le estaré esperando. Y no es su modo entrar aquí con tantas personas alrededor y matarme. ―Así que... Si está buscando a cierto tipo de mujer, tendrá que irse a cualquier otro sitio. Mamie asintió con la cabeza. ―¿Donde? Mamie sonrío. Era una mujer muy atractiva, su piel de color cobre, sus dientes tan blancos contra ella. Sus rasgos llamativos, su movimiento suave. ―Querida, hay cientos de lugares donde él podría ir. ―Sí, pero... Pienso que le gustó lo que consiguió de usted. Un toque de clase. Mamie se encogió de hombros. ―Naturalmente, hay otros como yo. No contratamos a putas, proveemos acompañantes. Compañía en un lugar solitario. Maggie no hizo comentarios. Todo era lo mismo. Rico o pobre. A veces, las prostitutas de clase alta eran solicitadas para nada más que sorber champán y escuchar los infortunios de un tipo. Con una chica de la calle, bebería cerveza o vino barato mientras acunaba el ego de un hombre. Y a veces, rico o pobre, se encontraba con la perversión... o la brutalidad. ―Sean quiere saber qué aprendió ―dijo Maggie. Sorbió su bebida, luego tomó una respiración honda. ―Estoy segura de que van a poner a una mujer policía —o incluso a un policía —si el asesino se acerca a er… a un procurador de acompañantes otra vez. ―Así lo creo ―Mamie estuvo de acuerdo. Maggie tomó otra respiración honda. ―Mamie, ¿Usted me llamaría primero? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Como había esperado, Mamie frunció el ceño. ―¿Qué es lo que tiene en su preciosa pequeña mente, picantona? ¿No ha escuchado cómo han encontrado a esas mujeres? Vaya, usted es tan delgada como una cinta, querida… ―Soy más fuerte de lo que parezco. ―¡Oh, querida! ―Mamie protestó, horrorizada, agitando su cabeza. ―Mamie, por favor.―Maggie puso su mano sobre la mano cobriza de Mamie. ―Mamie, por favor, míreme.―Vaciló. ―No quiero que alguien más salga lastimado. Yo… ―Sólo putas, querida, ¿No lo ha escuchado? ―Mamie preguntó cansadamente. ―Mamie, venga ya, ¡Suena tan rigurosa! Yo no juzgo a las putas, no juzgo a nadie. Hacemos lo que tenemos que hacer para sobrevivir. Mamie, por favor, quiero ayudar. Quiero salvar vidas. Puedo saber quién estar haciendo esto. Y él podría tener un rencor contra mí en particular… ―¡Oh, no! No, no, no, ¡no! Usted no se va a sacrificarse a si misma porque se encuentra en algún tipo de viaje de culpa, señorita Maggie Montgomery. ¿Qué ocurrió? ¿Estaba vendiéndose en algún lugar? ¿Por qué querría este tipo, que es tan brutal con las putas, tener algo que ver con usted? ―No estaba vendiéndome, Mamie. Sólo tengo un enemigo. ―Dígaselo a Sean. ―No puedo. ―¿Por qué? ―No lo comprendería. Mamie suspiró. ―Entonces usted tiene que decírmelo. Maggie negó con su cabeza. ―Si lo hiciera, usted no me creería de todos modos. Mamie la miró fijamente un rato largo. Ella se volvió hacia el Manhattan de Maggie y se lo bebió ella misma, haciendo señas al barman para que les preparara otra bebida a cada una. ―Vengo del brazo pantanoso de un río, querida. Tuve un poco de vudú en mi sangre, aunque no he conseguido la visión como algunos otros. Hábleme. Usted quiere mi apoyo, hable. ―En este momento de mi vida, deseo que pudiera realmente creerme ―Maggie dijo suavemente. ―Como le dije, mi mente está abierta. ―¿Pero usted puede mantener su boca cerrada? ―Maggie preguntó. ―Mamie, necesitaré su apoyo, y su confianza realmente, de verdad. ―Hábleme, querida. Puedo ser una puta vieja en esencia, pero se lo juro, tengo el viejo corazón de oro. Maggie exhaló una respiración larga. Empezó a hablar. La tarde transcurrió. Mamie escuchó y escuchó. La incredulidad perdió intensidad ante la simple duda. Y luego el asombro.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1122 La madre de Callie había venido a por ella, efectivamente, y estaba ahora de camino a una clínica en Denver. Rutger aparentemente estaba fuera de la cárcel y se había metido debajo una roca en alguna parte, pero donde pudiera estar, no importaba ya. No podía tocar a Callie. Un buen punto, Sean se dijo a sí mismo. Gracias a Dios. Necesitaba uno. Con sus principales pistas llevándole a ninguna parte, decidió otra vez que recorrer la ciudad era tan útil como cualquier otra empresa. Y así que caminó junto a plaza de Jackson, y allí, entre una docena de otros distribuidores, vio a una mujer que instantáneamente se convenció de que tenía que ser la amiga de Mamie, la vudú, Marie Lescarre. Se acercó a ella. Dos jóvenes turistas riéndose tontamente le estaban preguntando sobre filtros de amor. Tan vieja como Matusalén, marrón como un roble retorcido, Marie todavía tenía una voz agradable y melodiosa, tocada con las viejas notas del sur, al mismo tiempo que tenía un toque del dialecto francés de las islas. Le dijo a las chicas que sus pociones eran sólo aceites de hierbas, pero no era ningún defecto de ellas si el olor era tan dulce que los hombres correctos llegaban corriendo. Las chicas compraron las pociones mientras Sean investigaba su suministro de quemadores de incienso, piedras, hierbas, y semejantes. Cuando las chicas desaparecieron, la mujer miró a Sean con gravedad. ―Teniente Canady. ―¿Mamie la habló sobre mí? ―Sabía que usted estaba llegando ―contestó, con sus ojos viejos reumáticos enfocando duramente sobre los suyos. Cierto. Lo sabía. Mamie no se le había dicho; ella acababa de saberlo. ―¿Así que usted es Marie Lescarre? ―Usted lo sabe ―la anciana contestó, sonriendo. Para un ave tan vieja, tenía los dientes fabulosos. Se preguntaba qué gris―gris, qué magia, le dio tal buena retención de calcio. Él sonrío. ―¿Su nombre real o su nombre artístico? ―Preguntó, añadiendo cortésmente, ―Su nombre es muy similar a uno de esos vudús que se hicieron tan famosos aquí —Marie Laveau y su hija. La anciana sonrío. ―Marie es un nombre lo suficientemente común para cualquier mujer francesa, católica, o de ascendencia de la isla. Lescarre es el nombre de mi difunto marido. Sean se sentía incómodamente indultado. Como si se hubiera estado burlando de ella. Se sentía como estuviera actuando de la misma manera que un niño —y como si ella se estuviera comportando de una manera más madura. ―No necesita ruborizarse, Teniente. Es usted un buen hombre. Él se encogió de hombros. ―Gracias.―¿Si Mamie no la había hablado, cómo supo su nombre y su rango —o incluso que era un policía? Tonto. Su nombre y se cara habían estado en las noticias y en los periódicos lo suficientemente a menudo. ―Por eso ha venido a mi ―Marie Lescarre dijo entonces. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Se encogió de hombros otra vez. ―Mamie Johnson sugirió que lo hiciera. ―Ah. ¿Así que usted ha venido a un vudú para burlarse de mí? Agitó su cabeza, dándose cuenta de la sobria verdad. ―He venido porque estoy dispuesto a probar cualquier cosa para parar estos asesinatos. Parecía contenta, asintiendo con la cabeza. Pero luego su voz llevó un sonido preocupado. ―Usted está en peligro, ya lo sabe. ―Soy policía. Estoy siempre en peligro. Marie negó con su cabeza. ―Usted es un alma vieja, teniente, un alma muy vieja. ―Ahora, Marie… ―Escúcheme, Teniente ―dijo tranquilamente, levantando una mano huesuda. ―Sabemos que hay negro y hay blanco. Hay noche y hay día. Hay maldad y hay bien, sin embargo, incluso si la “maldad” no es siempre vista, ni nosotros podemos tocarla. Hay fuerzas en la ciudad ahora; buenas y malas. Hay una lucha. Vaciló, no creyendo totalmente en el lo que estaba a punto de preguntar. ―¿Es Maggie Montgomery malvada? Para su alivio, ella negó con la cabeza. ―Pero ¡Protéjase a usted mismo! Protéjase bien a usted mismo. Ella no es lo que parece. ―¿Es ella una vudú? Marie sonrío, como si se hubiera reído interiormente. Agitó su cabeza. ―Preste atención a las noches, Teniente. ―Ahora, Marie… ―No hay nada más que pueda decirle. Siempre ha habido gris―gris en este lugar. Magia. Buena y malvada. Protéjase a sí mismo, tenga cuidado. Mire a la bestia, y acuérdese de qué armas necesitará. Abra su mente. Eso es lo más importante. Las leyendas están generalmente basadas en hechos. Usted cree en Dios, Teniente, ¿No? ―Sí, soy de una vieja familia católica yo mismo… ―Usted no lo ve a EL, no lo conoce a EL, pero usted cree que existe. La fe es confiar en lo que no se puede ver. Pensamos que la fe es algo compartido por hombres inteligentes. Luego sabemos que hay más en este mundo de lo que podemos ver a simple vista, de lo que podemos encontrar, de lo que es sabido y aceptado. El mundo no es plano; los hombres han caminado por la luna. Todas las cosas son posibles. Mire a la tierra, al cielo, a la noche. Lo negro y lo blanco. Recuerde, el rojo que circula en todas las venas es la sangre de nuestra vida. Y tome esta magia que le doy. Ella alcanzó la mano de él, con su delgada mano cerrada apretando algo que sujetaba fuertemente. Lo dejó caer en su palma, doblando sus dedos alrededor de los de él. ―No puedo coger algo de usted ―empezó a protestar. Era vieja. Tal vez era un graznido de vudú ―pero todavía necesitaba unos ingresos. ―Coja esto. ―Venga ya, vale, ¿Qué le debo? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Después de todo, esto podría ser una estafa entre Mamie Johnson y Marie. Mamie conseguía “acompañantes” para aquellos que los necesitaban; quizás también conseguía magia como una ampliación de sus ganancias. ―No me debe nada. Nada en absoluto. Es un obsequio. Porque hay oscuridad y luz. Bueno y malvado. Usted es bueno. Yo soy buena. Y todos somos uno. Eso es lo que importa. Ella estudió sus ojos atentamente, luego se volvió rápidamente apartándose de él, renqueando hacia una joven pareja que estaban observando sus ampollas de aceites de amor y lociones. Agitó su cabeza. Ya se sentía estúpido. Escuchar a una vudú ¿Qué diablos le había dado? ¿Algún tipo de talismán, el pie de un conejo, una garra de pollo? Había una cruz en su mano. Nada más oculto que una cruz, de plata, de aproximadamente dos pulgadas de longitud, y colgada de una larga cadena. Sonrío. Bien, había mencionado que aquellos que eran franceses, católicos, o de ascendencia de la isla llevaban su nombre. Empezó a girarse, y caminar a través de los turistas dispersos. ―¡Teniente! Se giró. La vieja Marie Lescarre le había vuelto a llamar. ―¡Póngasela! ―Lo exhortó. Era tan sincera. Tuvo que devolverla la sonrisa, inclinando la cabeza. Y deslizó la cadena alrededor de su cuello. No le había dado ningún amuleto absurdo. Era una cruz. Podía vivir con eso. Si hubiera sido algún otro tipo de amuleto... Bueno, era policía. Y bien, tenía un poco de ego masculino. Pero una cruz... En realidad —y muy curiosamente —tenía que admitir que se sentía más seguro tolerando la cosa. Qué diablos. No le iba a doler. Dejando Jackson Square, se sorprendió a si mismo aventurándose hacia el local de Mamie. Pidió una coca cola y un sándwich, y cuando Mamie vino para sentarse en la barra a su lado, le aseguró que no había visto al hombre otra vez. ―No creo que vuelva por aquí. Sean se encogió de hombros. ―Puede. ―Seguramente ha visto su cara en los periódicos. ―Pero puede pensar de si mismo que es demasiado bueno para dejarse atrapar. Si es así, podría querer mostrarle su cara otra vez. Desafiando. Viendo si podemos cogerle lo suficientemente rápido. No está asustada, ¿O sí? ―Puede ser. Sólo un poquito. ¿Puede ayudarme lo suficientemente rápido si viene a por mí? Él masticó la carne asada sobre el pan de trigo y la sonrío. ―Usted tiene a policías aquí en todo el tiempo ahora, ¿lo sabe? ―Lo sospeché. Está arruinando mi negocio. ―Soy policía. Se supone que debería de estar arrestándola por su negocio, ya sabe. Mamie sonrió abiertamente.

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―Gracias a Dios porque mi cocinero es bueno. ―Vi a su amiga en Jackson Square. ―¿Fue a ver a Marie? Él asintió con la cabeza. ―¿La dijo que yo iría? Mamie negó con su cabeza. ―No. Él medio sonrío. ―Me reconoció. ―Es vudú. ―Venga ya, Mamie. ―Hay bien, hay mal. Hay religión, hay abracadabra. A pesar de todo. Sonaba inquietamente como Marie. ―Bien, estoy llevando la cruz que me dio, ¿Cómo lo ve? ―Usted va a necesitarla ―Mamie le aseguró. ―¿Una cruz? Mamie asintió con la cabeza. ―¿Las cruces asustan al vudú malo? ―Ahora, chico, haría mejor en aprender a creer que hay fuerzas más allá del hombre. ¿Quiere un poco de pan de ajo? La miró fijamente, frunciendo el ceño. ―Mamie, estoy comiendo un sándwich de carne asada. ―El pan de ajo sería bueno para usted. ―Mamie, no quiero pan de ajo. Yo… ―Usted debe sacarla esta noche. ―¿Qué? ―A su chica. Sáquela esta noche. A un bonito restaurante italiano. Coma mucho ajo. ―¿A usted no le gusta Maggie, Mamie? ―No, me gusta bastante. ―¿Entonces, por qué quiere que yo vaya a estropear una buena relación con un aliento para matar? Mamie agitó su cabeza. ―Como dije... Pero no lo dijo. Su voz se fue apagando. ―¿Ajo? Ella se encogió de hombros. ―Mamie, hemos estado hablando del bien y el mal. Del vudú. Ahora de cruces y ajo. Vi muchas películas de Hammer con Peter Cushing y Christopher Lee cuando era niño. Está empezando a sonar como si pensara que la ciudad está infestada de vampiros. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Quien somos nosotros para saberlo? ―Mamie preguntó inocentemente. ―Mamie, venga ya, aquí estamos hablando de un asesino de carne y hueso. No vaya a querer desviarse del tema.―Se bajó de su taburete, extendiendo la mano hacia su billetera buscando dinero. ―Paga la casa ―dijo Mamie. ―Creo que probablemente debería pagar ―dijo con un guiño. ―No me pague. Podría ser su última comida. Agitó su cabeza, inclinándose hacia ella, sorprendido de que lo estuviera mirando con tal preocupación y cariño. Besó su mejilla. ―Estaré bien. Estoy llevando la cruz de su amiga. ―Seguro ―dijo. ―Está bien, ahora, Mamie, ¡Tenga un poco de fe! Estoy llevando la cruz de Marie, ¿No? Fui a ver a una vudú porque usted quería que lo hiciera. ―Cierto. ¿Entonces? Mamie tenía los ojos bonitos. De color marrón, amplios y oscuros con motas de oro. ―Quiero que usted lleve algo por mí. ―¿Qué? Se encogió de hombros un poco tímidamente. ―Lo conseguí del tipo del F.B.I. que está ayudando aquí. Es un reloj, pero si usted cree que está en un aprieto, sólo tiene que empuja la cara hacia abajo. Es mejor que llamarme, o llamarme por megafonía, o tener a alguien buscándome por la radio. Es como un buscapersonas, es solo privado, entre usted y yo. Usted da un toque, y vibrará en mi. Mamie se río, deleitándose. ―Oh, querido, podría darle un toque y hacerle cosas que vibraran realmente, si solo me diera media oportunidad. Pero bueno, ya está usted vibrando suficientemente como está, ¿No? ―Ella asintió. ―Es algo especial, ¿No? ¿Su chica? ―Ella es diferente de cualquier otra, y ése es un hecho. ―No vaya a enamorarse demasiado profundamente, Teniente ―Mamie le advirtió. ―Manténgase a salvo ―Sean la advirtió, dejándola por fin. ―No se olvide, si usted está en un aprieto... Mamie sonrió abiertamente otra vez. ―¡Me alegraré de darle un toque, señor! ―dijo, y saludó juguetonamente. Dejando el local de Mamie, Sean hizo una llamada a la oficina de Maggie desde su automóvil. Ella estaba preocupada, y quería saber qué había estado ocurriendo. Le dijo que Callie se había ido, y que Rutger no había aparecido para poner problemas a su marcha. ―Agradecidamente, es un penique malo que no volverá de nuevo. ―¿Qué ocurrió en la morgue? ―Oh, ya conoces la morgue. Está sólo llena de cadáveres muertos. ―Lo sé, pero...

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Le gustaba el sonido de su voz. La extrañaba. Habían estado separados solamente por unas horas, pero la extrañaba. Aunque, repentinamente sentía que era importante guardar cierta distancia con ella. Vudú. No creía en el vudú. Por supuesto, había seguido su instinto a menudo... ―Voy a estar fuera hasta un poco tarde esta noche ―le dijo. ―Oh. Vaciló, condenándose a sí mismo. ―Pero bueno, de nuevo, si te apetece ser una trasnochadora... Una trasnochadora. Hmm. La ciudad estaba llena de trasnochadores, personas levantadas a todas horas. Sonrió abiertamente. Mamie estaba sugiriendo que la ciudad estaba llena de vampiros al mismo tiempo que vudús. Bien, les gustaba la noche, ¿No? Al asesino le gustaba indudablemente. ―Llámame en cualquier momento ―Maggie dijo. ―Y quiero decir, Sean, en cualquier momento. ―Genial ―dijo. ―¿Sean? ―¿Sí? ―Te quiero ―dijo suavemente. Todo dentro de él pareció derretirse un poco. ―Yo también te quiero. Apagó el teléfono, y continuó conduciendo. Al principio ni siquiera había estado seguro a donde se estaba dirigiendo, pero se encontró camino a la plantación Oakville. Mientras conducía por la entrada, vio que su padre estaba sentado en el porche, balanceándose despacio de un lado a otro en el viejo y blanqueado columpio. ―Hey, papá. ―Hola, Hijo. Me alegro de verte. ¿Qué te trae aquí en medio de la semana? Se reunió con su padre. ―¿Una cerveza? ―Daniel preguntó, mirándolo con curiosidad. ―Claro. Su padre extendió la mano dentro del arcón de hielo que se encontraba a su lado y sacó su recién embotellada cerveza de su pequeña fábrica. Sean sonrió abiertamente, y bebió a grandes tragos. Sabía endiabladamente bien. ―Está bien, así que ¿Cuál es el problema? ―Daniel dijo. ―Necesito respuestas. ―Lo que necesitas son expertos en huellas digitales, tecnólogos, con esas nuevas altas tecnologías que indican espermatozoide en todas partes como en esa película de Sharon Stone con el picahielos. ―Ya tengo todo eso, papá. ¿Adivinas qué más tengo?

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―No lo sé. Dímelo Le habló a Daniel sobre el cadáver que había sido decapitado, y siguió hablando, describiendo a Mamie, y admitiendo que había ido a Jackson Square y que Marie Lescarre le había dado una cruz para llevarla puesta. ―Interesante ―dijo Daniel. ―Sí, lo es, ¿No? ¿Puedes darme algo de historia que remotamente se parezca a lo que está ocurriendo aquí? ―Sí. ―¿Qué? ¡Genial! Ayúdame. ―Jack el Destripador. Sean suspiró. ―Papá, el último homicidio de Jack el Destripador fue en noviembre de 1888 ―o eso dicen los principales destripalogísticos, incluso si algunas víctimas más son puestas en la pila de vez en cuando. ―Has estado leyendo ―dijo Daniel seriamente. Sean se encogió de hombros. ―Hay un destacamento especial dedicado a esto, papá. Todos han estado leyendo. ―Muy bien, así que estás al tanto de los homicidios... insistamos en los sospechosos. Algunos dicen que Montague John Druitt, un joven próspero que no logró totalmente pasar de la escuela media, murió en el Támesis poco después del último homicidio. Luego hubo un tipo llamado Ostrog, que acabó en un manicomio. Está la escuela de los que piensan estar convencidos de que podría haber sido una Jill la Destripadora —probablemente una matrona amargada o algo parecido, ¿Sabes? —y está la teoría real —el mismo Duque de Clarence, el nieto de Victoria, o un doctor del tribunal, William Gull. Hay un último que, entresacado del Diario de Jack el Destripador escrito por Maybrick, murió de gastroenteritis no mucho después del homicidio. En fin, ¡Ése fue un caso triste! No por Maybrick, sino por su esposa. Pobrecilla. Fue condenada por asesinato sin muchas pruebas, pero era la Inglaterra Victoriana y la pobre había estado teniendo una aventura amorosa mientras su marido anduvo de un lado para otro por todos lados. Pienso que la familia del tipo tuvo mucho que ver con que la esposa terminara condenada. Fue indultada a última hora. ―¡Papá, ninguna de estas personas está ahora en Nueva Orleans destripando putas y decapitando cadáveres! Daniel se encogió de hombros, ofreciéndole una media sonrisa. ―Bien, en fin, está la teoría de que Jack el Destripador era un verdadero monstruo. Hecho de la niebla, de la suciedad y de la sórdida pobreza del East End. Un verdadero demonio. ―Genial. Sólo puedo decirle al jefe ―y a los periódicos ―que estoy buscando una neblina malvada. Daniel sonrió abiertamente. ―Diles que estás buscando a un monstruo. Los hombres son bastante capaces de ser monstruos. Tú preguntaste. ―¿Eso es todo lo que puedes darme? Daniel lo pensó por un minuto.

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―Bien, esto es Nueva Orleans. Supuestamente, los zombis han caminado a las sombras de las viejas plantaciones ―y en el French Quarter también ―imagino. Sean lanzó un gruñido. ―También está ese caso en la prisión en 1909... Sean frunció el ceño. ―¿Qué caso? ―Uno interesante. Todos esos decapitados me lo han recordado. ―¿Bien? ―Un niño retrasado, Josh Jurgen, fue condenado a muerte por el homicidio de una compañera de juegos. Josh ―y su madre ―afirmaron durante el juicio que un vagabundo había matado a la niña pequeña. Aparentemente, mucha gente pensaba que el niño estaba contando la verdad, pero sabes lo crueles que pueden ser algunas personas... podría no haber ocurrido ahora, te lo puedo asegurar, pero volviendo a entonces… bien, de todos modos, la madre estaba histérica, el niño aterrorizado, llorando y continuando así durante los días antes de su ejecución. Fue mantenido incomunicado, esperando el gran el día, luego… no estoy seguro de que esto sea cierto. ―¡Papá! Demonios, ahora, dime lo qué sabes. ―No tiene nada que ver con esto, probablemente. La noche anterior a que él fuera colgado, el chico se suicidó. ―Extraño ―Sean dijo lentamente. Daniel sonrió abiertamente. ―Extraño, pero ¿Por qué estoy contándote esto, eh? Se colgó a sí mismo. Y se las arregló de algún modo para colgarse a si mismo tan fuerte y con tal fuerza que... Bien, esto, se las arregló para arrancarse la cabeza. Se decapitó a sí mismo. ―¡Whoa! ―Ahora esto es algo para los registros ―Sean admitió. ―Pero hay algo más al respecto ―tan lejos como tu interés en la historia pueda llegar ―Daniel dijo. ―¿Sí? ―dijo Sean. Daniel tomó un largo trago de su cerveza casera. ―Buen lote, esto, ¿no lo crees? ―Papá, ¿Está tratando de provocarme? Daniel sonrió abiertamente. ―La madre del niño era la mejor amiga de Mary Montgomery ―que debe haber sido la tatara―tatara―tatara abuela de tu chica, tal vez. Mary suplicó por el niño en el juicio. A pesar de su prestigio, el niño fue condenado. Dicen que ella fue la última persona que estuvo con él antes de que se suicidara. ―Interesante, efectivamente ―Sean dijo. ¿Qué es lo que pasa con todos? Tratando de hacer que la familia de Maggie esté maldecida o algo semejante. Así que, ¿porqué te sientes a ti mismo como si hubiera algo endemoniadamente mal sobre ella? ―El bayou está lleno de cuentos de fantasmas ―Daniel le recordó. ―Gracias.

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―Las lunas llenas sacan a los hombres lobo. Naturalmente, hay base en tales leyendas. El tirón gravitacional de la luna causa reacciones fisiológicas. Luna —lunático. Alguien que trabaje en la sala de emergencias de un hospital puede decirte que la violencia se intensifica durante la luna llena. ―¡Qué ayuda! ―Sean dijo peculiarmente. ―Estoy haciendo todo lo posible. En fin, la ciudad está llena de cultos a los vampiros, ya sabes. ―Sí, sí. Daniel sonrió abiertamente. ―Tu cruz es de plata. Pregúntate si la vieja Marie estaba preocupada por hombres lobo o vampiros. ―Papá... ―Los Montgomerys ―y un Canady, por cierto ―mataron a un hombre una vez, supuestamente, sospechando de él por tales hábitos horribles. ¿Recuerdas? Estábamos hablando de eso la otra noche. Algunos dicen que lo mataron sólo por ser francés, pero eso es un poco drástico, ¿No crees, especialmente en una ciudad como Nueva Orleans? Luego, por supuesto, eso provocó el aumento de las leyendas de que los Montgomerys se cargan a un vampiro de vez en cuando, en cada generación o semejante; algo en los genes, imagino. Ha habido rumores extraños sobre los Canadys también. Sean gimió. ―Bien, diablos, no todos podríamos ser héroes. Aunque, por supuesto, es bonito tener algunos en la línea familiar, ¿No crees? ―Sí, papá. Bonito. ―Te lo juro por Dios ―dijo Daniel, ―Desearía ser de más ayuda.―Se encogió de hombros. ―Hasta donde llega Jack el Destripador, probablemente nunca lo sabremos. No teníamos la tecnología entonces que tenemos ahora. Pero volviendo atrás, hubo aquellos que realmente creían que el aire en el East End era tan apestoso por la pobreza, la crueldad, y el crimen, que el demonio vivía allí en ese momento. Tú has estado ahí, ¿Recuerdas el viaje que hicimos a Europa el último año de la escuela secundaria? Has visitado los sitios frecuentados por el Destripador, y sabes que todavía hay áreas que necesitan desesperadamente una renovación, donde la neblina todavía esconde asesinatos, y donde puedes creer realmente en el diablo. No solo en Londres. En la mayoría de las ciudades. Y durante toda la historia ―a través del mundo ―han existido informes de criaturas sobrenaturales. Algunas personas hoy en día están convencidas de que los ángeles los vigilan. Y en la Edad Media, bueno, los hombres creían que tenían razones de creer en cazadores y vampiros. Hay docenas de casos, legalmente documentados por funcionarios cuerdos, de los brotes de vampirismo. Algunos de ellos pueden ser explicados. Desgraciadamente, la gente algunas veces era enterrada viva y por lo tanto, al cavar, sus cadáveres aparecían frescos. También, incluso después de la muerte, algunas funciones corporales continúan y por lo tanto los cadáveres se han “incorporado” después de muertos. En cuanto a los vampiros, la sangre forma un charco en trayectoria descendente del cuerpo después de la muerte, dejando la cara sumamente pálida. ―Por eso los hombres sin educación creyeron que los fenómenos naturales crearon a los vampiros ―dijo Sean. Daniel se encogió de hombros.

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―Sí, pero también hay otros casos históricamente documentados. Muchos en Europa, no demasiados en los Estados Unidos. Hubo una familia de New England que perdió a una hija que luego empezó a aparecer por la noche frente a sus hermanas. Cinco niños murieron antes de que el padre decidiera desenterrar la descendencia a quien había enterrado, apuñalar sus corazones con estacas, cortarlos, y quemarlos hasta convertirlos en ceniza. Las muertes entonces pararon. ―Los niños, probablemente, tenían una enfermedad contagiosa que se pasaron entre ellos. ―Pero los cuatro niños que quedaban sobrevivieron… después de que lo cinco hubieran sido desenterrados, manejados, y vueltos a enterrar. ―Así que, ¿Un vampiro está haciendo todo esto? ―Están aquellos que, históricamente piensan que son vampiros. La Condesa Bathory tomó las vidas de cientos de mujeres jóvenes, creyendo que su sangre le daría la juventud. Hubo un caso aquí, a comienzos de los años veinte, cuando algunas personas fueron asesinadas por hombres que bebieron su sangre. Real o imaginado, tienes que mirar cada ángulo, y estudiar aquello por lo que estás en contra. Sean se puso de pie, dando pequeños golpecitos a su padre en la espalda. ―Gracias, papá. Has sido de una gran ayuda. Palabra de honor. Daniel sonrío. ―Lo intento. ¿Ya te vas? ―Tengo… hay muchos malditos cadáveres alrededor estos días, no parezco tener otra opción. Su padre le saludó con la mano, y él hizo lo mismo, regresando a su automóvil. Mientras conducía, volvió a recordar todas las conversaciones del día en su mente. Acababa de llegar al French Quarter, cuando se dio cuenta de que el terminal buscapersonas que había dado a Mamie estaba vibrando en su bolsillo. Agarró el dispositivo, y exploró las luces de neón que destellaban en la ciudad. Frunció el ceño por un minuto, intentando orientarse. Estaba en un callejón, en Bourbon Street. Volteó algunas páginas mentales para ver la zona en su mente. Aceleró el automóvil. Sudando cada momento mientras conducía. El callejón era oscuro, sucio, flanqueado por antiguas estructuras que fueron declaradas inhabitables casi todas ellas. Había algunas tiendas en la calle, algunas casas pobres. A decir verdad... El callejón era excepcionalmente parecido a una calle... En la vieja Londres. Whitechapel, Spitalfields. El lugar predilecto del Destripador.

Londres, 9 de Noviembre de 1888. Megan no consiguió encontrar a Peter hasta casi las 5 de la mañana, en las sombras oscuras de un callejón, caído contra la pared de una casa de vecinos. Sentado, con sus manos manchadas de sangre en frente de él, y sus ojos sobre sus manos. Le llamó por su nombre, apurándose hacia él y envolviéndolo en sus brazos. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Usted no lo hizo, ¡Usted no lo hizo! ―Le garantizó. ―Usted no la mató, Peter. ―¿Cómo sabe que no soy un monstruo? ―Lo sé. ―¿Cómo puede hacerlo? ―Porque lo sé. He visto a monstruos, Peter, y usted no es uno de ellos. Usted no la mató. ―¿A ella? ―Peter dijo, y empezó a reírse roncamente, pero de una manera que la asustó, porque rayaba en la histeria. ―¿No lo ha escuchado? Ha habido un doble asesinato esta noche. Dos mujeres muertas. Dos. Una en el jardín de George, la otra en la plaza Mitre. Y, ah, debería escuchar lo que ya susurran sobre el segundo. ¡Las cosas que la han hecho, la violencia! ¡Fue mutilada hasta ser irreconocible! ―Empezó a reírse otra vez, y luego a llorar. Megan lo sacudió ferozmente. ―¡Peter, usted es más fuerte que esto! ―Le forzó a mantenerse sobre sus pies, y luego, cuando continuó pareciendo no tener ninguna voluntad propia, abofeteó su mejilla. ―¡Usted no ha hecho esto! Comprenda la verdad. ¡Usted no podría haber hecho esto! ―No, no, no creo que podría haber hecho tal cosa, pero no sé dónde estuve, o qué he hecho. El tiempo ha pasado, el pasado se ha ido, no hay nada más aparte de esta negrura y la sangre. Oh, Dios, mire la sangre sobre mis manos, mire la sangre... Lo movió hábilmente hasta casa. Se escabulleron por la oscuridad que quedaba de la noche. El día vino a llevarse las sombras por fin. Pero ninguna cantidad de luz podía llevarse el nuevo terror. La primera víctima, identificada como Liz Stride, o Long Liz al final, era una prostituta Sueca. Se había librado de la mutilación. El asesino se había ensañado con Catherine, o Kate, Eddowes. Había sido incluso más cruelmente destripada y dividida que Polly Chapman. ―Asesinada de la misma manera que un cerdo ―, un testigo que encontró el cuerpo informó de ello. El estómago cortado abierto, los órganos retirados... Algunos órganos desaparecidos. Aunque fueron asesinadas a menos de una milla una de otra, Liz había muerto en la jurisdicción de la policía Metropolitana; Kate había sido asesinada en la zona de la policía de la Ciudad. Se pusieron en marcha inmediatamente masivas persecuciones en ambas fuerzas. Fue encontrada una pieza de delantal ensangrentada, y escrito en tiza blanca sobre la imposta de ladrillos negros en el borde de una entrada cercana, estaban las palabras, ―“Los Judíos son Los hombres que no Serán ser Culpados por nada”. Lo que fue escrito llegó a la gente a través del boca a boca, y para Sir Charles Warren, temeroso de que las palabras podrían causar disturbios anti-semitas, ordenó que lo borraran inmediatamente. Así que se empezó a ponderar sobre qué exactamente representaban las palabras ―y si ni siquiera habían sido escritas por el asesino. Otra vez, la ciudad enloqueció. Peter estuvo al principio enfermo, con miedo, luego empezó a creer en las certeza de Megan, y tomó la determinación de probarse a si mismo que no era culpable de los atroces crímenes. Inmediatamente después de los asesinatos, un periódico muy importante dejó caer la información de que había sido recibida una carta ―antes de los más recientes asesinatos ―escrita por un hombre que afirmaba ser el asesino. Estaba dirigida al “Estimado Jefe”, hablando sobre la tonta policía y la agudeza de su cuchillo, prometiendo enviar una de las orejas de la próxima dama, y estaba firmada como, ―Jack el Destripador. ―Otra carta había sido recibida poco después remitida por el mismo escritor… prometiendo un evento de doble.

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Y ofrecimientos más horribles iban a llegar con la correspondencia. George Lusk, presidente del Comité de Vigilancia de la Milla Final, recibió un pequeño paquete marrón. Contenía medio riñón, y un mensaje del asesino de que lo había “preservado” para Lusk, ―mientras que él había asado y comido la otra mitad. Los patólogos más destacados fueron consultados por la policía y el consenso confirmó que el riñón era humano, más probablemente de sexo femenino. Londres se volvió salvaje con la cólera y el pánico. Peter gastó horas mirando fijamente al vacío. Megan se dirigió a las calles a solas, buscando a Jack el Destripador. Octubre pasó. Laura se puso enferma, y Peter trató de despertarse de su letargo y su miedo. Cuidó de su esposa, y cuando parecía recuperarse de la gripe que la atormentó al mismo tiempo que su embarazo, él empezó a notar que Megan se iba noche tras noche. La siguió, exigiendo saber qué estaba haciendo. ―¡Salvar su cordura! ―Le dijo. ―¡A costa de su propia vida, pequeña tonta! ―La acusó. ―Si sigue empeñada en ese tonto capricho, debo estar con usted. ―¿A quién puedo abordar si está usted conmigo? ―Preguntó Peter comenzó a enfadarse, advirtiéndola que no se atreviera a burlarse de tal asesino. Trató de asegurarle que no estaba en peligro, que era joven y fuerte y raramente bebía. Aunque, esa noche, había compartido una pinta con él. Y se compadecieron juntos de que, diariamente, los rumores crecían cada vez más absurdos. Los médicos eran sospechosos, los carniceros, los comerciantes, los extranjeros ―incluso miembros de la familia real, a pesar de que la misma Reina Victoria estaba consternada y demandaba respuestas de la policía. Desde que las cartas habían sido publicadas, ¡La policía había recibido más confesiones que las que podían contar! ―Megan le recordó a Peter, y él estaba mucho mejor. Hicieron un pacto esa noche. Peter trabajaría otra vez, y creería en sí mismo. Y cazarían al asesino juntos. Durante todo el mes de Octubre, el asesino permaneció aletargado. Aunque, como la policía, Megan y Peter patrullaban las calles. Era suficientemente fácil para ellos hacerlo; Peter tenía negocios legítimos entre sus pacientes. El viernes, el nueve de noviembre, iba a ser el día de la función del Lord Alcalde. El nuevo Lord Alcalde de Londres conduciría su estado por las calles de la ciudad con una pompa tremenda para tomar el juramento del cargo en los Tribunales Reales de Justicia en el Strand. Peter y Megan hablaban de la pompa mientras cruzaban Whitechapel esa noche. Eran una noche extraña, con la temperatura aumentando escalofriantemente, y todavía, una niebla que giraba en la oscuridad y las sombras. Mientras caminaban, escucharon repentinamente un grito suave. ―¡Asesinato! ―¡Mi Dios! ―Peter gritó. ―¡Permanece cerca! Y corrió hacia adelante. De algún modo, entre la oscuridad y las sombras y el despiadado giro de la niebla, Megan lo perdió. Gritó su nombre, corriendo a través de la noche. Corrió, y corrió, y corrió. Cuando llegó el Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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amanecer, todavía no lo había encontrado. Dejó de caminar, y se dio cuenta por fin, que la mañana había venido, y que ella había llegado caminando a casa. Se alarmó al ver que la puerta de Peter y Laura permanecía abierta. Con el temor llenando su corazón, se apresuró. Vaciló sólo un momento, luego escuchó el sonido de un desgraciado sollozar tan profundo que era insoportable. Entró corriendo, y encontró a Peter sobre sus rodillas al lado del sofá donde Laura estaba tendida, aunque muerta. Megan entró en la habitación cuidadosamente. Laura estaba acostada en el sofá, pálida como la nieve, hermosa, débil... ―¿Peter? ―Está muerta ―dijo sollozando. Y se dio cuenta de que la condición de Laura había empeorado durante la noche, y que se había muerto mientras ella y Peter habían ido a la caza del asesino. Laura se había muerto a solas. Quizás, si hubiera estado con ella, podría haberla salvado. Por lo menos, no se habría muerto sola y abandonada. ―¡Oh, Peter! ―susurró, y trató de calmarlo. Pero él no se lo perdonaría a sí mismo. ―¡Estoy maldito! ¡Otra vez desperté con sangre, y Dios me ha castigado por las vidas que he tomado con la más preciosa de las vidas! ―¡Peter, no! Por el bien de su alma inmortal, usted no debe creer tal cosa… ―¿Qué sabe acerca del alma inmortal? ―exigió entrecortadamente. ―Solamente que es la más preciada parte de nosotros ―le dijo uniformemente. ―Peter, Laura está con Dios, y usted debe darse cuenta de que no es su culpa, y que debe continuar ayudando a otros. Tembló, todavía agarrándose al cuerpo de su esposa. ―Megan... Usted ha sido tan buena con nosotros. Ella la quiso muchísimo, usted lo sabe ―dijo, hablando como si estuviera confundido, roto. ―Megan, ¿Me conseguiría un brandy? Por el amor de Dios, necesito un poco de ayuda ahora, oh, Dios, oh, mi Laura... ―Le conseguiré un brandy ―dijo Megan rápidamente. Se apresuró a hacerlo. Cuando dejó la habitación, escuchó un disparo. Se quedó paralizada y regresó. Peter había llevado una pistola a su cabeza. Había disparado una bala limpia en su sien. Él murió sobre el pecho de su esposa. Al día siguiente, las horribles y horripilantes noticias del homicidio de Mary Jane Kelly, una prostituta irlandesa de veinticinco años, eclipsaron las noticias sobre el Lord Alcalde. Fue asesinada en la habitación que tenía alquilada en Miller Square. El asesino se había tomado tiempo con ella, mutilando salvajemente su cara hasta ser irreconocible, extrayendo sus órganos, organizándolos a su alrededor, pelando partes de su cuerpo hasta el hueso. Megan escuchó las noticias cuando acudió al telégrafo para enviar la noticia a las familias de sus amigos sobre sus trágicas muertes. Estaba furiosa consigo misma por no darse cuenta de la condición de Laura, y furiosa tanto con Peter como con sigo misma por no haber tenido la suficiente fuerza para evitar que se suicidara. Profundamente entristecida por sus muertes, fue sacudida por la muerte de la joven mujer que nunca había conocido. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Esa noche, descompuesta, perdida, más sola que nunca, se encontró caminando hacia la plaza Miller. Las calles estaban llenas de asustados y curiosos. Aunque, mientras miraba fijamente la casa donde el terrible evento había ocurrido, sintió como si ella fuera observada, y se dio media vuelta. Estaba ahí. Con un sombrero de cazador y una capa negra, estaba en un jardín desolado a unos cientos de metros, en las sombras. Él levantó su sombrero. Ella caminó hacia él. ―¿Qué estás haciendo aquí? ―Mirando los resultados de mis trabajos manuales. Ella aspiró bruscamente, mirándolo fijamente con una cólera más profunda que cualquier emoción que alguna vez hubiera conocido. ―¿Qué? ―¡Oh, venga ya! ¡Seguramente eras consciente que los torsos del río eran obra mía! ¡Y alguna vez has hablado de la inocencia y la calidad de la vida humana! Tú eres la que es tan recta, alimentándose de los condenados por homicidio y semejantes. Estas mujeres eran patéticas, pésimas, enfermas, cubiertas de plagas. Eran putas. Muertas por el alcoholismo. Muertas de desesperación. Me apresuré… ―¡Las has masacrado! ―Ah, bien, parece malo, pero estrangulé a las muchachas primero. Las facilitó suavemente la salida ―luego las corté un poco para enredar a la policía. Quiero decir, no regalé a ninguna de ellas con esta vida. Eran desechos humanos antes de que acabara con ellas, nada más. ―¡No las mataste siquiera por hambre! ―Dijo. Sonrío. Y entonces ella lo supo. ―Las maté porque soy una bestia. Como lo eres tú ―le dijo. ―Las mataste para hacerle creer a Peter que era un asesino, volviéndole loco. Lo atrajiste, lo hipnotizaste, y le hiciste pensar eso... Oh, Mi dios, ¡No importa lo que me hagan! ¡Te mataré! Él nunca tuvo tiempo de reaccionar. Ella estuvo sobre él con una rabia ciega a diferencia de cualquier cosa que ella nunca hubiera conocido. Rasgó con uñas y dientes, maltratando, rompiendo... Y él gritó. Y ella se dio cuenta de su propio salvajismo. Había cometido el pecado más grande de su propia especie, la única infracción que casi podía provocar su propia ejecución: estuvo cerca de haber separado su cabeza de su cuerpo. No la preocupaba. Lo mataría. En este momento, ella moriría de buena gana. Unos brazos estuvieron repentinamente alrededor de ella, separándola. Lucian. Alejándola. Sintió una precipitación de la oscuridad y la luz, del tiempo y la sombra. Escuchó sus palabras. ―¡No lo hagas! ¡No lo hagas! Está gravemente lastimado, podría tardar siglos en curarse. Cerró sus ojos. La vida era como un abismo. No la preocupaba. Despreciaba esta vida. No podía soportarlo... Escuchó un demonio, carcajeándose. Aaron Carter. La estaba amenazando… El carcajeo, de la misma manera que el tiempo, se desvaneció… Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1133 Mamie no pensaba dejar el trabajo de ninguna manera. No importaba lo qué pensaran Sean o Maggie. El asesino no era ningún tonto. No volvería donde podrían reconocerlo. Y aunque Mamie sabía que no todo el mundo era siempre exactamente lo que parecía, no estaba segura de cuanto gris―gris había en el mundo tampoco. No sabía qué pensar sobre la fantástica historia que Maggie Montgomery la había contado. Se consideraba a si misma segura, incluso en las entrañas de Nueva Orleans. Había tomado varias medidas dentro de ese mundo, y ella era una parte de él. No había nada que la asustara ahí. Había visto lo que era terrible en la vida, y ésa era la pobreza. Había crecido en un apartamento de cuatro habitaciones con siete hermanos y hermanas; había comido arroz hasta que había pensado que volvería a crecer fuera de su cabeza, y había escuchado a bebés llorar durante toda la noche porque estaban hambrientos. No, solamente una cosa podía asustar a Mamie, y ésa era la posibilidad de no conocer las entrañas de Nueva Orleans. Tenía conexiones. Nadie se metería con ella. Aunque era tarde, realmente tarde, cuando dejó el trabajo. Y asombrosamente, en una ciudad que rara vez dormía, las calles estaban ridículamente silenciosas. La gente estaba asustada del asesino, pensó. Todos ellos se quedaban en casa. Los clubes de jazz estarían en un aprieto. Y los clubes de relaciones sexuales y los clubes de striptease. Esperaba que alguien atrapara al asesino malditamente pronto. Extraña noche. La luna cabalgaba alta en el cielo, detrás de nubes relucientes. Daba al lugar un aspecto de estar envuelta en la neblina de la luz de gas. Tembló, y caminó más rápido. Escuchó los pasos. Detrás de ella. Se paró, dio media vuelta. Nada. Nadie. Se dijo a si misma que tenía los pelos de punta, y eso era todo. Empezó a caminar otra vez. Pero sólo para estar segura... Si entrara en el callejón, sabía un atajo a través de uno de los viejos edificios de vecinos. Nadie podía seguirla a través de eso. Conocía la manera porque el edificio había estado ahí cuando era niña. Giró... Y escuchó los pasos otra vez. Recordó su reloj, y presionó fuerte sobre su cara. Se mantuvo caminando más rápido. Hizo una pausa, girándose alrededor, mirando hacia atrás. Giró otra vez, y se quedó paralizada. Parpadeó. No debería de haberse sorprendido de verlo. Alto, elegante, apuesto con su camisa de seda negra y pantalones prolijamente arrugados. Su cara estaba pálida; no cuadraba con la oscuridad de su pelo. ¿Teñido? Se preguntó. Entonces se preguntó que qué importaba. Habría venido para matarla. ―Hola, Mamie. ―Hola ―ella dijo suavemente. Empezó a caminar otra vez. Tiempo. Si pudiera conseguir tiempo, tal vez.

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―¡Whoa, Mamie! Él agarró su brazo. La empujó hacia él, irrevocablemente. Con una fuerza increíble. Ella abrió su boca para gritar. Su mano se encajó sobre su boca antes de que pudiera aspirar. ―¡Usted me vendió, Mamie! ―Dijo suavemente. Se río, y lamió su mejilla con la plenitud de su lengua. ―Umm. Dulce, como chocolate con leche. Voy a disfrutar comiéndote toda entera, Mamie.―Sentía que sus dientes sólo rasguñan a lo largo de su garganta. ―Más dulce que la golosina. Sí, señora. Usted me vendió. Les dio a los policías una imagen cuando estaba empezando a tener un momento realmente bueno, igual que el hombre invisible. Le sonrío. ―¡Yum! ―Dijo sin hacer ruido, todavía sonriendo abiertamente. Y Mamie supo que iba a morir. Sean mantuvo el instrumento de seguimiento electrónico en frente de él. Había llamado pidiendo refuerzos y sabía que Jack y otros estarían en camino rápidamente, pero también sabía ―su instinto visceral ―que el tiempo significaba todo ahora mismo. Detuvo su vehículo parándose encima de la acera y salió rápidamente de él hacia el callejón. Bajó corriendo por la calle débilmente iluminada, gritando su nombre. ―¡Mamie! La intranquilidad y el miedo habían atraído a Maggie de vuelta a Le Bon Marche. Sentada en el bar, bebiendo el vino tinto que Sam, el barman, un apuesto joven del color del ébano, acababa de poner delante de ella. ―Es bonito volverla a ver, pero supongo que usted está buscando a Mamie, ¿Estoy en lo cierto señorita Montgomery? ―Yo... Sí, me gustaría. ―Lo siento pero ella partió hace algunos minutos. ―Oh. Lo siento también, ―dijo Maggie, decepcionada. Entonces se dio cuenta de que su intranquilidad había sido causada por un borde inexplicable e irregular de miedo ahora anudado en su estómago. Se deslizó de su taburete, sacando dinero de su bolso para colocarlo sobre la barra para pagar su vino. ―Creo que trataré de alcanzarla. ―¡Espere, Miss Montgomery! ―Sam la llamó. Ella se paró brevemente. El sacudió su cabeza. ―Mami está segura entre este vecindario, ¿Sabe? No estoy seguro... ―Su voz se atascó. Maggie sonrío. ―¿Está usted diciendo que Mamie es negra y que puede cuidar de sí misma y que yo soy blanca y tengo la fuerza de un soplido? ―¡Yo... bien... Yo... no... sí! ―dijo Sam francamente. ―Estaré bien, tendré cuidado.―Antes de que pudiera protestar más, se estaba apurando hacia la puerta. ―¡Diablos! ―Escuchó a Sam perjurar. ―Espere, ahora, han estado ocurriendo cosas malas. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Maggie no podía esperar. Se apuró fuera por la puerta, y bajó la calle. Sam empezó a perseguirla. Cuando se acercó a la puerta, un hombre alto y de pelo oscuro lo paró. ―Está bien, iré detrás de ella ―aseguró a Sam. Sam estudió al hombre. ―No se ofenda, señor, pero… ―Iré detrás de ella ―el hombre dijo, estudiando a Sam atentamente. Sam volvió al bar, repentinamente confundido. No podía recordar por qué había estado corriendo para empezar.

―¿Sabe usted quién soy yo, Mamie? ―El asesino susurró suavemente. La había forzado contra una pared en la esquina entre dos edificios. Fueron eclipsados totalmente por las sombras. Una mano quedaba sobre su boca. El pulgar de su otra mano estaba sobre su arteria de carótida; parecía disfrutar sintiendo el ruido sordo aterrorizado del pulso de su latido. Sus dedos rodearon su garganta. Continuó lamiendo su cara. Arañando su garganta con sus dientes. Estaban afilados. Como agujas afiladas. De la misma manera que cuchillos pequeños. Sus rodillas estaban débiles. Ella había creído; no podía creerlo. Hasta ahora, ella nunca había conocido tal terror. ―Extraño, ¿no? ¡El Destripador ha llegado a través de los tiempos, famoso por la sangre y las mutilaciones que infringía a sus víctimas! Pero la muerte misma nunca era tan difícil para las damas ―el bueno de Jack. Asfixió a sus víctimas, a la mitad las estranguló. Tuvo tanto cuidado, jugó, disfrutó... Pero a su manera, era tan misericordioso. ¿Usted sabe quién soy yo, Mamie? Asintió con la cabeza. Entonces escuchó su nombre en un grito. El Teniente Canady. Reconoció su voz allí mismo, reconoció el trueno de su grito. Naturalmente, el asesino también escuchó a Canady. Empezó a sonreír, su agarre sobre su garganta se fue apretando. ―Nunca escucharon a alguien gritar, Mamie... ―siseó, sus labios acercándose a su cara. Pero Mamie estaba desesperada y le gustaba la vida. Mordió la mano sobre su boca y dio un rodillazo al bastardo, todo en un solo tiro. La mano se separó mientras su atacante la insultaba. ―¡Bruja... puta! No importaba. Tal vez ninguna de sus otras víctimas alguna vez había gritado, pero tal vez ninguna de ellas era tan buena para mendigar por las calles como ella. Ella dejó escapar un grito que podría haber rizado el pelo de la espalda de un jabalí. La agarró otra vez, en un instante. Y era fuerte. Tan fuerte que empezó a ver negro en el minuto en que sus manos estaban sobre su garganta. Justo cuando su visión empezó a desteñirse, vio su cuchillo, empuñado a gran altura encima de su cara. Seis pulgadas de largo, con borde irregular, atrapando el hilo fino de la luz de la lámpara que se cernía sobre su cabeza en la sombra de la esquina. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Justo cuando pensaba que el cuchillo caería y ella se precipitaría en un pozo de oscuridad cuando la hoja perforara su carne, escuchó una severa orden. ―¡Tírelo! El cuchillo se sostuvo en el aire. ―¡Tírelo! El cuchillo empezó a caer. Un tiro de advertencia fue disparado. El cuchillo seguía bajando. Otro tiro fue disparado, alcanzando al asesino en la muñeca. No pareció nada más que una picadura de abeja. El cuchillo siguió bajando. Otra bala fue disparada. Y otra. Ella escuchó un rugido de cólera cuando el cuchillo siguió bajando, y bajando, y bajando… Pero entonces, su asesino fue arrancado de su lado, una fracción de segundo antes de que la hoja horadara su carne. Jadeando, Mamie se tambaleó contra la pared. Atontada, aspiró, frotando su garganta, tratando de reunir sus sentidos. Luego, ella los vio. El Teniente Sean Canady, y su atacante vestido de negro. El cuchillo había volado; ambos hombres estaban en el suelo. Escuchó los sonidos de los terribles crujidos cuando los puños conectaban con las caras. Cuando miró fijamente, su atacante parecía tomar ventaja, sentándose a horcajadas sobre el Teniente que estaba bocabajo sobre la vieja calzada de ladrillo. El asesino se inclinó sobre él, apoderándose del cuchillo caído... Sean se opuso. El asesino salió volando, y cayó duramente, pero se levantó rápidamente a pesar de las heridas de bala que debía de tener. Agarró el cuchillo. Sean se estaba levantado, y fue volando hacia el hombre, noqueándole antes de que sus dedos pudieran curvarse alrededor del mango del arma. Pero el asesino tiró de sus hombros, y Sean fue lanzado, golpeando duro contra una pared. Parecía aturdido, lo que no era demasiado sorprendente; Mamie había pensado que había escuchado abrirse su cabeza contra la pared. El asesino agarró el cuchillo, y se dirigió hacia Sean. Tumbado en el suelo, luchando por aclarar su cabeza, Sean Canady miró fijamente al hombre que le se acercaba. Apenas tenía la respiración agitada. Tenía el pelo negro teñido como la brea, muy oscuro, y Sean pensó que no concordaba con un rostro tan pálido. Era alto y flaco y musculado de una manera enjuta pero fibrosa ―no era de la constitución de Conan el Bárbaro o alguien semejante que pudiera haber explicado su asombrosa fuerza ―y le parecía extrañamente familiar, aunque Sean estaba seguro de que nunca se habían conocido antes. El asesino se paró, mirando fijamente a Sean, como si él, también, lo hubiera reconocido repentinamente. Sonrío. ―¡Hola hombre muerto! ―dijo suavemente. Con una ráfaga de fuerza y pura fuerza de voluntad, Sean saltó sobre sus pies cuando el asesino le alcanzó. Le cabeceó en el estómago, enviándolo de vuelta a la calle, comprando un poco de

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precioso tiempo para sí mismo. Su pistola se había perdido en las sombras cuando desesperadamente se había enfrentado al tipo para separarlo de Mamie. La sangre rezumó del hombro izquierdo del hombre, y de su mano, pero no lo frenó. Se recuperó rápidamente y empezó a perseguir a Sean otra vez. Sean estaba preparado para el ataque como un boxeador, equilibrándose. Pero antes de que el atacante pudiera saltar, escuchó un grito furioso y se sorprendió al ver que alguien se había lanzando sobre la espalda del asesino. ―Detente, detente, detente bastardo. Maggie. Era débilmente consciente de que era Maggie, y de había otras pisadas en el callejón ahora. ―¡Maggie! ¡Lárgate! ―Sean le ordenó con un miedo incrédulo y cólera. Demasiado tarde. El asesino, mostrando una máscara de pura cólera vengativa, estaba extendiendo la mano hacia atrás, agarrándola, separándola de él. Maggie cayó sobre el pavimento, justo cuando Sean se tiró contra el asesino. Con un poder extraño, el hombre luchó por debajo de Sean, arreglándoselas para ponerse de pie. Se dirigió hacia Maggie, con el cuchillo en su mano. Sean se lanzó sobre asesino otra vez. Para su asombro, el tipo sólo lo arrastró hacia adelante. Sean reforzó su apretón, haciendo por fin tropezar al hombre, forzándolo a caer. Luchó por mantenerse de pie, se giró, y golpeó a Sean en la mandíbula con un gancho de derecha que casi hizo añicos su hueso. Tambaleándose, Sean se acercó de nuevo. Tenía que hacerlo. El asesino todavía estaba yendo detrás de Maggie. En el suelo, ella gimió suavemente. Empezó a ponerse de pie, encontrándose de cara con el asesino. Sean comenzó a dar un salto corriendo detrás del tipo, pero fue repentinamente dejado a un lado. Otro hombre estaba en el callejón. Alto, oscuro, entallado, llevando una camisa de seda oscura y pantalones negros prolijamente planchados. ―¡Coja a Maggie! ―gritó, y antes de que Sean pudiera pararlo, el recién llegado se había lanzado él mismo a por el asesino, y lo dos comenzaron una lucha cruel con los puños. ¡Él era el policía! Sean pensó fugazmente. Debería de estar metido en la maldita lucha, y el civil debería de estar llevándose a Maggie de la refriega. ―¡Maggie! ―El asesino dijo, rugiendo su nombre como un grito de lucha, y arremetiendo hacia ella. Fue parado por el segundo hombre, y Sean se dio cuenta de que tenía que sacar a Maggie y alejarla de la zona de peligro. Podía escuchar las sirenas ahora. Diablos, justo a tiempo. La caballería estaba llegando por fin. Pero el asesino todavía estaba rugiendo el nombre de Maggie, intentando alcanzarla. Sean arrancó atropelladamente hacia ella, extendiendo su mano, levantándola y poniéndola de pie. Los ojos de ella sobre los suyos casi le hicieron pararse. Había miedo dentro de ellos. Líquido, reluciente. No por ella. Por él. Lo amaba, se dio cuenta. Lo amaba realmente. ―¡Lárgate fuera de aquí, coge a Mamie, salgan del callejón! ―Le ordenó. ―Sean, no, ¡Eres tú el que tiene que salir de aquí! ―Suplicó. ―Maggie, vete, o de lo contrario podemos tener otra víctima en nuestras manos! La empujó. Trató de defenderse, discutir. Entonces vio a los dos hombres comprometidos en la lucha, y aspiró bruscamente… y obedeció repentinamente. Corrió hacia Mamie, la agarró,

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revisando si tenía lesiones solícitamente, mientras trataba de llevarla apresuradamente fuera del callejón. El asesino estaba de pie; el desconocido que había aparecido en el callejón se incorporaba también. El asesino estaba a punto de escaparse. El desconocido lo siguió. Sean comenzó a perseguirlos. Corriendo rápidamente. El asesino se deslizó alrededor de una esquina. El segundo hombre también lo hizo. Sean los siguió entre las sombras. Pero los hombres habían desaparecido. Repentinamente, los coches de policía estaban frenando por todos lados en los confines angostos del French Quarter. Oficiales uniformados estaban saliendo de sus automóviles. ―¡Es extremadamente fuerte, tomen todas las precauciones! ―Sean advirtió, respirando con dificultad y sin aliento cuando se acercó a los automóviles, gritando instrucciones luego, y enviando a diferentes grupos en diferentes direcciones. Debían atrapar al asesino. Debían. Pero tenía la sensación de aprensión de que no lo harían. Diablos, el tipo parecía tomar suficientes esteroides para bombear a un elefante. Las balas apenas lo perturbaron. Podría librarse de dos o tres hombres probablemente. ¿Y qué pasaba con el otro hombre? Dolorido, lastimado por todas partes, se forzó a salir fuera del callejón mientras escuchaba los sonidos de pisadas corriendo. Jack Delaney, al mismo tiempo que Mike Astin vestido de paisano, habían llegado. Mamie estaba sentada en la parte trasera de su automóvil, temblando. Maggie estaba junto al automóvil. Sus medias y su falda estaban rasgadas y rotas; su chaqueta de marfil estaba embarrada, y su pelo rojo estaba salvajemente enredado. Aparte de eso, no parecía mucho peor que la ropa. Acercándose al automóvil, Sean la miró fijamente, con furia. ―¿Qué diablos pasa contigo? ―¿Qué? ―dijo sin comprender. Se acercó a ella, sacudiéndola, tan turbado, que no se dio cuenta de que era un policía que estaba sacudiendo a una mujer en la calle. ―Maldita sea, ese hombre es un asesino letal, y te estabas lanzando de la misma manera que La Mujer Maravilla en un callejón. Maggie se quedó pálida, frunciendo el ceño. ―¡Estaba asustada de que pudiera matarte! ―Soy policía, me pagan para asumir riesgos, estoy entrenado para asumir riesgos, maldita sea, Maggie… ―Hey, vamos, ¡damas, caballeros, por favor! ―Mamie les habló roncamente desde el automóvil. Sean la miró fijamente, luego a Maggie. La cogió bruscamente por la barbilla, moviendo su cara para poder estudiarla. No la estaba sacudiendo más. Todavía estaba temblando él mismo. Pero la miró bien. Realmente muy bien. Dejó caer su mano. ―Tal vez debamos llevar a Mamie a un hospital ―Jack sugirió. ―No, nada de hospitales ―Mamie dijo. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Señorita Johnson, tal vez su sitio está en el hospital ―Mike Astin insistió, su voz asombrosamente apacible para un hombre de su tamaño. Mamie sonrío. ―No, querido, nada de hospitales. No voy a ser confinada en ningún lugar. Voy a dormir en mi propio entorno esta noche, con tipos a quienes he conocido en el bar durante años de trabajo y en mi casa a mí alrededor. ―Puede que el asesino sea atrapado ―Jack sugirió. ―Y usted estaría mejor en el hospital. Mamie, le están saliendo algunos moretones en su garganta. ―Estoy bien ―Mamie insistió. ―Nada de hospitales. ―Los paramédicos están aquí; deje que ellos la miren por lo menos ―Sean aconsejó. Él abandonó el automóvil, todavía temblando de cólera y miedo. Las calles habían revivido con un derroche de luces y los agudos silbatos de la policía. Estos estaban por todas partes. Aunque Sean tenía el extraño presentimiento de que no iban a encontrar al asesino. Ni al hombre que había ido detrás de él. ―¡Hijo de puta! —exclamó a la noche. Jack Delaney se había acercado por detrás a él. ―¿Qué? ―Había un segundo hombre, un tipo que se unió directamente a la pelea, y que está ahora también desaparecido. ―¿Quién era? ―Condenado si lo sé. Sólo sé que apareció repentinamente aquí, corriendo tras el asesino, y... Jack estaba en silencio. Sean se dio media vuelta para mirarlo fijamente. ―¿Qué pasa? Jack aclaró su garganta. ―Hemos tenido otro suceso extraño en la última hora o así. Todavía mirando alrededor del callejón donde los dos hombres habían desaparecido limpiamente, Sean arqueó una ceja. ―¿Otra prostituta? ―Respiró. ―No. ―Otro cuerpo. ―En pedazos. ―Oh, diablos. ―La cabeza y el torso fueron atrapados por un barco pesquero. ―¿Sin identificación? ―Sí, tenemos un documento de identidad. ―¡Escúpelo, diablos, Jack! ―Fue identificado como Rutger Leon. Ya sabes, ¿Ese tipo fuerte con el que tropezaste en el bar, el que incitaba al tipo que disparaste para matar a la chica? El tipo que amenazó con volver después a por ella. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Sean le prestó a Jack su completa atención. ―¿Cabeza y torso? Jack asintió con la cabeza, haciendo una mueca de dolor. ―Piensan que sus extremidades podrían haber sido masticadas por algunos habitantes del bayou. Era difícil sentir pena por Rutger Leon. Era incluso más difícil comprender qué estaba ocurriendo. Un asesino en busca de mujeres con una fascinación por el Destripador. Un hombre que ya era un cadáver descabezado. Y ahora, un bastardo como Rutger Leon desmembrado en pedazos. Volvió su vista alrededor del callejón. El maldito asesino debería de haber sido encontrado ya. ―Debería renunciar ―Sean dijo. ―Tal vez lo encontraremos esta noche. ―Sí, claro. Sí, claro. Sean salió del callejón, con un humor incluso más terrible, mientras volvía hacia su coche, mirando fijamente Maggie. Caminó hacia donde ella se encontraba de pie. ―¿Quién era el otro hombre, Maggie? ―Él exigió duramente. ―Y no me preguntes qué otro hombre. Sabes a quién me refiero. Dímelo. Ahora. ¿Quién era? ―Yo… Yo… ―se tambaleó. ―No me digas que no lo sabes. Te llamó por tu nombre. ―El es... ―¡No me mientas, Maggie! ―¡Hey, Sean! ―Jack advirtió suavemente. Sean se dio cuenta de que estaba sin control, totalmente frustrado, y más. Se sentía como un tigre subiéndose por las paredes, estaba celoso, irracional, y repentinamente atemorizado de la muerte por Maggie. ―¡Maggie! ―Ladró, haciendo caso omiso de Jack. ―Un viejo amigo, Sean… eso es todo. Nos conocimos... En Europa. Acaba de llegar recientemente. ¿Un viejo amigo? ¿O un viejo amante? ―¿Cómo llegaste a estar en el callejón, Maggie? ―Él exigió. Sus hermosos ojos estaban parpadeando dorados ahora con la rabia. Ella echó un vistazo a Mamie, y ante su asombro, Sean pensó que vio a Mamie agitando su cabeza ligeramente. Maggie puso sus manos sobre sus caderas. ―Un presentimiento. Estaba repentinamente nerviosa por Mamie. No había tenido noticias de ti. Llegué al bar y Sam dijo que Mamie acababa de salir, así que salí fuera y luego escuché la riña y... ―Sean, ¡La estás interrogando como a un peligroso criminal! ―Jack dijo despacio. Trató de liberar la rigidez en sus hombros, el acero que parecía brotar a través de su espalda. Algo no estaba bien. Estaba mintiendo a través de sus dientes. ―¿Y qué pasa con tu amigo? ―Él exigió.

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―No lo sé. ¡Pregúntale a él! ―le dijo bruscamente. Sean cruzó sus brazos sobre su pecho. ―Bien, ahora no puedo hacer eso en realidad, ya que ha desaparecido al mismo tiempo que el asesino.―Se volvió de repente, dándose cuenta de que uno de los oficiales a cargo de los policías uniformados que buscaban al asesino estaba esperando su atención. ―Sargento Meeks. ―Teniente, lo siento mucho, los hombres están por todos lados, pero no lo hemos encontrado aún. Vamos a seguir con todos los hombres que podamos, pero... ―Gracias, sargento. Tiene razón, tenemos que mantener a cada hombre disponible buscando. Nuestro retrato robot del asesino es endiabladamente bueno. Asegúrese de que sea colocado por todos lados. Pero asegúrese de que pongamos advertencias de que el asesino es muy peligroso, extremadamente peligroso, y que la población no debe tratar de detenerlo. ―Sí señor. ―Si me necesitan, estaré en la central durante un tiempo —¡Tomando declaraciones! ―Dijo firmemente a Maggie y a Mamie. Luego les dio la espalda, diciendo a Jack y a Mike que llevaran a las mujeres a la oficina mientras él cogía su propio automóvil.

Dos horas después, dejó a Mike Astin acompañar a Mamie de vuelta a su restaurante. Ella le había dado su declaración. Le dijo claramente a Sean todo lo que el asesino la había dicho, frotando su cuello nerviosamente. Tenía pequeños arañazos, pero nada que hubiera roto la piel. Todavía no quería ir a un hospital, y vería a su propio doctor si sentía la necesidad. Le dijo a Sean que el asesino estaba enfadado con ella por venderlo ―que había estado pendiente, a la espera, para atacarla, y que la había dicho que le gustaba el chocolate, y provocándola casi un fallo de corazón. La habría matado si Sean no hubiera llegado, pero estaba viva, y agradecida. No sabía nada más, sin embargo, no había nada más que ella pudiera decirle. Habría un guardián de la policía toda la noche en su local. Pero eso no parecía significar mucho para Mamie. Había exigido una comida mientras le informaba, y había ordenado pan de ajo, linguini en ajo y aceite de oliva, y una ensalada… con clavos de olor a ajo. Había quitado a Mike Astin una cruz de oro diminuta que llevaba, y luego había sonreído dulcemente cuando Sean la interrogó. ―Querido, es sólo una de esas noches que quiero sentirme más cerca de mi Dios, ¿Sabe? ―Mamie dijo. ―Incluso Dios estará a punto de vomitar por su aliento, Mamie ―le dijo, y ella se había reído con inquietud. Había insistido en ver Maggie, y las dos habían cuchicheado juntas durante un minuto antes de que Mamie partiera, mirando a Sean como si fuera una criatura malvada, a punto de atacar a la pobre Maggie. Bien, estaba a punto de atacar a Maggie. Eso era seguro. Ella estaba sentaba en su oficina, irritada ahora. Había estado intranquila al principio, cruzando y descruzando sus piernas, manteniendo el ritmo. Ahora sólo se recostó y lo miró fijamente. ―¿Qué es lo que quieres de mi? ―Ella exigió.

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Incluso Jack se había ido en aquel momento. Los policías todavía estaban registrando las calles; no habían encontrado al asesino. ―La verdad. ―Te dije la verdad. ―Toda la verdad. Suspiró. ―Te juro por Dios que ésa es la verdad. Sentí un instinto extraño de que tenía que ver a Mamie. ―Ustedes dos son tremendamente sociables de repente. Especialmente ―señaló ―teniendo en cuenta que fuiste tú quien me recordó que comerciaba con carne humana. ―Mamie parece estar bien ―Maggie dijo con un encogimiento de hombros. ―Y no importa lo que haga, ¡Seguramente no se merece morir en las manos de este asesino! ―Cierto. ¿Pero debes arriesgar tu propia vida? ―No quise arriesgar mi propia vida. Sólo vi que estaba a punto de atacarte y...―Su voz se fue apagando. Sintió una ola de calor pasar rápidamente sobre él, pero luchó contra el deseo y la emoción que mantenía tan viva dentro de él. ―¿Quién era el hombre? Nombre y dirección, si pudieras, por favor. Miró hacia el papel que había sobre su escritorio con el lápiz en la mano, y esperó pacientemente. Ella no habló. Él miró hacia arriba. ―Lucian ―dijo después de un momento. ―Lucian DeVeau. No estoy segura dónde está viviendo ahora mismo. No lo había visto en muchos años antes de que pasara por la tienda el otro día. ―¿Un viejo amigo? ―Preguntó, mirándola fijamente. Ella le devolvió la mirada. ―¿O un viejo amante? ―¿Esa pregunta es necesaria para el atestado policial? ―le dijo bruscamente. El dejó el lápiz. ―Es necesario para mí. Exhaló en una larga respiración. ―¿Puedo irme a casa ahora? ―Le preguntó. ―Un viejo amante. ¿Cuándo rompisteis? ―Hace muchos años. Años. Sinceramente. ―¿Cuántos años? ―¡No sé! ―Maggie espetó. ―¿Por qué estaba devorando ajo Mamie? Sus cejas se alzaron. ―¿Qué? ―No importa. No importa.―Dejó su lápiz, se puso de pie, y le tomó la mano. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Vámonos. ―¿Juntos? ―Sí. ―Has sido increíblemente rudo. ―Necesitas la protección de la policía. ―Seguramente hay otros policías. ―Querida, soy el policía que tienes. Vámonos. Abrió su cajón, recargando su arma de fuego, tomando munición adicional. Maggie lo miró calladamente. Agarrando su codo, la llevó afuera. Sean quería poner un poco de distancia entre ellos y el asesino. En vez de ir en coche hasta Empresas Montgomery, optó por el camino más largo y bajó el río hasta la casa familiar de Maggie, la plantación. Lo dejó en el vestíbulo. Muy bien. Él caminó alrededor de la casa, viendo que cada ventana y cada puerta estuvieran aseguradas. Investigó los armarios, luego subió por la escalera. Sobre la mitad del descansillo se paró, mirando la pintura de Magdalena. Un temblor extraño y caliente se propagó por él mientras permanecía de pie. Estuvo tentado de sacar a Maggie de la ducha y arrastrarla hasta el descansillo. Muy extraño. Tal vez debería renunciar realmente. Ingresarse a sí mismo en un buen hospital. Se forzó a seguir caminando. Arriba se aseguró de que todas las puertas del balcón y las ventanas fueran aseguradas. Era una tarea que consumía tiempo. En su habitación, escuchó la ducha corriendo. Se echó sobre la cama, y cerró sus ojos, con su pistola descansando sobre su pecho. En cuestión de segundos, se había quedado dormido.

Había cabalgado, había peleado. Había golpeado al enemigo, había matado, había triunfado, y se sentía enfermo. La lucha había terminado; era el tiempo buscar a los heridos, protegerlos del asesino. Así que, estaba cabalgando otra vez. La tierra salpicaba bajo las pezuñas de su caballo, la brisa acelerada por su cara. Estaba sucio, sediento, hambriento, cansado. La quería. Quería cabalgar hasta ella. Pero esto... El asesino estaba delante de él. Listo para atacar otra vez. Cabalgó más rápido, listo para atacar, pero no para matar. Dios, ¡Tenía que haber misericordia en algún lado! Pero el enemigo era fuerte, y además, cuando había vencido a su enemigo... Otro esperaba. Fugazmente, vio una cara. Una cara que conocía. ¡Oh, Dios! Dolor... Sintió dolor. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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El conocimiento de que la muerte estaba llegando. Y ella estaba ahí, un ángel, sujetándolo, con lágrimas en los ojos. ¡Qué Dios le ayudara! Él tenía fuerza, había aprendido tanto coraje como piedad, pero no había estado preparado y por lo tanto ahora, el mundo se iba apagando con sus lágrimas mientras la cara del enemigo...

Sean se despertó con un sobresalto, dándose cuenta de que había dormitado, y que había estado soñando con luchas en una guerra que había terminado más de un siglo atrás. Se incorporó, poniendo su pistola cuidadosamente en la mesilla de noche en la elegante habitación de Maggie. El asesino había estado en su sueño. El asesino con el que se había encontrado cara a cara esta noche lo había matado en sus sueños. Se le estaba yendo la cabeza; iban a retirarlo del cuerpo. Nunca iba a tener una oportunidad de comprometerse. Pronto, nadie se dejaría engañar por él, y él, simplemente, estaría encerrado en una buena institución mental. Miró fijamente hacia la puerta del baño. Al infierno con ello. Las ideas causaron estragos en su cabeza. Las palabras de Mamie, de Marie. La vudú Marie dándole la cruz. Sus extraños sueños. Mamie. Tratando de conseguir que él comiera ajo. Mamie, comiendo el ajo suficiente para ahogar a un caballo. Se sentó sobre la cama, agitando su cabeza, presionando sus sienes entre sus manos. Escuchaba a su padre hablar, riéndose. Había un rumor de que los Montgomerys soltaban un vampiro cada generación. Mucho tiempo atrás un ancestro de Maggie se había enamorado del hombre equivocado. La familia lo había matado, y ella se había ido. Y cada hija todavía llevaba el nombre de Montgomery... Muy bien, pensó arrastrando sus dedos a través de su pelo, estaba realmente perdido. Maggie no era la asesina, sabía que Maggie no era la asesina, pero ¿qué diablos estaba pasando? Se incorporó, determinado de pronto a echar una mirada a su alrededor. Abrió sus cajones, los registró. No podía creer que estaba haciendo una lista de verificación en su mente de todas las películas de vampiros que había visto, todos los libros que había leído. A los vampiros no les gustaban las cruces. Maggie las llevaba constantemente. Los vampiros se reflejaban en los espejos. Maggie, definitivamente, se reflejaba. Los vampiros dormían por el día... ¡Ja! Ella recorrió las calles por el día. Los vampiros dormían en ataúdes. Se había acostado con ella lo suficientemente a menudo; sabía por Dios que no dormía en un ataúd. A menos que... Se puso de rodillas y se agachó, mirando bajo la cama. Él no podría ayudar. En ese momento Maggie decidió salir de la ducha, atrapándolo con las manos en la masa. Él intuyó su presencia mientras ella estaba detrás de él. ―¿Qué diablos estás haciendo? ―Ella exigió.

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Se enderezó, dejando caer la falda de la cama, poniéndose de pie y tomando asiento sobre la cama. La devolvió fijamente la mirada. Dura. Luego se encogió de hombros. Algo no estaba muy bien. Era tiempo de aclarar las cosas. Era tiempo de encontrar ¿Qué? ―Buscar suciedad ―dijo monótonamente. Estaba de pie muy quieta, dándose cuenta exactamente de lo qué él buscaba. Arqueó una ceja regiamente, burlonamente. ―¿Por qué no un ataúd? ―¿Tienes un ataúd? ―Preguntó, poniéndose de pie, cruzando sus brazos sobre su pecho cuando se encontró cara a cara con ella. ―No. ¿Y tú? ―Él no respondió, siguió mirándola fijamente. Ella exhaló despacio. ―Hemos dormido juntos. Sabes, por Dios, que no duermo en un ataúd. Asintió con la cabeza después de un momento. ―¿Sabes, Maggie, que mi padre está siempre contándome pequeñas anécdotas de trivialidades históricas intrigantes? He aquí una para ti. Hay una razón curiosa por la que nuestros antepasados empezaron a usar lápidas en los cementerios. ¿Sabe cuál es? ―Estoy segura de que vas a decírmelo ―dijo muy tranquilamente. Estaba de pie elegantemente alta y recta, llevando un traje de seda blanco suave que enfatizaba la belleza y la perfección de su cuerpo y el fuego profundo del rojo de su pelo. ―Bien, en los países de toda Europa ―y más allá, estoy seguro ―durante mucho tiempo hubo supersticiones respecto a los muertos. Una piedra pesada sobre la cabeza podía evitar que un cadáver se levantase. ―No tengo una lápida, Teniente ―le aseguró. El sonido de su voz le hizo sentirse como un tonto. Él sacudió su cabeza, echándose hacia atrás sobre la cama. Dios, estaba perdiendo su mente. Ella era de carne y sangre, viviente, una mujer que respiraba. ¡Y él era policía! Por el amor de Dios, era policía. El no creía en lo sobrenatural, en fantasmas, zombis, duendes... O vampiros. Ella cruzó la habitación hacia él. Su traje de seda blanco ondeaba sobre la formación perfecta de su cuerpo. El camisón era de gasa suave, totalmente transparente. Sus pechos se elevaron hacia arriba, redondos y firmes, sus pezones estaban duros, provocativamente grandes, y la sombra oscura del triángulo entre sus muslos era inquietantemente acogedora. Le acarició la mejilla, levantando su barbilla, y encontró sus ojos. ―¿Piensas que soy un vampiro? ―Le preguntó. ―No, no seas absurda ―le dijo. Por una parte, era la verdad. Por otra... ¿Era una mentira horrible? Con un susurro suave de seda, se alejó de él. Se debatía entre la influencia de sus firme trasero bajo la seda reveladora y el ansia de escucharla hablar, de negar categóricamente que nada en absoluto era diferente en ella.. Se sentó en un sillón con el respaldo alto al otro lado de la habitación, junto a la chimenea. Las ventanas estaban cerradas y bloqueadas, pero una ráfaga de aire del sistema de aire acondicionado la alcanzó, levantando su pelo y el material de gasa alrededor de ella. Curvó sus pies debajo de ella y se sentó abrazando sus piernas arrimándolas su pecho. Parecía incluso más Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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atractiva. Él estaba loco, buscando alrededor de su cama cuando estaba a medias de formar una débil relación. Ella exhaló. ―Sean, te advertí que no te involucraras conmigo. No podía ser un loco. La amaba; no podía perderla. Se puso de pie, yendo hacia ella. ―Podrías advertirme desde aquí hasta la eternidad. No importaría. Estoy enamorado de ti, Maggie. ―La verdad es ―susurró ―que apenas me conoces. ―Estás equivocada. Siento que te he conocido desde siempre. Como si fueses una parte de mí. Como vivir, como respirar. Estás en mi sangre. ―¿De verdad? ―susurró. Extendió la mano buscando la suya, atrayéndola hacia él. La abrazó fuertemente. Su piel parecía arder bajo de la seda. Frotó sus manos hacia abajo por su espalda, sobre sus nalgas, presionándola fuertemente contra su excitación sexual, cada vez más dura contra la restricción de sus pantalones. Olía a su jabón dulcemente. Acarició su cuello, sintiendo la urgencia del deseo que despertó en espiral dentro de él. Besó sus labios ligeramente, luego la longitud de su garganta. Ella permanecía de pie flexible entre sus brazos. Besó el lóbulo de su oreja, el hueco de su clavícula. Enterró su cara entre sus pechos, luego se llevó un pezón a su boca, bañándolo a través de la fina seda blanca, chupando hasta que su roja cima alcanzó su máximo apogeo y él escuchó la brusca entrada de su respiración. Su cuerpo se arqueó hacia el suyo. Cayó despacio de rodillas, moviendo los labios por su piel, atormentándola con su lengua. Deslizó una mano debajo del dobladillo de su camisón, entre sus piernas. Introdujo su dedo profundamente en ella, la apretó más cerca de su cara, bañándola íntimamente a través de la seda mientras giraba su pulgar profundamente, de manera erótica. Sus dedos se agarraron a sus hombros. Se endureció, se arqueó, arañó la piel de sus hombros a través de su camisa. Llegó al clímax con una respiración jadeante, desplomándose contra él como si cayera. Él se enderezó, arrastrándola entre sus brazos. Y no sabiendo por qué, pero no importando en lo más mínimo, la llevó a la escalera. No se molestó en quitarse su propia ropa, pero bajó sobre ella en una agonía de deseo, y le hizo el amor allí mismo. Cuando hubo terminado, la levantó, y la llevó de vuelta a su cama, se desnudó por fin, y se echó su lado. Sonriendo, ella se volvió hacia él. ―¿De qué iba todo esto? ―No lo sé. ―Pensaba que estabas muy enfadado conmigo. ―Lo estaba. Lo estoy. Y si alguna vez haces algo tan irreflexivamente tonto de nuevo, juro que te azotaré como si fueras una niña. Ella no respondió. Él se giró entonces, enfrentándola. ―Prométeme que no lo harás. ―Sean, esta noche fue pura casualidad. Las cosas sólo ocurrieron. ―Como la llegada de ese tipo, Lucian. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Ella se encogió de hombros. ―Sabía que estaba en la ciudad. Había pasado para saludar. Y somos viejos amigos. ―Sí, cierto. Así que dime —¿Está realmente terminado? ―¿Qué está realmente terminado? ―Lo que sea que tuviste ir con ese tipo, Lucian. ―Nunca fue serio. ―Ésa no era mi pregunta. Ella parpadeó. ―Está realmente terminado. Mirándola fijamente, sintió un estremecimiento enérgico atravesar su cuerpo. Nunca había conocido una necesidad así, tal deseo feroz. Sus ojos se encontraron con los de él, salpicados de oro, exóticos. Su pelo se derramó alrededor de sus hombros descubiertos. La miró, y la deseó de nuevo. Él se inclinó más bajo, quitando su peso de encima, pero dejando una pierna tendida sobre ella. Los dedos de ella acariciaron su hombro y se movió lentamente más bajo contra él. Ella tomó su sexo entre sus manos, causando al instante que él saltara hacia atrás en busca de atención. ―Es mejor que esté terminado realmente ―dijo. Un tipo fuerte. Sí, seguro. ¿Qué podría él hacer? Ella sonrío. ―¿Oh? ―Hemos estado jugueteando algo descuidadamente aquí. Tenemos que casarnos. La sonrisa de ella se apagó. ―¿Sean? ―¿Umm? ―Ésa es una de las razones por las que no deberías quererme. Yo… no puedo tener hijos. La mirada sobre su cara capturó su corazón. La arrastró más cerca de él. ―Entonces no tendremos hijos ―dijo suavemente. ―Tú quieres hijos. ―Los quiero. ―Pero… ―Siempre podemos adoptar si los dos lo deseamos. No importa. Te amo. Nada significa nada sin ti. ―Sean ―Aunque... no pares con lo que estabas haciendo. Alzó su sonrisa de nuevo. Luego se deslizó hacia abajo contra su cuerpo, tomándolo en su boca. En algún momento de la noche, durmieron. A pesar de que estaba profundamente enamorado, Sean se despertó con el terrible peso de la responsabilidad que pesaba sobre él. El asesino estaba todavía ahí fuera. Creciendo más audaz; creciendo más peligroso.

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Con sus ojos medio entreabiertos, observó mientras Maggie se despertaba. Ella, también, pareció despertar con el corazón encogido a pesar de la noche que ambos habían compartido. Se incorporó, mirando fijamente el sol de la mañana a través de una rendija en las cortinas, observando cómo, poco a poco, empezaba a subir más alto en el cielo. Al parecer, ella sabía que él estaba despierto, y era consciente de que la estaba mirando. ―¿Sean? ―Dijo suavemente. ―¿Sí? ―Soy un vampiro ―le dijo tranquilamente.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1144 ―¿Qué? ―Sean exigió. A la luz de mañana, sus sospechas parecían ridículas. Sus palabras eran absurdas. Ella asintió con la cabeza, mirándolo. ―Es la verdad. Sonrío, sintiendo que, por el día, todo aquel asunto era una tontería. ―No hay ningún ataúd, Maggie, miré. Ninguna tierra en tu cama. Te reflejas, comes y bebes comida normal, y no te quemas con la luz del sol. Ella no se río. ―No somos destruidos por la luz del sol, somos sólo más débiles durante el día. Nuestro poder más grande llega al anochecer. No necesito un ataúd, Sean, y tengo muchas tendencias humanas, porque... ―No, ¡No me lo digas! ―Estaba sentado a su lado, sonriente, deseando seguirle la corriente. ―Conozco la historia. Tienes tendencias humanas porque eres solamente medio vampiro, eres la hija de Magdalena y de su amante vampiro y por lo tanto, ¿Eres una mezcla de razas?. ¿Un tipo de mulata o una india mestiza? Lo miró fijamente devolviéndole la mirada seria. ―No necesito un ataúd, porque... No necesitamos ataúdes realmente. Son sólo oscuros y cómodos. Además, no parezco tener tantos defectos como algunos vampiros, porque... porque mi padre me dio sangre antes de que pasara a la oscuridad. Tenía amigos que estaban familiarizados con los vampiros, y pienso que de algún modo, me guardaron en realidad de morir y volver luego, de la forma que le ocurre a la mayoría. Piensa en ello, ¿Por qué tiene que ser un ataúd para cualquier vampiro? La gente decide dormir de maneras diferentes, en camas, futones... Cualquier lugar de descanso está bien para los vampiros. ¿Qué es un ataúd sino una caja? Aislado, protegido. Y en cuanto a la luz... Bien, me ha llevado décadas ajustarme a estar realmente cómoda durante el día. Y créeme, raramente me encontrarías en la playa. ―Maggie, venga ya, ¿Cómo puedes ser un vampiro si no vives de acuerdo con la leyenda? ―La leyenda son solamente habladurías y éstas adornadas ―dijo tristemente. ―Pero incluso, las leyendas están a menudo basadas en hechos. Muchos vampiros descansan en sus ataúdes, porque murieron antes de que fueran renacidos. Se despertaron en sus ataúdes. Un ataúd permanece en casa con ellos. A veces, ¿No necesitamos todos nosotros irnos a casa? Nunca fui enterrada. Vivo aquí, siempre regresando a mi casa, que es mi tierra natal. No necesito llevar tierra conmigo aquí. Si voy a Europa, sí... llevo tierra natal conmigo, y descansa debajo de mi cama. Lo llamamos la fuerza de la tierra. Pero piensa en la ciudad de Nueva Orleans, Sean, y sobre nuestros cementerios. Nuestras tumbas encima de la tierra se conocen como “hornos” porque son hornos. En un año y un día, los restos de nuestros muertos son horneados más o menos, eso lo sabes. El cuerpo, de por sí, no existe más. Los huesos son empujados a la parte trasera de un ataúd para hacer sitio para los próximos difuntos de una familia. En zonas más frescas que Nueva Orleans, donde una tumba reposa en lugares soleados, algunos vampiros duermen en sus ataúdes. En criptas, en panteones familiares… en dormitorios. Todos los vampiros se reflejan. Es un mito, una buena historia decir que ellos no pueden. Y gustamos de la buena comida, como el resto, sólo que nosotros... sólo que necesitamos algo más. Eso es la maldición de nuestro “regalo”, como Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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algunos deciden llamarlo. Tenemos un hambre, una sed... que debe ser apaciguada. Y respecto a mi genética... ―se paró, agitando su cabeza mientras lo miraba. ―No hubo ningún bebé, Sean. Magdalena no tuvo ningún un hijo ilegítimo con su amante francés. Mi padre sabía que bien podría vivir por siglos. Así que inventó la historia de que estaba embarazada. Cada veinte años o así, podría volver a Nueva Orleans. Como la nueva heredera. Me parezco a Magdalena, Sean, porque soy Magdalena. Ella estaba mintiendo, por supuesto. Tal vez incluyo ella creía un poco en lo que estaba diciendo. Dios lo sabía, las leyendas abundaban en su familia. ―Maggie, por favor... ―Sean, tienes que escuchar. Es la verdad. ―Oh, venga ya, Maggie, ¡No puedo creerlo! ―Pero debes creerme. Negó con su cabeza impacientemente. Vampiro. Podía representar tantas cosas realmente. Alguien que solamente absorbía la esencia de la vida de los demás. Un marido tirano, una fiera esposa. Un vampiro psicológico, robando el corazón y el carácter. Un hemofílico, necesitando sangre físicamente. Un hombre o una mujer loca, creyendo que él o ella necesitaban beber sangre para sobrevivir. ¿Por qué no? Los asesinos escuchaban voces, perros demonio que les decían cómo y cuándo tomar una vida. El mundo estaba lleno de dementes. La sed de sangre se manifestaba de muchas maneras. Y Maggie era excéntrica, había escuchado la historia demasiadas veces... ―Muy bien. Dices que eres un vampiro. ¿Así que es tú sed de sangre lo que ha provocado estos asesinatos recientes? ¿Estás tratando de decirme que eres la asesina, que tuviste que beber sangre? ―Sacudió su cabeza. La quería, y sabía la verdad. ―Maggie, he visto al asesino. Sacudió su cabeza impacientemente. ―Sí, has visto al asesino, y no, obviamente, no soy el asesino.―Vaciló, fijando la vista en sus manos. ―Pero no quieres aceptar la verdad, aunque la has visto. Sabes que algo no está bien, que hay algo diferente sobre estos asesinatos, la sangre no desaparece. Los vampiros pueden y existen, y yo soy uno. Y hace mucho tiempo, maté. Cuando yo… cuando fui mordida por primera vez, mi padre estuvo desesperado evitando que me convirtiera en un depredador desesperado. Adquirió sangre para mí de lugares diferentes, estudió la tradición de los vampiros, aprendió. Compró sangre de médicos locales, en hospitales, e incluso en la morgue. He elegido a... Bien, en los últimos años, he dependido de bancos de sangre, y de pequeños mamíferos. Aves, según la ocasión. Nunca quise matar. Pero lo he hecho. Hombres condenados, principalmente. Una vez, eliminé a un soldado yanqui que había estado manchado con mala sangre.―Vaciló. ―Sangre de vampiro. Hay grados sutiles de mordeduras de vampiros; algunos matan, algunos contaminan ―murmuró. ―Ese hombre en particular se estaba volviendo loco. Hubiera querido no tener que matarlo incluso. Por supuesto que quise matar a ese pobre niño retrasado que iba ser colgado… ―¿Qué? ―Sean dijo bruscamente, recordando la historia de su padre. ¿Estaba Maggie totalmente loca, o lo estaba él? Sacudió su cabeza.

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―Hace mucho tiempo. Tenía una muy buena amiga y su hijo era retrasado y fue acusado de un crimen horrible que no cometió. Así que… ―¿Le convertiste en vampiro? ―Sean dijo burlonamente. Sacudió su cabeza. ―Nunca he creado a otro de mi especie. Solo tenemos permitido dos por siglo… ―Dos por siglo ―repitió, pero ella no parecía darse cuenta de que se estaba burlando de la incredulidad de su historia. ―Pero yo no podría, ya ves. Nunca le haría esto a alguien. ―¿Por qué no? Tú pareces estar haciéndolo bien. ―A costa de mi alma, Sean. Nunca le haría eso a nadie más. Estaba tan seria. Tan sincera. Pensaba que le estaba contando la verdad. Sólo la miró fijamente. ―No lo haría, Sean. ―Estabas hablando de la guerra ―dijo con dureza. ―¿Qué guerra? Ha habido varias guerras a lo largo del tiempo, ya sabes. ―La Guerra Civil ―dijo con un suspiro de gravedad. ―Y maté al hombre que provocó la muerte de tu antepasado, el otro Sean ―dijo en un susurro. ―Su nombre era Wynn, Coronel Wynn. Lo que ocurrió no fue realmente su falta, y también estuve apenada por él cuando descubrí lo que había ocurrido.―Vaciló otra vez y Sean se dio cuenta de que todavía la estaba mirando fijamente, sin comprender. ―Sean, hay un vampiro malvado… ―En contraste con una buena sangre ―un vampiro chupador, ¿no? Ella suspiró con una gran impaciencia. ―Sean, lo creas o no, la mayoría de nosotros somos como cualquier otro predador, el hombre incluido. ¡Nos hemos movido dentro de nuestros tiempos, los últimos días antes del milenio! La mayoría de los vampiros limitan su consumo de sangre a lo que es completamente necesario. Hay otros que son muy viejos, y a quienes ha enfermado matar, quienes se han dado cuenta de que el asesinato es lo que hace que nos maten a cambio. Hay unos grupos de mi especie que han aprendido la manera de subsistir a base de la sangre de animales pequeños. Los hombres comen carne, los vampiros comen la carne y beben la sangre. Los animales se crían en ranchos, y a veces otros predadores cuando hay en abundancia… ―¿Eso es lo que tú haces? ¿Conseguir tu alimentación de sangre de “caimanes asesinos en el bayou? ―No seas absurdo; te lo dije, subsisto de mamíferos. Los reptiles son de sangre fría. Pueden calmar el hambre durante un tiempo, pero no llenar. Y hay bancos de sangre por todos lados en estos días. ―Oh ―susurró. ¡Oh, sí, que práctico! Ella se estaba desesperando. Él la amaba demasiado. Repentinamente, la arrastró contra él, balanceándose con ella. ―Maggie, escúchate a ti misma. Tienes que darte cuenta de que lo que estás diciendo es una ilusión. No puede ser cierto. Éste es el mundo real. Hay hombres muy malos. Sí, son monstruos; Dios sabe que tenemos monstruos humanos. No son fantasmas o vampiros u hombres lobo, sólo Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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monstruos que son hombres, quienes son seres humanos. Maggie, te quiero. Tienes que saber eso. Te amo demasiado. Sé que tú crees en esto, pero no puede ser cierto. Podemos hablar con alguien que… ―¡Sean, entraste aquí anoche, buscando bajo mi cama! Has dudado de algo desde que me conociste. Ahora, cuando te digo la verdad, explicándote sobre lo que te estás preguntando, sobre lo que estás viendo, ¡No me crees! Él bajó sus ojos rápidamente, no queriendo que ella viera que sus palabras lo habían puesto incómodo repentinamente. Dios, sí, había visto demasiado. Y había más. Había sido perseguido demasiado a menudo durante las últimas noches. ¡Había tenido tantos sueños extraños! Había soñado con la Guerra Civil. Había soñado con el asesino. Pero él era un hombre cuerdo y racional. Tenía que negar lo qué ella estaba diciendo, o alguien los encerraría a ambos con llave y el asesino estaría libre para ir incluso a una borrachera de muerte más grande. ―Maggie, no puedo posiblemente… ―¡Sean! ―Tomó su cara entre sus dos manos, mirando seriamente en sus ojos. ―Esto no es tan absurdo como parece. ¿Por qué no? ¿Por qué no puede serlo? Quizás es como una enfermedad, una sobre la que no sabemos nada. Lo pasamos de uno a otro. No creo que ninguno de nosotros sepa realmente dónde o cuando exactamente comenzó todo, pero hace cientos y cientos de años por lo menos. ¡Sean! ¿Tú crees en un Dios, en un Ser Supremo? ¿Crees en la bondad? Si hay bien, entonces hay mal, si el alma de un hombre puede elevarse al cielo, también puede ser entrampada en la tierra. Si hay ángeles, entonces hay demonios. Soy un vampiro. Y hay más. ―Pero si tales criaturas fueran reales, Maggie, ¡El mundo entero estaría poblado con vampiros! ―Sean proclamó. Ella agitó su cabeza, todavía tratando fuertemente de influir en él. ―No. Porque los vampiros pueden ser asesinados. Y porque, como te dije, hay reglas y hay leyes. En los tiempos antiguos, los hombres nos cazaban, nos mataban, a veces hasta casi aniquilarnos. Hemos aprendido a co-existir, al igual que los hombres co-existen con los tigres, los perros salvajes o los pumas. Las reglas entre nosotros son estrictas para que nosotros podamos sobrevivir. No tenemos permitido crear más de nosotros mismos más de dos veces durante un siglo. Si sólo lo hiciéramos despreocupadamente, nuestros números se hubieran incrementado en exceso hace mucho, por lo que, como dijiste, hubiera sido algo así como un duelo a la muerte, la aniquilación entre la humanidad y... ¡lo que sea que nosotros seamos! Si destruyéramos nuestro abastecimiento de alimentos ―esa alimentación que muchos de nosotros todavía ansían demasiado desesperadamente rechazar ―también falleceríamos todos. La mayoría de nosotros vivimos silenciosamente. Algunos están más involucrados en su elección de víctimas que otros. Te estaba diciendo la verdad antes ―que muchos de nosotros existimos, vivimos la vida día a día, y nadie sabe lo qué somos, porque hemos aprendido a vivir sin matar a seres humanos. No estamos viviendo en el pasado. Es una edad y un momento técnico, un nuevo mundo, lo sabes. Él negó con su cabeza. ―Claro, un nuevo mundo. ―Sean, tienes que creerme. Te lo juro, te estoy diciendo la verdad.

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―No creo en nada de esto. No puedo creer en nada de esto. ―Sean, por favor, por favor, tienes que escucharme. Porque es la única manera que tienes de atrapar a tu asesino. Él frunció el ceño. ―¿Tú sabes quién es el asesino? Lo miró con gravedad. ―Sí. ―¿Y el asesino es un vampiro? Se apartó de él con determinación, poniéndose de pie. Se quedó mirándole. ―Sí ―dijo tranquilamente. Él alzó sus manos. ―Mi Dios. Te estás volviendo loca. Me estoy volviendo loco. Es así de simple. ―Sean. ―No, no, tengo algunas preguntas ahora. Iremos a paso a paso. Me estás diciendo que eres realmente un vampiro. ―Sí. ―dijo sin alterarse. ―Así que, en realidad, tienes una fuerza increíble. En muchos sentidos. Podrías haberme matado en cualquier momento. ―Sí. ―susurró. ―Y... no. ―¿Qué? ―Podría hacerlo... pero no podría. ―Diablos, Maggie, ¿Qué significa eso? ―Tengo la fuerza, pero... ―¡Tienes la fuerza! ―También se puso de pie entonces, con los brazos cruzados sobre su pecho mientras la miraba fijamente, gritando ―demuéstralo. Haz algo. Tómame, entonces. Hazlo. Demuéstralo.―Avanzó sobre ella, con una mano sobre su pecho mientras la empujaba hacia atrás. La empujó, duro. Una vez, otra vez, otra vez. ―Sean, para. La agarró de sus hombros y la sacudió. Ella no protestó. Continuó mirándolo fijamente, con su cabeza cayendo hacia atrás. Dios, ¡Era tan hermosa! Todo que quería hacer era sostenerla. Pero todo parecía tan loco repentinamente. ―¿El asesino es un vampiro? ―Sí. ―Ése es el motivo por el qué es tan increíblemente fuerte. Por qué no cayó cuando le disparé. ―Sí. Exactamente. Asintió con la cabeza después de un momento. ―Un vampiro... Así que matar es rápido y fácil para él. ―Lo ha sido siempre ―reflexionó. ―¿Lo has conocido antes? Ella asintió con la cabeza. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Otro amante? Negó con la cabeza enfáticamente. ―Lo odiaba desde la época en que lo conocí. ―Pero es increíblemente fuerte, porque es un vampiro. ―Sí. ―Así que, eso te haría increíblemente fuerte. ―Te dije… ―No, tú todavía no me has dicho nada. Así que, repito, tú podrías matarme. Rápidamente. Fácilmente. ―Sean. ―Respóndeme. Podrías matarme. Con una torsión de tus dedos. ―Podría, pero no podría. ―¿Por qué no? ―Exigió ferozmente, con incredulidad en una situación que todavía parecía tener cierta verdad que causaba que su humor renaciera. Pero aun así ella le devolvió la mirada igualmente. ―No puedo matarte, no puedo lastimarte, porque... ―¿Porqué? ―Porque te amo ―dijo suavemente. Él se quedó en silencio, alejándose de ella. Se sentó al borde de la cama, mirándola fijamente, todavía negándose a creer. Estaba loco. Y aún así... Se sentía como si estuviera ardiendo. Confundido. Hubo cosas que sintió... que no deberían de ser. Era un hombre cuerdo. Se manejaba con locos en algunos momentos, pero era un policía, un buen policía, y se había enfrentado el mal antes, pero el mal de carne y sangre. Carne y sangre normales. ―Así que, ¿Me quieres realmente? ―Sí. Sabes que sí. ―Estoy seguro de que es algo que has dicho antes. Con el paso de los años, por supuesto. ¿Solo, cuántos años tienes? ―Muchos. ―¿Cuándo naciste? ―¿Como un vampiro? ―¡Como un ser humano! ―En mil ochocientos veintiuno. ―Debes de estar usando un montón de crema de noche. ―Sabes que los vampiros no envejecen al mismo ritmo. ―¿Cómo puedo saber algo realmente? Necesito ayuda aquí ―dijo secamente. ―mil ochocientos veintiuno. Han pasado muchos años. Así que, en todo ese tiempo, ¿A cuántos hombres has amado?

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Todavía le estaba mirando fijamente al mismo nivel. Como si ésta fuera una conversación regular y verdadera. ―Dos antes de ti ―le dijo. ―Excepto que el segundo no cuenta realmente. ―¿Oh? ¿Y por qué no? ―Porque creo que eras tú. Sean gimió y se hundió en la cama. ―¿Él era yo? Ella asintió con la cabeza con gravedad, poniéndose de pie y caminando a su tocador donde agitó un globo de nieve de un príncipe y una princesa de Disney y lo dejó, mirando como las partículas brillantes dentro del globo se depositaban de nuevo. Entonces encontró sus ojos en el espejo. ―He estado en los alrededores durante un tiempo muy largo, Sean. Honestamente. He visto mucha maldad, pero también he llegado a creer en cosas buenas. Pienso que a veces, cuando las vidas se ven interrumpidas muy pronto, las personas vuelven. En situaciones próximas y similares. Creo que tú eres el Sean Canady que conocí y que amé durante la Guerra Civil. La miró, con su garganta seca, mientras pensaba en los extraños sueños que lo habían estado atormentando últimamente. Los sueños de cabalgar hacia la batalla, buscando la gloria... La noche pasada. Su loco deseo de hacer el amor en la escalera. No. ―¿Quién fue tu primer amante? ―Él exigió cruelmente. ―El conde Alec DeVereaux. Nos conocimos cuando yo era muy joven. ―Lo amaste… ¿Y él te hizo esto? Vaciló, indecisa por primera vez. ―Lo quise, y creo que él me quiso. Y pienso que creyó tontamente que podría hacer las cosas correctamente entre nosotros. Hay un refrán grabado sobre una antigua lápida en Francia: “¡Y el amor te volverá libre! ―Supongo que Alec creyó que mi amor por él cambiaría las cosas. Que podría recuperar su alma inmortal a través de mí. Lucian cree que Alec estaba convencido de la verdad del dicho. ―¡Ah, sí, Lucian! ―Sean escupió. ―Así que —¿Este Lucian es también un vampiro? ―Sí. ―¿Y ha sobrevivido todo este tiempo? ―Mucho más tiempo que yo. Lucian es un antiguo. En cuanto a Alec...―Agitó su cabeza. ―Mi padre mató a Alec. Él estaba con un tatara―tatara―tatara ―muchos tatarabuelos, y algunos otros hombres. Pensaban que sabían lo qué era Alec. ―Por lo que dices, lo sabían. Era un vampiro. ―Era un vampiro, pero no malvado. ―Lo que te hizo fue aparentemente malvado. ―Ya te he dicho… Gimió con una repentina impaciencia. ―¡No me digas nada más! No creo en nada de esto. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Maggie caminó hacia él, sentándose a la moda india sobre la cama, enfrente de él. ―Sean, tienes que creerme. Es la única manera en que puedes luchar contra el asesino. ―No debo de llevar una pistola. Debo llevar una estaca ―la interrogó escépticamente. Hizo caso omiso de su tono, con el enfado en sus ojos mientras lo miraba. ―Bien ―la dijo, ―Necesito una estaca, ¿No? Hemos establecido que el asesino es un vampiro. Ella vaciló, mirándolo. Luego dejó salir un largo suspiro. ―Sí, es un vampiro. Un asesino experto que ha hecho un arte del homicidio a través de los años. Es también Jack el Destripador. Las cejas de Sean se alzaron. ―Oh, Jesús, Maggie ―No digas Maggie en ese tono. Voy a empezar desde el principio y voy a tratar de ser concisa, y a tratar de conseguir que todo esto penetre a través de tu terca cabeza. Cuando era muy joven, me enamoré. Mi padre quería salvar a su hija así que mató a Alec, gastó su vida tratando de salvarme entonces. Inventó a una niña, y una manera para mí de volver a Nueva Orleans cada veinte años o así. Conocí a Lucian porque… ―¿Sí? ―Lucian es el rey. ―¡Rey! ―Sean reiteró a través de los dientes apretados. ―Bien, eso es lo que es. Pero eso es irrelevante ahora. Era mi consejero; me enseñó las reglas. Cómo sobrevivir, cómo tener una vida, cómo guardar mi propiedad. He sido siempre M. Montgomery de alguna manera u otra. Durante la Guerra Civil, conocí a Sean Canady, y no tuve el descaro de decirle qué era, pero le había prometido que después de la guerra le explicaría por qué no podía casarme con él. En una fiesta conocimos a un hombre, y supe que era uno de mi especie, excepto que él era cruel. Increíblemente cruel. Supe desde el principio que no quería nada relacionado con él, pero me persiguió. Mató descuidadamente, y lo peor, es que disfrutaba contaminando a los hombres. ―¿Contaminándolos? ―Te he contado acerca de contaminar a la gente. Hundiéndonos en sus cuellos con los dientes de sangre; no se mueren, no se hacen vampiros. Si un vampiro toma demasiada sangre de una víctima de esta manera, la víctima se muere, o él o ella se vuelven locos y empiezan a matar a otros. ―Oh, por supuesto ―Sean murmuró. ―De todos modos, este vampiro mató despacio a la hija del Coronel Wynn, luego empezó con él. Destruyó al coronel. Wynn empezó a matar a soldados confederados heridos, convencido de que un soldado había seducido y matado su hija. Sean Canady fue detrás de Wynn, yo perseguí a Sean... y Aaron Carter me persiguió a mí. Estaba tan desesperada que habría mantenido a Sean vivo como un vampiro, excepto que era demasiado tarde. Sean pensaba que su cara debía de estar fija con una máscara permanente de incredulidad, de la misma manera que una máscara de plástico. ―Luego la guerra terminó, el tiempo pasó. ¿Aaron se convirtió en Jack el Destripador? ―Preguntó. ―Y Aaron es el asesino con el que peleé anoche. Ella asintió con la cabeza. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Me lo encontré de nuevo en Londres. Tenía que viajar por Europa tanto como por los Estados Unidos, ya ves. No envejecí, y tenía que permitir que cada nueva niña creciera. ―Por supuesto ―Sean murmuró. ―Estaba en Londres, y me había hecho buena amiga de un médico y su esposa. ¿Recuerdas cuando te dije que pensaba que las personas vuelven cuando sus vidas son interrumpidas demasiado pronto? ―¿Qué? ―Bien, pienso que el doctor era tu compañero, Jack, y de paso, que Angie era Laura. ―Seguro, ¿Por qué no? ―Sean dijo. ―Si vamos a creer en vampiros, bien podemos creer en la reencarnación. ―Sé que hay vampiros. No sé si la reencarnación es verdadera o no. Sólo sé que el mundo está lleno de almas, buenas, malvadas, y pienso que viejas y jóvenes. ―¿Y tú crees en Dios, Maggie? ―Sí. ―¿Y estas maldita? ―No lo sé. Ruego que no. Puede ser que, incluso entre nosotros, todo tiene que ver con el concepto de libre albedrío y toma de decisiones. Y te ruego que no seas tan tonto como para no prestar atención a lo que te estoy diciendo, porque te estoy diciendo que, si Aaron no es frenado, más personas morirán. Más y más. Peter, el médico que era mi amigo en Londres, era un hombre con un increíble talento, determinado a ayudar en los barrios pobres de Whitechapel. Estábamos fuera una noche cuando vi a Aaron. Mantuvimos una pelea; Lucian intervino y nos ordenó que lo dejáramos. De todos modos... Laura, la esposa de Peter, estaba embarazada así que continué trabajando con Peter con el propósito de que ella pudiera descansar, y quedarse en la ciudad, fuera de la mugre y la enfermedad y el delito de la calle. Luego comenzaron los asesinatos de Whitechapel, y Peter empezó a tener bloqueos de memoria. Estaba convencido de que él era el asesino, y empecé a preguntármelo yo misma, porque desaparecía cada vez que había un homicidio y no podía encontrarlo. Y aparecía cubierto de sangre. Entonces...―Aspiró profundamente. ―Laura había estado enferma. Peter la encontró muerta después de uno de sus bloqueos. Se culpó a sí mismo, y... se suicidó. Fue la mañana después de que Mary Kelly fuera asesinada brutalmente. Estaba aturdida, caminando... Vi a Aaron. Y cuando lo enfrenté, descubrí que había estado matando a las prostitutas y haciendo a Peter pensar a propósito que él era un asesino. Él pensaba que era una broma increíble que la policía estuviera tan perpleja, y adoraba las listas de sospechosos. No sé cómo explicar a Aaron excepto que se cree un cazador... De la misma manera que un gato, quizás, un asesino a quien le gusta burlarse y torturar a su presa. Estaba tan enfadada que ataqué a Aaron, y lo lastimé, lo lastimé realmente. Lo habría matado entonces excepto porque Lucian me paró, porque, si lo hubiera matado, me habría enfrentado a la ejecución por mi propia especie. Incluso si Lucian no hubiera autorizado una vía ejecutiva formal, otros vampiros me habrían encontrado y me habrían matado. Podrían haber despreciado a Aaron y coincidido conmigo, pero ésa es la ley antigua. No tenemos permitido destruir a los de nuestra propia especie. Aunque Aaron estaba lastimado, muy lastimado. La clase de daño que probablemente ha tardado casi un siglo en curar. Pero es mejor ahora. Y está de regreso, fuerte, malvado, cruel. ¡Jack ha vuelto! ―Dijo muy suavemente, y lo miró. ―¿No comprendes a lo que te enfrentas, a qué clase de demonio? Jack está de regreso, y ésa es la verdad. Mi Dios, ¡Mira los asesinatos, mira sus víctimas! ¿Cuántos hombres podrían imitarle tan bien? Si te permites a ti Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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mismo pensar en todo ello, te darás cuenta de que te estoy diciendo la simple e irrefutable verdad. La verdad. Por supuesto, ella vio la incredulidad en sus ojos. ―Maggie... ―¡Oh, Dios! ―Gimió. ―Es cierto, Sean. Es cierto. ¿Qué tendría que ocurrir para convencerte? Estaba sentada delante de él, apareciendo de algún modo muy inocente y joven, incluso en su desnudez. Sus ojos eran líquidos, brillando en un hermoso dorado, su pelo estaba todavía salvaje alrededor de sus hombros; era tan perfecta y por tanto encantadora, que parecía increíble que pudiera estar contándole tal historia y que, mucho menos, pudiera creérsela. Ahuecó su mejilla en su palma, besando sus labios ligeramente. ―Voy a darme una ducha. Vístete. Ve a trabajar ―le dijo. Se puso de pie, caminando hacia la ducha. Se sentía como si tropezara de la misma manera que un borracho. Se paró en la puerta del baño. ―Con un poco de suerte, podrían haber atrapado a este loco ya ―dijo. Ella le daba la espalda. Larga, elegante, hermosa. Agitó su cabeza. ―No lo habrán atrapado. Lo sabes. Si le hubieran encontrado, te habrían llamado ya. Tenía razón; lo sabía. Incluso si no hubiera dicho dónde podría estar, ellos lo habrían sabido. Se metió en la ducha y dejó que el agua fría se desbordara sobre él. Se encontraba en una pesadilla, y tenía que despertar. Cuando apareció, Maggie estaba vestida, lista para el día de trabajo. Vestía un traje de color azul marino con una blusa de seda blanca y una corbata. Una indumentaria masculina nunca había parecido tan femenina, aunque ella era la sofisticada ahora, con su largo pelo rojo recogido en un ordenado moño. ―Hay café en la cocina ―le dijo, dejando el dormitorio mientras él se vestía. Mientras esto ocurría, su ama de llaves, Peggy —rolliza, de mejillas sonrosadas —, parecida a la Sra. de Santa Claus —estaba en la cocina también. Le dio la bienvenida a Sean agradablemente, le sirvió el café, y le ofreció un fresco y recién horneado panecillo. Maggie estaba ahí también, bebiendo café y leyendo el periódico. ―¡Los periódicos dicen que casi atrapó a la bestia, Teniente Canady! ―dijo Peggy. ―Usted lo atrapará, escuche mis palabras. ―Gracias por el voto de confianza, Peggy ―Sean le dijo. ―Y por el panecillo. Maggie, ¿Estás lista? Miró hacia arriba, asintió con la cabeza, depositó su taza, y se lo agradeció a Peggy también, diciéndole que no estaba segura si volvería esa noche o no. Peggy le advirtió que tuviera cuidado. Mientras caminaban hacia el automóvil, Sean preguntó sarcásticamente, ―¿Peggy es un vampiro también? Lo cazó con una regia mirada furiosa. ―Por supuesto que no. Es mi ama de llaves, me cuida, y es estupenda. Alguien tiene que cuidar de un vampiro, ¿no? ―¡Ah! ¡Así que te protege en tus momentos más débiles! Maggie hizo caso omiso de eso, deslizándose en el automóvil en el asiento del copiloto.

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―La familia de Peggy ha cuidado de la Plantación Montgomery durante décadas ―dijo. ―No, no es un vampiro. Pero su padre trabajó para mí antes, y antes de eso, su abuela, y antes de eso… ―Ya capto la idea. ¿Tiene ella que atraer a los incautos para ti? ―No seas absurdo. ―¿Así que no es La Casa de las Sombras Ocurras, no? ¿Realizas tu misma tus propios robos en los bancos de sangre? ―Compro mi sangre, gracias. ―Como el que hace un viaje al centro comercial, ¿No? Ella sonrío dulcemente. ―Debería morderte justo en el cuello. El se encogió de hombros. ¿Por qué estaba acosándola? ¿Estaba temeroso de que pudiera hacérselo creer? ¿Lo decía ella en serio, o él era el peor tonto de todos los hombres, o era ésta una broma enorme? Estaban rígidos, sin hablar demasiado, hasta que se acercaron a la ciudad. Luego él se sintió obligado a advertirla de nuevo. ―Maggie, ya no sé qué es real y lo que es irreal ―dijo, atrapando sus ojos en el espejo. ―Pero no quiero tener que preocuparme por ti en todo esto, por favor. ―Tienes que creer, Sean. ¡Tienes que prometerme que pensarás en las cosas que te dije como en algo real! ―Muy bien. Pero prométeme que no tratarás de salvarme a mi o a cualquier otro. Tienes que alejarte del asesino, ya sea un hombre o un monstruo. Sentada en silencio, bajó la vista a sus manos. Estaban casi en Empresas Montgomery. Detuvo el coche lo más cerca que pudo de la acera, aparcándolo de cualquier manera, para girarse y tomar sus manos para hablarla. ―Sean, estoy tratando de ayudarte… ―¡Maggie! ―Protestó, agitando su cabeza y vacilando sólo por un minuto. ―Maggie, te quiero. Lo que sea que vaya a pasar. Ya sea que tú estés loca, o que lo esté yo, o que todos nosotros estemos locos. Si quieres ayudarme, mantente segura. Miró fijamente hacia delante, rígida y enfadada. Luego lo miró a él. ―Te estoy diciendo la verdad, Sean. ―Maggie, todo esto es tan loco. Las prostitutas están muertas, un proxeneta está muerto, y un cadáver está decapitado. No tiene sentido en absoluto… ―Sí. Lo tiene. Yo hice lo del cadáver ―dijo tranquilamente. ―¿Qué? Sus ojos se trabaron con los suyos. ―Fui a la morgue, y decapité a Ray. ―¿Tú? ―Trató de imaginarla… llevando una sierra de hueso al cuello de un hombre. Sus labios eran una línea ajustada y blanca. ―¿Una imagen espantosa, no? ¿Estás todavía seguro de que me quieres? ¿O estás tratando de no creer que podría ser cierto? Fui detrás de Ray. Estaba infectado. Eso debería de haber sido obvio. Le disparaste, y no cayó. Aaron había estado con él, y su sangre estaba afectada. Lo Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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suficiente, por lo que él volvería. Ray estaba volviendo. No podía dejar a un hombre como él, suelto, con un poder inmortal. Él estaba sentado en silencio, recordando cómo la había visto en la entrada de baño la mañana después de que Ray fuera asesinado. Era posible... No. Podría ser. ¿Había ido y vuelto? ―No lo creo ―dijo roncamente. ―No quieres creerme. ―Pero… ―Sí, Sean, puedo desplazarme de la misma manera que la neblina, puedo cambiar de forma. Es la mente sobre la materia, casi como la telequinesis. Me supone un tremendo esfuerzo, y no puedo hacerlo a menudo, pero en fin, no he necesitado cambiar mucho últimamente. Piensa en esto. ¿Recuerdas cuando despertaste, y yo no estaba en la cama contigo? Te dejé y fui a la morgue. Ray estaba sobre una camilla ―lo estaban prepararlo para abrirlo. Él estaba listo para consumir la sangre de cada joven estudiante de medicina y de todos los viejos médicos y técnicos de allí. Aaron se había estado asegurando de decapitar a sus víctimas ―pero no había matado a Ray. Tu mataste a Ray, pero su sangre estaba infectada lo suficiente para traerlo de vuelta. Un hombre como Ray suelto en la ciudad... ―Vale ―la desafió. ―Haz memoria. Londres, 1888. Las víctimas del Destripador tenían sus gargantas seriamente cortadas ―algunas de ellas hasta el hueso ―¡Pero sus cabezas no fueron cortadas en realidad! ―Piensa en esto. Aaron estaba tratando de hacer creer a Peter que estaba loco. Había un montón de homicidios ocurriendo al mismo tiempo ―pero nada tan infame como los homicidios del Destripador. Pregunta a tu padre, el historiador. Se encontraron muchos torsos al borde del Támesis al mismo tiempo. Tú tienes que cortar las arterias. Te estoy diciendo una verdad absoluta, y tienes que creerme. Sabes que los hombres pueden ser monstruos, tú has visto a los asesinos. Has visto a hombres matar en un momento de pasión, en un momento de cólera. Tú has visto los resultados cuando un asesino tiene una mente enferma. Combina todo eso con una fuerza tremenda y una criatura que puede venir y marcharse a voluntad ―y tienes a Aaron. Es listo. Está dejando que estos cuerpos se exhiban tan horriblemente a propósito. Si hubiera querido mantener sus crímenes ocultos, estarían ocultos. Aaron sabe cómo deshacerse de sus sobras. Sean agitó su cabeza. ―Muy bien, tenemos prostitutas muertas, y a un proxeneta. Aaron, como dices. Pero Anthony Beale era un hombre, que usaba a esas pobres mujeres, que es lo mejor que podemos decir de él. Dice que tú le cortaste la cabeza a Ray. ¿También asesinaste a Anthony Beale? Pequeñas gotas de su sangre terminaban en tu puerta. ―No maté a Anthony Beale ―dijo serenamente. ―No asesiné a nadie. Ray ya estaba muerto. Sólo evité que volviera a la vida. ―Así que, ¿Quién mató a Beale? Se fijó en sus manos otra vez, agitando su cabeza. ―Debe haber sido Aaron. O bien Beale le molestó en algo, o se cruzó en su camino. ―¿Y qué hay del viejo Rutger Leon? ¿Lo hiciste tú, o bien Aaron estaba en medio de una vena humanitaria? Frunció el ceño, mirándolo. ―¿Rutger? ¿Rutger está muerto? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Ella estaba sinceramente sorprendida, Sean determinó. ―El cuerpo de Rutger Leon fue encontrado ayer. Su torso y su cabeza, por lo menos. Su gesto fruncido permanecía. ―¿Fueron encontrados… por separado? ―Sí. ―No puedo imaginar a Aaron matando a Rutger; lo habría disfrutado demasiado dejándolo vivo, atormentando a Callie. ―Bien, alguien lo mató. ―Yo no lo hice ―dijo, pareciendo exasperada. ―Te lo diría en este momento si lo hubiera hecho, ¿No? Especialmente debido a que no estás creyendo ni una palabra de lo que te digo de todos modos. Se estiró y abrió la puerta del acompañante para que pudiera salir. ―Tengo que ir a trabajar. Tengo que ir y ver qué falta del cuerpo de Rutger. Luego voy a tener una reunión con el destacamento especial. ¿A propósito, debo comprar cruces para todos mis chicos? ―La tuya es muy bonita ―murmuró ásperamente. ―¿No te molesta? ―Siempre he adorado el arte religioso. Y adoro las iglesias. Lucian se está riendo de mí siempre. Rezo mucho.―Vaciló, luego dijo, ―Algunos vampiros pierden su fuerza con las cruces. No los pararán... Pero una cruz puede comprar un poco de tiempo. Y el agua bendita puede causar ardor... especialmente durante el día. Los vampiros son más débiles por el día. ―¿Y el ajo? ¿Verdad o mito? Él vio que los músculos de su mandíbula se tensaban. No supo si se estaba burlando de ella o no, pero quería darle lo que ella consideraba que eran respuestas sinceras. ―Come mucho ajo. El ajo en la sangre hace que los vampiros enfermen como los perros. ―¿Y puedo matar a uno con una estaca de madera atravesando su corazón? ―Si tienes la oportunidad atravesar su corazón con una estaca de madera. ―¿O la decapitación? ―Sí, la decapitación mata a los vampiros. ―Genial―farfulló. ―Así tengo algo que poder darle a los chicos del destacamento cuando les diga que estamos buscando un vampiro. Justo antes de que me lancen fuera. Maggie lo miró fijamente imperturbable. ―Te he mostrado todo ―dijo. ―He arriesgado mi existencia. Y todo lo que estás haciendo es burlándote de mí. ―No me estoy burlando de ti. ―No me estás escuchando. ―Maggie, ¡Piensa en lo qué estás diciendo! ―Sean. ―Maggie, no me estoy burlando de ti, lo juro. De una manera o de otra, hay un asesino terrible ahí. Sólo tengo que ir a trabajar.

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―Pero todavía no me crees. E ir a trabajar no te va a hacer ningún bien si no me crees. Vaciló, mirando a través de la ventana frontal. ―No sé, Maggie, piensa en lo fantástico que parece todo.―Volvió su mirada hacia ella. ―Pero sé esto. ―¿Qué? Sonrío con malicia. ―Todavía te quiero. Y sea lo que sea ese tipo, le tengo que atrapar. Para ti, para mí, para la parroquia de Nueva Orleans. Porque soy policía, y no podría vivir con la pérdida de éste. Y de nuevo, porque te quiero. Y vamos a tener algún tipo de futuro. Maggie agitó su cabeza muy tristemente. Tocó su mejilla. ―Te quiero, Sean. Pero no, no hay futuro. No a menos que tengas la suficiente confianza en mí para creerme. Salió afuera del automóvil, e inmediatamente empezó a alejarse de él. ―¡Maggie! Pero era demasiado tarde. Ella no miró atrás.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1155 Él entró en la oficina, apenas consciente de los sonidos de los teléfonos y del bullicio de su alrededor. Se dejó caer en el sillón detrás de su escritorio, con las manos cruzadas en su regazo, mirando fijamente hacia el frente sin comprender. ―La noche continuó mal, ¿eh? Miró hacia arriba. Jack Delaney lo estaba mirando fijamente con compasión. ―¿Hemos tenido alguna buena noche últimamente? Jack se encogió de hombros. ―Bueno, eso es una cuestión de separar nuestras vidas profesionales de nuestras vidas privadas. Sean agitó su cabeza, apoyándose hacia adelante. ―Has hecho tu investigación sobre el Destripador, Jack, ¿Qué sabes de los vampiros? Jack se encogió de hombros. ―El viejo Nosferatu, una película fenomenal en realidad. Luego fue Bela Lugosi, de Christopher Lee, Gary Oldman y Lauren Hutton. Esa era una película como una especie de mayoría de edad para un chico donde ella buscaba vírgenes adolescentes. Noche de terror, la primera, la adoraba. Escalando en el concepto completo, puedes ver Hombre Omega como una película de vampiros, luego está Ejército de Obscuridad… ―No estoy hablando de películas, Jack. ―¿Vampiros reales? ¿La base de las leyendas, las investigaciones de Bram Stocker? Naturalmente, hubo un Vlad Dracul real, un príncipe rumano, un tipo sanguinario si alguna vez hubo alguno. Los registros indican que mató a decenas de miles de sus enemigos, y a su propia gente, empalándolos y dejándolos morir. Cenó, supuestamente, entre el hedor de la muerte sobre las colinas, lo que condujo a la idea de que bebía sangre. Pero con toda seriedad… ―¿Sí? ―Sean arqueó una ceja, agitando su cabeza. ―Me llevas ventaja con tus conocimientos sobre vampiros. Jack sonrió abiertamente. ―No puedo ayudarte en ello, adoro una buena película, un buen misterio, Jack el Destripador, y las leyendas raras. Soy un yonqui del canal de Artes y Espectáculos. Cuando era niño en la escuela secundaria, pensaba en hacer una película basada en los chupasangres. Realmente no sé por qué. Parece que siempre he tenido fascinación por los vampiros y por Jack el Destripador. Como si me afectaran en realidad de una manera personal, de algún modo. Mirándolo fijamente, Sean arqueó una ceja. Maggie pensaba que Jack era su amigo el doctor Peter, viviendo otra vida. ¿Podría serlo... No. Demasiado, demasiado raro. Agitó su cabeza. ―Jack el Destripador estaba loco. Los historiadores anteriores y presentes saben que eso era cierto. Y con la moderna tecnología… ―Ah, pero no tenían tecnología moderna. Hey, y mira lo que hemos conseguido nosotros, no se han parado los crímenes, ¿O sí? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Mirando sus manos, apretadas fuertemente sobre su escritorio ahora, Sean negó con su cabeza. ―Pienso que lo más interesante para mí ―Jack continuó, ―Es la manera en que la leyenda de algún tipo de criaturas bebedoras de sangre ha aparecido durante las diferentes culturas a través de la historia. ―¿Oh? Jack asintió con la cabeza. ―Bajando hasta Adan, en el viejo Testamento. Supuestamente tuvo una esposa antes de Eva. Lilith. Pecó, fue expulsada, se comió a sus propios hijos, y por años las esposas judías protegieron a su descendencia de ella, porque se suponía que volvería y se comería a otros niños. Porque todos los hombres descienden de Adan y Eva, naturalmente, todos somos presa del canibalismo de Lilith. Lamia existió para perseguir a las personas de la Grecia antigua ―eran mujeres aladas bebedoras de sangre, que sedujeron a apuestos jóvenes y, bien, ya sabes el resto. Todos los habitantes de Lamia tomaron la reputación de la Lamia, que fue una vez amada por Zeus, pero que fue descubierta por la vengativa Hera. Incluso en China, la gente creyó en un demonio llamado El Gigante Shi, otro bebedor de sangre. En el sánscrito antiguo leemos baital, criaturas que se alimentaron de sangre; los alemanes tenían un blutsauger, etcétera. La cerámica encontrada en la antigua Siria y Babilonia antes de Cristo retrata a demonios en varios actos de chupar sangre o vampirismo, y… ―Demonios, ¿Qué hiciste, tomar clases de esto ―Vampirismo 101? ―Sean preguntó. Jack se encogió de hombros. ―Te lo dije, iba a ser un gran director de películas. ¿Por qué todas estas preguntas sobre vampirismo? ¿Piensas que tenemos un vampiro en la ciudad? Cadáveres, ninguna sangre. ―No creo en vampiros ―dijo Sean. ―Bien, ha habido una falta misteriosa de sangre ―Jack dijo. ―No tenemos ningunos castillos viejos, y es condenadamente difícil para nosotros desenterrar a nuestros muertos horneados, pero… ―Pero alguien está matando como una imitación, alguien que piensa que es una reencarnación de Jack el Destripador, o un vampiro. ―Ya sabes, Sean, un imitador puede ser tan peligroso, como alguien trastornado, pensando que es un vampiro, puede ser tan espantoso como uno auténtico. ―Y qué si...―Sean empezó. ―¿Sí? ―Jack dijo. ―Muy bien, ¿Qué pasaría si existiera un vampiro? ―Tendríamos que llamar a Van Helsing ―Jack bromeó. Entonces vio los ojos de Sean. ―Yo... yo... ―No me estoy suicidando todavía, estoy siendo hipotético. Nos enfrentamos con un imitador o algo parecido. Después de todo, esto es Nueva Orleans, el patio de recreo de Lestat, el hogar del vudú, los recorridos turísticos de los vampiros, y mucho más. Así que, ayúdame aquí, ¿Eh? ―En las viejas películas de Hammer ―Jack dijo pensativamente, ―Los vampiros dormían durante el día, la luz del sol podía asarlos, el Agua Bendita era como el ácido, una estaca en el corazón era una forma segura de eliminarlos, la decapitación… Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Su voz se apagó. Aclaró su garganta. ―Decapitación ―repitió. ―Pero... son las víctimas las que están siendo decapitadas. Ahh... Veamos, una víctima no podría hacerse vampiro si fuera decapitada, ¿Bien? Sean no le respondió a eso. ―Regresemos a la morgue. Necesito que hagas un poco de investigación para mí. La vieja historia de Nueva Orleans. Quiero investigar especialmente a un hombre que se sabe que estuvo en esta región durante la Guerra Civil. Aaron Carter. Ve lo que puedes encontrar para mí. ―Seguro ―Jack dijo. ―Tal vez debería de empezar a llevar una cruz, ¿No? ¿Mascar ajo? ―Mucho ajo ―Sean estuvo de acuerdo, sonriendo. ―¿Debo obtener un poco de agua bendita? ―Todavía no. Te lo haré saber.

Maggie apenas había entrado en su oficina cuando escuchó el teléfono sonar. Lo cogió. ―Empresas Montgomery. ―Ah... ¿Y podría ser la misma señorita Montgomery? Maggie sintió la piel de gallina. ―Aaron. Maldito.. ―Querida, ya estamos ambos malditos. ―¿Qué quieres, Aaron? ―Sangre, asesinato, mutilación, lo habitual. ―Tú has dirigido eso, Aaron. ¿Por qué estás llamando, qué quieres de mí? ―Porque, querida mía, eso es exactamente. Tú eres realmente lo que quiero. ―¿De verdad? Qué interesante, Aaron. Nos despreciamos. ―Oh, no, Maggie. Estás bajo la impresión equivocada de que no me gustas. Eres molesta y una pequeña perra de superioridad moral, pero estas jodidamente buena. Y eres un desafío, lo sabes. Te quiero bajo mi poder, Maggie. Me has pertenecido desde hace mucho tiempo. ¿Y quién sabe? Podría tener una adoración lo suficientemente obsesiva por ti para ser bueno contigo... Después del castigo correcto por todo lo que me has hecho, por supuesto. Pero diablos, Maggie, puede ser que solo te desee. ―Si me tuvieras, ¿Pararías todas estas matanzas? Su risa era ronca, y parecía cortar profundamente hasta el hueso. ―No en tu forma de vida. Te enseñaría cómo vivir. Te enseñaría que a tener el poder que yo tengo, porque no estoy arrepentido de ser lo que soy. Un depredador, mi amor. Una criatura chupasangre de la noche, si quisieras. Disfrutarías de la vida. ―¿Has sido alguna vez humano, Aaron? ―Interesante pregunta. En verdad, lo fui, indudablemente lo fui. ¡Y éste es mi territorio, querida, más de lo que es el tuyo! ―Dijo, con una nota de cólera en su voz. ―¿Y eras un asesino cuando eras humano, Aaron?

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―Ahh, ¡Otra pregunta interesante! ¿Somos asesinos cuando nos alimentamos de ganado vacuno? No, sólo somos animales superiores, con una inteligencia más grande, y el ganado vacuno está ahí para servir a nuestras necesidades. Se rumorea que has estado especialmente encariñada con ellos siempre. Querida mía, siempre he sido más fuerte, más inteligente. He adorado siempre un buen juego. Estoy en lo más alto en la escala de la creación; aquellos a quienes he matado han sido mi ganado vacuno todo el tiempo. Los seres humanos son tan estúpidos, debes de estar de acuerdo con eso. Ellos no sólo no creen. ¡Se ven a ellos mismos como las criaturas en el punto más alto, demasiado inteligentes para darse cuenta de que podría haber algo más de lo que el ojo puede ver! Incluso cuando los relatos son contados una y otra vez, cuando la verdad casi los abofetea en la cara, están ciegos. Pobre Sean, voy a ir a buscarlo, ya lo sabes. Otro Canady. Y será presa fácil, porque no cree. Como siempre. Son demasiado jodidamente brillantes para creer… hasta el momento en que la muerte cierra sus ojos para siempre. Maggie retorció el cable del teléfono fuertemente en sus manos. ―Dejar a los Canadys en paz, Aaron. Iré a por ti. ¿Dónde? ¿Cuándo? ―¡Oh, Maggie! De ninguna manera. Yo vendré a por ti cuando menos te lo esperes. Tal vez hablaremos otra vez. Tal vez te daré algunas oportunidades. ―Aaron, si lastimas a Sean, te mataré. Te lo advierto. ―Maggie, mi amor, me he vuelto más fuerte. Mucho más fuerte. Tal vez no te dejaré matarme. Existe esa gran posibilidad de que no puedas matarme. Tal vez sólo me aseguraré de que existas... por siempre y para siempre, ¡Sólo para entretenerme! ―Aaron, lo que sea… ―Adiós, Maggie, mi amor. ―Aaron… ―¿Recuerdas, Maggie? Cinco pequeñas putas... Ésa es la manera en que lo contaron de todos modos. Si solo lo hubieran sabido. Oh, bien, durante los siglos, incluso yo no podría llevar la cuenta. ¿Pero qué ocurrió después de los primeros dos, Maggie? ―Donde quiera que hayas ido, allí has llevado la decepción, el engaño y la muerte, Aaron. ―La naturaleza de la bestia; yo te enseñare eso en su momento. Te has sacrificado demasiado durante mucho tiempo, Maggie. Sé que sientes el hambre. Un día... pero me estoy adelantando. ¿Qué ocurre después de las dos primeras, Maggie? ―¿Las dos primeras? Ya eres responsable de al menos cinco muertes. ―No tuve nada que ver con Rutger Leon. Pero eso no importa. El alcahuete no importaba; los otros no importaban. Dos pequeñas putas, Maggie. Deberían de haber sido tres. Esa bruja de Callie. Pero se ha ido y no tengo interés en localizarla. Puede que después. Tal vez la encontraremos juntos. Ella le dijo lo que podría hacer consigo mismo. Se río. ―Un trío, Maggie. Pero me estoy adelantando a los acontecimientos. Maldita sea, ¿Qué viene después? ―Aaron… ―Un golpe doble, Maggie. Dos pequeñas putas en la misma noche. ¿Recuerdas? ―Los policías están peinando la ciudad en tu busca, Aaron. Y no eres indestructible.

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―Los policías mueren también. Definitivamente planeo matar a otro Canady. Otro Sean Canady. No queremos a ese bastardo paseando continuamente en la inmortalidad con nosotros, ¿No? Un doble golpe, Maggie. Dos pequeñas putas. Mírame. Mírame, mírame... ―Aaron… La línea de teléfono se cortó.

Pierre y Sean dieron un paso atrás, mirando fijamente las camillas en las que estaban los cadáveres ―Jane Doe y Bessie Girou, sus tristes vidas interrumpidas muy pronto. Anthony Beale. Había tratado con carne humana. ¿Eso quería decir que se había merecido morir de esa manera? Luego estaban Rutger y Ray. ―¿Bien? ―Pierre preguntó. ―Estoy buscando más marcas de perforación. Pierre vaciló. Sean sintió al hombre mirarlo. ―¿Marcas de perforación? ―Como las que encontramos antes, Pierre, sobre Beale ―Sean dijo. Pierre asintió con la cabeza. ―Muy bien ―accedió de mala gana. ―Pero, Sean, no entiendo… ―Creo que nuestro loco bien podría pensar de sí mismo como un vampiro, ¿De acuerdo? ―Sí, seguro, está bien ―dijo Pierre. ―De acuerdo, sabemos que Beale tiene, emm ―echaré un vistazo a Rutger, tú mira a Ray. Luego… ―Yo miraré a Bessie, y tú puedes mirar a nuestra Jane Doe.―Sean lo miró fijamente. ―Jane Doe nunca estuvo en el agua. Bessie lo estuvo. Probablemente yo pueda hacerlo un poco mejor, ¿No? Sean asintió con la cabeza. Dio un paso hacia delante. La morgue parecía tan malditamente silenciosa. Había tenido la intención de hacerlo lo primero, justo después de haber hablado con Jack, pero el jefe Daniels había pedido un informe, luego había escuchado un informe de personas desaparecidas sobre un adolescente libertino que había vuelto varias horas después. Ahora estaba oscuro. Había un turno nocturno en la morgue, pero muy pequeño. La mayor parte del personal se había ido a casa. No había muchas personas que presenciaran su búsqueda de marcas de perforaciones. Cuatro cadáveres, con las cabezas separadas, todavía allí, solo a unos pasos de distancia. Muerte. Sean la veía bastante a menudo. Donde la gente es tan aficionada a decir con un simple encogimiento de hombros, es Nueva Orleans. Una olla de mezclas. Un lugar de magia, y un lugar de violencia provocada por la mezcla a través de los siglos. Las luchas de cultura, de religión... ¿de lo sobrenatural? Se concentró en los cadáveres. Lo que había sido carne humana. Su corazón se encogió de compasión. Lo que estaba tan frío había representado la vida una vez. Pero allí, sí... por encima del corte... Agujeros de perforación. Dos de ellos.

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De pronto se sintió como si estuviera en un escenario. Como si caminara hacia atrás, y la habitación se volviera más grande. Sí, así era, el momento... por el rabillo del ojo creyó ver una neblina filtrándose en la habitación por las puertas, que estaban cerradas desde que él y Pierre habían llegado para revisar los cinco cadáveres preparados para su examen. Necesitaba dormir. La neblina se elevaba, de la manera en que la neblina se elevaba desde el Mississippi cuando la temperatura se enfriaba y el día se convertía en noche... No era niebla. Alguien estaba con ellos. Se dio media vuelta. Le dio una sacudida. Uno de los ayudantes de Pierre se había reunido con ellos; un hombre permanecía de pie cerca y ligeramente detrás de Pierre. El tipo era joven —¿Un estudiante? —y llevaba una bata de laboratorio sobre vaqueros de color negro. Sean no había oído que las puertas se abrieran. Pierre ni siquiera había notado aún al hombre. ―No pedimos ayuda ―dijo Sean. Pierre miró hacia arriba, estudiando al recién llegado, frunciendo el ceño. ―Sí, lo siento, ¿Porqué esta interrupción? No pedimos ayuda. Quién eres, joven, y quién… ―¿Quién o qué? Sean lo reconoció en ese momento. El tinte negro de su pelo había desaparecido. Era alto, delgado, con rasgos finos, sorprendentes y una sonrisa lenta que era, simplemente, cruel. ―¡Cállate viejo! ―le dijo a Pierre, y con un golpe de revés, envió a Pierre volando al otro lado de la habitación, estrellándose contra una pared de compartimentos de cadáveres. Dos volaron abiertos por el impacto. Una mano esbelta y blanquecina cayó de un cadáver cubierto con una sábana, y reposó ligeramente sobre la cabeza de Pierre cuando éste se desplomó en el suelo, inconsciente. ―Si lo ha matado… ―No está muerto. No me gusta la carne muerta. La sangre fría es como un buen vino agriado. Pero esto es para luego. ¡Mírese, Teniente Canady! Esto es como un déjà vú ―dijo el hombre. No estaba respirando fuerte ni siquiera después del duro golpe que le había dado a Pierre. Cruzó los brazos sobre su pecho, agitando su cabeza mientras estudiaba a Sean. ―Sean Canady. Por fin estamos juntos en un momento íntimo. Aaron Carter, señor, a su servicio, por si acaso no fuera consciente de que había vuelto. He sido llamado varias cosas a lo largo de los años, por supuesto. Jack el Destripador, el Hombre Hacha, el Macabro Destripador. La Muerte. Eso fue en París. Gran ciudad, París. Los franceses son tan emotivos. Ellos proveen de tan dulce y caliente sangre. ¡Ésa es una de las razones por las que siempre amé Nueva Orleans! Porque estamos llenos de sangre caliente aquí, ¿No está de acuerdo? Pequeñas cosas dulces como Bessie. Engendros del demonio, como el viejo Ray de ahí. Ésas roturas entre la oscuridad y la luz, como nuestra querida e irresistible Maggie. Pero pienso dejarla ver la luz, o la oscuridad, como debe ser. ¡Ah! Luego tenemos a los que podrían ser héroes como usted, Canady. Diablos, ya lo maté una vez, amigo. Debería haberse quedado muerto. Sean estudió a Carter mientras hablaba. ¿Era un vampiro viejo de siglos? ¿O era sólo un hombre increíblemente fuerte, acentuado también por algunas drogas ya fueran ansiadas o tomadas para luchar contra su forma de locura? De una manera u otra, era un asesino. ―Bienvenido a la morgue ―Sean dijo. ―Debe tener cuidado. Podría descubrir que puede quedarse aquí más tiempo de lo que supuso.

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Carter se río. ―Buen toque de bravura. Bien, ustedes chicos estaban siempre llenos de ustedes mismos. ¡El sur se encumbrará otra vez! ¡Y toda esa putrefacción! No, no lo creo. Me gusta lo dramático. Quería que Maggie lo viera morir otra vez, que se diera cuenta de lo qué es usted, y de lo qué es ella... Pero en fin, cuando lo seguí a la morgue, ¡Simplemente no pude resistir la tentación de cortarlo correctamente en la mesa de autopsias! ¿Este hombre podría ser realmente una figura inmortal, una aberración de chupasangre? Sean estaba a punto de enterarse. Deslizó su mano debajo de su bata del laboratorio, sacando su.38 especial. Vio a Carter moverse, aunque no lo hizo realmente. Era rápido, pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Carter estaba encima de él, y estaban luchando por el arma. La fuerza de Carter era asombrosa. Sean podía imaginar sus dedos romperse uno por uno. Antes de que el primer hueso pudiera romperse, apretó el gatillo, aunque no estaba seguro de dónde estaba apuntando. Impactó en Carter; por un momento, el hombre se quedó parado. Sean pensó que lo había golpeado en alguna parte de sus entrañas. Tal vez era todo un engaño; tal vez Carter caería, gritando, saliendo sus tripas a borbotones de él. Pero entonces, Carter empezó a reírse. Arrancó el arma de las manos de Sean, la envió volando. Sus manos estaban alrededor de la garganta de Sean, apretando. Sean se encontró levantado del suelo. Desesperadamente, se agarró a las manos de Carter, tratando de arrancarlas de su cuello. Ya no tenía casi oxígeno. Carter estaba sonriente. Se relamió sus labios. En su vista aturdida, Sean esperó ver dientes amarillos, fétidos, oliendo a muerte... Los dientes de Carter eran blancos, los colmillos que se acercaban a la garganta de Sean ahora estaban brillando y eran perfectamente blancos. Podría haber sido un anuncio de la sabiduría de un buen dentista. Y aun así, la respiración del hombre, ahora dando vueltas alrededor de la poca conciencia que le quedaba a Sean, tenía un olor a... putrefacción. Putrefacción distante. No tan terrible; por extraño que pareciera, casi invitador. Estaba moribundo, Sean se dio cuenta eso. Con su última pizca de fuerza, se ladeó con un débil esfuerzo, arrastrando todo este esfuerzo a sus piernas. Arremetió, arreglándoselas para golpear un golpe sorprendente, con una precisión exacta, sobre la ingle de Carter. Carter aulló, dejando caer a Sean, doblándose. Cuando empezó a ponerse de pie, sus ojos ahora brillaban como los de una serpiente, con sus pupilas de forma horizontal, encolerizado. ―Teniente, ¡Voy a cortar sus órganos sexuales con una sierra de hueso y a meterlos por su garganta mientras se muere en el charco de su propia sangre! Y podría haber ocurrido. Excepto que Sean alcanzó la barbilla de Carter con un derechazo robusto mientras lo amenazaba, enviándolo sorprendente algunos metros hacia atrás. Sean usó aquellos pocos momentos para agarrar una escoba de la esquina, golpearla fuertemente contra los cajones de acero, y convertirla en una pica con un final irregular. No era exactamente un arma bien afilada, pero la forma astillada de la madera podría ser igual de eficaz. Carter arremetió contra él; Sean levantó su arma, apuntando hacia el corazón del vampiro.

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Carter se paró, mirando fijamente a Sean. Y en ese momento, las puertas dobles de la habitación se abrieron y apareció Jack Delaney. ―¡Deténgase! ―le gritó bruscamente a Carter. Carter se dio la vuelta. Miró de Sean a Jack. Sonrío, y se dirigió hacia Jack. ―¿Quiere disparar algunos disparos de advertencia, Doc? ―¡Pare ahora, o dispararé a matar! ―Jack le advirtió. Riéndose, Carter dio otro paso adelante. Jack empezó a disparar. Carter se paró, dando un paso hacia atrás. Miró fijamente a Sean de nuevo, luego a Jack. Lleno de balas, hizo una reverencia cortés. ―¡Nos encontraremos otra vez, caballeros! Se puso en camino hacia Jack otra vez. Jack intentó disparar de nuevo. Carter lo vapuleó al pasar. Sean lo persiguió mientras él se lanzó al pasillo. Carter dobló una esquina. Sean hizo lo mismo. Carter había desaparecido. Solo quedaba un leve vestigio de neblina. ―No vi eso ―Jack dijo. Sean no respondió. ―Tal vez sólo vi eso. Mierda, ¿Qué lo que he visto? ―Jack preguntó. ―¿Por qué odio tanto a ese hombre? ―Es un asesino cruel y de sangre fría ―Sean dijo. ―Sí, pero...―La voz de Jack se atascó. ―Muy oportuno, a propósito, socio ―Sean murmuró, todavía mirando fijamente el pasillo como si Aaron Carter pudiera reaparecer repentinamente. ―¿Qué te trajo aquí? ―Me dijeron que estabas en la morgue. Y pienso que tengo un poco de información interesante para ti. ―¿Sí? ―Encontré a tu histórico Aaron Carter.

Maggie había tratado de llamar a Sean durante todo el día. Gyn en su oficina había contestado a cada llamada suya cortésmente, ya fuera mientras lo vociferaba o lo engatusaba. Sean estaba fuera; estaba ocupado. La vería aquella noche. Estaba aterrorizada, temerosa de que él no viviera para ver la tarde. Si solamente la creyera, podría tener una posibilidad, pero no la creyó. No se protegería, no estaría preparado. Se creería a sí mismo como un tirador de primera, y que podría parar al asesino con una bala. Estaba sentaba en su oficina, con su cabeza inclinada sobre el escritorio, cuando sintió un revuelo en el aire. Antes de que pudiera levantar su cabeza, sintió unos dedos moverse ligeramente a través de su pelo. ¿Un día malo? Te he advertido contra los mortales. Por supuesto, tu puedes a salvar a tu amado Canady. Lo sabes.

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Miró a Lucian. No se estaba burlando de ella. Con su típica camisa de seda negra y pantalones chinos, aparecía como un hombre de mundo agradablemente vestido, arrogante, seguro, seriamente comprensivo. ―¡Aaron es un monstruo! ―le dijo a Lucian. ―¿Por qué no podemos matarlo? ―Todos somos monstruos ―Lucian le dijo. ―¿Recuerdas? ¿Cómo podemos condenarlo por ser predadores, cuando eso es lo que somos? ―No, no todos somos predadores como él…. ―¡Ah, Maggie, Maggie, mi dulce Magdalena! ¿No recuerdas como era? ¿Antes del advenimiento de bancos de sangre? ¿No recuerdas el dolor, la agonía del hambre cuando se volvía profunda? Sé que recuerdas la muerte, tanto como desearías no hacerlo. ―Sí, pero los hombres van a la guerra, las personas matan, hay cólera, hay pasión... ¡Pero no hay tal crueldad despiadada en hombres o bestias como la que existe en Aaron! Lucian, por favor... Se sentó sobre la esquina de su escritorio, alisando su pelo hacia atrás otra vez, sonriendo tristemente. ―¿Qué pasa contigo? ¡Debería charquear mis dedos y decir al diablo con todo! Ya no eres ni siquiera mi amante, y aún así... pero lo siento. Sabes que no puedo matarlo. Lo mismo que tú tampoco. Y todavía... ―Y todavía ¿Qué? ―Maggie preguntó, aspirando bruscamente. ―Parte de nuestro código tiene que ver con las líneas entre la vida y la muerte, Maggie. Los vampiros son encontrados y asesinados por los hombres, y ése es el motivo por lo qué no podemos destruir a nuestra propia especie. ―¿Y eso significa? ―Eso significa, por supuesto, que aunque nosotros no podemos matarlo, Aaron puede ser destruido. Algunas cosas son mitos, y algunas no lo son. Todas las criaturas tienen sus defectos. Lo sabemos todos demasiado bien, podemos ser eliminados. Una estaca en el corazón lo hará. Cremación. Decapitación. Aaron no fue mi creación; nunca supe quién lo hizo, porque creo que su benefactor fue asesinado poco después de que Aaron fuera transformado. No había venido a los Estados Unidos a menudo cuando te seguí aquí, y sabía poco de él. Pero piensa, Maggie, tu vuelves aquí, porque aquí está tu hogar. Cuando viajas a Europa, debes llevar contigo tierra natal. Creo que las raíces de Aaron están también aquí. Está confortable aquí, camina libremente aquí, tu lo conociste aquí. Y aunque es una falacia que nos quemamos hasta convertirnos en ceniza con la simple luz del día, él debe descansar en algún lugar. Debemos descansar todos en algún lugar. Si pudiera ser encontrado mientras duerme... Sintió como si su corazón se acelerara. Era eso. Hacer un poco de investigación sobre Aaron Carter. Cerró sus ojos. Sí. Había afirmado que era un “pariente lejano” de los Wynns. Lo habían aceptado. Había sido bienvenido como pretendiente para Lilly Wynn, hace todos esos años. Luego Lilly Wynn había muerto... y había sido renacida. No había escuchado nada sobre Lilly Wynn desde hacía el tiempo. Desde que el Coronel Elijah Wynn se había ido enojado y había comenzado a matar a sus propios soldados, buscando al amante que le había costado su hija... ―Lucian ―No debes matarlo. Recuerda eso. Ella negó con la cabeza. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Lucian, él es una especie de demonio, más allá que cualquiera de nosotros. Libraré al mundo de Aaron, de una manera u otra. Y si debes condenarme por ese acto, Lucian, entonces ¡Que así sea! ―Maggie, Maggie, Maggie... ¡No debes ser una mártir para el mundo! Había visto raramente a Lucian tan tierno. Apasionado, sí. Arrogante, absorbente. No lleno de ternura. Muy suavemente la sujetó, besando su frente, y soltándola. ―¡Esto lo hago por ti! ―Dijo suavemente. Y luego se marchó.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1166 Pierre se fue desde la morgue al hospital, protestando todo el rato. Estaba bien, y se encontraba violento por haber sido noqueado tan fácilmente. Bromeó tristemente de que la mayoría de las personas iban del hospital a la morgue, y no el contrario. ―¿Cómo entró en mi morgue ese bastardo? ―quiso saber. Sean abrió su boca para explicarlo. Cerró su boca, habiéndose rendido. No había una explicación sensata. Cuando Pierre se fue, regresó a la central, diciéndole a Jack que se quedara atrás con algunos de los oficiales uniformados para volver a trazar los hechos, y encontrarse en la oficina tan pronto como pudiera. Sean entró en su despacho y cerró la puerta de golpe, totalmente turbado y encantado de ver que Gyn le hubiera dejado café para él, con una nota para que no se quedara en la oficina demasiado tarde. Sorbió su café, pasando su mano libre por su pelo. Se dio media vuelta... Y vio que Lucian DeVeau estaba sentando en una de las sillas delante de su escritorio. ―Buenas tardes ―dijo DeVeau. Sean se arrellanó en su sillón detrás del escritorio. ―Me sobresaltó. Lucian se encogió de hombros. Era un hombre de buen ver con rasgos aristocráticas, extraños, hipnótico, ojos amarillos, y una elegancia informal en sus movimientos. ―Lo siento. ―Bien, me alegro de verlo. Lo hemos estado buscando, ya sabe. Lucian sonrío y se apoyó hacia adelante, cruzando sus manos sobre el escritorio de Sean. ―¿Se lo ha dicho ella ya? ―¿Decirme qué? ―Lo que es ella. ―No sé de qué está hablando usted. ―Está mintiendo ―dijo Lucian. ―Pero eso está bien. Rara vez dejamos que la verdad sea conocida para la preservación de nuestra identidad, por supuesto. Y la gente no maneja la información demasiado bien. ―Bien, ¿Puede superar eso? ―Sean murmuró sarcásticamente. ―Si usted no quiere mi apoyo —Lucian empezó. ―Sin embargo. Estoy ansioso por escuchar cualquier cosa que tenga que decirme. La sonrisa de Lucian se ensanchó. ―Estoy seguro de que hay muchas cosas que desea saber. Bien, no voy a decirle demasiado sobre el pasado. No importa. ―¿Porque está terminado? Lucian asintió con la cabeza. ―Sí, está terminado. Y todo esto es tan encantador. Creo que usted la ama realmente. Y creo que ella lo quiere. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Está usted todavía enamorado de ella? Lucian se río suavemente. ―¿Si sigo enamorado de ella? Tanto como soy capaz de hacerlo, supongo, pero eso no importa. Estoy aquí como su amigo. ―¿No se están acostando juntos? ―No hemos dormido juntos en muchos años. ―¿Cuántos años? ―Décadas, viejo, décadas. Tenía que ser todo una broma macabra. ―Lo siento. No creo en nada de esto. ―¿No? Pienso que sí, pero también puedo ayudarlo en el camino de la creencia. No está en gran forma por el momento, teniente. ¿Otro encuentro con Aaron? ¿Qué puedo decir para convencerlo más allá de lo que usted ya sabe pero no quiere ver? ¡Ah, sí! Estoy dispuesto a apostar que la policía ha descubierto recientemente partes de un cuerpo. Pertenecientes a un tal Rutger Leon. Sean respingó. Las noticias no habían llegado a los periódicos aún. Las portadas habían estado llenas sobre el ataque abortado sobre Mamie. ―Muy bien —¿Qué hay de las partes del cuerpo de Rutger Leon? ―Bien, yo soy quien le dividió en partes. ―¿Usted? ―Estaba muy hambriento. Estoy seguro de que Maggie le informó que hay muchos de nosotros tratando de moldear una sociedad superior. Nos alimentamos de mamíferos pequeños y de la Cruz Roja más frecuentemente. Aunque, cuando me golpea uno de esos impulsos terribles yo mismo ―de acuerdo con nuestra sociedad superior ―trato de reducir mis ansias con los más merecedores. Rutger fue al hospital para torturar a la chica. Decidí no dejarle. Sean llegó a la conclusión de que estaba perdiendo su cabeza definitivamente. ―¿Por qué está usted aquí? ―Preguntó. ―Con el propósito de que pueda salvar la vida de Maggie. Sean frunció el ceño. ―¿Qué quiere decir? ―Ella va a tratar de matar a Aaron, por supuesto. Va a tratar de tenderle una trampa y matarlo. No importa qué la he dicho. No puede hacer eso. Para uno, él es muy fuerte, y podría matarla. Lo ha vencido antes, así que no se da cuenta de qué fuerte se ha vuelto. Y si se las arreglara para eliminarlo, se me exigiría ordenar su ejecución. Es una ley más antigua que ninguno de nosotros. No podemos acabar con nuestra propia especie. No importa lo que pienso de Aaron, o cómo me siento sobre Maggie, si lo destruyera y no ordenara su muerte, habría rebelión y el caos entre nuestros rangos. ―Entonces ¿Por qué me está diciendo esto? ―Sean exigió duramente. ―Obviamente, usted, como mortal, tiene que matarlo. ―¿Cómo? Lucian sonrío. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Buena respuesta. No “no sea ridículo, soy un representante de la ley, no puedo matarlo”. Llegue a él antes que Maggie. Y lleve una espada. ―Pongámonos serios. No puedo caminar con una espada… ―Entonces consiga un cuchillo muy grande. Cuando tenga su oportunidad, tiene que cortar su cabeza. ―¡No puedo encontrarlo ni siquiera! ¿Cómo diablos voy a conseguir arrancar su cabeza? ―Ah... Ahora tengo su atención. Si usted quiere que esto termine, tiene que resolver cómo matar a Aaron. Respecto a cómo se la va a arreglar para hacerlo... Bien, diablos, no lo sé. Creo que proviene de esta área… ―¿Lo cree? ¿No lo sabe? ―No, no lo sé todo. Como le dije, Aaron se ha vuelto fuerte. Le gustaría ser yo. Pero quiere la venganza contra Maggie más que cualquier cosa, por lo que irá tras ella primero. Se conocieron aquí. Y alguna vez, debe dormir. Todos los vampiros deben descansar. No dormirá necesariamente por el día; de la misma manera que Maggie y de la misma manera que yo, ha aprendido a aguantar el día. Aunque, durante el día, no tenemos la fuerza que tenemos por la noche. Encuéntrelo por el día, encuéntrelo cuando este descansando. No le dé disparos de advertencia, oficial. Encuéntrelo, mátelo. Clávele una estaca a través del corazón, corte su cabeza. ―Si fuera a sugerir tales acciones en una reunión del destacamento especial… ―Ningún destacamento especial va a ayudarlo, Canady. Mire hacia el pasado. Si usted se atreve, esta cuerdo. Niéguese a creer en todo esto. Pero si usted quiere a Maggie, es mejor que mate a Aaron. La línea privada de la oficina de Sean empezó a brillar intermitentemente. Sean permaneció mirando fijamente a Lucian. ―Su teléfono ―Lucian dijo cortésmente. ―Cierto. Discúlpeme ―dijo Sean, volviéndose mientras cogía el auricular. Jack estaba en la línea. ―Estoy de camino ahora mismo. ¿Sabes qué, Sean? Nadie vio a este personaje entrar en la morgue. Nadie en absoluto. Era como si hubiera desapareció en la niebla, y llegara de la niebla. ¿Qué piensas? ―Pienso que todo esto es una mierda. Ven tan rápido como puedas. Colgó el auricular y se volvió para terminar su conversación con Lucian. Pero Lucian se había ido. En el aire.

Quince minutos después, Jack entró en la oficina llevando su libreta. ―¿Estás bien? ―Sean le preguntó cuidadosamente. ―Sí. Un tipo desaparece en frente de mí, las balas no lo matan, pero estoy muy bien. ¿Y qué hay acerca de ti? Sean levantó sus manos, dando a entender que bien con su expresión. ―Estoy interesado por lo qué encontraste sobre Aaron Carter. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Bien, hay una endiablada historia sobre un tipo con ese nombre ―Jack dijo. Mostró las notas que tomó en su libreta a Sean. ―Los Carter poseían una plantación río arriba de la tuya. La primera generación estuvo bien. El Carter original, Grayson, era un hombre popular con todos los grupos étnicos; contrató a negros libres, españoles, franceses, ingleses, piratas ―era un hombre, generoso que proporcionó a muchos un punto de partida en la vida. Murió en 1747; le reemplazó su hijo, Aaron. Aaron tenía dieciséis años cuando heredó las propiedades. Heredó sobre su hermano mayor, Steven, porque Steven era retrasado, o lento, o mentalmente deficiente. Aunque cuando Aaron estaba ausente por asuntos de negocios, Steven se quedaba. Fueron escuchados gritos en la noche, algunos viajeros desaparecieron, etcétera. Luego, la hija joven y muy respetablemente hermosa del criado negro de un vecino desapareció y un grupo de ciudadanos entró por la fuerza en Carter y ¿Adivinas que encontraron? Sean levantó sus manos. ―No lo sé —¿Aaron Carter dormía en una cripta? Jack agitó su cabeza. ―No, Aaron Carter era suficientemente humano entonces. No lo encontraron en absoluto. Encontraron a esclavos y a criados asesinados espantosamente; partes de sus cuerpos desparramadas sobre el sótano. En una habitación mantenida perpetuamente en la oscuridad, la gente encontró un grupo de mujeres jóvenes aterrorizadas, un harén de ellas ―blancas, negras, asiáticas, francesas, hispanas. Las raptó, y se entretuvo con ellas hasta que se cansó de ellas. Había habitaciones en una ala de la casa, supuestamente el dominio de Steven, donde habían sido cometidos docenas de homicidios. ―¿Qué ocurrió? ―Bien, naturalmente, Steven fue culpado. Fue disparado docenas de veces por la gente, luego colgado por sus talones y prendido fuego. La mayor parte del sitio se quemó. Aaron Carter, regresando del exterior supuestamente, lloró por la gente y por su hermano. Donó dinero a las familias, e hizo construir una capilla grande en las ruinas de la propiedad. Dijo que se marchaba, a Europa, lejos del horror del que él se sentía tan responsable. ―¿Y final de la historia? ―No. Hay dos finales. La historia sensata señala que se fue a Europa, regresó con una esposa, un hijo que empezaba a caminar y una hija pequeña, y luego fue asesinado por la madre de la última niña desaparecida en su casa familiar. Algunos dicen, sin embargo, que la madre de la niña estaba muy introducida en las ciencias ocultas. No solo en el vudú, también en magia negra de todas clases. Dijeron que podía convocar al diablo, y podía hacer que las personas desaparecieran. La historia dice que ella creyó que fue el mismo Aaron quien sedujo su hija y, a su vuelta, siendo una mujer muy hermosa, seducción a Aaron y tomó su vida. Sea como sea la historia, éste desapareció, pero, supuestamente, su tatara ―tatara-tatara nieto llegó de una plantación en una isla durante la Guerra Civil y estuvo a punto de introducirse dentro de la familia Wynn a través del matrimonio. Eran primos lejanos, ya que la Sra. Wynn era descendiente de la hija a quien Aaron Carter había traído a los Estados Unidos. Se había casado con un hombre llamado Dixon, y reconstruido la casa. Los Dixons, sin embargo, murieron a finales del siglo. Sean lo miró fijamente, sintiendo una extraña sensación creciendo dentro de él. Había un tramo de terreno al norte de Oakville que había estado desocupado desde que él podía recordar. Los impuestos habían sido pagados sobre la propiedad; el área estaba abandonada, pero cuidada ocasionalmente. Debido a las ruinas de la vieja plantación en la propiedad, había sido cercada Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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hacia aproximadamente veinte años para mantener apartados a los curiosos turistas, y a los ocultistas a quienes le gustaba dirigir sesiones de espiritismo y tener servicios durante la luna llena. Sean estaba callado. ―¿Qué estás pensando? ―Jack le preguntó. Sean levantó sus manos. ―Estoy pensando que vamos a parecer realmente ridículos a la espera de la luz el día, reuniendo un saco con estacas y agua bendita, y cazando a través de la vieja propiedad Carter / Dixon. Jack agitó su cabeza. ―¿Y qué estás pensando tú? ―Sean le preguntó. Jack lo miró fijamente. ―Estoy pensando que vi a un hombre hoy que parecía malvado de una manera que podía tocarse, y luego desapareció. Y estoy visionando todas esas viejas películas. El Profesor Van Helsing y sus ayudantes, moviéndose silenciosamente por las lápidas y las criptas... Abriendo la tumba de Lucy, viendo su hermosa cara, y... ―¿Y? ―¿Qué película fue en la que todos fueron salpicados en un mar de sangre cuando una estaca fue clavada en el vampiro? ―No recuerdo ―Sean dijo. Jack se encogió de hombros. ―Luego, en la oscuridad y la neblina, el vampiro se pone de pie ―ellos esperan siempre hasta que es demasiado tarde, y de algún modo el vampiro se despierta antes de que puedan clavarle la estaca. Y mata a todos y se va volando en la fantasmal neblina de la noche. ―Jack, estos vampiros no tienen que dormir por el día. Jack sólo lo miró fijamente. ―¿Estos vampiros? Asintió con la cabeza torpemente. ―Si hay vampiros. Tal vez son reales o tal vez son locos. De todos modos, nuestro asesino es ―de una manera o de otra ―un psicópata llamado Aaron Carter. O un psicópata que usa el nombre de Aaron Carter. Piensa que fue Jack el Destripador y una docena de otros asesinos en serie a lo largo del tiempo. No sé si podremos atraparlo en su propiedad, pero si es así, por lo menos creerá que podemos vencerlo con las armas correctas. Jack continuó mirándolo fijamente. Sean arrastró sus dedos por su pelo. ―Mira, sé que esto suena chiflado. Sé que no puedo llegar a una reunión del destacamento especial y decir nada de esto. Pero no sé dónde más ir o qué hacer. Lo que sea que es, es un monstruo, humano o no, y atacará otra vez. Tenemos que pararlo. No tengo muchas pistas. Investigar la vieja propiedad parece tener sentido. Bien... ―Sólo tengo que decir una cosa ―Jack le dijo. Sean se puso a la defensiva. ―¿Qué? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Durante el día. Tenemos que ir durante el día. Al amanecer del día. No vamos a cazar, vamos a encontrar al tipo, y tenemos que transfórmalo en noche justo cuando lo encontremos, antes de que podamos atravesarlo. Y vamos a hacer esto inteligentemente. No podemos tener vampiros en los cementerios ―sabemos que los cuerpos se cuecen al horno. Cadáveres vivos, cadáveres muertos, se cocerían en el horno. Si los Carter y los Dixon fueron enterrados en bóvedas de seguridad, deben de estar horneados también. ―Dijiste que Aaron Carter ordenó construir una capilla o una cripta. ―¿Cuál sería la temperatura en una capilla? ―Jack preguntó. Sean agitó su cabeza. ―No lo sé. Jack asintió con la cabeza. ―Muy bien. Vamos a la propiedad a la primera señal del día. Registramos las ruinas y la capilla. Y nos vamos de allí antes del anochecer. No creo en nada de esto, por supuesto. No puedo creer que esté diciendo esto. Voy a irme a casa y hacer estacas de todos mis bates de béisbol viejos. ―Las escobas valdrán muy bien. Jack vaciló. ―Fresno. El fresno es una buena madera. Encuentra algo hecho de eso. Y recuerda, la capilla también debe estar en ruinas ya...―Jack empezó, quedándose en silencio luego. Estaba mirando fijamente a través de la puerta de la oficina de Sean. Sean se dio la vuelta. Maggie había venido. Se puso de pie, mirándola. Parecía pálida; sonrío lánguidamente. ―La capilla no está en ruinas. ―¿Cómo lo sabes? ―Le preguntó bruscamente. ―Traté de seguir a Aaron Carter yo misma ―dijo suavemente. Echó un vistazo a Jack con un encogimiento de hombros arrepentido. ―Luego fui al palacio de justicia y pasé algo de tiempo en la oficina de documentos públicos. Llega un cheque de un tal A.D. Carter, en la Rue Royale de París, dos veces al año para el mantenimiento de la vieja capilla situada en los campos de Carter/Dixon.―Miró fijamente Sean. ―Iré contigo. ―¡No! ―Jack y Sean dijeron simultáneamente. ―Jack, no comprendes, puedo ayudaros. ―Maggie, ¿Sabes qué? Podemos hablar de esto mañana ―Sean comenzó. ―¿Podemos? ¿Qué ocurrió esta noche? Tus oficiales son buenos con las relaciones públicas, y son cuidadosos con lo que dicen a la prensa, pero usaron la palabra “desaparecer”. ¿Qué ocurrió en la morgue? Las emisiones están diciendo que tú y Pierre fueron atacados por un hombre vestido como un ayudante médico que luego ¿desapareció? Tú y Jack dispararon, pero él desapareció. Eso es lo que están diciendo en las noticias, Sean. ―El tipo se escapó, Maggie. ―¡El tipo era Aaron! ―Dijo airadamente. ―El asesino.―Miró fijamente a Jack bruscamente. ―¡Y tu sabes que él sólo se desvaneció en el aire! Jack se encogió de hombros. ―No lo hizo en el aire ―dijo a la defensiva. Pero Maggie permaneció mirándolo fijamente. Tragó. Humedeció sus labios. ―Maggie, venga ya. Las personas sólo no desaparecen. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Desapareció, Jack ―repitió ella. ―¿Cómo puede saberlo, Maggie? Tu no estabas ahí. Creo, él, uh, bien ―dejó de hablar, investigando sus ojos. Su voz se entrecortó. ―No lo hizo en el aire… fue en una especie de neblina en la que desapareció. Pero, Maggie… ―Es un vampiro, Jack. Puedes dudarlo, puedes cuestionar tu cordura, pero es cierto. ―¿Y lo conoces? ―Sí. ―Así que la sangre que cayó del alcahuete sobre Bourbon Street y que llegaba hasta tu puerta… ―Fue hecho por Aaron a propósito. Para implicarme. ―¿Por qué? ―Jack preguntó. ―Soy también un vampiro ―dijo Maggie. Sean gimió. Jack sonrío. Su sonrisa era débil. ―Maggie, llevas una gran y hermosa cruz de oro, y tu eres… ―Voy a la iglesia. ―No he aceptado el hecho de que se supone que estoy maldita. Yo voy, pero Aaron no. Puedes realmente lastimarlo por muchos medios tradicionales. Va a ser duro de matar, pero a veces, cada pequeña arista ayuda. No desaparecerá o chisporroteará o se derretirá de la misma manera que una bruja perversa con el agua bendita, pero puede disminuir su velocidad. El ajo ayudará sinceramente… ―Ajo. Tal vez debamos comer una gran cena italiana y abstenernos de cepillar nuestros dientes ―Jack murmuró. ―Sí, debemos comer una gran cena italiana. Iremos a mi casa. Yo cocinaré. ―¿Con ajo? ―Jack preguntó, medio molestándola, medio preocupado porque esta pregunta era completamente sensata. ―No lo comeré, sólo lo cocinaré. Nos alojaremos en mi casa toda esta noche. Y estaré con vosotros por la mañana. ―No, Maggie ―Sean rechinó. Maggie agitó su cabeza severamente. ―¡Sí! Y nos quedaremos juntos desde ahora. Aaron quiere matarte, Sean. Y te matará a ti, Jack, también, con todo el placer del mundo. ―Le disparé ―Jack dijo. ―Sean le disparó. Tiene que estar en muy malas condiciones. ―Le ha dolido, definitivamente ―Sean dijo, desafiando que ella negara todo eso. Sus ojos cayeron. ―Si corrió, entonces estaba lastimado. Pero si desapareció sobre vosotros, no estaba tan dañado. Volverá. ―Pero nos dará un poco de tiempo ―Sean insistió. ―Puede ser ―Maggie dijo. Sean llegó hasta ella, puso sus manos sobre sus hombros y besó su frente.

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―Está bien, Maggie, iremos ambos a cenar. Nos llenaremos de ajo. Pero tengo que atar algunas cosas, y Jack tiene que ir de compras. Dame una hora o así. Vaciló. ―¿Vendréis realmente? ―Preguntó. ―Lo juro. Ella miró fijamente en sus ojos, luego asintió con la cabeza después de un momento, giró y los dejó. Jack miró a Sean. ―¿Maggie es un vampiro? Sean se encogió de hombros. ―¿Maggie? ―Jack repitió. ―Eso dice ella. ―Muy bien. Así que —¿Qué estamos haciendo realmente? ―Tú vas a ir a por la munición. Escobas, agua bendita, cruces benditas. Fósforos, muchos fósforos. O encendedores. O ambos. ―Tendríamos que informar de esto, lo sabes. ―No va a ver ninguna reunión de la fuerza especial para tratar esto, Jack. ―No, supongo que no. ¿Y mientras esté fuera comprando escobas para recortar estacas, qué estarás haciendo tú? ―Voy a la farmacia. Jack arqueó una frente. ―Somníferos. Maggie no puede venir con nosotros. ―Sean, ella no puede realmente… ―No sé lo que es real. Pero no puede estar con nosotros. Jack giró, cuadró los hombros, y dejó la oficina. Sean se recostó cuando ambos se fueron. Abrió su cajón inferior, cogió munición. Las balas disminuirían la velocidad del imbécil por lo menos. Se dio la vuelta sobre su sillón y se quedó mirando a la pared. Una de las espadas de su antepasado de la Guerra Civil colgaba allí. Vaciló, luego se levantó del sillón para descolgarla. ―¿Venganza? ―Murmuró silenciosamente, manejando la espada cuidadosamente. Era una antigüedad localizable, de un valor incalculable. La sentía demasiado familiar en sus manos. Se dio una sacudida a sí mismo, buscó en su cajón una bolsa de lona, embaló su espada y munición adicional y dejó la oficina. Caminó hacia la calle Royale. Los comerciantes de joyas, las tiendas de turistas y de antigüedades estaban empezando a cerrar para la noche. Se dio cuenta de que eran casi las diez. Una mula arrastraba un carruaje haciendo ruido con los cascos. Al otro lado de la calle estaba la farmacia, un viejo edificio, con el segundo piso adornado con una hermosa barandilla forjada de hierro. Su ciudad. La adoraba. No había cabida en ella para ambos, tanto él como Aaron Carter. Cambió la lona sobre su espalda y entró en la farmacia. El viejo Trent Bickery, más cerca del color de la ceniza del fresno que del color negro, estaba detrás del mostrador. Trent le debía una. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Sean había evitado que su nieto fuera a prisión en lo qué podía haber sido un caso de robo de automóviles. El chico, dada la interrupción, había limpiado su acto y se había ido a Duke. No era porque lo que le iba a pedir Sean fuera una cosa terrible, pero dispensar narcóticos sin una receta todavía era ilegal. Y Trent era un hombre dentro la ley. Un Cristiano hasta la médula, tan moral como ellos podrían ser. ―¡Teniente Canady! ―Trent le dio la bienvenida. ―Estaba a punto de cerrar. Me atrapó justo a tiempo. ―Necesito un poco de ayuda, Trent. El anciano nudoso arqueó una ceja. ―¿Me va a pedir algún tipo de estimulante o tranquilizante, Teniente? No soy como usted. No me pida que haga algo ilegal, vamos… ―Trent, usted me conoce. Estoy limpio. Y sabe que los doctores de la oficina del médico forense podrían darme una prescripción para cualquier cosa que necesitara. No tengo tiempo, eso es todo. Necesito un somnífero. Ahora. No sobre una receta médica de somníferos que pueden o no pueden funcionar. Alguien podría ser asesinado. Tengo que mantenerla fuera de peligro. Trent lo miró fijamente durante un largo momento. Se encogió de hombros. Dio media vuelta y se volvió a girar hacia él. ―Sin sabor, sin olor. Rompa una cápsula en una bebida y debería de estar fuera de juego en veinte minutos. Rompa dos... y dormirá durante 24 horas. ―Gracias, Trent. De mis saludos a su esposa y a los chicos, y a sus hijos, ¿De acuerdo? ―Sí señor, Teniente. Asegúrese de hacerme saber si todo resulta bien, ¿Escuchó? ―Seguro, Trent. Seguro. Condujo hasta la plantación Montgomery, pensando que la noche parecía más negra de lo usual. No había ninguna estrella. La luna llena había empezado a menguar. Las nubes de tormenta cubrían la poca luz que ésta podría haber brindado. El meteorólogo en la radio informó que habría viento, lluvia, y vendavales mañana desde una formación en el Golfo. Cuando se estaba acercando a la casa de Maggie, ella misma le abrió la puerta. Lo besó rápidamente, con sus ojos inspeccionando los suyos atentamente. ―¿Ya crees? ―susurró. Él ahuecó su barbilla entre sus manos. ―Voy tras un vampiro con la primera luz de la mañana ―le dijo. Asintió, segura, y se volvió hacia la cocina. ―¿Una maldita cena tardía, no? ―Preguntó. Él la siguió. El agua hervía sobre la cocina, la salsa hervía a fuego lento, el inconfundible olor a ajo llenaba la cocina. Algo con unas extrañas burbujas claras borboteaba sobre un quemador. Sean lo olió, echándose hacia atrás, arrugando su nariz. ―Whoa, Maggie, ¿Se supone que tenemos que comer eso? Se las arregló para lanzarle una sonrisa. ―No, ésa es mi loción de piel personal. Tú y Jack tienen que frotársela por todo el cuerpo mañana, especialmente en la zona del cuello y el pecho... las muñecas... y en cualquier lugar donde Aaron podría hundir sus dientes fácilmente. ―Oh ―murmuró. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Remueves la salsa? ―Preguntó, extendiendo la mano en el frigorífico buscando ingredientes para la ensalada. ―Sí. Maggie, ¿Dónde está Peggy? ―La envié a visitar a una hermana en Atlanta. ―¿Por qué? Vaciló. Mientras lo hacía, el timbre sonó. ―Debe ser Jack ―le dijo. ―Muy bien.―Se fue y respondió a la puerta. Jack había llegado con dos bolsas grandes de policía de color caqui. ―¿Conseguiste todo? ―Sean preguntó. ―Todo. Tuve que prometer ir a Misa todos los domingos durante el próximo año, ya que no pude arreglármelas para explicar por qué necesitaba toda el agua bendita. ―Eso será bueno para tu alma. Ven a la cocina; la cena está casi lista. Jack lo siguió hasta la cocina. ―Hola, Maggie. ―Hey, Jack. ―Maggie estaba justo a punto de decirme por qué envió a Peggy a casa de su hermana. Vaciló otra vez, encogiéndose de hombros. ―Bien, espero que lastimaras a Aaron realmente esta noche porque me llamó y me amenazó. Quiere matarte y torturarme durante el próximo siglo.―Estaba rompiendo pasta en la olla como si estuvieran discutiendo un asunto cuerdo. ―Pero él está en medio de emular asesinatos en imitación del lo que ve como sus crímenes más importantes. Descontando a Anthony Beale… ―Ha matado a dos putas ―dijo Jack. ―Así que, ¿Continuando con los números aceptados para el Destripador… ? ―Sean dijo. ―El siguiente es doble ―Jack terminó. Sean sintió un tic en su mejilla cuando sus músculos se agarrotaron. Sus manos fueron apretadas en puños. ―Jesús, debemos de ir tras de este psicópata esta noche. ―¡No por la noche! ―dijo Jack. ―Es más fuerte por la noche. Sean miró fijamente Jack. ¿Su compañero estaba creyendo en todo esto? ―Vamos mañana para ver si no podemos encontrarle lamiendo sus heridas ―Maggie dijo firmemente. Se dio la vuelta poniendo sus manos sobre las caderas, mirándoles fijamente. ―¿Estáis seguros, sin embargo, muy seguros, de que descargasteis una carga importante de balas en él? ―Seguro―dijeron al unísono mirándose el uno al otro. ―Sí, estamos seguros ―Sean reiteró. Maggie asintió con la cabeza. ―Bien, en fin, no soy en absoluto una mala cocinera, realmente. Siéntense, la cena estará lista tan pronto como escurra la pasta. Momentos después, tallarines con una rica salsa roja fueron servidos con pan de ajo. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Maggie, Sean noto, estaba comiendo ensalada. La suya estaba limpia, en cambio las ensaladas de ellos fueron llenadas con ajo picado fresco. Maggie también sirvió vino tinto. Cuando abrió la botella, Jack susurró a Sean, ―¿Crees que hay ajo en el vino también? ―No, creo que es una botella de vino tinto. ―¿Sin sangre, cierto? ―Jack estaba bromeando seguramente, pero parecía un poco preocupado. ―Sin sangre. Maggie vertió el vino y fue al refrigerador a por un poco de queso rallado. Sean empezó a vaciar los somníferos en su vaso, pero vaciló. Esperaría. No quería admitirlo, pero estaba asustado. No tanto de la muerte. Era policía; se había acostumbrado a esa clase del miedo. Estaba asustado de estar sin ella otra vez. Jack aclaró su garganta. ―¿Bendecimos la mesa? ―Diablos, ¡Sí! ―Sean habló entre dientes. ―Señor, consagra esta comida, y permite que nosotros matemos a un monstruo. Amén. Jack, come. Después de unos momentos de tenso silencio, Maggie les pidió que la dijeran exactamente qué había ocurrido en la morgue. Ambos trataron de explicárselo. Jack preguntó al final, ―¿Sólo desapareció en la neblina, Maggie? Ella asintió con la cabeza. ―Puede cambiar de forma. No es fácil. Es la mente sobre la materia. Ya has visto fenómenos similares, incluso aunque no quieras admitirlo —telequinesis, segunda visión, todo eso. Imagino, que en algún lugar a lo largo de la línea calcularán las razones científicas por las qué puede ser todo esto. Pero cambiar de forma supone una terrible cantidad de energía, por lo que si estaba lleno de balas y desapareció, como decís, debe estar tratando de recuperar su fuerza ahora. Y no olvidéis, bien puede estar despierto y esperando, incluso por el día. Es más débil por el día. Su visión está reducida y es de lejos más vulnerable. ―Al igual que tú. ―Jack comentó. ―Como yo. ―Maggie admitió. Habían comido todo lo que podían comer. La comida había estado deliciosa, aunque en exceso cargada de ajo. ―Maggie, ¿Puedo tomar algo más de vino? ―Sean preguntó. ―Por supuesto. ―Únete a mí. Se dio la vuelta para coger la botella. Él soltó las pastillas en su vaso. ―¿Jack? ―Por supuesto―, dijo, y cuando sus vasos fueron llenados otra vez, levantó el suyo. ―¡Y aquí está nuestra intrépida caza vampiros! Maggie levantó su vaso. ―¡Pero debemos tener miedo, y tener cuidado! Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Mucho cuidado ―Sean estuvo de acuerdo. Bebieron. Luego Sean se puso de pie, alcanzando una mano de ella. ―Necesito dormir un poco. ―Voy a estar hasta… ―No, Maggie, síguele. Os recogeré después de la cena y convertiré las asas de escoba en estacas ―Jack les dijo. ―No creo que esté diciendo esto. Haciendo esto. Hey, Sean, ¿Hemos estado haciendo esto demasiado tiempo? ―Puede ser. No lo sé. ―No, Jack, estás perfectamente cuerdo. ―Maggie le dijo. Él asintió con la cabeza, haciendo una mueca. ―Y tú eres un vampiro. Y estoy durmiendo en tu casa. ―Buenas noches Maggie, buenas noches Sean. Sean llevó a Maggie escaleras arriba. A pesar de sí mismo, se paró debajo del retrato, sintiendo de nuevo como si una extraña impresión se apoderara de él. ―Así que eres un vampiro ―murmuró suavemente. ―Y crees que soy la reencarnación de mi pariente lejano. Ella tocó su mejilla. Sus ojos de color de avellana parecían de oro con la luz. ―Sé que soy un vampiro. Sólo sé que te he querido en más de una vida. Ella tropezó ligeramente, frunciendo el ceño. Él la arrastró hasta sus brazos. ―Debe ser el ajo ―murmuró. ―¿Soy insoportable? ―Debes de ser insoportable. Siguió caminando hasta su dormitorio, colocándola sobre la cama, corriendo las cortinas. Apoyado sobre un codo, se echó al lado de ella. Acarició su mejilla. Su piel era tan hermosa. Casi translúcida. Su respiración acariciaba como una pluma sus dedos. Vampiro. Criatura de la noche. Monstruo. Tendría que haber sido horrible. Su aliento debería oler a putrefacción, a muerte y a la decadencia de la edad. Pero era simplemente hermosa. Ella extendió la mano, acariciando su mejilla con los nudillos. ―Hazme el amor ―dijo suavemente. ―Ah, mi amor, el ajo...―murmuró. ―¡Sólo no respires sobre mí! ―bromeó, y extendió la mano, curvándose contra él, con las manos sobre su camisa y su labios jugando con su piel. La humedad ardiente de su beso contra su carne era fuego líquido. Se encontraba desesperado por acostarse con ella, estar con ella, como si ésta pudiera ser la última vez. Para siempre. Sus manos enrollándose dentro de su pelo; evitó sus labios, besándola en cualquier otra parte, retirando su ropa mientras lo hacía. Ella lo tocó con un toque suave, erótico, dulce; los besos exploraron hasta que ambos se encontraron en un frenesí y la cubrió con su cuerpo, llegando a una explosión culminante rápidamente. Sus dedos se enredaron en su pelo y los ojos de ella se encontraron con los de él, dorados, como los gatos. ―Te quiero, Sean ―dijo, y sus ojos se cerraron. ―Te quiero, también, Maggie. ¡Dios, pero como adoro! No lo escuchó. Los somníferos habían hecho su trabajo. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Acunó su cuerpo contra el suyo. Su boca fue cerrada; se atrevió a doblarla y a besarla, y sus labios saborearon dulcemente el vino que habían compartido. ¿Qué pasaría si ella fuera clavada con una estaca, matada como tal “monstruo” debería de ser? ¿Su carne se marchitaría, sus pechos colgarían en pliegues marrones acartonados, su cara se contraería en los recovecos de su cráneo? ¿Se volvería ceniza y volaría con el viento? Nunca lo sabría. Se moriría mil veces antes que dejar que se la hiciera daño. Si era verdad, o no, él la amaba. Aunque... ¿Si fuera cierto, qué podían hacer? ¿Vivir y quererse durante su corto tiempo sobre la tierra? ¿Esperaría por él entonces, a que volviera como otro hombre, en otro siglo? Aunque, ¿Y qué si fuera mordido, corrompido, y se volviera uno de los suyos? ¿Se quedarían aquí, desaparecerían algunos años, volviendo en un cuarto de siglo a disfrutar de sus vidas una y otra vez? No, no lo creía, no podría creerlo. Colocó su cabeza abajo, al lado de la suya, y la arrastró fuertemente contra él. Mañana, él iba a la caza de un vampiro con una bolsa llena de Agua Bendita y estacas. Tenía que creer...

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1177 Jack le vino a buscar al amanecer. Sean se levantó, besando a Maggie en la frente, corriendo las mantas sobre ella. Luego la dejó, alegrándose de ver que ella permanecía en un profundo, profundo sueño. Pensando que eran ridículamente absurdos o listos como zorros, él y Jack se cubrieron con la loción de ajo que Maggie había preparado para ellos. Juntos, empacaron el Pathfinder de Jack con las bolsas de lona de estacas, espadas —para los que Jack había encontrado un alfanje en el mismo dormitorio donde había dormido: agua bendita, cuchillos de carne, fósforos, encendedores, linternas, y espray para el pelo ―para prender una buena llamarada, seguramente lo necesitarían. Encontrar la propiedad no fue difícil; encontrar un rastro que les permitiera pasar a través del follaje abandonado en las ruinas de la vieja plantación, fue otra cosa. En cuanto llegaron al centro de la propiedad, treparon al Pathfinder, mirando. En muchas secciones, la vieja casa no tenía tejado. Las enredaderas lo cubrían por dentro y por fuera. Incluso, mientras miraban fijamente hacia la casa, el cielo se oscureció. Jack miró a Sean. ―¿Se puede superar eso? ¡Es de día, y tiene que ser un día tormentoso! ―Vamos ―dijo Jack. Entraron en la casa, cada uno con su arma lista, estacas y espadas colgadas en sus cinturones, con los bolsos de lona sobre sus hombros. ―Me estaba preguntando qué arma iba a usar primero. Nunca imaginé que podría ser una linterna ―habló Jack entre dientes. Sean atravesó la puerta primero. Por delante de él apuntaban los vestigios de una elegante escalera curva. Las enredaderas se rizaban alrededor. Los retratos cubrían las paredes. Como la pintura de Maggie que se apoyaba en la pared en medio del descansillo de la escalera, así lo hacía la de Aaron. Le sobresaltó, causando casi que se tambalease hacía abajo por los escalones, cuando enfocó el rayo de la luz de la linterna por primera vez sobre él. ―¡Jesús! ―Jack susurró, y Sean sabía que se estaba haciendo la señal de la cruz sobre su pecho. ―¡Es él! ―Es él. Mira en el piso de abajo. Voy a probar en los dormitorios. Escuchó a Jack moverse por abajo. Él se movió cuidadosamente por el piso de arriba, evitando las áreas que se habían podrido. Sus pasos sonaban más fuertes que el fuego de un cañón. Sus movimientos creaban sonidos chirriantes que parecían resonar a través de las ruinas. Alcanzó el rellano de arriba. Moviéndose despacio, no por el silencio sino para evitar caerse a través del piso defectuoso, comenzó por la izquierda del rellano. Había tres puertas en esta zona, ningún techo encima del salón o de las habitaciones. Abrió la primera puerta. Se alegró de no haber entrado. La puerta llevaba a un agujero negro. La segunda puerta le brindó los vestigios de la habitación de una mujer, la cama con colchas harapientas, los vestigios vaporosos de cortinas

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sobre las ventanas, tocadores pudriéndose. Cerró la puerta. La tercera habitación no brindó nada más. Cruzó el rellano otra vez, y se encontró otra serie de puertas. Era raro que alguien hubiera cerrado las puertas de una casa tan podrida. Pero aquí, quedaba techo. La primera habitación era negra como el ala de un cuervo. Cuando agitó su luz hacia el techo, casi gritó en voz alta cuando cientos de murciélagos volvieron súbitamente a la vida, ondeando, chillando y zambulléndose por todas partes hacia él. ―¡Sean! ―Jack llamó desde abajo. Se volvió hacia el rellano. ―Está bien. Sólo son murciélagos. ―¡Sólo murciélagos! ―Jack habló entre dientes. ―Sí, sí, estamos buscando una forma cambiante de vampiro que bien puede estar despierto por el día, ¡Y sólo son murciélagos! ¡Sí, claro! ―¡Continúa mirando! Sean se volvió hacia el pasillo. Se paró, seguro de que escuchó movimiento en una habitación. Luego un sonido resollando. Apretó sus dientes y se movió tan en silencio como pudo. Abrió la puerta derribándola. A pesar de que tenía su arma en la mano y lista, fue sorprendido por el ímpetu del ataque sobre él. En cuanto la puerta se abrió, alguien estaba volando encima de él. Podía haber, debería de haber disparado. Por alguna razón, no lo hizo. ¿Instinto? Era una mujer, aterrorizada, la que había llegado volando hasta él. Estaba sollozando, golpeándolo, mientras él se defendía a sí mismo, enfundaba su arma de fuego, y conseguía agarrarla de los hombros. Pasos resonaron por la escalera. Jack estaba con él; más luz inundó la habitación. La mujer estaba tratando de morderlo, patearlo, liberarse. ―Hey, hey, todo está bien―comenzó. La linterna de Jack iluminó su cara. ―¡Mierda! ―Sean perjuró. ¡Jeanne! Jeanne Montaine, la amiga de Bessie Girou, la que había tomado al hijo de Bessie bajo su responsabilidad. ―Jeanne, soy Sean Canady. Soy la policía, Jeanne, está bien… ―No, no, ¡no está bien! ―Jeanne blasfemó histéricamente, todavía tratando de atacar. Su pelo oscuro estaba totalmente enredado, su cara bonita estaba sucia y manchada con líneas de lágrimas. ―Podrán ser policías, pero no importa, ¿Usted no comprende? Lo matará. Me matará, me dijo que me mataría si no lo protegía. Y el chico, el chico está aquí, le gusta la sangre muy joven. Lo matará, luego él me matará a mí, oh, Dios, tengo que matarlo… ―No, no, Jeanne, la protegeremos ―Sean empezó. ―Oh, Dios, ¡Usted no comprende! ―¿Quién es? ―Jack preguntó, tratando de poner sus manos con dulzura sobre los hombros de Jeanne. ―La amiga de Bessie Girou, la que quería mantener a su hijo pequeño ―Sean explicó. ―Jeanne―empezó otra vez, a punto de jurar que la protegerían. ¿Pero podrían protegerla realmente? Tenían que hacerlo. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Era policía, se recordó. Eso era lo que él hacía. Servir y proteger. ―Jeanne, ¿Dónde está él? ―Sean exigió, dándole una seria sacudida. Jeanne no respondió. Él escuchó el mismo sonido de algo o alguien olfateando otra vez. Llegaba desde el otro lado de la cama. Incluso con las dos poderosas linternas brillando, la habitación estaba llena de sombras extrañas que parecían vacilar y encontrar una forma sólida con cada movimiento. Jack miró fijamente a Sean; Sean asintió con la cabeza. Jack se trasladó al otro lado de la cama cuidadosamente. Se quedó muy quieto durante un buen rato. ―Es el niño. ―dijo él suavemente. Extendió la mano hacia abajo. ―Vamos, hijo. Vamos, estamos aquí para ayudarte. ―Su nombre es Isaac. ―dijo Sean. ―Vamos, Isaac. ―Jack le intentaba persuadir suavemente. La cabeza y los ojos inmensos y confiados del niño pequeño aparecieron. ―Vamos ―Jack le animó. Repentinamente, el niño saltó. De la misma manera que un Doberman, en alerta, como un fenomenal gato repentinamente enjaulado, soltó un gruñido a Jack, siseando, arañando, clavándole las uñas a Jack. Sean apartó a Jeanne de él, dando grandes zancadas hacia el otro lado de la habitación. Agarró al niño, arrancándolo de Jack. El niño se volvió con la potencia enjuta pero fibrosa de una boa, con la boca ahora abierta de par en par, con los labios retraídos, los dientes goteando, apuntando hacia el cuello de Sean. Pero entonces el niño se dejó coger en sus brazos. Empezó a sollozar y a gemir. ―¡Mi barriga! ―Dijo lastimeramente, como un niño pequeño otra vez. ―¿Qué diablos? ―Jack preguntó. Jeanne se había caído en el suelo. Ella agarró su propio estómago. El cabello le caía sobre la cara. ―Dijo que le había dado un beso de buenas noches. Sólo un beso pequeño. Un toque. Dijo que tomó un poco de sangre. La próxima vez la tomaría toda. Que viviríamos siempre y cuando le sirviéramos y complaciéramos. Corrompidos. ¿No era lo que tanto Lucian como Maggie habían dicho que ocurría cuando sólo un poco de sangre era tomada? ¿El niño podría ser salvado? Si Aaron fuera matado... ¿Y si no, podría empujar realmente una estaca a través del corazón de un niño? ¿Cortar su cabeza, quemarle hasta convertirle en ceniza? Mientras ponderaba la pregunta, se sobresaltaron con el sonido de la puerta principal cerrándose de golpe. ―¡Oh, Mi Dios! ―Jeanne empezó a gemir. ―¡Shush! ―Sean dijo firmemente. Captó la mirada de Jack. Jack extendió la mano hacia el pequeño Isaac Girou que estaba ahora sin hacer ruido, sollozando. Sean arrastró a Jeanne a sus pies. En un acuerdo silencioso, se movieron hacia el pasillo. Al final de las escaleras vieron a un hombre. En la oscuridad creada por las nubes de la tormenta y las sombras, no podían ver nada de su cara. Sean escuchó a su corazón empezar a latir demasiado rápidamente. ¿O era el corazón de Jeanne? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Giró su linterna hacia abajo en un movimiento resuelto repentino. La luz alcanzó algo de metal y se reflejó tan brillantemente que Sean tuvo que proteger sus ojos. Cambió la linterna de lugar. ―¡Madre Mary y Joseph! ―Jack blasfemó. Sean exhaló. En los escalones de abajo, estaba Pierre LePont de pie, el médico forense. Fuera del hospital, listo para irse. Llevaba un crucifijo de plata inmenso, que era lo que había captado la reflexión de la linterna tan brillantemente. ―¡Diablos, Pierre, vas a cegarnos con esa cosa! ―Sean le dijo. ―Bien, estamos cazando vampiros, ¿No? ―Puede ser ―dijo Jack a la defensiva. Pierre lo miró fijamente. ―¿No crees que se distinguir a un hombre muy muerto de un hombre medio muerto cuando veo uno? ―Él exigió. Sean no tenía ningún argumento para él. ―Ven aquí, ayúdame a terminar con estas habitaciones. Y te daré algo de información rápida. Podría estar despierto. No se volverá polvo con la luz del sol. Puedes lastimarlo con agua bendita. La cruz puede o no puede funcionar. ¿Tienes algo de ajo sobre ti? Pierre extendió la mano bajo su camisa. Llevaba un collar de clavos de ajo. ―Bien, sube aquí. Cuando Pierre subió las escaleras, las ruinas fueron iluminadas por el destello de un relámpago. Fue seguido inmediatamente por un tormentoso trueno. ―Tenemos que darnos prisa ―dijo Jack, continuando hacia adelante cuando Pierre alcanzó el descansillo. Juntos investigaron los dormitorios que quedaban. Dos estaban casi totalmente sin suelo. El último estaba vacío menos las cortinas de gasa rotas que ondearon con el viento de la tormenta próxima. ―¿Qué ocurre si este niño se pone hambriento otra vez? ―Jack preguntó. Isaac se le estaba aferrando ahora de la misma manera que un hombre ahogándose. ―El ajo le mantuvo alejado de usted; esperemos que siga funcionando ―dijo Sean. ―Yo lo llevaré; déjeme mí llevar al niño ―Jeanne dijo. ―Señorita Montaine, usted no encuentra muy bien… ―Lo quiero; seré más fuerte ahora. Sinceramente ―Jeanne dijo, alisando su pelo hacia atrás. Jeanne abrazó al niño entonces; Sean y Jack fueron adelante mientras Pierre situaba a la mujer y al niño entre ellos. En el rellano, Sean se volvió contra Jeanne. ―¿Usted sabe dónde está? Ella agitó su cabeza con vehemencia. ―No. ―¿Dónde ahora? ―Jack preguntó. ―Encontramos una puerta trasera a la cripta familiar. Una vez, la casa había sido hermosa. Una plantación con un vestíbulo deslumbrante, una escalera real, inmensos salones de baile, cocina, comedor, biblioteca. Ahora todo estaba vacío, descompuesto, cayendo en declive, eran unas memorias obsesionantes al pasado. Los fantasmas Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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seguramente se apiñaban aquí. Cortinajes podridos se movían empujados por la corriente de aire que venía por todos lados; las sillas aguardaban a bailarines que nunca regresarían, los libros estaban manchados de agua sobre los sillones de dos plazas y otros sofás reclinables. Fueron alrededor de las podridas escaleras, a través del comedor y la cocina y, por fin, a las puertas dobles que conducían a un porche trasero y al resto de los terrenos. Sean atravesó las puertas. La tormenta estaba llegando rápido. Era mediodía; el día debería de haber sido brillante. Furiosas nubes grises y negras cubrían el cielo, y el día tenía la apariencia del anochecer. Era un telón de fondo perfecto para el cementerio familiar que se extendía delante de ellos. Los ángeles estaban de pie alzados sobre pedestales, sus alas cortadas y descompuestas por el tiempo y los elementos. Madonas en oración miraban hacia las tumbas cubiertas de líquenes. Grandes robles estaban extendidos desde el principio hasta el fin, creando una sombra refrescante sobre el área. La zona había sido trabajada. Aquí, más lejos, a lo largo del Mississippi, estaban sobre tierra más alta que en la ciudad de Nueva Orleans. Y el original propietario muerto hacía mucho tiempo, había planificado bien su cementerio familiar; había traído tierra y construido sobre ella, de modo que formaba un plano inclinado hacia la parte trasera de la casa. Las tumbas salpicaban el paisaje. Todo el camino hasta la cripta. ―Vamos, ¿No? ―Sean dijo ligeramente. Comenzaron a andar por el cementerio. Pierre empezó a rezar un Ave María. Jeanne se le unió. Jack tropezó y casi cayó cuando atropellaron a un ángel descompuesto, caído en la tierra. El viento aumentó; escucharon un extraño lamento, y se dieron cuenta de que era el sonido del aire soplando alrededor de las numerosas tumbas y su arte funerario. Se detuvieron en la cripta. Una vez había sido protegida por barras de hierro, pero las barras habían sido arrancadas. Puertas dobles de roble protegían la esfera interior. Un relámpago iluminó el cielo; de nuevo pareció que el trueno rompió la misma tierra. Sean empujó abriendo las puertas de roble y dirigió su linterna hacia el interior de la tumba. Había ocho ataúdes ahí, todos sobre estantes abiertos, cuatro a cada lado de la puerta. ―¿Entramos? ―Sean murmuró. Jack dejó caer su bolsa de lona y comenzó a buscar dentro palancas. Pierre se ofreció, tomando una. ―Jack, protege a la dama y al niño, por favor. Yo estoy más familiarizado con los cadáveres. Jack miró a Sean, que asintió con la cabeza. Tomó una palanca él mismo y se dirigió al primer ataúd. Este tipo estaba convertido en polvo. Escuchaba a Pierre trabajar detrás de él, escuchaba a Jack respirar duro, escuchaba unos golpes terribles. Sus corazones. El segundo hombre conservaba sólo un poco de carne, estirada fuertemente sobre sus huesos. Su ropa era elegante de mediados del siglo XVIII. El tercer hombre ya había sido decapitado. Y una estaca permanecía tendida donde debía de haber estado el corazón. Sean tembló, pero dijo nada. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¿Pierre? ―Nada más que muertos reales, hasta ahora ―Pierre dijo. Sean abrió por la fuerza el cuarto ataúd. Se sobresaltó, caminando hacia atrás, cuando encontró a una mujer joven allí. La había visto, en algún lugar, hacía poco tiempo. No la conocía, pero... Sí, estaba trabajando en Jackson Square. La había visto leer cartas del tarot cuando había hablado con Marie Lescarre. ―Quién… ―empezó. Los ojos de ella se abrieron. Lo miró fijamente con unos ojos inmensos, conmovedores. ―¡Oh! ―ella respiró. ―Oh...―Mirándolo fijamente, sonrío despacio. Él dio un paso hacia atrás, atrapado por la mirada de sus ojos. ―Teniente, ¡Gracias a Dios! ―Dijo. Levantó sus brazos hacia él. ―Ayúdeme, ayúdeme... ―¡Mi Dios! ―él habló entre dientes. Aaron había tomado a otra mujer y la había hecho prisionera. Un futuro asesinato. Una reserva para su hambre. Tenía que sacarla de allí. ―Sean, ¡No! ―Pierre advirtió bruscamente. Y entonces se dio cuenta. Lo supo antes de que ella se alzara enfurecida, con los colmillos brillantemente blancos y visibles. Aunque, mientras sus manos atraparon los hombros de él, su boca se acercó. Ella se dobló, gritando con rabia. Él la lanzó sobre su espalda de nuevo al ataúd. ―No me lastime ―susurró. ―Soy vieja, realmente vieja, he estado por aquí desde siempre, no mato ―dijo tristemente, con voz temblorosa. ―Estaba a punto de dar un buen mordisco a mi cuello ―Sean dijo. ―Él le quiere muerto. ¡Felizmente lo mataría! ―Siseó repentinamente. Sean apretó sus dientes. Parecía tan viva. Tan natural. De la misma manera que Maggie. ¿Era esto un homicidio? ¿Estaba matando a alguien ya muerto? ―¡Lo mataré! ―se recobró de repente, empezando a incorporarse de nuevo. Jack pasó por encima de él rápidamente con una estaca, arremetiendo para ponerlo contra su corazón. Y atravesarlo. Ella dejó salir un tremendo grito, fuerte, más destructivo que el ruido de un trueno. La miraron fijamente. Debía de haber sido vieja, como había dicho. Parecía crujir y desvanecerse en polvo mientras la miraban fijamente. Su piel curtida, tensada sobre sus huesos, se agrietó. De pronto, era poco más que piel gris sobre hueso. Ninguno de ellos podía retirar sus ojos. Sólo miraban fijamente. Hasta que escucharon el sonido de aplausos. Se dieron media vuelta. Aaron Carter había salido del último ataúd en la otra parte de la cripta. Estaba sonriente, divertido. ―Los fenomenales cazadores de vampiros han matado a una debutante. ¡Bravo! ―¿La lectora del tarot? Sí, pobre muchacha. ¿Cuántos cadáveres podemos atribuirle? ―Sean preguntó. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Oh, en este siglo, no ha estado aquí durante mucho tiempo. Limpiaba las calles de personas sin hogar y fugitivos. Ah, pero usted ya la ha visto antes. Hace muchos años, era una de las cosas pequeñas más frescas y dulces que podría haber imaginado. Rica, un buen partido. Ah, bien... ―Está descorazonado, puedo verlo ―dijo Sean, con su propio corazón «golpeando» contra su pecho, y su respiración volviéndose rápida y furiosa. ―Me protegió; me adoraba, ya ve. Me sirvió bien. Es otra deuda que usted pagará. Nunca ha entendido a Maggie... ¿Pero ahora comprende, no, Teniente? ―Sí, comprendo. ―Antes de esta noche usted estará muerto, y ella será la mía. ―No tengo intención de morirme ―Sean le dijo. ―Creo que voy a deshacerme primero del vejestorio ―dijo, haciendo referencia a Pierre. ―Luego del joven. El emotivo joven Jack Delaney, su lacayo irlandés. Creo que ya he visto al chico antes, y creo que él me ha visto, y ha sido un tonto en cada momento. ―¡Asesino gilipollas! ―Jack respondió, mirando fijamente a Carter con una rabia violenta. ―Cuidado, Jack ―Sean le advirtió. ―Te quiere enfadado. Pero Jack estaba mirando a Aaron como si estuviera mirando fijamente a la cara del puro diablo. ―Esta vez, usted muere. Estamos preparados, idiota… ―¡Usted es el tonto! ―Aaron tronó, mostrando su cólera repentinamente. ―Está preparado, ¡Usted está preparado! Usted no sabe nada. Jack había acabado con uno de los muertos vivientes; se estaba sintiendo confiado y actuando con una cólera incontrolable. Levantó una estaca, tirándose encima de Aaron despreocupadamente con un grito de rabia. ―No, lo haremos juntos —Sean gritó. Jack nunca contactó con Aaron. El vampiro eludió el golpe, se puso de pie, y levantó un brazo, enviando a Jack volando hacia el otro lado de la cripta. Jack se estampó contra piedra, cayendo sobre el suelo. Sean tomó su.38 y empezó a disparar, sabiendo que con eso disminuía la velocidad del vampiro. Aaron se giró, dirigiéndose a él. Sean dejó caer el arma de fuego, y levantó una estaca. Aaron agarró el arma antes de que Sean pudiera dirigirla a su destino. Lucharon. Sean vio venir a Pierre hacia Aaron; Aaron lo vio también. Se giró lo suficiente para golpear a Pierre tan duro que voló contra los viejos ataúdes y chocó contra el suelo, con astillas de madera debajo de él. Entonces Aaron giró volviendo toda su atención hacia Sean. La estaca era un eje entre ellos. Sean se sentía tan ridículo como Robin Hood peleando con Little John para cruzar un puente. Pero este puente representaba la vida o la muerte. Sonriendo abiertamente, Aaron usó su fuerza superior y presionó la estaca despacio hacia abajo. Abrió su boca. Sus colmillos gotearon. Aunque seguía teniendo que luchar contra la estaca, se estaba tomando tiempo, pero ya casi alcanzaba la garganta de Sean. Empezó a reírse; el sonido era intenso, ronco, divertido. Entonces la risa perdió intensidad. Aaron Carter paró. Sean sintió que la fuerza en contra de él disminuía repentinamente. Aaron se estaba debilitando. Era el ajo. Sean tomó la ventaja, empujando hacia atrás con la estaca. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Aaron se tambaleó hacia atrás contra la pared de la tumba, temblando de cólera. Empezó a toser, estuvo a punto de vomitar, se ahogó. Luego aspiró profundamente, mirando fijamente a Sean. ―¡Por Dios, usted lo pagará!, ¡Ella lo pagará! ¡Usted no sabe cómo lo va pagar! ―perjuró, temblando. Luego se giró, tropezando con la tumba. Sean se empujó a si mismo fuera de la pared, siguiendo a Aaron Carter hacia el día. Las nubes habían llegado más cerca de la tierra. El aire estaba gris. La lluvia comenzó a caer. ―¡Carter! ―gritó. Pero el vampiro se había ido. O así lo pensó. El viento se levantó repentinamente. De la misma manera que una mano grande, se azotó contra él. ―¡Usted morirá, Canady, bastardo! ―Escuchó. ¿Una voz? Un silbido en el viento. Y eso fue todo. Estaba apoyado contra la piedra de la tumba. Su cabeza chocó. Sintió la intensidad del dolor por sólo un momento. El gris surgió a su alrededor. El cielo se volvió más oscuro, más oscuro en un tono aun más profundo de gris. Y luego se volvió negro.

El teléfono estaba sonando. Maggie lo escuchó, como si estuviera muy, muy lejos. Estaba tan cansada. Anduvo a tientas hasta encontrar el aparato. ―¿Hola? ―Maggie, querida mía. En un instante, estuvo despierta. La voz de Aaron. Se incorporó. Miró el reloj. Era de día. Sean no estaba. El pánico la invadió. ―Aaron ―Maggie, mi amor, sí. ―¿Dónde está Sean? ―¿Tu chico amante? ―Dímelo. Deja de burlarte de mí, o te colgaré. ―Si lo haces, otro Canady muere. Agarró el teléfono fuerte, mordiendo su labio inferior. ―¿Tienes a un Canady contigo ahora, Aaron? ―Umm, puede ser. ―¿Tienes a Sean? ―casi gritó. ―Tengo a un Canady. ―¿Qué Canady?

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Maggie se sintió temblar. No sabía dónde estaba Sean; la había engañado para salvarla. Aaron no estaba muerto. Parecía fuerte y bien, y vengativo. ―¿Dónde estás? ―¿Dónde estoy? Bien, estaba descansando tranquilamente en mi propia casa hasta que fui molestado por tus amigos. ―¿Qué ocurrió? ―¿A tus amigos? Todavía, nada, aunque destruyeron a mi hermosa joven creación, Lilly Wynn. Pero en fin, siempre fue una sustituta de ti. ―Era tu propia descendiente, ¡bromeas! ¿Dónde está Sean? ―Oh, imagino que volverá rápidamente ti. Pero eso le hará poco bien. ―¿Por qué no? ―Porque tú te vienes conmigo. Ahora. ―¿Cómo vas a hacerme hacer eso? ―Vendrás… cuando te des cuenta dónde estoy. Y a quién tengo conmigo. ―¿Dónde estás? ―Seguramente ya te has dado cuenta. Estoy en Oakville. La plantación de Canady. Maggie se sintió como si se hubiera vuelto de hielo. ―No has… ―Ah, ¿Qué he hecho? Bien, hasta ahora, no mucho. Paré por Empresas Montgomery para recoger a algunos de tus amigos. Chocolate y especia. Una es Angie, y la otra... Cissy, creo. La negra es hermosa. Te dije que habría una doble cabeza. Y respecto a Canady, por el momento, acabo de golpear al anciano en la cabeza. Daniel, ése es su nombre, ¿No? Si no estás aquí, a solas, en media hora, voy a empezar con las chicas primero. Mi mejor imitación de los días de Jack el Destripador. Luego voy a usar mi uña del dedo meñique para hacer un agujero profundo en la arteria carótida del anciano. Voy a beberlo y a dejarlo seco. Luego voy a dejar una pieza de él en cada habitación para que la encuentre su hijo. Naturalmente, tan pronto como pueda, también mataré a Sean el policía. Tal vez la hermana menor de Sean también aparecerá con sus pequeños. Yum. Ella puede ser mi última víctima al modo de Jack el Destripador ―puede ser mi Mary Kelly. Maggie escuchó horrorizada. Se dio a sí misma una sacudida. ¡Maldito Sean! Le había dado algo para hacerla dormir. Tenía que deshacerse de ello. Y tenía que encontrarse con Aaron. Tragó duramente. ―Aaron, te mataré ―le dijo Maggie. ―No, mi amor. Esta vez, pienso que harás lo que te digo. Tus treinta minutos han empezado. Muy bien, bien, te daré treinta y cinco. Voy a ser lo suficientemente amable para tener en cuenta el tráfico. El teléfono se cortó en la mano de Maggie.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1188 Mamie estaba desesperada. Se sentía lo suficientemente a salvo, y hasta ahora había sido divertido ser vigilada por la policía para variar, en vez de ser acosada por ellos. Cada ocho horas cambiaban el turno. Un envolvente músculo diferente, un joven y apuesto oficial venía dispuesto a cuidarla. Pero esta mañana temprano, la llamada llegó. La vieja Libby Warren que dirigía una casa de chicas de alto "estanding", veinte millas al oeste de la ciudad, había desaparecido. Su barman la había visto con un tipo alto y apuesto con la piel pálida y gafas Ray-Bans, y luego ella había desaparecido con él. Pero no antes de que ella le hubiera dicho a su camarero que llamara a la vieja Mamie, desde que Mamie había dicho que ella tenía a la chica correcta para ese tipo. Bien, no debía haberlo hecho. Debería de haber escuchado a Maggie, diciéndola que era un vampiro también, y que ella podía luchar contra él cuando nadie más podía. Era obvio. Libby estaba muerta. Libby no la había contactado, y era una buena cosa, porque si hubiera enviado a Maggie tras el tipo, Maggie podría estar muerta ahora también. Pero se lo tenía que decir a Sean Canady. Trató de llamarle a la estación; no la dijeron dónde estaba Sean. No la dijeron tampoco dónde estaba su compañero, Jack. Probó en la casa de Sean en la ciudad, y en la plantación de su padre. Probó su número de buscapersonas, pero no respondió. Definitivamente, decidió que tenía que cambiarse de lugar ella misma. El chico que velaba por ella en ese momento podría tener unos veinticinco. Alto como Mike Jordan, apuesto como Lucifer. Del color del cobre, con los ojos más preciosos que alguna vez había visto. Le pidió que la llevara hasta su central. ―Mamie, se me dijo que la retuviera aquí en el restaurante. Aquí estamos en un entorno controlado, hay más oficiales patrullando justo aquí fuera… ―Bien, querido, ¿Qué podrías tener en la jefatura de policía si no a todo un grupo de oficiales de policía? ―Se me ha ordenado que la vigile aquí. Y tendrá que quedarse aquí a menos que el Teniente Canady me diga algo diferente… ―¡Es eso mismo! ¡Tengo que contactar con el Teniente Canady! ―Solo tiene que ser paciente, Mamie. Ella olfateó fuerte, se dio la vuelta, y empezó a conspirar. Probó todos los números que Sean le había dado otra vez, luego decidió llamar a Maggie. Estuvo sorprendida cuando Maggie respondió al teléfono. Su voz estaba tensa, afilada, como si esperara a otra persona. ―¡Mamie! ¿Mamie, qué pasa? ―Nada, querida, sólo tenía que hacerte saber que pienso que Carter ha matado a una vieja madama en la autopista. Él sospechaba algo en ese sentido, estoy segura. Yo estaba tratando de encontrar al Teniente Canady… ―Mamie, sé dónde está Aaron Carter. Voy tras él ahora. ―Pero… ―Mamie, dígale a Sean que lo quise, por favor.

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―Pero, querida... ―Mamie, no sé dónde está él. Se suponía que tenía que estar con él... Él y Jack salieron hacia las viejas ruinas de Carter/Dixon. Creo que todavía está vivo. Pero Aaron Carter tiene algunos amigos míos y al padre de Sean y... Y tengo que ir, Mamie. Quédese segura, quédese con la policía. ―Espera, espera, vas a ir tras de este loco a solas… ―¡Ni una palabra, Mamie! ¡Conseguirá que otra persona sea asesinada! ¡Éste es mi desastre, y tengo que terminarlo! ―Espera, querida, espera… ―No puedo hablar. No tengo tiempo. Respondí al teléfono porque pensaba que podría ser Aaron otra vez. Tengo que irme, Mamie. ―Querida, tengo que ayudarla… ―Entonces rece por mí, Mamie. ―Pero puedo enviar a la policía… ¡A toneladas de ellos! ―¡No! Matará al que sea inmediatamente si no voy yo a solas. La línea se cortó. Sintiéndose enferma, Mamie se quedó mirando fijamente el teléfono. Las viejas ruinas, reflexionó. Estaba repentinamente asustada. Bien, Sean estaba en las ruinas; el asesino no. Tenía que encontrar a Sean tan rápido como fuera posible. El Sr. Bien-Visto no la iba a dejar apartarse de su vista. ―¿Oficial? ―Llamó suavemente. ―¿Sí, señora? ―Tengo al Teniente Canady al teléfono. Caminó hacia ella, asintiendo con la cabeza. Cuando casi la había contactado, le golpeó en la sien con el receptor. Grande, ancho, y hermoso, cayó sin un gemido. ―Lo siento, querido, ―Mamie dijo tranquilamente. ―¡Si me dan a un hombre normal, puedo arreglármelas con él todo el tiempo! Se escabulló del restaurante por la puerta trasera, agradeciendo la lluvia y el día incesantemente gris. Los policías estaban tratando de mantenerse secos. Aunque evitó a la policía cuidadosamente en la calle. Con su abrigo cubriéndola alrededor de la cara, huyó en el automóvil de su barman. Una vez fuera del French Quarter y sobre la autopista, aceleró.

Sintió... La lluvia. Liviana, suave, tocando su cara. Estaba durmiendo, su cabeza era pesada... dolía... Alguien lo estaba tocando. Maggie. No, no Maggie. No un roce amable. Alguien estaba abofeteando sus mejillas. ―Querido, querido, ¡Tiene que despertarse! Teniente Canady, soy yo, Mamie. ¡Mamie!

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El atontamiento desapareció. Se incorporó, sintiendo su cabeza. Gimió en voz alta; el dolor todavía estaba ahí, pero su mente estaba despierta y estaba sintiendo una sensación de alarma creciendo en su interior. Habían encontrado a Aaron. Y Aaron se había ido. Pierre y Jack estaban en el suelo al lado de él. Jeanne estaba sentada con el niño, sollozando. El niño estaba mirando fijamente a todos ellos como si... ―Creo que la chica blanca se ha perdido, Canady ―Mamie dijo. ―¡Ha estado aferrándose al chico de Bessie ―y no a ese chico que se ve asustado!—y llorando. Jack está fuera helado, pero no se preocupe, está vivo, y el vejete de ahí está respirando también. Pero usted tiene que moverse, conseguir alguna clase de ayuda. Maggie está de camino a Ashville… ―¡Ashville! Sean se puso de pie, casi tirando a Mamie. Extendió la mano automáticamente hacia ella. Su cabeza todavía estaba dando vueltas. ―Sea inteligente ahora, teniente. ―Sí, seré inteligente. ¡Mierda! ―Miró a los otros, luego a Mamie. ―Usted tiene que hacerse cargo aquí. Pediré apoyo por radio… vigile al niño de Bessie. Es como un perro rabioso. ―¡Teniente! ―Él está en Ashville. Y Maggie está detrás de él. A solas. Mamie no trató de pararlo otra vez. Sean agarró una bolsa de lona y empezó a correr alrededor de las tumbas para llegar hasta los automóviles al frente de la casa. Mamie miró al niño pequeño de Bessie. Una cosita tan pequeña y preciosa. Él la siseó. ―¡No te metas conmigo, joven Isaac! ¡O te daré un buen tirón de orejas, hombrecito! El siseo paró en un instante. Mamie se sentía bien. Luego miró a su alrededor. Al cementerio oscuro. A las tumbas. A los ataúdes abiertos. ―Oh, ¡mierda! ―Dijo en voz alta. Y rogó por que la ayuda viniera rápido.

La lluvia había parado. La oscuridad del día permanecía, una advertencia de que la lluvia llegaría de nuevo. Las grandes puertas principales de Ashville permanecían abiertas. Maggie saltó fuera de su automóvil, corriendo hacia los escalones, sin tomar precaución de disminuir la velocidad hasta que llegó a las puertas de las mismas. Había estado tan asustada, había estado tentada de transportarse hasta aquí, de venir en forma de neblina, pero ella sabía que necesitaría toda su fuerza. El relámpago golpeó al otro lado del cielo, iluminando las puertas que estaban abiertas de la misma manera que una entrada abierta a un pozo negro del infierno. Se había producido un siniestro trueno en el aire. Las nubes de tormenta se alzaban en tonos de gris, gris oscuro y negro. Todo color azul había desaparecido del cielo. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Pasó a través de las puertas. Casi tropezó con un cuerpo, y el pánico se agarró a su garganta. No podía ver, porque el exterior del cielo oscurecido no proyectaba ninguna luz al interior de la casa. Ciegamente, cayó al suelo, rogando poder encontrar a Daniel o a sus amigos mientras todavía estuvieran vivos, y no como cadáveres mutilados. El cuerpo estaba frío. Casi gritó, pero en la pálida filtración de la luz del día que entraba por la puerta, pudo ver de cerca que el cadáver no pertenecía a Daniel Canady, a Cissy, o a Angie. Jadeó en voz alta, sintiendo como las lágrimas llegaban a sus ojos cuando vio el saludo de Aaron: otra mujer. La única bendición era que la mujer era una desconocida. Había sido asesinada salvajemente. Estaba vestida con unas prendas interiores elegantes, manchadas de sangre ―medias, ligas, tacones de aguja. Sus piernas estaban en un ángulo incómodo. Estaba tendida en la entrada de la casa con su garganta cortada de oreja a oreja, casi decapitada. Una nota estaba depositada sobre su estómago. ”Acostúmbrate, Maggie. Ésta es una comida, tendré que deshacerme del cuerpo después, ya que la necesitaba para darte la bienvenida aunque ella no es parte de mi arte. Los próximos asesinatos serán realmente mis experimentos de terror. Estabas asustada, ¿no? ¿Dónde están tus pequeñas y bonitas amigas, chocolate y vainilla? Adoro un batido blanco y negro. Son bellezas. Apenas puedo esperar para probarlas. Su boca y su garganta estaban completamente secas. ¿Dónde estaban las chicas? ¿Y Daniel? ¿Se atrevería a gritar? ¿Estaba Aaron observándola, esperando? Se quitó sus zapatos para caminar a través del imponente salón de la entrada y más allá de la escalera. Investigó en la cocina y en el comedor, en el salón, y luego en la biblioteca. Daniel Canady estaba ahí, desplomado sobre su escritorio. El escritorio donde había depositado sus libros cuando había venido aquí. Recordó cómo se había sentado con Sean en un asiento en la ventana. Había sido tan estupendo. Una noche con él, una noche normal. Enamorándose otra vez, viendo sus ojos, escuchando su risa, teniendo sus dedos rozándola, tocándola. ¡Pero esto fue a donde los había llevado ahora! Tragó duramente, pensando que no podría soportarlo si hubiera provocado las muertes de Daniel o de sus amigas. ¿Cómo podría alguna vez encontrarse cara a cara con Sean si hubiera provocado el asesinato de su padre, y cómo alguna vez podía vivir consigo misma si Cissy o Angie fueran a morir, y tan horriblemente, debido a su asociación con ella? Cerró sus ojos repentinamente. Su padre la había querido; se había negado a creer que había estado maldita. ¿Había querido ella alguna clase de perdón tan gravemente que había condenado a todos aquellos que se encontraban alrededor de ella? ―¡Por favor! ―Rezó en silencio, preguntándose si sus oraciones alguna vez podrían ser respondidas, mientras se movía hacia la biblioteca sobre sus calcetines. Daniel le daba la espalda. Estaba aterrorizada de tocarlo y descubrir que estaba desplomado porque su cabeza estaba casi separada de su cuerpo. Pero su cabeza todavía estaba unida. Temblando, cayó de rodillas junto a él, tratando de verlo a través de las sombras causadas por la tormenta próxima. Una línea irregular de relámpago iluminó el cielo, y vio que un hilo de sangre rayaba su cara hacia abajo desde su sien. Pero su piel estaba caliente, y tocó su garganta desesperadamente, buscando el pulso, y encontró uno. Un sonido como el de un gemido salió de su garganta, y se giró. Allí estaban también, Cissy y Angie, todavía vivas, atadas juntas y desplomadas contra la pared más alejada. La cabeza de Cissy estaba caída; Angie la miró fijamente con sus amplios ojos aterrorizados que suplicaban ayuda. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―¡Oh, gracias a Dios! ―Respiró. Corriendo, Maggie cruzó la habitación para liberarlas, rogando que Cissy estuviera consciente, y que fuera capaz de correr. Pero repentinamente, una corriente fría pareció irrumpir en la habitación, agitando las cortinas, revolviendo los papeles que había sobre el escritorio. ―Maggie... Escuchó su nombre, llamado en un susurro bajo, lento y obsesionante. ―Maggie, Megan, Meg... Señorita Montgomery... Ven, Maggie, ¿Qué harás ahora? ¿Dónde estoy, Maggie? ¿Puedes verme, puedes encontrarme? Ahh... ¿Te atreves a venir por mí, luchar contra mí? Si ganas, viven. Si pierdes, lo hago como elija. Y tú sufrirás hasta que desees estar muerta de todos modos, ¡Maggie, Maggie, Magdalena! Siguió caminando por la habitación, registrando las sombras, tratando de descubrir dónde estaba. ―Aaron, esto es entre nosotros… ―Canady está entre nosotros. ¿Te gustó el regalo que te dejé en el vestíbulo? ―¿Quién era, Aaron? ―Maggie, no lo sé ni siquiera. La dama de Avon, puede ser. Una pobre desafortunada que se cruzó en mi camino. Te dije que fui despertado por el Teniente Canady groseramente. Luego estaba tan sólo despierto, que supe qué tenía que hacer... Me apresuré hacia Empresas Montgomery y busqué a tus amigas. Bonitas, chicas bonitas, Maggie. ¡Me encontraba ardiendo! No quería hacer algo prematuro así que entré en un club de striptease local a por un mordisco antes de recoger a las chicas y traerlas aquí. No tenía mucho tiempo. También tenía que llegar a esta vieja casa, y me estoy imaginando que incluso Canady podría averiguar dónde estamos pronto. Sólo fue que en cuanto recogí a tus encantadoras amigas para traerlas aquí, estuve tan tentado de beber... Y te quería aquí para el final, por supuesto. No deberías de sentirte demasiado mal. Ésta no sufrió en absoluto. Murió aplastada por mi abrazo, adorando cada minuto de él. ―Te odio, Aaron. Te odio porque eres un asesino frío y sanguinario. ―No, Maggie, todos nosotros somos fríos y sanguinarios. Tú no puedes cambiar tu naturaleza, no la naturaleza de la bestia. ―No, estás equivocado, no tenemos que ser asesinos fríos y sanguinarios. ―¡Qué mentira, que pequeña belleza de moral superior eres, mi dulce! Tú has matado. Tú sabes que has matado. ―Solamente cuando… ―¿Cuando juzgaste a un hombre, y determinaste que debía morir? ¡Oh, Maggie, eres una de las crías de Satanás, y quieres darte a ti misma el poder de un Dios! ¿Piensas que puedes nombrarte a ti misma juez y jurado? Ella agitó su cabeza. ―Vete al infierno, Aaron, a donde perteneces. Todavía creo en Dios. ―¡Bromeas, porque Dios te ha abandonado! ¿Piensas que puedes encontrar el perdón porque la sangre que ansías viene de la Cruz Roja? ―se burló. ―Aaron, tú eres el tonto. ¿Qué prueba esto? Te odio por tu crueldad brutal, por la enfermedad atroz que es tan evidente en sus ojos. Aaron, eras un monstruo mucho antes de que fueras infectado. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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La risa honda, obsesionante, llenaba la habitación, parecía venir desde cualquier parte. ―¿Infectado? ¿Nos consideras infectados, querida mía? ―¡Sí! ¡Exactamente! ―Dijo en un susurro suave. Él negó con su cabeza. ―¡Somos unas creaciones magníficas! ¡Somos la culminación del poder del mal, o eso podemos ser! Somos predadores, de la misma manera que los tiburones, de la misma manera que los cocodrilos y las viudas negras, Maggie, si tu quisieras. Hemos nacido para matar, para desgarrar, para romper, para eliminar a la población humana. ¡Eres una pequeña tonta ciega al negarlo, tratando de ser lo que no eres! ―¡Me niego a ser un monstruo, Aaron! ―¡Te niegas a hacerlo, desgraciadamente! Quizás cambiarás tu melodía. Todo por una noble causa, por supuesto. Ven a mí, Maggie. Pide mi perdón. Creo que me gustaría verte de rodillas. Ruégame, prométeme ―¡pobre, maldita criatura que soy! ―un trocito de cielo. Haz todo esto... y tal vez dejaré a las chicas y al viejo Canady vivir. ―Haré cualquier cosas que quieras, Aaron. Sólo déjame desatarlos para que… Ella se había aproximado a Cissy y a Angie. Estaban atadas con sus propias medias. Fuerte. Tan fuerte que ella tuvo que luchar contra los nudos. Su mirada fija en la de Angie, tratando desesperadamente de tranquilizarla con sus ojos, y hacerla comprender que también debía de liberar a Cissy, y que deberían de salir de allí. Ella gritó, se sobresaltó cuando un fuerte golpe cayó sobre sus hombros, enviándola volando al otro lado de la habitación. ―Levántate, Maggie. No decidí liberar a nadie aún. Ella se puso de pie. ―Ya te dije que haría todo lo… ―Fue de boquilla, Maggie. Ven a mí. ―¿Dónde estás? ―preguntó ella con dureza, poniéndose de pie, alarmantemente consciente de su fuerza. Se dio cuenta de que la había golpeado antes porque siempre había luchado contra él con una rabia desatenta, él había matado todos a quienes había querido, y no se había preocupado más. Se había vuelto tanto listo como fuerte. Burlándose de ella, haciéndola pensar que podía salvar a sus amigos, y que tenía poder sobre ella. ―¿Dónde estás? ―Repitió. Tenía que sacarlo fuera de la biblioteca. Quizás eso daría una oportunidad de liberarse a los otros. Empezó a caminar despacio por la biblioteca, hacia atrás, hacia la puerta. Cuando llegó a la entrada, escuchó su risa otra vez, viniendo desde atrás de ella. Se dio media vuelta. Ahora estaba ahí en persona, de pie, al lado de Daniel Canady. Alto, delgado, con rasgos apuestos siempre distorsionados por una abierta y cruel sonrisa. Había cogido la cabeza de Daniel por el pelo. Sujetando su cuchillo, con una hoja de seis pulgadas de larga, contra la garganta de Daniel. ―¿Recuerdas todo lo que he hecho, Maggie? Con un cuchillo exactamente como éste... ―Recuerdo, Aaron.―Ella levantó su barbilla y agitó una mano en el aire, indicando su cabeza. ―Pero cuando empezaste todo esto, aquí, ahora, ¿Estabas tratando de hacerme pensar que Lucian era el que estaba cometiendo los asesinatos? Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Él se encogió de hombros. ―Sí... no pensé engañarte durante mucho tiempo, pero pensé que quizás, viéndome desde la distancia, escuchando lo que yo parecía, bien, podrías pensar que tu preciado Lucian había vuelto a los fundamentos y estaba siendo realmente un Rey de nuestra especie. ―Nunca nadie te confundiría con Lucian, Aaron. ―Oh, y ¿Por qué es eso? ¿Piensas que nuestro fuerte Lucian nunca a desgarrado en pedazos a mortales? Te engañas si crees en tal fantasía. ―Nunca nadie te confundiría con Lucian ―repitió. ―Venga ya, entra en el espíritu de esto. ¿Qué harás para mí, Maggie, si dejo a Canady vivir? Está tan cerca de la muerte en este momento, casi puedo saborearlo. Exhaló en una larga respiración. ―Aaron... ―¿Psicología, Maggie? Tendría cuidado si fuera tú. No importa lo fuerte que pienses que eres, posiblemente ni podrías contactar conmigo a tiempo para parame antes de que lo matara. ―Me estás preguntando qué haré por ti. ¿Qué quieres, Aaron? Él reflexionó sobre la pregunta por un minuto, sonriendo. ―Me he vuelto muy lúcido, creo. Arrodíllate, Maggie. Despacio, manteniendo sus ojos sobre él, lo hizo. ―Dime lo que sientes, Maggie. Ven a mí de rodillas, y dime que estás arrepentida de la manera en que me has lastimado durante décadas. Avanzó lentamente hacia él, dándose cuenta de que no tenía opción. Aaron no fanfarroneaba. Tiempo. Tenía que pensar... Llegó hasta él despacio sobre sus rodillas. Muy despacio. ―Déjale ir, y dejaré esta casa contigo. ―¡Oh, Maggie! Cómo mientes. Ella negó con su cabeza. ―No estoy mintiendo, Aaron. Haré cualquier cosa si lo dejas vivir, y dejas irse a las chicas. ―¡Qué noble! Pero veamos si me estás diciendo la verdad. Ven... continúa acercándote. Ven todo el camino hasta aquí... Ponte de pie ahora. Despacio. Bésame ahora, Maggie. Hazlo bien. Hazlo como una promesa de todo lo que va a venir. Se encontró delante de él, aunque él no se había movido. Todavía sujetaba la cabeza de Daniel por su pelo; todavía sujetaba un cuchillo en su garganta. Tocó su mejilla. Poniéndose de puntillas, rozó sus labios con los suyos. Su boca estaba fría. Con sabor a sangre. Debería de haber abierto su propia hambre. Eso era lo que él había planeado. ―¿Sedienta, Maggie? ―susurró contra sus labios. ―Sí ―dijo. ―¿Por qué no matas a Canady? ―sugirió. ―Porque he aprendido a no matar. ―No es suficiente, Maggie ―susurró contra sus labios, cambiando ligeramente el cuchillo de lugar. ―Prueba con otro beso. Experimenta mis labios. Experimenta lo que eres. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Deja a Daniel irse. Separa ese cuchillo de él. ―Muy bien.―Soltó a Daniel. En una fracción de segundo, el cuchillo fue presionado duro contra su garganta, y se dio cuenta de que él tenía la fuerza suficiente para cortar la cabeza de su cuerpo con poco esfuerzo, si decidiera hacerlo. ―Venga, Maggie, ahora ―susurró suavemente, sensualmente. Con su brazo libre, la empujó más cerca. ―Si me matas, otros te matarán. Lucian… ―El reinado de Lucian está terminando. ¿No puedes ver eso? ¿Ha venido tu preciado Lucian aquí para intervenir? Lucian no tiene sed de sangre, y ningún poder. ¿No lo entiendes aún? He utilizado todo este tiempo, casi un centenar de años, Maggie, aprendiendo más poder, más fuerza. No estoy asustado de que Lucian me juzgue. Si te mato, también mataré a Lucian, y mi reinado comenzará. No me hagas hacerlo, Maggie. Exhaló en una respiración larga, encontrando sus ojos. Luego un terror verdadero la llenó, porque escuchó repentinamente una voz. Una voz mortal. ―¡Déjala ir, estúpido! Sean había venido.

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CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1199 A pesar de ser un policía, a pesar de todo lo que había presenciado en todos sus años en el cuerpo, tropezar con el cadáver había provocado que casi gritara. ¿Quién era, Jesucristo, quien era, quien estaba tendido muerto allí? Cayó sobre sus rodillas. Revisar a la pobre mujer muerta casi le hizo enfermar. Luego el miedo se había apoderado de él, más frío que nada de lo que alguna vez hubiera conocido, más profundo que cualquier agujero del infierno. Su padre. ¿Qué si le había hecho esto a su padre? A Maggie. La casa estaba tan silenciosa. Silenciosa y oscura mientras en el exterior las nubes de tormenta parecían girar en un cielo extrañamente púrpura. Se tambaleó sobre sus rodillas y aspiró profundamente. Rezó por encontrar valor, como nunca había suplicado antes. Quería gritar, llamar a su padre, llamar a Maggie. No se atrevió. Su única oportunidad era el elemento sorpresa. Casi ciego por las sombras oscuras de la casa, usó los recuerdos de su vida para trazar lentamente su camino por las habitaciones. El comedor estaba vacío; la cocina siniestramente silenciosa. Fue al salón, y luego... Luego escuchó las voces. Escuchó los ecos de la profundidad de la voz ronca de Carter, burlándose de Maggie. Se paró, casi muerto, cuando escuchó a Maggie. Regateando por la vida de su padre. Se movió más cerca. Estaba tan preparado como podría estar. Aunque el miedo lo movía, llegó hasta la puerta de la biblioteca, y vio a Aaron con su cuchillo en la garganta de Maggie. Y gritó, levantando su.38 especial. ―¡Ya me escuchaste! Déjala ir. El asesino empujó a Maggie a su lado, sujetándola con un brazo. Inclinó su otro brazo sobre la cabeza de Daniel Canady. Con sus ojos inquietantemente encendidos y extrañamente vivos en las sombras, se río de Sean. ―Déjala ir... ¿O qué, chico grande? Mira, Maggie, encanto, el policía ha venido. ¿Por qué no le dices que sus balas no pueden matarme? Maggie, mirando fijamente a Sean, tragó duramente. ―¡Díselo, hazle comprender! ―dijo Aaron airadamente. ―¡O rasgaré su garganta! ―Sean, tienes que irte. Tienes que dar media vuelta e irte, por favor… ―Ya la escuchó, chico grande. Fuera de aquí. Si lo hace, cuando ponga mis manos sobre usted, sólo lo mataré. Rápido, dulce y simple. Deme problemas chico grande, y sólo deseará haber muerto. Maggie estaba al lado de Aaron. Como lo estaba su padre. Sean tenía que hacer algo. Escuchó ruido al otro lado de la habitación. No quiso desviar su mirada, pero con su visión periférica, vio que Cissy y Angie estaban acurrucadas contra la pared. Angie apenas se estaba moviendo. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Pero sus manos estaban sobre las muñecas de Cissy; estaba desatando a su amiga. Aaron Carter tenía la intención de tener un día de fiesta aquí. Un exceso de homicidios. Era policía. Un tirador de primera. No podía matar a Carter con una bala, pero podía lastimarlo realmente. Comprar un poco de tiempo para los otros. Sean levantó su.38 y apuntó hacia la cabeza de Aaron. El disparo sonó como un cañón. Su objetivo fue certero. La bala se estrelló contra la frente de Aaron. Maggie gritó; Aaron maldijo cuando se tambaleó hacia atrás. Sean sintió un momento de júbilo salvaje. Entonces se dio cuenta de que Aaron Carter, con la cara blanca y los ojos de serpiente, se le estaba acercando. Maggie se movió de la misma manera que el relámpago, tomando uno de los enormes y viejos volúmenes históricos de su padre del escritorio. Lo estampó de golpe contra Aaron con una fuerza despiadada. Aaron se dobló, jadeando. Sean se fue hacia delante, disparando su arma de fuego una y otra vez. Pero cuando llegó al sitio donde Aaron había estado de pie, él se había ido. ―¡Maggie! ¡Dios, Maggie! ―Gritó, estrechándola entre sus brazos, tratando de encargarse de su padre al mismo tiempo. ―Tu padre probablemente tiene una conmoción ―Maggie dijo rápidamente, tocando su mejilla, con sus ojos de color de avellana brillando con las lágrimas no derramadas. ―Oh, Sean, no deberías de estar aquí. ―Las chicas, mi padre. ¡Ayúdame! ―Dijo simplemente. Levantó el peso muerto de su padre del sillón del escritorio. Maggie acudió a Cissy y a Angie. Angie estaba libre. Sus dedos titubearon con las ligaduras que sujetaban a Cissy. ―Vamos, vamos, arriba, ¿Están bien? ―Maggie preguntó con preocupación. Cissy asintió con la cabeza, tragando duramente. ―Maggie, ¿Por el amor de Dios, qué es él? Su fuerza... Estábamos indefensas. Nosotros… ―Tenéis que salir de aquí, rápido, y envía ayuda, por favor, mientras Carter esté debilitado. ¡Iros! ¿Podéis conducir, alguna puede conducir? ―¡Sí! ―Angie exclamó. ―Cissy, Vamos. Maggie, tienes que venir con nosotros… ―No, ¡Tenemos que quedarnos con el padre de Sean! ¡Iros, por favor, fuera, llegar hasta la estación de policía, rápido! ―¡Largo! ―Sean tronó, y la pareja huyó. Sean tenía a su padre en brazos. Llevó a Daniel a un sofá, lo colocó. Miró a Maggie. ―¿A dónde se ha ido Aaron? ―No lo sé. ―¿Va a morir ahora? ―Sean reclamó. No. Recordó sus encuentros con el vampiro. No se había muerto en la morgue, y no se había muerto en el cementerio. Ella negó con su cabeza. ―No ―dijo suavemente. Una risa profunda, extraña, pareció llenar toda la casa.

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Los hermosos ojos dorados de Maggie estaban sobre los suyos. Sus rasgos estaban tensos. Estaba asustada. No por ella misma. Por él. Él quería acariciar su mejilla. Darle seguridad. ¿Cómo, en el nombre de Dios, podía hacer eso? ―¡No se ha ido en absoluto! ―Maggie respiró. ¡Está apenas herido! Desde afuera, Sean escuchó acelerar un motor. Las chicas, por lo menos, se habían escapado. Entonces sintió a Carter. Aunque estaba agachado en cuclillas junto al sofá, Sean fue detenido repentinamente por lo que parecía ser una ráfaga de viento negro. Luchó, tratando de lograr la fuerza que lo sujetara en un profundo agarre. Brazos estaban alrededor de él, brazos tan ajustados que no podía respirar. No podía ver en absoluto. Podía oler algo horrible, algo como podrido. Se estaba sofocando. ―¡Hombre muerto, eres hombre muerto! ―Carter bramó. ―¡Pero voy matarte separando pieza a pieza! Fue lanzado entonces, lanzado duramente. Aterrizó con un ruido sordo quebrado contra la pared. Desesperadamente, trató de aclarar su cabeza, ponerse de pie. Entonces vio a Aaron. Forma y masa en vez de sombra. ―¡Aaron! ¡Soy yo a quien quieres lastimar! ―Maggie gritó. Ella se estaba alejando de Aaron, tratando de alejarlo de Sean. Entonces cambió de táctica. Gritó repentinamente, arrojándose contra Aaron. Pero él empezó a reírse otra vez, el sonido elevándose para mezclarse con la explosión de un trueno desde fuera. ―¿Piensas que me destruirás otra vez, mi amor? ¿Piensas que me fui para sanar durante todo este tiempo sin asegurarme de ser más fuerte de lo que podría alguna vez esperar ser? Me he atiborrado de sangre, Maggie, bañado en sangre, nadado en sangre. Tengo un poder que tú nunca tendrás, nunca, ni en un millar de años… La estaba levantando. Sus dedos estaban alrededor de su garganta y estaba gritando y arremetiendo contra él. Pero sus gritos se estaban desvaneciendo, y toda su cólera parecía infructuosa. Sean se las arregló para ponerse de pie, apuntó, y disparó otra vez. Rápidamente. Teniendo cuidado de no golpear a Maggie. Diablos, pero no podía conseguir un tiro claro en la cabeza o en el corazón... Maggie gritó otra vez, agarrando a Aaron mientras las balas impactaban en él. La dejó caer. Y repentinamente, otra vez, se había ido. Una oleada de mal, horrible, malvada pasó rápidamente alrededor de Sean. Unos brazos lo rodearon con dedos huesudos desgarrando su carne, helados, fríos, levantándolo... arrojándolo de nuevo. Chocó con el suelo. Dolorido. Con los brazos desgarrados, la espalda, la cabeza, los hombros… Estaba tendido en la oscuridad. Vio a Maggie tratando de llegar hasta él. Con un enorme esfuerzo, gateó hasta ella. ―¿Dónde está? ―No lo sé. Pero volverá. La arrastró entre sus brazos. Encontró sus ojos. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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―Maggie, tienes que hacerlo. Hazme como uno de vosotros. Ella agitó su cabeza desenfrenadamente. ―No, Sean, déjale que me lleve, déjale que me lleve fuera de aquí. ¡Tal vez estarás a salvo entonces! ―No, Maggie. ¿No lo ves? Nada de lo que hagas lo cambiará. Si nos golpea, será sólo más fuerte. ―Por favor, Sean, no podía soportarlo si provocara tu muerte... otra vez. Te amo, Sean, por favor… ―Hazlo, Maggie. ―No podrás matarlo como un vampiro, Sean. Habrás perdido tu alma, y cuándo mueres de esta manera... No hay perdón, ningún escape de la condena eterna. Escucharon la risa otra vez. Suave al principio, creciendo más fuerte. Mirando más allá de la espalda de Maggie, podía ver una sombra inmensa empezar a formarse sobre la pared. ―¡Hazlo, Maggie! ¡Te lo ruego! ―No, Sean―alegó, arrodillándose delante de él. ―Maldita sea, hazlo, o estamos muertos, y otras docenas más pagarán también. ¡Maggie, por el amor de Dios! La arrastró contra él, duro. Sentía que sus lágrimas se posaban en su carne. ―Ahora, Maggie! ―¡No! ―¡Maggie! No me agotes, sólo corrómpeme. Tendré la fuerza, pero no seré un verdadero vampiro. ―Sean, no lo sé. Cuando los hombres han estado contaminados, se han vuelto locos. Se vuelven asesinos ellos mismos ―¡Es nuestra única oportunidad! Entonces sintió sus dientes. Fríos, fuertes, como agujas de acero hundiéndose en su garganta. Se estaba llenando precipitadamente, de la misma manera que el agua helada que caía en cascada a través de sus venas. La sujetó, y la abrazó, mientras al principio se debilitaba, mientras sentía que su fuerza vital era arrastrada fuera en un frio y torrente rio... Entonces de repente, hubo fuerza en él. Una fuerza como el fuego. Y cuando se armó de valor de nuevo, se tensó duro contra la fuerza, rebosando lleno de ella… Un momento después, la sombra se transformó en sustancia. Aaron estaba de pie delante de él, haciendo girar su cuchillo mortal. Hizo señas a Sean con ambas manos. ―Vamos, chico grande. ¡Venga poli, vamos, cerdo! Giró hacia Sean, y saltó. Sus pies atraparon a Sean en la cabeza, enviándolo a volar otra vez. Sean se tambaleó, negándose a perder la pelea cuando él tenía el mismo poder. Aaron fue hacia Sean de nuevo. Maggie se puso de pie, lanzándose hacia la espalda de Aaron. Sus uñas rasgaron hacia abajo por su espalda, rompiendo su camisa y su carne, pero la separó de él, duro, y siguió caminando. Se situó frente a Sean y lanzó un golpe de revés contra su mejilla que lo envió tambaleándose otra vez. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Pero Sean se puso rápidamente de pie, rogando para que llegará su propio poder. Otra vez, Aaron llegó hasta él. Este golpe lo envió volando todo el camino hasta fuera del salón. Chocó contra la pared, justo debajo de una pintura del Sean que había sido matado durante la Guerra Civil. Escuchó la risa de Aaron en la distancia. Alguien estaba al lado de él. Lucian se agachó hasta él, feroz y resuelto. Había empujado la bolsa de lona de Sean hasta el salón donde estaban de pie ahora. ―Su espada. Usted tiene el poder ahora. Termínelo. Use su espada, Canady. Lucian empujó la bolsa de lona hacia él. Sean asintió con la cabeza, extendió la mano hacia él, y sacó la espada de la caballería Confederada. Aaron le llamó desde la biblioteca. ―Vamos, chico grande, ¡Vamos, vamos! Sean se puso de pie, la espada a su lado, y volvió a la biblioteca. Aaron lo estaba mirando fijamente, sonriendo, tirando su cuchillo de mano a mano mientras se acercaba a él. ―Estoy cansado de jugar, puerco. Es hora de cenar cerdo. Sean esperó. Hasta que Aaron estaba casi sobre él. Entonces levantó su espada. Y... La balanceó. Con toda su fuerza recién descubierta. Fueron segundos, sólo segundos, mientras vio la alarma en los ojos de Aaron. Luego el acero impacto sobre carne y músculo, sangre y hueso. Y la cabeza de Aaron salió volando, separándose de su cuerpo. ―¡Sean! ―Maggie gritó, corriendo hacia él. Se lanzó a sus brazos. La sujetó. Fuerte. La asfixió casi. Abarcándola. La debilidad se extendió por él. Cayeron al suelo juntos. ―¡Oh, Dios, Sean! ―Bien, ¡Tenemos al asesino! ―susurró. ―Oh, Dios, Sean, pero no comprendes... ―Maggie, estamos vivos ahora. Tenemos al asesino en la casa; no habrá más asesinatos. ¡Tenemos que vivir lo mejor que podamos ahora, y ser siempre precavidos! Se tambaleó a sus pies. Podía escuchar las sirenas de la policía. Mamie no había sido capaz de hacer nada después de todo. Él salió para encontrar a Lucian. Pero Lucian se había ido. En un momento, los oficiales estaban desfilando. Jack, con una venda alrededor de su cabeza, estaba entre ellos; incluso el jefe. Sean trató de hablar, de explicar. Su cabeza pareció matarlo repentinamente. Tropezó, se desmayó. Maggie nunca le había dicho que los vampiros podían desmayarse

El tiempo pasó rápidamente. Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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Daniel estuvo bien después de algunas noches en el hospital…tenía una conmoción. Lo mismo que Sean. Compartió una habitación con su padre. Los periódicos ―y la fuerza policial ―aclamaron a Sean y a Maggie como héroes. Habían parado al Destripador de Nueva Orleans. El caso terminó más extraño de lo que había comenzado. El cadáver del asesino fue llevado a la oficina del médico forense. Alguien, sin embargo, lo robó y lo reemplazó con un esqueleto decapitado. Pero entonces, Pierre LePont, el más feroz y meticuloso de los médicos forenses, también estuvo en el hospital con una conmoción. Y por extraño que pudiera parecer, él no estaba enfadado porque el cuerpo real hubiera sido robado. El incidente fue investigado intensivamente, pero parecía que no había respuestas respecto a qué había ocurrido. El cadáver nunca fue encontrado. Los huesos, cuando los investigaron y los dataron por Carbono14, probaron tener más de doscientos años. Aun así, Nueva Orleans era una ciudad fuerte. Los días pasaron, luego las semanas. Los homicidios y el raro incidente del cadáver no volvió a aparecer en las portadas. Sean se miraba en el espejo todos los días. No parecía cambiar. Todavía le gustaba el ajo. Aunque... Tenía que confesar estar ligeramente temeroso de que pudiera volverse loco pronto. Era solamente capaz de funcionar en su trabajo porque sabía que tanto Maggie como Jack lo estaban observando. Maggie se mudó al apartamento de Sean poco a poco. También pasaron mucho tiempo en Ashville, y en la plantación Montgomery. Se curaron. Esperaron. Una tarde, un mes aproximadamente después de la muerte de Aaron, Sean quedó con Maggie en Empresas Montgomery. Cuando entró en la tienda, Cissy estaba ocupada, y le dijo que Maggie había tenido una cita y que debía esperarla arriba en su oficina. Estaba sentando en su sillón giratorio, ocioso, mirando los bosquejos expuestos sobre la pared, cuando dio media vuelta repentinamente para descubrir que tenía compañía. Lucian DeVeau estaba sentado, relajado y sereno, en uno de los sillones enfrente del escritorio. Sean sintió frio arrastrándose sobre él. Había matado a un vampiro después de que Maggie había bebido su sangre. ¿Había venido Lucian a decirle que estaba a punto de enfrentarse a una pelea que no podía ganar? ―Lucian ―se las arregló para decir. Lucian sonrió abiertamente. ―¡Ah, sí, Teniente! Se le ve bien. ―¿Estoy bien? ―Se ve muy bien para mí. ―Maldito sea, Lucian, si usted está aquí para decirme que soy un vampiro, o que era un vampiro cuando maté a Aaron y que hay una pena de muerte decretada sobre mí, acabe ya con Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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ello. Y lo que sea que vaya a ocurrir, y que Dios me ayude, le llevaré conmigo si piensa que puede hacer a Maggie pagar por algo… ―¡Ah, Teniente! Antes que nada, le hice recoger la maldita espada. El bastardo estaba tras de mí. Alta traición, no importa cómo lo mire. Pero piense. ¿Siente algo diferente? ¿Alguna diferencia en algo? ―No le comprendo. Lucian suspiró con exasperación. ―Nadie viene para matarlo, Canady. No hay ninguna pena de muerte. ―¿Sobre mí o sobre Maggie? ―Él exigió roncamente. Lucian sonrío. ―Teniente, usted no es un vampiro. Ni siquiera contaminado. Podría ser un tonto, pero en fin, dadas las circunstancias, eso es perdonable. ―¿No soy un vampiro? Muy bien, no hice todo el proceso. O Maggie no completó todo el proceso. ¡Pero estaba contaminado! ―Sean se apoyó hacia delante. ¿Estaba loco? Había habido muchas veces durante las semanas anteriores cuando todo había sido tan endiabladamente normal que había empezado a pensar que él y Maggie sólo se habían encontrado cara a cara con un asesino brutal y atroz, con un asesino mortal. Lucian se inclinó hacia él, agitando su cabeza. ―No creo que comprenda. En absoluto. Se lo explicaré. Usted nunca fue un vampiro, y fue solamente contaminado por poco tiempo. Maggie fue siempre diferente, porque su padre luchó para mantenerla viva. Nunca se murió oficialmente; nunca fue enterrada. Nunca antes intentó corromper a alguien; cuando mató, fue generalmente por piedad, y lo hizo completamente, de acuerdo con las reglas de nuestra especie. Yo mismo no comprendo totalmente qué ocurrió, pero me di cuenta rápidamente que no tenía poder sobre usted; que no podía convocarle. Este ha sido el caso, usted no está contaminado, y no es, definitivamente, un vampiro. Tal vez realmente hay un Dios. Puede ser, al final, que él haga las reglas. Para todos nosotros. Tal vez hay magia en la fe. Recuerdo cuándo Alec conoció a Magdalena por primera vez. ―¿Alec? ¿El Alec que hizo a Maggie un vampiro? Lucian asintió con la cabeza. ―Alec estaba locamente enamorado de ella; arriesgó su vida cada segundo por ese asunto. Pero también ella estaba profundamente enamorada de él, y él estaba convencido de que podrían hacer las cosas bien entre ellos. Sobre una de las tumbas antiguas que he visto en Europa de un presunto vampiro que sobrevivió a la plaga de mil trescientos, hay un refrán grabado profundamente en la piedra mortuoria: Y el Amor te volverá libre. Alec creyó que había perdón en el amor. El viejo relato de la Bella y la Bestia. Somos solamente monstruos cuando nos vemos como tales. Quizás es cierto. Quizás no es tan simple. Y tal vez el poder del alma humana es más fuerte que cualquier otra, y quizás incluso, otro refrán absurdo es verdadero ―El Amor Conquista Todo. ―También admito que hay un Poder más grande. Hay un infierno y un cielo en nuestras almas, y más allá. Maggie nunca perdió su fe. ¿De cuántos vampiros ha oído hablar que vayan a la iglesia con regularidad? He tratado de convocarle a usted… he tratado de traerles a ambos a mi presencia. Usted nunca escuchó mi llamada. Usted no fue obligado a obedecer. No tengo todas las

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respuestas. Pero vine para decirle esto. No está contaminado, no es un vampiro; y quizás Maggie ha encontrado la paz, porque no me escucha más. ―Desearía, me gustaría creer en eso. ¿Si es verdad, qué está haciendo usted aquí? ―Vine para decir adiós y desearle lo mejor. No quiero ver a Maggie. Duele demasiado. Yo, bien, casi la ame una vez. Así que, adiós, buena suerte y tome mi consejo. No piense demasiado en el pasado, no se pregunte sobre lo que podría haber sido real y lo que podría haber sido imaginado o recordado en los sueños. Se le ha dado la vida. Venció a Aaron Carter con la fuerza de su propia voluntad, y por su amor hacia Maggie. Para un ser humano mortal, eso está muy bien. Así que olvide lo qué ocurrió. Olvídese de mí: nunca he sido su enemigo. Viva su vida. Tenga el juicio de apreciar lo que usted tiene. Sean vaciló, estudiando al hombre. Lucian lo miró fijamente con sus ojos dorados, con sus graves llamativas facciones. Sean asintió con la cabeza, y después de un momento, despacio, ofreció su mano a Lucian. ―Para ser un vampiro, usted no está mal.―Sonrió abiertamente. ―Señor, es usted un caballero y un erudito, como mi padre podría decir. Lucian parecía ligeramente avergonzado. No podría ser tan bueno que el Rey de los vampiros fuera admirado y se hiciera amigo de un mortal. Pero aceptó la mano de Sean, casi como si recordara un mundo diferente, y una fase diferente de su propia existencia. Se dieron la mano. Luego se pusieron de pie juntos. Lucian sonrió abiertamente de repente, haciendo un símbolo de Star Trek con sus dedos. ―¡Viva mucho tiempo y prospere! ―citó. ―¡Diablos, pero me encantan las películas! ―Dijo a Sean. ―Sobrevivir durante siglos de avances tecnológicos tiene sus ventajas. Sean se río, devolviendo la señal de la mano. ―Adiós, Canady, y buena suerte. Sean asintió con la cabeza. Repentinamente, escuchó que le llamaban por su nombre. Miró hacia las escaleras. Escuchando su voz mientras lo llamaba, supo que Maggie estaba de regreso. Se dio la vuelta para decirle adiós a Lucian, pero no había nadie ahí. Dejando a Lucian hacer otra salida como esa. ―¡Sean! Él corrió hacia las escaleras. Ella le estaba esperando frente al mostrador. Estaba sin aliento, los ojos iluminados con una brillante capa humedad, y con una sonrisa que se estiraba de oreja a oreja. ―Maggie, ¿Qué pasa? ―¡Es increíble! ―¿Qué? ―Quiero decir, imposible, pero cierto… ―¿Qué, Maggie, qué? ―Sean, ¡Estoy embarazada! ―¿Qué?

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Deslizó sus brazos alrededor de ella, algo sobresaltado. Ella nunca había mencionado esa posibilidad. Le había dicho que no había tal posibilidad. Bueno, con tanto que hacer, naturalmente... Pero asintió con la cabeza con vehemencia ahora, tan feliz que su misma tibieza parecía circular en él de la misma manera que el sol. ―Estoy embarazada.―ella estaba temblando. ―Pero pensaba que no podías… ―¡Lo sé! ¡Ahora puedo! Soy tan feliz, no puedo creerlo. Sean, algo ha ocurrido. No sé por qué soy diferente. No tengo fuerza, ningún poder. Y estoy embarazada. ¡Les hice hacer cuatro pruebas diferentes! Pero es real. Oh, Sean, ¡Vamos a tener un bebé! De algún modo, hemos sobrevivido a esto, Sean. Somos... Ambos somos... ―Mortales ―sugirió suavemente. Ella tragó duramente, asintiendo con la cabeza. ―Oh, Sean... Él la abrazó. ―¿Cómo puede ser? ―ella preguntó suavemente. ―La Fe ―le dijo. ―El Amor. ―Todavía estoy tan temerosa de creer… ―No te preocupes. No podemos estar asustados. Tenemos que aprovechar cada momento y simplemente dar las gracias por ello. ―¿Eres feliz por lo del bebé? ―ella preguntó. ―Estoy encantado. Nada en este mundo alguna vez me ha hecho más feliz. Excepto estar contigo. Ella se separó de él, buscando sus ojos, y luego arrastrándose contra su pecho otra vez. ―Ahora, en cuanto a ti, ¿Eres feliz? ―Le preguntó seriamente. ―¿Yo? Por supuesto. Oh, Dios… ―Maggie, vas a envejecer ahora. Vamos a volvernos un tanto viejos. Y vamos a morirnos. ―Lo sé. ¿No es estupendo? Sean, quiero volverme vieja contigo. Y la muerte... La muerte estará bien. Mientras nos entierren juntos. Se río suavemente, tomando sus manos. ―Indudablemente. Tenemos derecho al panteón familiar en la propiedad. Pero primero... Tenemos una vida que vivir. ―Un bebé, Sean.―ella estaba temblando. ―Oh, Señor, no puedo decirte, no podía creerlo, estaba tan encantada conmigo misma, sólo esperaba que tú… Él levantó su barbilla. ―Estoy emocionado más allá de lo impensable. No soy un niño, lo sabes.―Sonrió. ―Voy a ser papá. Te debo cada vez más. Él besó sus labios tiernamente. Luego deslizó un brazo alrededor de sus hombros. ―Oh, Sean, piensas… ―Maggie, no preguntemos. Maravillémonos sólo de nuestra buena fortuna.

Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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SHANNON DRAKE Bajo una Sangrienta Luna Roja 1° de la Serie Vampiros

―Mi amor ―murmuró. ―Vámonos a casa. Fuera, él miró hacia el cielo nocturno. La luna estaba llena y dorada. Maggie estaba cálida en sus brazos. Iban a casarse y a comenzar su familia. Una oración ondeó hacia fuera, hacia cielo, derecha desde su corazón. Gracias, Dios. La vida era buena. La vida era un obsequio. Y quería vivirla al máximo.

FFIIN N

Traducido y corregido por PePiTa – Editado por Mara Adilén

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