Tales 01

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SHANNON DRAKE

BAILE DE MÁSCARAS

Camille estaba convencida de que las hermanas eran hadas madrinas. A pesar de lo sucedido aquel día y de la presencia de Evelyn Prior, no podía evitar sentirse entusiasmada por el vestido. Nunca se había puesto un traje como aquél. Sin duda tenía que haber algo mágico en él, sencillamente porque existía. En un solo día, las hermanas habían creado un vestido tan hermoso que quitaba el aliento y que se ceñía a su cuerpo con absoluta precisión. Naturalmente, también se habían ocupado de que dispusiera de la lencería adecuada: un corsé con el borde de encaje, enaguas a juego y un miriñaque de la talla perfecta. Camille estaba sorprendida por lo guapa que estaba con el vestido. Su pelo parecía más oscuro y sus ojos centelleaban en contraste con el color de la tela. Se sentía como una princesa. El escote era bajo, pero no en exceso, y las pequeñas mangas formaban un delicado arco sobre sus hombros. La sobrefalda de gasa refulgía, tornasolada, y el corpiño recamado de lentejuelas se ceñía como un guante a sus curvas. —¡Oh, señorita! ¡Está usted preciosa! —exclamó la pequeña Ally. Camille sonrió a la niña, perdiendo un poco de su entusiasmo al preguntarse de quién sería hija. —Gracias —le dijo. —Yo también he ayudado —dijo Ally con orgullo. —¿Ah, sí? —Bueno, sólo un poco. Pero me dejaron dar unas puntadas del dobladillo. —Qué maravilla. Te lo agradezco muchísimo. Las hermanas observaban su obra con orgullo y una sonrisa pícara. Evelyn Prior caminaba a su alrededor, asintiendo con aprobación. —Precioso, precioso —dijo, y miró a las hermanas con una sonrisa—. Bueno, vamos a quitárselo. Tenemos que envolverlo con mucho cuidado y llevarlo al castillo, porque el conde estará esperando. —¿No podéis quedaros a tomar el té? —preguntó Edith, desilusionada. —Me temo que no. Lord Stirling espera a la señorita Montgomery antes de cenar. —Qué lástima —dijo Ally. Evelyn sonrió a la niña con intenso afecto. —Ally, querida, volveremos pronto, lo sabes, ¿verdad? Ally asintió juiciosamente; demasiado juiciosamente, tal vez, para una niña de tan corta edad. Cuando salieron, Shelby estaba esperando junto a la puerta del coche para ayudar a subir a Camille. Al verla, le ofreció una sonrisa y dijo con cierta torpeza: —No habrá mujer más bella en el baile. —Muchísimas gracias —dijo Camille. Evelyn iba tras ella. Todavía insegura de por qué de pronto desconfiaba de ella, Camille montó en el carruaje.

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