Graham 01

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Prólogo

Frontera de Escocia, 1127. Imaginó que estaba muerto, abatido por la inmensa hacha de guerra de su oponente. A pesar de que el escenario circundante no le era extraño, especuló que estaba en el cielo. El infierno no tendría esa fragancia dulce de flores, ni los lagos cristalinos que se extendían por las llanuras verdes, ni el aroma a vegetación fértil. La luna —en cuarto creciente— se reflejaba en los alrededores con brillo fantasmagórico. Rojo. Color sangre. Un dolor intenso lo hizo suponer que no había muerto. Los martillazos en la cabeza daban la impresión de que el cráneo había sido partido por la mitad. El instinto le advirtió no gemir. Apretó los dientes, se apoyó en uno de sus codos y miró alrededor. Cuerpos en grandes cantidades yacían en una masacre brutal de sangre y pálidos miembros esparcidos. Las sombras de la noche aumentaban su aspecto horripilante. El olor no era sólo a flores, sino a tierra ensangrentada. La masacre se había repetido y volvería a suceder. El dolor aumentaba y amenazaba con robar otra vez la consciencia. Acostado en el pasto húmedo experimentaba el ardor del fuego en cada uno de sus heridas. Creyó que había muerto, y que amigos y enemigos lo habían olvidado. No lejos de allí, vio una pequeña cabaña hecha de barro y piedra. Adentro, las llamas denunciaban la presencia de sobrevivientes que podrían estar curando heridas o haciendo planes. ¿Dónde estaría su padre? Él jamás lo dejaría, vivo o muerto. Giró los ojos hacia la izquierda, al percibir que su mano estaba sobre un cuerpo frío. Sintió apretarse el corazón y lágrimas vinieron a sus ojos. Temblores lo sacudieron. William, el Grande, extendido a su lado, tenía el pecho atravesado por la espada de un enemigo y los ojos azules quietos. —¡Papá! —susurró, inmerso en la desesperación. Acarició los cabellos rojizos—. ¡No puede ser! No me dejes, padre mío... Se recriminó. Su corta edad no importaba. Nada traería a su padre de vuelta. Tendría que convertirse en un guerrero, a cualquier costo, y honrar el nombre de él. Las nubes se abrieron, permitiendo una visión mas amplia de la masacre. A algunos pasos, vio a Ayryn, el hermano de su padre. Siempre había sido guapo, sonriente, orgulloso y muy apegado a William. —¡Oh, tío, Dios no puede haberme abandonado! —volvió a susurrar—. ¿Por qué se fue? Un grito salvaje de furia e impotencia se detuvo, sofocado en su garganta. Tendría que quedarse inmóvil y mudo. Escuchó pasos furtivos que se aproximaban por la senda. Las siluetas rodearon la cabaña donde los escoceses que habían escapado se reunían después del salvajismo de la batalla. Contuvo la respiración. Los enemigos pasaron al lado de él. Tuvo ganas de gritar para que su padre y su tío tuviesen cuidado. ¡Qué absurdo! Nada ya los podía afectar. La más dolorosa de todas las verdades cruzó su cerebro. Estaba solo. Aquellos que lo habían amado jamás volverían a hablar con él. Esperó.

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