Proa a la mar 169

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IN MEMORIAN

ANTONIO NARANJO SAGARMINAGA

E

l pasado 24 de julio, con viento flojo de poniente, largó amarras, izó foque y cangreja, cazó escotas, y abriéndose del muelle lentamente, enfiló la bocana con mano firme en la caña y mirada atenta: buscaba, en la nueva aurora, horizontes luminosos de oro eterno. Y sí, en su despedida miró de soslayo hacia la tierra firme que dejaba y sonrío complacido: estaban todos, estábamos todos. Había sembrado amor en su entorno a lo largo de su vida, y como recompensa se le devolvía ahora como provisión de viaje. Nuestro amigo Antonio llevaba tiempo preparando su tra-

vesía. Desde niño, aun sin saberlo, había hecho suyas las palabras del salmo: “Es el mar tu camino, y tu senda la inmensidad de las aguas”. Así había vivido, con la mar en el corazón, porque en sus venas corrían también los salados rociones de los mares cántabros. Conocí a Antonio por casualidad. Un amigo común me había llevado a una de esas tertulias cuyo núcleo principal lo constituyen compañeros que gustan de un rato de amigable charla a la salida del trabajo. Estaba básicamente conformada por modelistas del Museo Naval, y Antonio, que en aquel tiempo debía tener ya montado su particular astillero, participaba en la amigable charla poniendo en un brete a éste o dando la razón a otro, y siempre en ese tono demostrativo suyo, no exento de cierta benévola socarronería. Reconozco haber sido allí bien recibido; pero no soy hombre de tertulias, y habría de encontrarlo algún tiempo después en esta casa. Se había convertido Antonio en el hombre imprescindible de la Liga a la hora de llevar adelante muchas cosas. De trato amable, sonrisa fácil, buena disposición, capacidad de diálogo para hacer frente a las dificultades pro-

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pias de cualquier proyecto en el momento de su ejecución, lo mismo montaba y atendía el stand de la Liga en la feria de muestras, que resolvía los problemas de logística de cualquier otro tipo de evento. En ese papel suyo del que hablamos, fue el alma de la revista Proa a la Mar, su verdadero Director Ejecutivo durante muchos años, lo que le convertía, de hecho, en su verdadero director. Sólo su salud, y el traslado de su residencia al entorno de Madrid, consiguieron al cabo alejarle físicamente de nosotros, de la Liga, de su Liga, a la que durante tantos años había entregado a diario su tiempo, y lo había hecho de la forma más sencilla y generosa posible. Los que le conocimos sabemos que en su viaje final no perdió el rumbo, atisbó pronto los destellos del faro de la tierra prometida, la tierra nueva, y que como cantaba la antigua liturgia los ángeles salieron a recibirle y amarraron su barca. Había cruzado ya los otros mares. Consciente de lo banal de las glorias de este mundo Iba ligero de equipaje, como cantó el poeta, pero sus manos no estaban vacías de buen hacer y de generosidad, que es lo que a la postre tiene valor. Amigo Antonio, gracias de todos por todo. RLNE - Oficina Técnico-Marítima


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