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hueders ~ Una publicación de editorial y distribuidora Hueders | Prohibida su venta | EJEMPLAR GRATUITO Año 2 - Número 9 | Agosto de 2010

Adelantos de libros + reseñas, entrevistas, etc. Italo Calvino Giorgio Colli Carla Cordua Robert Desnos Junot Díaz Ford Madox Ford

Knut Hamsun Sue Kaufman Fabrizio Mejía Madrid Pierre Michon Valérie Mréjen Boris Savinkov

Libros y lecturas

Cuaderno verde | Misha Stroj

La naturaleza ama esconderse giorgio colli

(1917-1979) fue experto en filosofía antigua y editor de las obras completas de nietzsche. en el libro La naturaleza ama esconderse (sexto piso) –en el que trabajó diez años y dedicó, precisamente, a la memoria de nietzsche– se propone mostrar la vida en la grecia antigua tal como aparece en las palabras de sus primeros filósofos, con un punto de vista original: no hay una progresión en el pensamiento griego desde los presocráticos a platón, sino un caos mucho más complejo e interesante. aquí sigue un fragmento en que caracteriza lo que llama “la época suprema, la única en la historia de la humanidad que puede llamarse de los filósofos”. el filósofo e historiador italiano

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a época homérica ha terminado, la existencia se complica, la aristocracia va perdiendo su serenidad, el agonismo se vuelve frenético. Presionados desde el exterior, los griegos se expanden en el interior, sacudidos por choques recíprocos carentes de sentido. Aumentan los competidores, el impulso de dominación es contagioso, y el poder disponible permanece constante. Son conscientes del absurdo y se complacen

en él, contemplando su propio tumulto, que da fe de una embriagante cualidad indomable. Este enriquecimiento de la vida, añadido a notables cambios sociales, los contactos con los bárbaros, y la variedad de posibilidades de experiencia ofrecidas a un campo más vasto de individuos le permiten al pueblo griego desvelar su disposición filosófica congénita. El sentido de la distancia, su estar siempre al margen de los acontecimientos,

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su oposición a cualquier corriente y a toda nivelación constituyen la raíz de su grandeza. Pero todo esto sería poco todavía si no estuviera paradójicamente unido a la conciencia de la inquebrantable fatalidad del devenir cósmico. El griego sabe que el flujo de la vida arrastra de un modo irresistible, pero conoce también la ley de esta corriente, el phthonos. Tan sólo el principio de individuación determina los valores de la existencia, y el hombre se afirma en la realidad según la medida que la physis le concede. Cuanto mayores son la distancia, la hostilidad innata, la aristocracia, tanto más embriagante es la ananke. Una moral al alcance de todos carece de sentido, dado que el libre albedrío, con todo lo que acarrea, es algo desconocido. También está libre de todo fatalismo: para el individuo cuenta tan sólo el propio ímpetu en la vida, y no existe más allá de él ningún ordenamiento objetivo en función del cual pudiera actuar. El sentido de la distancia le hace contemplar la vida como un juego, una variopinta sucesión de imágenes atractivas que la ley del phthonos delimita plásticamente en una belleza gélida y perversa, dándole una figura y una realidad impenetrables, rebelde frente a cualquier dibujo unitario. De ahí el carácter único de la política griega. El phthonos de los individuos se agrega mecánicamente en estructuras necesarias pero inestables, la polis, pues la hostilidad debe tener un terreno para explicarse. La vida se expresa así directamente en la política, y casi exclusivamente. La naturaleza griega no puede prescindir del enfrentamiento, carece del sentido de la soledad, y por otra parte no tolera más que un campo de lucha, la polis, porque quiere juzgar los valores humanos según una sola escala. La polis se vuelve así tiránica –es el tribunal del phthonos– pero en realidad sólo lo es para los que sucumben en la lucha. Nadie sino la eleutheria griega, que es la lealtad hacia el vencedor, hubiera podido permitir que fueran pronunciadas las verdades impías y terribles de los presocráticos ni soportada su arrogancia, y en lo sucesivo ningún poder terrenal toleró nada parecido. El antifinalismo se refleja muy claramente en la actitud política concreta de los griegos como pueblo, en la inestabilidad de sus organismos estatales, en la predominancia decisiva de un impulso destructor, en la renovación frenética de odios sin finalidad ni sentido, en el periódico rebrote de una ferocidad bárbara por la que el phthonos y la insensibilidad al dolor, contemplado desde una ebriedad estética, olvidan la innata philanthropia, en la absoluta carencia de sabiduría política y en general de una diplomacia de altos vuelos, en su intolerancia hacia cualquier movimiento unificador. Este conjunto milagroso de dotes filosóficas –y cuando caiga el velo sobre este día supremo de la humanidad habrán de pasar dos mil años hasta que uno solo, Spinoza, venga a levantarlo– le era dado por naturaleza, no conquistado. A lo que debe añadirse la ausencia de una religión opresiva, de una trascendencia extraña, de una casta sacerdotal que hiciera sentir su peso, en otras palabras, de toda dogmática. Todo esto se manifiesta ahora de un trazo en el siglo VI. El secreto del pasaje está en el descubrimiento de la interioridad como tal, el thymós. Esta es la fuerza vital del individuo, la fuente metafísica, rica e inconfundible que lo caracteriza, en la que todavía no se distinguen sentimiento e intelecto, voluntad y razón. Durante largo tiempo los griegos oscilarán en la terminología referente a la facultad y las funciones cognoscitivas del hombre (el uso de los términos en cuestión sigue en este periodo el gusto individual del que lo adopta,

y la investigación filológica no puede atribuir significados constantes a determinadas palabras), debido a su resistencia a cristalizar la vida psíquica en especificaciones alejadas del centro esencial del individuo. En la edad heroica, el thymós pierde su simplicidad por la multiplicidad de experiencias que lo comprimen y modifican, el phthonos exasperado ya no alcanza a unificar los conflictos en un mismo plano y deja a la fuerza interior en la incertidumbre sobre el camino a tomar. El thymós se siente aislado en una esencialidad desbordante, comprende su insuficiencia metafísica, su naturaleza de intimidad que devora. Se descubre el más profundo dolor: toda expresión es inadecuada. Las atractivas formas y figuras sensibles se vuelven evanescentes apariencias, sin que haya ocurrido nada excepcional, sólo un simple cambio de perspectiva que ha revelado una complejidad latente. Apolo y Dionisio se alternan en Delfos. La vitalidad griega quiere dominar también esta situación, e intenta varios caminos. Entonces, el thymós, confiando en su propia potencia arrolladora y enfrentándose con la acumulación inextricable de nuevos conflictos que le presionan desde el exterior, se lanza a subyugar la apariencia con la hybris tiránica que ya no reconoce al tribunal del phthonos, la polis. También la distancia natural del Griego, su desdén por la vulgaridad, su querer consolidar una intimidad secreta se manifiestan en la difusión de una pederastia no sensual, que duplica la potencia del thymós, poniéndolo en condiciones de afrontar una realidad más ardua y conseguir darle expresión. Las artes figurativas sucumben frente a pretensiones excesivas para sus fuerzas, son despreciadas como artesanales. La poesía misma pierde terreno; Píndaro la lleva a su nivel supremo, expresando paradójicamente con gran exuberancia imaginativa lo ilusorio de la apariencia misma. La complejidad interior de quien ha probado las fuentes escondidas de la vida se traduce en él milagrosamente, sin que en su expresión se adviertan, gracias a un triunfo de la apolineidad, ningún vínculo simbólico ni ningún residuo íntimo no dicho, en imágenes culminantes que rompen las cadenas de la ananke, principio del mundo superado, y crean nuevas figuras locas que reflejan el juego metafísico, guiadas por una más alta, invisible necesidad, alcanzando con ligereza esa ansiada expresión cumplida. La mayoría se extravía y renuncia al phthonos y a la expresión. El thymós delira en su aislamiento y tiende hacia una unión que le salve. La embriaguez es lo que anega el thymós de los individuos en un espasmo de dolor metafísico universal, feliz por la propia unificación; la insatisfacción interior se consuela con la fuga de la lucha. Dionisio mezcla las almas, el flujo vital traspasa las delimitaciones individuales, demónico y mágico hace resonar la estructura metafísica, y las barreras primigenias que distribuyen la potencia parecen derrumbarse, dejando confluir en un mar exaltado de furores la intimidad del mundo. Las tramas ya muy ligeras de la ananke son arrolladas por esta violencia que se expresa en una apariencia transfigurada, dócil, íntima, disponible. Las imágenes obedecen a los deseos, todo se aproxima, está al alcance de la mano, los contornos mismos de las cosas pierden su firmeza para no parecer extraños, el tiempo se amplía y enriquece, el mundo parece agotado, explicado ya completamente, la intensidad y la cualidad de esta vida parecen insuperables. Un misticismo tal seduce pero no persuade a los griegos, que creen indestructible la íntima estructura primordial de las cosas y sospechan de

H | Hueders, libros y lecturas editora: Marcela Fuentealba ~ arte y diseño: Inés Picchetti ~ consejo editorial: Rafael López, Dorotea López, Emiliano Monge, Eduardo Rabasa ~ ventas: Ximena Ormazábal. H | Hueders es una publicación editada en conjunto con SP Revista de Libros, Editorial Sexto Piso, México. Dirección: Rosal 349 depto. B, Santiago, Chile. hueders@gmail.com ~ hueders.wordpress.com ~ Impreso en Gráfica Andes. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida, mediante cualquier sistema, sin la autorización expresa de Hueders. Agradecemos a Guillermo Weschler. 2 | H hueders


cualquier unificación total. La alegría extática de estas frenéticas uniones con Dionisio, que hacen olvidar la heterogeneidad y las determinaciones esenciales, falsea los sentimientos abisales con un ilusorio aturdimiento de felicidad. La orgía se deja para la mujer, que en este contagio interior de vida pululante sale de su oscuridad durante un breve momento. El dolor de Dionisio es para el hombre, que lo vive en la experiencia colectiva de la tragedia. El mundo del thymós y el del phthonos están frente a frente, lacerados ambos pero insuprimibles, representando completamente la vida. El thymós, desde que ha descubierto que es la raíz de la realidad, no huye de su tormentosa insuficiencia; la apariencia, odiada ahora en tanto no se somete a su querer, no puede tampoco ser aniquilada o exorcizada mediante un encantamiento ilusorio, desbordando por necesidad su propia naturaleza. La tragedia deja subsistir la ananke irreductible, reproduciendo solamente una realidad dada de fatales imágenes lejanas y de ineluctables masacres encadenadas, y conquista frente al thymós una paz expresiva, creando en la apariencia un mundo de formas ambiguas, incoherentes e imposibles, que tienen, no obstante, una figura y cantan un ensoñado dolor. Esa experiencia mística viril salva al pueblo griego del naufragio en su propio tormento interior. Allí donde la vida es más frenética, aparecen signos de flaqueza. La poesía da señales de fatiga, no se avergüenza de un pesimismo declarado. Luego, el fenómeno se propaga con una actitud de desconfianza y renuncia a la lucha, con los síntomas del pesimismo religioso común: inmortalidad del alma, culpa, purificación, vida ultramundana. ›››

artista invitado > Misha Stroj (1974) De origen esloveno y vida vienesa, Stroj es un destacado escultor que el año 2009 hizo una residencia-viaje experimental por Chile. Fue convidado por el grupo artístico y editorial Vaticanochico –formado por María Berríos, Francisca Sánchez e Ignacio Gumucio– a colaborar en una investigación itinerante sobre la dimensión escultórica de las cosas y que resultó en el Cuaderno verde, que acaban de publicar. Dicen los editores: "En lo que podría considerarse un manual acerca del aspecto escultórico de la investigación, el Cuaderno verde formula 42 problemas a través de la articulación intuitiva de un conjunto misceláneo de textos e imágenes recolectados a lo largo de la travesía de Stroj (...). El Cuaderno muestra la intimidad de un proceso de experimentación con lo inesperado". Los fragmentos corresponden a la novela El río de Alfredo Gómez Morel y a textos de Ingeborg Bachmann. Más información en vaticanochico.wordpress.com Agradecemos la gentileza del artista y de los editores. INDICE | 5 › narrativa El agrio Valérie Mréjen | 7 › diez libros Italo Calvino | 8 › ensayo Escribir sobre animales Carla Cordua | 10 › entrevista Junot Díaz por Diego Rabasa | 12 › clásicos Diario de un terrorista ruso Boris Savinkov | 13 › narrativa Diario de un ama de casa desquiciada Sue Kaufman | 15 › poesía La vida es tensa para mí... Katie Degentesh | 16 › crónica Carlos Monsiváis: Retrato en taxi Fabrizio Mejía Madrid | 18 › clásicos Victoria Knut Hamsun | 19 › narrativa El emperador de Occidente Pierre Michon | 20 › crónica Entra Ezra Pound Ford Madox Ford | 21 › ensayo Imagen-simulacro José Santa Cruz | 22 › narrativa Los pastores de la noche Jorge Amado | 23 › nota de editor Editando a su enemigo Enrique Redel | 25 › reseña Viaje visceral al corazón humano José Ignacio Silva | 27 › reseña Snuff Tomás Harris | 28-29 › ilustrados El destripador Robert Desnos | 30 › catálogo hueders H | 3


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Cuaderno verde | Misha Stroj

Las debilidades suscitan la suprema resolución. La riqueza filosófica del pueblo griego encuentra finalmente a los elegidos que la acogen, ofreciéndoles un rostro. Nacen los hombres que dan una nueva ley a la totalidad de la apariencia, evitando el comportamiento del phthonos y apagando la avidez del thymós, sin abrasarse en el ímpetu loco e inconcluyente de la hybris ni recurrir a alianzas místicas con otras esencias interiores, ya que su potencia tiene una cualidad sin igual. Dionisio se convierte de colectivo en individual, realmente divino ahora, superando en el abismo nouménico la distinción alegríadolor; ante este abismo el mundo se desvela por vez primera en su verdadera naturaleza fenoménica, como expresiones fundamentales de una interioridad. De este modo, la apariencia no puede resistir ya a quien, acercándosele por la espalda, atrapa completamente las raíces escondidas. El filósofo es el héroe absoluto que ha vencido en todas las batallas, no queda nada fuera de él. El pueblo griego lo comprende todo, contempla admirado la resolución de sus trabajos, soporta incluso todas las afrentas de estos hombres, porque la victoria es sagrada, y le ofrece el dominio en la política, que rechaza desdeñosamente. Esta es la única época en la historia de la humanidad que puede llamarse de los filósofos. En tales personalidades revive transfigurada toda la esencia griega. El sentido de la distancia se vuelve trascendencia, intangibilidad de experiencias divinas. La pluralidad de los dioses olímpicos, que de un modo instintivo ya traducía plásticamente las cualidades metafísicas, se profundiza ahora y es puesta al desnudo como una multiplicidad palpitante de esencias escondidas e irreductiblemente individuadas. Hierático, Anaximandro ofrece esta verdad. La situación es típicamente mística, pero de un misticismo dionisiaco en el sentido más profundo, que conserva las determinaciones últimas, supremamente ricas y simples a un tiempo. Es el triunfo de la musicalidad, que atraviesa jardines nunca vistos, praderas de asfódelos. Sin embargo, el músico sufre demasiado por cuanto le rodea, no se libera de su propia interioridad y sucumbe a ella; el filósofo presocrático es siempre el más fuerte, juega con una apariencia dominada en su totalidad. La ciencia de la naturaleza es una diversión aristocrática, en la que la fantasía y la paradoja racional pueden acoplarse cómodamente. Las construcciones expresivas que se llamarán filosofía son más imperativas, pero siguen siendo pasatiempos agonísticos. El máximo dominio se manifiesta en el absoluto conceptual, un sistema de formas completo y armónico que supera cualquier resistencia. El mundo de la apariencia es mera representación, conjunto de relaciones, y puede ser dominado tan sólo por el conocimiento. Pero el mundo es ambiguo, mudable por su misma naturaleza representativa que multiplica indefinidamente las relaciones bajo las más variadas perspectivas, y ambiguos son necesariamente los conceptos que lo expresan. El presocrático se complace en ello, deja flotar los contornos de los conceptos, insertando figuras vivas en ellos. La perfidia y la falsedad de Odiseo retornan en esta ambigüedad, que es una máscara apolínea, un no querer descubrirse y, a la vez, negarse a cristalizar. La interpretación futura de las palabras dichas carece de interés; se deja la puerta abierta a varias interpretaciones, todas verdaderas, coherentes y ligadas entre sí, ya que una cosa viva no puede captarse de un modo unívoco. Más allá del sistema queda la vida concreta del filósofo, que somete realmente y sin reservas a la apariencia, transmitiendo al universo el encanto de gestos y miradas divinos.


El agrio valérie mréjen

(1969), autora de la excelente novela corta Mi abuelo, sabe narrar de un modo que va mucho más allá del laconismo o la ironía posmodernos: es una prosa aparentemente sencilla con varias cargas de profundidad y niveles de lectura. si antes desarmó a su familia sólo al mirarla directamente, ahora, en El agrio (también editada por periférica) describe con precisión terrorífica su experiencia de un amor loco o tonto, según se quiera. este es el comienzo. dicen que esta escritora y cineasta francesa

Estábamos sentados en un banco cerca de Les Halles, bajo una especie de pérgola de madera. Hacía buen tiempo. Me dijo: Ya no te quiero. La víspera se había presentado una hora tarde a la cita. Yo estaba frente a la gasolinera de la Puerta de Orleáns vigilando los 4L, esperando a que llegara. Al final apareció. Hubiera querido ponerle mala cara, pero la alegría de verle lo anulaba todo. No era el momento de hacer comentarios, visto que no estaba muy enamorado. Sólo hice notar su falta de puntualidad en tono de broma. Otra vez, conocí a un tipo en un festival de documentales de Ardèche. Estaba con su chica. Vino a sentarse a mi lado la última noche, en la sala 3. El nombre de uno de mis primos aparecía en los créditos (J.-J. Mréjen). Le enseñé el programa con orgullo. A la vuelta de las vacaciones, me llamó por teléfono otra Valérie Mréjen que vivía en el distrito XII. Había recibido un envío por correo. Él había buscado mi dirección en el listín pero yo vivía en Hauts-de-Seine. La Valérie Mréjen que había recibido la carta me preguntó si yo conocía a ese B. R., pues ella tenía un amigo con el mismo nombre. Dije que sí. Me reenvió todo en un sobre de mayor tamaño. Era una hoja de papel de calcar con celofán y un trozo de película grapada a un lado. Contesté y anoté mi dirección añadiendo dos cruces. Cada cruz significaba un beso. Como no lo entendió, las observó con una lupa. Se llamaba Bruno. Era bajo, moreno, de ojos azules, muy miope. Llevaba gafas. Su primer reflejo por la mañana era buscarlas para lavarlas con Paic limón. Cogía las patillas con delicadeza y se las colocaba en las orejas. La primera vez que vino a mi casa, volvía de Tours. Me había comprado una caja de merengues en una pastelería de la ciudad. Nos quedamos de pie besándonos en medio del apartamento. Había conseguido encontrar mi

narrativa

calle, había llegado a mi casa y me había traído esos deliciosos dulces. Enseguida me dijo que tenía que llevarle unos papeles a su hermano por la zona de Jouy-en-Josas. Me prometió que volvería. Mientras tanto, estuve dando vueltas y admirando los merengues. Al cabo de un rato me asomé a la ventana para ver llegar su coche. Volvió una hora después. Pensé: uf. Otra vez, nos volvimos a ver en un café de Montmartre. Él llevaba una camisa gris oscura con minúsculas motas blancas que parecían copos de nieve catódica. En otra ocasión me dijo que llamaría al día siguiente. Esperé. No me atrevía a salir de casa. Temía que colgara si saltaba el contestador. Me quedé en casa. Esperé sin alejarme del teléfono, llorando de impaciencia. Empezó a anochecer. No había hecho nada más que esperar durante todo el día. ¿Quizá le había sucedido algo? (Me decía esto para no acusarle.) Lo llamé a las nueve y diez. Después a las nueve y cuarto. De repente, acababa de volver a casa. Me dijo: Hemos ido a ver una exposición al Jeu de Paume. Hablaba con amabilidad pero con firmeza. Prometió que me llamaría más tarde. Antes de aquello, ella me había descolgado el teléfono alguna vez. Yo no le daba muchas vueltas. Dije directamente que quería hablar con Bruno. Una tarde, su contestador estaba estropeado: emitía una y otra vez la melodía de espera y no se oía la señal. (Tenía continuamente problemas con su contestador de puta di merda. Intenté reconocer la melodía y fui a comprar un disco, buscándolo por la carátula que yo creía correcta. (Por desgracia no lo era en absoluto.) Un miércoles por la mañana nos levantamos tarde. Me hubiera gustado pasar el día con él, pero tenía una comida de antiguos alumnos. Yo nunca podía saberlo de antemano. Le gustaba la leche fresca en botella. En su opinión, la pasteurizada era repugnante. Ya no sé lo que tomaba por las mañanas. Pan de molde con mantequilla y mermelada. Compraba mantequilla President en tarrina de plástico. Bebía té. Yo bajaba a comprar cruasanes cuando vivía en el primero. hueders H | 5


De todo hacía una ceremonia. Abrir una bolsa de papel llena de cruasanes, limpiar los cristales de sus gafas, servir el té. Le gustaba sobre todo deshacer los envoltorios con sumo cuidado. Cogía el papel de seda con la punta de los dedos y realizaba un movimiento desde el centro hacia los extremos. Hubiera podido manejar un cartón grueso como si fuera una amapola por la delicadeza de sus gustos. De hecho , la segunda vez que nos vimos, me habló de un video en el que Paul-Armand Gette manipulaba un nenúfar de plástico. Imitó los movimientos repetitivos de sus dedos en el salón de té de la calle Racine. Estábamos comiendo strudel. Me ruboricé al escucharlo. Me sedujo completamente. Me contó con fascinación las relaciones entre un chico y una chica de su antiguo instituto. Se trataba de unas personas bastante morbosas. La chica hacía cuadros con sangre de buey recogida en cubos y dibujaba con sus manos a toda prisa antes de que se coagulara. El chico rodaba películas: estrangulaba gatos en Súper 8. Bruno me contó que se habían conocido haciéndose cortes en el brazo con un cúter, en los bancos del patio. Me explicó que aquella pareja había inventado un original sistema de revelado en el interior de una manguera para las películas de Súper 8. Acompañaba sus descripciones con movimientos de manos para representar la delgadez de la manguera, la apertura de una tapa o de una caja de Big Mac. Para las sensaciones gustativas, cerraba los ojos y frotaba con suavidad la punta de los dedos como si acabara de comer un hojaldre y quisiera deshacerse de las migas. Un día tuvo una revelación mientras bebía zumo de trufa. Me habló de los pasteles de su abuela, de las galletas que vendían en Les Halles y de las pastas de la Mère Poulard. Una vez soñé que tomábamos un tren con su amiga. Ella le mostraba una gran variedad de pasteles para llamar su atención. Bruno caminaba completamente deslumbrado por esos descubrimientos. Lanzaba grititos, ooh, oooh, meneando la cabeza.

Por qué leer a los clásicos italo calvino

Por qué leer a los clásicos (siruela, 2009), en el que calvino aterriza, primero, el escurridizo y manoseado término «clásico» para luego dar una muestra de obras, relatos o escritores que a su parecer pertenecen a esta estirpe de elegidos. recogemos algunos pasajes del canónico libro

1. Los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir «Estoy releyendo…» y nunca «Estoy leyendo…». 2. Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos. 3. Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular, ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual. 4. Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera. 5. Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura. 6. Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. 7. Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres). 8. Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima. 9. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad. 10. Llámese clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.

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Primero. Odisea, Homero ¿No es quizá la Odisea el mito de todo viaje? Tal vez para Ulises-Homero la distinción mentira-verdad no existía, él contaba la misma experiencia ya en el lenguaje de lo vivido, ya en el lenguaje del mito, así como para nosotros también todo viaje nuestro, pequeño o grande, es siempre Odisea. Segundo. Robinson Crusoe, Daniel Defoe Sin duda, aun cuando en su tentativa de narrador de aventuras Defoe apunte al horror de las descripciones de canibalismo, no le eran ajenas las reflexiones de Montaigne sobre los antropófagos, sin las cuales quizá Robinson no hubiera llegado a la conclusión de que aquellas personas no eran asesinos sino hombres de una civilización diferente, que obedecían a sus leyes, no peores que las usanzas guerreras del mundo cristiano. Tercero. Our mutual friend, Charles Dickens Los comienzos de las novelas de Dickens suelen ser memorables, pero ninguno supera el primer capítulo de Our mutual friend, penúltima novela que escribió, última que terminó. Llevados por la barca del pescador de cadáveres, nos parece entrar en el reverso del mundo. Cuarto. Tres cuentos, Gustave Flaubert Tal vez los Tres cuentos sean el testimonio de uno de los itinerarios espirituales más extraordinarios que jamás se hayan cumplido al margen de todas las religiones. Quinto. Dos húsares, Lev Tolstói La plenitud de vida tan elogiada por los comentaristas de Tolstói es –en este cuento como en el resto de su obra– la comprobación de una ausencia. Como en el narrador más abstracto, lo que cuenta en Tolstói es lo que no se ve, lo que no se dice, lo que podría estar y no está. Sexto. El hombre que corrompió a Hadleyburg, Mark Twain En los cuentos que tienen por tema el dinero se ve claramente esta doble tendencia: representación de un mundo que no tiene más imaginación que la económica, en la que el dólar es el único deus ex-machina operante, y al mismo tiempo demostración de que el dinero es algo abstracto, cifra de un cálculo que sólo existe en el papel, medida de un valor inaferrable en sí, convención lingüística que no remite a ninguna realidad sensible.

diéz libros

Noveno. Cesare Pavese Todas las novelas de Pavese giran en torno a un tema oculto, a algo no dicho que es lo que verdaderamente quiere decir y que sólo se puede decir callándolo. Alrededor se forma tejido de signos visibles, de palabras pronunciadas: cada uno de esos signos tiene a su vez una faz secreta (un significado polivalente o incomunicable) que cuenta más que la faz evidente, pero su verdadero significado está en la relación que los vincula con lo no dicho. Décimo. Raymond Queneau Este escritor que parece acogernos siempre con una invitación a ponernos cómodos, a adoptar la posición más confortable y laxa, a sentirnos como iguales con él como para jugar un partida entre amigos, es en realidad un personaje con un trasfondo que nunca se termina de explorar y al fondo de cuyos presupuestos e implicaciones, explícitos o implícitos, no se consigue llegar.

Italo Calvino (1923-1985) es uno de los escritores italianos más reconocidos del siglo XX. Entre su vasta obra destaca su primera novela, Los senderos de los nidos de araña, así como El castillo de los destinos cruzados (1969), Las ciudades invisibles (1972) y sus últimos libros, Si una noche de invierno un viajero (1979), Palomar (1983), Punto y aparte (1980) y Colección de arena (1984), conjunto de ensayos y reflexiones sobre literatura y sociedad publicados en distintos diarios y revistas.

Cuaderno verde | Misha Stroj

Séptimo. Daisy Miller, Henry James Desde luego en su obra, todo bajo el signo de la elusividad, de lo no dicho, de la esquivez, este cuento se nos aparece como uno de los más claros, con el personaje de una muchacha llena de vida, que explícitamente aspira a simbolizar el desprejuicio y la inocencia de la joven Norteamérica. Y sin embargo es un cuento no menos misterioso que los demás de este introvertido autor, un entretejido de temas que asoman, siempre entre luz y sombra, a lo largo de toda su obra.

Octavo. Ernest Hemingway Hubo un tiempo en que, para mí –y para muchos de mis coetáneos y aún después–, Hemingway era un dios. Y eran buenos tiempos, los recuerdo con satisfacción, sin sombra de esa irónica indulgencia con la que se consideran modas y turbulencias juveniles. Eran tiempos serios y vivíamos con seriedad y al mismo tiempo con petulancia y pureza de corazón, y en Hemingway hubiéramos podido encontrar también una lección de pesimismo, de distancia individualista, de adhesión superficial a las experiencias más crudas: en Hemingway estaba todo esto.

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Escribir sobre animales carla cordua

la filósofa chilena es autora de numerosos libros que exploran la filosofía y la literatura contemporáneas, además de crónicas y ensayos breves de temas variados y libres, según consta en el

magnífico volumen Cabos sueltos (sudamericana) y en el reciente Descifrando la ocasión (catalonia). está más activa que nunca: también se acaban de publicar su selección y traducción de los

Diarios de Kafka (lom) y la notable reunión Once ensayos filosóficos (udp). este texto inédito fue entregado gentilmente para los lectores de hueders.

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uchos escritores lo han hecho y era inevitable que se practicara la escritura sobre animales. Pues ellos forman parte de nuestra vida, tanto de la casera como de la meditativa o contemplativa. Hasta el punto que aun en la ciudad moderna se suelen ver animales, aunque cada vez menos de esos que difieren mucho de los que son aptos para convertirlos en mascotas de citadinos y de niños. La presencia de animales libres, que llevan una vida propia y todavía sobreviven a los riesgos asociados con esto en el mundo moderno, se ha convertido en un privilegio de las vacaciones, de los paseos, de los viajes. No es cosa de todos los días. Aunque todavía queda cerca de nosotros cierta vida silvestre que pasa volando por encima de la vida turbia y apretujada de la ciudad. Pero ellos, los que nos sobrevuelan e invitan a mirar hacia arriba, no comparten nuestras vidas; ellos tienen fines propios y saben atenderlos bien si no los alcanza el disparo del cazador. Aunque no parezca, este disparo forma parte de la relación que tenemos con los animales y, si no fuera por la vergüenza de que somos capaces a pesar de todo, habría que mencionarlo primero entre las conductas humanas hacia otros seres vivos. Pues los cazadores comenzaron a disparar, a armar trampas, a lanzar flechas y anzuelos con el propósito de comerse todo aquello que corre, escapa, vuela o nada para distanciarse de nosotros. Desaparecer para vivir es su política. Y se la entiende ya que la inveterada tendencia a comérselos es la más frecuente y encarnizada costumbre de los hombres respecto de los animales con los que comparten este planeta. Entre los que tienen algo que decir por escrito sobre animales se encuentran los biólogos y los zoólogos, ciertamente. Pero no me refiero a ellos aquí, a pesar de que a menudo sus obras merecen que se las respete como nacidas del amor y el saber. Por el momento pienso sólo en escritos literarios como los de Edgar Allan Poe, Franz Kafka, Horacio Quiroga, Clarice Lispector, Rudyard Kipling y muchos otros. Hay enormes diferencias entre ellos no sólo debidas a sus respectivos estilos sino también porque eligen animales tan diversos como asuntos de sus escritos. 8 | H hueders

Debo comenzar, por varias razones, por la máxima dedicación a la animalidad literaria, esto es, por Herman Melville, autor de Moby Dick, la genial e interminable enciclopedia novelada de la ballena. Esta obra, un clásico de la épica de la navegación, la cual logró sobrevivir hasta el siglo XIX debido a que por mucho tiempo el mar representó a la naturaleza indomable, no sólo honra a su tema sino que, por su tamaño, de cierta manera lo retrata. Contiene la implacable descripción del más enorme de los animales, de su aspecto, costumbres, partes internas y externas, de la consistencia y sabores de sus carnes. A ello se agrega la descripción de las actividades de la pesca de la ballena en los océanos del mundo, la cual sirve a la producción industrial de aceite; de sus técnicas, instrumentos, barcos y marineros. Con el resultado de que estas y otras instructivas descripciones oprimen a los capítulos dramáticos de la obra, la cual se esfuerza, sin embargo, por satisfacer también el interés del lector en el argumento. Es una gran obra, llena de conocimientos raros, de arranques líricos a propósito de los océanos y sus habitantes, un homenaje a la navegación por aguas indomables en los tiempos de su escritura. Dice: “Me doy vuelta con admiración hacia la magnanimidad del mar que nunca admite huellas”. En abierto contraste con Melville, los animales antropomórficos de Kafka son siempre ciudadanos civilizados de narraciones breves. Aunque todos hábiles habladores y reflexivos, tienden a ser, curiosamente, más bien solitarios; allí donde pertenecen a un colectivo son presentados por el escritor como envueltos en actividades que los distinguen y separan de los miembros de su especie, ya sea temporal o definitivamente. En otros casos, cuando hasta su pertenencia a una especie animal es borrosa, suelen ser absolutamente solitarios. El lector se pregunta: ¿Por qué importa que sean capaces de hablar si resulta que son solitarios? Investigan solos, como el perro científico que ya no vive entre perros ni trata con sus congéneres; narran su propia biografía por escrito como el mono que se dirige a una academia científica para que considere su caso; cavan su guarida en


total soledad para servir a sus más caros intereses; consideran para sí mismos las dudas que los asaltan, acerca de su talento lírico, por ejemplo, sin consultar con otros, como la ratona Josefina; reflexionan sobre su extraña suerte, como el vendedor viajero convertido en alimaña. Su propia soledad preocupaba a Kafka, la de los solteros lo inclinaba al matrimonio, toda soledad le dolía aunque la deseara: “Cualquier acompañante, cualquier espectador de estas actividades habría sido muy bienvenido por Blumfeld. Ya había pensado si no debía procurarse un perrito. Un animal así es alegre y sobre todo agradecido y fiel...”. “El deseo de una soledad hasta el sin sentido. No estar enfrentado sino a mí mismo”. Las cartas del escritor suelen referirse a los animales desde otra perspectiva. Kafka, que le presta el lenguaje a sus animales, se llama tan solitario como ellos que carecen de la palabra. El mismo solía atribuirse la animalidad en un sentido peyorativo, a pesar de haber sufrido viendo que Hermann Kafka, su padre, tenía el hábito de tratar de “animales” a otras personas. En efecto, el padre insultaba a sus hijos, a los amigos del hijo y a sus empleados, llamándolos animales. En la Carta al padre Franz le recuerda que él ha dicho de uno de sus empleados enfermos: “Deja que el perro enfermo estire la pata”. No hay pariente cercano ni distante a quien el padre no haya denigrado, le escribe Franz a su hermana. “Uno es un defraudador, delante de otro hay que escupir de asco...”. Los permanentes reproches del padre al escritor, destinados a buscarle un desahogo a la desilusión que le causaba la personalidad del hijo, están ilustrados tanto por el diario de vida como por la Carta al padre. “La imposibilidad de tener una relación tranquila contigo tuvo una consecuencia más, y bastante natural: perdí la capacidad de hablar. Aunque no estaba destinado a convertirme en un gran orador, habría podido dominar el lenguaje humano corriente. Pero tú me prohibiste la palabra desde temprano mediante tu amenaza: ¡ni una palabra de objeción! acompañada de la mano alzada, se han quedado conmigo desde entonces. Recibí de ti... una manera vacilante de hablar, de tartamudear y como aun esto era demasiado para ti, finalmente me callé...”. Siente que el padre lo redujo a la condición de una bestia incapaz de expresarse. En efecto, vive largos años en familia sin hablarle a sus parientes. Pero en sus maravillosos cuentos de animales, todos los personajes piensan y hablan. A un amigo le escribe: “Esta cripta es en mi familia el límite entre lo humano y lo otro, y junto a este límite quiero poner un guardián”.

ensayo

Cuaderno verde | Misha Stroj hueders H | 9


Junot Díaz diego rabasa

desde que en

2008 recibió el premio pulitzer por su novela La maravillosa vida breve de Oscar Wao, junot

díaz se ha convertido en uno de los iconos de la escritura latinoamericana, a pesar de que su lengua

madre es el inglés y ha vivido prácticamente toda su vida en estados unidos. su ascendencia caribeña y la-

tinoamericana rezuma a lo largo de toda su obra. comprender la difícil y estrambótica realidad a la que

el ser humano promedio se enfrenta (especialmente aquél de las clases populares) es una de sus principales preocupaciones. no rehúye a hablar de política porque trata de ella en sus novelas. amor, traición, el

conocimiento de uno mismo, inmigración, violencia, son sólo algunos de los elementos que este original y talentoso narrador dominicano retoma en su último libro en español, Nilda. El sol, la luna, las estrellas.

Otravida, otravez, recién editado por alfabia.

En «Nilda» y en «Otravida, otravez» está el tema de la colisión de dos culturas. ¿Crees que puede emerger un nuevo tipo de ficción de este choque cultural? La ficción siempre se ha interesado en esta colisión. No creo que haga falta un nuevo género dado que la ficción siempre ha sido lo suficientemente capaz de reunir todos estos elementos en sus páginas. Sí pienso que estamos en un mundo en el que las certidumbres de la cultura y del hogar nunca han estado tan amenazadas y la ficción comienza a reflejar esto. Hay un evidente pesimismo que se extiende a lo largo de la vida de sus personajes. Situaciones de un desamor que no tiene que ver con barreras estrictamente culturales, como en el cuento «El sol, la luna, las estrellas». Pero también violencia de género, racial y relativa a la pobreza. ¿Hay algo de denuncia en su ficción? No me corresponde a mí decidir si la hay o no la hay. Esto le corresponde a los lectores. Es evidente que yo no estoy inventando estos asuntos, dada la condición de nuestro mundo, en el que la mendicidad es una norma, representar el mundo de una forma honesta no podrá dejar de parecer un acto crítico. ¿Es la literatura un medio para acercarse a una realidad terrible y sofocante? Tal vez. El arte es un medio para lidiar con el mundo e intentar comprenderlo para poder comunicar lo que significa ser humano. En el mundo hay muchas cosas terribles pero también muchas hermosas así que uno debe asumir que ambas estarán presentes en el arte, entre otras cosas. El país de nacimiento, la raza, el género, la condición social son constantemente resaltados en tus cuentos y en tu novela, ¿es una situación que sientes exacerbada en los Estados Unidos? Argumentaría también que están asuntos como el amor, la familia, la pertenencia y la fidelidad. No pienso que ninguno de los temas que mencionas o de los 10 | H hueders

que he citado yo son exclusivos de los Estados Unidos. Son parte de lo que significa vivir en un mundo como el de ahora. Tal vez si eres blanco y privilegiado no veas estas cosas. Yo sí las veo pero no es lo único que veo y espero que nadie reduzca mi arte a estos elementos. Hay un elemento que aparece de manera recurrente en tus obras, la utilización de palabras en español dentro de ciertos contextos. ¿Qué dimensión le brinda a la narración este recurso? Las comunidades y los personajes acerca de los que escribo existen tanto en inglés como en español. Estaría en falta con sus vidas, con sus experiencias si no incluyera ambos idiomas. En mi opinión, el primer lenguaje del Nuevo Mundo es una mezcla del español y el inglés. El español y el inglés se persiguen entre sí en el Nuevo Mundo de maneras que no lo hacían en el Viejo Mundo. Son hermanos, son ecos el uno del otro y están tanto en los Estados Unidos como en el Caribe y en Latinoamérica de manera recurrente en las conversaciones. A pesar de ser uno de los mercados editoriales más grandes del mundo, menos del 10% de lo que se publica en los Estados Unidos son traducciones. ¿Piensa que el hecho de que escritores con raíces latinas como tú, Daniel Alarcón o Francisco Goldman decidan escribir en inglés sirve para introducir la literatura latinoamericana sin que tenga que pasar por el feroz filtro de la traducción en este país? No puedo hablar por otros escritores, pero para mí escribir en inglés no fue una decisión. Me trajeron a los EU cuando tenía seis años. El único idioma en el que aprendí a leer y a escribir fue el inglés. En un contexto caribeño, en el que el inglés es una de las lenguas coloniales principales, esto es muy normal. Escribir en inglés como latino es extraño pero como caribeño no lo es. Afortunadamente soy ambas cosas. No obstante, concuerdo con que el inglés tiene un valor para el mercado americano que no tiene el español. En Norteamérica hay una resistencia a las novelas traducidas, lo cual es una lástima. Muchos de los grandes libros


de escritores latinoamericanos no están traducidos al inglés. Aunque no escribo en español por supuesto que sí lo leo y esto ha hecho que mi vida literaria sea hermosa de una manera que no podría ser si sólo leyera en inglés. A mi parecer, si tuviéramos que encontrar una unidad alrededor de los tres cuentos que conforman tu libro serían la violencia, la dureza de la realidad en estratos sociales marginados y la condición de extranjero perpetuo que brinda la inmigración. ¿Estás de acuerdo con esto?, ¿te sientes comprometido con estas causas? ¡Dios mío! Como una lectura marxista del texto esto sería justo, pero en estas historias también hay amor y traición, hombres engañando a mujeres y mujeres engañándose a sí mismas, está la pregunta de lo difícil que resulta conocer a alguien y cómo, a pesar de esto, el amor se trata de la confianza de depositarnos a nosotros mismos en las manos de extraños. ¿Cuál imaginas que es la principal diferencia que existe entre la percepción de tus obras por parte de lectores norteamericanos y lectores latinoamericanos? Difícil de decir. Algunas personas en los Estados Unidos conocen mucho acerca del mundo caribeño y muchos latinoamericanos no conocen nada de ese mundo. Pero lo inverso también es verdad. Me parece que la manera en la que un lector percibe mis libros tiene que ver con su propia experiencia y sensibilidad. Definitivamente, en Latinoamérica hay muchas similitudes históricas entre las naciones que se parecen a la mía, en especial en lo relativo a las familias latinas, a la inmigración, en las consecuencias históricas del colonialismo, en las dictaduras, en la violencia polí-

tica; nada de esto resulta demasiado extraño. En los Estados Unidos estos asuntos no siempre se consideran como normales. Sé que eres un arduo aficionado a la historia. Sin embargo, buena parte de tus obras se basan en un lenguaje a ras de suelo, en un hábitat callejero que difícilmente puede aprenderse en libros de historia. ¿De dónde obtienes la sensibilidad para retratar el slang, los entornos familiares violentos y cerrados, la jerarquización social de acuerdo al país de origen, color de piel, lenguaje utilizado? Lo que hago no es inusual o excepcional. Desde los escritores de novela más incipientes podemos ver un intento por tejer las vidas y el lenguaje de la gente común con el tapiz general de la historia. No es nada nuevo. Es algo que la novela, como género, hace muy bien y ésta es una de las razones por las cuales hago este tipo de trabajo y no otro. Porque en la novela puedo escribir acerca del tipo de gente con la que crecí y además puedo hablar de asuntos de envergadura nacional en términos históricos sin que esto parezca en absoluto inusual.

entrevista

Cuaderno verde | Misha Stroj hueders H | 11


Diario de un terrorista ruso boris savinkov

boris savinkov fue nihilista, dandi, mujeriego, escritor y terrorista.

El caballo amarillo, que fascinó a lenin y a camus, es el diario de la planeación, durante los primeros años del siglo xx, del asesinato del gobernador general de moscú, el gran duque sergei alexandrovich. mientras prepara con minucia el atentado, savinkov se da el tiempo de atormentarse por unos celos mortales despertados por el marido de su amante. es un testimonio de una época fervorosa, que combina pasiones

clásicos

políticas revolucionarias con remordimientos por un hecho en apariencia tan nimio como matar a una inocente liebre. este es un breve fragmento del libro editado por impedimenta.

6 de marzo Llegué a Moscú ayer por la noche. Lo encontré igual que siempre. Las cruces brillaban con fuerza sobre las iglesias, los trineos chirriaban contra la nieve. Heladas mañaneras describiendo patrones geométricos sobre las ventanas, y el Monasterio Strastnoi llamando a la gente a misa. Me gusta Moscú. Es mi madre patria. Tengo un pasaporte con el sello carmesí del Rey de Inglaterra y la firma de Lord Lansdown. En él dice que yo, George O’Brien, ciudadano británico, estoy de viaje por Turquía y Rusia. En la estación de policía han puesto simplemente el sello de «Turista». Todo en el hotel es tan familiar que resulta aburrido: el portero con su camiseta interior de color azul, las moquetas. Mi habitación tiene un diván deshilachado y cortinas polvorientas. Debajo de la mesa hay tres kilos de dinamita. La he traído del extranjero. Tiene el fuerte olor de las boticas, y por la noche me produce dolor de cabeza. Hoy paseé por la ciudad. Estaba oscuro, y una nieve ligera caía sobre las calles. En algún lugar repiqueteó un reloj. Estaba solo, no había ni un alma. Todo a mi alrededor sugería una vida pacífica, gente olvidada. Y en mi corazón las palabras sagradas: «Le daré la estrella de la mañana».1 8 de marzo Erna tiene ojos azules y trenzas gruesas. Me aprieta con fuerza y pregunta: –¿No me quieres ni un poquito? Una vez, hace mucho tiempo, se entregó a mí como lo haría una reina: ni pidió nada, ni esperó nada. Y ahora me pide amor, como una mendiga. Me asomo a la ventana. Le digo: –Mira la nieve virgen. No responde, y baja los ojos. –Estuve en el Parque Sokolniki –continúo–. La nieve estaba incluso más limpia allí. Era de color rosa. Y los abedules proyectaban sombras azules. Pude ver en sus ojos que pensaba: «Fuiste sin mí». –Escucha –le digo–, ¿has estado alguna vez en una aldea? –No –contesta. –Bien, pues a principios de la primavera todavía queda algo de nieve en las hondonadas, cuando la hierba ya está crecida en los campos y las campanillas florecen en el bosque. Resulta extraño, la nieve blanca junto a las flores blancas. ¿No lo has visto nunca? ¿No? ¿No entiendes lo que digo? Ella susurra: «No». Y yo pienso en Yelena.

12 | H hueders

9 de marzo El gobernador general2 vive en sus aposentos de palacio. Lo rodean espías y guardas. Una pared doble de bayonetas y miradas indiscretas. No somos muchos: cinco personas. Fiodor, Vania, y Heinrich y los cocheros. Lo siguen continuamente, y me informan de sus observaciones. Erna es la especialista en química. Ella es quien se encarga de preparar los explosivos. Sentado en mi mesa dibujo rutas en el mapa. Trato de ponerme en su lugar. Juntos recibimos a los invitados en los vestíbulos de palacio. Juntos caminamos por los jardines protegidos por las verjas. Juntos nos escondemos durante la noche. Juntos rezamos al Señor. Hoy lo he visto. Estaba esperándole en la calle Tverskaya. Me pasé mucho tiempo caminando arriba y abajo sobre la acera helada. Caía la noche, hacía mucho frío. Había perdido toda esperanza. De repente, el oficial de la esquina hizo una señal con su mano enguantada. Los policías se pusieron firmes, y los detectives comenzaron a tomar notas. Todo movimiento se detuvo. Un carruaje pasó a toda prisa. Caballos negros. Un cochero con barba rojiza. Las puertas tenían tiradores curvados, los radios de las ruedas eran amarillos. Un trineo lo seguía, sus guardaespaldas. Apenas me fue posible distinguir sus facciones en mitad de aquel vuelo apresurado. Él no me vio. Para él, yo debía de formar parte de la calle. Volví a casa sin prisas, eufórico. 10 de marzo Cuando pienso en él, no siento ni odio ni ira. No siento pena alguna. Lo único que siento es indiferencia. Pero deseo su muerte. Sé que es absolutamente necesario que muera. Necesario para establecer el terror y ayudar a la revolución. Soy consciente de que las acciones son a menudo más contundentes que las palabras. Si pudiera hacerlo asesinaría a todos los jefes y a todos los gobiernos. No quiero ser un esclavo. No quiero que nadie lo sea. Dicen: «no matarás». Dicen también que no se puede asesinar a un ministro; pero lo que no puede matarse es la revolución. También dicen lo contrario. No sé por qué no se debe matar. Y nunca entenderé por qué es bueno hacerlo en el nombre de la libertad, pero no en el nombre de la autocracia. 1. Del libro del Apocalipsis, 2, 26-28: «Y al que venciere y al que conservare hasta el fin de mis obras, yo le daré poder sobre las naciones, y las apacentará con vara de hierro, y serán quebrantados como vasos de barro, como yo lo recibí de mi Padre, y le daré la estrella de la mañana». 2. Es el Gran Duque Sergei Alexandrovich. Hijo de Alejandro II y de María de Hesse, era tío del zar Nicolás II, quien también era su cuñado. Ostentó el cargo de gobernador general de Moscú desde 1891 hasta 1905. Conservador radical, fue el encargado de expulsar a los judíos de Moscú. Por ésta y por otras razones, era una de las personas más odiadas por los revolucionarios rusos.


Diario de un ama de casa desquiciada sue kaufman

la neoyorquina sue kaufman (1926-1977) publicó en 1967 esta novela genialmente divertida e inteligente

narrativa

sobre la neurosis e insatisfacción de una mujer casada que supuestamente lo tiene todo. este diario de la

desesperación bajo la vida convencional, en un manhattan chic y millonario, le dio a kaufman fama eterna en las letras estdounidenses.

T

irando con indignación sobre la cama una camisa limpia a la que faltan dos botones, Jonathan se dirigió al armario para buscar otra mientras decía: –Tina. Tina, estoy realmente muy preocupado por ti. Afortunadamente me estaba dando la espalda y no pudo ver mi reacción. –¿De verdad? –dije, y logré por fin subirme la cremallera de los pantalones–. Tiene gracia. ¿Por qué demonios estás preocupado por mí? –No tiene ninguna gracia. –Dio media vuelta mientras metía un brazo en una camisa, es de suponer que con todos los botones en su lugar–. De hecho, es un asunto muy serio. Estoy preocupado porque no te reconozco, desde hace semanas no eres la misma. A pesar de que me preguntaba si esta vez se habría descubierto el pastel, logré mantener una aparente calma. –No sé de qué me estás hablando, Jonathan. Y me acerqué al espejo para peinarme. Suspiró, se dirigió al corbatero instalado en la parte interior de la puerta del armario y empezó a revolver las ciento diecisiete corbatas que tiene colgadas allí. –Estoy hablando de muchas cosas. Para empezar, mira tu aspecto. No tienes buen aspecto, de hecho tienes un aspecto horrible. Tienes muy mal color, pareces agotada, diría que estás perdiendo peso, y encima parece que no te importa nada tu aspecto. Y, para colmo de males, estás más susceptible que nunca. Nerviosa, irritable y desorganizada. Fíjate en los baúles que dejamos en el office, por ejemplo. Hace casi dos semanas que volvimos del campo, y sin embargo no has movido ni un dedo para deshacer esos malditos baúles y sacarlos de en medio de una maldita vez. Podría continuar, Teen, pero creo que a estas alturas ya sabes a lo que me refiero cuando te digo que has cambiado. Lo sabía. Él había acabado de vestirse, estaba listo para su desayuno y sólo esperaba a que yo intentara justificarme. –Railway Express trajo los baúles el pasado viernes por la mañana –dije–. Hace una semana que están aquí, no dos. Uno de los baúles contiene casi únicamente tu ropa de verano sucia. Ya que insistes en que tu ropa se guarde planchada, además de lavada, y ya que no te gusta cómo plancha Lottie y tampoco quieres que mande la ropa a la tintorería, tengo que buscar una lavandera especial para ti, y sencillamente no he tenido tiempo de hacerlo. No he tenido tiempo de hacerlo porque, hasta hoy que ha empezado el colegio, las niñas han estado

sin nada en que ocuparse. He tenido que entretenerlas. He pasado dos semanas con ellas, recorriendo la ciudad con este calor insoportable: de compras, al médico y al dentista para las revisiones, de paseo con sus amigas. Si estoy cansada y pálida y un poco desarreglada, si parezco nerviosa y desorganizada, es porque no soporto correr todo el día de un lado a otro con este calor, y porque no he tenido ni un solo minuto para mí. Un tanto desconcertado ante esta detallada exhibición de pruebas circunstanciales (cuando en realidad, siendo abogado, no debería haberle extrañado), sacudió la cabeza cansinamente. –De acuerdo, Teen. De acuerdo. Reconozco que tienes razón, pero de todos modos estoy preocupado por ti. Me gustaría que fueses a ver a Max Simon y que te hiciera un chequeo completo... Puede que estés anémica o algo así sin saberlo. Y creo que después del chequeo sería una buena idea ir a ver a Popkin para hablar con él. –¿Popkin? ¿Por qué demonios debería ir a ver a Popkin? Jonathan volvió a suspirar con resignación. –¿Por qué? Porque te ayudó mucho hace dos años, cuando te pusiste tan mal. Por eso. –Permíteme recordarte –dije alzando la voz– que me puse «tan mal» porque mi padre estaba a punto de morir. ¡Y ahora no estoy «tan mal»! –Vale, vale. Tranquilízate, por el amor de Dios... Precisamente a esto me refiero. Estás demasiado susceptible. Y se fue taconeando por el pasillo con sus flamantes zapatos nuevos Peal de sesenta y cinco dólares. Final del informe. Observación: ha ido por los pelos. Por los pelos. Pobre Jonathan. Piensa que estoy susceptible y despistada. Nerviosa e irritable. Lo que realmente pasa es que estoy paralizada, y lo he estado todo el verano. Lo que pasa es que estoy paranoica. Lo que pasa es que a veces me siento tan deprimida que ni siquiera puedo hablar, tan desesperada que me encierro en el lavabo y abro todos los grifos para que no se me oiga llorar. En cambio, otras veces estoy con los nervios tan de punta que no puedo quedarme quieta en ningún sitio y todo se agita a mi alrededor, y al final no tengo más remedio que tomarme una pastilla o un trago de vodka a escondidas..., lo que tenga más a mano. Lo que pasa es que de repente siento miedo de casi todo lo imaginable. Haré una lista. hueders H | 13


Tengo miedo de: los ascensores los metros los puentes los túneles los sitios altos los sitios subterráneos los sitios cerrados los barcos los coches los aviones los trenes las multitudes los parques desiertos los dentistas las abejas las arañas las polillas peludas las cucarachas las pandillas de adolescentes los atracadores los violadores los tiburones los incendios los maremotos las enfermedades mortales (todas las conocidas)

La lista continúa, pero yo soy incapaz de seguir. Es la primera vez que lo pongo por escrito. Es un poquito desalentador, como dicen. La cuestión es que, a pesar de que todo comenzó a principios de agosto en el campo, no descarriló hasta que regresamos a la ciudad, el fin de semana después del Día del Trabajo. No entiendo cómo he logrado ocultarlo, pero sabía que no podía seguir así y necesitaba ayuda, incluso antes del discursito de Jonathan de esta mañana. Pero por ayuda no me refería a Popkin. Mucho antes de que Jonathan lo mencionara, yo ya había decidido que no podía ser él, por la sencilla razón de que no podría soportar la perspectiva de volver a pasar por todo eso. Suponiendo que fuera posible. Quiero decir que me psicoanalicé a fondo, y se supone que con éxito. Hace once años que funciono de maravilla, y no puedo evitar pensar que sólo estoy temporalmente fuera de servicio, y que lo que no funciona en mí es algo que sólo yo puedo arreglar. No soy, en absoluto, material de loquero. Otra razón por la que no pienso volver a Popkin es que, pese a que nunca se lo he dicho a Jonathan, sigo furiosa por la segunda parte de la historia con Popkin de hace dos años. Aunque es cierto que me puse muy mal, como ha señalado Jonathan –no podía parar de llorar–, tenía una razón de peso: mi padre acababa de tener una oclusión coronaria y yacía en una cámara de oxígeno en el hospital, a un paso de la muerte. Yo lloraba día y noche, lo cual resulta bastante agotador. Finalmente llamé a Popkin y fui a verlo, preparada para una especie de puesta a punto, tal vez para un refrito de la historia de Electra, con algún giro inesperado del estilo «El rey debe morir» para animar un poco la cosa. Ja. Durante dos sesiones Popkin no abrió la boca, sólo me escuchó llorar y divagar. Finalmente, en la tercera visita, habló. Dijo que yo no lloraba por mi padre, sino por mí misma. Traducción de Milena Busquets. Gentileza de Libros del Asteroide.

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La vida es tensa para mí la mayor parte del tiempo katie degentesh

pronto editorial cuneta publicará la antología bilingüe “la alteración del silencio. poesía norte-

poesía

americana reciente”, compilada por william allegrezza y traducida por galo ghigliotto y thomas c. rothe. de los

Anger Scale

26

autores, presentamos a katie degentesh (1973), que compuso su libro

The

ingresando preguntas del inventario de personalidad multifacética de minnesota a

google y usando los resultados para escribir un poema. ha sido asociada con el movimiento

Flarf,

que en los últimos diez años ha ocupado palabras de búsquedas en internet para crear poesía muchas veces humorística o subversiva.

Este planeta tiene – o tuvo más bien- un problema sin más se siente plano la mayoría del tiempo tal como unos cuantos ricos se sienten ahora

Se ha omitido la versión original en inglés que constará en el libro. Agradecemos la gentileza de editorial Cuneta.

ignoran a los americanos que respiran los dejan en solitario confinamiento en el invierno ártico, cuando el cielo tiene mucha energía y los zancudos no pican con todas sus ganas (piensa en isópodos marinos involucrados en sangrientas guerras feudales) Algunos fueron más mezquinos que otros Algunos aprendieron a tocar el violín Algunos fueron nobles que enojaron al rey Algunos estuvieron conectados a sucesos actuales una vieja linterna iluminó las caras de los hombres el barro llegó por lo menos a los tobillos Era la oscuridad constante más que el frío el molde típico de estudiante Tal como alejas tu corazón del hombre cuando descubres que fue abusivo y miserable, a veces parece raro que no se permita tomar sol en pelotas cuando dejamos de usar los caminos recibimos demasiado queso cinco de seis dioramas muestran que puedes confiar en el gobierno para ser más económico que el carbón

El lector ingenuo tal vez crea que te sientes incómodo por la apariencia de tu ojo y tu párpado Pero el problema verdadero es que el alcohol fue el agente primario para el desarrollo de la civilización occidental junto a una buena cantidad de caquita de perro.

Cuaderno verde | Misha Stroj

incluso los niños inteligentes quemaron la comida buena frente a nosotros para respaldar la articulación de paradigmas existentes Es mucho más limpio cuando está quemado.

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Carlos Monsiváis: Retrato en taxi fabrizio mejía madrid

hace unas semanas méxico lamentó la muerte de su gran cronista, carlos monsiváis. como lo consigna con calidez su amigo y discípulo fabrizio mejía madrid, monsiváis rompió con todos los moldes del estereotipo del intelectual. a pesar de su ya legendaria cultura total, siempre conservó una actitud sencilla, de

«relajo», volviendo popular lo que para muchos se confina a una elite. su escurridiza ubicuidad lo

hacía estar siempre en todas partes y en ninguna, de ahí la comparación de mejía madrid con el gato de cheshire. para no olvidar a uno de los escritores mexicanos más emblemáticos del último siglo.

E

l barrio de Portales en la ciudad de México siempre me trae malos recuerdos: en un segundo piso de la calle de Odesa me pescó el terremoto de 1985. El edificio justo en la esquina se vino abajo. Ahora, territorio de talleres mecánicos, zapaterías, expendios de alcohol, a la colonia Portales de la ciudad de México sólo se viene a dos cosas: al mercado de segunda mano o a ver a Carlos Monsiváis. La medida del hombre más público desde hace por lo menos cuatro décadas y a la vez el más esquivo, es un buzón en la puerta: una enorme rendija por la que cabe un tomo de la Enciclopedia Británica. Hacerse visible e invisible es uno de los juegos favoritos de su dueño: el gato de Cheshire está al tanto de todo y, al mismo tiempo, a sus anchas en la desaparición voluntaria. Por ese buzón pasan periódicos, libros, manuscritos, invitaciones de estudiantes o de obreros en huelga, pero también de los monopolios televisivos, políticos, funcionarios culturales o universitarios de aquí y del mundo. Y, dentro de la casa, el teléfono suena mañana, tarde y noche. A Monsiváis se le caza por teléfono y puede ser que a esa misma hora esté anunciado en tres eventos distintos. Si no ha ido a ninguno de los tres, fingirá ser su propia secretaria que avisa que se encuentra indispuesto. Estoy parado frente a su puerta negra con el buzón descomunal y es posible que nadie me abra o que no esté siquiera en el país. Adentro, sus ayudantes no sabrán más que el día en ha quedado de volver. Sé de unos jóvenes que esperaron a Monsiváis en la calle durante una hora. Habían concertado ir por él para llevarlo a hablar sobre contracultura juvenil en el Oriente de la ciudad. Pero no les abrió. Cuando creyó que los jóvenes se habían dado por vencidos, Monsiváis salió. Y fue atrapado. Sin más alternativa se dejó llevar hacia el coche y, cuando se distrajeron, Monsiváis se echó a correr. ¿Por qué todo mundo quiere ver y escuchar a Monsiváis tanto que él mismo tiene que escapar de citas simultáneas? Para el gran público –el que no lo lee–, Monsiváis es el «intelectual» por antonomasia. Es el nombre que le brotó a una actriz de telenovelas cuando hace unos años fue presionada por la prensa para que dijera su libro favorito: «Los poemas de Monsiváis», dijo. Para el público que lo escucha en entrevistas, Carlos Monsiváis es la voz autorizada por 16 | H hueders

solitaria, creíble y siempre ocurrente: sus dichos y textos con frecuencia están envueltos en un humor seductor. La distancia, física e irónica, es un juego de seducciones. Ante el acontecimiento cultural o la tragedia persistente siempre tendrá un aforismo profundo y desparpajado a la vez. Ejemplos al azar: «El subdesarrollo es no poder mirarse al espejo por miedo a no reflejar». «Entre nosotros y la moda, se interponen los harapos». «Hasta los más apartados rincones de México han llegado el PRI, la Coca Cola, y la noción del complejo de Edipo». «Somos tantos en la ciudad de México que el pensamiento más excéntrico es compartido por millones». «Sólo una Revolución obra la hazaña de anticiparse al cine». «He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por falta de locura». «Si no tuve infancia, al menos permíteme tener currículum». Fue una frase la que me atrapó hacia finales de los setenta cuando lo vi por primera vez, por supuesto, en la tele. Era un homenaje a Agustín Lara y, entre pianistas y cantantes de lentejuela, el cronista y teórico súbito fue compelido a definir lo cursi. Monsiváis dijo: «Es lo bellamente fallido». La sensación –la recuerdo– fue que, de pronto, lo que decía tenía relación con lo existente o, por ponerlo en una definición súbita, «Monsiváis dice lo que tenías en la punta del pensamiento». Desde ese instante testifiqué la capacidad descomunal de un hombre que nos dice qué somos, qué leer y ver, a qué poner atención ante lo fugitivo del presente y lo abrumador de la tradición y qué, en fin, tiene como obra la construcción de la cultura nacional como la réplica exacta de su propio gusto. Como en el cuento de Borges en que el emperador manda hacer un mapa tan preciso de China que el papel termina por abarcar el territorio del país. Y, parado en esta calle de la Portales recuerdo los sismos del 85. Él fue quien nos aseguró que detrás de cada rescatista, tránsito improvisado, y ayuda había una insurrección civil. Si no lo era se hizo tras ser nombrada. La confianza de Monsiváis nunca estuvo con los poderosos o los insurrectos. Siempre estuvo con una ciudadanía informada, pendiente y, cuando haga falta, activa. Pero, a la vez, ha creado el museo textual de lo notable. Si Juan Gabriel no era más que un cantante popular, se hizo perdurable por ser nombrado así. Si el

crónica


cómic era lo desechable, se hizo objeto de museo por el valor que sus palabras le imprimieron. Si la historia de la censura se censuró a sí misma, él trae a la página a Ripalda y a Núñez Prida y la Liga de la Decencia. Pero Monsiváis jamás aceptaría esto: «Cuando estaba entendiendo lo que pasaba, ya había pasado lo que estaba entendiendo». Por fin alguien contesta el interfón y la puerta cede al zumbido de la bienvenida. No es garantía de nada. A mí me ha dejado plantado en su propia casa: sentado en un sillón en el pasillo, pasó alguien con aire de autoridad y le pregunté: –¿Carlos tardará mucho? –Vuelve en seis días. Lo que sigue es el garaje, la casa como vagón de tren, la biblioteca con los gatos. Es su casa de la infancia cuando era parte de Los Niños Catedráticos en la radio. Entre libros y papeles, Monsiváis está al teléfono. Seguro con Sergio Pitol. O con Rafael Barajas El Fisgón. Es un icono: el pelo cano revuelto, los anteojos pesados, las cejas greñudas, el mentón rotundo, los atuendos de mezclilla, la camiseta debajo. Es un hombre del 68, cuando la ropa no importaba tanto como para no preocuparse por ponerse algo que contenga una declaración. Esto último es, por supuesto, una frase cifrada en lenguaje monsi. Justo en la pared lateral hay dos dibujos. Uno es la primera hoja de El llano en llamas de Juan Rulfo, autografiada y con un perro aullando. El otro es de Cuevas: el rostro de Monsiváis con motivos pop en los lentes. Dan cuenta del transcurrir cultural del nacionalismo inventado, el oficialista, hasta el recreado, el rupturista. Pero no dan cuenta del propio transcurrir del cronista que lo mismo encontramos en películas disfrazado de Santaclós borracho (Los Caifanes, 1967), letrista del grupo de rock paródico con Alfonso Arau (Los Tepetates), o corrigiendo junto a Cortázar el Paradiso de Lezama Lima. Como le escribió en una carta a Elena Poniatowska en 1971 durante una estancia en Londres: «Me sigo preparando para un acaso imposible trabajo periodístico. Todo lo que veo, leo y escucho lo refiero a una especie de archivo de experiencias utilizables. Leo un libro diario, veo de dos a tres películas y me inundo de revistas». Abarca todo, lo procesa, lo selecciona, funda un museo del lenguaje. Ahora vamos dentro de un taxi hacia cualquier lugar. Puede ser la Casa Refugio o la Biblioteca de México, el escritor invitado no lo tiene del todo claro. El taxista lo reconoce y le pregunta si es el «intelectual» que habla de María Félix. Monsiváis murmura. El taxista se anima: –¿Cómo ve lo de Hugo Sánchez? Y Monsiváis habla de Venezuela. Es una figura de autoridad que se ha opuesto a las figuras de autoridad. En muchos sentidos él es el intelectual que emerge del 68 con una idea de que la resistencia política no se hace desde ahí sino desde la cultura, ésa que se interpone entre el autoritarismo y la violencia. Pero su ángulo es desde el inicio. En 1954, a los catorce años, escribe su primera crónica sobre una marcha en contra de la caída de Jacobo Arbenz orquestada por la CIA en Guatemala. En «la descubierta» de la manifestación están Diego Rivera y Frida Kahlo. Si se quiere, ahí podría verse un «infancia es destino»: lo urgente y el arte. Monsiváis es un estratega cultural que valora la cultura popular y populariza lo elitista. Su arma es un tipo de lenguaje arraigado en un apretado código de burlas, sospechas, alusiones, parodias, que mina a cualquier declarante poderoso, sea un obispo, el Presidente, o un líder guerrillero. El relajo es, qué duda cabe, el ánimo permanente de Monsiváis: –Te insulté el otro día –dice acongojado en el teléfono. –¿Qué dijiste? –Te cité. (Risas)

–Oye, yo hablé de ti en una entrevista por tus setenta años y dije puras pendejadas. –Entonces me describiste. –Y, de paso, a mí. Llegamos a la Biblioteca de México y, aunque están felices de recibirlo, la mesa no es ahí. Cambiamos de taxi. No hay rincón que no haya visto: desde las librerías de viejo en Donceles hasta la semana santa en Iztapalapa, de Ciudad Neza hasta la colección de arte de Carlos Slim. Siempre comprando arte para su museo Estanquillo en Plaza del Ángel, en la Zona Rosa, o atestiguando el sexo en vivo en el 41, Monsiváis es la ciudad de México, las líneas de su mano son una Guía Roji. La ciudad de México no existiría sin Monsiváis, que la engrandece, la hace posible, le ve el lado ciudadano aún en medio de las ruinas del terremoto de 1985. «¿Cuál es tu ciudad preferida?», le pregunté hace diez o quince años en el café Auseba de la Zona Rosa. «La de mi juventud en los cincuentas», respondió, «en tranvía». La conferencia es sobre los cinco libros más importantes en tu vida. No creo que Monsiváis haya logrado resumir su vida libresca a tal cantidad. Pero lo ha hecho. Le pregunto mucho más angustiado que él porque ya va tarde: 1. La Biblia: «No creo en lo que dice pero la fuerza del lenguaje, la poesía, por ejemplo, los Salmos, son extraordinarios». 2. La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde: «Cada línea es un aforismo brillante». 3. La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán: «Es la gran novela de la conspiración, de la intriga, y de la barbarie institucional». 4) ¡Noticia bomba!, de Evelyn Waugh: «No comparto las posturas políticas del autor pero es la novela que mejor parodia el trabajo periodístico». 5) Adiós a Berlín, de Christopher Isherwood: «El retrato de lo prohibido, de la fiesta clandestina, los lugares ocultos de una ciudad». Si uno intentara ceñir a Monsiváis con esa lista sería imposible: poesía, aforismo, denuncia del poder, parodia del periodismo, los caminos de la noche. Faltan batallas, posiciones, gustos, obsesiones, fobias y, sobre todo, el ánimo de abarcarlo todo, día a día, década por década. Cuando entra al Museo de la Ciudad de México, es casi una hora tarde, hay reflectores, multitudes que esperan abanicándose con periódicos. Los organizadores corren a recibirlo y casi lo cargan hasta el podio. –Llego tarde porque pensé que ustedes eran impuntuales. Carcajadas. Aplausos. Gente que se acomoda en el asiento dispuesta a escuchar con atención. Cuadernos que se abren. Plumas que se destapan. Afuera, los taxis siguen circulando en el embotellamiento. Lo ha logrado, una vez más. Y, con él, todos los demás, y esta misma, siempre otra, Ciudad de México. Hoy, Carlos Monsiváis ha muerto. Lo velan los artistas, los escritores, pero también los trabajadores, los taxistas, en ese lugar al que no hace mucho, llegamos, tarde.

Fabrizio Mejía Madrid (México DF, 1968) es periodista y narrador. Colabora en revistas como Proceso, Letras Libres y Gatopardo. Ha publicado los libros de crónicas Pequeños actos de desobediencia civil, Entre las sábanas y Salida de emergencia, y los volúmenes de narrativa Hombre al agua (Premio Antonin Artaud) y Tequila DF. Agradecemos su gentileza. hueders H | 17


Victoria knut hamsun

Victoria,

del premio nobel noruego knut hamsun

(1859-1952),

es una obra que contiene un sustrato

psicológico profundo; según dijo el autor, lo importante reside en «secretos movimientos que se realizan

inadvertidos en lugares apartados de la mente». en este pequeño fragmento podemos adivinar por qué

cautivó a escritores como kafka o mann: hamsun advierte en el más tenue resplandor de un día el motivo para un gran acontecimiento literario. un maestro de la narrativa del siglo xx editado por nórdica, que además publica su biografía, knut hamrun.

Soñador y conquistador, escrita por ingar sletten kolloen tras descubrir sus papeles íntimos en el año 2002.

E

l hijo del molinero iba pensando mientras caminaba. Era un muchacho alto de catorce años, curtido por el sol y el viento, y con la cabeza llena de toda clase de ideas. De mayor quería fabricar cerillas. Sería maravillosamente peligroso, podría llegar a tener tanto azufre en los dedos que nadie querría darle la mano para saludarlo. Gozaría de gran respeto entre sus compañeros por su siniestro oficio. Iba buscando a sus pájaros por el bosque. Los conocía a todos, sabía dónde se encontraban sus nidos, entendía sus trinos y les respondía con diversos gritos. Más de una vez les había dado bolas de harina del molino de su padre. Todos los árboles que bordeaban el sendero le eran familiares. En la primavera les extraía la savia y en el invierno era para ellos como un pequeño padre, les quitaba la nieve para ayudarlos a que sus ramas se enderezaran. En la cantera de granito abandonada ninguna piedra le era extraña, había grabado letras y signos en ellas y las había levantado, organizándolas como una congregación en torno a su pastor. Toda clase de cosas extraordinarias tenían lugar en esa vieja cantera de granito. Se desvió del camino y llegó a la laguna. El molino estaba en marcha, y un inmenso y ensordecedor ruido lo envolvió. Tenía la costumbre de ir por ahí hablando en voz alta consigo mismo; para él era como si cada rizo de espuma le hablara de su pequeña vida propia, y, junto a la esclusa, el agua caía en vertical como un resplandeciente tejido puesto a secar. En la laguna, bajo la cascada, nadaban los peces; había ido allí muchas veces con su caña. De mayor quería ser buzo. Eso era lo que quería ser, descender hasta las profundidades del mar desde la cubierta de un barco y llegar a reinos desconocidos, donde se mecían grandes y extraños bosques y en cuyo fondo habría un palacio hecho de coral. Y la princesa le haría señas con la mano desde una ventana diciéndole: ¡Entra! Entonces oye su nombre tras él; es su padre que le grita: Johannes, ha llegado un mensaje para ti del Castillo ¡Tienes que llevar a los jóvenes en la barca hasta la isla! 18 | H hueders

Se alejó rápidamente. Al hijo del molinero le había sonreído de nuevo la suerte. En el verde paisaje, «la casa solariega» parecía un pequeño castillo, por no decir un increíble palacio en medio de la soledad. La casa en sí era un edificio de madera pintada de blanco, con muchas ventanas arqueadas en las paredes y en el tejado. Y en su torre redonda ondeaba una bandera cuando había huéspedes en la casa. La gente la llamaba «el Castillo». Más allá estaba la bahía y al otro lado se extendían grandes bosques; muy a lo lejos se divisaban algunas pequeñas casas de campesinos. Johannes acudió al muelle y acomodó a los jóvenes en la barca. Ya los conocía, eran los hijos del «castellano» y sus amigos de la ciudad. Todos llevaban botas altas para andar por el agua, pero a Victoria, que sólo llevaba unos pequeños zapatos bajos y que encima no tenía más de diez años, hubo que llevarla en brazos cuando atracaron en la isla. ¿Te llevo yo?, preguntó Johannes. ¡Permíteme a mí!, dijo Otto, el joven de la ciudad, que tenía la edad de hacer la confirmación, cogiéndola en brazos. Johannes se quedó mirando cómo el otro la llevaba hasta la orilla y oyó que ella le daba las gracias. Otto dijo a Johannes: Bueno, supongo que tú te ocuparás de la barca… por cierto, ¿cómo se llama éste? Johannes, contestó Victoria. Sí, él se ocupará de la barca. Él se quedó allí. Los demás se fueron hacia el interior de la isla con cestas en las manos en busca de huevos. Permaneció un rato pensando; le hubiera gustado mucho acompañar a los jóvenes, podrían haber arrastrado la barca hasta la tierra. ¿Demasiado pesada? No era demasiado pesada. Dio un puñetazo en la barca y la arrastró un poco. Oyó risas y charlas procedentes del grupo que se alejaba. Bueno, adiós y hasta luego. Pero podrían habérselo llevado con ellos. Podría haberlos conducido a nidos que sólo él conocía, extraños agujeros escondidos en las rocas, habitados por aves de rapiña con pelos en el pico. Una vez también había visto un armiño.

clásicos


El emperador de Occidente pierre michon

narrativa

“michon es una de las potestades de la literatura contemporánea, uno de sus vientos sutiles, uno de los dueños del enigma que resuelve la antigua pregunta por la música escrita”: así señala el crítico, rendido ante este escritor francés seguidor de beckett y de schwob, en el prólogo del libro de alfabia que reúne dos textos inéditos en castellano, éste que aquí comienza y Mitologías de invierno. acompañan la pétrea, ancestral maestría de los famosos Vidas minúsculas y Cuerpos del rey (anagrama).

H

con su barba. Como el sol había descendido, la sombra del alcornoque ya no lo protegía: gotitas de sudor perlaban en su cráneo, donde una pequeña vena palpitaba; sus labios se superponían uno sobre otro con ese movimiento persistente con el que los ancianos degustan algo que no se sabe, suculencia ensoñada o palabras que desde hace tanto tiempo hay que callar. Me pareció muy pobre y desnudo, aspirando al silencio, temiendo el silencio. Esperé a que hablara; las llamadas discordantes de las gaviotas colmaban el atardecer; levantando la mirada y con un gesto vago que tal vez me indicaba aquellas voces oscuras sostenidas en vuelos tan diurnos, comenzó: “La música, también, el ejercicio de la lira…”, luego, levantando en el extremo de su brazo derecho aquello que ya no era una mano: “Fui un buen músico”. Cuando nos separamos, toda vela había desaparecido del mar ya nocturno, inevitablemente vinoso, puesto que los griegos lo han dicho. Subió dolorosamente el sendero hacia su modesta villa, sobre la pendiente pronunciada de aquel promontorio Monterosa, levantando con un gracioso cuidado un faldón de su viejo vestido, deteniéndose para tomar un poco de aliento y mirando entonces al suelo como se hace cuando se mira en sí mismo. Sus sandalias levantaban un poco de polvo rojo; su rastro se desvaneció. El sol invisible ya no iluminaba bien sino una mitad del Stromboli, triángulo de oro violento sobre la superficie fuerte, teñida, absoluta, como una diadema sobre la púrpura. Se esfumó. Escuché rebuznar un asno; se hizo de noche.

Cuaderno verde | Misha Stroj

abía ejercido cargos; dos dedos faltaban en su mano derecha; ya no era joven, vestido con un descuido laso, y por el estupor altivo de las cejas, por cierta pesadez sinuosa de las mandíbulas bajo la barba dócil, por la nariz demasiado visible, reconocí a un levantino. Estaba calvo; estaba inmóvil, sentado. Pestañeaba un poco para retener la imagen de una vela que se alejaba, arrastrada de acá para allá, sin remedio empequeñeciéndose, hacia la isla de Stromboli, o la blancura revelada del vientre de las gaviotas cuando de cara al sol cambian de dirección, se encabritan con lentitud, se entregan sin cesar. Quería disfrutar de las cosas, sin duda; era miope. O quizás miraba tan sólo el mar, la extensión que no se abarca, la viejísima metáfora insensata. Debajo de aquel sendero sombrío, a unos pasos de él, yo lo observaba. Tal vez no me había visto, ocupado como estaba en embelesarse con cosas claras; pero lo más probable es que me tomaba por uno de sus sirvientes o un pescador. Al cabo de un rato que me pareció largo, dirigió hacia mí su rostro y me saludó; le respondí omitiendo su nombre. Vi que llevaba sobre el pecho un gran crucifijo decorado con gemas, cuyos brazos estaban torcidos en sus extremos como bocados, violentos como los hacen los bárbaros. Aquí comenzó, a pesar de que nuestras edades fueran tan diferentes, a pesar de que yo mintiera fingiendo tomarlo por otra persona, por cualquier otra persona, que él mintiera aceptando ser esa otra persona y se sobrepasara incluso en su alteridad, aquí comenzó lo que debo llamar después de todo nuestra amistad. Desde aquel primer día, me senté a su lado en el banco de piedra; y, como yo también contemplaba las velas, hablamos por supuesto de navegación, de los amigos del remo y las naves negras, de navegación y poesía griega: porque no se puede hablar de una sin la otra, hasta tal punto que no se sabe cuál es el texto de la otra, ni si primero se arrojaron frágiles armazones alquitranadas o metros de perfecta sintaxis al puro azar del mar y las lenguas. Pensaba por su parte que el poema precede al navío, como el Padre es anterior al Hijo; recordé que me habían dicho que era arriano. Mirándolo, le insinué que al mar y las lenguas yo agregaría las multitudes, y al navío, al poema, los hombres notables, los poderosos cuyos nombres resuenan como versos, son visibles desde lejos como velas. No respondió nada. Su mano mutilada jugaba lentamente

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Entra Ezra Pound ford madox ford

autor de novelas perfectas, como

El buen soldado, el inglés ford madox ford (1873-1939) fue además editor y periodista, y cultivó relaciones con los literatos más prominentes de su tiempo, entre ellos sus maestros, henry james y joseph conrad. la editorial de la udp acaba de publicar, con selección, traducción y prólogo de juan manuel vial, un excepcional conjunto de textos sobre sus Amistades literarias, como se llama el magnífico libro. aquí presentamos el texto sobre el poeta pound.

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he English Review aparecía como es debido. Era fuente de bastante regocijo y alguna ganancia para ciertas personas y de muchas preocupaciones para mí. Nuestros dos primeros números estaban hechos de antemano, con trabajos que forzosamente pertenecían a los distinguidos de aquel entonces. Después de eso intentamos que los distinguidos fueran saliendo gradualmente, para poder publicar a los no publicados. Les publicamos contribuciones de una u otra índole a Thomas Hardy, George Meredith, D. G. Rossetti (póstumamente), Swinburne, Anatole France, Gerhart Hauptmann, Henry James, Joseph Conrad, W. H. Hudson, W. B. Yeats e incluso al presidente Taft. De los jovencitos de ese entonces –hablando en términos de carrera–, publicamos Tono-Bungay, del señor Wells, en cuatro números, y también una serie corta de dos ejemplares del señor Arnold Bennett, así como a los señores Galsworthy, Belloc, Chesterton y a otros que entonces gozaban de similar prestigio. Y ahí llegó Ezra... Su Odisea iba a constar de doce libros. En cortísimo tiempo se hizo cargo de mí, de la revista y finalmente de Londres. Cuando recién lo conocí, su acento de Filadelfia era todavía comprensible aunque desconcertante; su barba y sus rulos sueltos eran de caoba y abundantes; era asombrosamente magro y ágil. Se arrojaba encima de sillas frágiles de manera alarmante, devoraba enormes cantidades de tus tartaletas, fijaba sus quevedos firmemente en su nariz, sacaba un manuscrito del bolsillo, echaba la cabeza hacia atrás, cerraba los ojos al punto de la invisibilidad, y mirando más allá de su nariz soltaba una risilla mefistofélica y te leía una traducción de Arnaut Daniel. La única parte de ese verso que tú entendías era el estribillo: ¡Ay de mí, el maldito, el maldito se acerca al sol! Nosotros publicamos su “Balada del buen compañero”, que debe haber sido su primera aparición en un periódico exceptuando las contribuciones al Butte Herald de Montana. Ezra, aunque nació en Butte en una caravana durante la gran tormenta de nieve de... –pero tal vez no deba revelar el año–. Como sea, Ezra dejó Butte a la edad de, digamos, dos años. El único de sus poemas escrito y publicado allá que puedo recordar tenía por estribillo: “¡Alégrate, papá!”. Como reacción en contra de un sentimiento tan estadounidense, él se convirtió en profesor de lenguas romances en la Universidad de Pennsylvania poco 20 | H hueders

tiempo después. Su historia hasta la fecha en que apareció en mi oficina, que también era mi salón, vuelve a mí como sigue: nacido en la tormenta de nieve, su primera comida consistió en kerosene. Por eso comía tan enormes cantidades de mis tartaletas, siendo el sabor del kerosene, como se sabe, muy persistente. El kerosene también tenía que ver con la gloria de su pelo. Dónde estudió lenguas romances no pude averiguarlo. Pero su fluidez en ellas era considerable si le permitías aquel acento ligeramente negroide que adoptaba cuando hablaba provenzal o recitaba las obras de Bertran de Born. Hasta donde sé, su abuelo fue un poco afortunado candidato a la presidencia en tiempos de Blaine; su padre, examinador de la Casa de Moneda de Filadelfia, una función que requiere una delicadeza de toque casi increíble. Su abuelo, como era común entre los millonarios de la América de aquellos días, hacía y perdía fortunas con una rapidez y totalidad asombrosas. Él le había prometido a Ezra enviarlo a Europa. Ezra estaba justo haciendo las reservas cuando su abuelo falló de manera más determinante que lo normal. En consecuencia, Ezra se vino en un buque de ganado. Muchos poetas han hecho eso. Pero dudo que algún otro se ganara la vida mostrándoles España a los turistas estadounidenses sin conocimientos previos del país o del idioma. Fue, también, justo después de la guerra hispanoestadounidense que el barco de ganado lo dejó en ese país. Rodeado por ese aura de romance fue que se apareció en mi oficina-salón. Se me ocurrió que debía andar más bien necesitado, le compré su poema de inmediato y le pagué más de lo que se acostumbraba a pagar por una balada. No era una suma grande, pero Ezra se las arregló para vivir con ella por largo tiempo –creo que seis meses– en un Londres desconocido. Tal vez mis tartaletas ayudaron.

crónica


josé m. santa cruz m.

pensar lo cinematográfico como campo teórico específico, que

Cuaderno verde | Misha Stroj

Imagen-simulacro Estudios de cine contemporáneo

ensayo

encuentre sus propios conceptos, problemas y categorías, en tensión con la historia del arte y los estudios visuales, es el propósito del libro Imagen-simulacro (metales pesados) del investigador chileno josé santa cruz

(1983). desde el fin del sueño de

masas a la individualidad digital, propone un nuevo estatus de la imagen del cine. aquí sigue un fragmento sobre la articulación de sus postulados.

H

abrá que advertir que al texto le recorren transversalmente una conjetura y una certeza, que devienen de los procesos que guiaron a la investigación que hizo posible este libro. La primera es la necesidad de expandir las categorías para referir a esta imagen que piensa su densidad como imagen, poniendo la atención en las formas de su construcción visual, por sobre las formas de construcción narrativa, no porque éstas hayan agotado su densidad reflexiva, las cuales siguen generando interesantes y fértiles reflexiones, sino que éstas no pueden dar cuenta de la complejidad de los procesos que están aconteciendo en la imagen misma, la cual pareciera cada vez estar más cerca de las lógicas del diseño gráfico y las artes visuales que de la narrativa o el teatro contemporáneo. Por eso consideramos fundamental dejarnos contaminar por los problemas, categorías y conceptos que devienen de las artes visuales, las cuales llevan más de un siglo cuestionándose desde sus operaciones materiales las formas de visibilización institucional, la puesta en crisis de su autonomía y cómo el sentido de la obra se basa en la superficialidad de sus materialidades. Evidentemente, esta contaminación se tiene que hacer con las suficientes precauciones para que no se entienda al cine como una extensión de su área de influencia, sino cómo se pueden aprovechar terrenos conceptuales y reflexiones ya anunciados o cartografiados, aun en sus fracasos. La certeza de desempolvarnos del protagonismo teórico y fílmico que heredamos del pensamiento eurocéntrico (por extensión, norteamericano), como propone el teórico norteamericano Robert Stam, no implica una supresión de su hábitat, sino que no puede seguir considerándose ese privilegio interpretativo, que responde más a las estrategias geopolíticas de ordenamiento del mercado que a los desarrollos propios de lo cinematográfico. Como ha planteado el propio Stam, no es posible continuar la enseñanza de los géneros cinematográficos de la primera mitad del siglo XX sin considerar la producción de la India; nosotros podríamos agregar la producción de México. Tampoco implica censurar a todos los teóricos por su procedencia geográfica o nacional, –este texto navega de la mano de muchos de ellos–, sino identificar esa disposición neocolonialista y hegemónica de ciertos discursos que siguen enraizados en las lógicas de centro y periferia, donde el centro se vuelve un valor positivo y de progreso en sí mismo y la periferia en su contrario. De alguna forma, volver a respirar esa rebeldía que expelían las páginas de Franz Fanon en Les dammés de la terre, si no se parte en la imagen y en la letra, ¿dónde? En el contexto global de superproducción fílmica, detenerse en un terreno de constantes reconfiguraciones pareciera un empeño

infértil, ya que podría acusarse de que los conceptos y categorías intentan sobredeterminar un objeto que se vuelve móvil y, a veces, nos da la espalda. A su vez, cuando aún podemos encontrar filmes interesantes y densos que se apoyan en las formas de la imagen- movimiento, como los filmes de género, u otros en la imagentiempo, como las de David Fincher, Clint Eastwood o François Ozon. Cuando los discursos neoesencialistas de ese cine que debe anunciar aquello que es innombrable han confinado al cine a una autonomía del cine por el cine, protegidos por el reclamo de lo real lacaniano como acceso a la realidad, tan cercano a ese pudor que expresaba lo sublime kantiano hacia la realidad. Y los discursos neopositivistas que celebran en la emergencia digital el triunfo de la libertad creativa, de la confianza en el individuo como rector de la expresión cinematográfica, de la democratización y transformación de las estructuras geopolíticas del cine, ahí donde lo digital se muestra como sinónimo de la individualidad. Es prioritario replantear el cine desde lo cinematográfico en una fenomenología material, donde los conceptos devengan de los procesos y procedimientos que lleva a cabo en su imagen, en la cual las operaciones y formas de construcción cinematográfica emerjan no sólo como resultados de procedimientos técnicos o como vehículos de un sentido que las trasciende, sino en las mediaciones entre contenido y forma, en la articulación de significantes específicos y el padecimientos de los marcos productivos e institucionales. Desarticulando aquellos discursos que han hecho del cine el reducto de su imposibilidad representacional o la mera expresión estética de una racionalidad técnica sustentada en la tecnología empírica. Es decir, repoblar al cine como un espacio de disputas simbólicas, donde su condición apariencial sea la plataforma para imaginar lo colectivo carente de una esencialidad en pro de su densidad discursiva, o sea de su condición de construcción y, por ende, de transformación. Por último, la necesidad de repensar aquellas certidumbres que han organizado y reproducido en el cine, los modelos de hegemonía geopolítica, en sus privilegios interpretativos y normativos, que han invisibilizado gran parte de las imágenes del devenir cinematográfico, esa carne que hace explotar las áridas categorías y conceptos heredados.

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Los pastores de la noche jorge amado

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pacentábamos la noche como si fuese un rebaño de muchachas, y la conducíamos a los puertos de la aurora con nuestros cayados de aguardiente, nuestros toscos bastones de carcajadas. Y si no fuera por nosotros, puntuales al crepúsculo, vagabundos caminantes de los prados del claro de luna, ¿cómo iba la noche –encendidas sus estrellas, desgajadas sus nubes, negro su manto−, cómo iba la noche, perdida y solitaria a acertar con los caminos tortuosos de esa ciudad de callejones y pendientes? En cada ladera un hechizo, en cada esquina un misterio, en cada corazón nocturno un grito de súplica, una pena de amor, gusto de hambre en las bocas del silencio, y Exu suelto en la hora peligrosa de las encrucijadas. En nuestro pastoreo sin límites íbamos recogiendo la sed y las ganas, las súplicas y los sollozos, el estiércol del dolor y los brotes de la esperanza, los ayes del amor y las desgarradas palabras doloridas, y preparábamos un ramillete color sangre para adornar con él el manto de la noche. Atravesábamos los distantes caminos, los más estrechos y tentadores, llegábamos a las fronteras de la resistencia del hombre, al fondo de su secreto, iluminándolo con las tinieblas de la noche, vislumbrábamos su suelo y sus raíces. El manto de la noche cubría toda la miseria y toda la grandeza, y la confundía en una sola humanidad, en una única esperanza. Conduciendo la noche apenas nacida en los muelles, palpitante pájaro del miedo, las alas aún mojadas por el mar, tan amenazada en su cuna de huérfana, entrábamos por las siete puertas de la ciudad con nuestras llaves personales e intransferibles, y les dábamos de comer y de beber, sangre vertida y vida bulliciosa, y ella crecía con nuestro cuidado y saber, hermosa de plata u ornada de luna. Se sentaba con nosotros en los cafetines más alegres, doncella de la negrura estrellada. Danzaba la falda en corro con su falda dorada de astros, requebrando las negras ancas africanas, los senos como ondas agitadas. Brincaba en el corro de la capoeira, sabía los golpes de los entendidos y hasta inventaba, embaucadora osada, burladora de las negras, noche juguetona. En la rueda de los iaôs era el orixá más aclamado, caballo de todos los santos, de Oxalufá con su cayado de plata, curvando Oxalá, de Iemanjá, partidora de peces, de Xangó, del rayo y la borrasca, de Oxóssis de los bosques mojados, de Omolu, con sus manos marcadas de viruelas, era Oxumaré, con los siete colores del iris, el dengue de Oxum y la guerrera Iansá, los ríos y las fuentes de Euá. Todos los colores y todas las cuentas, las hierbas de Ossani y sus mandingas, sus hechizos, sus brujerías de sombras y luminarias. Ya un poco bebida y excitada, entraba con nosotros en los burdeles más pobres, donde las viejas vivían su último tiempo de amor y las chiquillas recién llegadas del campo aprendían el difícil oficio de meretriz. Era una noche corrompida, no le bastaba un hombre solo, sabía de los más refinados placeres y de la desmedida violencia, su grito de amor henchía de música las calles esquinadas y los hombres se turnaban en su cuerpo donde restallaba el sexo a cada momento en las axilas y en los muslos, en la planta de los pies y en la raíz olorosa del pelo. Noche ramera, insaciable y dulce, dormíamos en su rosa velluda, terciopelo húmedo de rocío. Y qué trabajo nos daba llevarla hacia el mar, en los leves barquichuelos, con músicas y aguardiente. Escondidos en el manto llevaba

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Introducción a la novela Los pastores de la noche, del escritor brasileño Jorge Amado (1912-2001), publicada originalmente en 1964 y recién reeditada por Lumen. Traducción de Basilio Losada. Gentileza de Random House Mondadori.

las lluvias y los vientos. Y cuando más tranquila estaba la fiesta, serena de cantares, con gusto de sal y marejada las muchachas, soltaba los vientos y las tempestades. Se acaban los prados iluminados por la luna, aquel dulce pastorear de armónicas y violines, cálidos cuerpos en abandono, y se revolvían los abismos del mar cuando ella, enfurecida y ama loca del miedo y el misterio, hermana de la muerte, apagaba el brillo de la luna, las estrellas y las linternas de los barquichuelos. ¡Cuántas veces tuvimos que tomarla en nuestros brazos para que no se ahogara en el mar de Bahía y no quedase el mundo sin noche para siempre, eternamente, eternamente y para siempre día claro, hora solar sin amanecer ni anochecer, sin sombra, sin color y sin misterio, un mundo tan claro, imposible de mirar! ¡Cuántas veces tuvimos que amarrarla de manos y piernas, amarrarla a la puerta de los cafetines y al pie de la cama de Tibéria, puertas y ventanas atrancadas, para que ella, enojada y somnolienta, no fuera antes de hora dejando un tiempo vacío, ni noche ni día, un tiempo helado de agonía y muerte! Cuando llegaba en su cuna de crepúsculo, en el barco de una luna anticipada, en las franjas últimas del horizonte, era una pobre noche sin sentido, solitaria, ignorante, analfabeta de la vida, de los sentimientos y las emociones, de los colores y las alegrías, de las luchas de los hombres y de las caricias de las mujeres. Noche bronca, apenas negror y ausencia, inútil y basta. En nuestro pastorear sin límites, apacentándola por las ansias y ambiciones, por las amarguras y las carcajadas, por los sueños, celos y soledad de la ciudad, le dábamos sentido, la educábamos, hacíamos de aquella pequeña noche vacilante, tímida y vacía, la noche del hombre. Nosotros, sus machos y pastores, la preñábamos de vida. Construimos la noche con los materiales de la desesperación y el sueño. Ladrillos de amores nacientes o de pasiones marchitas, cemento de hambres e injusticias, barro de humillaciones y revueltas, cal de sueño y de la inexorable marcha del hombre. Cuando, apoyados en nuestros cayados, la conducíamos a los puertos de la aurora, era una noche maternal, senos henchidos, vientre fecundo, cálida noche consciente. Allí la dejábamos, al comienzo del mar, adormecida entre las flores de la madrugada, envuelta en su manto de poesía. Había llegado tosca y pobre, era ahora la noche del hombre. Volveríamos al próximo crepúsculo, infatigables. Los pastores de la noche, sin rumbo y sin calendario, sin reloj y sin meta. Abran la botella de aguardiente y denme un trago para entonar la voz. Cuánto ha cambiado desde entonces y cuánto ha de cambiar aún. Pero la noche de Bahía era la misma, hecha de plata y oro, de brisa y calor, perfumada de pitanga y jazmín. Tomábamos a la noche de la mano y le traíamos nuestros presentes. Peine para peinar sus cabellos, collar para ordenar sus hombros, pulseras y arracadas para adornar sus brazos, y cada carcajada, cada gemido, cada sollozo, cada grito, cada pesar, cada suspiro de amor. Cuento lo que sé porque lo he vivido, y no porque lo haya oído contar. Cuento sucesos verdaderos. Quien no quiera oírlos puede irse en buena hora, mi voz es simple y sin pretensiones. Pastoreábamos la noche como si fuese un rebaño de inquietudes vírgenes en la edad del hombre.


Editando a su enemigo enrique redel

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yndham Lewis, ese monstruo. Déjenme que les cuente. Últimamente me da la impresión de que me he especializado en publicar obras de los más notables enemigos públicos. Gente que cae mal a una parte razonable de la sociedad. Muy mal. Casi siempre por motivos espurios, superficiales… políticos (y por tanto necesariamente estúpidos): ahí tienen a Mircea Eliade, que cometió el pecado de adorar en su juventud a una figura de maldad mefistofélica, Nae Ionescu, que le sedujo de tal modo que acabó integrando la fatídica Guardia de Hierro (igual, por lo demás, que el resto de la intelectualidad rumana de entreguerras, sólo que muchos de ellos luego entonaron la consabida cantinela del pecado de juventud, algo que Eliade no hizo, y que pagó durante toda su vida); o a Boris Savinkov, nihilista ruso ilustrado, dandi irresistible, terrorista a jornada partida, que tan pronto hacía volar por los aires al gobernador general de Moscú, como seducía a la aristócrata revolucionaria que había fabricado la bomba; o a esa fuerza de la naturaleza literaria que es X. L. Méndez Ferrín, probablemente el mejor escritor español vivo, marxista convencido y al que no se le perdona que declare su verdad siempre que se le da la oportunidad de hacerlo (considerado por muchos el mejor escritor de la historia de la literatura gallega, pero que daría cien mil vueltas en materia de literatura castellana a más de un relamido académico). Pero, entre los monstruos, Wyndham Lewis se lleva la palma. Tanto que ya en vida fue conocido como “el Enemigo”, y a fe que se ganó el apelativo a pulso. Pintor de talento, narrador de genio, escritor considerado por T. S. Eliot como el mejor periodista de su generación (un dardo envenenado del bueno de Eliot), consagró su vida a remar contra corriente. De hecho, nació en un yate, en aguas de la provincia canadiense de Nueva Escocia. Sus padres eran ricos. Estudió en las mejores escuelas, y ya pronto se consagró como un animal polémico. En los albores de las vanguardias artísticas europeas, fue el creador de una de ellas, el Vorticismo. Su gestación fue de lo más singular. Coincidió en unos urinarios con Marinetti, el creador del Futurismo, que intentó convencerle de que se integrara en sus filas, con todos sus seguidores y adeptos. Él repuso que difícilmente podía adorar la velocidad y las máquinas, como los Futuristas, puesto que, siendo inglés, desde niño estaba rodeado de ellas, formaban parte de su propia identidad nacional. El órgano del Vorticismo, la revista Blast (que significa “Estallido”), fue publicada por primera vez antes de que comenzara la Gran Guerra, y lo convirtió en una celebridad. Lewis fue reclutado como artillero, y enviado al saliente de Ypres, escenario de una de las mayores carnicerías de la gue-

El editor de Impedimenta, Enrique Redel (1971), se refiere a al viejo debate sobre si el escritor, además de buen escritor, ha de ser buena persona. El texto es una de las entradas de su blog, elblogdeimpedimenta.blogspot.com, y también se incluye en la revista española Eñe.

rra. Según cuenta en Estallidos y bombardeos (Blasting and Bombardiering), piedra de toque de la filosofía vital y personal de Lewis, y un ácido resumen de sus andanzas bélico-literarias durante el período más fértil y raro de su vida, lo que era difícil era que te alcanzara un obús (cuesta creerlo). Más bien los oficiales como él se dedicaban a irse de borrachera, y a vilipendiar a los boches, puño en alto, por la invención de la guerra aérea (algo inmoral, decían los ingleses). Acabaría pidiendo el traslado al Batallón de Artistas canadiense, donde se dedicaría a pintar barcos de guerra para que pasasen desapercibidos. Lewis, escritor de genio, como digo, dedicaba además su tiempo libre a hacer trajecitos a sus compañeros de generación. No se salvó nadie de su escrutinio: James Joyce, T. S. Eliot, Ezra Pound, Augustus John, Lawrence de Arabia, Ronald Firbank, Edith Sitwell. El grupo de Bloomsbury en pleno fue motivo de sátira descarnada en su novela Los monos de Dios, que próximamente publicaremos en Impedimenta. Además, Lewis cometió el pecado nefando de dejarse seducir por ese otro Mefistófeles de los pueblos arios, Adolf Hitler, sobre el que publicó un panfleto de lo más laudatorio, titulado, muy oportunamente, Hitler (en una época en la que, paradójicamente, hasta el propio Churchill se sentía atraído fatalmente por el austriaco). Ésa sería su perdición. Calificado automáticamente por sus detractores (muchos de ellos damnificados por su pluma incisiva) como fascista de remate, fue demonizado y apartado del canon. Quien, con todo merecimiento fue el quinto Beatle de las letras inglesas de entreguerras (con Pound, Eliot, Joyce y Woolf), pasó a ser un apestado de las letras anglosajonas, poco traducido y menos editado. No sirvió de nada que, años después, denunciara su propio papanatismo ideológico (compartido con toda una generación de europeos papanatizados) en The Hitler Cult. No se le perdonó su independencia, ni su espíritu iconoclasta.

nota de editor

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Viaje visceral al corazón humano josé ignacio silva a.

• FICHA En Grand Central Station me senté y lloré Elizabeth Smart PERIFÉRICA, 2009, 160 páginas

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ontrariamente a muchos libros de similar hechura –la llamada prosa poética–, En Grand Central Station me senté y lloré, de la escritora canadiense Elizabeth Smart (1913-1986), es sencilla de definir. Es poesía, como la mejor. Y en ese sentido podemos ir más allá, pues tal como lo hace el poeta francés Saint John Perse, Elizabeth Smart plantea una épica, una épica del amor tormentoso, del amor imposible pero total, donde el desastre es parte armónica del plan, tal como las tragedias griegas (de hecho, el libro se divide en diez partes, que bien pueden ser rapsodias, tanto por lo épico, así como el eclecticismo al que la autora recurre). Y a partir de esto es posible tender puentes con otras épicas similares, íntimas y rotundas, como la de Madame Bovary, Mrs. Dalloway, Ana Karenina, hasta llegar a días más cercanos a los nuestros, en los que el cantante inglés Morrisey (tanto como solista como en su época en The Smiths) se vio influenciado por este libro a la hora de componer. El libro tiene uno de los mejores títulos de la historia de la literatura universal, inspirado en el Salmo 137, que sustituye los ríos de Babilonia por la estación de trenes más importante de Nueva York. La historia desde la cual arranca es manidamente sencilla, roza el arquetipo. Ambientada en los años 40, una mujer se enamora perdidamente de un hombre casado, y la imposibilidad de tenerlo entero para sí desata la devastación de un alma sumergida en un amor que es más potente incluso que la muerte. Con ese pie forzado surge este robusto poema en prosa, donde las imágenes están entonadas con un sorprendente esmero, y describen aquello que jalona un amor tan enérgico como imposible: la fatalidad, la estrella guía de esta historia y de la vida de Elizabeth Smart, quien constituyó uno de los vértices del triángulo amoroso que sostuvo con el poeta inglés y casado George Barker, de quien Smart se enamoró de forma definitiva en 1937, cuando entró a una librería londinense y leyó en un libro uno de sus poemas. La composición de En Grand Central Station me senté y lloré se remonta a inicios de la década de 1940, cuando Elizabeth Smart vivía en una colonia de escritores en Big Sur, California. Publicado por primera vez en 1945, la novela constituye un visceral viaje al corazón humano, al tiempo que articula el incomprensible calvario en el que se puede tornar el amor, todo con un lenguaje en el que cada oración, cada palabra están cargadas de una urgencia y una crudeza que hace que los sentidos del lector permanezcan sin descanso durante toda la lectura. En cada uno de los diez capítulos Smart va entregando sus revelaciones sobre el amor, y a medida que se recorre cada una de estas estaciones

es posible asistir al paulatino proceso en el que una vida se hace insoportable, instalando para ese ser enamorado sufriente como únicas perspectivas válidas la muerte o un alejamiento radical. Aún cuando Elizabeth Smart apunta alto con este libro –esto es, a borrar la trillada frontera entre literatura y vida– lo autobiográfico de la obra sí logra dejar en claro que la tragedia del amor es siempre personal, y es desde esa condición que la autora echa mano a la literatura para transformar su experiencia, para articular, con una honestidad ejemplar, la experiencia que Elizabeth Smart ansiaba vivir, y que terminó por padecer. Fiel al genuino derrotero del artista, Smart despliega, con encomiable valentía, un arsenal de herramientas para transformar el sinsentido del desamor en un objeto artístico parido desde los intersticios del dolor punzante, dotado de una imaginería deslumbrante, y que se conecta con Macbeth, los poemas de Rilke y el Cantar de los Cantares, entre otros textos. Entreteje a la vez un entramado que recoge el testimonio de la literatura de su época, heredera de obras como la de T. S. Eliot, donde los fragmentos, las referencias y la hipertextualidad conforman un mosaico que enuncia la miseria del desamor. Tal como en las tragedias griegas, la fatalidad, la devastación del corazón es inevitable. Escribe: “Yo no pude elegir. Para mí no hay cruce de caminos (…) ¿Cómo puedo hallar el alivio de los pájaros que día a día construyen su nido? La necesidad no me ofrece alas de terciopelo para salir volando. De veras estoy, y mortalmente, herida por las semillas del amor”. Con el tiempo En Grand Central Station me senté y lloré se transformó en un libro de culto y Elizabeth Smart en una misteriosa heroína, considerada un antecedente de escritores como Jack Kerouac, y eternizada como una mujer a quien su musa liberó y a la vez terminó por destruir.

reseña

José Ignacio Silva (Santiago, 1980) es periodista y crítico literario.

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Snuff tomás harris

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Tomás Harris es poeta y escritor, profesor de la escuela de Literatura de la Universidad Finis Terrae.

reseña

Cuaderno verde | Misha Stroj

a ópera prima de Alejandro Amenábar, Tesis (1996), fue la que llamó la atención sobre un subgénero cinematográfico más que heterodoxo, demencial, y que es el leit motiv que nos conduce por las imágenes más heterodoxas del cine en el libro de ensayos de Román Gubern, La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas (Anagrama). Desde un punto de vista formal, el snuff podría considerarse como la culminación de una modalidad icónica en permanente crescendo, la del cine de terror y el erótico, hasta sus manifestaciones más extremas, ya sean soft core o hard core. No es extraña y antojadiza esta mutua atracción, ya que sus orígenes los hallamos en la novela gótica del siglo XVIII, desde los textos libertinos del marqués de Sade hasta las cumbres de la novela negra, como El Monje de G. M. Lewis o Memoth, el errabundo de Maturin, en las cuales el pacto con el demonio unía ese modo narrativo que Tzvetan Todorov llamaría “extraño fantástico”, por la suspensión de la credibilidad producida en el lector, dando los extremos de crueldad y aberraciones sexuales en un marco de referencia donde la crueldad extrema invocaba a lo sobrenatural. Fue sin duda la novela gótica, y, sobre todos, el Divino Marqués, donde el horror actual y también la pornografía, ya sea literaria o gráfica, encuentran sus cimientes. En el hard core y el snuff el punto en común es el estatuto de “no ficción”, de documental sin nada que documentar, salvo que los coitos y las muertes, que en el caso del snuff ocurren verdaderamente, y la cámara sólo se limita a registrar. Leyenda o realidad fílmica, se comenzó a tener noticias del snuff en Nueva York a mediados de los 70, en los locales de la calle 42, donde el productor Alain Shanckleton recicló el filme de sexploitation, Slaughter o El ángel de la muerte, rodado en Argentina, que narraba las andanzas de un grupo de psicópatas tipo Charles Manson, al cual se le incluyeron escenas de una mujer asesinada a cuchilladas por un sujeto al que no se le ve el rostro y que viste una camiseta con el slogan “Vida es muerte”. Se le títuló Snuff y se lo distribuyó en 1974, con la publicidad “Filmado en Sudamérica donde la vida es barata”. El snuff sería entonces, para Gubern, el género necrofílico y sádico por excelencia, ya que implica la muerte real de la víctima, supuestamente mujeres reclutadas en países del tercer mundo, y no sólo en Sudamérica, sino también en países asiáticos y balcánicos, sin la más mínima trama, ni tampoco escenas de violación o sexo: sólo la muerte cruda y banal, como diría Hanna Arendt. “Todo iba muy rápido” –cita Sarah Finger, en un reportaje dedicado al subgénero, al periodista francés Martin Monestier, quien aseguró haber visto un snuff a principio de los 80, en la casa de un magnate de la mafia neoyorquina–, “las víctimas eran raptadas por hombres a los que sólo se les veía la espalda. Luego eran desnudadas rápidamente y asesinadas con arma blanca. El asesinato, que no era precedido de violación, era filmado muy de cerca sin ningún corte. Para el último plano, la cámara se alejaba del cadáver para filmarlo en plano general”. Román Gubern, en La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, plantea acertadamente que “si existe esta lucrativa oferta sádica es porque existe un mercado potencial para ella”. El asesinato real para satisfacer el placer erótico del voyerismo postmoderno y pre y post-mortem de la crueldad más insensata y banal. Sólo que subsiste la pregunta de la veracidad fáctica del snuff, dada la dificultad para incautar material de esta índole por su clandestinidad criminal y el mismo hecho de que para muchos es sólo una “leyenda urbana”. Algo así como el mito de los vampiros, que extrae su fuerza de que la opinión generalizada es que no existen. “El atractivo de las situaciones límites –concluye Gubern– sustenta la lógica pulsional del snuff, encarnación del fantasma supremo, saciado con el placer de contemplar cómo el cuerpo sometido por su verdugo manifiesta su humanidad al perderla, primero con la súplica desesperada y finalmente con su muerte. Se trata de un regreso posmoderno a los rituales del viejo Coliseo romano”.

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El destripador robert desnos

1920 se encontró en el barrio parisino de saint-denis el cadáver, brutalmente despedazado, de una mujer. el crimen, y su estreme-

ilustrados

a fines de la década de

cedor parecido con los cometidos años antes por

Jack el Destripador, despertaron la curiosidad del poeta y periodista robert desnos, quien decidió investigar a su vez la historia del legendario asesino de londres. estudió los detalles y las variaciones de cada uno de aquellos homicidios para una serie de nueve geniales artículos periodísticos que se publicaron en

1928, y que errata naturae ha editado

primorosamente, con traducción de irene antón e ilustraciones de david sánchez.

E

l 1 de diciembre de 1887 fue descubierto, en el miserable barrio londinense de Whitechapel, el cadáver de una mujer desconocida, asesinada y mutilada de forma salvaje. La investigación no reveló ni el nombre del criminal ni las circunstancias del asesinato. Pasaron siete meses y el caso había entrado ya en ese olvido profundo de los crímenes en los que la policía ha fracasado en su misión, cuando fue encontrada, el 7 de agosto de 1888, en el mismo barrio, una mujer asesinada, atrozmente desgarrada por treinta y nueve cuchilladas. La investigación, desde el principio, se enfrentó a tal misterio que no se dudó que el asesino escapara a la búsqueda y el dossier se guardó junto al primero, con el que aún no se establecía una correlación estrecha. El barrio de Whitechapel, que aún es uno de los más miserables de Londres, era, hace cuarenta años, el paisaje más romántico que pueda imaginarse. Las admirables descripciones que hace Eugène Sue, ese extraordinario escritor, de los barrios sórdidos de París, apenas proporcionan una idea del laberinto de calles, callejuelas, pasajes y patios que constituían por aquel entonces ese arrabal inglés. Thomas de Quincey, que en algunos pasajes de su tan seductora obra, ha hecho de él rápidas descripciones, traduce la atmósfera de ese lugar en el que los más miserables lisiados de Londres, aquéllos que, el domingo, dibujan con tiza en las aceras el retrato del príncipe de Gales y que, por la noche, se disputan con las ratas gigantes un refugio para dormir en los muelles del Támesis, se codeaban con las más lamentables prostitutas que una gran ciudad del mundo pueda ofrecer a la triste sensualidad de los sábados protestantes. Pero Jack el Destripador, que había esperado siete meses antes de cometer su segundo asesinato, no esperó más que veinticuatro días para cometer el tercero. El 31 de agosto de 1888, hacia las cuatro de una noche cálida en la que las estrellas impasibles resplande-

cían en el cielo, fue descubierto, tendido cuan largo era, sobre la espalda, con la ropa subida hasta la cabeza, el cadáver de una mujer. Una horrible herida en la garganta había abierto la laringe y la tráquea. Por el vientre rajado se escapaban los intestinos y el cuerpo entero estaba bañado en un inmenso charco de sangre. Según las constataciones médicas, así es como pudo ser cometido el crimen: A la mujer X… le gustaban la cerveza barata y el whiskey. Abusaba tanto de ellos que su marido, harto de vivir en un interior desordenado, había acabado por separarse de ella. En la noche del 30 al 31 de agosto, habiendo bebido como era su costumbre, volvía con dificultad a su domicilio, tropezándose con las paredes, sirviéndose de los mecheros de gas como de un apoyo pasajero y entablando con los transeúntes conversaciones incoherentes con ese tono triste de jovialidad propia de la borrachera inglesa. Erraba así desde hacía varias horas. Tal vez había pasado ya, sin reconocerla, delante de su casa. Completamente presa de los exigentes ensueños del alcohol, sin duda ya no pensaba siquiera en dormir. Fue entonces cuando encontró a ese peculiar paseante. Llevana un traje extraordinario para el barrio de Whitechapel y sólo la blancura de su corbata y su pechera agujereaba el negro impecable de su capa y su atavío. En su sombrero de seda y sus zapatos de charol, el fulgor vacilante de los faroles ponía reflejos fugitivos. Vivaracha, la mujer X… le dirigió la palabra. El desconocido no respondió y se le acercó. Ella atisbó un instante sus labios abiertos y del color de la sangre, y los dientes, extremadamente blancos. Sentimental, la borracha esperaba un beso. Pero su interlocutor la cogía ya por la garganta. Se dejó hacer y se derrumbó lentamente sobre la acera mientras Jack el Destripador se tendía sobre ella. hueders H | 29


CATÁLOGO agosto

2010

libros del asteroide

nórdica

Lo que arraiga en el hueso | Robertson Davies

En Nadar-dos-pájaros | Flann O'Brien

Amor en clima frío | Nancy Mitford

Los hermanos corsos | Alexander Dumas

El hombre del traje gris | Sloan Wilson

Cuentos fantásticos | Ludwig Tieck

Hogueras en la llanura | Shojei Oaka

La dama del perrito | Antón Chéjov

El maestro Juan Martínez que estaba allí | Manuel Chaves Nogales Retratos de Will | Anne Beattie

periférica

En lugar seguro | Wallace Stegner

Locuela | Carlos Labbé

Diario de un ama de casa desesperada | Sue Kaufman

Perú | Gordon Lish

Río fugitivo | Edmundo Paz Soldán

En Grand Central Station me senté y lloré | Elizabeth Smart

El tiempo de las cabras| Luan Starova

El agrio | Valérie Mréjen

La mesilla de noche | Edgar Tellez Riveiro

Crónica de un tiempo perdido | Giuseppe Cesare Abba

Suaves caen las palabras | Lalla Romano

Vidas erráticas | Gianni Celati

Las diez mil cosas | María Dermout

sequitur sexto piso

¿Ha muerto Shakespeare? | Mark Twain

Con la sangre despierta | Rey Rosa, Gumucio, Fresán et al

El secreto y las sociedades secretas | Georg Simmel

Curso de filosofía moral | Vladimir Jankélévitch

¿Es conveniente engañar al pueblo? | Condorcet

Diario de Oaxaca | Peter Kuper

El misterio de la creación artística | Stefan Zweig

El día antes de la felicidad | Erri de Luca

Lujo y capitalismo | Werner Sombart

La naturaleza ama esconderse | Giorgio Colli Las diabólicas | Barbey D'Aurevilly

impedimenta

Pizzería kamikaze | Edgar Keret

Un médico rural y otros pequeños relatos | Franz Kafka

Pieza única | Milorad Pavic

La novela del adolescente miope | Mircea Eliade

El viento ligero en Parma | Enrique Vila-Matas

Un hombre que duerme | Georges Perec

El médico divino | Karl Kerenyi

Para leer al anochecer | Charles Dickens

El loco impuro | Roberto Calasso

El jardín de los suplicios | Octave Mirbeau

errata naturae

alfabia

Pere Portabella | Rubén Hernández

Mosquitos | William Faulkner

Fuck America | Edgar Hilsenrath

Popism. The Warhol Sixties | Andy Warhol y Pat Hackett

El destripador | Robert Desnos

Nilda. El sol, la luna, las estrellas... | Junot Díaz

La escultura de sí. Por una moral estética | Michel Onfray La filosofía, otra vez | Alain Badiou

bordura

Diario del primer amor | Giacomo Leopardi

Batman en Chile | Enrique Lihn

El bibliómano ignorante | Luciano

En qué quedamos | Claudio Bertoni

Las bibliotecas de Dédalo | Enis Batur

Vírgenes de Chile| Erick Pohlhammer

Sueños | Franz Kafka Mal trago | Tennessee Williams

hueders La sociedad contra el Estado | Pierre Clastres

antonio machado

Compases al amanecer | Germán Marín

Ensayos y conferencias | Robert Musil Documentos de cultura, documentos de barbarie | Frederic Jameson Maneras trágicas de matar a una mujer | Nicole Loreaux La idea fija | Paul Valéry Las transformaciones de lo moderno | Hans R. Jauss Sobre el poder y la ideología | Noam Chomsky Remedio en el mal | Jan Starobinski Ensayos críticos acerca de literatura europea | E. Curtius Correspondencia | Paul Cézanne

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Ve el catálogo completo y los números anteriores de la revista Hueders en hueders.wordpress.com Encuentra la revista y los libros de Hueders en librerías Altamira, Antártica, Contrapunto (Huérfanos), Feria Chilena del Libro, Fondo de Cultura Económica, La ciudad letrada, Librería Francesa, Metales Pesados, Milaires, Prólogo, Prosa y Política, Qué Leo, Quimera, Takk, The Clinic, Ulises, UDP, UC, Usach, Universitaria.


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hueders

h

Libros ›

La sociedad contra el Estado de pierre clastres

Un gran libro de antropología política

Compases al amanecer de germán marín

El aplaudido conjunto de relatos del gran escritor chileno próximamente:

Póker, de al alvarez La mejor crónica sobre Las Vegas jamás escrita por un poeta inglés

H

Próximo número

revista h

#10 Octubre 2010

• Alain Badiou • William Faulkner • Antón Chéjov • Rodrigo Rey Rosa

Número especial Feria del Libro

hueders | libros: hueders@gmail com, hueders.wordpress.com México: Sexto Piso,

Tumbona | España: Periférica, Impedimenta, Nórdica, Gadir, Arcadia, Sequitur, Libros del Asteroide, Errata Naturae, Alfabia | Chile: Hueders, Bordura. En las mejores librerías.


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