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Adelantos + reseñas, entrevistas, poesía, etc. ~ Edición especial un año

Una publicación de editorial y distribuidora Hueders | Prohibida su venta | Ejemplar gratuito Año 2 - Número 6 | Noviembre de 2009

libros y lecturas

Sergio Bizzio Joe Brainard Samuel Butler Catulo Pierre Clastres Collingwood-Selby

Fogwill Julia Kristeva Flann O’Brien Pablo Oyarzún Violeta Parra Nicanor Parra

Erick Pohlhammer Philip Roth Arthur Schopenhauer Colm Tóibím manuel vicuña

Von Chamisso

The University Museum | The University of Tokyo

El deber de palabra Pierre Clastres La sociedad contra el Estado es un libro clásico y revolucionario de la antropología política contemporánea. su autor, pierre clastres (1934-1977) estudió intensamente a los indios de sudamérica y desde ellos postuló que existen sociedades con otras formas de ordenar y entender el poder y el lenguaje: son sociedades sin explotación ni dominio. este ensayo es uno de los once que componen ese libro, hoy inencontrable en castellano y que hueders lanzará próximamente, con la traducción del francés de ana pizarro, hecha a poco de aparecer en francés en 1974. Hablar es, antes que nada, poseer el deber de hablar. O mejor aún, el ejercicio del poder asegura la dominación de la palabra: sólo los amos pueden hablar. En cuanto a los súbditos, están destinados al silencio del respeto, de la veneración o del terror. Palabra y poder mantienen relaciones tales que el deseo de uno se realiza por la conquista del otro. Sea príncipe, déspota o jefe de Estado, el hombre del poder siempre es no solamente el hombre que habla, sino la única fuente legítima de la palabra: palabra empobrecida, palabra pobre, es cierto, pero rica en eficiencia, pues

ella tiene por nombre mando y no quiere más que la obediencia del ejecutante. Extremos inertes cada uno para sí mismo, poder y palabra sólo subsisten uno en el otro, cada uno de ellos es sustancia del otro, y la permanencia de su relación, aun cuando parece trascender la historia, nutre sin embargo el movimiento de ella: hay acontecimiento histórico cuando, abolido lo que los separa y por lo tanto los destina a la inexistencia, el poder y la palabra se establecen en el acto mismo del encuentro. Toda toma de poder es asimismo una adquisición de palabra.

#6 Noviembre 2009

{ Año II }


Naturalmente, esto concierne en primer lugar a las sociedades fundadas sobre la división amos-esclavos, señores-súbditos, dirigentes-ciudadanos, etc. La marca primordial de esta división, su lugar privilegiado de desarrollo, es el hecho macizo, irreductible, quizás irreversible, de un poder separado de la sociedad global, puesto que solamente algunos miembros lo poseen; de un poder que, separado de la sociedad, se ejerce sobre ella y, en caso necesario, contra ella. Lo que aquí se ha señalado es válido para el conjunto de las sociedades con Estado, desde los despotismos más arcaicos hasta los Estados totalitarios más modernos, pasando por las sociedades democráticas, cuyo aparato de Estado, no por liberal deja de constituirse en el dueño encubierto de la violencia legítima. Vecindad, buena vecindad de la palabra y del poder: he ahí lo que suena claramente en nuestros oídos acostumbrados desde hace mucho tiempo a escuchar esa palabra. Ahora bien, no puede desconocerse esta enseñanza decisiva de la etnología: el mundo salvaje de las tribus, el universo de las sociedades primitivas o incluso –y es lo mismo– de las sociedades sin Estado, ofrece extrañamente a nuestra reflexión esta alianza ya revelada, pero sólo para las sociedades con Estado, entre el poder y la palabra. Sobre la tribu reina su jefe y este reina igualmente sobre las palabras de la tribu. En otros términos, y muy particularmente en el caso de las sociedades primitivas americanas, el jefe –el hombre del poder– posee también el monopolio de la palabra. No es necesario, entre estos salvajes, preguntar quién es su jefe, sino más bien quién es el que habla entre ellos. Dueño de las palabras: es así como numerosos grupos denominan a su jefe. No se puede entonces, aparentemente, pensar el uno sin la otra, el poder y la palabra, ya que su vínculo, claramente meta-histórico, no es menos indisoluble en las sociedades primitivas que en las formaciones con Estado. Sería, sin embargo, poco riguroso limitarse a una determinación estructural de esta relación. En efecto, la ruptura radical que separa las sociedades, reales o posibles, según tengan o no Estado, esa ruptura no puede dejar indiferente el modo de relación existente entre el poder y la palabra. ¿Cómo se efectúa esta relación en las sociedades sin Estado? El ejemplo de las tribus indígenas nos lo enseña. Una diferencia, la más aparente y a la vez la más profunda, se revela en la conjugación de la palabra y del poder: si en las sociedades con Estado la palabra es el derecho del poder, en las sociedades sin Estado, por el contrario, la palabra es el deber del poder. O para decirlo de otra forma, las sociedades indígenas no reconocen al jefe el derecho de la palabra porque es el jefe: ellas exigen del hombre destinado a ser jefe que pruebe su dominio sobre las palabras. Hablar es para el jefe una obligación imperativa, la tribu quiere escucharlo: un jefe silencioso no puede seguir siendo un jefe. Y no nos equivoquemos. No se trata aquí del gusto, tan grande entre muchos salvajes, por los discursos hermosos, por el talento oratorio, por la palabra bella. No se trata aquí de estética, sino de política. En la obligación que se hace asumir al jefe de constituirse en el hombre de la palabra, se revela en efecto toda la filosofía política de la sociedad primitiva. Allí se despliega el espacio verdadero en el cual se sitúa el poder. Espacio que no es el que podría pensarse en un primer momento. Y la naturaleza de este discurso, por cuya repetición la tribu vela escrupulosamente, es la naturaleza de esta palabra capitana lo que nos indica el lugar real del poder. ¿Qué dice el jefe? ¿Qué es una palabra de jefe? Es, primeramente, un acto ritualizado. Casi siempre el líder se dirige cotidianamente al grupo, al alba o al crepúsculo. Recostado en su hamaca o sentado cerca de su fogata, pronuncia con voz potente el discurso esperado, y su voz, ciertamente, necesita fuerza para lograr hacerse oír. No hay ningún recogimiento, en efecto, cuando el jefe habla, nada de silencio, cada uno continúa tranquilamente, como si nada sucediese, dedicado a sus ocupaciones. La palabra del jefe no es dicha para ser escuchada. 2 | H hueders

Paradoja: nadie presta atención al discurso del jefe. O más bien, se finge desatención. Si el jefe debe, como tal, someterse a la obligación de hablar para la gente a la cual se dirige, es suficiente con aparentar no escucharlo. Y, en un sentido, ellos no pierden, si así se puede decir, nada. ¿Por qué? Porque, literalmente, el jefe no dice, prolijamente, nada. Su discurso consiste, en lo esencial, en una celebración, frecuentemente repetida, de las normas de vida tradicionales: “Nuestros abuelos se encontraron bien al vivir en la forma que vivían. Sigamos su ejemplo y, de esta manera, llevaremos juntos una existencia apacible”. He aquí, más o menos, a lo que se reduce un discurso de jefe. Se comprende entonces que él no preocupe mayormente a aquellos para quienes está destinado. ¿Qué quiere decir hablar en este caso? ¿Por qué el jefe de la tribu debe hablar precisamente para no decir nada? ¿A qué necesidad de la sociedad primitiva responde esta palabra vacía que emana del lugar aparente del poder? Vacío, el discurso del jefe lo es porque justamente no es discurso de poder: el jefe está separado de la palabra porque está separado del poder. En la sociedad primitiva, en la sociedad sin Estado, no es del lado del jefe que se encuentra el poder: de esto se desprende que su palabra no puede ser palabra de poder, de autoridad, de mando. Una orden: he ahí precisamente lo que el jefe no podría dar, he ahí precisamente el tipo de plenitud negado a su palabra. Más allá del rechazo de obediencia que no dejaría de provocar una tentativa tal por parte de un jefe olvidadizo de su deber, no tardaría en plantearse el rechazo a su reconocimiento. Al jefe lo suficientemente loco como para pensar, no tanto en el abuso de un poder que no posee, sino en el uso mismo del poder, al jefe que quiere hacer de jefe, se le abandona: la sociedad primitiva es el lugar del rechazo de un poder separado, porque ella misma, y no el jefe, es el lugar real del poder. La sociedad primitiva sabe, por naturaleza, que la violencia es la esencia del poder. En este saber se arraiga la preocupación de mantener constantemente separado uno de otro, el poder y la institución, el mando y el jefe. Y es el campo mismo de la palabra lo que asegura la demarcación y traza la línea de separación. Constriñendo al jefe a moverse sólo en el elemento de la palabra, vale decir en el extremo opuesto al de la violencia, la tribu se asegura de que todas las cosas permanecen en su lugar, que el eje del poder se repliega sobre el exclusivo cuerpo de la sociedad y que ningún desplazamiento de fuerzas vendrá a subvertir el orden social. El deber de palabra del jefe, ese flujo constante de palabra vacía que él debe a la tribu, es su deuda infinita, la garantía que prohíbe al hombre de palabra convertirse en hombre de poder.

* Texto inicialmente aparecido en la Nouvelle Revue de Psychanalyse (8, otoño 1973).


indice

Me acuerdo ~ Joe Brainard | 5 ensayo: Pájaros y filosofía ~ Pablo Oyarzún | 6›7 archivo: Dos cartas ~ Violeta Parra | 8 narrativa: Un guión para Artkino ~ Fogwil | 9 diez libros: Matías Rivas | 10›11 poesía: Lloraría ~ Sergio Bizzio | 12 poesía: El soneto chileno, selección de Juan Cristóbal Romero. Nicanor Parra | 13›14 entrevista: Erick Pohlhammer por Claudia Donoso | 15 poesía: Catulo, traducción de Leonardo Sanhueza | 16›18 entrevista: Julia Kristeva por Geer Groot | 19›20 clásicos: Los dolores del mundo ~ Arthur Schopenhauer | 21›23 ensayo: Samuel Beckett en Dublín ~ Colm Tóibím | 24›25 clásicos: Darwin entre las máquinas ~ Samuel Buttler | 26 historia: Un juez en los infiernos ~ Manuel Vicuña | 27 reseña: Alfredo Jocelyn-Holt por Joaquín Trujillo | 28›29 arte: El filo fotográfico de la historia~ Elizabeth Collingwood-Selby | 30 narrativa: Los hechos ~ Philip Roth | 31 La vida dura ~ Flann O’Brien | 33 reseña: Leonard Woolf por Andrea Kottow | 35 figura: Von Chamisso por Gonzalo Maier | 36›37 ilustrados: La maravillosa historia de Peter Schlemihl | 38 catálogo 4

narrativa:

imágenes > Paul K. Paul K. vive en Sydney, Australia, no es artista y prefiere mantener su anonimato. Se ha dedicado a recopilar ilustraciones raras, “materia oscura” que encuentra en la web y en otras fuentes, y que puntualmente investiga, explica y sube a su blog BibliOdyssey, donde se reúne una suerte de enciclopedia universal de ilustraciones, desde la Antigüedad hasta estos tiempos, con valiosa información y links a sitios bibliográficos. Con este sorprendente catastro, que hoy tiene más de 700 entradas, se publicó el 2007 el libro BibliOdyssey: Amazing Archival Images from the Internet, editado por el sello inglés Fuel y con prólogo del artista Dinos Chapman.

Paul K. | BibliOdyssey

Agradecemos la gentileza de Paul K. Más información en BibliOdyssey.blogspot.com

H | Hueders, libros y lecturas editora: Marcela Fuentealba ~ arte y diseño: Inés Picchetti ~ consejo editorial: Rafael López, Dorotea López, Emiliano Monge, Eduardo Rabasa ~ asistente: Alonso Castillo ~ ventas: Ximena Ormazábal. H | Hueders es una publicación editada en conjunto con SP Revista de Libros, Editorial Sexto Piso, México. Dirección: Rosal 349 depto. B, Santiago, Chile. hueders@gmail.com ~ hueders.wordpress.com ~ Impreso en Gráfica Andes. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida, mediante cualquier sistema, sin la autorización expresa de Hueders. Agradecemos a Guillermo Weschler. hueders H | 3


narrativa

Me acuerdo Joe Brainard el artista y escritor norteamericano joe brainard fue autor de una prolífica y diversa obra. en 1970 escribió un título inclasificable,

Me acuerdo, que fue considerado excepcional. está compuesto de más de mil «me acuerdo», seguidas de recuerdos de su vida, en los que traslucen una fina percepción y sensibilidad. georges perec escribió en 1978 un libro como el de brainard, Je me souviens, dedicado a joe. Me acuerdo es tanto una mirada a lo más íntimo como un retrato de la cultura y el imaginario popular de estados unidos a mediados del siglo xx. oraciones que comienzan simplemente con las palabras

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e acuerdo de tener amigables charlas con Dios todas las noches y de quedarme dormido antes de decir «Amén». Me acuerdo del gran amor femenino de mi vida. Aunque teníamos la misma edad ella era demasiado mayor y yo demasiado joven. Se llamaba Marilyn Mounts. Tenía un cuello pequeño que parecía de una fragilidad extrema. Era un cuello fino y largo pero suave. Parecía que se iba a romper en cualquier momento. Me acuerdo de las pastillitas Sen-Sen: pequeños cuadrados negros que sabían como a jabón. Me acuerdo de esa pequeña sacudida que das justo antes de quedarte dormido. Como cayéndote. Me acuerdo de que conseguí una beca en la escuela de Bellas Artes de Dayton (Ohio), y de que no me gustó, pero, como no quería herir sus sentimientos yéndome sin más, les dije que mi padre se estaba muriendo de cáncer. Me acuerdo de la feria de arte de Dayton (Ohio); era en un parque y me hicieron poner boca abajo todos mis autorretratos de desnudos. Me acuerdo de una señora de mediana edad que regentaba una tienda de antigüedades en el Village. Me preguntó si podía ir a arreglarle el baño por la noche pero no me dijo qué le pasaba exactamente. Le dije que sí porque siempre me ha costado mucho decir que no. Pero la noche en que iba a ir, al final no fui. La tienda de antigüedades ya no está allí. Me acuerdo de lo decepcionante que fue acostarme con uno de los chicos más guapos que he conocido en mi vida. Me acuerdo de estar saltando en el porche delantero y caer de cabeza contra el pico de un ladrillo. Me acuerdo de no ver más que borbotones de sangre roja. Es una de las primeras cosas que recuerdo. Y tengo una cicatriz que lo atestigua. Me acuerdo del pan blanco, y de quitarle la corteza y hacer una bola con la parte de en medio y después comérmela. Me acuerdo de las pelotillas de los dedos de los pies. Nunca me las comí pero me acuerdo de niños que lo hacían. Sí que me acuerdo de haber comido mocos. No estaban nada mal. Me acuerdo de los palominos. Me acuerdo de los círculos alrededor del cuello. (Suciedad.) Me acuerdo de pensar que mear y tirar de la cisterna era un gran derroche. Me acuerdo de que pensaba que probablemente la orina era buena para algo y que si alguien lograba descubrir para qué el que lo descubriese se haría de oro. Me acuerdo de pasar demasiado tiempo en la bañera y de lo arrugados que se te quedan los dedos. Me acuerdo de «esa» sensación cuando te limpias el ombligo. Me acuerdo de derramar un vaso de agua (yo era una fuente) en una 4 | H hueders

producción musical de porche delantero de «Strolling Through the Park One Day». Me acuerdo de atar dos bicis para una producción musical de «Bicycle Built for Two». Me acuerdo de una tienda que pusimos donde vendíamos cosas que comprábamos en la tienda de diez centavos y que luego revendíamos por uno o dos peniques más. Con ese dinero volvíamos a comprar más cosas. Etc. Al final nos sacamos varios dólares limpios. Me acuerdo de pagar diez centavos y que me diesen una amapola de papel rojo hecha por gente en silla de ruedas. Me acuerdo de unas pequeñas plumas rojas. Era algo de la Cruz Roja, creo. Me acuerdo de montar la tienda de campaña en el porche delantero en días de lluvia. Me acuerdo de querer dormir en el patio de atrás y de que se riesen de mí diciendo que no iba a aguantar la noche entera y de, al final, dormir fuera y no aguantar la noche entera. Me acuerdo de una historia de mi madre encontrando una rata en la cara de mi hermano mientras dormía. Antes de nacer yo. Me acuerdo de una historia sobre que cuando era muy pequeño cogí unas tijeras y me corté todos los rizos porque un niño que vivía al final de la calle me dijo que los rizos eran de mariquita. Me acuerdo de que cuando era muy pequeño decía «tilín tilín» cada vez que veía pasar a una pelirroja porque a mi padre le gustaban las pelirrojas y siempre nos carcajeábamos. Me acuerdo de que la actriz favorita de mi madre era June Allyson. Me acuerdo de que la actriz favorita de mi padre era Rita Hayworth. Me acuerdo de hacer de San José en un belén viviente (pero que no se movía) instalado en un parque. Tenías que estar allí plantado media hora hasta que venía otro San José a relevarte y, mientras esperabas a que te tocase otra vez, te daban una taza de chocolate caliente. Me acuerdo de cuando hice un cuestionario en el colegio para saber qué instrumento musical me sentaba más. Me dijeron que era el clarinete así que me compré un clarinete y tomé clases, pero era tan malo que tuve que dejarlo. Me acuerdo de intentar convencer a Ron Padgett de que yo ya no creía en Dios pero él no me creía. Estábamos en la parte de atrás de un camión. No recuerdo por qué. Me acuerdo de comprar cosas que eran muy caras porque no me gustaba preguntar el precio de las cosas. Me acuerdo de un espeluznante trabajo en el que tenía que limpiar la consulta de un dentista cuando todo el mundo se había ido a casa. Tenía mi propia llave. La única parte que me gustaba era colocar bien las revistas de la sala de espera. Lo dejaba para lo último.


ensayo

Agradecemos la gentileza del autor.

Pájaros y filosofía Pablo Oyarzún este texto tiene también otro título: es el preámbulo de

Breve lectura de la muerte del arte según Hegel, según Poe, proyecto de largo aliento y aún inconcluso del filósofo y escritor chileno pablo oyarzún; sólo hemos visto publicada la última parte, Entre Celan y Heidegger. el decano de artes de la universidad de chile, autor de una extensa obra sobre artes visuales, filosofía y literatura –o sobre las tres intensamente relacionadas–, publicó recientemente el libro de ensayos La letra volada (udp). este fragmento inédito está fechado en 1994 y habla de la escritura como desvío.

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con el cual traté de sugerirte eso que, en la consideración misma, me pareció ser la consideración. En ese símil lo que más me importa, de primer intento al menos, es la mención del negro cielo, de un cielo sin estrellas, o más bien de un cielo cuyas estrellas posibles no podemos ver, o todavía –y más exactamente– unas estrellas que en el instante mismo de verlas –es decir, de poder verlas– nos ciegan: por eso el símil de los astros (que no son astros) como púas y puntas destellantes de púas cegadoras. Literalmente: cielo del desastre sería el cielo de las púas. Nos ciegan, digo, y este “nosotros”, no somos, ciertamente, nosotros, sino “nosotros, los poetas”. Porque ésta es la condición del poeta: su decir surge de la ceguera, de esta ceguera que, por decir así, secretamente pernocta en la consideración y, desde dentro de ella misma, la desvía. De ahí que el poeta sólo pueda, que por eso mismo sólo deba hablar en símil: sus palabras son estelas. ...Sus palabras son estelas... ¿No habría, entonces, un ver las estrellas para el poeta? ¿O sólo puede haber un volver a verlas: “E quindi uscimo a riveder le stelle”? Sí, pero, entonces, ese volver sólo sucede sin precedente, por primera, por única vez. ¿Ves? ¿Cuándo?, me preguntas. No hay medida de ese cuando. Sobreviene por lo bajo, subrepticiamente. Ocurre –como la ocurrencia misma– en el desvío, en el “como”. Lo invisto, lo que has visto pero nunca ves, aquello que te cegó, desde un cuando inmemorial, que no obstante sobreviene, que por eso mismo siempre es –por siempre– venidero, es –ahora– sólo símil, estela de la consideración, su doble mudo y negro, el desvío que salta y sobresalta. Bien lo sabes: escribir es desviarse, tejer símiles de estrellas, dejar estelas, dejar y nada más –nunca más–, nada –y nunca– más que el dejo y el desvío, el doble y el desdoble de la consideración: su desastre.

Paul K. | BibliOdyssey

l cuervo es mi ave favorita. Como ninguna otra cosa en el mundo, concentra en sí, del mundo, toda la melancolía, es decir, todo el humor negro. Esta equivalencia –el surrealismo estuvo muy al tanto de ella, y ciertamente el cuervo lleva unos aires de ave surrealista, pero la verdad es que el romanticismo supo, a su respecto, todo lo sabible–, digo que esta equivalencia no sólo tiene un asidero etimológico. Se explica asimismo porque el humor negro no es otra cosa que la melancolía considerada como erizo. ¿Qué? Iba a escribir “erizada”. Fui desviado por una consideración fugaz, por un reojo disparado sin intento y sin aviso al vasto hueco sideral, negro como ala de cuervo, especie de apóblepsis que, empero, no se clava en idea alguna, pues no encuentra ninguna en que fijarse, como no sean astros que no son astros, sino púas destellantes, puntas afiladas de púas que en su insensato destello ciegan. Esa fugaz consideración, que desvió el “erizada” hacia el erizo, me impuso hablar más bien en símil –diciendo “como”–, antes que atribuirle a la melancolía una voluntad de autodefensa, de protección bélica. Según el símil, la melancolía se expone, en la negrura de su humor, como un erizo. En este caso, exponerse es menos exhibirse –con aparato de provocación o, si se quiere, de contraataque– que enseñar sin reservas la propia, entrañable fragilidad. Sería el caso del erizo. Lo cual me lleva a otras inmediatas consideraciones, que seguramente estuvieron en la base de aquella fugaz. Puede parecer que éstas se desvían del motivo ornitológico apenas insinuado, hacia la figurilla de un mamífero patético y precario, chatamente terráqueo, el cual acaso acabe por mostrar alguna inopinada conexión con el reino marino de los moluscos. Lo que en todo caso estará constantemente en el filo (de la lengua) es la cuestión de la poesía. Lo que estará también, entonces, en el vilo de la consideración es la poesía: la poesía misma. En efecto, no sólo me interesa considerar el desvío del atributo al símil –esa especie de salto, de vuelo quebrado (de la lengua o del pensamiento)–, sino también y ante todo (pero este “ante”, pero este “antes” sólo he podido advertirlo después), ante todo esto otro: ¿qué me hizo enfatizar la palabra “consideración”? ¿Qué doble de aquella primera y fugaz, qué consideración todavía más fugaz, y anterior, me desvió en el instante mismo de escribir la palabra “consideración”, es decir, desvió la palabra infligiéndole esa inclinación de lo cursivo que señaliza un cierto apremio? ¿No acaso la poesía misma, es decir, la poesía como consideración? ¿Qué? ¿Qué dices? ¿Qué es eso que dices? Eso que digo, creo, lo podrás entrever –y aquí, supongo, todo lo que podemos es atinar a lo entrevisto, a ese “eso” en que permanecen suspendidos, iguales e inconmensurables, el “mismo” y el “como”–, podrás entreverlo quizás por la explicación que me apresuré a dar, o, si prefieres, por el símil

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archivo

Dos cartas Violeta Parra el 4 de octubre se cumplieron

92 años del nacimiento de violeta parra –su hermano nicanor celebró 95 el 5

de septiembre–, y en esos días apareció la reedición del Libro mayor de Violeta Parra, que armó su hija isabel y

publicó el año 85 en madrid, hasta ahora inédito en chile. contiene sus cartas y un buen catálogo de todas su

obra, además de documentos y fotos de sus presentaciones. la nueva edición de cuarto propio (que celebra sus

25 años) agrega algunas reproducciones de su obra plástica y otras fotos de familia. A Nicanor Parra (junio 1963) Amigo hermano: Cuando más triste me hallaba, se me presenta el cartero trayéndome una misiva, que tomo por alimento al divisar tu retrato, las aguas se me cayeron de las pestañas al rostro, del rostro al vestido negro. Como noticia mayor me dices de que mi madre goza de buena salud y teje sus miriñaques. Rabia me da que se caigan mis dos hermanos al vino pero merece un perdón el que ha escogido el oficio de constructor de guitarras en un cartier de bandidos. Como guitarra quisiera que me levanten mi casa y que una mano muy grande se asome por la mañana igual como nace el sol, en Chile cada mañana y al reventarse la aurora con cueca me despertara ¡cómo vendrían los pájaros a sacudirse las alas! cuando las cuerdas chillaran al son de la cueca larga ¡cómo doblaran su cuello las flores para escucharla! el viento sería el único, quien sus clavijas templara y no osaría la lluvia a importunar con sus lágrimas. Si yo regreso en septiembre, es que me falta el dieciocho pero alcanzamos a vernos si tú vienes en agosto te espero en el Luxemburgo, a la sombrita de un olmo. Claro que vuelvo con todos mis brotecitos al hombro maldita madre sería si los dejara tan solos ya ves lo que me pasó el año cincuenta y ocho falta una flor en el ramo, se la llevó la corriente y ahora la macetita la cuidaré hasta la muerte el árbol se ve bonito con todas sus hojas verdes. Si alguna duda te queda, pregúntale a un afuerino porque es un roto que tiene todo anotado en sus libros la hora la ve en el sol, y cuando ve un remolino dice que no anda muy lejos, el diablo con su quejido jugando al naipe te saca los cuatro reyes al hilo con la guitarra en la mano se le retiran los fríos y con el corvo en la diestra no queda nadie en la pista ni beato ni general, ni rico ni derechista ni funcionario, ni paco, ni flojo, ni evangelista. Con la primera paloma te mandaré una encomienda con veinticinco ejemplares debajo de sus aletas levanto bandera roja para que siga la fiesta que se arme una larga cola, pa comulgar con poemas que aquí va la hostia sagrada que ofrece el antipoeta. Saludo primeramente a don Enrique Moletto por sus hermosas palabras, sonoras como los truenos el día lo paso en cama, me falta medio silencio y en agua se está trocando la médula de mis huesos 6 | H hueders

por eso es que no se escucha el retumbar de tus versos pero una amiga me dijo que frente a frente al correo sentado y con libro en mano, un suizo te estaba leyendo. Entonces quiere decir que ya me siento en remedio con la Panchita de blanco que aprende a cuidar enfermos bien me decía mi madre cuando me veía llorosa, no hay que perder la esperanza habiendo sal y cebolla. Para la pena no hay nada mejor que una buena sopa y una ojeadita serena en el umbral de la loma. Segundamente saludo, con una copa hasta el tope de tinto de San Javier, recién sacado del cofre al honorable cantor de los cantores mayores Enrique Lihn afamado con todos sus reventones y al diario donde uno puede desahogar sus dolores pañuelo de cuanto llanto de agolpa por nuestros ojos y pecho cálido y firme en donde apoyar nuestro rostro como papá que nos cuida de los helados inviernos que nos descarga la vida con sus injustos descuentos de música y de aire puro al cual tenemos derecho el Siglo es como la mano que ayuda a mirar al ciego como un rebozo del sur para abrigarnos el cuerpo si hoy día corre su voz sobre un papel deshonesto mañana tendremos pulpa del mejor árbol chileno cuando me entreguen el bosque sembrado por los obreros. Y cosechado por otros sin ley ni merecimiento. ¿Qué dijo la madre mía de mi recado anterior? En ella puse triguito, ¿o se lo diste a un gorrión? quiero saber su destino y el resultado que dio anda y reclama respuesta jilguerillo volador. Pena me da rematar mi carta sin dirigirle unos humilde cogollos a mis amigos gentiles no he nombrar a ninguno por no caer en pecado a todos los pondré juntos en este sobre sellado. Ramito de manzanilla p’al que pregunte por mí y de cuatro hojas el trébol p’al que me ayude a sentir las penas que estoy pasando tan lejos de Tucapel tan lejos de don Emilio, de don Angulo y Gabriel. ¿Qué estará haciendo –pregunto– la Carmen Rosa en Chillán habrá tenido este invierno con qué amasar su pan? La Rosa Lorca en Barrancas, ¿conserva su corazón? le zapateaba en el pecho cuando le dije mi adiós. Así salía en la noche de luna o de oscuridad a recibir una vida, mientras otra se nos va. Treinta cuecas de Lastenia me deletreó sin parar y doña Merche en un arpa sus manos echó a rodar tengo grabada su imagen, jamás la podré olvidar.


Paul K. | BibliOdyssey

Se me murió doña Elena en la miseria mayor junto con ella el canario, más amarillo y cantor de hambre se mueren las reinas que cantan de norte a sur llorando está el alma mía por no tener un almud donde medir justamente lo grande de su dolor lo injusto del universo, cuando le niega su sol. ¿Sabe alguien que la Rosita del fundo de Juan Estay a los ochenta cumplidos, está obligada a ordeñar? y en el barrial más inmundo debe la leche blanquiar. Don Reyes entrego su alma, al medio de Pudahuel a pan y agua estuvo meses hasta que un día se fue lo voy llorando lo mismo que se hubiera muerto ayer a él se deben las décimas del mundo… al revés y si uno reclaman dicen, que no tiene educación la tratan de todos modos, la apuntan con un cañón así una vez en el puerto mataron a Anabalón lo mismo que en la Coruña, el Soldado y Concepción lograron hacer silencio a punta de munición la ley es la Celestina, y el código es el cabrón.

Gentileza de editorial Cuarto Propio.

A Gilbert Favre (Sin fecha, 1963) Gilbert gringo: Toda la semana espere tu respuesta, pero me parece que tú estás economizando letras y tinta. Como yo no estoy economizando nada, te escribo de nuevo. La ola de tristeza ya está muy lejos. Ya no me importa nada de nada. Cuando llega el trabajo, llega también la alegría. ¡Qué maravilla es el trabajo! La fuerza me crece y la vida me parece más bella. Me llegó una invitación de una importante galería de Lausanne para exponer el 30 de octubre. Me dan todo tipo de ventajas. Acepto encantada. Significa que tengo que ir a Lausanne. Cerca de Geneve, la tierra del gringo. La Chabela está muy triste, porque dice que tú le prometiste venir a filmar su pieza de teatro. Sólo queda una semana de actuación y ella no va a tener su recuerdo. Yo le dije que no hay que creer promesas de hombre, que todos son una plasta. Fíjate que yo tengo un hombre que no se preocupa para nada de mí. Si yo me reviento… me reviento pues. Por suerte que tengo la buena costumbre de curar yo misma mis heridas, de lo contrario tendría que andar buscando doctores para el corazón y también para lo demás. La familia Parra se va para Chile pronto. Están haciendo sus trámites. El asunto va bien. Recibí carta de Nicanor con mucha noticia. A Ángel le va regio en Chile. Me parece que tú estabas haciendo un documental de una señora que expuso en el Palacio del Louvre. Una película corta creo. También creo que estabas arreglando una carta de la misma señora. Pero a lo mejor yo me equivoco. A lo mejor es pura idea mía. Yo no estoy muy segura. Alguien parece que vino con una maquinaria. No me acuerdo muy bien y se fue una mañana cuando yo estaba durmiendo. Me parece que me besó la cara o bien he soñado todo eso, porque si realmente hubiera ocurrido, yo habría recibido la guitarra o la película. Debe ser todo pura idea. Pero me gustaría que tú me ayudaras a aclarar este problema. ¿Crees tú que existe tal guitarra y tal film? ¿Crees tú que ha venido alguien con una máquina muy linda por aquí? Era un caballero que tenía mucho sueño. Parece que era rubio. Sí. Ahora veo. Era completamente sin pelo. Tenía tres o cuatro. ¡Qué otro detalle, qué otro detalle! ¡Ah! Se lavaba los pies todas las noches. Y le gustaba el salami con vino y pan. Todo esto tiene que ser cierto, porque cómo voy a estar inventando o soñando guitarras con salami, pantalones con rubio adentro, que se lava los pies. Seguramente que este caballero debe andar por alguna parte. Total, salami hay en todas partes. Y agua para lavarse los pies también. Lo que no comprendo es por qué se pone pantalones, para decirme que va a arreglar una guitarra, porque la guitarra puede arreglarla perfectamente sin pantalones.

Así es la vida, exactamente como va escrita en esta carta. Una pelotera que no la entiende nadie. El chico Bravo está en París. No lo he visto todavía. Y un caballero con una guitarra me besó en la cara una mañana. ¿Cómo te va Gilbert? Qué distintos son los hombres con una máquina en la mano. ¿Te acuerdas en Chile de una folklorista que conociste una noche cualquiera? Total, un clarinete adentro de un cajón y una mentira que vuela como una mariposa que vuela alrededor de la luz. Eso es, un pantalón y cuatro pelos de un gringo que me dijo adiós cuando yo estaba medio dormida. Eso me pasa por poner el oído cuando una voz dice una palabra linda. Aquí estoy ahora tratando de recordar si este clarinete pertenece a un ser de este mundo o del otro. Si los pantalones, si la guitarra, si el salami, si los cuatro pelos, si… Y además aquí hay un clarinete. Nadie toca aquí clarinete. Sin embargo aquí está acostadito tranquilito en un cajón. No entiendo nada. Si tú lo ves por ahí a ese caballero que se lava los pies todas las noches, dile que los pantalones, el salami y el vino y la guitarra y el clarinete. Y que bueno pues. Que todo es muy claro a pesar del beso en la cara. La familia Parra se va a Chile pronto. Tengo que ir a Lausanne cerca de Genève. Posiblemente traslade la exposición a la galería Difar en la Vielle Ville. La familia Parra se va a Chile prontito. Yo me llamo Violeta Parra, pero no estoy muy segura. Sólo que el clarinete está aquí delante de mis ojos. A lo mejor toca solo. Voy a verlo. Su madera es suave. Como es suave la piel de un tipo que dormía a mi lado y se lavaba los pies. ¿Es posible que un hombre se transforme en clarinete? Vuelvo a fines de septiembre para mi exposición en Lausanne. Ven a buscar tu clarinete. Tráeme mi guitarra. Quiero despedirme de ti. Se va la familia Parra. Aquí hay una botella de vino y pan y salami y también hay una mujer muy fea, muy chiquitita, muy llorona, que no sabe nada de la vida, que no entiende nada, que no sabe de dónde le viene tanto golpe duro. Aquí está llorando porque no sabe qué pasa ahí afuera. Violeta Parra hueders H | 7


narrativa

La misión Fogwill Los pichiciegos, Help a él y otras novelas y cuentos excelentes, fogwill escribió entre 1977 y 78 la sátira Un guión para Artkino, en la que fabula una argentina comunista en los años 90 y a él mismo como despreciable autor de un guión para la gran película socialista de su tiempo. aquí presentamos el comienzo, una hilarante vindicación de borges como autor del pueblo secuestrado por la oligarquía. autor de

Tengo cincuenta y cuatro años. He llegado a mi madurez como escritor y como hombre y sé que no me quedan muchos años de vida productiva. Una década, tal vez un par de décadas y ya no podré dar a la literatura las energías que, sin pausa, he vertido sobre ella durante treinta años. Recién entonces descansaré. Después llegará la muerte como un suave remanso, una recompensa más sumada a la alegría de haber vivido al amanecer socialista de mi querida patria. Yo sólo espero que antes que todo concluya podamos festejar la hora en que la Gran Alborada Roja del Socialismo ilumine todos los pueblos de la Tierra. Cada hombre tiene su paladín, su referencia e ideal de emulación. La mayoría de los escritores de mi patria, cuando buscamos un modelo, no podemos sino apuntar la figura de Borges, el genial ciego de Palermo. Hoy sabemos que, como muchos grandes escritores de su época, fue víctima de un sistema perverso que cercenó su obra hasta el extremo de minar su voluntad con la artera finalidad de distraerlo de sus objetivos democráticos y populares presentando en su digna figura la imagen de un escritor capitalista, soez y reaccionario. Amenazas, torturas, desprecio, allanamientos policiales e interferencias amparadas por su ceguera falsificaron los sentimientos patrióticos del maestro. Mas él a todo supo anteponer el estoicismo y la confianza en una Argentina que tarde o temprano amanecería Soberana, Soviética, Libre, Justa, Proletaria y Socialista. ¡Cuántos vejámenes, humillaciones y tergiversaciones resistió silencio…! ¡Cómo pudo anteponer su fe en el hombre que construirá el socialismo para sostenerse en sus heladas mañanas del Buenos Aires sin energía de la década del setenta…! Por fortuna, la Sociedad Argentina de Autores y Escritores ha destacado una comisión de homenaje, que tras muchos años de trabajo ordenado rescató los originales del maestro y ha comenzado a publicar sus ediciones críticas, a medida que son retirados de la venta los textos apócrifos que los editores de su obra (la firma capitalista Emecé, que, se supo años más tarde, no era sino una división especial de la policía política del régimen) habían impreso profusamente para acentuar el dolor y el sufrimiento de los últimos años de la vida del genial Ehrengurg rioplatense. A esta comisión de homenaje al camarada Borges, que preside el camarada Boris Ilich Fernández Ladueña, debemos la exhumación de la excelente novela Horas proletarias, que narra las alternativas de la represión al movimiento obrero en la Semana Trágica de 1917 y destaca el importante papel que junto al líder de los tipógrafos Francisco Real desempeñó el gran Vittorio Codovilla en la conducción de esas gloriosas jornadas. Por infidencia de algún colega supe que la maravillosa novela corta Mañanitas metalúrgicas, escrita en Palermo en la década del cincuenta, llegará a la prensa no bien los exegetas borgeanos concluyan el comentario de sus últimos capítulos. No dudo que la divulgación de esta obra traerá nueva luz sobre la importancia que el hijo de la camarada Leonor Acevedo ha tenido en los movimientos 8 | H hueders

literarios clandestinos que, desafiando la cruel represión imperialista y oligárquica, florecieron bajo la conducción de viejo y glorioso Partido Comunista entre 1930 y 1996, año de la victoria. Como escritor y como hombre no puedo sino compararme con el camarada Borges cuando tenía mi edad: cincuenta y cuatro años. En 1953. Habita un pequeño semipiso que debe compartir con su madre, pensionada. No tiene mucama ni automóvil y ni siquiera ha soñado con vacaciones anuales y secretaria, que son las mínimas conquistas que requiere el trabajador de las letras. Su biblioteca es limitada. Hay estantes vacíos pues ha debido dejar sus colecciones de Pushkin, Gógol, Tolstói, Dostoievski, Ehrengurg y otros grandes de la literatura universal en una chacra alejada de Buenos Aires a cuidado de campesinos amigos, para protegerlas de la represión que se ensañaría con ellos como tantas veces lo hicieron con sus ejemplares en rústica de El capital y de Materialismo y empiriocriticismo. Hoy, basta un sencillo trámite ante las autoridades, que la Sociedad Central de Escritores puede hacer por un pequeño arancel, para obtener autorización de consulta y portación de cualquier libro, aunque se trate de obras –como en el caso de las ediciones apócrifas de la imprenta parapolicial Emecé– que falsean la realidad, la voluntad del autor y la naturaleza real del contraste entre capitalismo y socialismo, que no es, como dijera el camarada contraalmirante Eloy Rodríguez Usandivaras, sino el contraste entre lo inhumano y lo humano elevado a su máxima potencia por gracia del sublime despertar socialista. Secretarías voluntarias a cargo de estudiantes, automóvil, vivienda digna, vacación anual, libre acceso a la información reservada a dirigentes: todas estas conquistas de los escritores, ganadas palmo a palmo a la oligarquía durante las luchas por la liberación, han dignificado y humanizado nuestro oficio, que hoy bien podría considerarse un privilegio. ¡Ese oficio que para Borges no fue sino el calvario y la acumulación de sinsabores que lo arrastraron a la ceguera, la desesperación y la muerte…! Imagino a Borges en una de esas reuniones de aristócratas a las que era invitado y a las que debía concurrir a riesgo de ser llevado por la fuerza de los esbirros de los magnates. Allí está el escritor, solo, en su rincón, exhibido entre pieles de cebra y cabezas reducidas de gauchos, como un trofeo más de los dueños de la casa, a la espera del mozo que le extiende un pequeño bolso de celofán que ocultará entre sus ropas para llevar algo de los restos del festín a su madre anciana. ¡Pobre maestro en sus heladas noches de Palermo! Pero… ¡Qué ejemplo para todos nosotros, escritores de la patria Libre, Soberana, Justa, Liberada, Soviética, Armónica y Socialista! ¡Qué estímulo para emular! Vamos: ¡Camaradas de la Sociedad de Escritores manos a la obra! ¡A producir y producir para agigantar la obra del socialismo y vengar en la carne de los enemigos de la victoria todos y cada uno de los sufrimientos de nuestro padre y maestro, el gran Jorge Luis Borges! Ése es nuestro deber. ¡En marcha, pues!


diez libros Matías Rivas (1972) es director de Extensión y Publicaciones de la Universidad Diego Portales; escritor, editor y crítico literario.

Nueve libros de argentinos Matías Rivas Cuentos completos, Rodolfo Fogwill (Alfaguara). Este libro reúne lo mejor y más sofisticado de la literatura argentina de estos últimos treinta años: Fogwill es su escritor más elegante, crudo y verosímil. Hay cuentos como “Help a él”, “Restos diurnos”, “Muchacha punk”, “Dos hilitos de sangre”, “La cola” y varios más que pueden clasificarse como clásicos inolvidables, necesarios y entretenidos. Fogwill escribe con virtuosismo y maneja los mecanismos internos de los cuentos con una solvencia impresionante. Leerlo es un placer del que no hay que privarse. La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana, Beatriz Sarlo (Siglo XXI). La ensayista recorre un Buenos Aires particular en busca de lo que aglutina a sus habitantes. Explora desde los malls hasta las ferias populares, las subculturas juveniles y las barras bravas. Sarlo escribe sobre estos mundos y también saca fotos que testimonian su tránsito por una ciudad que analiza con sagacidad, poniendo en situación histórica los sitios, mostrando sus lados opacados y enfocando lo que está a la vista pero que nadie ve. Es un libro inteligente y actual para los devotos de esta capital. Osvaldo Lamborghini, una biografía, Ricardo Straface (Mansalva). Esta es una biografía monumental sobre uno de los poetas más innovadores, insolentes y míticos de la literatura latinoamericana. Está escrita con tal cantidad de información que no solo logra retratar al autor de El Fiord, sino que a una generación entera que fue capaz de digerir el psicoanálisis, lo psicodélico, lo popular, lo clásico y lo demente. Straface, además, transcribe cartas impresionantes que delatan a un sujeto lleno de contradicciones y de un talento poco frecuente: natural y perverso. Lamborghini murió joven y no se saltó ninguno de los capítulos que hay que vivir para convertirse en un revolucionario incombustible de la poesía insurrecta. Me encantaría que gustes de mí, Dalia Rosetti (Mansalva). Dalia Rosetti es el pseudónimo de Fernanda Laguna, narradora, artista plástica y socia del poeta y escritor Washinton Cucurto en la gestación de la editorial Eloísa Cartonera. Fue también creadora de la extravagante galería Belleza y felicidad. Los textos que componen este libro están fuera de los estándares literarios habituales, especialmente de los cultos. La autora pasa con una naturalidad insólita por causes tan distintos como lo naif, el porno soft, la vida cotidiana y atrabiliaria, y el lesbianismo. Son relatos pop, alucinados y frescos, deliberadamente fuera de orden.

El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt, Sylvia Saítta. (DeBolsillo). Arlt fue un escritor y un periodista tan singular y talentoso que sus narraciones y crónicas fundaron una tradición. Este libro permite evocar su rastro existencial, sus vínculos políticos, sus invenciones y desaciertos, y sus referencias literarias. La complejidad de la vida de Arlt es la de un sujeto menguado por la pobreza y el trabajo brutal. Pese a estas adversidades, escribió obras inolvidables, como Los siete locos. Saítta es una erudita y esta biografía demuestra que el rigor puede ir aparejado con la amenidad. Obra completa, Héctor Viel Temperley (Ediciones del Dock). Este libro reúne la obra de un escritor secreto, que con el tiempo ha empezado a tener un lugar central entre los poetas latinoamericanos. Contiene su famoso texto “Hospital Británico”, un poema largo, estremecedor y alucinado, una secuencia de anotaciones dignas del diario de un loco o de un tipo terminal. En la poesía de Viel Temperley no importa la diferencia entre lo real y el discurso que emana de una cabeza trastornada. Sus poemas valen la pena por su franqueza y por el singular lenguaje en que fueron escritos: mestizo, extraño, callejero y culto. Frutos extraños, Leila Guerriero (Aguilar). Esta colección de crónicas es un modelo de periodismo inteligente y divertido. Guerriero escribe en un estilo limpio, ejemplar, y muestra una curiosidad insólita que le permite abordar temas muy variados. Nunca se pasa de lista y –según se desprende de estos textos– goza de un dulce escepticismo y de una suspicacia vital ante la realidad que le permite ser una de las mejores periodistas de Latinoamérica. Esta actitud se conjuga con un encanto y levedad para redactar historias y retratar personajes. Literatura de izquierda, Damián Tabarovsky (Beatriz Viterbo). En esta cartografía de la literatura argentina reciente, Tabarovsky –sociólogo, narrador y ensayista– impone varias tesis respecto al estado de la escena y sus relaciones con el pasado. Aboga por autores que derribaron los paradigmas tradicionales de escritura y los ubica contra los que siguieron “bajo el modelo vulgar de introducción-nudo-desenlace” y el “compromiso social vacuo”. Provocador, inteligente, rápido, este ensayo es necesario para conocer cómo se lee hoy la historia literaria argentina y la relevancia del actual canon compuesto, entre otros, por Libertella, Piglia, y en especial por César Aira y Fogwill.

Rabia, de Sergio Bizzio (Interzona). Bizzio es un escritor imprescindible en el panorama trasandino y ésta su mejor novela. Con un realismo descarnado y abundantes diálogos, trata de la relación entre la empleada doméstica de una casa acomoda y un obrero que trabaja en las cercanías. En un conjunto de episodios sin anestesia, se ven reflejados la violencia, los secretos oscuros, la traición y el fraude que rodean al amor. Pero, por sobre todo, es una implacable radiografía social de la Argentina actual, donde la ira está siempre latente. hueders H | 9


poesía

Gentileza de editorial Mansalva

Lloraría Sergio Bizzio (1956), escritor argentino conocido por sus relatos y novelas –también es músico, cineasta y draTe desafío a correr como un idiota por el jardín. pronto aparecerá su novela Aiwa, la novena de su prolífica obra, también en editorial mansalva. este es uno de los poemas de Te desafío…, en versión casi completa. bizzio

maturgo destacado–, publicó este año el libro de poemas

¿La verdad? No quiero escribir más. (No vivo). ¡Lo bien que haría! ¿Pasarme el día encerrado escribiendo, riéndome de a ratos como un loco, encerrado como un loco, solo como un loco? ¡Si me va tan bien cada vez que salgo! La gente es feliz “por momentos” y con “pequeñas cosas cotidianas”. ¿No es para llorar? Les das algo y te agradecen, les das más y hacen silencio. El mismo desconcierto siento yo cuando pienso en el tiempo que pasé escribiendo. ¡Y lo poco que guarda uno! ¿Ven esa montaña? Es lo que escribí. Al pie de la montaña hay un hombre. Soy yo. Es lo único que queda. Y eso que yo era un niño quemado por el cielo (¡marchemos!), brillante de vanidad… (No es para llorar pero lloraría). Lloraría por el tiempo que pasé escribiendo. A los gritos, cubriéndome la cara, en medio del living, en tu baño, en un baño cualquiera, en el asiento reclinado del auto de un amigo ¬si es que se acuerda de mí, si es que me lleva¬ lloraría, lloraría como un hongo, como un remo, como un vidrio. 10 | H hueders

Lloraría acostado, dormido, pálido, inactivo. Pero me levanto y escribo. Pongo un pie en el suelo y voy y escribo. La gente sale a buscar trabajo, a comer, a bailar, a gastar, a ver un eclipse mientras yo escribo. Mi hijo juega solo mientras escribo. Mientras escribo se encuentran los amigos, se hacen negocios, política, dinero, sexo, trampas, guerras, matrimonios, puentes, atentados, juicios, “relaciones”. ¿Qué es lo que no se hace mientras escribo? ¿Qué es lo que se hace aparte de no escribir? Lloraría y lloraría y lloraría, cómo que no. Lloraría por lo que perdí (¿vos no?) pero más por lo que evité. ¿Por qué lo perdí, por qué lo evité? ¿Qué estaba haciendo? ¡Escribía! Ahora mismo, en lugar de llorar, escribo. Pero llorar no es lo mismo que llorar. (¡Ya ni escribir es lo mismo que escribir!) Escribo en lugar de cualquier otra cosa. Escribo en lugar de todo menos de… También voy a comprar pescado para la cena. El vendedor pone los filetes en una bolsita de nylon y, mientras la hace girar en sus manos enguantadas,

me pregunta si quiero algo más ¬”¿Algo más?”¬, lo pregunta tan amablemente que lloraría. ¡Eh, no! Sí, también. También lloraría por eso. Lloraría por las palabras compuestas ¬superhéroe, ciberespacio¬ ¿cómo no voy a llorar por la amabilidad? Lloraría cuando bebo (pero no lloro). Descorcho una botella “con frialdad calculada”, es cierto, pero cualquier otra cosa que diga sería exagerar. Qué feo es no ver, no saber ¡y encima exagerar y no beber! ¬¿Por qué te vas? ¬¿Holá? ¬¿Por qué? ¬¿Por qué qué? ¬¿Por qué te vas? ¬Porque no como desde temprano: estoy muerta de hambre. ¬¿Me cortás para ir a comer con otro? ¬¡Voy a comer con una amiga! (Siempre hay una china en la gran llanura de la excusa). ¿Lloraría? Y, sí. Lloraría por la que está, por la que no está, por la que estuvo, por el que fui cuando estuvo y por el que no seré con la que no estará. ¡Marchemos! ¿Llueve? Llovizna. Lloraría. Me hace llorar la luz, pero igual lloraría. Lloraría siempre, pero también a veces. ¡Qué lastima me da! Matan a un joven y veo una foto de su madre llorando.


Lloraría con ella. Un chico me pide una moneda. Lloraría. Una anciana cruza la avenida con pasitos de hormiga. Lloraría. Leo la frase “un provocador de la política posmoderna” y lloraría. Lloraría cuando leo que “una invasión de bibliotecarios disparó las ventas”. Lloraría cuando leo en el diario el título “tres para soñar”, o “una mirada sin prejuicios”, o “el destino de occidente”. Cuando se apuesta a la claridad o a la oscuridad, cuando es diferente pero igual también: lloraría. ¿Te agredo? Lloraría. ¿Te hago falta? Lloraría. ¿Llorás? Lloraría. ¿Me querés? Sí, te juro: lloraría. ¬Papi ¿los bebés piensan? (Digo que sí con la cabeza). ¬¿Y entonces por qué ese bebé llora en vez de pensar? ¿Lloraría de qué? ¿De tristeza, de furia, de amor, de arisco, de miedo, de enfermo, de genio, de vivo, de muerto, helado y ardiente, rabiosamente, verdaderamente, lloraría mentalmente? ¿Y con qué? ¿Con los ojos, el alma, los dedos, el paso, la obra, la voz, la ropa, con qué marcharía? ¿Y por qué? ¿Y por qué, si escribo, lloraría? ¿Y si ya no escribo? ¿Y si son los otros los que no escriben más? No quiero que ella sea algún día una señora que de joven publicó una novela. ¡No! Quiero que sepa, que sienta, que siga. (Saber, sensibilidad y continuidad). Pero si yo no estoy no está mi fe.

¿Y quién es ella? ¡No sé, qué se yo, la Mujer! ¿Lloraría? Ay, mi Dios, qué difícil: a veces, sin quererlo… Noto, por ejemplo, que no considero llorar de risa (de la risa) ni reirme de dolor o de tristeza. ¿Por qué? ¡Porque no! ¿Qué tiene la tristeza que dé risa? No sé los otros, pero yo no me reiría de la tristeza y mucho menos hasta llorar. ¿Me reiría de un hombre que medita? No. Y tampoco de quien descree de lo que piensa. (Todo lo contrario: si tuviera manos aplaudiría). Puedo reirme de mi tristeza, de mis aplausos, pero no de la tristeza de los demás. (aunque sí de sus aplausos). Supongo que eso es algo que “no se me da”, de la misma forma en que no se me da la esgrima. Si se me diera lloraría. Lloraría por las cosas que se me dan. Lloraría por las cosas que no se les dan a los demás: talento y alimento, principalmente. Lloraría (de emoción, esta vez) por el talento, pero también por las zanjas, los atajos y la interminable espiral de lo menor.

Lloraría por los que creen que lo que molesta es la ropa. Es peor estrellarse contra la nada que contra el dolor. De eso no hay duda. Así que lloraría por la timidez del tímido, pero también por la ilusión del iluso. Lloraría por los que tienen miedo. Yo mismo tengo miedo. “No pensé (pensé, pero no sirvió), “no escribí (escribí, pero me esforcé), “no amé (amé, pero aquí estoy), “no fui siempre justo, ni honesto, ni bueno, ni responsable, y ni hablar de cosas como la tolerancia o la humildad”. ¡Lloraría! ¿Lloro? Quién sabe… Lloraría, pero escribo. La pregunta “¿Por qué escribir?” se ha mejorado a sí misma en su doblez: “¿Por qué volver a escribir?” ¬Volvé, volvé, por favor, vení… Son las tres de la mañana aunque el reloj indica que es mucho más… Amanece. Escribí. No lloré. Y con la misma suficiencia, con la misma dudosa soberbia, amigos (chicos), amanece.

El otro día, sin ir más lejos, una chica, en la calle, me preguntó: ¬¿Vos no sos Bizzio? Dije que no con la cabeza y terminé en su casa. Me había leído bien, pero yo fumé y me fui: empezó a hablar de cine. Todos los enemigos del arte están en la Industria, dijo. ¿Lloraría por un vendedor de penicilina adulterada? ¿Y por la chica chica que buscaba impresionarme? Pienso en ella y lloraría: se desprendió un botón de la camisa, mi lectora con ojos de almendra bañada en miel se desprendió un botón de la camisa y dijo, dijo, dijo. Yo escuchaba lo que ella misma no oía. Lloraría por los que suben el sonido y enseguida lo bajan. Lloraría por la gente que ve tres globos y una luz y va. hueders H | 11


poesía

Adelanto del libro El soneto chileno, seleción y notas de Juan Cristóbal Romero, que publicará próximamente ediciones Tácitas.

El soneto chileno Juan Cristóbal Romero La dificultad del soneto radica en la solidez de sus estrofas y el rigor del metro y de la rima. En el Siglo de Oro había quienes mitificaban sus problemas de composición al punto de sostener que sólo tras escribir quinientos se obtenía uno digno de mérito. Es fácil que sus estrofas dejen en evidencia al poeta de ingenio y al estrecho. Fue durante años el filtro que utilizó parte importante de la crítica para distinguir la calidad de un poeta: quienes salían airosos eran encaramados a los altares; quienes cojeaban de alguna sílaba o abrochaban ya sin aliento los tercetos con una rima floja, se les despreciaba como a versificadores de domingo. Debido a eso, no es de extrañar que De Rokha o la Mistral hayan inaugurado con un excelente soneto su obra, o que Neruda escribiera los mejores suyos en Crepusculario. Contrariamente, Huidobro, en vista de lo regular de sus resultados, optó estratégicamente por hablar mal del soneto y escapó en sus paracaídas de toda poesía que sonara a él. En estos días muy pocas personas saben escandir con naturalidad un verso. Llama verdaderamente la atención leer un endecasílabo con los hiatos y acentos desparramados por un soneto cojo que los comentaristas reciben con aprobación sin notar su ilegítima factura. Si la estructura del soneto ofrece o no solución a los desafíos que está viviendo actualmente la poesía, es un tema que aún está por discutirse, pero lo claro es que su técnica debe ser aprendida para que se aprecie el caudal de la mejor poesía escrita por siglos. Este trabajo no presume estar concluido y se siente la tentación de llevarlo más adelante y extenderlo a las nuevas promociones. La inestabilidad de sus logros en lo que al soneto se refiere me impiden considerarlas parte de este volumen de autores con obras cabales. El tiempo nos ahorrará la tarea de separar lo muerto de lo vivo. Por lo pronto, dejo constancia que Julio Carrasco, Hugo González, Adán Méndez, Rafael Rubio, Leonardo Sanhueza, Enrique Winter y quien esto suscribe han publicado sonetos y son prueba de que su uso está tan lejos de extinguirse como de brillar. Cuando Borges y Bioy Casares tenían elegidos ya buen número de poemas para su antología de la poesía argentina, cayeron en cuenta que su selección se componía casi únicamente de sonetos. Me conformo con que, tras leer esta antología, haya quien opine que el caso chileno pudo no ser distinto.

la mano de un joven muerto

Esta mano que ayer cortó una rosa y esta rosa cortada en una mano ésta que aún dormido estoy mirando y ésta que aún despierto no se borra. Este nardo que ayer fuera paloma y esta paloma fija que fue nardo este campo de nieve de una mano y esta mano tranquila que reposa. Esta cosa que canta y esta cosa que proviene del cisne por su canto sólo esta mano y esta mano sola, aquí la podéis ver a cualquier hora ésta que aún dormido estoy mirando y ésta que aún despierto no se borra.

nicanor parra

(San Fabián de Alico, 1914) Los sonetos surrealistas que escribió Nicanor Parra forman parte de los poemas de transición, correspondientes a ese largo paréntesis entre Cancionero sin nombre y el alumbramiento de la antipoesía. Los que aquí se presentan fueron incluidos en la antología 8 nuevos poetas chilenos publicada como separata de la revista de la Sociedad de Escritores (1939) y que fue concebida como reacción a la Antología de poesía chilena nueva (1935) de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim. En contraposición al vanguardismo hermético, los “poetas de la claridad”, liderados por Parra, exhibían una mayor objetividad y precisión conceptual, recuperando la rima y la métrica. El ya famoso soneto “La mano de un joven muerto” tiene su origen en una experiencia dramática. La tarde del 24 de enero de 1939 Nicanor Parra había discutido con el joven Alirio Zumelzu por un desacuerdo literario. Cerca de la medianoche se produjo el fatídico terremoto de Chillán. Una vez vuelto en sí, Nicanor Parra partió al centro de esa ciudad, donde residía. Allí contempla el edificio del diario La ley convertido en escombros. Al acercarse ve asomarse tétricamente la mano del joven Alirio Zumelzu. En una nota biográfica de la antología 8 nuevos poetas chilenos, se señala que Parra “tiene por publicar un libro de sonetos, Simbad el Marino”. Este libro existe y permanece inédito. Paul K. | BibliOdyssey

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entrevista

Erick Pohlhammer por Claudia Donoso ganador del premio municipal de poesía del 2008 con el libro Las vírgenes de Chile (bordura), pohlhammer es un aerolito que cruza a carcajadas entre las estrellas del firmamento poético local. aquí entra en conversación con la periodista y escritora claudia donoso.

Nacido en 1955, el poeta Erick Pohlhammer no es una guagua pero sí un niño muy bien conservado con cientos de cuadernos garrapateados. Varios de ellos con frases recogidas de la boca de otros, amigos, conocidos y desconocidos con los se va encontrando en el curso de sus latas caminatas entre Plaza Italia y Tobalaba, con aros matutinos en el Tavelli y vespertinos en el Phone Box. Sus interlocuciones aplican el método de escuchar y preguntarle al otro para abrir un campo dialéctico inesperado. Así es como el fútbol se va amarrando con el Kamasutra, la pandemia de niños gordos con el placer de abotonarse la camisa o los altos índices de depresión nacional con la metafísica del pun. En literatura se expresa con el refrán y el haikú; también ha escrito teatro y prosa, como Novela velada en un velador bajo la lámpara alógena de mi abuelita Amparo Astaburuaga, con la que se hizo acreedor del Premio Novela 2006 del Círculo de Escritores Jóvenes de Buenos Aires. Los editores están al aguaite y, entre otros, esperan El libro de los placeres simples y otro titulado Por qué no soy democratacristiano. Al proponerle una entrevista, Polhammer aceptó fijándola en mi domicilio. Llovía seriamente el día que se presentó. Al entrar cerró su paraguas de señora sin cacha y me pasó una mata de betarragas. “Para el almuerzo”, dijo y ya sentados en butacas instaló su tónica equiparando roles entre entrevistado y entrevistador. “¿Te gusta ir a las fondas?”, partió preguntando. ¬Me gusta pero no siempre voy, me baja por temporada. ¬Yo tengo mucho que hablarte de las fondas. ¿Recuerdas una fonda donde la pasaste flor de la canela? Habrá un recuerdo de fondo de ésa fonda. ¬De fondo porque las fondas en que lo pasé bien se concentran en una sola impresión o sea que no recuerdo la fonda pero sí del fondo. Me encantan las orquestas, el jolgorio y el comistrajo. ¬Comistrajo, qué buena palabra. ¿Y los huasos te gustan? ¬Bastante y dependiendo del huaso. ¬¿Te deleitan visualmente? ¬Muchísimo. ¬¿Te excitan eróticamente? ¬Eso dejémoslo entre paréntesis. Yo tenía un conocimiento teórico de los huasos, porque ¿de dónde voy a haber conocido huasos profundamente? ¬No había por donde. Uno puede darse cuenta medianamente y ahí habría un oxímoron de la mujer citadina con la cultura campesina. Los huasos verdaderos están tapados por los Huasos Quincheros. ¿Y sientes el sabor de la cueca? ¬Lo siento y aprendería de mil amores pero como bailarina soy desordenada. ¬Bonito título para un libro de cuentos “La bailarina desordenada”, ¿y yo puedo decir algo de los Huasos Quincheros? ¬Lógico. ¬Mira, yo separo entre las personas de los Huasos Quincheros y su actividad porque hace poco estuve con un huaso quinchero en un

café y lo vi como un álamo, como un árbol, lo separé del conjunto musical porque a mí me gusta tener respeto y amor ante todo rostro. Ésa es una cosa. Por el otro lado, la primera vez que escuché a los Huasos Quincheros que fue a los ocho años de edad en el canal 9 me dieron ganas de vomitar. ¬¿Físicamente? ¬Físicamente. Yo no toleré a los Huasos Quincheros. Experimento una alergia, mi organismo se rebela a escuchar, así es que mejor volvamos a la fonda porque te voy a decir que estoy muy apasionado por las etapas de tu entrada a lo huaso. ¬Claro, yo no tenía acceso al mundo huaso porque una es una afuerina entonces para entrar tienen que pasar ciertas cosas. ¬¿Y que te pasó? ¬Que pasé un tiempo largo por ahí por Linares y estando allá, lo huaso llegó a mi. ¬¿Cómo llegó ése huaso a ti? ¬De a pie. ¬Llegó el huaso a tí como el hueso a la boca del perro. ¿Y fue un hueso duro de roer? ¬Sí porque existe una distancia infinita por lo tanto debe aparecer una instancia de fusión que no se da fácilmente. ¬Como el mimbre se amarra con el mimbre. ¿Y ésa fusión se produjo bailando cueca? ¬No porque un huaso te deja completamente en ridículo si te saca a bailar cueca y te hace hacer el ocho. ¬Yo hice un curso de danzas folclóricas cuando estudié pedagogía en castellano porque teníamos cursos optativos. Me saqué un siete en todos los bailes menos en la cueca en la que obtuve un misericordioso seis porque logré hacer bien el ocho. ¿Y sabes quien me ayudó a hacer el ocho? Un filósofo gurú hindú que se llama el Osho, el Osho con barba, el Bagwan Rajnish que habla mucho de la alegría de fluir que es lo que hay que hacer para hacer el ocho. ¬Y tú que eres profesor, ¿qué entiendes por educación? ¬Mira, una vez me encontré con un candidato a la presidencia de la República en una radio comunal de Valparaíso y él hablaba de que iba a hacer un cambio educacional. Le pregunté ¿y qué es la educación? y se daba vueltas y vueltas pero no decía lo que era. No supo responder. Entonces le dije ¿nunca escuchaste en el colegio la expresión “educare” que es sacar desde dentro los potenciales de los estudiantes y no de los “alumnos” porque “alumni” significa sin luz. Los estudiantes son luz. ¿Y de qué se trata la educación? De que no confundan al niño y le den facilidades para que sea el que es. No ser una garrafal mentira encarnada como la mayoría de los políticos a los que les encanta aparecer pero no ser. Para que empezaran a ser tendrían que hacer un acto de honestidad superior y decir en realidad: somos fraudulentos y limitadísmos. ¬¿Y qué crees tú qué es necesario para que haya polis y ciudadanos en un país? ¬Para que haya polis tiene que haber polisemia, que todas las perhueders H | 13


vírgenes de chile

sonas sientan que pueden participar de la fogata o de la tribu. Hay que saber que si quiero cantar una canción me va a llegar mi turno y que si quiero decir algo me van a escuchar. ¿Y cuando se desvanece la tribu? Cuando la persona siente que haga lo que haga o diga lo que diga vale callampa. ¬Esta conversación está harto dispersa. ¬Un árbol tiene muchas ramas pero no es una entidad dispersa porque tiene un tronco y una raíz lo mismo que esta conversación… Y así como el tema de los huasos es una pasión para ti, te diré que para mí una de las pasiones es caminar y escribí un libro que se llama El libro de los placeres simples. Uno de ellos es caminar. El lector va a quedar soprendidísimo. ¬Enumera algunos. ¬Te voy a nombrar diez de dos mil placeres simples porque no van a caber todos. El placer de nadar, el placer de lavar los platos, el placer de cortarse las uñas, el placer de abrocharse los botones de la camisa, el placer exquisito de escribir una frase consciente y ponerle un punto o un punto y coma, el placer de limpiar una ventana, el placer de escuchar la palabra esquina, el placer de sentarse en un sofá. Lo que pasa es que si uno anda de excelente humor y está contento la gente dice, ¿qué pasa?, ¿se fumó un pito?, ¿está volado? ¬Volado es antónimo de aterrizado. ¬Y aterrizado es sinónimo de pasarlo mal porque se supone que si uno lo pasa bien es una irresponsabilidad cuando la palabra responsabilidad, como dice Claudio Naranjo, viene de responder. Y ¿responder a qué? A mi organismo que clama por sentirse bien. Entonces cuando estoy bailando cueca, que siga la fiesta porque cuando la fiesta está buena, ¿quién quiere que se acabe?

Virgen de Lontué Mater amantísima protectora de los bebedores excesivos Todas las fiestas patrias las termino en la comisaría Siempre me agarran los carabineros me agarran a palos Por ingerir bebidas alcohólicas en la vía pública También me agarran a chuchadas si me disculpas el vocablo Me amenazan con meterme al calabozo Con quitarme a los chiquillos Con prenderle fuego a mi mediagua jamás me dan la opción de presentarles mis descargos No quieren no saben no pueden comprender Que mi sed es sed de justicia Virgencita de Lontué Que mi comportamiento no le hace mal a nadie Que es la consecuencia lógica científicamente comprobada De ser hija de una peluquera y un lanzador de jabalina. Virgen del Cerro San Cristóbal Subiré hasta la punta de la más alta torre de alta tensión Que haya en Santiago y sus inmediaciones Y gritaré y me oirán las piedras y los perros Y sabrán los perros y las piedras que no tienes oídos para mí Que te niegas a escuchar mis súplicas y ruegos Indolente Virgen del Nuevo Extremo Y ladrarán de ira las piedras ladradoras Y piedras en los ojos les saldrán a los perros de tristeza Al enterarse del dolor que me atormenta Y que tú no quieres por motivo alguno mitigar Hermosísima Virgen sorda como tapia.

Paul K. | BibliOdyssey

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poesía

Adelanto del libro Leseras, versiones e introducción de Leonardo Sanhueza.

Leseras Catulo

A

unque no se sabe cómo Catulo organizó  sus poemas, se cree que al menos publicó un libro en vida –el que estaría encabezado por la dedicatoria a Cornelio Nepote del poema I– y que el resto de su obra fue editada de manera póstuma, en todo caso no mucho después de su muerte a los treinta años. El corpus, sin embargo, puede dividirse claramente en tres libros, que más o menos se corresponden, según sus características métricas y temáticas, con el orden que les dio la tradición manuscrita. (...) Cabe recordar, por otra parte, que Catulo no le dio un título ni a las partes ni al conjunto de su obra. He escogido el título de este libro rescatando uno de los escasos lugares –el poema I– en que el autor alude a sus poemas en general, los que denomina significativamente “nugae”. Si bien eso es un truco retórico para exaltar por contraste la obra del interlocutor Cornelio Nepote, me parece que retrata un aspecto importante de la poética catuliana, que es el rechazo a la grandilocuencia y a la ampulosidad imperantes en la poesía de su tiempo, actitud que puede rastrearse en varios otros poemas suyos, como el que está dedicado a su amigo Cayo Cinna o las diatribas contra Sufeno y los demás “pessimi poetae”.

Gentileza de ediciones Tácitas.

LXXVI Si es grato para el hombre recordar sus buenas acciones y saber que en su vida ha sido fiel y honesto, que nunca ha violado lealtades y que nunca usó la religión para engañar a nadie en ningún pacto, entonces tu vejez te depara muchas alegrías, Catulo, a causa de este amor ingrato. Todo lo que un hombre puede hacer o decir en favor de alguien, ya lo has dicho y hecho, pero al confiarlo a una mente mal agradecida se ha ido al diablo. ¿Para qué seguir con la tortura, en lugar de animarte para emprender la retirada y así dejar atrás ese destino de miserias? No es fácil deponer un largo amor de un día para otro, no es fácil, pero otra no te queda. Ésa es la única salud y debes salir victorioso. Hazlo ya, se pueda o no se pueda. Dioses, si la misericordia es divina, si han ayudado incluso a moribundos, mírenme en la ruina. Si llevé una vida limpia, arránquenme esta peste perniciosa, esta muerte que reptó por dentro de mis huesos, como un vértigo, hasta expulsar de mi pecho todas las alegrías. Ya no suplico que ella me corresponda, ni –porque es imposible– que se vuelva decente. Sólo quiero sanarme y deshacerme de esta náusea. Dioses, mi honestidad pide su recompensa.

Paul K. | BibliOdyssey hueders H | 15


entrevista

El amor es el fundamento de la civilización Julia Kristeva conversa con Geer Groot Esta es una de las entrevistas que aparece en el libro Adelante, ¡contradígame! del holandés Geer Groot (Sequitur). Dice en la introducción: “Conversar con un filósofo suele ser una agradable experiencia. Los filósofos son interlocutores amenos. Les gusta explicarse, son oyentes atentos, argumentan con placer y no temen a réplicas que puedan desmentir sus afirmaciones. ‘¡Adelante, contradígame!’, dice en la primera de las entrevistas el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, para quien ‘el arte de conversar, también consigo mismo, constituye la fuerza del pensamiento’. ‘Me gusta llevarle la contraria’, añade, ‘conversar es eso”. Groot conversó con 19 pensadores, alemanes, ingleses, franceses, italianos: Lefort, Onfray, Rorty, Safranski, Taylor, Todorov, Vattimo. Kristeva, la única mujer, se explaya sobre el amor.

E

n un momento de la conversación, Julia Kristeva enarca las cejas. No le ha gustado que se insinuara que ella sobreestima la fuerza del amor. ¿Cómo podría el amor no ser la base de la sociedad, de la cultura y de cada individuo? Toda la historia es prueba de ello, al igual que la omnipresencia de la religión. Religión significa vinculación: el vínculo de amor del hombre con su Dios, y viceversa. Y por consiguiente, el vínculo que une a los seres humanos entre sí. “Una sociedad nueva no tiene por qué fundamentarse en la presunción de que existe un “Dios”, pero sí necesita la presunción del amor”, afirma categóricamente. Tiene unas cejas bonitas, sobre unos hermosos ojos en un rostro ovalado de rasgos ligeramente orientales. Nació en 1941 en Bulgaria, pero en 1966, justo después de completar sus estudios de lingüística, se marchó a París, donde no tardó en hacerse un hueco en la nueva vanguardia intelectual. En 1990 escribió una novela sobre esa época: Los samuráis. Con este título ajustaba cuentas con la generación anterior, dominada por Sartre y Simone de Beauvoir; una generación que esta última ya había retratado en su novela autobiográfica Los Mandarines. Fue una época de revolución política y teórica. Mientras los estudiantes se manifestaban a favor de una nueva política y una nueva moral, en las ciencias humanas irrumpían el estructuralismo y la semiótica. En 1969, Kristeva impresionó con su colección de artículos Sèmeiotikè, que no sólo llamó la atención por la erudición y la osadía teórica, sino también por su título escrito en griego que salta a la vista en cualquier lista de libros. Cinco años más tarde publicó su extensa tesis doctoral La révolution du langage poétique, en la que resuena claramente la voz de Roland Barthes: “El lenguaje poético es el lugar donde el placer sólo atraviesa el código para transformarlo”. En 1977 se editaba el estudio, no menos extenso, Polylogue, sobre la polifonía de la lengua y la literatura. Todos estos escritos se publicaron bajo el sello de Tel Quel, la célebre revista impulsada por Roland Barthes, la propia Kristeva y el compañero de ésta, Philippe Sollers. Kristeva no escribe únicamente sobre literatura, sino también sobre otros temas, como el feminismo con el que siempre ha mantenido una relación incómoda. También ha escrito sobre China (Des Chinoises de 1974), un tema a la sazón obligatorio para todo intelectual que se preciara. Tras estudiar psicoanálisis, 16 | H hueders

empezó a practicar la psiquiatría y en calidad de psiquiatra ha escrito obras psicoanalíticas, como Soleil noir (1987) sobre la depresión y la melancolía, y un estudio de varios tomos sobre la influencia de Freud: Sens et non-sens de la révolte (1996) y La Révolte intime (1997). Las historias que le cuentan sus pacientes refuerzan su preocupación por los problemas sociales de hoy en día. En su novela Le vieil homme et les loups de 1991 retrata a una sociedad terrorífica, basada en el odio, que bien podría ser la nuestra. “Las situaciones que describo, las oigo por boca de mis pacientes”, afirma. “No creo que sean casos excepcionales. Se trata simplemente de personas que intentan superar una situación de crisis. Padecen por la disolución del amor e intentan reencontrarlo. Buscan de nuevo un vínculo moral. La situación es precisamente mucho más grave en las personas que no acuden al psicoanalista. Creo que en nuestra sociedad impera un a crisis real. Sobre todo en torno al valor fundamental en el que se cimientan tanto la religión como la moral secular: la relación de amor”. Habla con soltura, con una habilidad retórica que delata años de docencia y un enorme don mediático. Cada respuesta se convierte en una pequeña disertación, que sigue líneas certeras, sin dejar cabos sueltos, como sólo puede conseguirse con una formación francesa. En Bulgaria, sus padres la enviaron a una escuela francesa, por lo que más tarde, cuando empezó a ser conocida en París, esa cultura se ajustó como un guante a su nueva situación. Quizás ello se debiera a la propia cultura francesa. “Ésta siempre ha sido marcadamente cosmopolita”, dice repitiendo este lugar común del republicanismo francés, como si también hubiese absorbido plenamente este rasgo característico de su patria adoptiva. Su preocupación por la crisis de las relaciones humanas desembocó en 1983 en un estudio sobre el amor, extenso y de difícil lectura: Histoires d’amour (Historias de amor, 1987). En 1988 se publicó Etrangers à nous mêmes (Extranjeros para nosotros mismos, 1991), una reflexión sobre el tema de la extranjería y la xenofobia. Ambos libros giran en torno a la difícil relación con el otro: el otro en la relación de amor –el otro sexo, otra persona, a veces el Otro: Dios– y el otro como extranjero. Según Kristeva, no podremos comprender a los otros mientras no nos demos cuenta de que nosotros mismos no estamos formados de una sola pieza, sino que llevamos en nuestro interior todo tipo de diferencias, voces incomprendidas y elementos extraños. eros y tánatos

“Sólo conocemos al otro cuando lo amamos”, escribe al principio de Historias de amor. Y más adelante: “El amor es el cenit de la subjetividad”. Sin embargo, es precisamente ese amor el que Kristeva ve amenazado en el mundo actual por la xenofobia, las guerras civiles y la rápida desintegración social en los países del antiguo bloque soviético. “Allí son claramente visibles la destrucción de la relación de amor y la intensificación del odio” dice. “Porque los ideales comunistas se han venido abajo, la miseria económica lo domina todo y las personas todavía no tienen perspectivas claras. El tejido social se deshilacha. En la calle impera la mayor grosería, la gente se dice de todo a la cara. Se cometen asesinatos y robos, y la delincuencia es omnipresente.


“Los países del bloque soviético no logra desarrollar una economía. ¿Por qué? Por supuesto, la revolución sigue siendo demasiado reciente y ha dejado numerosas heridas en esa sociedad, pero además se observa una falta de iniciativa, de libertad, de responsabilidad. Todos estos aspectos giran en torno a la cuestión de la persona. Sólo somos personas cuando nos situamos frente a otro, nunca de forma aislada. Lo que nos convierte en personas es el vínculo con el otro, la relación de amor. Si ese vínculo se destruye, surge la barbarie. Sólo entonces afloran el odio y la violencia. No creo que en Occidente estemos protegidos contra eso. “El amor es el fundamento de todo”, afirma con decisión. Pero al mismo tiempo es una de las cosas más difíciles de describir. En Historias de amor, lo intentó, y más tarde, en 1985, lo complementó con un pequeño libro titulado Au commencement était l’amour (Al comienzo era el amor, 1996) que gira en torno al psicoanálisis y a la fe. La fe y el amor están relacionados. Lo divino nació junto con el amor: nunca ha existido una sociedad sin religión. Aunque Kristeva no se considera una persona religiosa en el sentido clásico de la palabra, cree que, incluso en una sociedad atea, el papel del amor es fundamental y, desde su punto de vista, éste se expresa a través de la religión. Al fin y al cabo, convivir significa integrarse en una red tejida con los hilos del afecto. “Y también del odio”, admite Kristeva. El amor no es sólo idílico. También lleva en sí violencia. La relación humana siempre transcurre por el eje de eros y tánatos. Sin embargo, le parece absurdo afirmar que el odio y la violencia preceden al amor. “Hubo una ideología nihilista para la cual el odio era la verdad más profunda del ser humano y la violencia el medio para llegar a ella. Eso era patente en el espíritu revolucionario de la década de los años sesenta. Y en cierto sentido es cierto. Pero si se convierte en la única verdad, Auschwitz es la última palabra. Con ello nos colocamos al margen de la humanidad. Somos humanos precisamente porque somos capaces de idealizar. Es eso lo que nos permite hablar. Si no amamos a nadie, no hablamos. La relación de amor es la condición de nuestra capacidad para el habla. Si se niega esto, se destruye no sólo a las personas, sino también la posibilidad humana, su condición de hablante.” –¿Por qué es tan importante la relación con el otro? –Por que en el amor se apela al hombre en su ser más primitivo, a sus cimentos más profundos y al mismo tiempo a su ideal. Nos enamoramos de alguien porque esa persona responde a nuestra necesidad narcisista, a algo primitivo que ya habitaba en nuestra infancia, algo anterior al lenguaje. Al mismo tiempo, esa otra persona responde al más ambicioso de nuestros proyectos, a nuestros ideales, a lo más sublime. El amor se sitúa siempre entre estos dos polos. Por ello, todo nuestro ser puede realizarse a través de él. Si estamos enamorados, nos encontramos en una situación de receptividad, de creatividad. En estado de gracia, como se dice en la religión. Todas las religiones se basan en esa idea. Un creyente es alguien que ama a su Dios. Se encuentra en una situación de apertura. En el psicoanálisis volvemos a encontrar esta situación en un plano terrenal. Cuando un paciente va al psicoanalista, surge lo que Freud denomina la transferencia: una reproducción de viejas situaciones de

amor. Gracias a este proceso, el individuo pone sus cartas sobre la mesa, lo que, por así decirlo, le permitirá renacer: como alguien más abierto y con más posibilidades. Creo que uno de los rasgos más significativos de nuestra civilización es que ha intentado imaginar al individuo desde la relación de amor, cara a cara con el otro. Lo vemos en el pensamiento de la antigua Grecia, aunque también de forma muy explícita en el Antiguo y Nuevo Testamento. Frases como “Amarás al prójimo como a ti mismo” o “Dios nos ha amado” sientan las bases de la noción del individuo occidental y su relación con los demás. Por supuesto se trata de un ideal: todos sabemos lo difícil que es hacerlo realidad. Sin embargo, nos aferramos a ese ideal: es uno de los rasgos más sutiles e importantes de nuestra civilización. –El hecho de que el amor conduzca a relaciones armoniosas presupone que es recíproco. Algo que no siempre sucede. –No, y de ahí vienen la decepción, los celos y el odio. Ni siquiera el enamoramiento, que es uno de los estados más sublimes, se libra del todo de esos aspectos negativos. Alguien que está enamorado no siempre es conciente de ellos, pero ahí están, ocultos. Tomemos, por ejemplo, el personaje de Julieta de Shakespeare, que describe el cuerpo de Romeo como repartido en mil estrellas. Eso suena muy bonito, pero en realidad está cortando el cuerpo de su amante en pedazos. Hay cierta agresividad en eso. Por supuesto, es peor cuando el amor es rechazado. La reacción que sigue es comparable al duelo ante una pérdida: melancolía y depresión. En lugar de vengarse del objeto de su amor, una persona en esta situación se venga en sí misma: “No valgo nada, porque el otro no me ama”. Y ello puede empujarla incluso al suicidio. No mato a quien no me ama, sino a mí misma. –Quizá también para hacer sufrir al otro. –Sí, también es una forma de vengarse de la persona que no ha respondido al amor. Para que ésta se sienta culpable, el rechazado deja un cadáver que le remorderá la conciencia por haberlo abandonado. maternidad

–Afirma usted que hoy en día nos faltan códigos para el amor. ¿Acaso hemos de idear una nueva línea de conducta? –No sé si hemos de idear un código único. Seguramente sería demasiado prematuro. Quizá dentro de un siglo hayamos encontrado algo más estable. Pero en estos momentos creo que vivimos a la vez en diferentes épocas en las que rigen diversos códigos de amor. En cierta medida nos hallamos en la arqueología: vivimos, por así decirlo, simultáneamente en diferentes épocas. Algunas personas parecen buscar un amor romántico, otras un amor al estilo de los trovadores, y otras al estilo del siglo XVIII, un amor libertino. ¿Por qué no? Creo que es importante aceptar esa pluralidad sin aferrarse necesariamente a un código único. Sólo si alguien no acepta ninguno de esos códigos, su mundo se convertirá en una ruina. Como al final del Imperio Romano, cuando habían desaparecido los viejos códigos de amor, pero aún no se había introducido del todo el nuevo cristianismo. –La consecuencia es una gran confusión en torno a las normas de conducta, con todos los malentendidos que ello supone. En una entrevista dijo usted que las mujeres tienden hacia la ley. Y hueders H | 17


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pesar de todo vivir juntos y comprendernos reconociendo estas dos tendencias: por un lado Don Juan y por otro Hera? ¬En la década de los setenta, desde la perspectiva feminista se abogaba a menudo a favor de un ser andrógino: una persona que conciliara en sí misma lo femenino y lo masculino. Sin embargo, ahora parece imponerse la tendencia a resaltar las diferencias entre los sexos. En su libro rechaza usted el ideal andrógino diciendo que aunque un hombre pueda reconocer su lado femenino, éste nunca será igual a la feminidad de la mujer, y viceversa. ¬Sin duda. Creo que la falacia de la androginia es que no reconoce al otro sexo, sino que en realidad lo engulle: “Me considero hombre o mujer por encima de mi sexo biológico. Y por ello puedo serlo todo y no tengo que considerar al otro como alguien distinto a mí”. La androginia es una manera de hacer desaparecer al otro devorándolo. Pongamos por caso el psicoanálisis. ¿Cuándo se acaba? Según Freud, nunca. Yo creo que una persona puede dejarlo en cuanto elige un sexo. “Sé que soy hombre o mujer, aunque sé que como un hombre tengo aspectos femeninos o como mujer aspectos masculinos. Pero elijo una identidad sexual”. Esto no sólo es la garantía de una identidad personal fuerte y libre, sino que también garantiza el respeto por el otro, porque, insisto, la androginia es una forma de colonización del otro que conduce a un desprecio del sexo opuesto. Un ser andrógino lo es todo: para él ya no existe “otro sexo”.

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la ley suele considerarse casi siempre como algo masculino. El feminismo norteamericano defiende, por su parte, una amplia normativa en el terreno de la relación entre los sexos. ¬Hubo un movimiento feminista libertario que intentó romper la represión a la que están sometidas las mujeres en la sociedad patriarcal, proponiendo al mismo tiempo una imagen de la mujer en la que la libertad ocupaba un lugar central. En esa imagen, lo femenino equivalía a revuelta y disidencia. Es cierto que en el comportamiento femenino hay algo de insatisfacción, de continua crítica. Hegel ya se dio cuenta de ello cuando describió a la mujer como la eterna ironía de la sociedad. En la mirada de la mujer hay algo –Freud lo llamaría histeria– que nunca está satisfecho, que siempre quiere otra cosa. Este es un lado de la cuestión. Pero también hay otro que coincide en parte con la sexualidad femenina, en la medida en que ésta depende de la relación con la madre. La mujer se distancia de su madre para acceder al conocimiento y a la ciencia ¬el mundo del padre–, pero la relación con la madre queda al margen del pensamiento. Más tarde, esto puede convertirse en una fuente de nostalgia, incluso de depresión. Por otra parte, está la propia maternidad de la mujer. Como madre, se encuentra en una posición muy vulnerable, en la medida en que tiene un hijo del que es biológicamente responsable. Sobre todo en esa situación la sexualidad femenina busca un centro, un eje que le dé protección: la ley, que le ofrece reconocimiento. En términos freudianos: en la medida en que la mujer no dispone de un poder “fálico” con el que mantenerse en la sociedad, ha de conseguir que la ley la reconozca. Porque ella misma no es la ley. Las mujeres siempre han expresado esta necesidad de reconocimiento en forma de contrato. Dejando de lado el paréntesis del feminismo, ahora vuelve a expresarse la misma necesidad. Las mujeres quieren ser reconocidas en su trabajo profesional, en las universidades, etcétera. También en la vida erótica. La mayoría de las mujeres no quiere ser un objeto intercambiable e incierto. La sexualidad masculina es mucho más abierta. Bien es cierto que muchos hombres buscan una relación estable, pero pueden integrarla dentro de otras relaciones fugaces. Las mujeres no sienten con tanta fuerza esa necesidad de mantener relaciones pasajeras. Por eso es fundamental que la ley reconozca a la pareja. Por supuesto, todo esto puede degenerar en conformismo, como por ejemplo en Estados Unidos. Allí, después de los años “anárquicos”, el movimiento feminista se ha vuelto sumamente conformista, como se pone de manifiesto en el hecho de investigar a las personas para ver si son políticamente correctas. Las feministas desempeñan un papel muy importante en este sentido, a menudo son muy regresivas. Esta tendencia también se manifiesta en la sociedad europea. Por otro lado he de admitir que la relación de pareja tiene mucho valor. Entre hombres y mujeres hemos llegado a un grado de independencia tal que ahora la vida ya no tiene por qué desembocar en la formación de parejas. Todos somos independientes: ¿por qué vivir juntos? En mi opinión, el hecho de que, con esa independencia y a pesar de ella, podamos vivir con otra persona, no en una relación de esclavitud, sino en una relación libre de individuos independientes, delata un fondo de civilización extremadamente refinado y elevado. ¬Tal como usted lo expone, da la impresión de que es la mujer la que pide la ley para que la proteja, mientras que el hombre se siente reprimido por esa ley y, como una especie de Don Juan, intenta constantemente eludir las reglas de Hera, del hogar. ¬Aunque ése sea el aspecto caricaturesco de la cuestión, es cierto que existe este tipo de tendencias inconscientes. La pareja ha de ser consciente de este juego para poder desarrollar una especie de entendimiento en el que la mujer no termine siendo una Hera castradora y el hombre, un payaso mujeriego. Quizá, la actual crisis del matrimonio esté representada por estas dos figuras. ¿Podemos intentar a


clásicos

Los dolores del mundo Arthur Schopenhauer “el dolor no brota de no tener. brota de querer tener y sin embargo no tener”: con ese argumento inicia schopenhauer (1788-1860) este conjunto de aforismos sobre el dolor como única vía para lograr cierta calma en la vida. el pesimismo de schopenhauer, tan admirado por los mejores escritores contemporáneos, de borges a beckett, por supuesto también derivó hacia el amor. tuvo mala suerte con las mujeres y se llevó mal con su madre, johanna, amiga de goethe, escritora y dama de salón (periférica publicó su libro La nieve). aquí una muestra de su taxativo pensamiento, que por incorrecto e hilarante que pueda resultar, siempre es genial e iluminador.

J

unto con el instinto vital el amor es el más poderoso de todos los resortes de las acciones humanas. Si se piensa que absorbe gran parte de las fuerzas de la juventud, y que es el supremo fin de casi todo esfuerzo humano, que causa perturbación en los negocios más serios, que trastorna a los genios más grandes, que con sus frivolidades complica relaciones diplomáticas y los trabajos de los sabios, que deshace las relaciones más preciosas, corta los lazos más apretados, toma por víctimas a la salud, la vida, la riqueza, la jerarquía, la dicha, hace del hombre honrado un granuja, y del amigo fiel el peor de los traidores, perverso demonio que se esfuerza en trastornarlo todo, en enredarlo todo, en destruir todo, entonces no se puede menos que exclamar: ¿por qué tantas ansiedades, tantos esfuerzos, tanto anhelo, tanta miseria? Se trata, no obstante, de una cosa bien sencilla. Se trata de que cada cual pueda deshojar la margarita. Pero para el pensamiento serio la verdad aparece sin velo. La importancia del asunto es igual a la pasión con que se persigue. ¿Qué es el amor? La voluntad que aspira a vivir en un ser distinto y nuevo. El amor es la estratagema de la que se vale la naturaleza para conseguir su fin, la creación de un nuevo ser determinado. Presentemos una prueba. El amor platónico es una necesidad. El amor no se contenta siquiera con el sentimiento recíproco. Lo que quiere, lo que busca, lo que exige, es la posesión. Que el ser amado, deseado, se halle en su poder. Y experimentar, al poseerlo, la plenitud de sus sentidos. El único fin verdadero, el fin real de toda unión amorosa, es engendrar un hijo, aunque los amantes no sospechen las secretas intenciones de la naturaleza, que en tales situaciones bien sabe cubrirse con una máscara. El placer, la voluptuosidad de una posesión recíproca, no es sino una acechanza. La naturaleza sólo piensa en rellenar los vacíos, en rehacerse, en engendrar individuos nuevos. También los animales sufren el engaño de esta mistificación de la naturaleza, que con el cebo del placer les hace creer que trabajan para sus goces individuales, mientras que en realidad trabajan para las necesidades de la especie: garantizar su perpetuidad. Lo que también prueba que el amor es un instinto dirigido hacia la reproducción de la especie es que, por

Gentileza de ediciones Sequitur.

su misma naturaleza, el hombre es un ser inconstante, mientras que la mujer es más fiel. El hombre es polígamo. El número de pueblos polígamos es cuatro veces superior al de los monógamos. El instinto de la naturaleza dirigido a la conservación de la especie impulsa al hombre a buscar muchas mujeres. Con comodidad el hombre puede engendrar cincuenta o cien hijos, si tiene a su disposición la cantidad necesaria de mujeres. La afición por las mujeres es en el hombre un instinto disfrazado: el inconsciente deseo de mantener la especie. ~ No es el rostro sino la fuerza, el valor, los que atraen a la mujer. Esas cualidades parece que aseguran al hijo una protección vigorosa. Es así muy raro que las mujeres se enamoren de los hombres sutiles y afeminados. Aman el vigor de los músculos, la anchura de las espaldas. ¿Qué puede importarles que el hombre sea un campesino, con tal de que sea fuerte? Lo que ellas quieren es un macho. La actitud, la decisión, el valor, la bondad del corazón, son las características que conquistan a la mujer. Porque esas cualidades del padre se transmiten al hijo. Por el contrario, los dones del espíritu no ejercen sobre la mujer ninguna acción, porque el padre no puede legarlos a sus hijos. Los necios a veces tienen más éxito con las mujeres que los hombres sabios. Matrimonios de amor se han visto entre hombres groseros, estúpidos, pero robustos, con mujeres jóvenes, dulces, impresionables, llenas de buen gusto. Se han visto sabios casados con una marmota: Sic visum veneri, cui placet impares formas abque animos sub juga anea saevo mittere cum joco Lo que tiene presente la naturaleza en la unión de los sexos no es un entretenimiento más o menos espiritual, es la procreación de criaturas fuertes. La unión no se efectúa entre dos cabezas, sino entre dos corazones. ~ La voluptuosidad es seria. Representémonos a la pareja más hermosa, la más encantadora que podamos imaginar. ¡Cómo se atraen y se rechazan una a otra, cómo ambos se desean y se huyen con gracia en un inhueders H | 19


teresantísimo juego de amor! Pero llega el instante de la voluptuosidad: todo juego desaparece, la pareja está seria. ¿Por qué? Porque la voluptuosidad es bestial y la bestialidad no ríe. Las fuerzas de la naturaleza obran seriamente por todas partes. ~ La constitución miserable, física, moral o intelectual de la mayor parte de los hombres, tiene en parte su origen en esas uniones que no se realizan por ilusión o inclinación, sino por inclinaciones exteriores o por circunstancias accidentales. Si al mismo tiempo que las conveniencias se tienen en cuenta las recíprocas inclinaciones se da entonces satisfacción al genio de la especie. Muy raros son los matrimonios dichosos, básicamente porque el fin natural del matrimonio no es la dicha de la generación presente sino la de la futura. Añadamos algo para consuelo de las almas dulces y amantes. En ocasiones se une al amor sexual un sentimiento de origen diferente, una amistad real fundada en la conformidad de los pensamientos y de los caracteres. Pero esta amistad no se declarará sino cuando el amor sexual se extinga en el goce. ~ El amor es como una compensación de la muerte. ~ ¿Qué cosa es el matrimonio? Una acechanza que nos tiende la naturaleza. Cuando no se tienen ilusiones el matrimonio se presenta como la ventaja de ser cuidado durante la vejez. Pero también es preciso hacer ver los inconvenientes del matrimonio: gastos, cuidado de niños, caprichos, vejez y fealdad de algunos años, engaños, adulterios, ataques de histerismo, amantes, el diablo y el infierno? Baltasar Gracián llama al hombre de cuarenta años un camello, porque tiene mujer e hijos. Los jóvenes, al casarse, se convierten en la bestia de carga de su mujer. La mujer es un pecado de la juventud que se arrastra durante toda la vida. El hombre casado carga con todo el peso de la existencia. El soltero, únicamente la mitad. El que se consagre al arte tiene que tomar partido por este último.

El filósofo necesita disponer de su tiempo. Todos los grandes poetas casados fueron infelices. El mismo Shakespeare llevó cuernos por partida doble. De aquí que los hombres sensatos y prudentes se nieguen a contraer este pacto tan desigual. En Oriente, en los pueblos polígamos, toda mujer se halla segura de encontrar alguien que se encargue de ella, mientras que en los pueblos monógamos las mujeres casadas constituyen un número escasísimo: queda una multitud de solteronas que vegetan tristemente sin protección, sobre todo en las clases inferiores. He aquí el lugar donde fermentan las prostitutas miserables, llevando una vida vergonzosa y formando una especie de clase social pública, destinada a preservar de los peligros de la seducción a las mujeres dichosas para conquistar un marido, o que esperen conquistarlo. Hay en Londres ochenta mil prostitutas, víctimas de la monogamia, inmoladas sin piedad en el altar del matrimonio. Para las mujeres consideradas en su conjunto, la poligamia no podría ser considerada más que como un beneficio. (…) Inútil es discutir sobre la poligamia, puesto que de hecho existe en todas partes: se trata tan sólo de organizarla. ¿Dónde existen verdaderos monógamos? La mayor parte de nosotros hemos vivido en la poligamia. Y dado que el hombre necesita muchas mujeres, ¿no es justo que sea libre, y que se cargue con cuantas necesita? Las mujeres, de esta manera, serían devueltas a su natural condición de subordinadas y desaparecería “la dama”, ese monstruo de la civilización europea y de la necesidad germano-cristiana, la dama con sus pretensiones ridículas con respecto al honor y al cuidado. Cuando ya no existan “damas” Europa se verá limpia de todas esas desgraciadas criaturas, cuya vida no es más que basura.

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ensayo

Samuel Beckett en Dublín Colm Tóibím Si se camina por Kildare Street en el centro de Dublín, se pasa a lo largo de la Biblioteca Nacional, se da una vuelta a la derecha en South Leinster Street, y se mira entonces el viejo edificio situado en el lado opuesto de la calle, que retrocede hasta los campos del Trinity College, es posible ver el letrero. Está escrito en letras que se están desvaneciendo, situado en lo alto del costado del edificio con el gablete. Tan sólo dice: «Finn’s Hotel». Esto fue lo que Richard Ellmann llamó «la ligeramente exaltada hostería» donde Nora Barnacle trabajaba. Cerca de ahí, el 10 de junio de 1904, cruzó miradas con el joven James Joyce. Se detuvieron para hablar, los dos jóvenes extraños, y acordaron encontrarse cuatro días después en una esquina de Merrion Square, afuera de la casa que alguna vez fuera propiedad de Sir William y Lady Wilde, donde educaron a su hijo Oscar, sede de muchas fiestas. Cuando Nora no acudió a la cita, Joyce le escribió al día siguiente, «No escucho nada más que tu voz… quisiera poder sentir tu cabeza sobre mi hombro». Al día siguiente se encontraron, y James Joyce convirtió ese día en Bloomsday, el día de días para la literatura irlandesa, al tiempo que convirtió el nombre del hotel en el título de su último libro, Finnegans Wake. El recorrido entre el hotel de Nora y la casa de Wilde se produce a lo largo de una sola calle estrecha llamada Clare Street. Aquí, en el número 6, el padre de Samuel Beckett llevaba su negocio de control de cantidades para construcciones. Cuando murió su padre en 1933, el hermano de Samuel Beckett se encargó del negocio mientras que Beckett tomó el ático en Clare Street. Se acordó que ahí escribiría, e incluso daría clases de idiomas. Más que otra cosa, era una forma de escapar del mausoleo en el que su madre había convertido el hogar familiar; le permitía pasar su día paseando por la ciudad o mirando una hoja de papel en blanco. Las implicaciones de estar a la mitad del camino entre la casa de Wilde y el hotel de Nora Barnacle no podían pasar inadvertidas para él. Al igual que Wilde, pertenecía a ese grupo de genios protestantes que emergieron cuando el poder protestante disminuía y moría en el sur de Irlanda. Entre ellos estaban W. B. Yeats, George Bernard Shaw, Lady Gregory, Bram Stoker, John Millington Synge y Sean O’Casey. Todos ellos provenían de distintos estratos de la escala social protestante; todos ellos desarrollaron un idioma profundamente personal; fue su estilo lo que los separó del resto del mundo. El sistema temprano de Beckett contenía elementos del interés de Wilde en encontrar un conjunto de verdades aceptadas y después voltearlas de cabeza, y también

a beckett le interesaba la conciencia como una forma de comedia cercana a la tragedia y a la lógica como un crimen, cuyos perpetradores eran castigados mediante el ofreci-

miento de innumerables conclusiones lógicas absurdas.

cogito ergo sum y se hizo de una sombría visión de la palabra que conecta, el ergo en la ecuación. la cogitación era la pesadilla de la que sus personajes intentaban despertar. adoraba la tensión implícita en

elementos de la preocupación de Joyce con el lenguaje y la consciencia. Su entrada en Clare Street fue suficiente para recordarle su destino. En los años en los que Beckett creaba de manera tentativa su trabajo temprano, destacan tres acontecimientos que ayudaron a moldear y dar forma a su genio. El primero ocurrió en Londres, al tiempo que Beckett recibía psicoterapia. En el otoño de 1935, mientras escribía Murphy, acudió a una conferencia de C.J. Jung, quien habló de una paciente, una joven chica: «Desde luego, la realidad de las cosas era que, como me di cuenta con posterioridad, esta joven chica nunca había nacido». La idea intrigó a Beckett. Veinte años después, en su obra radiofónica, All That Fall, su personaje de la señora Rooney recordaría su propia asistencia a esa conferencia:

Conmemoramos los veinte años de la muerte de Samuel Beckett (13 de abril de 1906- 22 de diciembre de 1989), con este texto escrito por uno de sus compatriotas. Traducción de Eduardo Rabasa. Agradecemos la gentileza del autor.

…Fue tan sólo algo de lo que dijo, y de cómo lo dijo, que me ha afectado desde entonces… Cuando terminó de hablar de la joven chica permaneció ahí inmóvil durante algún tiempo, me atrevería a decir que dos minutos, mirando su mesa. Después de pronto alzó la cabeza y exclamó, como si hubiera tenido una revelación, ¡El problema con ella es que en realidad nunca nació! Para Beckett, que había estado leyendo textos esenciales sobre el debate en torno a las ideas de ser y pensar, y que estaba profundamente interesado en estados de no-ser, de no-conciencia y de no-lenguaje, esto ofreció una dramática apertura. Podía hacer que los personajes de su narrativa reflejaran su propio vuelo, personajes que no habían nacido del todo, que habían llegado desamparados al mundo, cuyo predicamento era una alienación esencial, que no podían ser curados y que eran casi cómicos. Durante estos meses en Londres trabajó con velocidad en Murphy; después, tras su regreso a Dublín durante la navidad de 1935 con 40 mil palabras escritas, hueders H | 21


escribió con mayor lentitud, terminando el libro en junio de 1936. Lo envió a la editorial Chatto and Windus que, al haber vendido sólo dos ejemplares del libro de cuentos de Beckett More Pricks than Kicks, lo rechazó. Finalmente fue aceptado por Routledge and Kegan Paul en diciembre de 1937 y se publicó en 1938. En el periodo entre que terminó el libro y se publicó, Beckett habría de recibir una lección, como si la necesitara, sobre la mezquindad y naturaleza filistea del nuevo Estado irlandés. Le quedaría claro que se sentiría más en casa en una Francia en guerra que en una Irlanda en paz. En 1937, Oliver St. John Gogarty, en quien Joyce había basado el personaje de Buck Mulligan en el Ulises, publicó un volumen de su autobiografía en el que claramente difamaba al tío político de Beckett, Henry Sinclair, que era judío. Beckett escribió un testimonio oficial para el caso afirmando que reconocía a Sinclair, quien no era nombrado, en dos encarnizados pasajes antisemitas en la autobiografía de Gogarty. Como Gogarty era reconocido como un hombre de ingenio, el caso de difamación fue cubierto de manera detallada por la prensa local y había filas a diario para las audiencias públicas. Un periodista foráneo pensaba que «sólo Los papeles póstumos del Club Pickwick reescritos por James Joyce» podían capturar de forma adecuada la atmósfera de anticipación. Beckett fue interrogado de manera contundente por el abogado defensor, que se burló de él por vivir en París y que insistió en que Beckett había escrito un libro sobre un autor llamado «Prowst», dando lugar a que Beckett corrigiera su pronunciación, y un libro de poemas llamado Whoroscope. El abogado después leyó una sección de More Pricks than Kicks al jurado, señalando su naturaleza blasfema. Añadió que el libro había sido prohibido en Irlanda. «Sugiero», dijo el abogado defensor, «que fue prohibido porque era un libro blasfemo y obsceno». Después preguntó a Beckett si era cristiano, judío o ateo. Beckett respondió que no era ninguna de las tres. En su arenga final, el abogado se refirió a Beckett como «esa “prostituta y blasfemo” de París… “esa criatura torcida”». El juez, en su sumario, dijo que se sentía obligado a decir al jurado que él no pondría ninguna fe en la evidencia del «testigo Beckett». El juez diría: «No me pareció un testigo en particular satisfactorio. No me pareció un testigo a cuya palabra yo, personalmente, conferiría una gran credibilidad». A pesar de que su bando ganó el caso, con un pago de 900 libras por daños, Beckett sintió, a partir de cómo fue reportado el caso, que había defraudado a su familia. Su hermano, que dirigía el negocio familiar en una ciudad conservadora, le aconsejó que se marchara a Londres y después a París esa misma noche, sin siquiera despedirse de su madre. Así lo hizo, y pronto escribió a su hermano para decir de nuevo cuánto lo lamentaba; su hermano no le respondió. Su madre, que culpaba a Henry Sinclair, nunca jamás le habló a éste. Más tarde, Beckett respondió que el caso «había sido una decisiva exposición del estiércol familiar». Cuando su novela Murphy apareció al año siguiente con un cruel e inusual retrato del poeta Austin Clarke, presentado como Austin Ticklepenny, fue Oliver St. John Gogarty quien aconsejó a Clarke que demandara a Beckett por difamación. Sin embargo, Clarke era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de la cantidad de daño que un interrogatorio judicial salvaje puede ocasionar a un escritor confundido, arrogante y ambicioso. Dejó el asunto por la paz. Beckett se sintió profundamente humillado por el juicio. Con posterioridad, sus aseveraciones sobre Irlanda se volvieron más y más insultantes. Cuando ganó el Premio Nobel en 1969, le pidió a su editor francés, Jérôme Lindon, que lo recibiera en su lugar en vez del embajador irlandés, quien hubiera sido el representante acostumbrado. 22 | H hueders

No debe colegirse que fue sólo este juicio lo que ocasionó que Beckett se quedara en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, pero pudo ayudarlo a decidirse, pasara lo que pasara, a no permanecer en Irlanda. También puede haber afectado el tono de crear una profunda distancia irónica entre cada objeto, cada motivo, cada conjunto de relaciones, cada percepción y cada palabra utilizada para describirlas en Watt, la novella escrita en Francia entre 1941 y 1945, publicada en 1953; sin embargo, para ese momento ya había asuntos más urgentes que la mezquindad y el parroquianismo irlandés, que convertirían a Watt en una novela tan original e inquietante. El Dublín de Beckett apareció en Watt de la misma manera en la que el Londres que conoció apareció en Murphy. No tenía mucho interés en esos lugares y no sufría de nostalgia ni sentía ninguna necesidad de reencontrar el tiempo perdido. Estos detalles locales aparecían en sus novelas de la misma forma en la que el color único en el trasfondo lo hace en los cuadros de Francis Bacon. En el caso de ambos artistas, la acción estaba en otra parte. A Beckett le interesaba la conciencia como una forma de comedia cercana a la tragedia y a la lógica como un crimen, cuyos perpetradores eran castigados mediante el ofrecimiento de innumerables conclusiones lógicas absurdas. Adoraba la tensión implícita en cogito ergo sum y se hizo de una sombría visión de la palabra que conecta, el ergo en la ecuación. La cogitación era la pesadilla de la que sus personajes intentaban despertar. Ser era un truco amargo, jugado en ellos por alguna fuerza que buscan de manera desesperada no reconocer. Beckett produjo una cantidad infinita de comedias sobre el asunto de pensar como algo aburrido, inválido y muy innecesario. Sus personajes no necesitaban pensar para ser, o ser para poder pensar. Sabían que existían gracias a los extraños hábitos y grandes malestares de sus cuerpos. Me pica luego existo. A principios de 1945, Beckett y su esposa, Suzanne, regresaron a un «sombrío París» desde Roussillon, donde se habían refugiado durante los últimos años de la guerra. Tan pronto como pudo, Beckett viajó a Irlanda para ver a su familia, a la que no había visto durante seis años. Su madre había vendido la casa familiar y se mudó al otro lado de la calle a un pequeño bungalow que construyó. Fue ahí, mientras se quedaba con ella, que ocurrió el tercer evento que cristalizó la terrible experiencia de la guerra, y que ayudó a definir y moldear el genio de Beckett. En su obra Krapp’s Last Tape, Beckett intentó describir una noche de revelación: Espiritualmente un año de profundo pesar e indigencia hasta aquella memorable noche de marzo, al final del malecón, en medio del viento silbante, que nunca será olvidada, cuando de pronto lo vi todo. La visión, al fin… Lo que de pronto vi fue esto, que la creencia que había poseído durante toda mi vida, a saber –(Krapp detiene la grabadora con impaciencia, adelanta la cinta, la vuelve a encender)– grandes rocas de granito la espuma volando ante la luz del faro y el medidor de viento girando como hélice, claro finalmente que la oscuridad con la que siempre he luchado por mantener a raya es en realidad mi mayor –(Krapp maldice, detiene la grabadora, adelanta la cinta, la vuelve a encender)– indestructible asociación hasta mi disolución de tormenta y noche con la luz del entendimiento y del fuego. Es manifiesto que algo del estilo le sucedió a Beckett en la casa de su madre en Dublín tras la guerra. Beckett le diría más tarde a Richard Ellmann: “Todo lo del malecón y el viento silbante es imaginario. Me sucedió a mí, en el verano de 1945, en la pequeña casa de mi madre, llamada New Place, al otro lado de la calle de Cooldrinagh [la vieja casa familiar]”.


Exhortó a uno de sus biógrafos, James Knowlson: «La visión de Krapp sucedió en el muelle de Dún Laoghaire; la mía fue en el cuarto de mi madre. Deje eso en claro de una vez por todas». Para entonces, Beckett estaba muy consciente de su propia necesidad de combatir la influencia de Joyce. Poco después de la muerte de éste le dijo a Knowlson: “Me di cuenta de que Joyce había llegado tan lejos como era posible en la dirección de saber más, [de estar] en control del propio material. Siempre estaba añadiéndole; sólo hay que ver sus galeras para advertirlo. Me di cuenta de que mi propia forma residía en el empobrecimiento, en la falta de conocimiento y en restar, en sustraer antes que en añadir”. Esto reaparece en una entrevista que Beckett dio a Israel Shenker para el New York Times en 1956: “Entre más sabía Joyce más podía. Tiende hacia la omnisciencia y la omnipotencia como artista. Yo trabajo con la impotencia, la ignorancia… Mi pequeña exploración es toda esa zona del ser que siempre ha sido hecha a un lado por los artistas como algo inutilizable; como algo que por definición no es compatible con el arte”. La asistencia de Beckett a la conferencia de Jung en 1935, su experiencia de un humillante interrogatorio en 1937, y su revelación en la casa de su madre en 1945 pueden ser sólo aspectos públicos de un patrón que estaba bien arraigado. Este patrón puede haberse formado por la relación de Beckett con su madre y por la calidad e intensidad de su lectura tanto como por cualquier conjunto de experiencias agudas y dramáticas. Mercier y Camier fue escrita tras la revelación en la casa de su madre de que la oscuridad antes que la luz, que la impotencia antes que la totalidad, serían su métier. «Molloy y los demás», diría, «se me aparecieron el día en que me di cuenta de mi propia locura. Sólo entonces empecé a escribir las cosas que sentía». Mercier y Camier es prueba, por si la necesitáramos, de que tanto en el arte como en la historia, el estudio de las corrientes subterráneas es más útil que el estudio de los grandiosos momentos centrales. Mercier y Camier, con su tono juguetón, sus jocosas bromas, pertenece mucho más al mundo de Murphy y de Watt que al nuevo trabajo que Beckett empezó a producir pronto. «Qué hedor el del artificio», asevera el narrador en la página tres. En su obra por venir, Beckett haría todo esfuerzo posible por limpiar el aire de ese hedor. A pesar del lugar ocupado por la revelación en el sentir de Beckett de su propio desarrollo, no es como si la obra realizada en la siguiente década fuera por completo diferente en su tono o en sus preocupaciones. Refinó su estilo; modificó su lenguaje; encontró una singular voz en primera persona que realizó mayores y más agudos esfuerzos cómicos para explicar lo inexplicable. En Molloy y en Malone muere permitió que su héroe estuviera aún más confundido que Murphy o Watt, y que fuera mucho más gracioso. Quizá el verdadero efecto de la visión que recordaba del verano de 1945 residió en el volumen de su producción. Al menos durante una década se convirtió en lo que Henry James llamó «un productor constante». Estaba claro que el autor de Murphy y de Watt no se lo tomaba muy en serio; podría haberse asentado en la letargia, feliz o infelizmente. Ahora, en 1945, ocurría algo más memorable y con la suficiente importancia como para que se tomara la molestia de que lo corrigiera su biógrafo, pero quizá no comprendió su impacto. Quizá no le dijo que cambiara, sino tan sólo que trabajara. Mercier y Camier, escrita en francés en 1946, poco después de la visión de la casa de su madre, no se publicó hasta 1970. La traducción al inglés se publicó en 1974. Beckett realizó varias aseveraciones sobre su cambio del inglés al francés, afirmando que el francés tenía «el efecto debilitador adecuado», e insistía en que le temía al inglés porque «no se podía evitar escribir poesía con él». Cuando discutió el

asunto con Lawrence Harvey, el criticó reportó que Beckett dijo que “para él, un irlandés, el francés representaba una especie de debilidad en comparación con su lengua materna. Además, el inglés, debido a su propia riqueza alberga la tentación hacia la retórica y el virtuosismo, que no es más que las palabras reflejándose a sí mismas con complacencia, al igual que Narciso. El relativo ascetismo del francés parecía más adecuado para la expresión del ser, sin desarrollar, sin sostén en algún lugar de las profundidades del microcosmos”. En 1937, con Murphy terminada y con el comienzo de un periodo de silencio, que culminaría con Watt, Beckett escribió una carta en alemán sobre el lenguaje al traductor Alex Kaun: En realidad se vuelve más y más difícil para mí, incluso fútil, escribir en un inglés oficial. Y cada vez más mi propia lengua se me aparece como un velo que debe ser desgarrado para poder llegar a las cosas (o a la Nada) que subyacen detrás. Gramática y Estilo. Para mí se han vuelto tan irrelevantes como un traje de baño victoriano o la imperturbabilidad de un verdadero caballero. Una máscara. Esperemos que llegue el momento, y gracias a Dios en algunos círculos ya ha llegado, en el que el lenguaje sea utilizado con mayor eficiencia cuando es mal utilizado con mayor eficiencia. Como no podemos eliminar todo el lenguaje de tajo, por lo menos deberíamos no dejar ningún cabo suelto que pueda contribuir a la caída de su reputación. Horadar un agujero tras otro en el lenguaje, hasta que lo que subyace detrás –ya sea que fuera algo o nada– empiece a asomarse; no puedo imaginar una meta más elevada para un escritor hoy. Y sin embargo, como sabemos a partir de su obra, incluyendo Murphy, Watt y Mercier y Camier, estaba medio enamorado de la gramática y del estilo. Conocía el poder de una oración aguda y de una coma bien colocada. A menudo evitaba poner en práctica su propio programa. Su meta más elevada lo eludía de manera constante. Esta batalla entre la austeridad, la distancia, la negativa a jugar juegos y la distracción del ingenio y el sonido de las palabras confería a su obra su poder y su carácter impredecible. Cuando se adentró en la luz de Clare Street en la década de los treinta, no pretendía llenar de ninguna forma la brecha entre el ingenio y la elocuencia de Oscar Wilde y el abrazo del mundo por parte de Joyce, sino que pretendía dejarla vacía y adusta. Buscaba ingresar a aquel espacio oscuro con todo su talento dañado, su mezcla de arrogancia y humildad. Estaba decidido a dejar vacío al vacío y a llenarlo con ecos, todo al mismo tiempo.

Colm Tóibín (1955), uno de los más reconocidos escritores irlandeses contemporáneos, es autor de varias novelas (El maestro. Retrato del novelista adulto, El amor en tiempos oscuros, El faro de Blackwater; las últimas son Mothers and Sons, Brooklyn), además de ensayista, cronista y editor.

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clásicos

Darwin entre las máquinas Samuel Butler Este es uno de los textos del libro El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres, notable compilación que forma una especie de tipología sobre nuestra relación con las máquinas. De Descartes a Turing –el ingeniero inglés que inventó la computación y que murió al mascar una manzana envenenada–, desde Freud hasta Asimov, la relación ha pasado del sentido de omnipotencia al pavor y el escepticismo. Samuel Butler, crítico de la era victoriana en la que vivió y autor de utopías literarias en las que el hombre vivía sin máquinas, escribe esta crónica que clasifica a las creaciones mecánicas como un reino más de la naturaleza. Se ríe de nuestras pretensiones mecanicistas, advirtiendo la trampa que nos tienden, ironía que interesó mucho al propio Darwin. Al redactor de The Press, Christchurch, Nueva Zelanda, 13 de junio de 1863 Estimado señor. Pocas cosas hay de las que la generación actual se sienta orgullosa con mayor justicia que de los increíbles avances que tienen lugar a diario en el desarrollo de todo tipo de aparatos mecánicos. Desde luego, en muchos campos ello es motivo de enhorabuena; no creo necesario mencionarlos aquí porque resultan bastante evidentes. Nos ocupan otras consideraciones, que podrían acabar hundiendo nuestro orgullo y haciendo que reconsideremos seriamente las perspectivas futuras de la raza humana. Si observamos los tipos más antiguos de vida mecánica –la palanca, la cuña, el plano inclinado, el tornillo y la polea, o (por analogía, iremos un paso más allá) el ejemplar primordial a partir del cual se ha desarrollado todo el reino mecánico: la palanca en sí misma–, y si examinamos después la maquinaria del gran barco Great Eastern, no podremos por menos que sentirnos algo atemorizados ante el formidable desarrollo del mundo mecánico y los gigantescos pasos a los que este avanza en comparación con el lento progreso que se produce en los reinos animal y vegetal. Resulta imposible no preguntarse cuál es la meta de este poderoso movimiento. ¿Hacia dónde se encamina? ¿Cuál es su meta? El objeto de esta carta es intentar aventurar algunas respuestas, aunque sean imperfectas, a estas preguntas. Hemos usado los términos “vida mecánica”, “reino mecánico”, “mundo mecánico”, y así sucesivamente, y lo hemos hecho con pleno conocimiento de causa, porque así como el reino vegetal se fue desarrollando lentamente a partir del mineral, y de modo semejante el animal ha evolucionado desde el vegetal, en los últimos años ha surgido un reino completamente nuevo, del que solo hemos podido vislumbrar los que algún día serán considerados los prototipos antediluvianos de su raza. Lamentamos profundamente que nuestros conocimientos tanto de la Historia Natural como de la propia tipología de las máquinas sean demasiado exiguos como para afrontar la gigantesca tarea de clasificar a éstas en géneros, subgéneros, especies, variedades y subvariedades, para localizar las semejanzas entre máquinas muy distintas, para mostrar cómo el servilismo al hombre ha jugado el mismo 24 | H hueders

papel que la selección natural en el reino animal y vegetal, y para intentar señalar por último sus órganos elementales, los cuales existen en algunas máquinas, débilmente desarrollados y completamente inútiles, pero que nos sirven para atisbar los rasgos ancestrales que se han extinguido o han sido modificados en otra nueva fase de la existencia mecánica. Solo nos permitiremos apuntar los rudimentos de este campo de investigación; corresponderá a otros, cuyo talento y formación sean superiores a los nuestros, profundizar en el tema. Nos aventuraremos, no obstante, a hacer una serie de aproximaciones, aunque con grandísima inseguridad. En primer lugar, debemos señalar que algunas de las formas más primitivas de los vertebrados eran de un tamaño mucho mayor a la de sus descendientes vivos más complejos, de lo que deducimos que una disminución de la talla en ocasiones puede ir ligada al desarrollo y al progreso. Observemos un reloj, por ejemplo. Examinemos la hermosa estructura del animalillo, el sofisticado juego de las manecillas que marcan los minutos. Pronto descubriremos que esta diminuta criatura no es sino la evolución de los voluminosos relojes del siglo XII: no su degeneración. Podría llegar un día en que los relojes de pared, que actualmente no merman de tamaño, fueran sustituidos universalmente por los de pulsera, haciendo que los de pared se extinguieran como los dinosaurios, mientras el reloj de muñeca, que desde hace años ha seguido la tendencia de reducir de tamaño más que al contrario, quedaría como el único ejemplar de una especie ya extinta. Estas cuestiones que apuntamos tímidamente, alusivas a la naturaleza misma de las máquinas, nos sugieren la respuesta a la mayor de las preguntas, a la más misteriosa que existe, de hecho. La pregunta es qué clase de criatura sucederá al hombre en la supremacía de la tierra. Se trata de un tema sujeto a debate, aunque nos inclinamos a pensar que somos nosotros mismos quienes estamos creando en estos momentos a nuestros propios sucesores: día a día añadimos detalles a la belleza y complejidad de su mecanismo, les otorgamos mayor poder y les dotamos con todo tipo de ingenios y dispositivos automáticos de movimiento y de regulación que les proporcionarán aquello que el intelecto le ha dado a la raza humana. Con el transcurso del tiempo, nos convertiremos poco a poco en la especie inferior: inferior en poder, inferior en cualidades morales y en autocontrol, que buscaremos como el máximo a lo que el hombre más valioso, el más sabio, se atreve a aspirar. Ni las bajas pasiones, ni los celos, ni la avaricia ni los deseos impuros perturbarán el sereno poder de estas gloriosas criaturas. El pecado, la vergüenza y la tristeza no tendrán cabida en ellas. Su mente permanecerá en un estado de calma perpetua, con esa alegría inherente al espíritu que no conoce los deseos, que no se ve perturbado por las lamentaciones. La ambición nunca les torturará; la ingratitud no les causará malestar alguno. La conciencia culpable, la esperanza postergada, el dolor del exilio, las molestias que conlleva el trabajo así como el paciente desprecio hacia la indignidad les serán completamente desconocidos. Su deseo de «alimentarse» (usando este término nos traicionamos reconociendo a las máquinas como organismos vivos), se colmará gracias a la labor de pacientes esclavos cuyo único interés y trabajo será saberse inútiles. Si por alguna causa cayeran fuera de servicio sus necesidades serían


El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres. Edición de Sonia Bueno y Marta Peirano Editorial Impedimenta, 392 páginas

A qué nos puede llevar esto es simplemente una cuestión de tiempo, pero ningún hombre que se considere filósofo puede dudar de que llegará el momento en que las máquinas tendrán la supremacía total sobre el mundo y sus habitantes. Nuestra opinión es que a la mayor urgencia debería declararse la guerra a muerte a todas las máquinas. Todo artefacto mecánico, sea cual sea su clase, debería ser destruido por el bien de la raza humana. No cabe hacer excepciones, ni darse cuartel; urge regresar a la condición primitiva de la especie. Pensar que esto es imposible en virtud de la situación actual de la humanidad, únicamente serviría para demostrar que el daño ya está hecho, que nuestra servidumbre ha comenzado ya de hecho, que hemos creado una raza de criaturas cuya destrucción estaría más allá de nuestro alcance, y que no solo nos hemos convertido en una especie esclavizada, sino que aceptamos de buen grado el cautiverio. Por el momento dejaremos el tema, que se presenta gratuitamente a los miembros de la Sociedad Filosófica. Si les parece oportuno aprovechar el inmenso campo que hemos apuntado, nos esforzaremos en trabajar en ello en el futuro durante todo el tiempo que sea necesario. Suyo, atentamente, etc. Cellarius.

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atendidas inmediatamente por médicos totalmente familiarizados con su constitución. Al morir, puesto que ni siquiera estas bestias gloriosas se hallarán exentas de la necesaria consumación universal, de inmediato entrarían en una nueva fase de existencia, porque, ¿qué máquina deja de funcionar al mismo tiempo en su totalidad y en cada una de sus partes? Entendemos que cuando la situación que hemos descrito haya llegado a este punto, el hombre será para la máquina lo que el caballo y el perro son actualmente para el hombre. El hombre continuará existiendo, incluso mejorará; una vez domesticado, y bajo el beneficioso gobierno de las máquinas, es probable que alcance un desarrollo superior al que tenía en su estado salvaje. Nosotros mismos solemos tratar a los caballos, a los perros, a las vacas y a las ovejas con gran amabilidad, ofreciéndoles lo que la experiencia nos dicta que es mejor para ellos. De hecho, es indudable que el uso que hemos hecho de la carne de los animales inferiores les ha causado a estos más felicidad que la que les haya quitado. De la misma forma, es razonable suponer que las máquinas nos tratarán de un modo amable: no en vano, su existencia dependerá de la nuestra del mismo modo que nosotros dependemos hoy de los animales. No nos sacrificarán para después devorarnos, como hacemos nosotros con las ovejas, puesto que no solo requerirán de nuestros servicios para el parto de sus vástagos (esa parte de su economía se mantendrá siempre en nuestras manos), sino también para que las alimentemos, para que las cuidemos cuando caigan enfermas, para que enterremos sus cadáveres o para que las convirtamos en nuevas máquinas. Resulta obvio que si todos los animales de Gran Bretaña, salvo el hombre, murieran, y si toda relación con los países extranjeros se volviera imposible a causa de una catástrofe repentina, bajo estas circunstancias, la pérdida de la vida humana constituiría un hecho terrible. Sin embargo, para las máquinas las consecuencias serían peores, si cabe. Es un hecho que nuestros intereses son inseparables de los suyos, y lo mismo puede decirse de las máquinas respecto de nosotros. Cada especie depende de la otra, y ambas extraen innumerables beneficios de esa dependencia, y hasta que se desarrollen los órganos reproductores de las máquinas de una forma que nos resulta imposible imaginar, las máquinas dependerán totalmente del hombre, incluso en lo que se refiere a la continuidad de su propia especie. Es cierto que estos órganos pueden acabar desarrollándose en última instancia, en la medida en que el interés del hombre vaya en esa dirección: no hay nada que nuestra caprichosa especie desee más que contemplar la fértil unión entre dos motores de vapor; no es menos cierto, por otro lado, que para construir máquinas nuevas es necesario el concurso de otras máquinas, que se convierten así en progenitoras de su propia prole. Mas el momento mismo del flirteo, del cortejo y del matrimonio nos parece aún muy remoto y, de hecho, resulta difícil de concebir por nuestra débil e imperfecta imaginación. Día a día, sin embargo, las máquinas nos ganan terreno poco a poco; cada vez hay más hombres que se encuentran subordinados a ellas, y más aún están obligados a trabajar a diario como esclavos de las máquinas; cada día, en suma, existen más hombres que dedican todas sus energías, su vida entera, al desarrollo de la vida mecánica.

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historia

Un juez en los infiernos Manuel Vicuña Este es un fragmento de la introducción al ensayo sobre Benjamín Vicuña Mackenna del historiador Manuel Vicuña, autor de investigaciones sobre la retórica, los modos y el espiritismo en el Chile de hace cien años. Libro excepcional, inaugura la colección Vidas ajenas de las ediciones UDP. Benjamín Vicuña Mackenna fue un hombre multidimensional, el más polifacético de los autores chilenos del siglo XIX. Sus contemporáneos vieron en él a un prodigio, a alguien tocado por una suerte de manía creativa, impelido por una fuerza proteica. Su capacidad de trabajo, la diversidad omnívora de sus intereses y su productividad industrial como escritor rayaron en lo inverosímil. Siendo joven, condenó los “imbéciles placeres del reposo”, las horas perdidas, el simple discurrir de los días; más tarde hizo una promesa que cumpliría plenamente: “Mientras la mano se deslice sobre el papel […] habremos de llenar la faena”. A los treinta y cuatro años, resentida su salud “por el exceso de labor”, un postrado Vicuña Mackenna, a quien los médicos incluso le prescriben abstenerse de leer, consigna, a contrapelo: “Me encuentro más enfermo cuando no trabajo que cuando lo hago. Conozco que mi mejor medicina es la tinta”. Con el tiempo, como un logógrafo en trance, terminaría escribiendo a lápiz para ahorrarse el tiempo perdido en mojar la pluma en el tintero. La desmesura, si algo, fue la marca de su vida. Miguel Luis Amunátegui apuntó que, más que libros, Vicuña Mackenna nos había dejado una biblioteca. Bartolomé Mitre, pensando en la dimensión titánica de su obra, lo llamó el “Hércules de la literatura chilena”. Rubén Darío llegó a calificarlo de “monstruo de la naturaleza”, debido a esa fecundidad eruptiva. Un “hombre múltiple”, lo nombró, a su turno, José Victorino Lastarria; como otros contemporáneos suyos, también lo juzgó el primer “escritor verdaderamente nacional”, y esto por haber sido capaz de abordar y capturar, con su prosa aluvional, tantos y tan diversos aspectos del pasado y del presente de Chile. Nació en 1831 y murió a los cincuenta y cinco años, en 1886. Recibió la educación habitual entre los hijos de la elite. Partió por las aulas del Instituto Nacional, siguió con estudios de derecho. Profesó un desprecio republicano por la sagacidad artificiosa de los abogados maniobreros. Leyó con avidez mórbida cuanto estuvo a su alcance, adquiriendo una vasta cultura literaria, además de científica. Nunca ignoró el potencial práctico de los saberes, interesándose en la canalización de los ríos, en la defensa de los bosques, en el desarrollo urbano, en la inmigración y en la colonización, en la educación popular y en la industria de la prensa, en la explotación minera y, en general, en todo lo relativo al potencial económico y social de los recursos naturales del país. Alguna vez pensó llevar una vida retirada en el campo, dedicado a la agricultura, rubro en el cual realizó estudios en Inglaterra. A décadas de su muerte, su viuda y sus hijas, aún reacias a admitir el carácter concluyente de esa pérdida, hacían todo lo posible por restablecer relaciones con él, mediante sesiones de espiritismo. Cultivó una erudición apegada al rumor de la plaza pública y se sumergió en la política sin grandes prevenciones. Conspiró, fue revolucionario, lideró tropas insurgentes usando una táctica aprendida en las ficciones históricas de Walter Scott; sufrió exilio en dos ocasiones, 26 | H hueders

ambas durante los gobiernos de Manuel Montt (1851-61). La Constitución de 1833 le pareció una aberración histórica: tras su fachada liberal, identificó la resurrección del despotismo. Como intendente de Santiago (1872-75), emprendió el programa de modernización urbana más ambicioso de todo el siglo XIX, bajo la utópica pretensión de transformar a la capital de Chile, una aldea protuberante cuya historia conocía como nadie, en el París de América. Liberal por convicción y tradición familiar, fue diputado, senador y candidato a la presidencia; en esta última condición, renovó las prácticas de campaña de su época, atizando, a todo pulmón, una cultura nacional de la movilización política. La defensa de la soberanía popular fue una constante de su vida pública. Esta vocación democrática, que lo hizo popular entre el mundo obrero, no lo eximió, sin embargo, de los prejuicios de género comunes en la época; tampoco lo inmunizó contra el antiindigenismo de las elites criollas, que practicó con particular vehemencia. Sobre las diferencias étnicas, en efecto, Vicuña Mackenna trazó una frontera sociocultural casi impermeable entre civilización y barbarie, ambicionando la consolidación del Estado- nación mediante la apabullante derrota militar de los mapuches. Ejercitó el americanismo, y no sólo de palabra, pero al final –la guerra del Pacífico de por medio– acabó convertido en el gran líder de opinión del victorioso nacionalismo chileno. No he pretendido compaginar lo anterior en una nueva biografía del personaje. Más bien me he desplazado con la libertad del ensayista, a fin de proponer asociaciones imprevistas y revelar, si es posible, nuevas constelaciones de sentido. (...) También trato las condiciones de producción del discurso historiográfico; la emergencia de la figura del historiador como artífice de proyectos nacionales y comunidades políticas; el desarrollo de la historia en tanto campo intelectual dotado de relevancia pública y de un estatuto disciplinario autónomo; y las tensiones de los liberales confrontados con su propia memoria. La historiografía chilena del siglo XIX ha sido explotada como cantera de información por todos quienes trabajan ese periodo, pero el examen de su constitución como disciplina, con sus propias prácticas y normas instituyentes, ha recibido escasa atención. Incluso quienes simulan dedicarse a su estudio suelen etiquetarla sumariamente para ahorrarse esfuerzos serios de comprensión. Se conforman con endosarle la categoría de positivista. (...) Vicuña Mackenna fue un historiador paradójico, o quizá, sencillamente, contradictorio. Por un lado, desempeñó un rol clave en la difusión de los protocolos empíricos de la nueva disciplina, con su acento en la investigación documental (...); por otro, si pensamos en los grandes historiadores chilenos de su época, fue el menos proclive a domesticar su imaginación como escritor en beneficio del parco ideal objetivista de la verdad. (...) Su obra ha sido desplazada hacia una zona de frontera. En ésta, la historia se trenza con la literatura, la imaginación para interpretar la evidencia da paso a la ficción a secas, y la escritura brilla por sus hallazgos estéticos más que por sus poderes cognitivos con relación al pasado. (...) Esto ha inhibido el estudio de Vicuña Mackenna como un autor esencial en el desarrollo de la disciplina y en la irrupción del historiador como una figura autorizada, por la comunidad nacional, para tomar parte activa en la vida pública del país.


reseña

Joaquín Trujillo (1983) es escritor y ayudante en la Universidad de Chile.

Jocelyn-Holt y la elección del enemigo Joaquín Trujillo ñores y patricios como el bajo continuo de Labradores, peones y proletarios (uno de los textos clásicos de Salazar), o viceversa. Una doble imagen donde el espejo no hace de contrario –como diría el poema de Ajmátova–, sino de amigo. El sesgo clasicista ­–la apoteosis de la simetría– es una riqueza singular en Jocelyn-Holt, con la que ha desentrañado un espacio de la historia de Chile entregado a una historiografía “clasista” de libros de genealogía mecenada, de una apología adicta al capital de turno. Ha hecho, en su última entrega, del sentido aristocrático de la historia de Chile un enemigo feroz de los dominadores de Chile, aquellos que lo tratan como un territorio de estancia reciente. Ello, en la línea del Balance patriótico de Huidobro. Así, la insistencia de Jocelyn-Holt en el criollo como el sujeto histórico chileno por antonomasia ha sido una advertencia sobre el pasado y más aún, el futuro, que, de tan importante, conviene a muchos pasar por alto. Ese sujeto –lo había llevado a su sitial mucho antes con La independencia de Chile–está conformado por familias que se levantan y se hunden pero que no se agotan en la privacidad de un mundo que sólo atañe a sus descendientes. Es el mundo donde familias están dispuestas a enemistarse a muerte por su cultura pública, a empobrecerse en función de campañas políticas, a mantener el monopolio meritocrático de la institución universitaria, en vez de servirse mutuamente como meros contactos. La sociedad apareció cuando se prohibió el incesto, dijo Levi-Strauss. Una épica frustrada, una revolución que se pospuso hasta la reforma agraria, y el patricio urbano y rural en su duplicidad al centro, son los grandes engranajes de una historia que admite el espacio de otras historias, allí donde pueden darse los grandes enemigos en tanto bien demasiado escaso. La historia de Jocelyn-Holt es abundante en ellos, y la historia en la que él se vuelve historia quizás no esté a la altura de los libros.

La Independencia de Chile: Tradición, modernidad y mito Alfredo Jocelyn-Holt, DeBolsillo, 448 páginas

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El historiador y esteta Alfredo Jocelyn-Holt Letelier ha visto reeditado este año La Independencia de Chile: Tradición, modernidad y mito, su tesis doctoral de Oxford, después de los tres tomos (de seis) que conforman la Historia General de Chile, obra de proporciones hoy desacostumbradas, a la cual ha dedicado parte de la última década. Conforme a un espíritu crítico que le ha granjeado una numerosa asamblea de detractores, según una actitud suya muy anglosajona que en Chile aparece como una especie de absurda hazaña, Jocelyn-Holt ha realizado un ejercicio historiográfico de sugestiva refundación de los mitos mediante un examen inspirado, al efecto de aquello que T.S. Eliot llamaba la poetización de un mundo despoetizado. Muy en la línea de un romanticismo escéptico –atributo que Jocelyn-Holt descubre en el Portales de su Peso de la noche (quizá a modo también de diagnosticar su propia psiquis)–, la reconstitución íntima de aquéllos llega más allá de los objetos mitológicos obvios. Se instala en el tratamiento mítico, incluyendo la historiografía chilena misma sin incurrir en la burda invectiva de desmentirla. Como busca una pinacoteca en la mente de esos grises personajes descritos por la corriente positivista, acaba por reencontrar un inusitado claroscuro en un pasado que se había vuelvo de una opacidad preocupante. A este respecto, alumbra su formación de historiador del arte en John Hopkins. En El retorno de los dioses (tomo I), sirviéndose de la clásica oposición debida a Hegel, según la cual la historia es europea como la geografía es americana, Jocelyn-Holt instala la lente pictórica que reconfigurará simbólicamente espacios necesitados, según la mente europea, de un orden cosmológico. Ese orden del sacrificio, de la momia de El Plomo, será absorbido por el orden del paisaje, ese paisaje que es obra –dirá Jocelyn-Holt ya en Amos, señores, y patricios (tomo III)– de la nueva perspectiva pero también de la descripción inédita que le dio el clasicista Alonso de Ovalle. Esa fue la descripción lírica sobre la cual se desarrolló el campo chileno. A falta del oro, ya en Los césares perdidos (tomo II), exhaustos por el desplazamiento permanente hacia el sur del Perú ideal –ese lugar paradisíaco todo de oro, no el que fue finalmente–, los primeros habitantes españoles de Chile se habrían visto obligados a actividades creativas de la naturaleza (agricultura) y no de mera extracción, de explotación de la naturaleza. En el contexto de un imperio de aspiración universal, la épica de Ercilla se vio tan frustrada como la perpetuidad de esa moderna catolicidad imperial de Carlos V. ¿Cuáles fueron las causas de esa frustración? La aparición de un enemigo, un guerrero a la manera clásica greco-latina, que sin embargo no pudo ser vencido. Ese era el mapuche. Y la épica –La Araucana de Ercilla– necesitaba clausurarse en la realidad de su objeto poético. Es muy interesante que para JocelynHolt sea la dignidad absoluta del enemigo, finalmente, la posibilidad de una guerra de amor. Toma en función de esta tesis El cautiverio feliz de Pineda y Bascuñan, y así rescata a esa frustración, de consecuencias pesimistas casi obligatorias. Aquí estaría la primera dignidad del enemigo en la formación de Chile. Pero no sólo eso. En su relación con la obra de Gabriel Salazar, Jocelyn-Holt ha descubierto a un contrario simétrico. Es por eso que plantea Amos, se-

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arte

El filo fotográfico de la historia Elizabeth Collingwood-Selby “Walter Benjamin y el olvido de lo inolvidable” es el subtítulo de este ensayo que penetra en la relación entre fotografía, arte e historia, escrito por la destacada profesora del magíster de Artes Visuales de la Universidad de Chile. “Mientras el historicismo postula una historia concebida como recuperación y articulación de lo memorable, de lo que ha sido o podría ser efectivamente recordado, el ‘materialismo histórico’ benjaminiano piensa la historia, ante todo, bajo la exigencia de responder a la demanda de lo que ella misma está condenada a olvidar, esto es, de lo que sólo puede irrumpir en la historia como su fin”. Este es un extracto del libro, que pronto aparecerá bajo el sello Metales Pesados. En La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica Benjamin plantea uno de sus mayores reparos al modo en que los discursos estéticos del siglo XIX abordaron la relación entre arte y fotografía, y más ampliamente, la relación entre arte y técnica. Estos discursos se empeñaron en discutir y decidir si la fotografía podía o no considerarse como un arte “sin plantearse la cuestión previa sobre si la invención de la primera no modificaba por entero el carácter del segundo”. Un notable pasaje de Valéry introducido como epígrafe al Prólogo de ese mismo texto, señala anticipadamente no sólo la relevancia de la pregunta que Benjamin plantea, sino también el radical alcance de algunas de sus posibles respuestas. Lo que Benjamin expone en su texto son unas “tesis acerca de las tendencias evolutivas del arte bajo las actuales condiciones de producción”, condiciones de producción cuya transformación se ve determinada por el salto cualitativo en el desarrollo de los medios de reproducción técnica de la obra de arte que, con la fotografía primero, y el cine después, alcanzan su punto de máxima agudización. Estas tesis habrán de responder, antes que nada, a la revolucionaria exigencia de dejar de lado los conceptos heredados sobre el arte (creación, genialidad, perennidad, misterio) –conceptos que seguirá enarbolando la chance fascista del arte, a pesar de que el cambio en las condiciones de producción anuncia por todos lados su debacle y su inaplicabilidad. La teoría del arte, bajo las nuevas condiciones de producción, habrá de recurrir necesariamente a la aplicación de nuevos conceptos. Los efectos de tal aplicación incidirán no sólo sobre el modo en que se concibe el arte del presente, sino que también modificarán retroactivamente la historia misma del arte. Tal como lo sugiere el epígrafe de Valéry, no será sólo la historia del arte la que se verá tocada y transformada por los efectos retroactivos de esta modificación ­–por esta lectura que se propone leer lo que no ha sido escrito en y por la historia tradicional del arte–, sino también el espacio, el tiempo y la materia. Si ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son, desde hace veinte años, lo que han venido siendo desde siempre, en rigor, tampoco podrá serlo la historia. En La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica Benjamin se proponía, como lo hemos dicho, exponer unas tesis acerca de las tendencias evolutivas del arte bajo las actuales condiciones de producción. Nosotros quisiéramos, a continuación, siguiendo algu28 | H hueders

nas de las claves que ese texto nos ofrece, desarrollar unas tesis sobre lo que, parafraseando a Benjamin, podríamos llamar las tendencias evolutivas de la historia —de la historiografía— bajo esas mismas condiciones. liquidación del aura; fin de la singularidad y de la autenticidad

“Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra. En dicha existencia singular, y en ninguna otra cosa, se realizó la historia a la que ha estado sometida en el curso de su perduración”. “El aquí y ahora del original constituye el concepto de su autenticidad. [...] El ámbito entero de la autenticidad se sustrae a la reproductibilidad técnica”. Un radical trastorno en la historia de la obra de arte se deja leer ya en estos pasajes iniciales del segundo parágrafo de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. No será únicamente el concepto, sino también la historia misma del arte, lo que se verá inevitablemente sacudido por el cambio en las condiciones de producción –cambio en las condiciones de reproducción– de la obra de arte. La historia a la que la obra de arte ha estado sometida en el curso de su perduración se ha realizado exclusivamente en su existencia singular. Este modo particular de existencia se ha visto condicionado, entre otras cosas, por el emplazamiento espacio-temporal irrepetible, por el aquí y ahora de la obra que se resiste a ser reproducido. Si esa resistencia fue alimentada durante siglos por la reproducción manual, el paulatino y simultáneo desarrollo de la reproducción técnica fue socavando poco a poco su fuerza; ésta terminaría cediendo finalmente ante el poder arrasador de la fotografía –y poco más tarde del cine y la reproducción técnica del sonido. Con todo, lo que finalmente cede, como lo señala Benjamin, no es –al menos en el caso de las obras que, a diferencia, por ejemplo, de la fotografía y el cine, no tienen en la reproducción técnica la matriz de su propia producción– la consistencia material de la obra espacio-temporalmente emplazada sino la autoridad del concepto de autenticidad que se desprendía de dicho emplazamiento. Ese aquí y ahora de la obra, que falta incluso en la reproducción mejor acabada, sigue y seguirá –justamente por ser irrepetible– faltando. Sin embargo es precisamente eso que de la obra falta en su reproducción, eso que no puede ser repetido, que no puede ser reproducido, lo que deja de hacer falta, lo que pierde todo peso y autoridad como determinación fundamental de la obra. “Conforme a una formulación general: la técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición. Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible. Y confiere actualidad a lo reproducido al permitirle salir, desde su situación respectiva, al encuentro de cada destinatario”. Poniendo la presencia masiva de la obra en lugar de su presencia irrepetible, la técnica reproductiva hace saltar en pedazos las coordenadas espacio-temporales singulares que marcan y orientan el ensamblamiento de la obra en el contexto de la tradición y que,


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impidiéndole salir indiscriminadamente al encuentro del público, preservan en ella, al mismo tiempo, el misterioso resplandor de su inactualidad y la fibra cruda de su autenticidad. Técnica e industrialmente reproducidas, todas las obras, incluso las más distantes y antiguas, se ven despojadas del halo de misterio que rodea a lo inaccesible, y son puestas a circular bajo el sello de la producción y de la percepción (de lo) actual. (…) La época de la reproductibilidad técnica de la obra de arte interrumpe revolucionariamente el continuum de la historia a la que la obra había estado sometida en el curso de su perduración, una historia cuya realización había dependido cabalmente de la existencia singular y de la función cultual de la obra. La exhibición de la obra, que durante siglos fue un suplemento más o menos significativo de su función esencialmente cultual, llega a ser, con las transformaciones provocadas por la fotografía primero y por el cine y la reproducción técnica del sonido más adelante, su valor constitutivo y determinante. La obra deja de ser esa singularidad que no sólo podía, sino que en muchos casos debía, para conservar su poder, mantenerse oculta y distante. En la época de su reproductibilidad técnica, en cambio, la obra sólo adquiere valor y consistencia como obra de arte en la medida en que se exhibe; en la medida en que se produce para ser exhibida y en grado cada vez mayor, para ser reproducida. Otra será, entonces, la historia de la obra de arte a la que dará lugar este radical cambio en las condiciones de su producción; otros los conceptos y categorías que organicen la matriz de su estudio, de su lectura y su escritura. Junto a ella, será la historia misma, en su acontecimiento y en sus procedimientos, la que se verá también inevitablemente alterada por estos cambios. Asumir “la liquidación del valor de la tradición en la herencia cultural”, ¿no implicará también, necesariamente, asumir la liquidación del valor de la tradición en la herencia histórica?

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narrativa

La experiencia sin transformar Philip Roth (1933), autor de El mal de Portnoy, Pastoral americana, Me casé con un comunista, Indignación, entre muchas otras novelas, publicó en 1988 Los hechos, autobiografía que llega en edición de bolsillo. aquí explica, en una carta a su editor, por qué quiso escribir sobre su vida, impulso que a él mismo lo dejó perplejo: descubre que se devela a sí mismo desde el dolor. es el reconocimiento fascinante de un hombre que cambió radicalmente tras enamorarse de una chiflada, romper con la comunidad judía que lo acunó y asumir las libertades de los años 60. el escritor estadounidense

Mi querido Zuckerman: En el pasado, como bien sabes, los hechos siempre han sido anotaciones rápidas en un cuaderno, manera mía de colarme en la ficción. Para mí, como para la mayor parte de los novelistas, todo suceso auténticamente imaginario empieza por abajo, en los hechos, en lo específico, no en lo filosófico, ni en lo ideológico, ni en lo abstracto. Y, sin embargo, para mi sorpresa, ahora parece que me he puesto a escribir un libro absolutamente hacia atrás, tomando lo que ya había imaginado y, por así decirlo, desecándolo, para de ese modo devolver mi experiencia a la autenticidad, a un estado previo a la ficción. ¿Por qué? ¿Para demostrar que hay un desfase significativo entre el escritor autobiográfico que los demás ven en mí y el escritor autobiográfico que de verdad soy? ¿Para demostrar que la información que extraje de mi vida era, en la ficción, incompleta? Si eso fuera todo, no creo que me hubiera molestado, porque los lectores reflexivos, si hubieran puesto e interés suficiente, ya lo habrían averiguado por sí solos. Tampoco es que hubiera necesidad alguna de este libro: nadie me lo encargó, nadie reclamó una autobiografía de Philip Roth. El encargo, si alguna vez existió, se produjo hace ya treinta años, cuando hubo, entre los venerables judíos que me aventajaban en edad, quienes quisieron saber quién era el chico ese que tales cosas escribía. No, el asunto parece surgido de otras necesidades, y el hecho de enviarte a ti este manuscrito, pidiéndote, como estoy haciendo, que me digas si en tu opinión debería publicarlo, me invita a explicar qué es lo que puede haberme impulsado a presentarme así, en prosa, sin disfraz. Hasta ahora siempre he recurrido al pasado como base de la transformación, de, entre otras cosas, una intrincada explicación que a mí mismo me propongo, de mi mundo. ¿Por qué presentarme sin elaboración delante de la gente, siendo así que, en general, en el mundo no imaginado, siempre me había abstenido de divulgar desnudamente mi vida personal (imponiendo una personalidad televisiva) ante un público serio. En el péndulo de la autoexposición, que oscila entre el mailerismo agresivamente exhibicionista y el salingerismo secuestrado, diría que yo ocupo una posición intermedia, tratando en plaza pública de resistirme tanto al cotilleo gratuito como al pavoneo, sin hacer del secreto y la reclusión un fetiche demasiado santo. De manera que ¿por qué reclamar ahora la visibilidad biográfica, sobre todo teniendo en cuenta que me educaron en la creencia de que la realidad independiente propia de la ficción es lo único verdaderamente importante, y que los escritores deben permanecer en la sombra? Pues bien: digamos, iniciando ya la respuesta, que la persona a quien he pretendido hacerme visible aquí es, sobre todo, yo mismo. A partir de los cincuenta, uno empieza a necesitar maneras de hacerse visible a uno mismo. Llega un momento, como me llegó a mí hace unos meses, en que se halla uno en tal estado de desamparo y confu30 | H hueders

sión, que no logra comprender lo que otrora resultaba obvio: por qué hago lo que hago, por qué vivo donde vivo, por qué comparto mi vida con quien la comparto. La mesa del despacho se me había trocado en un lugar ajeno y espantable; y –a diferencia de otros momentos de mi vida anterior en que emprendí con toda energía el camino de la renovación, porque las antiguas tácticas habían dejado de funcionarme, tanto en los asuntos prácticos de la vida, las dificultades a que todo el mundo tiene que enfrentarse, como en los problemas especializados de la escritura– llegué al convencimiento de que no iba a ser capaz de reconstruirme de nuevo. Lejos de sentirme capaz de reconstruirme, lo que percibía era que me estaba desmoronando. Estoy hablando de una depresión. No hay por qué entrar en detalles, pero te diré que en la primavera de 1987, en el momento culminante de un período de diez años de creatividad, lo que iba a ser una operación quirúrgica de poca importancia se convirtió en una durísima y prolongada tortura física, origen a su vez de una depresión que me condujo hasta el borde de la disolución mental y afectiva. Fue durante el período de meditación posterior a la depresión, con la claridad de que suelen venir acompañadas las remisiones, cuando empecé, de modo totalmente involuntario, a enfocar prácticamente toda mi atención despierta en los mundos de que me había mantenido alejado durante decenios, recordando por dónde había empezado yo y cómo había empezado todo. Cuando pierdes algo, te dices: “Vale, vamos a repasar los últimos movimientos. Entré en la casa, me quité el abrigo, fui a la cocina”, etcétera, etcétera. Yo, para recuperar lo que había perdido, tuve que regresar al momento original. Pero no descubrí ningún momento original, sino una serie de momentos, una historia de orígenes múltiples, y eso es lo que he escrito aquí, en un intento de poseer la vida otra vez. Antes, ni siquiera había cartografiado así mi vida, sino que, como acabo de decir, sólo había parado mientes en lo que puede transformarse. Aquí, para recaer en mi vida anterior, para recobrar mi vitalidad, para transformarme en mí mismo, me puse a recoger la experiencia sin transformar.

Los hechos. Autobiografía de un novelista, Philip Roth. DeBolsillo. Gentileza de Random House Mondadori.


narrativa

La vida dura Flann O’Brien El tercer policía, Crónica de Dalkey y La boca pobre, llega esta cuarta novela del gran flann o’brien (1911-1966), que se subtitula “Una exégesis de lo escuálido”. tan naturalmente demencial e hilarante como las otras, fue escrita después del éxito obtenido con su clásico At Swim Two Birds –que aparecerá traducida el próximo año, también por obra de editorial nórdica– y está dedicada a graham greene, “cuyos estados de desaliento admiro”. otro genio del infinito humor irlandés, tradición que va desde swift hasta beckett, y que éste último resumió como “enfrentar lo terrible hasta hacerlo risible”. después de

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o es que haya conocido a mi madre solo a medias. Conocí solo la mitad de ella, la mitad inferior: su falda, piernas, pies, sus manos y muñecas cuando se inclinaba hacia adelante. Creo recordar nebulosamente su voz. En aquel tiempo, naturalmente, yo era muy joven. Luego un día ella pareció desaparecer. Hasta donde yo recuerdo, se fue sin decir una sola palabra, ni adiós o buenas noches. Poco después le pregunté a mi hermano, cinco años mayor que yo, que dónde estaba la mamá. –Se ha ido a una tierra mejor –dijo él. –¿Regresará? –No lo creo. –¿Quieres decir que jamás volveremos a verla? –Supongo que no. Se fue a vivir con el anciano. En ese momento todo aquello me pareció vago y poco satisfactorio. Jamás llegué a conocer a mi padre pero a su debido tiempo pude ver y estudiar una descolorida fotografía color sepia: una severa figura enhiesta con gran mostacho y vestida de uniforme y con gorra de visera larga. Nunca logré descubrir la razón de aquel uniforme. Podría haber sido un mariscal de campo o un almirante, o simplemente un oficial de turno del cuerpo de bomberos; en realidad, podría haber sido un cartero. Mis recuerdos son un poco confusos acerca de lo que exactamente sucedió después de la partida de la mamá, salvo por una muchacha descuidada de largo y lacio cabello rubio que vino a cuidarnos a mi hermano y a mí. No hablaba mucho y parecía estar continuamente de mal humor. La conocimos como la señorita Annie. Por lo menos así es como nos ordenó que la llamásemos. Se pasaba la mayor parte del día lavando y cocinando, especializándose en pastel de patatas y guisos a base de patatas y verduras, o preparando eternamente albóndigas cubiertas con una salsa grasienta. Llegué a odiar aquellas cosas. –Si alguna vez vamos a parar a la cárcel –dijo mi hermano una noche en la cama–, estaremos muy acostumbrados a ella antes de haberla conocido. ¿Alguna vez has visto una cena semejante a las que nos prepara? Yo diría que esta Annie está un poco chiflada. –Si te refieres a las albóndigas –dije–, a mí me parece que son pasables... si no viésemos tantas y tan seguido. –Estoy seguro de que son pésimas para nosotros. –Bueno, esa especie de salsa es demasiado espesa. –Qué gusto cuando mamá se despreocupaba una vez a la semana y solo hacía jamón hervido con col. ¿Te acuerdas de eso? –No. En ese entonces yo aún no tenía dientes. ¿Qué es jamón? –¿Jamón? Hombre, algo grandioso. Es una clase de carne roja que traen del condado de Limerick. Esto es todo lo que puedo evocar acerca de la clase de conversacio-

nes tontas que solíamos tener. Probablemente estén todas tergiversadas. Cuánto tiempo duró esta situación –una suerte de interregno, vacío, hiato–, no lo puedo decir, pero lo que recuerdo es que cuando mi hermano y yo advertimos que la señorita Annie comenzó a lavar con mayor brío, a planchar casi con ferocidad y a empacar, supimos que algo se traía entre manos. Y no nos habíamos equivocado. Una mañana después del desayuno (gachas de avena, té con pan y jamón) llegó un taxi y de él descendió una extraña anciana dama con bastón. La vi primero por la ventana. El cabello que asomaba por debajo de su sombrero era gris, tenía la cara muy roja y caminaba lentamente como si su vista no fuese buena. La señorita Annie la hizo entrar, diciéndonos antes que la señora Crotty estaba aquí y que nos comportásemos bien. La señora permaneció en la cocina en silencio durante un momento, mirando a Annie con una vaga expresión en su rostro. –Estos son los dos bribones, señora Crotty –dijo la señorita Annie. –Que tienen un aspecto magnífico. Dios les bendiga –dijo la señora Crotty en voz alta–. ¿Hacen todo cuanto se les dice? –Oh, supongo que sí, pero a veces cuesta que se beban la leche. –Vaya, por cierto –dijo la señora Crotty con un tono de voz espantado– jamás he escuchado semejante disparate. Cuando yo tenía su edad nunca me daban suficiente leche. Nunca. Podía beberme jarras enteras. También crema de leche. En todo el mundo no hay nada tan bueno para el estómago o los nervios. ¡Se lo repito noche y día al señor Collopy pero es como hablarle a esta mesa! Dicho esto descargó un golpe sobre la mesa con su bastón. La señorita Annie pareció sorprendida de que su trivial comentario acerca de la leche hubiese dado lugar a tanta vehemencia. A continuación se quitó el delantal. –Ya veremos –dijo de mal agüero–. ¿Está el chófer afuera? Tengo preparados todos los bultos. –Sí, el señor Hanafi n está afuera. Solo tienes que llamarle. ¿Están aseados estos caballeretes? –Tanto como se ha podido. Lo que ambos precisan es un buen baño. No hace falta decirle el problema que hay aquí con el agua. –Que el Señor nos ampare –dijo la señora Crotty con una mueca–, no hay nada más terrible bajo el firmamento que la suciedad. Pero todo eso ya lo solucionaremos a su debido tiempo, si Dios quiere. ¡Ahora en marcha!

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La última novela de Philip Roth un hijo busca rebelarse de un padre enfermo de terror

Para que cuando por fin Philip Roth gane el Nobel hayas leído todos sus títulos, Random House Mondadori los ha lanzado en Debolsillo además: Un animal moribundo Cuando ella era buena Me casÉ con un comunista Pastoral americana


reseña Las vírgenes sabias, Leonard Woolf Traducción de Marian Womack Impedimenta, 328 páginas

Andrea Kottow (1975) es profesora asociada del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y autora del libro Der kranke Mann. Medizin und Geschlecht in der Literatur um 1900 (El hombre enfermo. Medicina y género en la literatura alrededor del 1900), Campus Verlag, 2006.

Nosotros, los victorianos Andrea Kottow

Q

su joven e intocado cuerpo. Las consecuencias son decisivas: incapaz de entender las dimensiones de los sucesos, Gwen confiesa a la mañana siguiente todo a su madre, y Harry, frente a la indignación de todos los circundantes, responde con lo único que puede enmendar el deshonor de la joven: unirse a ella en santo matrimonio. Cuando arriba una carta de Camilla, pidiéndole que conversen para replantear sus posibilidades, la oferta llega tarde: alea iacta est. Harry se ha embarcado en una vida que será tan predecible como aquéllas que ha despreciado en su insignificancia. La curiosidad de Gwen se disipa una vez comprometida, y sus únicas preocupaciones giran en torno a los arreglos florales que adornarán la iglesia el día de la boda. La novela de Leonard Woolf causó gran conmoción en el momento de su escritura. Es tan reconocidamente autobiográfica que su madre lo increpó duramente por la evidente burla a que sometía a su propia familia, y su hermano dejó de hablarle durante décadas. Interesante se vuelve, a su vez, la representación de Virginia Woolf en la novela, personificada en la distante Camilla Lawrence, inalcanzable en su intelectualismo y frialdad física. También aparece la problemática del judaísmo, identidad que Leonard Woolf llevó con la misma ambigüedad de sentimientos que le atribuye a Harry Davis, marcada por una orgullosa arrogancia y la tendencia a victimizarse frente al rechazo de los otros. Leonard Woolf no es un novelista a la altura de Virginia Woolf. Las vírgenes sabias tiene debilidades pero también paisajes muy convincentes. Son justamente aquéllos, que nos retratan el mundo victoriano con sus estrecheces, sus limitaciones y las consiguientes inmensas ganas de quebrantarlas, que nos hacen a todos, como reconociera Foucault en su Historia de la sexualidad, un poco victorianos.

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uizás la razón fundamental de nuestra fascinación por el período victoriano resida precisamente en sus posibles fisuras, aquéllas que parecen invitar a romper con la supuesta rigidez de su moral. Así, cualquier escena victoriana que implica un ambiente de estricto control, de compostura y contención, de modales hiper-formalizados y corset que disimula las curvas femeninas, nos hacen imaginar todo aquello que queda subyugado y que adquiere mayor potencial libidinoso justamente por su obligada represión. Es la imagen de un corset que unos dedos anhelantes desabrochan, el beso furtivo detrás de la puerta de un salón donde una mujer toca piano mientras los hombres conversan y fuman, o la mano que con pretendida timidez se posa sobre un seno en el cobije de un bote que transita por una plácida laguna en algún parque veraniego, lo que nos llama a involucrarnos con las historias escritas en la Inglaterra de Victoria. Harry Davis, el protagonista de la novela Las vírgenes sabias de Leonard Woolf, esposo de Virginia Woolf –escritora con creces más célebre que su marido– es un joven intempestivo que se rebela contra las inflexibles reglas sociales imperantes en su entorno familiar y vecinal, y sueña con una vida diferente, aventurera, atiborrada de amor, pasión y arte. Este alter ego de Leonard Woolf desprecia a su mundano padre tanto como a la estrechez de miras de su conservadora madre. Pero más aún, es la familia Garland, con las cuatro hermanas en edad de merecer, la que encarna todo lo que Harry repudia, a pesar de que se entretiene alimentando la curiosidad de la menor, Gwen. El que la vida se limite al matrimonio por conveniencia o estatus social, a llevar eternas conversaciones banales sobre el clima o la comida, a hacer paseos grupales y jugar al golf, parece insoportable desde los horizontes anhelados por Harry Davis. La posibilidad de una existencia diferente se ve representada en la tercera familia que conforma el mundo novelesco de Las vírgenes sabias, los Lawrence, con las dos bellas e inteligentes hermanas Katherine y Camilla. En casa de los Lawrence se conversa de literatura y arte, se usa un fino tono irónico para dar cuenta de la propia superioridad en relación a la chata burguesía imperante, y se imagina la vida como una gran obra de teatro conformada por una serie de puestas en escenas, interpretaciones y juegos de lenguaje, que exige una cierta distancia frente a todo lo que ocurre. Harry se enamora de Camilla y le confiesa sus sentimientos en un engorroso encuentro entre ambos, en el cual Camilla lo rechaza por sentirse ajena a la posibilidad del amor en su vida. Con el dolor propio de una desilusión amorosa, Harry parte a pasar unas semanas a la orilla del mar junto su familia y los Garland. Rápidamente reanuda las conversaciones con Gwen, quien se ve muy atraída por la diferencia que Harry encarna para ella en la estrechez de su pequeño mundo burgués, y lo sigue como si fuera su guía a la entrada de un universo diferente, colmado de inesperadas aventuras. Harry la introduce en el mundo de la lectura, le presenta a Dostoievski e Ibsen, éste último significativo en relación a divergentes posibilidades de identidades femeninas en un mundo marcadamente patriarcal. Y, tal como al Quijote o a Emma Bovary, la literatura trastorna a la joven Gwen, quien en un arrebato de pasión e inconciencia se le ofrece a Harry en una abochornada noche de verano, imponiéndole la exquisitez de

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figura

Gonzalo Maier (1981) escribe en revista Qué Pasa.

El extranjero Gonzalo Maier

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delbert von Chamisso era dueño de un nombre extraño. Tan extraño, de hecho, que de haber pasado a la historia hoy no sería difícil de memorizar. Pero a estas alturas –la vida siempre es cruel– , a excepción de un par de botánicos no hay casi quién lo recuerde. En cualquier caso, para que alguien llegue a tener ese nombre no quedan muchas opciones: el 30 de enero de 1781, en pleno invierno francés, nació Louis Charles Adélaïde de Chamissot, un niño de nombre pomposo y aristocrático que, más temprano que tarde, sería rebautizado. La casa que lo vio nacer –es sólo un decir, realmente era un castillo con grandes jardines verdes– quedaba en Boncourt, en el extremo nororiental de la región de Champaña, pero esa historia de riquezas, buenos vinos y modales mofletudos estaba a un paso de terminar. Cuando Louis Charles tenía ocho años explotó la revolución francesa y a toda su familia la quisieron guillotinar. Entonces –y aquí comienza realmente la historia– los de Chamissot partieron exiliados rumbo a Berlín. Con el paso del tiempo, Louis Charles adoptaría la nacionalidad prusiana y se pasaría a llamar Ludwig von Chamisso aunque, finalmente, Adelbert sería el nombre que hoy, en un pequeño busto ubicado casi a orillas del Spree, en Berlín, en el Monbijoupark, acompaña a su desafiante rostro de pelo largo. Porque von Chamisso iba por la vida con el pelo largo, al viento, sin miedos. Ya de adolescente se atrevió con versos románticos, buscó nuevos amigos y se lanzó directo al centro de las letras berlinesas. También fue paje de la Corte, hizo el servicio militar y, siguiendo la moda de esos años, se obsesionó con la botánica –algo así como el rock en los 60–, una disciplina virgen que se ofrecía generosamente a todos los muchachos dispuestos a descubrir lugares exóticos. Resumiendo lo irresumible –y tras un acelerado y breve viaje de vuelta a Francia–, von Chamisso adivinó que, contrario a lo que él creía, ya se había transformado en un berlinés. En la vieja universidad de Berlín terminó sus estudios en Botánica y escribió prosas poéticas en Berliner Musenalmanach, una suerte de revista que publicó con sus amigos. Textos, por cierto, hoy inencontrables en castellano. La maravillosa historia de Peter Schlemihl (1814), en cambio, ha sido tímidamente reproducida –hoy vuelve de la mano de Nórdica– y remite a un hecho relativamente verídico: von Chamisso tenía una facilidad abismante para perder sus objetos personales y bromeaba, como ya podrán sospechar, con que algún día perdería también su sombra. En el texto, que con los años ha decantado casi en una fábula para la cultura alemana, el protagonista vende su

alma al diablo, o a alguien muy parecido, con tal de recuperar su sombra. Ésa, sin dudas, fue la obra que catapultó a von Chamisso y que finalmente lo validó como escritor. Pero en cualquier caso, el momento determinante en la vida del tipo que abandona su lengua y abraza otra estaba por llegar. O mejor, estaría esperándolo en la cubierta de un bergantín ruso (en realidad era estonio, pero da igual). El Rurik fue construido en Finlandia y su tripulación, a cargo del capitán Otto von Kotzebue, pretendía recorrer y descubrir el mundo. A von Chamisso lo invitaron como el botánico abordo, en castellano, como el tipo encargado de mirar, anotar, ordenar y dibujar. Zarparon en 1815 y, disculpando la cursilería, sería un von Chamisso el que se embarcaría y otro el que regresaría. Durante tres años el poeta romántico devenido en botánico vivió sin domicilio, recorriendo el mundo y escribiendo poemas en una pila de cuadernos. Yendo rápidamente a la anotación provinciana, uno de esos poemas que sobreviven con mayor suerte es “Salas y Gómez” (sic), que le dedicó a la isla chilena perdida en medio de la nada y en donde el mismo von Chamisso acampó durante un par de días. Su cariño por Sala y Gómez, de hecho, lo llevó a publicar una plaquette con esos versos que, al parecer, únicamente han sido publicados en español por Jorge Teillier y Armando Roa en La invención de Chile. Las aventuras de von Chamisso sobre el Rurik, acaso su mejor obra, están detalladas en Anotaciones y opiniones del naturalista de la expedición, suerte de anexo al diario de abordo publicado en 1821. Ahí, haciendo de los apuntes botánicos un diario, von Chamisso tatúa el mundo salvaje e incontrolable que estaba más allá de los ojos europeos: se maravilla con la barbarie hace gala de su español, entrega anotaciones dialectales, impresiones culturales, muchos detalles botánicos que de tan imposibles de entender resultan maravillosos. Una tesis: cuando vuelve a Berlín para abandonar los viajes y morir a los 57 años, a von Chamisso su nombre, tal como dicen los gringos, le termina de hacer sentido. Estaba condenado a ser un extranjero. Un extranjero total.

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ilustrados

La maravillosa historia de Peter Schlemihl Adelbert von Chamisso el clásico de la literatura juvenil alemana llega en una versión completa en castellano de nórdica libros, ilustrada por agustín camotto. aquí sigue una de las cartas que abren la puerta a su mundo extraordinario de aventuras y nobleza.

Carta a Julius Eduard Hitzig Kunersdorf, 27 de septiembre de 1813 Tú, que no olvidas a nadie, te acordarás aún de un tal Peter Schlemihl, al que en años pasados viste en mi casa algunas veces, un joven de largas piernas, que era considerado torpe por ser desmañado y perezoso por su lentitud. Yo le quería, y tú, Eduard, no puedes haber olvidado que en los tempranos días de nuestra juventud una vez fue objeto de nuestros sonetos. En una ocasión le traje a una de nuestras tertulias poéticas y se quedó dormido mientras escribí, sin esperar a la lectura. Ahora también me acuerdo de un chiste que hiciste acerca de él. Tú ya le habías visto, sabe Dios dónde y cuándo, con una vieja kurtka* negra que por aquellos tiempos siempre llevaba puesta, y dijiste: “Qué feliz sería este joven si su alma fuese solo la mitad de inmortal que su kurtka”. En tan poca estima le tenías. Pero yo le quería. Es de este Schlemihl, al que había perdido de vista hacía muchos años, de quien procede el cuaderno que quiero darte a conocer. Solo a ti. Eduard, mi amigo más cercano e íntimo, mi otro y mejor ego, para quien no tengo secretos, quiero comunicar su contenido; solo a ti y, por supuesto, a nuestros Fourqué, arraigado en mi alma igual que tú, pero sólo en calidad de amigo y no de poeta. Ambos

comprenderán cuan desagradable sería para mí que la confesión hecha por este hombre sincero, confiando en mi amistad y honradez, una vez vertida a la poesía fuera tomada despiadadamente, como producto de un chiste malo, cosa que ni es ni debe ser. Sine embrago, tengo que confesarlo: es una lástima que esta historia, tal como está narrada por la pluma de aquel buen hombre, haya resultado un poco torpe, y que toda su gran comicidad no pueda ser expresada por una mano ajena y más hábil. ¡Qué no hubiera hecho con ella Jean Paul! Por lo demás, querido amigo, muchas personas que aún viven pueden ser reconocidas en la historia; esto también debe ser tenido en cuenta. Una palabra más, acerca de cómo estas hojas llegaron a mi poder. Me las entregaron ayer por la mañana, al despertarme. Un extraño personaje de largas barbas grises, vistiendo una kurtka negra raída por el uso, llevando una caja de herborizar colgada en bandolera y quien, a pesar del tiempo húmedo y lluvioso, calzaba unas pantuflas por encima de sus botas, había preguntado por mí, dejándome el cuaderno. Afirmó que venía de Berlín. Adelbert von Chamisso P.S.: Te adjunto un dibujo de este extraño personaje. Ha sido hecho por el habilidoso Leopold, que estaba precisamente en la ventana. Al ver el valor que yo le atribuía, me lo regaló con mucho gusto. *Chaqueta del ejército ruso usada a fines del siglo XVIII.

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Catálogo los libros del año

sexto piso

sequitur

Agape se paga | William Gaddis Me acuerdo | Joe Brainard Literatura y derecho. Ante la ley | Claudio Magris El mejor relato del mundo y otros no menos buenos | Rudyard Kipling El juicio del doctor Johnson | G.K. Chesterton Tratado sobre los sacrificios | Joseph De Maistre Especímenes de folclore bosquimano | W.H.I. Bleek y Lucy C. LLoyd Nietzsche. Un ensayo sobre el radicalismo aristocrático | Georg Brandes Teofaní | Walter Otto

Modernidad y holocausto | Zygmunt Bauman Arte ¿líquido? | Zygmunt Bauman El silencio. Aproximaciones | David Le Breton Bajo la mole | Antonio Gramsci ¿Quién eres tú? | François Flahault En defensa de la intolerancia | Slavoj Zizek Reinventar la democracia | Boaventura de Sousa Santos Democracia sin demócratas | Marcos Roitman Hannah Arendt, el legado | Varios autores Adelante, ¡contradígame! Filosofía en conversación | Ger Groot La ciudad del diablo amarillo | Máximo Gorki El templo de Gnido | Montesquieu Los dolores del mundo | Arthur Schopenhauer El arte de la mentira política | Jonathan Swift La actitud conservadora | Michael Oakeshott Presente | Salvador Allende Hamlet y Don Quijote | Ivan Turgueniev Acerca de la vejez | Cicerón Qué es una nación | Ernest Renan Simón Bolívar | Karl Marx Elogio del crimen | Karl Marx El problema de la habitación | Ruy Belo

nórdica La vida dura | Flann O’Brien Chavales del arroyo | Pier Paolo Pasolini Vi | Nikolái Gogol El improvisador | Hans Christian Andersen La princesa de Cléves | Madame de La Fayette La maravillosa historia de Peter Schlemihl | Adelbert von Chamisso El mayorazgo | E.T.A. Hoffmann. Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado | James How

impedimenta Vacío perfecto | Stanislaw Lem El hospital de la trasnfiguración| Stanislaw Lem El rival de prometeo. Vidas de autómatas ilustres | Varios autores La virgen y el gitano | D.H. Lawrence Las vírgenes sabias | Leonard Woolf Francia combatiente | Edith Warthon El solterón | Adalbert Stifter Memorias de Georges el amargado | Octave Mirbeau Sanshiro | Natsume Soseki

periférica Cécile | Benjamin Constant Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert | Guy de Maupassant Un paseo solitario | Guy Y. Davis Un guión para Artkino | Fogwill Help a él | Fogwill Esta vez el fuego | Michele Monina Mi abuelo| Válerie Mréjen

tumbona

arcadia Melancolía y utopía | Wolf Lepeenies La educación de la libertad | Marc Fumaroli Fragmentos de una época | Ilana Shmueli Elogio de la diversidad | Ramin Jahanbegloo Conversaciones con Isaiah Berlin | Ramin Jahanbegloo

bordura En qué quedamos | Claudio Bertoni Vírgenes de Chile | Erick Pohlhammer Batman en Chile | Enrique Lihn Catálogo completo en hueders.wordpress.com Encuentra H en librerías Altamira, Antártica, Catalonia, Contrapunto (Huérfanos), Feria Chilena del Libro, Fondo de Cultura Económica, Francesa, Metales Pesados, Milaires, Mosqueto, Prólogo, Prosa y Política, Qué Leo, Quimera, Takk, The Clinic, Ulises, UDP, UC, Usach, Universitaria. En el Café Literario Bustamante y el MAC Parque Forestal.

Contra el trabajo | Cicerón, Nitzsche, Russell, Cioran etc. Contra el copyright | Stallman, Wu Ming, Rendueles y McLeod Contra la poesía | Witold Gombrowicz

Un amor | Dino Buzzati La famosa invasión de Sicilia por los osos | Dino Buzzatti El gran retrato | Dino Buzzatti Barnabo de las montañas| Dino Buzzatti Senilidad| Italo Svevo Cuadernos de Serafino Gubbio| Luigi Pirandello Araceli | Elsa Morante La divina comedia | Dante El cielo en llamas | Mario de Sá-Carneiro Diarios | Fernando Pessoa

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H

Hueders en la Feria del Libro

de Santiago, Estación Mapocho, 30/10 al 15/11. encuentra estos y otros libros de Hueders

y revistas h para coleccionar.

*Stand Ediciones UDP, D 44.

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The University Museum | The University of Tokyo

revista h | 7 Marzo 2010

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