Places 01

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De Kerea y Sofia para Meca partida, llegara a Londres y me identificara como una impostora? —Me identificara a mí como una impostora, querrás decir. Té enviaré en el carruaje con Dickie Driscoll y los sirvientes. ¡Estarás espléndida! —Dickie Driscoll no querrá hacer eso. —Dickie Driscoll hará lo que yo le diga. —Mi ropa no es apropiada. En eso Eleanor tenía razón. Ella llevaba vestidos de tela y corte modesto, en los colores oscuros propios de una matrona. ¡No porque Madeline exigiera semejante humildad de su acompañante, oh no! Sino porque Eleanor insistía en que ese tipo de atuendo era «apropiado». Viendo la vacilación de Madeline, Eleanor intentó dejárselo un poco más claro. —Debes admitir que semejante acción es imposible —le dijo—. Será mejor que entraras sigilosamente en Chamice Hall y disuadieras a tu padre de su loca apuesta, mientras que yo voy a Londres para explicar al señor Knight por qué llegarás con retraso. —Tienes razón. Es imprudente correr el riesgo de que alguien informe de mi presencia en dos sitios a la vez. Hay más probabilidad de que el señor Knight perdone nuestro engaño si no lo hacemos quedar en ridículo a ojos de todo el mundo. Tenemos la misma estatura. — Las dos medían un metro setenta, eran esbeltas y estaban bien formadas—. Tú cogerás mi ropa y yo cogeré la tuya. Iré a Chalice Hall y haré que me contraten como criada. Es un disfraz perfecto, que nadie mira nunca a los sirvientes. Con tono de paciente exasperación, Eleanor dijo: —Llevo cinco años siendo tu acompañante, y en ese tiempo me hecho participar en un montón de planes insensatos, pero éste el más descabellado. Yo no puedo ser una duquesa, y no cabe dude que tú no puedes ser una sirvienta. —¿Qué? —Madeline, sintiéndose decididamente herida en lo más vivo, preguntó—: ¿Tan duro puede resultar ser una criada? —No tiene nada de duro, si una ha adquirido el hábito de ser modesta y pasar inadvertida. —Eleanor tomó asiento en el banco—. Una no se siente obligada a dar su opinión acerca de cada tema. ¡Si no se siente impulsada a disponer de las cosas y las personas, si una no es dada a tener el hábito de mandar! Madeline arrugó la frente. —¿Estás diciendo que siempre me gusta organizarlo todo? —¡Querida prima, por fin me has entendido! Lo peor era que Eleanor no estaba siendo mala. Sólo estaba dando una honesta opinión sobre el carácter de Madeline, y esperaba que ésta la aceptara. Pero Madeline no haría tal cosa. Puedo ser una sirvienta. Eleanor comprendió su error. —¡Yo no intentaba retarte!' —¡Pero lo has hecho! Ya sé que a veces tengo unos modales un tanto imperiosos... Eleanor bajó la cabeza para ocultar —sin éxito— su sonrisa de genuina diversión.

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