Institutrices 04

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Christina Dodd

En mis sueños

Celeste enrojeció. Tenía razón, y su reprimenda la había obligarlo a mostrarse huraña e ingrata. A ella, que se había esforzado en borrar cualquier rastro de brusquedad de sus modales. Sin embargo, el conde de Rosselin le había dejado claro que cuando una dama era sorprendida en una indiscreción, su comportamiento no debía caer en lo más bajo, sino ascender hasta ponerse a la altura de las circunstancias. —Tiene razón. —Apenas pudo formar las palabras de tanto como odiaba pronunciarlas—. Perdóneme por mi falta de modales y gracias por el vals. Las sombras no podían ocultar la mirada de Throckmorton ni la gravedad de su examen. Levantando la mano hasta la barbilla de Celeste, la ahuecó alrededor y pareció hablar solo para sí. —Eres la mujer más hermosa y gentil que he conocido en mucho, mucho tiempo. Su voz resonó por todo el cuerpo de Celeste, y su fogosidad provocó en ella el deseo de salir huyendo de la habitación. De salir huyendo de Blythe Hall. ¿Cómo había conseguido convertir el resentimiento que sentía ella en... en aquella especie de horrible agradecimiento hacía él y sus cumplidos? ¿Por qué, de repente, reparaba ella en su altura, en la anchura de sus hombros, en el grosor de su cuello y en la sencilla contundencia de su rostro? Entonces, Throckmorton sonrió, y en un tono tan suave que en nada recordaba su ardor anterior, dijo: —Gracias, Celeste. No recuerdo haber disfrutado tanto de un baile. La soltó, pero ella no se atrevió a darle la espalda. Le había dado una lección: que no había que perder nunca de vista al señor Throckmorton. Una nunca sabía lo que podría hacer. Él se limitó a extender el brazo. Celeste apoyó la mano en él, y juntos se encaminaron despreocupadamente hacia el pasillo en penumbra. —¿Sabes?, en Gran Bretaña el vals sigue siendo bastante escandaloso —dijo él— Si alguien, aparte del anfitrión... en este caso Ellery o yo... te pide que lo bailes, su intención es faltarte al respeto. Celeste asintió con un lento movimiento de cabeza. —Gracias por decírmelo. En Francia... Throckmorton rió entre dientes. —Sí, en Francia el vals es la menor de las incorrecciones. Celeste no pudo reprimir una sonrisa. Era verdad. En Francia había sido la muchacha encantadora que era la institutriz del embajador; en Gran Bretaña seguía siendo la hija del jardinero. De no haber sido por la nostalgia de ver a su padre y Blythe Hall y a Ellery, quizá no hubiera regresado jamás. Pero lo había hecho y lo conquistaría... todo. Pero no esa noche. Esa noche pasearía con el señor Throckmorton para enterarse de los detalles de su empleo. Ella intentó dirigirse hacia donde la luz era más intensa y hacia los ruidos de la fiesta. Throckmorton la condujo con bastante firmeza hacia las profundidades de la casa, donde reinaba el silencio. - 42 -


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