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CHRISTINA DODD Una Luz en la Ventana 1° de la Serie My First

Kimball asomó un pie con sandalia y se lo miró. —¿Cómo sabes que tengo los pies grandes? —Todos los niños tienen los pies grandes. Clare va a dormir en mi cama esta noche. ¿Quieres dormir aquí tú también? Kimball lanzó un grito y entró de un salto, Saura se hizo a un lado. —¿Terminó la comida? —Sí —contestó él—. Ah, ¿cómo está tu cara? —Se subió a la cama y declaró despiadadamente—. No la tienes tan mal como cuando te caíste de la viga en el granero. —¿Del granero? —preguntó Saura. —Ay —exclamó Kimball, retorciéndose, pues Clare lo golpeó. —¿Sabe de esto tu abuelo? —Fue idea de él decirte que a Clare lo arrojó al suelo el caballo —contestó Kimball, contento de poner la culpa en hombros más anchos. Saura gimió, pero no pudo evitar reírse. Los niños exhalaron un suspiro con un sonoro resoplido y continuaron peleando mientras ella se dirigía a la puerta. Entonces le vino un ataque de conciencia a Clare. —¿Dónde vas a dormir esta noche? —No sé si dormiré —contestó Saura, deteniéndose en la puerta—. Me parece que ésta va a ser una larga velada. Al pasar por la galería se detuvo junto a la baranda, escuchó la conversación en la mesa de abajo y exhaló un suspiro. Su fe en lord Peter había sido inmerecida. La guerra era el asunto del día y la guerra dominaba la conversación. El no pudo evitar el tema y ella dudaba de que lo hubiera intentado. Batallas, guerreros, caballeros, soldados de infantería. Maniobras, caballos destreros, armaduras, defensa. Lord Peter, Raymond, Nicholas, Arthur y Charles discutían y estaban de acuerdo, sugerían y refutaban, con la vehemencia de hombres entrenados cuya vida y honor dependían de su capacidad para luchar, lo cual era cierto. William no decía ni una sola palabra. Sólo los choques del jarro contra su copa indicaban su presencia.

Bajó sigilosa la escalera y fue a sentarse en el rincón donde Bula estaba durmiendo. El ominoso silencio de su alumno le pesaba en el ánimo. Maud le llevó su telar manual y se inclinó a escuchar sus órdenes susurradas. Bartley también se le acercó, escuchó y asintió expresando que entendía. Cuando los caballeros se levantaron y desperezaron, al instante aparecieron criadas junto a ellos para acompañarlos a sus habitaciones. A esto siguió una gran cantidad de gruñidos y quejidos, cordiales gemidos de cansancio y saciedad, y entonces Raymond, Nicholas, Charles y Arthur siguieron a las mujeres en dirección a sus camas. Lord Peter los siguió y de pronto se detuvo. —¿Vienes, William? —Todavía no. La voz dorada no expresaba ninguna emoción.

Escaneado por MARIJO – Corregido por Grace

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