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CHRISTINA DODD Una Luz en la Ventana 1° de la Serie My First

CCAAPPÍÍTTU ULLO O 1199 —Y lo idolatraba —dijo Nicholas, quejumbroso—. ¿Lo sabías? —¿A quién? —preguntó Saura, acuclillada y tiritando delante del fuego del hogar de la sala grande del castillo Cran. —A William. Veneraba el suelo que pisaba. —¿Qué te hizo cambiar? El se acercó más al fuego y ella se hizo a un lado, metiéndose bien la falda entre los tobillos. —Nada. Nunca he cambiado de opinión, sino que más bien comprendí que podía ser él. —¿Ser él? —repitió ella, como una tonta—. ¿Ser William? —Sí, ¿no lo ves? Esa es la belleza de mi plan. Después que mate a William seré el hijo de lord Peter. Estupefacta y desconcertada, ella soltó: ¿Y Kimball? —¿Kimball? —repitió él, despistado. —Kimball, el hijo de William. El heredero de todas las tierras de lord Peter. —Ah, Kimball. —Agitó la mano, descartándolo, sin el menor interés—. Tendré que matar a Kimball. Cerrando los ojos angustiada, Saura rezó pidiendo orientación. —¿No deseas ser... William... para Kimball? —¿Ser padre? —Lo pensó—. No, los niños dan demasiados problemas. Puede continuar hasta que adquiera cierta importancia, y entonces tendrá que morir. Yo seré quien más lamente su muerte, como haría William. ¿Te hace feliz eso? Era sincero al ofrecerle tal cosa como una gran ayuda, comprendió ella, y eso era peor que todo lo que había dicho antes. Su idea de bondad o amabilidad era el asesinato de un niño, seguido por una monstruosa mentira. Se le hizo trizas el autodominio. Oyó el zumbido de su sangre en los oídos. Nicholas era malvado, un demonio, y deseó enviarlo de vuelta al infierno. Se incorporó; deseaba arrancarle los ojos, golpearlo, hacerlo sangrar. El ruido de pies calzados subiendo rápidamente la escalera se lo impidió. Volviendo la cabeza hacia donde provenía, aguzó los oídos. El golpeteo de los zapatos y los resuellos sibilantes le recordaron a alguien, y cuando el jadeante mensajero habló, la horrorizada sorpresa le disipó la furia. —Le dije a lor William que la tenía', milor. —¡Horrendo granuja! —explotó Saura—. Bronnie, ¿qué haces aquí? —Ah, maledi, e'peraba que no me reconociera'. —El muchacho arrastró los pies, al parecer sintiéndose más desgraciado que cuando ella se despidió de él en el castillo de Arthur—. Lor Nichola' pasó a se mi señó cuando murió lor Arthur, y hago lo que él me ordena. —¿Cómo pudiste? —No me gusta —le aseguró él—. Intenté decile a lor Nichola' que no lo hiciera, peroro lo que sea, nunca nadie me e'cucha.

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