Luz y Tinta Nº 113

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Luego en la carretera estaba el bar propiamente dicho, con aquella repisa redonda en el mas puro díseño art decó. Las mesas donde los jugadores enfrentaban sus barajas en interminables partidas de brisca, mientras las copas de orujo y sol y sombra, temblaban al dar un puñetazo cuando cantaban un triunfo. Marta Sanchez, en sus mejores años era mudo testigo de lo que allí acontecía, mientras la mortecina luz de las bombillas iluminaban a duras penas aquella estancia. Afuera era otro ambiente. Quizás el espectacular paisaje ofrecía otro decorado, como si el de una obra teatral se tratara. La puesta en escena, unas mesas largas, junto a varios toneles de vino, ocupadas por hombres y mujeres en animadas conversaciones. A los niños se nos iban los ojos a unas marcas en los dinteles de las puertas, que nos decían que eran de disparos de cuando la guerra, y bien podía ser cierto, pues allí al ser un paso estratégico se libraron algunos combates. Hoy Les Yanes languidecen en una muerte dulce, apenas habitadas en una de sus casas, y el bar parrilla que atravesó mejores momentos conserva intacta su belleza, pero ya sin merendero ni bolera. Todo lo que allí había fue cambiado por la soledad y el abandono, propiciado por una nueva carretera que profana la sagrada peña con un moderno túnel, y en el que nos comenta Leandro, que en la boca que mira al Campo, bajo el asfalto, todavía deben conservarse los restos del viejo molino de Mangarrota. Como una alegoría de una época donde se valoraba mas la nobleza de una pareja de bueyes, o un buen molino, que la rapidez de un coche o el buen firme de una carretera.

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