Estilo DF Weekend Emma y Dan

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Semanario

Espectáculos

De t int a y

t int os

(lo que se quedó en el tintero)

Víctor Hugo Sánchez

H

an transcurrido 20 años y Aracely Arámbula no me olvida. Bueno, no olvida el problema en el que la metí cuando su carrera apenas comenzaba. Mi oficina en Televisa era de puertas abiertas. Todos los actores, consagrados y nuevos, llegaban a echar café, refresco, galletas y chisme. Todos. Especialmente los nuevos, los que recién egresaban del Centro de Educación Artística porque, hay que decirlo, desde mis inicios en El Heraldo de México había desarrollado un sexto sentido para encontrar e impulsar a talentos promisorios. Así, hice las primeras entrevistas de Lisette Morelos, Arleth Terán, Arath de la Torre, Ana de la Reguera, Kuno Becker, Demián Bichir, Adriana Fonseca, Darío T. Pie, Yadhira Carrillo y una larga lista de talentos que, sabía, llegarían a triunfar. Y, así, la Arámbula no era la excepción. Ella, acompañada siempre de su hermano Leonardo, iba a mi oficina un día sí y al otro también. -Te traje un regalo de Chihuahua: queso y una botella de sotol. -Gracias. -Traje mi grabadora, ¿te canto? -No, neta, no. No, no, no. Please. Neta, ¿cantas? Y ahí la tenían, cantando, por más que le dijera que no, ella cantaba. Era la época en que, recién egresada del CEA, la Arámbula no tenía chamba; la época en que, de puerta en puerta, visitaba a los productores en busca de una oportunidad. Un buen día, José Alberto El Güero Castro le dio la oportunidad de su vida: interpretar a Verónica Castro, en su juventud, para la telenovela Pueblo chico, infierno grande. -¡Víctor Hugo! ¡Ya tengo trabajo! Son cinco capítulos, pero seré el personaje de Verónica Castro de joven... -¡Genial! Hagamos algo. Mi función en esa empresa era generar notas de Televisa, sus producciones y de su

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talento, en los medios ajenos a la empresa; generábamos boletines todos los días y, con la venia de los cuates, siempre estábamos en las primeras planas de los diarios, de los programas de radio, incluyendo esos talentos nuevos que apenas iniciaban sus carreras. -¿Quieres verte a toda plana en un diario como El Universal? ¿En portada? -Sí, sí, sí, pero aún no puedo decir nada. Apenas están haciendo las pruebas de vestuario, maquillaje, todo eso... Mejor habla con el productor, para que nos autorice hacer ruido. -No, porque si le pregunto me dirá que no, que me espere al lanzamiento oficial, y en el lanzamiento oficial nadie te pelará porque, obvio, entrevistarán a Verónica Castro. Y es que en Televisa, como en muchas empresas, hay cierta burocracia en relación con el manejo de prensa y nunca atienden a la premisa de generar noticias, y en el trayecto de una nota pueden pasar días, semanas, antes de que autoricen un boletín. Y yo, que venía de generar notas para un diario, me desesperaba tanta burocracia, así que, eventualmente, me saltaba las trancas. -Mira, Aracely, es una gran oportunidad para que los medios te hagan caso, volteen a verte. -Pero... -Nada. Seguro que ya te tomaron alguna foto junto a la señora Castro, ¿cierto? -Sí. -Bueno, pues me das la foto; se la doy a mi amigo en El Universal, y él me la regresa, antes de que la publique. Si te preguntan en la producción, pues tú te haces la loca. -Pero ¿me meteré en problemas? -No, para nada. Es promoción para ti y para la telenovela. -Ok, confío en ti. Y así lo hicimos. A los dos días, El Universal daba tremenda portada y... sí, se armó tremendo lío. Tremendo. En serio. -Víctor Hugo, te conozco perfecto. ¿Tú

le diste la foto a El Universal? -No, José Alberto, yo no tengo ese material, no me lo han dado. -Debió ser Aracely. -No sé, no creo. Ella no conoce a los periodistas. Deja investigo. Obvio, yo estaba más de acuerdo con Ernesto Hernández, el jefe de espectáculos de El Universal en aquella época, en que ni él daría su fuente ni yo revelaría que, eventualmente, le pasaba notas para su diario. -Aracely, ¿por qué lloras? -¡No sabes la cagotiza que acaban de ponerme! ¡Me regañaron bien feo! Si no les decía, me iban a quitar el personaje. -¿Y les dijiste? -No. Me mantuve en lo que habíamos acordado. Incluso me pidieron la foto y se las mostré. -Ya, ya, ya no llores. -¿Te canto? -¡No, no me cantes! Mejor trae más queso de tu tierra. -Eres un cabrón. -Sí, pero lo único que quiero es ayudarte. ¿Sabes? Tienes ese algo que me indica que llegarás muy lejos y, bueno, pues sólo quiero apoyarte. Pero, neta, no cantes. Siempre terminábamos riendo, y ella, cantando. Al paso del tiempo, proyectos más, proyectos menos, nos hemos vuelto a encontrar. Recientemente, cuando tuve la suerte de manejar la prensa de la puesta en escena ¿Por qué los hombres aman a las cabronas?, donde participaban ella, Gabriel Soto y Aylín Mujica. Me habían advertido: “Ella no dará entrevistas, porque sólo le preguntan cosas de Luis Miguel, y no quiere hablar de eso, pero si quieres preguntarle, te la presento”, me dijo el productor Rubén Lara. Así, me pasó a camerinos. “¡Ay, este señor me metió en problemas cuando comenzaba mi carrera!, jajaja... ¿Te acuerdas, Víctor Hugo?”. Arámbula, si tú no lo olvidas; imagina: yo, menos.

Rodrigo Araiza P. El psicodramaturgo argentino Jorge Bucay presentará en el Auditorio Nacional la producción de El Circo de la Vida, acompañada por una serie de números de arte circense a manera de metáforas de la vida misma y los problemas a los que las personas nos enfrentamos como la soledad, el desamor, la competencia, la crítica o el no disfrutar la vida. “No es una conferencia, no es una puesta en escena, pero combina muchas de estas cosas; la idea es presentar un circo a la gente, homologar estas cosas como si fueran metáforas de la propia vida de cada uno. Intento demostrar que cada uno de nosotros puede reírse, divertirse y emocionarse con lo que sucede en el circo, pero también darse cuenta de algunas áreas de uno mismo, y además de mirar afuera, mirar hacia dentro”, explica el también escritor. Bucay continúa: “De una manera u otra todos vivimos como malabaristas tratando de tener muchas cosas en las manos, más de las que podemos, dejando algunas cosas en el aire y tratando de que no se nos caigan, esforzándonos todo el tiempo para hacer un buen papel y recibir el aplauso de los demás, como si eso fuera lo importante”. A decir del propio escritor, la razón de usar esta metáfora es porque “siempre me gustaron los circos, encontré en ellos un espacio, un lugar, algo que me fascinaba y, me parecía, daba mucho más de lo que en realidad daba de sí; alguna vez en un espectáculo, al ver al señor que mantiene los platos en equilibrio, me identifiqué y pensé que así vivía mi vida, tratando de mantener los platos en equilibrio. Ahí se me ocurrió que en todos los números de circo hay un reflejo de lo que somos o vivimos”. De los personajes del circo y el papel de cada uno de nosotros en él, Bucay señala: “Hacemos un poco de todo; si somos conscientes y no queremos hacer algún papel, podemos bajarnos y no jugarlo más”.


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