Palabras vivas del Padre Arrupe SJ

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REPORTAJE

Palabras vivas del P. Arrupe, SJ

A los 25 años de su muerte…

Palabras vivas del P. Arrupe, SJ El 5 de febrero de 1991 fallecía en Roma el P. Pedro Arrupe, 28º Prepósito General de la Compañía de Jesús, después de una larga enfermedad causada por una trombosis que sufrió el 7 de agosto de 1981 a la vuelta de un viaje a Filipinas y Tailandia. El 14 de noviembre de 1997 sus restos mortales fueron trasladados a la Iglesia romana del Gesù donde reposan actualmente.

col. MANRESA nº 55, ed. MensajeroSal Terrae-Universidad Pontificia de Comillas, 2015, p. 105).

Arrupe, el misionero

El P. Pedro Arrupe fue, por vocación interior, por talante, por biografía, un misionero. Llegó a Japón, tras haberlo solicitado insistentemente, en el año 1938, recién acabada su formación de jesuita, y permaneció allí hasta 1965 en que fue elegido General de la Compañía de Jesús. En esa elección fue especialmente tenido en cuenta su talante misionero. Y como General siguió siendo un misionero de principio

El P. Arrupe fue un hombre de Dios. Desde ahí su en-

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L significado y trascendencia de su persona y de su obra siguen plenamente vigentes. Desbordan las servidumbres del tiempo y desbordan también los límites de la Compañía de Jesús. Para todos los cristianos de hoy el P. Arrupe sigue teniendo palabras vivas que nos interpelan y nos ayudan a vivir con más radicalidad y profundidad nuestro seguimiento de Jesús. Recojo brevemente algunas de ellas.

Arrupe, el hombre de Dios

Sin duda, el P. Arrupe fue un hombre de Dios. Ahí radica el más hondo secreto, la explicación más certera, de su entrega, de su impulso misionero, de su creatividad, de su compromiso con los pobres de esta tierra. Un hombre de Dios al estilo de San Ignacio, con una experiencia personal de encuentro con la Trinidad y de identificación con Cristo, enviado a «hacer redención del género humano». Un Cristo que para Pedro Arrupe fue siempre el Cristo pobre, humilde y cru-

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cificado de los Ejercicios ignacianos. Un hombre de Dios que, precisamente por ello, está profundamente comprometido con el hombre, con todo el hombre y con todos los hombres. Su persona y sus escritos son una permanente llamada a profundizar y personalizar en nuestra experiencia de

Dios, porque de ella depende todo lo demás. Resulta esclarecedor el siguiente párrafo, lleno de sinceridad y vigor, de su conferencia Inspiración Trinitaria del Carisma Ignaciano: «Me pregunto si la falta de proporción entre los generosos esfuerzos realizados en la Compañía en los últimos años y la lentitud con la que procede la esperada renovación interior y adaptación apostólica a las necesidades de nuestro tiempo en algunas partes… no se deberá en buena parte a que el empeño en nuevas y ardorosas experiencias ha predominado sobre el esfuerzo teológico espiritual por descubrir y reproducir en nosotros la dinámica y contenido del itinerario interior de nuestro fundador, que conduce directamente a la Santísima Trinidad y desciende de ella al servicio concreto de la Iglesia y “ayuda de las almas”» (Nº105 de la conferencia Inspiración Trinitaria del Carisma Ignaciano. Darío Mollá, SJ (ed) Pedro Arrupe, carisma de Ignacio,

trega, su impulso misionero, su creatividad, su compromiso con los pobres de esta tierra. a fin: ya antes de acabar el año 1965 viajó al Próximo Oriente y a África y, como hemos dicho anteriormente, acabó su recorrido vital como General en un viaje al Extremo Oriente. Para él la palabra «misión» es la palabra clave del carisma ignaciano, la llave maestra «para entender y profundizar en el conocimiento del carisma fundacional de san Ignacio» (Pedro Arrupe, carisma de Ignacio p. 137. Conferencia ‘La misión apostólica, clave del carisma ignaciano’ nº 99). Misión no es simplemente, como a veces entendemos, un lugar o una tarea sino una dimensión básica del seguidor de Jesús, que comparte con Él el envío del Padre; una dimensión que condiciona toda la vida y que nos proyecta más allá de cualquier frontera (geográfica, ideológica, religiosa o vital) en una actitud de servicio que Arrupe define, de modo preciso y precioso, como «incondicional e ilimitado, magnánimo y humilde» (Pedro Arrupe, carisma de Ignacio p. 151. Conferencia ‘Servir solo al Señor y a la Iglesia, su esposa…’ nº 4).

El sentido de misión nos da un enfoque preciso para acercarnos al evangelio y nos ayuda a mirar el mundo con la mirada de Dios, con la anchura, con la hondura y con la cercanía con la que Dios mira el mundo: con la universalidad y mirada amplia de Dios, con la profundidad de Dios, con el cariño de Dios.

Arrupe, el hombre de Iglesia

Entre las numerosísimas fotos que tenemos de la vida del P. Arrupe, impresionan de un modo especial sus fotos con los dos Papas con los que tuvo relación: arrodillado recibiendo la bendición de Pablo VI o de Juan Pablo II, o la foto de la visita de Juan Pablo II a un Arrupe ya muy enfermo en la enfermería de la Curia romana de la Compañía de Jesús. Todas ellas presentan a un Pedro Arrupe que, con fidelidad plena al carisma y ejemplo de San Ignacio, tuvo una devoción muy personal y muy honda a la Iglesia y a los Papas. Arrupe coincidió también

con Juan Pablo I, pero dada la corta duración de este Pontificado no bubo tiempo para una relación personal. Pese a todas las dificultades… que fueron muchas. Sus tiempos fueron los «tiempos revueltos» de la Iglesia y de la Compañía postconciliar, su responsabilidad eclesial fue mucha al ser prácticamente durante todos los años de su mandato el presidente de los Superiores Generales de institutos religiosos, y sus tomas de postura apostólicas no fueron siempre bien entendidas en la Santa Sede. Pero en Arrupe había de fondo, y esa es la interpelación que nos hace, un gran «afecto» a la Iglesia. Para él la Iglesia no era simplemente una institución, sino una madre y la esposa de Cristo. Y, por tanto, como tal hay que tratarla y amarla, más allá de límites y dificultades. Hay que «sentir» afecto por la Iglesia, con todo lo

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