Los bosques tienen algo. Revista Sal Terrae. Febrero 2016

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ESTUDIOS LOS BOSQUES TIENEN ALGO. ALABAR, RECREAR Y RENOVAR LA CREACIÓN Miren Junkal Guevara Llaguno*

Fecha de recepción: diciembre 2015 Fecha de aceptación y versión final: enero 2016

Resumen El bosque es el escenario fundamental de los cuentos tradicionales europeos; en ellos se dan cita los protagonistas y afrontan y resuelven los conflictos. De la misma manera, en la Biblia, la creación es el escenario en el que se desarrolla toda la historia de la salvación. Nada le resulta ajeno a ese espacio que en los once primeros capítulos del libro del Génesis se despliega como un mapa por el que caminar hacia el horizonte, pisando la realidad de una creación y una historia necesitadas de redención. La contemplación de ese bosque, de esa naturaleza en que se despliega el encuentro de Dios y sus criaturas, suscita en la humanidad la alabanza, la colaboración y el compromiso de renovarla. PALABRAS CLAVE: creación, historia, naturaleza, contemplación.

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Profesora de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología de Granada. <junkalguevara@yahoo.es>.

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The forests possess something. Praising, recreating and renewing creation Abstract The forest is the pivotal setting of traditional European stories in which protagonists come together and conflicts are addressed and resolved. Much the same way, creation in the Bible is the stage on which the entire history of salvation takes place. Nothing seems unworldly to the space as in the first eleven chapters of the Book of Genesis it expands like a map by which we steer towards the horizon, treading on the realities of creation and history in need of redemption. The contemplation of the forest –the nature in which the encounter with God and his creatures unfolds– elicits humanity to praise, collaborate on and commit to renewing it. KEY WORDS: creation, history, nature, contemplation.

––––––––––––––– En diciembre de 2014, Disney estrenó la adaptación cinematográfica de Into the Woods, un musical que había triunfado en los escenarios de Broadway. Como se desprende del título, el bosque es en la obra el escenario en el que se cruzan, conmueven y resuelven todos los hilos de la trama: la historia de un matrimonio de panaderos (E. Blunt y J. Corden) que no puede tener hijos porque sufren el hechizo de una bruja (M. Streep). Como todo hechizo que se precie, su neutralización requiere buscar elementos casi imposibles, resolver acertijos y hacer frente a mil y un adversarios. En un momento de la historia, en medio del bosque, la pareja protagonista cae en la cuenta de que la empresa es cosa de dos y de que es precisamente el bosque lo que les ha cambiado: se han encontrado, no tienen miedo, saben que pueden llegar más allá del bosque1.

1. «Hemos cambiado; somos desconocidos. Te voy a encontrar en el bosque. Quién se preocupa? ¿Qué peligros nos amenazan? Sé que atravesaremos el bosque, y una vez que lo hayamos pasado, esperemos que los cambios hayan terminado. Más allá del bosque, de las brujas, botas y capuchas. Solo tú y yo. Más allá de las mentiras; a salvo en casa con nuestro hermoso premio; solo nosotros»: cf. letra en inglés en línea http://www.metrolyrics.com/it-takes-two-ly rics-into-the-woods.html, consulta 3 de diciembre de 2015. Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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Como en tantos cuentos, el bosque constituye una suerte de geografía «mística», un espacio capaz de invitarnos a trascendernos, a trascender la historia en la que estamos inmersos, a «alzar el entendimiento arriba» (EE 75) para reconocer la huella del creador y alabarle agradecidos; y para, como los panaderos, reconocer los conflictos en que estamos inmersos, los caminos por los que discurrir hasta su solución y la redención de los «hechizos» que nos paralizan e impiden llegar a ser plenamente esas criaturas que Dios soñó. De la misma manera, en la Biblia, la naturaleza, «el bosque», es el espacio en el que discurre toda la historia de la salvación; nada es ajeno a la tierra; todo discurre por ella y todo acontece en sus esquinas y en sus plazas. Porque, desde el principio, «para nosotros no existe sino un solo Dios, el Padre, en quien todo tiene su origen y para quien nosotros existimos. Y hay un solo Señor, Jesucristo, por quien todas las cosas existen, y también nosotros» (1 Cor 8,6). Con esta convicción de fondo, resulta fácil comprender que la Biblia se abra con un libro, el Génesis, que en sus primeros once capítulos diseña todo un horizonte de futuro, una cartografía de utopía hacia la que caminar a lo largo de toda una historia de salvación. Esos once primeros capítulos reflexionan sobre el origen de todo (la tierra y sus habitantes, el mal, la cultura, el fracaso...), sugiriendo al menos tres actitudes: alabanza, colaboración y renovación. 1. El bosque, la naturaleza, espacio para la alabanza Al comenzar a leer esos once primeros capítulos del libro del Génesis descubrimos una sección (Gn 1–2) dedicada a la creación, que se articula en dos relatos de autoría distinta, pero con un mensaje complementario, que abordan la cuestión de la creación. Los textos, como todos los relatos bíblicos, huyen de la pretensión de explicar el «cómo» de las cosas e introducen al lector en una pregunta por el sentido de lo que se presenta, por el «porqué»2. 2. «El relato del origen es la revelación de un porqué. Se podría decir, con una Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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En el primer relato (Gn 1,1–2,4) Dios, por su palabra, llama a la existencia a todas las criaturas, y el autor diseña una arquitectura temporal y espacial que contribuye a responder a la pregunta por el sentido profundo de lo que existe. La arquitectura temporal la marca la secuencia de siete días; en los seis primeros crea, y en el séptimo celebra esa tarea creadora. La arquitectura espacial diseña en los tres primeros días una suerte de escenario (luz y tinieblas; aguas arriba-firmamento-aguas abajo; cielo, tierra con plantas fecundas capaz de nutrir y mares); y en los tres siguientes, las criaturas ocupan el espacio que en el escenario les corresponde: los astros, en el día cuarto; los pájaros y grandes cetáceos, en el quinto; los reptiles, ganados, fieras y humanos, en el día sexto. La combinación de ambas estructuras contribuye a la presentación del mensaje sobre el sentido de la creación y de cada una de las criaturas. Así, advertimos, en primer lugar, que lo que podemos considerar «naturaleza», ecosistema, es algo más que eso: es «creación»3, porque ha salido del proyecto de Dios, de su voluntad gratuita de crear [bará], algo que la Biblia sólo le atribuye a Él. Además, notamos que esa creación supone la superación del caos por la introducción del orden, el ritmo, el proceso. Ese orden, por otro lado, define un sistema de red en el que todas las criaturas dependen de todas; las raíces de unos se entrelazan con las de otros. No hay pájaros sin un firmamento que sujete las aguas, ni reptiles sin un espacio seco surgido de la separación de las aguas debajo del firmamento.

cierta aproximación, que el discurso científico es el de la causalidad, y el discurso de la fe es el de la finalidad»: cf. B. SESBOÜÉ, Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, San Pablo, Madrid 2000, 140. 3. Como hace notar P. Fernández Castelao, citando a I. Bradley, «En el hebreo antiguo no hay una palabra que corresponda a nuestro término “naturaleza”, y ello por una sencilla razón: porque los antiguos israelitas no concebían un mundo natural separado que existiera por encima o fuera del mundo de los seres humanos»: cf. P. FERNÁNDEZ CASTELAO, «El cristianismo y la percepción de la naturaleza»: Sal Terrae 101/9 (2013) 140. Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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«Señor, por la Consagración del Mundo, el fulgor y el perfume flotando en el Universo asumen en este momento cuerpo y rostro en Ti. Lo que vislumbraba mi pensamiento titubeante, lo que reclamaba mi corazón por un deseo inverosímil, me lo has regalado con esplendidez. Las creaturas no son solo solidarias entre ellas, de modo que ninguna pueda existir sin las que la rodean. Están todas consolidadas en un único centro real. En definitiva, una única Vida verdadera recibida en común les otorga su consistencia y su unidad»4.

Así las cosas, la aparición de nuevas criaturas es la ocasión para contemplar la bondad de todo lo creado, así como para escuchar la invitación a multiplicar la vida, a colaborar en ese dinamismo creador, vital. Por último, nos damos cuenta de que, en el culmen del proceso, cuando se han creado las condiciones para una vida saludable y plena, Dios crea al hombre y a la mujer, la humanidad plural, diversa, complementaria: «Y dijo Dios: “Hagamos al ser humano como estatua nuestra, a nuestra semejanza, para que, como señores, pastoreen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a los ganados y a (las bestias) de la tierra, y a todo animal que repta sobre la tierra”» (Gn 1,26)5. La traducción «estatua nuestra» que proponemos aquí traduce el término hebreo tselem, que remite a las estatuas que se colocan presidiendo algún espacio público para evocar personajes ilustres, valores a defender, episodios de la historia que conmemorar6.

4. P. TEILHARD DE CHARDIN, «La misa sobre el mundo» en ID., Himno del Universo, Trotta, Madrid 1996, 32. 5. Traducción de N. Lohfink en «La estatua de Dios. Creatura y arte según Génesis 1», en N. LOHFINK, A la sombra de tus alas. Nuevo comentario de grandes textos bíblicos, Desclée de Brouwer, Bilbao 2002, 49. 6. N. LOHFINK, op. cit.: «Hablar de una estatua nos transporta, sin embargo a otro contexto, situándonos, por ejemplo frente a un monumento. En él se ha representado a alguien a quien debe tenerse presente en la memoria. Ese alguien Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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Esa función de presidir, de evocar y convocar las miradas, es la clave para interpretar, por un lado, el modo de concebir la creación del escenario, el ecosistema en el que viven todas las criaturas y, por otro, la orden dada solo a esa estatua de pastorear, como señores, peces, aves, ganados... «La creación es una casa que brinda protección, una mansión excelsa. Esta mansión excelsa no se limita a brindar refugio, sino que es también señorial, como un templo o como el palacio real, con su gran sala del trono. En esta mansión cósmica moran los vivientes, y la función de la estatua del templo, como la del rey que gobierna entronizado, es ahora incumbencia de la humanidad»7. Por esa razón, este horizonte de comprensión que constituyen los dos primeros relatos de la creación funciona a modo de obertura de la gran sinfonía de la Biblia, que se repite a lo largo de los libros bíblicos y que suscita en el creyente la alabanza al Dios que se hace presente. A veces, esa alabanza surge de una suerte de «estupor» o estremecimiento ante la grandiosidad de lo que se contempla: «4Cuando contemplo tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has dispuesto, 5¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que te ocupes de él?» (Sal 8,4-5). «24¡Qué grande es, Israel, el templo de Dios; qué inmensos son sus dominios! 25Él es grande y sin límites, es sublime y sin medida. [...] 36Él es nuestro Dios, y no hay otro frente a él». (Bar 3,24-25.36)

Otras veces parece una especie de llamada de atención a alguien que, inmerso en la creación, parece distraído: «22Mira, Dios es sublime en poder: ¿qué maestro se le puede comparar? no está ahí, pero la estatua despierta su recuerdo. Que la representación sea realista, haya sido idealizada o responda a una intervención caprichosa, carece en realidad de importancia. Todo el que contemple el monumento recordará. La estatua cumple una función. Evoca» (37-38). 7. Ibid., 50. Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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24Acuérdate

de celebrar sus obras, que han cantado los hombres; 25todos las contemplan, los humanos las miran desde lejos» (Job 36,22-25).

No faltan textos que brotan de la consideración de los pequeños detalles: «26cuando al principio creó Dios sus obras y las hizo existir, les asignó sus funciones; 27determinó para siempre su actividad, y sus dominios por todas las edades; no desfallecen ni se cansan ni faltan a su obligación. 28Ninguna estorba a su compañera, nunca desobedecen las órdenes de Dios» (Eclo 16,26-28). Y, por último, algunos textos parecen invitar a considerar la sabiduría que acompaña a la tarea creadora como un auténtico proyecto de vida. «22El Señor me creó como primera de sus tareas, antes de sus obras; 23desde antiguo, desde siempre fui formada, desde el principio, antes del origen de la tierra; [...] 32Por tanto, hijos, escuchadme: dichosos los que siguen mis caminos. 33Escuchad mi corrección y seréis sensatos, 34dichoso el hombre que me escucha, velando en mi portal cada día, guardando las jambas de mi puerta. 35Pues quien me alcanza, alcanza vida y goza del favor del Señor. 36Quien me pierde se arruina a sí mismo; los que me odian aman la muerte» (Prov 8,22-23.32-36). 2. El bosque, la naturaleza, lugar de recreación En esta suerte de obertura bíblica que constituyen los primeros once capítulos de Génesis, la segunda parte del capítulo 4 emplea el género literario de las genealogías para presentar una, la de Caín, que carece de continuidad (porque se agota en este capítulo) y, por tanto, no apunta una reflexión sobre el protagonismo de los cainitas en la historia, sino sobre la característica que hace singular a cada uno de los miembros de la genealogía. Así, el v. 17b se refiere a la condición de constructor de ciudades de Caín; el v. 20b habla de Yabal como antepasado de los que viven en tiendas y Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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tienen ganado; el v. 21 afirma que Yubal, hermano de Yabal, fue el antepasado de los que tocan la cítara y la flauta; el v. 22 dice que con Tubalcaín se inició el trabajo del bronce y el hierro; Lamec, en los vv. 23-24, inaugura la práctica de la venganza de sangre; y, por último, Enós es el primero en invocar a Yahvé (v.26). De este modo, la segunda parte del cap. 4 parece haber dado forma ya, muy tempranamente, a la orden de Gn 1,26: «Y dijo Dios: “Hagamos al ser humano como estatua nuestra, a nuestra semejanza, para que, como señores, pastoreen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a los ganados y a (las bestias) de la tierra, y a todo animal que repta sobre la tierra”» (Gn 1,26). Porque la creación aparece descrita como el escenario del desarrollo de las primeras manifestaciones de la cultura y los inventos. Los seres humanos se asoman a ella no solo para mirarla extasiados, sino para asumir su responsabilidad de alentar la vida, de darle nuevas formas, de modelar prototipos de futuro. Por eso, si leemos los textos despacio, notamos que el autor de estos versos del capítulo 4 no solo ha vinculado a cada uno de los protagonistas con una realidad cultural (arquitectura, cría de rebaños, metalurgia...), sino que, al considerarlos «antepasados», los ha hecho iniciadores de un nuevo modo de vida. Desde esta clave, la capacidad de transformar y dar sentido al mundo creado se asume como expresión de esa peculiaridad que la humanidad tiene en el escenario de la creación, su responsabilidad proactiva, propositiva; su misión de continuar la tarea creadora, de multiplicar la vida y suscitar nuevos modos de vida, de cultura, de desarrollo... «Tal vez nos imaginábamos que la Creación acabó hace mucho tiempo. Es un error, porque continúa perfeccionándose, y en las zonas más elevadas del Mundo. Omnis creatura adhuc ingemiscit et parturit. Y nosotros servimos para terminarla, incluso mediante el más humilde trabajo de nuestras manos»8.

8. P. TEILHARD DE CHARDIN, El medio divino, Alianza–Taurus, Madrid 1972, 36. Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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Los seres humanos presiden la creación como «estatuas» que remiten constantemente a Dios cuando asumen las tareas que este mismo les confiere. Porque «la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por parte de Dios» (Laudato Si’ 5). Esta llamada al compromiso activo para el desarrollo de la vida, y de los modos de vida, que late en la creación se filtra en numerosos textos bíblicos en los que la contemplación de la naturaleza y la reflexión sobre la realidad socio-política aparecen como desafíos que los protagonistas de la historia de la salvación disciernen y acometen, convencidos de la importancia de ser asertivos y creativos. Moisés, mientras pastorea, contempla la naturaleza y advierte en ella un mensaje más profundo, una dimensión distinta; una zarza, una más de las muchas del campo, que arde sin consumirse. Esa contemplación intrigada, algo más que curiosa, le permite reconocer la presencia de Dios y reverenciarlo: «Se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios» (Ex 3,6). Es la misma experiencia que Abraham tiene a la puerta de su tienda en la hora más calurosa del día; intuye el paso de Dios por su casa y pide: «si he hallado gracia, no pases de largo» (Gn 18,3). El rey Salomón, contemplando la responsabilidad de la tarea de gobierno heredada de su padre, pide sabiduría para en todo acertar: «concede a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal» (1 Re 3,4). Y de la misma manera, el rey Josías, alentado por la primera lectura del libro encontrado escondido en el templo, envía a sus hombres de confianza a consultar a la profetisa Hulda para confirmar su propio análisis acerca de las causas de la complicada situación socio-política del reino de Judá: «Ha debido de encenderse la ira de Yahvé contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron las palabras de este rollo; no hicieron lo que está escrito para nosotros» (2 Re 22,13b). El profeta Elías, en medio de una terrible sequía, expresión del caos político-social del reino, sube a la cumbre del monte Carmelo y se dispone a escuchar el rumor de la lluvia que llega. Hasta siete veces envía a su criado, que vuelve sin pistas sobre la lluvia. Al final, «una nubecilla como la palma de la mar, que subía del mar» (1 Re 18,44), es la señal que perSal Terrae | 104 (2016) 103-117


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mite avisar al rey de que por fin llegaba una lluvia torrencial. Y cuando la persecución a que le somete la reina Jezabel, que quiere matarlo por su fidelidad a Yahvé, la contemplación de la naturaleza (el huracán, el terremoto, el fuego y el susurro de una brisa suave) a la entrada de la cueva de la montaña de Horeb le permite escuchar la voz de Dios y confesar su confianza absoluta en Él en medio de los peligros: «Ardo en celo por Yahvé, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas» (1 Re 19,14). Fortalecido, Yahvé lo envía de vuelta a la arena política con la misión de ungir rey a Jehú, y profeta a Eliseo (1 Re 19,15-16). De la misma manera, Jesús remite a sus contemporáneos a discernir los signos de los tiempos utilizando su costumbre de interpretar los signos de la naturaleza para conocer la meteorología: «54A la multitud le dijo: “Cuando veis levantarse una nube en poniente, decís enseguida que habrá lluvia, y así sucede. 55Cuando sopla el viento sur, decís que habrá bochorno, y así sucede. 56¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto de la tierra y el cielo ¿y no sabéis interpretar la coyuntura presente? 57¿Por qué no juzgáis vosotros mismos lo que es justo?» (Lc 12,54-57). Y Santiago exhorta a los lectores de su carta a aprender de la naturaleza a esperar con paciencia la venida del Señor: «7Hermanos, tened paciencia hasta que vuelva el Señor. Fijaos en el labrador: cómo aguarda con paciencia hasta recibir la lluvia temprana y tardía, con la esperanza del fruto valioso de la tierra. 8Tened vosotros paciencia, fortaleced el ánimo, que la llegada del Señor está próxima» (St 5,7-8). Por esta razón, la consideración de la responsabilidad de desvelar la presencia de Dios en la naturaleza y en la historia dispone a los israelitas para la contemplación y el discernimiento de sus signos: «24¡Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con maestría: la tierra está llena de tus criaturas! 25Ahí está el mar: ancho y dilatado, en él bullen sin número animales pequeños y grandes; 26lo surcan las naves, y el Leviatán que hiciste para jugar con él. 27Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; 28se la echas y la atraSal Terrae | 104 (2016) 103-117


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pan, abres la mano y se sacian de bienes. 29Escondes el rostro y se espantan, les retiras el aliento y perecen y vuelven al polvo. 30Envías tu aliento y los recreas y renuevas la faz de la tierra. 31¡Gloria al Señor por siempre y goce el Señor con sus obras! 32Cuando mira la tierra, ella tiembla; toca los montes, y echan humo. 33Cantaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista. 34Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor. 35Que se acaben los pecadores en la tierra, que los malvados no existan más. Bendice, alma mía, al Señor. Aleluya» (Sal 104,24-35).

3. El bosque, la naturaleza escenario de la renovación La última parte de los once primeros capítulos del libro del Génesis, apuntadas la utopía del origen y la responsabilidad de la humanidad de tejer la trama de esa historia de futuro, ofrece un discurso de realismo imprescindible para poder discernir esa misión multiplicadora de la vida de aquellos que han sido constituidos como «imagen y semejanza» (Gn 1,26) de Dios. El gran relato del diluvio concluye con esa imagen renovada y limpia de una creación corrompida y estropeada precisamente por aquellos llamados a hacerla crecer, a proyectar su desarrollo: «La maldad del hombre cundía en la tierra, y todos los proyectos de su mente eran puro mal de continuo» (Gn 6,5). Porque la creación es también el escenario de la ruptura de toda la solidaridad inicial. Los humanos y las criaturas se agreden mutuamente («ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar»: Gn 3,15); la tierra se vuelve estéril e incapaz de alimentar («el suelo te producirá espinas y abrojos»: Gn 3,18); la comunión e intimidad entre los seres humanos se fractura («él te dominará»: Gn 3,16). La armonía del principio, la comunión con esa tierra de origen, se fracturará una y otra vez: «Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo» (Gn 4,10), y la espiral de violencia se afincará como una realidad que afrontar y enfrentar a lo largo de toda la historia de la salvación, siendo la naturaleza el escenario privilegiado en el que desarrollar los combates. Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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«El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre» (Laudato Si’ 48).

De esta manera, la contemplación de la naturaleza devastada, estéril o alterada permite a los hombres interrogarse por el desorden alojado en sus corazones, porque: «20La humanidad fue sometida al fracaso, no de grado, sino por imposición de otro; pero con la esperanza 21de que esa humanidad se emanciparía de la esclavitud de la corrupción para obtener la libertad gloriosa de los hijos de Dios. 22Sabemos que hasta ahora la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto» (Rom 8,20-22). Por esa razón, los textos bíblicos muestran una y otra vez cómo las guerras, las hambrunas, la injusticia y la desigualdad tienen su impacto en la naturaleza. El profeta Isaías, describe el poder destructor del rey asirio notando el deterioro producido en la naturaleza: «22Esta es la sentencia que el Señor pronuncia contra él: Te desprecia y se burla de ti la doncella, la ciudad de Sion; menea la cabeza a tu espalda la ciudad de Jerusalén. 23¿A quién has ultrajado e insultado?, ¿contra quién has alzado la voz y levantado tus ojos a lo alto? ¡Contra el Santo de Israel! 24Por medio de tus servidores has ultrajado al Señor: con mis numerosos carros he subido a las cimas de los montes, a las cumbres del Líbano; he talado sus más altos cedros y sus mejores cipreses; llegué hasta la última cumbre, hasta lo más denso de su bosque. 25Yo alumbré y bebí aguas extranjeras; sequé bajo la planta de mis pies todos los canales de Egipto» (Is 37,22-25). En el libro de Rut, el periodo de desorden del tiempo de los jueces tiene su proyección en la hambruna que asola Belén (Rt 1,1) y que obliga Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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a la familia de Elimélek a emigrar a Moab. También el hambre de los tiempos de la monarquía de David se interpreta como una consecuencia de la violencia con que gobernó Saúl (2 Sam 21,1). Isaías advierte de que el castigo de Dios ante la ruptura de la alianza se percibe en la naturaleza. Y, así, a los gobernantes de Judá, incapaces de percibir las consecuencias de la amenaza militar de los babilonios, les dirá: «El granizo barrerá vuestro falso refugio, las aguas inundarán vuestro escondite» (Is 28,17b). Y a los habitantes de Jerusalén, tan ciegos como sus gobernantes, la amenaza de los babilonios, castigo merecido por la impiedad de la ciudad, se les ilustra con imágenes de la naturaleza: «Serás visitada por Yahvé Sebaot con trueno, estrépito y estruendo, con vendaval y tempestad, y con llama de fuego devoradora» (Is 29,6). Pero, de la misma manera, la naturaleza será también el escenario en el que discernir los signos de la voluntad redentora de Dios; de su deseo de no hacer de la destrucción una condición definitiva: «21Nunca más volveré a maldecir la tierra por culpa del hombre, porque el hombre, desde joven, solo piensa en hacer lo malo. Tampoco volveré a destruir a todos los animales, como hice esta vez. 22Mientras el mundo exista habrá siembra y cosecha; hará calor y frío, habrá invierno y verano, y días con sus noches» (Gn 8,21b-22). Por eso el israelita, en medio de la devastación de la naturaleza, confiesa su fe en Dios: «17Aunque la higuera no echa yemas y las cepas no dan fruto, aunque el olivo se niega a su tarea y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, 18yo festejaré al Señor gozando con mi Dios salvador: 19el Señor es mi fuerza, me da piernas de gacela, me encamina por las alturas» (Hab 3,17-19). De modo que la naturaleza se convierte en una preciosa postal capaz de mostrar la redención de Dios, su perdón amoroso: Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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«2Aquel día cantarán a la viña hermosa. 3Yo, el Señor, soy su guardián, la riego con frecuencia para que no le falte su hoja, noche y día la guardo. 4Ya no estoy irritado. Si me diera zarzas y cardos, me lanzaría contra ella para quemarlos todos. 5Si se acoge a mi protección, hará las paces conmigo, ¡sí, las paces hará conmigo! 6Llegarán días en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra» (Is 27,2.3.6). «23El dará lluvia a la semilla que hayas sembrado en la tierra, y la tierra te producirá grano que será pingüe y sustancioso. Aquel día pacerán tus ganados en pastizal dilatado; 24 los bueyes y los asnos que trabajan la tierra comerán forraje fermentado, aventado con bieldo y con pala. 25Habrá sobre todo monte alto y sobre todo cerro elevado manantiales de aguas perennes, el día de la gran matanza, cuando caigan las fortalezas. 26Será la luz de la luna como la luz del sol meridiano, y la luz del sol meridiano será siete veces mayor –con luz de siete días– el día que vende Yahvé la herida de su pueblo y cure la compasión de su golpe» (Is 30,23-26).

El bosque, la naturaleza, convoca y redime a todos los personajes de los cuentos que se dan cita en el musical Into the Woods; también los creyentes nos encontramos en esa casa común que es la naturaleza y tejemos nuestra historia sobre el tapiz de la creación. Pero en ella «nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con todas las criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, «si el mundo tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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creado, busca al que le ha dado inicio, al que es su Creador (Basilio Magno)» (Laudato Si’ 244). Y así, como el poeta: «Entonces veré el sol con ojos nuevos, y la noche y su aldea reunida; la garza blanca y sus ocultos huevos, la piel del río y su secreta vida» (P. Casaldáliga)9.

9. P. CASALDÁLIGA, «Vi un cielo nuevo y una tierra nueva», en Sonetos neobíblicos precisamente, edición digital Koinonia, en línea: http://www.mercaba.org/Poe sia/Casald%C3%A1liga.Sonetos%20neob%C3%Adblicos.pdf, consulta 3 de diciembre de 2015. Sal Terrae | 104 (2016) 103-117


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