Dioses en guerra

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Elogios a Dioses en guerra Kyle Idleman sabe en qué terreno estamos y en cuál podríamos vivir con la ayuda de Dios. Sus palabras son profundas y prácticas al mismo tiempo. Él está abocado a la tarea de ayudarnos a avanzar en la dirección correcta. Si necesitamos una mano que nos auxilie en nuestra travesía, él puede señalarnos hacia la Persona correcta.

— Max Lucado, pastor de la iglesia Oak Hills Church. Autor de Gracia

Kyle desafiará hasta al más obediente de los cristianos a reconsiderar su relación con Cristo.

— Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas. Autor de Dear Chandler, Dear Scarlett

Toma este libro en tus manos solo si estás cansado de perder tus batallas, si estás decidido a dejar de solucionar las situaciones poniendo parches, si estás dispuesto a ganar realmente. Al acabar de leerlo no seguirás siendo la misma persona.

—Ann Voskamp, autora de Un millar de obsequios

No se trata simplemente de leer alguna vez este libro, ¡léelo ahora! Las palabras de Kyle calarán hondo y dejarán expuestos a los falsos dioses que nos apartan del único Dios verdadero. En estas páginas te espera una liberación.

—Lee Strobel, autor de El caso de Cristo y de El caso de la fe

Kyle Idleman parece más un cirujano cardiovascular que un escritor. Hurga profundamente dentro de nosotros y nos ofrece un consejo bíblico y práctico que puede transformar la manera en que hacemos la guerra en las batallas que se nos presentan cotidianamente.

— Dave Stone, pastor principal de la iglesia Southeast Christian. Autor de la serie Faithful Families

Los falsos dioses de hoy resultan más tentadores que nunca porque prometen comodidad, riquezas y felicidad. Kyle Idleman nos capacita para acabar con la plaga de engaños que acosan nuestro corazón. Prepárense para la batalla.

— Mark Batterson, pastor de National Community Church. Autor de El hacedor de círculos

Los ídolos son engañosos. No siempre resulta fácil identificar qué cosas o a quiénes colocamos antes que a Dios. Sin embargo, lo hacemos todos los días. Dioses en guerra nos ayudará a destronar a los ídolos que nos roban la vida que Dios quiere que vivamos.

— Craig Groeschel, pastor de LifeChurch.tv. Autor de Desintoxicación espiritual


Kyle Idleman se abre paso a través de todas las tonterías y nos lleva directamente a las cosas espirituales más importantes. En Dioses en guerra no solo describe aquellas cosas que anteponemos a Dios, sino que nos muestra cómo poner a Dios en primer lugar de nuevo. Este libro cautivador y convincente contiene un mensaje por demás importante para nuestro tiempo.

— Jud Wilhite, pastor principal Central Christian Church. Autor de Pursued

Elogios para No soy fan Aunque su mensaje constituye un desafío directo al lector, Idleman lo transmite con humor y en un estilo conversacional, en lugar de producir culpa y condenación. Retoma viejos temas y los coloca en un nuevo envase con ingenio, naturalidad, y dándoles una relevancia propia del siglo veintiuno. El meollo de este breve mensaje podría perderse si el eslogan del título se convirtiera en un simple lema escrito en una camiseta. Pero si los lectores captan su sentido más profundo, se encontrarán reevaluándolo todo, desde sus carreras hasta sus relaciones. Resulta una lectura refrescante para que algunos apáticos asistentes a la iglesia puedan recargar sus baterías.

—Publishers weekly No soy fan presenta un mensaje bíblico esencial para personas inmersas en una cultura que se asocia con los fans pero a las que les falta un verdadero compromiso.

—Relevant No soy fan realiza un excelente trabajo al detallar con exactitud el costo que supone seguir a Jesús. El análisis del costo que implica una devoción seria por Cristo se presenta de una manera tal que la apelación resulta directa y sincera.

—Christian Book Previews No soy fan es un libro que todo cristiano debería leer y luego releer con regularidad. Yo comencé a leer el manuscrito y no pude detenerme hasta acabarlo. Es un mensaje ACTUAL para la iglesia, y tengo la esperanza de que cada creyente que lo lea se convierta en un auténtico seguidor de Cristo.

—Christine Caine, fundadora de la Campaña A21



La misión de Editorial Vida es proporcionar los recursos necesarios a fin de alcanzar a las personas para Jesucristo y ayudarlas a crecer en su fe.

Dioses en guerra Edición en español publicada por Editorial Vida–2014 Miami, Florida © 2014 por City on a Hill Studio, LLC Este título también está disponible en formato electrónico. Originally published in the USA under the title: Gods at War Copyright © 2013 by City on a Hill Studio, LLC Published by permission of Zondervan, Grand Rapids, Michigan 49530. Further reproduction or distribution is prohibited. Editora en jefe: Graciela Lelli Traducción: Silvia Palacio de Himitian Edición: Virginia Himitian de Griffioen Adaptación del diseño al español: Estudio L&Arte A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico se tomó de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional® nvi® © 1999 por Biblica, Inc.® Usado con permiso. Todos los derechos reservados mundialmente. Los sitios web recomendados en este libro se ofrecen solo como un recurso para el lector. De ninguna manera representan ni implican aprobación ni apoyo de parte de Vida, ni responde la editorial por el contenido de estos sitios web durante la vida de este libro. Todos los derechos reservados. Esta publicación no podrá ser reproducida, grabada o transmitida de manera completa o parcial, en ningún formato o a través de ninguna forma electrónica, fotocopia u otro medio, excepto como citas breves, sin el consentimiento previo del publicador. ISBN: 978-0-8297-6579-3 Categoría: Vida cristiana / Crecimiento espiritual Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United Sates of America 14 15 16 17 18 RRD 06 05 04 03 02 01


A mi esposa DesiRae: Semejante regalo hace que mi coraz贸n ame mucho m谩s al Dador A Rob Suggs: Tus dones son solo comparables con tu humildad y gracia. Estoy agradecido por tu invalorable contribuci贸n y colaboraci贸n al escribir este libro. SDG



contenido introducci贸n 9 primera parte

dioses en guerra 1. la idolatr铆a es la cuesti贸n

15 2. el campo de batalla de los dioses 29 3. un dios celoso 41 4. convocatoria a todos los dioses 53 segunda parte

el templo del placer 5. el dios de la comida 6. el dios del sexo 7. el dios del entretenimiento

79 95 113

tercera parte

el templo del poder 8. el dios del 茅xito 9. el dios del dinero

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10. el dios de los logros

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cuarta parte

el templo del amor 11. el dios del romance 12. el dios de la familia 13. el dios de uno mismo

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notas 239



introducción

Fue simplemente una conversación con mi hija Morgan, de ocho años, tarde en la noche. Pero cambió mi vida y mi iglesia. Estaba sentado en el borde de su cama para la oración de la noche. Pero ella tenía una sorpresa para mí antes de orar. Había estado realizando una tarea de memorización que quería recitar para mí. «Papá», dijo, «¿quieres oírme recitar los Diez Mandamientos?». «¿Los has memorizado todos?» Una sonrisa de orgullo y asentimiento se dibujó en su rostro. «¡Ah!», dije sonriéndole. «Escuchemos». Me acosté junto a ella y escuché mientras Morgan se abría paso a través de la lista más grandiosa de los diez principales, aquella que había llegado en una tabla y estaba registrada en Éxodo 20. Fue avanzando a través de los mandamientos, recitándolos con una cierta cadencia: «No tendrás dioses ajenos delante de mí... No te harás imagen...» Prosiguió así hasta el final de la lista. Cuando acabó, apareció en mí el instinto de detección de un «momento pedagógicamente aprovechable». Le dije: «Morgan, ¡estuvo genial! Déjame ahora preguntarte. ¿Alguna vez has quebrantado alguno de los mandamiento?» Volvió a sonreír. En esta ocasión no era una sonrisa tímida, sino de admisión de culpa. Como la sonrisa que ensayo ante mi esposa cuando me pregunta qué les sucedió a los melones destinados a las cajas de almuerzo de los niños. Podía ver que Morgan intentaba pensar en una respuesta que resultara sincera pero no acusadora. Decidí ayudarla. 9


introducción

«Bien, veamos», dije frotándome el mentón. «¿Alguna vez has mentido?» Ella asintió lentamente. «¿Alguna vez has deseado que alguien que poseía muchas cosas no las tuviera?» Asintió, descubriendo que era culpable de codicia. Seguí presionando sobre el tema. «Sé que no has matado a nadie, Morgan, ¿pero alguna vez te sentiste muy, pero muy enojada con alguien en tu corazón? Tal vez tanto que, solo por un momento, odiaste a esa persona?» «Morgan, ¿alguna vez... cómo decirlo... has dejado de honrar a tu padre y a tu madre?» Ambos conocíamos la respuesta. Las cosas no estaban yendo de la forma en que ella lo había planeado. Pero así sucede cuando uno está enredado con un padre predicador. Ella dejó salir un suspiro profundo, que inmediatamente reconocí. Se trataba del mismo suspiro que dejo salir yo los domingos por la mañana cuando alguien pierde interés en el sermón. Era tiempo de que yo acabara de predicar y le hiciera una invitación. Antes de tener la oportunidad, sus ojos brillaron y me dijo: «¡Papá, hay un mandamiento que nunca he quebrantado! Nunca me he hecho un ídolo». Ahora bien, ¡yo realmente deseaba responder a eso! Quería decirle a mi hija que, de hecho, ese mandamiento en particular es el mismísimo que todos quebrantamos con mayor frecuencia. Deseaba transmitirle lo que Martín Lutero había dicho: uno no puede violar los otros nueve mandamientos sin quebrantar primero este. Pero mientras estaba recostado junto a mi pequeña niña, decidí que era mejor dejar la lección de teología para otro día. Oramos y agradecimos a Dios por haber enviado a Jesús para acabar con nuestros pecados y culpas. Al marcharme le brindé una sonrisa, la besé en la frente y le dije que estaba orgulloso de que ella hubiera memorizado los Diez Mandamientos. Pero al bajar las escaleras, me pregunté cuántas personas visualizarían este asunto de la idolatría exactamente como Morgan. Tal vez considerando los Diez Mandamientos como una lista más 10


introducción

entre tantas. Como las reglas que la piscina de la comunidad fija en la pared: no correr alrededor de la piscina, no bucear en las áreas de poca profundidad, no orinar dentro de la alberca. Solo una larga lista de reglas. Y mirando muy por encima a la referida a los ídolos por pensar que ya tienen ese punto cubierto. Después de todo, el tema de la idolatría parece mayormente algo obsoleto. El mandamiento era para aquel entonces, no para ahora. ¿No es verdad? Y en cuanto a esas más o menos mil referencias a la idolatría que hace la Biblia, ¿acaso no han caducado? No conocemos de nadie que se arrodille delante de las estatuas de oro o que se incline ante imágenes talladas. ¿Acaso la idolatría no ha ido por el mismo camino que la ropa cómoda, las hombreras y los zapatos brillantes? ¿No estamos más allá de todo eso? La idolatría parece ser algo muy primitivo. Muy irrelevante. ¿Siquiera hace falta escribir un libro sobre la idolatría? ¿Por qué no un libro sobre la danza de la lluvia y los médicos brujos? Y sin embargo, la idolatría es el tema número uno en la Biblia, y eso debería encender en nosotros una señal de alerta. La idolatría aparece en cada libro. Más de cincuenta de las leyes que encontramos en los primeros cinco libros encaran esta cuestión. Dentro del judaísmo, ese era uno de los cuatro pecados al que le correspondía la pena de muerte. Considerar mi fe y mi vida a través del lente de la idolatría ha reconstruido mi relación con Dios desde los cimientos. A medida que hablamos más de esto, muchas personas en nuestra iglesia dijeron lo mismo. Comprender lo significativa que es esta cuestión constituyó un factor de cambio. Al mirar la vida a través de esta óptica, se hace claro que existe una guerra en desarrollo. Los dioses están en guerra, y su fuerza no debe ser subestimada. Esos dioses se disputan el trono de nuestro corazón, y hay mucho en juego. Todo en mi derredor, todo lo que hago, cada relación que desarrollo, todo lo que espero, sueño o deseo ser, depende del dios que gane la guerra. La más temible de las guerras es aquella que la mayoría de nosotros nunca descubre que se está peleando. Entendí que mi hija de ocho años aún tenía que llegar a una comprensión de ese 11


introducción

mandamiento. Pero el problema es que la mayoría de los adultos tampoco lo ha logrado. Me pregunto cuántos de nosotros estamos donde estaba Morgan, creyendo que podemos colocar en ese punto de la lista una tilde positiva y alejar cualquier preocupación acerca de los ídolos para siempre. ¿Y qué si no es una cuestión de estatuas? ¿Qué si los dioses del aquí y ahora no tienen que ver con deidades cósmicas de nombres extraños? ¿Qué si asumen identidades tan comunes que no los reconocemos como dioses para nada? ¿Y qué si llevamos a cabo el «arrodillarnos» y el «inclinarnos» con nuestra imaginación, con nuestro talonario de cheques, con nuestros buscadores de Internet, con nuestras agendas? ¿Y qué si les digo que cada pecado con el que estamos luchando, cada desaliento con el que lidiamos, y hasta la falta de propósito que experimentamos se debe a la idolatría?

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primera par te

dioses en guerra



capítulo 1

la idolatría es la cuestión

La idolatría tiene una dimensión enorme en la Biblia, se presenta como dominante en nuestras vidas personales, y nos parece irrelevante según nuestra comprensión errada. —Os Guinness

Imaginemos un hombre que ha estado tosiendo continuamente. Esa tos lo mantiene levantado la mitad de la noche e interrumpe cualquier conversación que dure más de un minuto o dos. La tos es tan constante que él va a ver al doctor. El doctor le realiza exámenes. Cáncer de pulmón. Ahora imaginemos que el doctor es consciente de lo difícil de manejar que resultará esa noticia. Así que no le habla a su paciente acerca del cáncer. En lugar de eso, le receta una medicina que calma la tos fuerte y le dice que se sentirá mejor pronto. El hombre queda encantado con el diagnóstico. Y con toda seguridad duerme mucho mejor esa noche. El jarabe para la tos parece haber resuelto su problema. Mientras tanto, calladamente, el cáncer va carcomiendo su cuerpo. Como maestro y líder de la iglesia, cada semana hablo con gente que llega con tos. En medio de luchas. Lastimada. Bajo estrés. Engañando. En lujuria. Gastando dinero. 15


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Preocupada. Queriendo renunciar. Medicándose. Evadiendo. Buscando. Vienen a mí y me transmiten sus luchas. Descargan sus frustraciones. Expresan sus desalientos. Exponen sus heridas. Confiesan sus pecados. Cuando hablo con ellas, esas personas expresan lo que consideran que es su problema. Lo llevan clavado en la mente. No pueden dejar de toser. Pero he descubierto algo: Hablan de un síntoma más que de la verdadera enfermedad (la cuestión real) que siempre es la idolatría.

ESTUDIO DE CASO 1:

no tiene que ver con el dinero

Cuando llego a mi oficina, veo que él ya está allí, sentado junto a la puerta. Posiblemente desde hace quince minutos. Imagino que es el tipo de hombre que jamás en su vida llega tarde a una cita. Lleva ropa y zapatos que obviamente están más allá de mi bolsillo. Se me ocurre que yo debería ser el que estuviera esperándolo, tal vez buscando de él algún tipo de consejo comercial de alto nivel. Me sonrío sabiendo que probablemente él esté pensando lo mismo. Sin embargo, hay algo en él que no condice con ese aspecto tan cuidado. ¿Qué es lo que no encaja? Allí aparece. En sus ojos. Hay una honda preocupación en ellos y no la relajada confianza que muestran aquellos que han alcanzado éxito en los negocios. Ya en la oficina, le ofrezco un asiento. Él esquiva la charla casual y va directo al tema. Es fácil percibir que se trata de un tipo de hombre sensato, que va al grano. «Estoy preocupado por mi familia», dice con un profundo suspiro. «¿Tú familia? ¿Es por eso que estás aquí?» «Bueno... no. Se trata de mí, por supuesto. Solo me preocupo por lo que les he hecho. Por su futuro. Por nuestro nombre». 16


la idolatría es la cuestión

Su historia es corta y no tan dulce que digamos. El Servicio de Rentas Internas lo ha descubierto evadiendo impuestos, y en una escala importante. Él enumera los diversos cargos que enfrenta; yo ni siquiera los entiendo todos. Sin embargo, resulta claro que él sí. Y también es claro que va a tener que dedicar una gran parte de su vida futura a solucionar el tema de las penalidades financieras que pronto se le impondrán. No estoy seguro acerca de qué decirle. Él parece comprender la gravedad de su situación. En verdad, yo no brindo asesoramiento legal. Pero puedo percibir que no se trata tan solo de haber sido descubierto; tiene más que ver con aceptar lo que ha hecho. Por un momento nos quedamos sentados sin hablar. Finalmente él levanta su mirada y dice: «La cuestión a la que vuelvo una y otra vez, y a la que no puedo encontrarle respuesta, es por qué lo hice». «¿Te refieres a otra cosa que no tiene que ver con una ganancia económica?» Ríe irónicamente. «¿Una ganancia económica? Kyle, yo no necesitaba el dinero. No necesitaba un centavo de todo eso; soy multimillonario. Yo podría haber ido a mis contadores y pagado mis impuestos como es debido. Además de eso, regalar una suma muy importante de dinero, y todavía seguir viviendo la misma vida confortable que llevo sin siquiera darme cuenta. ¿Qué es lo que realmente le debía al gobierno? No debería haber fallado en eso». Ese es un mundo en el que yo no vivo, pero sonrío y asiento, fingiendo que entiendo. «Bien. Si no tiene que ver con una ganancia económica, entonces ¿cuál es tu principal teoría en cuanto al “porqué”?». Sus ojos se encuentran con los míos antes de dejarlos vagar a través de la ventana. El sol brilla sobre su rostro y puedo percibir un mínimo indicio de humedad en sus ojos. «Es lo que dije, Kyle. No lo sé. Realmente no llego a entenderlo. Resulta ridículamente estúpido, y yo no hago cosas estúpidas. Ni con el dinero, ni con ninguna otra cosa. Y escucha...» Me dirige una rápida mirada. «Sé que soy un pecador. Me resulta claro. No tengo problema en llamar a esto como lo que es: pecado. Un horrible pecado. Pero, ¿por qué este pecado? ¿Por qué un pecado tan innecesario?». 17


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Hablamos sobre ello. Hablamos sobre su vida, su familia, su crianza y aquellas cosas que han influido sobre él. Lo que quiero que vea es que el pecado no aparece de la nada. Generalmente crece donde se ha plantado algún tipo de semilla. Necesitamos cavar un poco por debajo de la superficie. «Me dices que no necesitas ese dinero», señalo. «Pero el dinero, como regla, ha sido muy importante para ti. ¿Estás de acuerdo?» «Seguramente. Resulta obvio». «¿Lo bastante importante como para considerarlo tu principal motivación, la meta dominante en tu vida?». Lo piensa. «Sí. Sería justo decirlo así». «¿Como si fuera un dios?». Por un momento no alcanza a comprender la pregunta. Luego exhala el aire lentamente. Veo la respuesta escrita en su rostro. «No siempre fue así», dice. «No, nunca lo es en un comienzo. Las metas pueden convertirse en dioses. Y uno comienza a servirlas a ellas, a vivir para ellas, y a sacrificarse por ellas. En un principio se trataba de que el dinero lo sirviera a uno. Pero, ¿no crees que en algún punto se intercambiaron los roles?». «Nunca lo había pensado así».

ESTUDIO DE CASO 2:

no es algo tan importante

Se trata de una muchacha joven que ha crecido en nuestra iglesia. Su familia quiere que me encuentre con ella para conversar. Están preocupados porque está a punto de mudarse a vivir con su novio, que no es cristiano. Eso debería ser divertido. La llamo dos veces y le dejo mensajes, pero ella no contesta mi llamado. La tercera vez atiende. Sabe por qué la estoy llamando e intenta tomárselo en broma. «No puedo creer que mis padres le den tanta importancia a esto», dice con una risita nerviosa. Me la imagino dando vuelta los ojos. En su mente, todo esto no es más de lo que sería un poco de tos, y algo por lo que no hace falta preocuparse. 18


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«Bueno, agradezco que me hayas llamado para hablar unos momentos. Pero tengo que preguntarte algo: ¿no piensas que es posible que tú estés considerando esto al revés?». «¿Qué quiere decir?». «¿No será que, en vez de que ellos se estén haciendo un problema por nada, tú le estés restando importancia a algo que la tiene?». Se escuchan más risitas nerviosas. «No se trata de algo importante», dice otra vez. «¿Me permitirías que te dijera por qué yo considero que lo es?». Ella respira profundamente y procede a hacer una predicción de todas las razones que piensa que yo voy a esgrimir. La interrumpo con una pregunta. «¿Has considerado todo lo que te costará mudarte con él?». «¿Se refiere al costo del apartamento?». «No, no estoy hablando solo de dinero. Me refiero a la forma en que tu familia se siente al respecto, y a la presión que percibes de parte de ellos. Eso es una especie de precio, ¿verdad?». «Sí, imagino que sí, pero es problema de ellos». «¿Y lo que te va a costar tu futuro casamiento?». «Ni siquiera sé si nos vamos a casar», me responde. «No estoy hablando de que te cases con él necesariamente, porque según las estadísticas, lo más probable es que no». Ella comprende a qué quiero llegar, pero yo la presiono un poco más. «¿Cuánto le va a costar esto a tu futuro marido? ¿Qué precio deberá pagar a causa de esta decisión?». Ella tiene que detenerse a considerar la cosa. Continúo señalando las distintas formas en que esa decisión resulta importante debido a que le costará mucho más de lo que entiende ahora. «Así que esto es lo que yo sugiero al respecto: si estás dispuesta a pagar un precio es porque la cuestión te resulta muy importante. Debes considerarla una gran cosa si es que estás dispuesta a pasar por todo lo que he mencionado». Considero que su silencio se debe a que está reflexionando, y finalmente llego al punto. «Cuando veo los sacrificios que estás dispuesta a realizar, y el hecho de que estés decidida a ignorar lo que Dios tiene que decir 19


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sobre la cuestión, me parece que has convertido esta relación en un dios». «¿Qué quiere decir con eso?». «Un dios es algo por lo que nos sacrificamos y algo tras lo cual vamos. Desde donde yo lo veo, tienes a Dios el Señor de un lado, diciéndote una cosa, y a tu novio del otro, diciéndote otra cosa. Y tú estás eligiendo a tu novio por sobre Dios. La Biblia llama a eso idolatría, y en realidad se trata de algo muy importante». Ya no hay más risitas nerviosas. Ella confiesa: «Nunca lo había pensado así».

CASO DE ESTUDIO 3:

la lucha secreta

Él llega unos cinco o diez minutos tarde. Me había preguntado si podía hablar conmigo unos instantes, y yo le sugerí que nos encontráramos a tomar un café. Pero él deseaba que nos reuniéramos en algún lugar «un poco más privado». Así que establecimos mi oficina como ese lugar. Él llega y se detiene en la puerta de entrada, como si todavía no estuviera seguro de desear seguir adelante con la entrevista. «¡Adelante!». Sonrío y le ofrezco una silla con un ademán. Responde a mi sonrisa con otra más breve. Se sienta; su lenguaje corporal trasunta reticencia. Enrosca los brazos uno alrededor del otro, masajeándose suavemente el codo derecho. Imagino que tiene más o menos mi edad, treinta y tantos, y es un tipo común. Aún no me ha dicho de qué tratará la reunión, pero ya lo sé. La conversación que vamos a tener se me ha vuelto muy familiar. Le hago algunas preguntas de rutina, como cuál es su trabajo y de dónde viene, tanto como para romper el hielo y crear un ambiente más relajado. Hasta allí llegamos durante el primer par de minutos; finalmente él aborda el tema. Puedo percibir que le toma todo el coraje que puede juntar el decidirse a soltar aquel secreto largamente ocultado. «Yo... este... creo que soy adicto a la pornografía, o algo así», tartamudea. Se mira los zapatos.

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«Bueno, no eres la primera persona que entra aquí, se sienta en esa silla y dice esas palabras. ¿Por cuánto tiempo esto ha implicado una lucha para ti?» Cuenta su historia, comenzando desde el tiempo en que tenía doce años y había visto ciertas imágenes con sus amigos en revistas sacadas del armario de los padres, las que se pasaban a escondidas. Fotografías que lo perturbaron en un principio. Imágenes que se alojaron en su mente, de las que no se pudo deshacer y que comenzaron a marcar una cierta inclinación. Imágenes que podía visualizar a la perfección aun el día de hoy. Habla de su odio por Internet. Describe a la red como si ella fuera su enemigo mortal. «Antiguamente la gente tenía que ir a ciertos locales comerciales», dice. «Horribles tiendas con sus vidrieras totalmente pintadas. Lugares baratos, sórdidos. Nunca tuve el valor de entrar a una de esas tiendas». «Pero Internet es algo anónimo». «Exactamente», dice. «Se vuelve tan fácil. Cualquier tipo de imágenes, cualquier clase de vídeo está al alcance de la mano. Así de simple. Una gratificación instantánea cada vez que uno siente el más leve deseo». Habla con el tono cansino de alguien que se ha sentido esclavizado durante veinte años, de un prisionero que ha abandonado todo plan para escapar. «¿Qué se supone que haga? ¿Que apague la computadora?», dice. «Dependo de Internet como todos. La necesito para trabajar. La necesito para cualquier cosa. Aun cuando solo usara el teléfono, podría levantar esas imágenes allí. Uno enciende el televisor, y aparecen millones de ideas sugerentes. ¿Se espera que yo solo mire Disney Channel?». Confiesa que no tenía idea de lo que la pornografía le haría a su vida, y en lo particular, a sus relaciones. Parece comprender, al menos hasta cierto punto, la manera en que eso ha cambiado su manera de visualizar a las mujeres e interactuar con ellas. «La cosa es», señala, «que uno llega a verlo como una picazón, como un deseo. Eso es todo. Una comezón. Pero nunca se va, y uno

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tiene que rascarse. Bueno, a medida que pasa el tiempo hay que rascarse más fuerte y más profundo. ¿Sabe lo que quiero decir?». «Lo sé». Se produce un silencio. Estoy seguro de que él espera que le dé el mismo tipo de consejos que ha recibido por tantos años: pon un filtro en tu buscador de Internet; únete a un grupo de apoyo; busca un compañero al que tengas que rendirle cuentas; redirecciona tus ojos. Todas esas son sugerencias útiles, pero yo sé que él ya ha intentado ponerlas por obra en múltiples ocasiones. De otro modo no estaría sentado ante mí. Pero también sé que allí hay un ídolo que debe ser destronado, y que hasta que eso suceda, él seguirá sufriendo. No va a disfrutar de la intimidad de sus relaciones. Va a luchar por lograr una verdadera conexión con Dios. «Piensas que tienes un problema de lujuria, pero en realidad lo que tienes es un problema de adoración. La pregunta a la que debes responder cada día es: ¿voy a adorar a Dios o voy a adorar al sexo?». No lo verbaliza, pero la expresión de su rostro da a entender: «Nunca lo había pensado de esa manera».

Qué es lo que subyace aquí La idolatría no es apenas uno de muchos pecados; más bien se trata del gran pecado del que se desprenden todos los otros. Así que si comenzamos a escarbar en el terreno de cualquier lucha que estemos enfrentando, finalmente descubriremos que debajo de todo hay un dios falso. Mientras ese dios no sea destronado y Dios el Señor ocupe su justo lugar, no alcanzaremos la victoria. La idolatría no es una cuestión; es la cuestión. Todos los caminos conducen al concepto ignorado y polvoriento de los dioses falsos. Si consideramos solo las capas externas y brillantes de nuestra vida, tal vez nunca lleguemos a verlo; pero escarbemos un poco bajo la superficie, y comenzaremos a ver que eso siempre ha estado allí, debajo de una capa de pintura. Hay cien millones de síntomas diferentes, pero la cuestión es siempre la idolatría. 22


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Es por eso que cuando Moisés, parado en el Monte Sinaí, recibió los Diez Mandamientos de parte de Dios, el primero de ellos fue: «Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20.2–3, rvr60). Cuando Dios promulgó este mandamiento, en tiempos de Moisés, la gente estaba muy familiarizada con una cantidad de otros dioses. El pueblo de Dios había pasado más de cuatrocientos años en Egipto, en esclavitud. Egipto estaba lleno de dioses. Literalmente ellos se habían apropiado de los barrios. Los egipcios tenían dioses locales para cada distrito. Egipto era, en lo referido a los dioses, como una heladería. Uno podía elegir y tomar los sabores que deseara. El paradigma bíblico es diferente. Cuando escuchamos a Dios decir: «No tendrás dioses ajenos delante de mí» (rvr60), lo pensamos en términos de una jerarquía, o sea que Dios siempre esté en el primer lugar. Pero no hay lugares. Dios no está interesado en competir contra otros o en ser el primero entre muchos. Dios no formará parte de ninguna jerarquía. Él no quiso decir «delante de mí» como si fuera «antes que yo». Una mejor comprensión de la palabra hebrea traducida por «delante de mí» sería «en mi presencia». Dios se niega a ocupar un asiento en la cúspide del organigrama de una organización. Él es la organización. No está interesado en ser el presidente de una junta. Él es la junta. Y la vida no fluye si todos los demás que se hallan sentados alrededor de la mesa, en la sala de juntas de nuestro corazón, no son despedidos de ese sitio. Él es Dios, y no hay otros candidatos para ese puesto. No hay dioses parciales, ni dioses honorarios, ni dioses interinos, ni asistentes de los dioses regionales. Dios no nos dice eso porque se sienta inseguro, sino porque ese es el camino de la verdad en este universo, que es de su creación. Un solo Dios es su dueño y operador. Un solo Dios lo ha diseñado, y un solo Dios sabe cómo funciona. Él es el único Dios que puede ayudarnos, conducirnos, satisfacernos, salvarnos. Al leer Éxodo 20, descubrimos que el único Dios verdadero está harto de las imitaciones y de los dioses sustitutos. Así que 23


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Dios le dice a la nación de Israel que haga pedazos el panteón; que lo eche fuera. Se cancela toda actividad de los otros dioses. Él se asegura de que el pueblo comprenda que él es el único y solo Dios. Él es Dios el Señor. Tal vez estés pensando: gracias por la lección de historia, pero eso fue hace mucho tiempo. Después de todo, en nuestro tiempo el problema no parece ser que la gente adore a muchos dioses; el tema es que no adoren a ningún dios. Sin embargo, tengo la impresión de que la lista de nuestros dioses es más larga que la de ellos. Solo porque les demos diferentes nombres eso no cambia lo que son. Puede ser que no tengamos un dios del comercio, un dios de la agricultura, un dios del sexo, o un dios de la caza. Pero sí tenemos carteras de valores, automóviles, entretenimientos de adultos y deportes. Si camina como un ídolo, y grazna como un ídolo... Uno puede llamarlo tos en lugar de cáncer, pero eso no lo vuelve menos mortal.

Cambio de imagen de los ídolos Uno de los problemas que tenemos para identificar a los dioses es que a sus identidades les falta el clásico atavío religioso; y también el hecho de que son cosas que, con frecuencia, no están mal. ¿Dios está en contra del placer? ¿Del sexo? ¿Del dinero? ¿Del poder? Esas cosas no son inmorales sino amorales; son moralmente neutras hasta que dejan de serlo. Podríamos estar sirviendo a algo que en sí mismo resulte muy encomiable. Podría ser la familia o la carrera. Podría ser una causa digna. Hasta podríamos estar alimentando a los hambrientos y sanando a los enfermos. Todas esas son cosas buenas. El problema es que en el mismo instante en que algo ocupa el lugar de Dios, en el momento en que se convierte en un fin en sí mismo más que algo que colocar delante del trono del Señor, se transforma en un ídolo. Cuando alguien o algo reemplaza a Dios el Señor en su puesto de gloria en nuestras vidas, entonces esa persona o cosa, por definición, se convierte en nuestro dios. 24


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Así que para descubrir a algunos dioses, consideremos qué es aquello que perseguimos. Otra manera de identificar a los dioses que están guerreando por nuestras vidas es meditar en qué estamos creando. Recordemos los mandamientos. Primero: no tener otros dioses. Segundo: no hacernos otros dioses a los que adorar. La profunda sabiduría que esconde este segundo mandamiento es mostrar que cualquier cosa en el mundo puede convertirse en un ídolo, y por lo tanto constituirse en un falso dios cuando lo colocamos indebidamente en el punto más alto de nuestros afectos. Es una idolatría construida por nosotros mismos: elegimos de entre nuestro surtido accesible de dioses, mezclamos y combinamos, y creamos un dios propio. Cuando Dios le dio a Moisés los Diez Mandamientos en el Monte Sinaí, el pueblo que esperaba allá abajo se quejaba de que llevara tanto tiempo. Moisés había dejado a su hermano Aarón a cargo, y la gente había comenzado a clamar por un dios que los condujera. Reunieron entonces el oro que tenían entre todos, lo echaron al fuego e hicieron de él un becerro de oro para ser adorado. Un poquito irónico, ¿no creen? En el preciso momento en que Dios le hablaba a Moisés acerca de no tener otros dioses delante de él, el pueblo estaba allá abajo dándole forma a un dios. Hay una reflexión posterior en la Biblia sobre lo que el pueblo había llevado a cabo: «En Horeb hicieron un becerro; se postraron ante un ídolo de fundición. Cambiaron al que era su motivo de orgullo por la imagen de un toro que come hierba» (Salmos 106.19–20). Ese no fue un buen canje. Cambiaron a Dios el Creador por un dios de su propia creación. ¿Somos nosotros en verdad diferentes? Estamos reemplazando a Dios por estatuas de nuestra propia invención. Por una casa a la que constantemente le realizamos mejoras. Por una promoción que incluye una oficina a nivel ejecutivo. Por lograr aceptación dentro de cierta fraternidad o club. Por un equipo que gane el campeonato. Por un cuerpo bien modelado y en forma. 25


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Nos esforzamos por crear y modelar nuestros propios becerros de oro. Puedo percibir lo que estás pensando: «Se podría decir eso sobre cualquier cosa. Uno podría tomar cualquier cuestión, cualquier cosa a la que alguien fuera devoto y transformarla en idolatría». Exactamente. Cualquier cosa sin excepción se puede volver un ídolo una vez que llega a ser un sustituto de Dios en nuestras vidas. Para describir el concepto con mayor claridad, diría que cualquier cosa que se convierta en el propósito o fuerza impulsora de nuestra vida probablemente esté indicando algún tipo de idolatría detrás. Pensemos en algo que hayamos perseguido o creado, y luego preguntémonos por qué lo hemos hecho. Si tenemos una adicción a la comida, ¿por qué la tenemos? Si existen «cuestiones polémicas» que tienden a alterarnos, ¿por qué las tenemos? Si planeamos salir de compras este fin de semana aunque estemos tapados de deudas, ¿por qué lo hacemos? Si pasamos interminables horas arreglando el automóvil y redecorando la casa, ¿por qué lo hacemos? Para pensar acerca de estas cosas como formas de idolatría, necesitamos visualizarlas de una nueva manera. Descartemos la idea de vacas doradas y de figuras diversas. Hasta, por un momento, despojémonos totalmente de la idea de idolatría como un elemento dentro de una lista de diez puntos prohibidos. El próximo ejercicio puede parecer un poco extraño, pero sigan conmigo. Quiero que repiensen la idolatría como un árbol. Quiero que lo imaginemos: uno de esos enormes robles que parecen más viejos que el tiempo en sí mismo, uno de los que tienen ramas impresionantes que se extienden en todas direcciones, y con otras ramas que crecen a partir de las primeras. Y que cuando se produce una erosión a orillas del río, o junto a las aguas, deja ver precisamente lo profundas y extensas que son sus raíces. Imaginemos ese árbol de la idolatría con muchas ramas, cada una de ellas con algún objeto adherido. De una de las ramas cuelga una vasija de oro. 26


la idolatría es la cuestión

En otra de las ramas crece comida de todo tipo; cada clase de alimento delicioso que podamos imaginar parece brotar de un sector diferente de esa rama. Otra de las ramas se ensancha para formar un extremo chato y redondeado; y al acercarnos podemos ver que en realidad se trata de un espejo que nos devuelve un reflejo idealizado de lo que somos. Aún hay otra rama esculpida con maravillosa destreza. Al seguir las líneas sinuosas notamos que se trata de la silueta de dos figuras humanas entrelazadas en un abrazo sensual. Una rama tiene, a modo de fruto, distintos juegos de llaves: un juego con las llaves de un automóvil lujoso y otro con las de una casa de playa en la Florida. Se trata de un árbol muy peculiar. Tiene muchas otras ramas, cada una de ellas con un objeto curioso adherido. Este es el punto de la cuestión: la idolatría es el árbol en el que crecen nuestros pecados y nuestras luchas. La idolatría es siempre la cuestión. Constituye el tronco del árbol, y todos los otros problemas son apenas las ramas.

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capítulo 2

el campo de batalla de los dioses En ciertas ocasiones las empresas muy grandes cometen enormes errores. ¿Recuerdan a America Online?* Pocos años atrás, America Online (AOL) dio a conocer al público, a través de una búsqueda que se podía realizar en Internet, la historia de 650.000 de sus usuarios de la red. La compañía intentaba demostrar su amplio alcance entre los consumidores. Al revisar el historial de búsquedas de una persona se descubría que, si esta había escrito «anotaciones en el fútbol de la NFL» en la ventana de un explorador, eso era ahora un asunto de dominio público. Nos preguntamos: «¿En qué pensaban cuando hicieron eso?». Pero AOL había tomado ciertas precauciones. No se utilizaban los verdaderos nombres, sino solo un número de usuario. Así que no era Bob, el de la otra cuadra, sino una persona anónima, llamada «Usuario #545354», la que estaba constatando cómo les había ido a los Green Bay Packers. El problema fue que esas precauciones no resultaron lo suficientemente eficaces. El periódico New York Times muy pronto demostró que era posible seleccionar un número de usuario y colocarle un nombre. ¿Cómo hacerlo? Digamos que el Usuario #545354 buscaba acerca de «problemas en la transmisión de un Chevy Camaro 2002». Eso * Historia verdadera: en cierto punto, más del cincuenta por ciento de los CD producidos en todo el mundo formaban parte del software gratuito de CDs de AOL. Nosotros recolectamos los suficientes como para jugar al Frisbee (discos voladores) con ellos cuando estábamos en la escuela secundaria.

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en sí mismo no decía mucho. Pero también revelaba miles de otras búsquedas realizadas por el mismo usuario.* Al brindar la suficiente información no resultaba demasiado difícil considerar las búsquedas y hacerlas coincidir con un usuario específico. Como podrán imaginar, la gente no buscaba solamente información sobre automóviles o resultados deportivos. También realizaba búsquedas sobre cosas tontas. Sobre cosas tristes. Y sobre muchas, muchas cosas muy perturbadoras.1 El «rastreo de datos» de cada usuario mostraba un cuadro definido de esa persona. Podríamos decir que nuestras búsquedas nos definen. ¿Qué mostraría un rastreo de datos sobre ti? ¿A dónde conduce la búsqueda en la que estás? Aquello que buscamos y tras lo cual vamos revela el dios que va ganando la guerra en nuestros corazones. Pensemos en el corazón como el campo de batalla de los dioses. Nuestro corazón es el Búnker de la Colina en la que los dioses se reúnen y hacen la guerra. El dios que gana ese día reclama el trono de nuestro corazón. L A BÚSQUEDA CONTINÚA Google y varias otras empresas de Internet rastrean las palabras clave más buscadas día a día, mes a mes, y año a año. Los publicistas, los consultores políticos y los observadores de la cultura le prestan una cuidadosa atención a aquello que el mundo busca. A fines de 2011, las palabras sexo y vídeo registraron 338 millones de búsquedas por mes cada una. Pornografía: 277 millones. Productos y celebridades como iPad o Lady Gaga con frecuencia se disparan hacia la cima por cortos períodos. Durante un período tipo, el cantante Justin Bieber fue objeto de más búsquedas que Dios, registrándose más de 30 millones de búsquedas acerca de Bieber y 20 millones sobre Dios.* * www.webupon.com

* Posibles búsquedas de un conductor de Camaro: Metallica, corte de pelo mullet, crisis de la mediana edad.

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Dado que yo no puedo revisar el historial de tus búsquedas, quiero pedirte que examines tu corazón para descubrir sobre qué descansa tu lealtad y hacia quién diriges la gloria. «Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida» (Proverbios 4.23). Tu corazón define y determina quién eres, cómo piensas, y lo que haces. Debido a que todo fluye a partir de allí, tu corazón constituye el frente de batalla para los dioses que están en guerra. ¿Qué queremos decir cuando hablamos del «corazón»? Científicamente sabemos que es el órgano que bombea la sangre y hace que el cuerpo funcione. No piensa; no siente. Pero en la cultura hebrea, al corazón se lo veía de una manera diferente. Constituía una metáfora para señalar el centro o la médula de la personalidad. Se lo consideraba el núcleo espiritual, y la vida fluía a partir de su orientación. Los antiguos sabían que al tocar suavemente la muñeca se podía percibir un latido leve, al que nosotros llamamos pulso. El mismo pulso podía detectarse en el cuello y en otras partes. Pero al colocar la mano sobre el corazón, que constituye el centro de la persona, el latido se volvía más fuerte. Parecía lógico entonces que todo fluyera desde el corazón; para los hebreos, no solo la sangre, sino también la personalidad, las motivaciones, las emociones y la voluntad. En nuestros días nosotros tendemos a separar cuidadosamente las cosas que nos constituyen como seres humanos. Aquí tenemos la mente, y allá el cuerpo: lo intelectual y lo físico. Pero sabemos más que eso. La ciencia nos ha ayudado a ver que todo está interconectado. Nuestra condición física afecta la manera en que pensamos y sentimos; y nuestro «estado anímico» afecta la salud física. Hemos llegado a entender la personalidad más holísticamente durante el último siglo. Los hebreos tuvieron esa comprensión todo el tiempo. Hablaban de amar a Dios con todo el corazón, el alma y la mente, pero en realidad entendían la vida como algo unificado, y entonces llamaban a esa unidad «el corazón». En hebreo la palabra significa «el meollo de la nuez». El «corazón» refleja nuestra verdadera identidad. Aquí va un ejemplo del sentido de la idea hebrea: «En el agua se refleja el rostro, y en el corazón se refleja la persona» (Proverbios 27.19). El corazón conforma nuestra verdadera identidad; y esa es 31


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la razón por la que los dioses luchan descarnadamente intentando apoderarse de cada centímetro de él.

La fuente Pensemos sobre nuestro corazón, y hagámoslo imaginando una situación hipotética. Salimos para realizar una caminata un hermoso día de primavera. Nos atrapa un sonido de agua que corre y, por supuesto, llegamos hasta un riachuelo. Pero algo no está bien en medio del panorama. Notamos que alguien ha arrojado basura en ese torrente, lo que constituye una vista desagradable. Hay desechos flotando sobre el agua. A juzgar por las latas de gaseosa vacías, la basura ha estado allí por algún tiempo.* Y se ha formado una horrible película sobre esas aguas. No podemos simplemente abandonar la escena tal como la encontramos porque molestaría nuestra conciencia. Así que nos inclinamos y comenzamos a juntar la basura. En realidad nos toma varias horas el poder notar una diferencia; resulta sorprendente la cantidad de porquería que había allí. Así que nos sentamos, descansamos un momento, y nos damos cuenta de que deberemos volver día tras día hasta que el sitio quede verdaderamente limpio. Bueno, está bien, será un proyecto del que nos sentiremos orgullosos. Excepto que cuando regresamos al día siguiente nos parece que nuestro trabajo ha sido desbaratado. De hecho, hay más basura que antes. De alguna manera los desperdicios se han reproducido durante la noche. Pensamos que resulta muy improbable que alguno haya venido a este preciso lugar a arrojar su basura durante las pocas horas en que estuvimos ausentes de allí, así que nos damos cuenta de que algo huele raro, por así decirlo. Y comenzamos a seguir el recorrido de ese riachuelo corriente arriba. Como era de esperar, lleguemos a un basural que ha estado en ese lugar por años. Se vacía de continuo en las aguas del arroyo que pasa por allí. Nuestra labor de limpieza solo ha abierto un espacio para que más cosas se estacionen allí. Podríamos ir a limpiar todos * Pepsi Cristal y Apple Slice. Gracias por el recuerdo. Ya no es lo mismo sin ustedes.

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los días, pero aquello sería como intentar hacer rodar una piedra hacia arriba por la ladera de una montaña y verla rodar hacia abajo de nuevo. Podría resultar sorprendentemente divertido, pero en realidad, ¿cuál es el punto al hacerlo? Si queremos que ese arroyo quede limpio, tendremos que ir directamente a la fuente y tratar con lo que encontremos allí. Pensemos en nuestro corazón como lo hacían los hebreos, como la fuente de la que fluye la vida: los pensamientos, las emociones, las acciones. ¿Qué tiempo de nuestra vida dedicamos a tratar con la basura visible en lugar de tratar con aquello que la produce? Gastamos una gran cantidad de tiempo, dinero, energías y frustración removiendo esa basura mientas que hay algo, corriente arriba, que sigue arrojándola al torrente. Hasta la iglesia se enfoca demasiado en lo que hay río abajo. Resulta mucho más fácil recoger un poquito de basura. Tratar con lo que se encuentra corriente arriba implica un compromiso impresionante. Pero los dioses saben que el corazón es el campo de batalla. Es allí donde se gana la guerra. Pasar por alto el corazón y concentrarse solo en lo que hay río abajo se podría definir como una «modificación de conducta». La modificación de la conducta, popular en la psicología de mediados del siglo veinte, es la idea de intentar producir un cambio enfocándonos en las acciones que se pueden observar y medir. Es un tratamiento dirigido a los síntomas, una metodología de soluciones facilistas. Aquí van algunos ejemplos de cómo efectuar una remoción de la basura: • Si uno tiene un problema con los juegos de azar, entonces debe mantenerse alejado del casino y establecer un acceso más difícil a sus cuentas bancarias. • Si uno tiene un problema con la ira, debe respirar profundo y contar hasta diez. • Si el matrimonio está en problemas, entonces hay que programar salidas para algunas noches y comprarle un regalo al cónyuge. • Si uno está ahogado por las deudas, debe hacer pedazos sus tarjetas de crédito. 33


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• Si a uno se le ha disparado su peso hasta estar fuera de control, debe asociarse a un gimnasio y además ponerse a dieta.

No condeno el ponerse a dieta, ni los regalos, ni el hacer pedazos las tarjetas de crédito. Todas esas cosas pueden constituir acciones positivas, del mismo modo en que limpiar la basura del tramo bajo del arroyo es algo que debe llevarse a cabo. Pero en realidad el meollo de la cosa es un tema que tiene que ver con el corazón.

Caminemos río arriba ¿Te tomarías unos minutos para considerar tu vida? Por un momento ve más allá de remover desechos para realizar una caminata río arriba hasta llegar al corazón del problema. Quizá haya habido demasiada ansiedad en tu vida últimamente. Si habláramos tú y yo, probablemente me dirías: «Amo al Señor. No tengo cuestiones de idolatría. Mi problema es simple: tiendo a preocuparme demasiado. Me pongo muy ansioso». Bien, caminemos río arriba. ¿Qué hay en tu corazón que te está causando toda esa preocupación? Podría ser que al detenerte a examinar tu corazón en profundidad encontraras una necesidad profunda de sentir que estás controlando todas las cosas. Te gusta que cada i lleve el puntito encima y que cada t lleve el trazo que la cruza. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar.* No te gustan las sorpresas, y sencillamente deseas que la vida se desarrolle siguiendo el guión. No hay ninguna ley en contra de eso, ¿verdad? De hecho, a los empleadores les gusta la gente como tú. Te describirían como altamente responsable, alguien muy detallista. Pero, sin embargo, tú no disfrutas de las noches de inquietud, ni de la forma en que tu cerebro gira sin detenerse; lo cierto es que en realidad no experimentas paz. La necesidad de controlar es un dios implacable que ha aterrizado en tu corazón. En verdad, cuánto más control ansías, más te controla a ti la ansiedad, y por lo tanto convierte al control en tu dios. Debido a que los dioses a veces establecen oscuras alianzas de cooperación unos con otros, es posible que el dios del control * Las notas innecesarias y sin sentido resultan irritantes. No podría estar más de acuerdo.

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trabaje junto con el dios del confort, porque tu necesidad de cubrir cada detalle habla del impulso por mantenerte tan cómodo dentro de tu zona de confort como te sea posible. De modo que piensas que la cuestión es la ansiedad, en tanto que quizá la verdadera cuestión sea que los dioses del control y el confort están ganando la guerra por lograr tu corazón. Y esos dioses quieren tomar tu vida de una manera muy distinta de lo que Dios el Señor tiene en mente. Dios con frecuencia nos llama a salir de nuestra zona de comodidad. Nos llama a una gran aventura que requiere asumir riesgos y fe. La invitación de Jesús es a tomar la cruz y seguirlo. Resulta difícil llevar la cruz cuando el confort es nuestro dios. Es muy probable que los dioses del control y del confort estén embarcados en un conflicto directo con Dios el Señor que nos ha llamado a un nuevo tipo de vida. Intentemos verlo con otro ejemplo. ¿Y qué si vienes y me dices que eres un adicto al trabajo? «Ese es mi problema, lisa y llanamente», señalas. «Soy adicto al trabajo. ¿Cómo puedo dejar de serlo?». Mi primer impulso es montar un pequeño operativo de remoción de basura, así que te digo que te aboques a la disciplina de irte a casa a las cinco de la tarde, a dejar tu trabajo en la oficina los fines de semana, y a encontrar algunos pasatiempos que te apasionen. Cosas relacionadas con los síntomas. Pero si emprendes el camino río arriba, es posible que descubras que el ser un adicto al trabajo no es en realidad el problema, «lisa y llanamente». Lo más probable es que haya algunos falsos dioses en el trasfondo de tu vida que estén causando estragos. ¿Qué motivaciones pueden convertir a alguien en un adicto al trabajo? Podría ser el materialismo y un impulso a querer más, siempre más. Decididamente, eso es un ídolo. O podría ser que el dinero no fuera en verdad lo que el trabajo signifique para ti; en realidad podrías estar sirviendo al dios del perfeccionismo. ¿Eres una de esas personas que nunca se siente feliz con los resultados que obtiene, y piensa que debería haberlo hecho mejor? ¿Y qué del dios del poder? Tal vez estés atrapado en la acumulación de todo el control que puedas lograr porque adquirir poder te resulta importante.

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Detrás de todo esto, por supuesto, puede encontrarse ese dios increíblemente predominante que es el dios del yo. A este lo analizaría con cuidado. ¿Estás levantando un monumento en honor a tu propia habilidad y valor personal a través de la competencia con la que realizas tu trabajo? Tiene que ver con la cuestión de lo que sucede en tu corazón. Y es por eso que Jesús puso tanto énfasis en ese punto. Él no se mostraba tan rápido en recompensar el buen comportamiento si el corazón no era recto. En Mateo 15.8, Jesús les dijo a los líderes religiosos: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí». Más adelante en el capítulo Jesús dice: «¿No se dan cuenta de que todo lo que entra en la boca va al estómago y después se echa en la letrina? Pero lo que sale de la boca viene del corazón y contamina a la persona. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias» (Mateo 15.17–19). Nosotros queremos poner el foco sobre lo externo, pero Jesús señala el punto de que todo tiene que ver con el interior. El corazón es el campo de batalla de los dioses porque todo fluye desde allí. Estuve hablando con un amigo mío que es cardiólogo. Él me contaba acerca de un procedimiento llamado arteriograma, que se utiliza para diagnosticar el grado de salud del corazón. Esta es la forma en la que funciona: él inyecta un tinte dentro de la corriente sanguínea y luego toma una placa de rayos X a las arterias para localizar cualquier bloqueo. Una vez localizado el bloqueo, inserta un stent a través de una de las piernas del paciente y abre el vaso sanguíneo. Pero lo más interesante es que con frecuencia un problema cardiológico pasa desapercibido y no es diagnosticado durante años. La gente no se realiza arteriogramas para chequear el corazón. ¿Por qué? Porque los síntomas no les parecen relevantes. Los pacientes pueden enfrentar insomnio, dolor de espalda, pérdida del apetito, ansiedad, problemas en la visión, y otras cosas. Pero procuran ayuda médica para tratar los síntomas. Piensan que se trata de una cuestión referida al sueño, o a un dolor de espalda, o a la vista, cuando en verdad tiene que ver con un tema cardíaco. Es una cuestión cardiovascular que hasta que no se trate no va a mejorar. 36


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Un arteriograma espiritual Nos resulta difícil visualizarnos como adoradores de ídolos. Cualquiera sea el síntoma, luchamos por no conectarlo con el trono del corazón y aquello que lo ocupa. Pero es allí donde se pelea la batalla. Así que quiero pedirte que te hagas un arteriograma espiritual para descubrir cómo está la salud de tu corazón. Te voy a hacer una serie de preguntas que solo tú puedes responder. Piensa que estas preguntas son un tinte que se inyecta en tu corriente sanguínea con el fin de revelar y localizar algunas áreas problemáticas.

¿Qué cosas son las que te decepcionan? Cuando nos sentimos desbordados por la decepción, eso constituye una buena señal de que algo se ha vuelto mucho más importante para nosotros de lo que debería ser. Una decepción desproporcionada revela que hemos colocado una esperanza y un anhelo desmedidos en algo que no es Dios. Así que, si tuvieras que identificar cuáles son tus mayores decepciones, ¿hacia dónde apuntarías? ¿Hacia el área de tu carrera? ¿Hacia la vida de tus hijos? ¿Hacia tu matrimonio o tu vida sexual? Erwin Lutzer escribe: «¿Has pensado alguna vez que nuestras decepciones son la forma en que Dios nos recuerda que hay ídolos en nuestras vidas con los que debemos tratar?».2 ¿Acerca qué cosas te quejas con mayor frecuencia? Esta pregunta es similar a la anterior, pero estamos considerando lo externo en esta ocasión: aquello que expresas. Este podría ser un buen momento para pedir una opinión objetiva. Pregúntale a alguien cercano sobre cuáles son tus quejas más típicas. Si continuamente te quejas con respecto a tu situación económica, es posible que el dinero se haya vuelto demasiado importante para ti. Si constantemente te lamentas ante tu cónyuge acerca de la vida sexual, tal vez el placer sexual se ha convertido en un dios. Si constantemente te quejas acerca de la falta de respeto que te demuestran en la oficina, tal vez lo que piense la gente sobre ti te importa más de lo que debería. 37


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Si permanentemente te quejas sobre el mal año que está teniendo tu equipo, tal vez los deportes se hayan convertido en tu dios. Aquello sobre lo que nos quejamos revela lo que realmente nos importa. El lamento deja ver qué es lo que tiene poder sobre nosotros. Lamentar se percibe de muchas maneras como lo opuesto a adorar al Señor. La adoración tiene que ver con glorificar a Dios por lo que él es y reconocer lo que ha hecho por nosotros, en tanto que lamentarnos es ignorar quién es Dios y olvidar lo que ha hecho por nosotros.

¿En qué áreas realizas los mayores sacrificios económicos? Diremos más sobre esto después, pero la Biblia señala que allí donde está tu tesoro es donde también está tu corazón. El lugar al que va a parar tu dinero muestra cuál es el dios que está ganando en tu corazón. Así que échale una mirada a tus estados de cuenta del banco y a los resúmenes de tus tarjetas de crédito, y haz de cuenta que estás examinando los hábitos de gastos de un perfecto desconocido, para descubrir qué es lo más importante para él. ¿Qué es lo que te preocupa? Podría ser la idea de perder a alguien muy importante para ti, o perder tu trabajo, tu casa o tu talento. Podría tratarse del temor a ser ridiculizado. O tal vez sea el miedo a quedarte solo. Puedes preocuparte tan profundamente por alguna cosa que eso te tenga atrapado adentro y se manifieste cuando tu mente actúa de una manera más espontánea durante la noche. Sea lo que fuere que te despierta (o lo que es igual, que te mantiene despierto) tiene el potencial de llegar a ser un ídolo. ¿Dónde se ubica tu refugio? ¿A dónde vas cuando te sientes herido? Digamos que ha sido un día terrible en la oficina. Llegas a casa y, ¿a dónde vas? ¿Al refrigerador para buscar comida reconfortante como, por ejemplo, un helado? ¿Al teléfono para desahogarte con 38


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el amigo en el que más confías? ¿Buscas un escape en las novelas, en las películas, en los videos juegos o en la pornografía? ¿Dónde procuras un rescate emocional? La Biblia nos dice que Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia; tan es así que no temeremos aunque las montañas se hundan en el fondo del mar (Salmos 46.1–2). Eso me impresiona como un buen lugar hacia dónde correr. Pero es muy fácil olvidarlo, y muy fácil correr en otra dirección. El lugar al que acudimos dice mucho sobre quiénes somos. Las «instancias de refugio» a las que apelamos revelan la geografía de nuestros valores. Cuando me entrevistaron para obtener el puesto ministerial que ocupo, los ancianos de la iglesia me hicieron varias preguntas. Una les parecía particularmente importante a ellos: cuéntenos acerca de sus sufrimientos y dificultades. Pensé sobre la cuestión y hablé acerca de uno o dos desafíos que había enfrentado, pero tuve que admitir que nunca había sufrido en realidad. Uno de los ancianos se mostró preocupado por mi respuesta. Yo pensé: ¿qué se supone que haga? ¿Que pierda a un ser querido? Dado que continuó insistiendo con esta cuestión, finalmente me dio una explicación: «Realmente no se llega a conocer a la gente hasta que han pasado por el sufrimiento». Pocas semanas después, llegando a casa del trabajo, subí las escaleras para despertar a Morgan de su siesta. En esa época ella tenía dos años. Vi entonces que su vestidor de pino, de un metro y medio de alto, se había caído. Y me di cuenta de que ella estaba debajo. El corazón casi se me detiene. Retiré el mueble frenéticamente y vi a mi hija, medio negra, medio azul. Corrimos con ella al hospital, y allí fue sometida a toda una batería de estudios y de placas de rayos X. No tenía nada roto. Respiraba, pero no respondía. Era probable que hubiera sufrido algún daño neurológico. Recuerdo haber estado sentado en el hall oscuro del hospital cuando se la llevaron para hacerle los primeros rayos X. Estaba en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, llorando y orando. Comencé a cantar: «Nuestro Dios es un Dios tremendo». 39


dioses en guerra

Una semana después, aunque mi hija había despertado, no podía caminar. Su pierna izquierda no se movía. Continué orando, aferrándome a Dios, y con el paso del tiempo ella fue mejorando. Ahora está bien, pero descubrí a través de ese período que aquel anciano estaba en lo correcto. Yo necesitaba aprender algo acerca de mí mismo: ver cómo andarían las cosas entre Dios y yo cuando la vida se pusiera difícil. Descubrí que él sería mi refugio aun si mis más profundos temores se cumplían.

¿Qué es lo que te exaspera? Cada persona tiene uno o dos puntos detonantes; algo acerca de lo que decimos que «nos vuelve locos». ¿Eres tan competitivo que no puedes soportar que tu equipo pierda un partido en el gimnasio? ¿Es factible que ser el mejor sea tu ídolo? ¿Cómo respondes al estar atrapado en medio del tránsito? Cuando alguien te encierra, conduce demasiado cerca de ti, acelera y no te permite entrar, ¿por qué ese extraño moviliza tanto tus emociones? ¿Y qué pasa cuando alguno te avergüenza o no te trata con respeto? ¿Cuál es la cuestión verdadera allí? Tal vez ese temperamento de pronta respuesta revele al más antiguo de todos los ídolos: el dios del yo. ¿Cuáles son tus sueños? Si las pesadillas resultan reveladoras, también lo son los sueños que soñamos despiertos: aquellos lugares a los que elegimos que vaya nuestra imaginación. ¿Qué fantasía es la que te tiene en un puño y hace que tus ojos brillen? ¿Sueñas con convertirte en el próximo American Idol, o tal vez en ser seleccionado en la primera ronda? Están bien las aspiraciones, pero la cuestión es por qué aspiras a esas cosas. ¿Tu motivación es dar gloria Dios o procurar tu propia gloria, fama y fortuna?

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capítulo 3

un dios celoso

El libro de Michael Jordan Driven from Within [Interiormente motivado] cuenta una historia que nos abre los ojos acerca de una visita que el legendario jugador de básquetbol realizó a la casa de un amigo. Fred Whitfield era el presidente y director operativo de otro equipo de la NBA. Ellos dos estaban listos para salir a cenar cuando Jordan dijo: «Mira, está un poco frío. ¿Puedes prestarme una de tus chaquetas?». Whitfield le respondió: «Por supuesto». Y le indicó dónde estaba el armario con los abrigos. Jordan desapareció por el pasillo y la casa quedó en silencio por un momento. Luego la estrella reapareció, llevando los brazos llenos de chamarras deportivas de marca, camisas, zapatos, y otros efectos personales. Dejó caer toda la pila sobre el suelo y desapareció por el pasillo de nuevo para buscar más. Whitfield miró ese montón de cosas y notó que todas las prendas eran de la marca Puma, rival de Nike. Jordan había descubierto que el armario tenía ropa producida por estos dos fabricantes y él, tan asociado en la mente del público con la línea de Nike, no lo aprobaba. Las prendas Nike estaban allí porque Whitfield era un buen amigo de Michael Jordan. Y la vestimenta de Puma había ido llegando como resultado de su amistad cercana con Ralph Sampson, un exjugador que promovía esa marca. Whitfield esperó de pie hasta ver cuál sería la suerte de las prendas marca Puma. Jordan entró a la cocina, volvió con un cuchillo de carnicero y despedazó en mil trocitos la pila de prendas que había en el suelo. 41


dioses en guerra

Cuando hubo destruido enteramente esa ropa deportiva, juntó todo de nuevo y lo llevó hasta un contenedor de basura. Luego de acabar, Jordan regresó junto a Whitfield y le dijo: «Eh, compañero, llama [a mi representante de Nike] mañana y diles que reemplacen todo esto. Pero nunca más permitas que te vea usando otra cosa que no sea Nike. No puedes traspasar el vallado».3 Resulta un poco incómodo leer acerca de esta conducta de Jordan, ¿no es cierto? Entiendo que la gente que sigue a Cristo, y que lee libros como este, es gente correcta. No me imagino a mí mismo llevando a un Michael Jordan a la casa de nadie, ni les recomendaría hacerlo a aquellos que deseen mantener sus amistades. ¿Pero no les parece que Jordan nos provee una muy buena ilustración de lo que es destrozar un ídolo? Él demuestra un compromiso total. Y ese es en verdad el tipo de compromiso radical que Dios ansía de su pueblo. Él no quiere que simplemente le hagamos un lugar en el ropero para que quepa allí; desea todo el ropero para él mismo. Ya hemos detectado un problema. La que llegó a ser conocida como «la generación más grande» (que peleó en la Segunda Guerra Mundial y construyó Estados Unidos de mediados de siglo) fue una generación reconocida por su compromiso. Muchos de nosotros tuvimos abuelos, o quizá bisabuelos, que trabajaron conservando siempre el mismo empleo, vivieron en la misma casa, y asistieron a una única congregación durante el tiempo de su adultez. La gente se sentía comprometida con las empresas, las comunidades, las congregaciones, y con su familia. En nuestra época es común llevar una existencia nómada, mudarnos de ciudad en ciudad, de iglesia en iglesia dentro de la misma localidad, y cambiar de pareja. Nuestros ojos constantemente apuntan hacia el horizonte, buscando una casa más grande, eligiendo una carrera superior, o tal vez una vida mejor. Siempre estamos atentos a mejorar nuestra situación. Vivimos en un mundo en el que «no dejarse atar por cuerdas» constituye una elección popular cuando de relaciones se trata. Parecemos ser una generación con un solo compromiso: mantener abiertas todas nuestras opciones.

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un dios celoso

En tanto que mantener nuestras opciones abiertas no necesariamente es algo malo, deberíamos reconocer que esa cualidad que parece signar a nuestra cultura hace que nos resulte mucho más difícil apreciar con seriedad lo que es la idolatría. La única relación por la que Dios se interesa es aquella que tiene como característica ser exclusiva y completamente comprometida. No tiene interés en mantener una «relación abierta» con nosotros. No entra en su consideración el compartir un espacio del sofá de dos plazas que tenemos en el corazón. Su trono tiene solo un asiento.

Epa... ¿celos? No te hagas ningún ídolo, ni nada que guarde semejanza... No te inclines delante de ellos ni los adores. Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso. Éxodo 20.4–5

¿No resultaría interesante que la gente no solo fuera conocida por su nombre, sino también por las características más dominantes de su personalidad? Esposas, ¿cuál sería el nombre de sus maridos? Tal vez algo elogioso como adulador o fuerte protector. O quizá algo menos elogioso.* En las Escrituras, a Dios el Señor a menudo se lo denomina por sus cualidades características. Él es el «Rey de reyes», el «Libertador», el «Proveedor», el «Sanador», el «Redentor»; y la lista continúa. Sin embargo, de entre todos los nombres de Dios, hay uno que parece fuera de lugar. Éxodo 34.14 dice: «No adores a otros dioses, porque el Señor es muy celoso. Su nombre es Dios celoso». ¿Celoso? Esa palabra no parece... bueno... muy positiva. Me suena mezquina. Como si habláramos de un par de muchachas de los primeros años de la secundaria que están interesadas en el mismo joven. Como un jugador de básquetbol que evita pasarle el balón a un compañero de equipo que siempre marca más que él. O como un noviecito posesivo de la escuela secundaria que se molesta con su novia si ella cruza miradas con algún otro muchacho. * A marrete, el que pierde el tiempo, el que tiene escozor en la barriga.

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Además, ¿qué razones podría tener Dios para ser celoso? ¿No es que ya le pertenece todo? ¿Hay algo que pueda competir con su poder o su grandeza? No, por supuesto. Al menos no en realidad. Pero, ¿qué con respecto a tu corazón? Dios es celoso de tu corazón no porque sea mezquino o inseguro, sino porque te ama. La razón por la que Dios tiene un problema tan grande con la idolatría es porque su amor por ti es algo que lo implica todo. Te ama demasiado como para compartirte. Paul Copan, un profesor de filosofía de Palm Beach Atlantic University, hace esta pregunta: ¿cuando los celos pueden ser una cosa buena? Él describe la profunda pasión de Dios por una devoción total de nuestra parte. Dice que las personas se parecen a un perro que bebe el agua de un inodoro y dice: «¡Nada puede ser mucho mejor que esto!» Nosotros podríamos disfrutar del agua de vida que solo Cristo puede ofrecer, y sin embargo elegimos sustitutos que resultan escandalosa y asquerosamente inferiores. Dios sabe qué tiene en mente para nosotros, y lo aflige ver las elecciones que realizamos en nuestra ignorancia. Eso le causa celos, pero de la manera más justa y amorosa. Copan señala: «Una esposa que no se pone celosa ni se enoja cuando otra mujer coquetea con su marido, no está realmente comprometida con esa relación matrimonial... Indignación, dolor, angustia: esas son las respuestas adecuadas a una transgresión tan profunda. Dios no es ni una entidad abstracta ni un principio impersonal. Deberíamos sorprendernos de que el Creador del universo se conecte tan profundamente con los seres humanos que se exponga al sufrimiento y a la angustia ante el rechazo y la traición humanas».4 Y esto es lo que se dice de Dios: «Porque el Señor su Dios es fuego consumidor y Dios celoso» (Deuteronomio 4.24). En la Biblia las palabras celoso (jealous, en inglés) y fervoroso o ferviente (zealous, en inglés) básicamente son intercambiables; se desprenden de la misma palabra hebrea de los textos originales. En inglés se escriben casi de la misma manera, debido a que derivan de la misma raíz griega. Pensamos de la palabra fervor como de un intenso entusiasmo. Esa idea capta el por qué Dios se muestra 44


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ÍDOLOS E ÍCONOS Los neurólogos estudian el cerebro. Un grupo de ellos les realizaron encefalogramas a algunas personas religiosas mientras analizaban las ocasiones en las que habían sentido más íntimamente la presencia de Dios. Expusieron también a las mismas personas a estímulos como vitrales, incienso o imágenes religiosas, y descubrieron que el núcleo caudado, una cierta área del cerebro, respondía cuando esas personas se sentían cerca de Dios. (De paso, esta no es el área identificada como el «lugar —o rincón— de Dios» que se menciona en algunas historias aparecidas en las noticias recientemente). Los neurólogos analizaron a otro grupo de gente. Se apartaron del tema de la religión, y les mostraron a estas otras personas imágenes de bienes de consumo conectadas con marcas muy populares. ¡Y otra vez el núcleo caudado se encendió! Conclusión: los consumidores que compran ciertos objetos muy publicitados alcanzan algo parecido a una experiencia religiosa.* * James Bryan Smith, The Good and Beautiful Life (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2010, pp. 163–164.

tan posesivo con respecto a nosotros: él es, como lo manifiesta, un fuego consumidor en su pasión por nosotros. ¿Recuerdas cuando te enamoraste profundamente de alguien, y la manera en que te encendiste en honda pasión y amor por el otro, y la forma en que esos sentimientos te consumían? Eso es apenas una sombra de lo poderoso que es el amor de Dios por ti. Necesitamos recordar, al hablar de la intolerancia de Dios con respecto a la idolatría, que todo se remonta a un amor apasionado tan inmenso y tan poderoso que quema con más fuerza que mil millones de soles. 45


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Espero que pienses al respecto a medida que lees este libro, porque esto es lo que va a suceder. A medida que caminemos por los templos de los dioses modernos a través de estas páginas, tú podrás reconocer a aquellos que están en guerra por tu vida. Y Dios te hablará. Él te desafiará con solo dos palabras: tú eliges. Tú eliges entre el dinero y yo. Tú eliges entre tu carrera y yo. Tú eliges entre esa relación y yo. Tú eliges entre esa casa y yo. Si estableces una vigilancia sobre tu propio corazón, te encontrarás ante momentos de dicotomía y momentos de bifurcación de caminos. El Señor no te dará la opción de que lo conviertas a él en uno entre muchos. Allí no hay sitio para nada ni nadie que no sea él mismo. Es así como te ama.

La idolatría es adulterio El profeta Ezequiel utilizó una poderosa analogía para describir cómo considera Dios a la idolatría. La compara con un cónyuge que engaña. Esta analogía recorre todas las Escrituras. En el Nuevo Testamento la iglesia es descrita como la novia de Cristo, y muchas de las parábolas de Jesús giran en torno a una novia que se mantiene fiel mientras espera al novio. El dolor que produce tener un compañero infiel con seguridad constituye una de las experiencias humanas más angustiantes. Es la mayor de las traiciones. Sin embargo, así se nos describe a nosotros cuando rechazamos el amor de Dios y lo reemplazamos por sustitutos baratos. Dios es el enamorado al que se ha traicionado. Cuando analicé este concepto en nuestra iglesia, les pedí que imaginaran que iban a un restaurante de la localidad y me veían compartiendo una cena romántica a la luz de las velas con una mujer que no era mi esposa. Entonces les pedí que imaginaran que se acercaban a mí y me preguntaban con quién estaba y de qué se trataba todo eso. Imagínenme sonriendo despreocupadamente mientras respondo: «¡Ah, se trata de una cita!».

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«Pero, ¿y tu esposa?». «¿Y qué? También la amo a ella. Hemos salido juntos muchísimas veces». Estoy completamente seguro de que ustedes se alejarían enojados e indignados, y tendrían toda la razón. Pueden imaginar que entonces mi esposa se reuniera conmigo en la puerta de ese lugar luciendo una sonrisa amplia. Y que dijera: «Hola, amor. ¿Lo pasaste bien en tu cita?». Noticia de último momento: esto jamás sucederá. Su sufrimiento, su enojo y su dolor serían enormes. Y, de hecho, me sentiría insultado si ella no se sintiera así. Si ella tuviera cualquier otra reacción que no fueran celos, eso me demostraría que en verdad no le intereso. Nos desbordaría el darnos cuenta de que el Señor Dios nos ama de esa manera; cambiaría la manera en que nos consideramos a nosotros mismos. Todo en la vida adquiere más significado cuando alguien nos ama así, en especial cuando es el mismo Dios. Y él lo hace, por supuesto. Él no se siente feliz siendo uno de los muchos dioses a los que nosotros adoramos. Y deja bien en claro que nosotros debemos amarlo con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas. Esa declaración a menudo se usa como un resumen positivo de los Diez Mandamientos. El resumen negativo sería este otro: «No tengas otros dioses además de mí». No existe posibilidad de cohabitar con otros. No se trata de un matrimonio abierto.

Persecución infatigable Los celos de Dios no solo quedan demostrados por lo ofensiva que le resulta nuestra idolatría, sino por la forma en que nos persigue para lograr captar nuestro corazón. No permitirá que simplemente te escapes con algún amante; irá detrás de ti incansablemente. Sin importar qué dios sea el que parezca estar ganando la pelea por tu corazón en este momento, puedes estar seguro de una cosa: el único Dios verdadero no se dará por vencido sin presentar pelea. Dios va tras nuestros corazones, errantes y adúlteros, y no dejará de perseguirnos hasta la tumba.

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El poeta Francis Thompson creó una imagen única sobre este concepto cuando escribió su famosa obra titulada «The Hound of Heaven» [El lebrel del cielo]. Thompson era un cristiano que llevaba una vida muy tormentosa. Tenía problemas de salud, en lo referido a sus finanzas, y una adicción al opio, que por esos tiempos era considerada una sustancia peligrosa pero legal. Podemos adivinar cuáles eran algunos de los dioses falsos tras los que iba. Al considerar la confusión de su vida, él se mantenía expectante, tratando de descubrir si Dios le había dado vuelta el rostro disgustado. Después de todo, Thompson había hecho tal desastre de todas las cosas, que con seguridad el Señor ya tendría que haberlo abandonado por ser un siervo tan indigno. Sin embargo, de alguna manera, en lo más profundo de sus sufrimientos, Thompson siempre tenía una sensación de la presencia de Dios, de Dios yendo tras él, de Dios intentando recatarlo de él mismo. Poéticamente, Thompson escribió: Huí de él a través de noches y días; Huí de él bajo las bóvedas conformadas por los años; Huí de él por los caminos de mi propia mente, Llenos de laberintos; y entre lágrimas Me escondí de él.5

Él describe la persecución incansable del Lebrel del Cielo: el sonido de las divinas pisadas detrás de él, el paso para nada presuroso del cazador paciente, la voz que continúa recordándole que no puede haber otro dios ni otro santuario. Su amor, que es más celoso y ferviente que nuestra empecinada resistencia. Dios va tras sus huellas como un lebrel tras un zorro. Si alguna vez alguien te pregunta: «¿Qué hace tan especial al cristianismo? ¿Cuál es la diferencia con respecto al budismo, al hinduismo, al islam, o a cualquier otra religión?», hallarás la respuesta precisamente aquí. En ningún otro lugar encontramos que Dios vaya infatigablemente detrás de las personas. A Dios se lo imagina de incontables maneras en nuestro planeta. Tal vez viviendo en el Monte Olimpo, como lo creían los griegos, y apareciendo en la tierra solo ocasionalmente, cuando se siente aburrido. Tal vez «él» sea todo un panteón de dioses, como 48


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lo entienden los hindúes, y quizá se trate de tantos de ellos que necesitemos una planilla de anotaciones para seguirles la pista. Tal vez la palabra Dios sea solo otro término para denominar a la naturaleza, como creen los panteístas; incluyendo el significado de que el árbol que veo por la ventana es Dios, o que esta silla es Dios. ¡Pero entonces, tú y yo somos Dios! Tal vez no exista un Dios como tal, como lo creen los budistas. Supuestamente la respuesta está dentro de nosotros. El cristianismo ofrece una mirada acerca de Dios que resulta por completo diferente de cualquier otra. En el cristianismo existe solo un Dios. Él es todopoderoso. Asume un rol activo como padre sobre todos los seres humanos. Su característica más sorprendente no es la ira, ni el poder, ni la trascendencia, y ni aun la creatividad, sino que en lugar de todo eso es un amor incesante que le requiere todo su tiempo y energía. Nadie podría haber inventado un Dios como ese. La idea resulta demasiado extravagante. Hay un Dios que viene del cielo, desde toda su perfección, pureza y poder, y llega a nosotros, que estamos en nuestra debilidad e impureza. Se reviste de nuestra piel y toma la forma de un bebé indefenso, todo para ir en búsqueda de nuestro corazón. Ese es Dios. Aquel que cuando lo desechamos, lo ignoramos y lo rechazamos (aun con violencia y hasta de un modo blasfemo), encuentra una nueva manera de expresarnos su amor y extendernos una invitación. Este es un Dios que nunca renuncia a ganar nuestro corazón. Nunca. Uno no puede comprender la seriedad de la idolatría sin entender lo celoso que es Dios. Y no se pueden entender sus celos sin comprender su amor incesante y poderoso por nosotros, porque las dos cosas se entremezclan. Toda la Biblia constituye una carta de amor a la humanidad en forma de una historia, para que nosotros podamos ver lo que Dios ha visto desde que nos creó, de modo que descubramos todas las maneras en que hemos ofendido su amor y todas las maneras en las que él ha redoblado su búsqueda de nosotros. Este es un Dios que nos da la libertad de decir que no, pero que insiste en darnos cada chance posible e imaginable de decirle que sí. Se lo ha llamado «el Lebrel del cielo» porque nunca deja de seguir el rastro. 49


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El Antiguo Testamento constituye una historia de nuestra rebelión, necia y autodestructiva, como pueblo de Dios. El Señor ha ofrecido tener con nosotros una relación especial, y vez tras vez hemos recibido los regalos que él nos brinda y luego nos hemos alejado, eligiendo uno u otro ídolo en lugar de la maravillosa oportunidad que él nos presenta. Hacia el final del Antiguo Testamento, encontramos que el pueblo se ha alejado tanto de Dios que el cielo parece mantenerse en silencio. Ya no hay más profetas. No se da más la liberación de los enemigos. Dios parece haber abandonado a la raza humana, aunque, a decir verdad, es todo lo opuesto. Y luego Dios, a través de la expresión más profunda y sorprendente de su búsqueda incesante, envía a su propio Hijo. Dios está de vuelta, y en esta ocasión es algo personal (y no porque no haya sido siempre así para él). Pero ahora Dios lo expresa claramente. Da a su único Hijo. Siendo Dios, y conociendo todas las cosas, él sabe exactamente cómo resultará todo. Sabe acerca del arresto, del juicio injusto, de los golpes, de la burla, de la crucifixión. El hecho de la venida de Jesús demuestra hasta dónde está dispuesto a ir Dios para ganar tu corazón. Él tenía que hacer una elección, una elección entre tu corazón y la vida de su Hijo. «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3.16). ¿Puedes sentirlo ir detrás de ti? ¿Alcanzas a oír sus pisadas? ¿Llegas a percibir el susurro que te dice: «No aceptaré un no por respuesta»? En la novela David Copperfield, de Charles Dickens, encontramos a una familia que vive junto al mar en un bote viejo y abandonado. El personaje del padre, que es un pescador anciano y retirado desde hace tiempo, tiene un sobrino y una sobrina adoptivos que viven con él. La sobrina se llama Emily, y es su consentida. La gran aspiración de él es verla casada y feliz con un buen joven. Pero Emily tiene otras ideas. Ha sido captada por un hombre atractivo y locuaz que le promete casarse con ella y mostrarle los grandes paisajes del mundo si acepta escaparse con él esa noche. Ella lo hace, pero pronto se le vuelve claro que él no tiene intenciones de casarse con ella. Y, dado que aquello transcurre a mediados 50


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del 1800, su nombre queda arruinado, así como también el nombre de su humilde familia. Se da por sobrentendido que en tales circunstancias alguien que ha cometido un desorden de semejantes proporciones ni siquiera debe pensar en volver a su hogar. A una mujer joven no le queda otro recurso que prostituirse. Y eso es lo que acontece con Emily. Su tío, golpeado por la aflicción, comprende todo eso, pero le da igual. Junta cada centavo que tiene a su nombre y se marcha a recorrer todo el mundo en busca de su sobrina. Si eso le llevara el resto de la vida, que así sea. Visitará cada rincón de cada calle sórdida y oscura de todos los pueblos de Europa hasta encontrarla, porque su amor por ella no ha sido afectado para nada por lo que la joven ha hecho. Simplemente no puede soportar perderla. Así que la busca por muchos años, hasta que todo su cabello se vuelve gris. Finalmente la ubica y la trae de vuelta a su hogar. Ella no puede creer que él haya venido a buscarla; no puede creer que alguien se interese por ella. Pero el padre está más feliz de lo que jamás haya estado, porque su niña ha vuelto a casa. Jesús contó una historia similar, pero en esa ocasión acerca de un hijo pródigo que se fue y cuyo padre corrió a su encuentro cuando el decidió regresar. Así es nuestro Dios, nuestro celoso, insistente y amante Dios. Cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Cuando todavía éramos pecadores, Dios vino tras nosotros una y otra vez. Y todavía lo hace. Lo hace en mi vida y en la tuya. Y él odia todo aquello que se convierte en un obstáculo entre tú y él, todo aquello que obstaculiza que llegues a tener una visión de él o que amenaza con impedir que tú puedas oír su voz. Él te quiere a ti, y no simplemente algo de ti. Él es celoso en procurar la totalidad de tu corazón.

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convocatoria a todos los dioses Kylie Bisutti sabía perfectamente cuál era la meta que perseguía. Deseaba modelar ropa, y tuvo éxito al más alto nivel. En 2009, Bisutti ganó una competencia contra diez mil rivales en la Búsqueda de la Modelo de Victoria’s Secret. Victoria’s Secret, por supuesto, es una tienda norteamericana de lencería al por menor, que implica un negocio de cinco mil millones de dólares. Se la conoce por sus presentaciones de moda, sus catálogos y, sobre todo por sus «ángeles», o sea las modelos a las que constantemente transforma en íconos de la moda.* «Victoria’s Secret era la principal meta de mi vida», señaló ella. «Era todo lo que jamás había deseado en lo referido a mi carrera profesional. Y en realidad me encantó mientras estuve allí». Solo que antes de que sus sueños se convirtieran en realidad, Bisutti se casó. Ella y su marido eran seguidores de Cristo, y ella no conseguía dejar de pensar acerca de lo que estaba haciendo y del ejemplo que estaba sentando. Se dio cuenta de que había una tremenda diferencia entre modelar ropa y lucir prendas interiores provocativas. Llegó a la conclusión de que su cuerpo era para que lo viera su marido y no millones de mirones en Internet. También se dio cuenta de que le preocupaba mucho que legiones de jovencitas cristianas la pudieran tomar como ejemplo. Y le pesaba que a ellas les resultara más fácil comenzar a elegir prendas sugestivas y reveladoras, a partir de su conducta. * Por lo menos así me han dicho.

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Pero había algo más. «Finalmente había alcanzado mi sueño máximo», señaló, «el sueño que siempre había perseguido. Pero cuando al fin lo logré, descubrí que no era lo que yo había pensado que sería». Deténganse. Vuelvan atrás. Lean esa frase de nuevo. No lo van a hacer, ¿verdad? Entonces, permítanme que la reitere: «Finalmente había alcanzado mi sueño máximo», señaló, «el sueño que siempre había perseguido. Pero cuando al fin lo logré, descubrí que no era lo que yo había pensado que sería». ¿Cuántas veces hemos escuchado decir eso? Alguien tiene un sueño; anhela alcanzarlo; persigue ese sueño; lo da todo por conseguirlo; y luego descubre que aquello no está al nivel de sus expectativas. Su mayor meta quedó desenmascarada como simplemente otro dios que no pudo cumplir su promesa. Cuando los sueños de Kylie Bisutti se convirtieron en realidad, solo sirvieron para que ella se diera cuenta de que eran sueños erróneos, aunque millones de mujeres los compartieran. Supo que seguir a Jesús y darle gloria a Dios el Señor significaba alejarse de aquellos dioses ante los que muchísimas personas vivían inclinándose. En última instancia, el asunto se había transformado en elegir a quién adorar. Así que cerró las alas y renunció a la posibilidad de modelar lencería.6 ¿Alguna vez has estado ante un momento semejante al que ella pasó, en el que te diste cuenta de que tenías que tomar una decisión, y que todo tu futuro dependía de la elección que realizaras, un instante en el que fuiste consciente de que si aceptabas cierta clase de trabajo, o tomabas cierto tipo de decisiones éticas, o te definías hacia un determinado compañero o compañera de vida, las repercusiones que eso tendría sobre tu futuro serían enormes? A veces nos encontramos ante ciertas bifurcaciones del camino, y sabemos perfectamente qué es lo que está en juego en lo que se refiere a la decisión que debemos tomar. Pero en muchas otras ocasiones, simplemente continuamos avanzando hasta que empezamos a deambular por algún sendero en particular, sin siquiera pensar realmente acerca de él. Realizamos muchas elecciones sin tener conciencia de que las estamos escogiendo. Hacemos las cosas porque esa es la manera en que nuestra familia siempre las 54


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ha hecho. O porque es la forma en que ciertas personas, personas a las que admiramos, actúan. O debido a que en estos tiempos casi todos obran así. Seamos o no conscientes de ello, sucede que, al igual que Kylie Bisutti, realizamos elecciones que demuestran cuáles son los dioses que están ganando la guerra en nuestras vidas.

Puertas 1, 2 y 3 Moisés sacó a la nación de Israel (que no tenía patria) fuera de Egipto; en ese lugar el pueblo había sido esclavizado por varias generaciones. Dios demostró su poder a través de las diez plagas, abriendo las aguas del Mar Rojo, y por la provisión de comida del cielo y agua de la roca. Hasta les proveyó un sistema de GPS sobrenatural, guiándolos por medio de una nube durante el día y una columna de fuego por las noches. Pero ni aún así el pueblo no mostró mucha fe. Ellos constantemente se quejaban y se lamentaban. La caminata hasta la Tierra Prometida debería haberles llevado alrededor de un mes, pero Dios los hizo vagar por el desierto durante casi cuarenta años. Aquello fue básicamente un viaje de campamento que duró cuatro décadas. Moisés y su generación murieron antes de entrar a la tierra que Dios le había prometido a Abraham cientos de años antes. Josué reemplazó a Moisés como el líder del pueblo de Dios y los introdujo a la Tierra Prometida. En el momento en que llegamos al capítulo 24 de Josué, vemos que él mismo se ha convertido ya en un anciano; tiene alrededor de 110 años. Ha llevado una vida de mucha fe. Por ejemplo, cuando fueron enviados doce espías a Canaán a explorar la tierra y diez regresaron diciendo: «No hay manera en que podamos llevar adelante esta empresa; hay gigantes allí». Josué fue uno de los dos que le restó importancia a cualquier tipo de oposición mientras Dios estuviera presente. Él y Caleb confiaron en el Señor y no tuvieron temor. En este tramo de la historia, Josué ya es general y ha enfrentado muchas guerras. Ha vencido a varias tribus hostiles que procuraban destruir a los israelitas. Ha visto caer las murallas de Jericó de 55


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un modo milagroso. Ha peleado batallas. Y muestra las marcas, la sabiduría y la fe que se desarrollan y profundizan con el conflicto. Josué parece saber que no le queda mucho tiempo en este mundo. Reúne al pueblo de Israel para lo que él considera su discurso de despedida. Se pone de pie y aclara la garganta mientras la asamblea lo mira expectante. Ya no es la poderosa figura que una vez fue, pero todavía se percibe fuerza en su voz: «Por lo tanto, ahora ustedes entréguense al Señor y sírvanle fielmente. Desháganse de los dioses que sus antepasados adoraron al otro lado del río Éufrates y en Egipto, y sirvan sólo al Señor. Pero si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor» (Josué 24.14–15). Josué no da vueltas sigilosamente en torno de lo que quiere decir. Va directo al grano y les presenta un desafío: es tiempo de que el pueblo haga una elección. Ese pueblo puede seguir a Dios el Señor, Dios de Abraham, Isaac y Jacob, o puede elegir un dios diferente. Es tiempo de escoger un dios y seguirlo, aceptar una cosmovisión y permitir que ella los reconfigure. «Depende de ustedes», les dice Josué. «Pero quiero señalar esto: en cuanto a mi casa y a mí, la decisión ya está tomada. Sabemos a quién vamos a servir; y ustedes deben hacer su propia elección». Como predicador, encuentro interesante que Josué les esté dando tres opciones más junto con la del único Dios verdadero. Cuando hago un llamado a la salvación, no presento múltiples alternativas. Pero Josué, a pesar de que es un comandante, un general acostumbrado a dar órdenes, sabe que es necesario que ellos hagan una elección. A nadie se le puede ordenar entrar al reino de Dios. No se puede arrastrar a ninguna persona allí o hacerla traspasar el umbral forzadamente. Se trata de un sendero que cada individuo debe escoger, a expensas de desechar otros caminos. Así lo expone Josué. Le muestra al pueblo qué es lo que hay detrás de las otras tres puertas. Lo desglosa de esta manera: • Sigan a los dioses de sus antepasados del otro lado del río, en el lugar del que partieron. 56


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• Sigan a los dioses que luego encontraron en Egipto, donde fueron esclavizados. • Sigan a los dioses de la tierra en la que habitan, la de los pueblos que fueron vencidos recientemente por el único Dios verdadero.

Leyendo esto, a primera vista podemos pensar: yo no tengo problemas. No adoro a dioses egipcios, ni a dioses «locales», ni a dioses «del otro lado del río». Pero olvidemos los detalles por un momento, y notemos que cada categoría tiene que ver con un momento y un lugar de la vida. Eso resulta muy significativo. Los dioses que compiten por nuestra atención llegan hasta nosotros a partir de circunstancias de nuestra vida cotidiana. Puede ser que ellos, con el paso de los años, presenten algunos cambios en cuanto a su atavío, pero las categorías siguen siendo las mismas.

No hay otra alternativa más que elegir Consideraremos lo que hay detrás de cada una de las puertas que Josué menciona. Pero primero resulta importante comprender una presuposición subyacente aquí, que con facilidad se nos escapa. Es algo que yo ya he dado por supuesto en este libro: tú realizarás una elección. Josué no avanza a través de la lista para terminar diciendo: «O pueden elegir no adorar a ninguna cosa». Todos nosotros somos adoradores. La adoración se conecta directamente con lo que somos. Es así en cualquier cultura y en cualquier civilización. Todos adoran. Cuando estaba en la universidad pasé un mes en África junto con un equipo médico misionero. Salimos de las rutas y visitamos varias tribus que no tenían contacto con el mundo exterior. Al entrar en sus comunidades la pregunta no era: ¿son adoradores? Sino: ¿a quién o a qué adoran? La iglesia en la que sirvo está activamente comprometida con la plantación de iglesias en la zona noreste de los Estados Unidos. Varias veces al año hago un viaje al área de la Ciudad de Nueva York para visitar nuestras nuevas congregaciones allí, y nunca nos 57


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hacemos la pregunta: ¿Son adoradoras estas personas? La pregunta correcta es: ¿A quién o a qué adoran? Dondequiera que uno vaya, ve que la gente ha hecho una elección. También tú la harás. Porque eso está escrito en nuestro código genético. Uno puede ir a lugares en los que la gente tiene ídolos de la vieja escuela, rituales y sacrificios. O se puede ir a las ciudades más avanzadas tecnológicamente, en la que las personas piensan que están mucho más allá de lo que consideran la «jerga religiosa» (aunque probablemente dirán algo que suene más inteligente que mera «jerga»).* Pero en un análisis más profundo, uno encuentra que están sacrificando mucho sobre los altares del poder, el placer o las finanzas. En realidad, es lo mismo. La gente elige a sus dioses y le lleva sus ofrendas. Al fin y al cabo, la verdadera ofrenda son ellos mismos. Peter Kreeft, un filósofo, lo dice de esta manera: «Lo opuesto al teísmo no es el ateísmo sino la idolatría». En otras palabras, todos van a adorar a algún dios. Fuimos creados para ser adoradores, del mismo modo en que los pájaros fueron creados para volar y los ríos para correr. Es lo que hacemos. La pregunta que te presento es quién o qué será el objeto de tu adoración. Detengámonos un momento y prestemos atención a la publicidad televisiva. Todos los productos se promocionan para el adorador que tenemos en nosotros. Las empresas, sospechosamente, hacen que sus productos suenen como salvadores. El mensaje no tan sutil de casi todas las publicidades es: si te sientes infeliz, aburrido o deprimido, compra este producto. Te salvará de tu descontento, depresión o aburrimiento. Este producto está aquí para redimirte, para liberarte. Consulta a tu doctor con respecto a este medicamento. Come en este restaurante. Conduce este automóvil. Tómate estas vacaciones. Hasta te hace una invitación: disca este número de teléfono. Visita a este distribuidor. Cómpralo online hoy. No demores; llama ahora. Uno casi espera que aparezca una nueva versión de seis líneas de la canción «Tal como soy». Ellos entienden que hemos sido hechos para adorar, y están utilizando ese conocimiento. * Probablemente digan jerigonzas, tonterías, sandeces o necedades.

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La vida nos presenta infinitas posibilidades de elección. Existe una gran cantidad de opciones, exceptuando la de «no elegir». No hay un recuadro titulado «ninguno de los arriba mencionados», señala Josué. Elige uno. Si ubicamos esta escena dentro de un contexto moderno, esperaríamos poder darle marcha atrás a esta pregunta. Alguien podría levantar su mano y decir: «Todo está muy bien, Josué, pero realmente nosotros no estamos en este tema de la adoración. Mira, no somos precisamente del tipo religioso». Y en el resto de la audiencia habría un montón de movimientos de cabeza aprobatorios, y algunos que preguntarían: «¿Qué es lo que dijo?». «La religión está bien para ti y tu casa, pero ni yo ni mi casa estamos en eso». Es aquí donde nos confundimos; según nuestra manera moderna de pensar, asociamos adoración con religión. Pensamos que la adoración tiene que ver con un montón de atuendos, rituales y música muy antigua. Y si alguno no tiene un cajón del armario de su vida con la etiqueta «religión organizada», entonces presupone que la pregunta con respecto a cuál es el dios al que adora no se aplica a él. Porque tenemos cajones etiquetados con las palabras «trabajo», «familia», «finanzas» y «entretenimientos», pero no con la palabra «adoración». El problema, por supuesto, está en la mala comprensión de lo que es la adoración. Cuando alguien da respuesta a la pregunta sobre la adoración diciendo: «No soy del tipo religioso», es porque no está captando el punto. Si esa persona es miembro de la raza humana y ha venido completamente equipada con mente, cuerpo y emociones, entonces lo que se deduce es que ese individuo, de hecho, es un adorador. Se trata de un equipamiento estándar, instalado por el fabricante, y no de una opción para el que compra. Cuando uno le quita el concepto religioso, la adoración viene a ser un reflejo humano condicionado que permite colocar la esperanza en algo o en alguien y luego ir tras ello. Uno sustenta algo, y luego, tarde o temprano, da la vida por lograrlo. Si tú vives en este mundo, tarde o temprano desarrollarás algunos supuestos con respecto a lo que es la vida para ti y acerca de aquello que realmente 59


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deberías perseguir. Y cuando comiences a alinear tu vida con esa búsqueda, sea que lo percibas o no, estarás adorando. Eso es lo que hacen los seres humanos, junto con respirar, comer y pensar. Identificamos las cosas que deseamos, tanto las buenas como las malas, y luego hacemos sacrificios por lograrlas. Desde el momento en que nacimos y nos dieron leche, siempre estamos persiguiendo aquello que creemos que satisfará nuestro apetito. El resultado final, por supuesto, es que nuestras vidas comienzan a tomar la forma de aquello que más nos interesa. Todos nosotros elegimos qué adorar, y luego, en algún punto, descubrimos que son nuestras elecciones las que nos dan forma. El objeto de tu adoración determinará tu futuro y definirá tu vida. Es la elección primera que motivará todas las otras elecciones. Así que Josué nos habla a todos cuando dice: «Elijan ustedes mismos a quiénes van a servir». Por lo menos nos está diciendo esto: tomen una decisión bien fundamentada sobre la principal meta de sus vidas. De otra manera, se dejarán llevar pasivamente a esa elección por simple osmosis, de a un poquito por vez, hasta que se encuentren dentro de un templo, adorando a un dios al que nunca eligieron conscientemente.

Los cuatro puntos cardinales de una brújula Josué llama al pueblo a elegir, y les señala un total de cuatro opciones. Pensemos en estas cuatro alternativas como en los cuatro puntos cardinales, debido a que lo que tú escojas te va a llevar en una dirección diferente de las otras. Hay mucho en juego porque la elección que realices finalmente determinará el lugar en el que acabes. OPCIÓN 1:

los dioses de nuestros padres (y madres) «Los dioses que sus antepasados adoraron al otro lado del río Éufrates». (Josué 24.14)

Mucho antes de que Dios le hablara a Abraham y le contara acerca del futuro de su pueblo (un pueblo que ocupaba un puesto 60


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especial delante de Dios) los antepasados de Abraham adoraban a los dioses de esa región. En el área de la Mesopotamia había un dios para casi cualquier propósito que se pudiera imaginar. Tenían tres deidades «cósmicas», otras tres «astrales», y toda una sarta de dioses especializados, con sus correspondientes demonios. Gente muerta volvía en forma de espíritus para aparecérseles a sus hijos. A las piedras, las rocas y las montañas se las consideraba vivas y con poderes.7 Abraham había salido de una sociedad que creía en tales dioses y sostenía esas creencias. De hecho, la Biblia nos dice específicamente que el padre de Abraham era un adorador de ídolos. La creencia en esos dioses persistió aún después del surgimiento del pueblo hebreo, a través del tiempo de esclavitud en Egipto, y hasta los días de Josué. Ahora Josué quiere saber. ¿Simplemente van a recurrir a los dioses de sus antepasados? Todavía sigue siendo una pregunta válida ¿no es así? Criamos a nuestros hijos en la fe que tenemos, o en su defecto, en la que no tenemos. Tal vez no lo hagamos conscientemente, pero de modo constante erigimos ídolos en nuestros hogares y les enseñamos a nuestros hijos acerca de quién o qué es digno de nuestra adoración. Considera si esto no es así en cuanto a ti y a la familia en la que creciste. ¿Es posible que los dioses que están en guerra en tu vida hoy sean los mismos que tus padres o abuelos adoraban cuando eras más jovencito? Recientemente noté un título en la tapa de una revista que decía: «Mi ADN me llevó a hacerlo». El artículo versaba mayormente sobre el hecho de que uno puede agradecerle a sus padres por todos sus problemas. Tanto tu madre como tu padre te hicieron una contribución de más o menos veintitrés mil cromosomas. Algunas de las cosas que has heredado de ellos resultan fáciles de ver. Tienes la nariz de tu padre o las caderas de tu madre. Pero no es eso lo único que recibiste de ellos. A menudo terminamos adorando a aquellos dioses que ellos adoraron. La psicología reafirma la probabilidad de esta transferencia. Se la denomina la «ley de la exposición». La premisa básica es que nuestras vidas están determinadas por nuestros pensamientos, y nuestros pensamientos son determinados por aquello a lo que 61


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estamos expuestos. La ley de la exposición significa que nuestras mentes absorben, y nuestras vidas en última instancia reflejan, aquello a lo que estamos expuestos con mayor frecuencia. No debería sorprendernos entonces el mostrar una tendencia a adorar a los dioses de nuestros padres y madres. Quizá nada era más importante para tu papá que lograr una carrera exitosa. Su vida giraba en torno a su trabajo. Estaba dispuesto a sacrificar los días de descanso y las vacaciones familiares para trabajar a fin de escalar posiciones. Su humor era producto de la clase de día que había tenido en su trabajo. Su templo era la oficina, y él adoraba allí al menos sesenta horas por semana. ¿Y no será posible que ahora tú estés adorando a los dioses del éxito y los logros? ¿En lugar de encontrar tu identidad y valía en Cristo, las encuentras en tu carrera? Tal vez tu mamá se preocupaba, y hasta se obsesionaba por mantener las apariencias. Recuerdas haber crecido en un hogar en el que todo debía estar en perfectas condiciones antes de que llegara una visita, y además ella siempre estaba modernizando la casa. Nadie debía presentarse en público sin que hasta su último cabello estuviera en su lugar. Si un vecino de la misma calle compraba un vehículo utilitario todoterreno, tu mamá muy pronto quería tener el mismo modelo con todas las actualizaciones. Gastaba mucho dinero y dedicaba mucho tiempo a asegurarse que todos ustedes usaran la ropa adecuada comprada en los negocios correctos. ¿Es posible que tú ahora adores a los dioses de la apariencia y la perfección? ¿En lugar de encontrar tu identidad y valía en Cristo, la encuentras en la vestimenta que llevas, la casa en la que vives, y en lo que otra gente piensa de ti? ¿Tu padre adoraba los deportes? ¿El sexo? ¿El dinero? ¿El estatus? ¿La cerveza? ¿Tu madre adoraba ir de compras? ¿Su carrera? ¿Los hijos? ¿El entretenimiento? No te saltees estos ejemplos. Piensa en cuáles fueron las cosas que se te pusieron delante en el hogar en el que creciste. El camino más natural del mundo es adoptar los dioses de nuestros padres.

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convocatoria a todos los dioses OPCIÓN 2:

los dioses de nuestro pasado

«Los dioses que sus antepasados adoraron... en Egipto». (Josué 24.14)

Josué menciona específicamente los dioses de Egipto. Esos eran los dioses de la generación previa, los dioses del pasado que nunca se habían ido. Al igual que la gente de la Mesopotamia, los egipcios tenían un panteón de deidades muy diverso y altamente desarrollado. Por alguna razón, les encantaba mezclar y hacer coincidir partes del cuerpo humano con partes de los animales. Horus, dios del delta, tenía cuerpo humano con una cabeza de halcón;* Hathor, su compañero, tenía el cuerpo de una vaca y la cabeza de una mujer.†8 Nuestros niños podrían reconocerlos como los Transformers del antiguo mundo. Los egipcios tenían sus dioses populares, pero en realidad adoraban casi a todas las cosas, lo que incluía el sol, la luna y las estrellas. Adorar a esa variada selección era lo suyo. Los hebreos fueron esclavos de los egipcios por más tiempo del que Estados Unidos han sido nación. No había forma de que pudieran soportar todo ese período sin absorber algo de la cultura que los rodeaba. Aun cuando Moisés condujo a su pueblo fuera de aquella tierra, ellos no abandonaron los dioses sin dar pelea. Los antiguos hábitos, incluyendo los viejos patrones de adoración resultaban difíciles de matar. En Ezequiel 20.7, Dios dice: «A cada uno de ellos le ordené que arrojara sus ídolos detestables, con los que estaba obsesionado, y que no se contaminara con los malolientes ídolos de Egipto; porque yo soy el Señor su Dios». ¿Alguna vez te encuentras luchando con cosas del pasado que pensabas haber dejado atrás ya hace mucho? Recuerdo una vez que iba a recoger a una chica para una cita cuando cursaba la escuela secundaria. Tenía que atravesar el jardín que estaba delante de su casa. Este era un campo minado por estiércol de perro. Y como estaba nervioso por la cuestión de la cita, por supuesto, no miré dónde ponía mis grandes pies. * Debo admitirlo: aquello fue impresionante. † Esa es la razón por la que no conoces a ninguna mujer que se llame Hathor.

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Su mamá abrió la puerta, me sonrió amablemente, y me invitó a pasar. Cuando me senté en el sofá de la familia, junto a la muchacha de la cita, noté cierto desagradable aroma. No tenía ninguna clave en cuanto a su fuente de origen. Olfateé a la chica, lo que, mirado en retrospectiva, no fue una buena movida para afianzar la nueva relación. Me incliné hacia sus padres: no, ellos estaban libres de sospechas. La fuente del olor era yo; ¡estaba en la zona de impacto! Miré mis zapatos y me di cuenta de que había metido la pata en esta ocasión. ¡Literalmente! Sentí como si estuviera inserto en ese episodio de Salvado por la campana cuando Zack finalmente consigue una cita con Kelly solo para que todo salga mal. Con horror, miré detrás de mí y descubrí que había dejado huellas de excremento animal a través del recibidor, sobre la alfombra, y en la sala. De repente ya no pude respirar normalmente. Este es mi punto: muchas personas se hacen cristianas. Invitan a Jesucristo a entrar en sus vidas, a tomar el trono de sus corazones. Todo es fantástico, pero entonces captan un olorcillo a algo y se dan cuenta de que han traído algo con ellos. Algo que resulta embarazoso. Algo que huele, pero que no huele bien. Algo que debería haber sido destruido mucho tiempo atrás, pero que de alguna manera se las ha arreglado para acompañarlos en la caminata. Es difícil de comprender, porque ellos saben que sus pecados han sido perdonados. Si han sido limpiados minuciosamente, ¿por qué tienen esa cosa todavía colgando de ellos? En muchos sentidos, no han cambiado desde su conversión; todavía tienen los viejos deseos, los antiguos hábitos. Han invitado al Señor a entrar en sus vidas, pero aún les siguen prestando atención a los antiguos dioses. Este es el desafío que enfrentamos muchos de nosotros: el problema no es que necesitemos elegir seguir a Jesús; el problema es que hemos intentado seguirlo sin dejar algo atrás. En esta narración, José sabe que hay un poquito de Egipto todavía adherido a las sandalias de su pueblo. Los viejos dioses se rehúsan a morir. Se sostienen, entran a hurtadillas, silenciosamente se aferran a nosotros. Quizá cuando nos encontramos con Cristo, los antiguos dioses se queden en silencio por un tiempo. Pero luego se reorganizan. Esperan su tiempo, y apuntan tan alto como siempre. Quieren gobernar nuestros corazones otra vez. 64


convocatoria a todos los dioses

Así que aunque hayas elegido a Dios el Señor en el pasado, el desafío que te presenta Josué es elegir en este día a quién vas a servir. OPCIÓN 3:

los dioses de nuestra cultura

«O a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan». (Josué 24.15)

Detrás de la tercera puerta estaban los recién llegados a este choque cósmico. Eran los grupos de personas de la tierra por la que los israelitas acababan de luchar arduamente a fin de conquistarla. En tanto que los egipcios tuvieron en una época control sobre el pueblo de Dios, estos otros eran aquellos a los que el pueblo del Señor había derrotado. Los habían hecho retroceder, habían obtenido una victoria sobre ellos, y sin embargo continuarían siendo para Israel una espina clavada en su costado por el resto de los tiempos del Antiguo Testamento. El arma con que contaban era su proximidad; estos eran dioses encubiertos que no se apreciaban a simple vista. Los israelitas vivían en un lugar en el que prevalecía la diversidad, algo muy parecido a lo que ocurre en nuestra sociedad. Había muchos grupos étnicos y muchos dioses distintos. La deidad dominante era Baal, cuyo nombre significa «dueño, amo, señor». ¿Les suena familiar? Baal había comenzado su carrera como un dios del clima, pero se expandió hacia la fertilidad, y desde allí a cosas tales como la prostitución ritual. También había una diosa madre, Astoret. Los sacrificios, los templos, los rituales sexuales, todas esas cosas sedujeron a los israelitas, y eso llevó a que los profetas del Antiguo Testamento los despreciaran por encima de todos los otros dioses.9 ¿Por qué? Porque esos dioses tenían la ventaja de estar jugando en su propia cancha. Estaban allí mismo. Dos de los factores más significativos que determinan qué dioses ganarán la guerra son el tiempo y el lugar. Puede ser que nosotros no tengamos que confrontar a Baal o a Astoret. Pero luchamos contra los dioses de nuestra cultura todos los días. Vivimos inmersos en lo que se conoce como «el espíritu de la época», 65


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el movimiento filosófico cultural zeitgeist, como se ha dado en llamarlo, tan predominante, pero sin embargo invisible para nosotros. Los rituales de la fertilidad y la prostitución en el templo son fáciles de rechazar, porque no encajan dentro de nuestra época. Para aquella gente, en ese tiempo, la adoración a estos dioses estaba tan integrada a su ser que les parecía natural e inofensiva. ¿Es posible que tengamos ídolos propios que se esconden a simple vista, y que no llegamos a reconocer sencillamente porque resultan algo muy común? Pablo escribe: «No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12.2). Al decir «el mundo actual» está describiendo el espíritu, o los dioses, de su época. Ir con la corriente es conformarse a los patrones de este mundo. J. B. Phillips parafraseó este versículo así: «No permitan que el mundo que los rodea los estruje hasta hacerlos caber dentro de su propio molde». La Biblia nos aconseja renovar nuestras mentes conectándolas a la eterna e inconmovible verdad del único Dios.

Dios mismo «Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor». (Josué 24.15)

Esto nos lleva a la cuarta opción de Josué: Dios el Señor. La opción final que, en realidad, ha sido la única opción desde un principio. Después de todo, ninguna de las otras opciones es siquiera real. No son más que un espejismo. Pueden parecer prometedoras, pero no hacen nada por satisfacer nuestra sed. Josué, antes de presentarle al pueblo estas cuatro opciones, manipula las probabilidades un poquito al describir todas las cosas que Dios ha hecho por su pueblo a través de los años. Dios el Señor se ha mostrado activo y ha obrado poderosamente entre ellos redimiendo, protegiendo, guiando y proveyendo. Así que, al realizar su elección, la pregunta obvia que debería hacerse el pueblo acerca de los otros dioses es: ¿qué han hecho ellos por nosotros? 66


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Al hacer tu elección, te recomendaría que te plantearas la misma pregunta. ¿Qué valor duradero puede obtener alguien del dios de las riquezas, en realidad? ¿Los dioses del placer alguna vez han producido una felicidad verdadera y perdurable? ¿Y qué con respecto a los dioses del sexo? ¿Pueden proporcionar un gozo que vaya más allá de un momento pasajero? ¿Qué han hecho esos dioses por nosotros? Si es que han hecho algo, eso ha sido esclavizarnos. Nos han robado. Nos han decepcionado. A Tom Brady le hicieron esa pregunta. Aquel que es aficionado al fútbol americano sabrá que él ha sido el mariscal de campo de los Patriots, de Nueva Inglaterra. Es una super estrella, un tipo que ha alcanzado tres trofeos en el Super Bowl. Ha llenado páginas con los récords que ha ido superando, ha firmado un contrato por 48 millones de dólares hace dos años, y ha salido con toda una serie de supermodelos, hasta casarse finalmente con una de ellas. Si lo medimos por los estándares de este mundo, lo tiene todo en pleno desarrollo. Por eso nos sorprendió escuchar una entrevista televisiva que le realizaron en 60 Minutos. Él le preguntó a Steve Kroft, el periodista que lo entrevistaba: «¿Por qué si tengo tres anillos ganados en el Super Bowl, todavía pienso que hay algo aún mayor para mí dando vueltas por allí? Posiblemente mucha gente diga: “Eh, ¡esto es! [de lo que se trata]”. He alcanzado mi meta, mi sueño, mi vida. ¿Yo? Sin embargo, pienso: “Tiene que haber algo más que esto”. Quiero decir que esto no es para tanto; no puedo creer que esto sea todo». Cuando Kroft le preguntó cuál podría ser «la respuesta», Brady le contestó: «¿Cuál es la respuesta? Desearía saberlo... Me encanta jugar al fútbol, y me encanta ser el mariscal de campo de este equipo. Pero al mismo tiempo creo que hay muchos otros aspectos de mí mismo que estoy intentando encontrar».10 Brady es sincero y hasta sabio. Sabe que una gran parte del mundo lo admira. También sabe que la riqueza, la fama, el poder, el placer y los logros no proporcionan el trofeo mayor en la vida. Se ha preguntado: ¿qué han hecho esos dioses por mí? Y tiene que responder con franqueza y valor: «No lo suficiente». 67


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Pero yo conozco gente, y tú también, que señalan hacia las cosas invisibles e intangibles cuando analizan el significado de la vida. Son los seguidores de Jesucristo. Y si les preguntas qué ha hecho él por ellos, escucharás expresiones como darme el perdón, un sentido de realización, esperanza, gozo y paz. Salmos 86.8 lo dice de esta manera: «No hay, Señor, entre los dioses otro como tú, ni hay obras semejantes a las tuyas». Volvamos a Josué. ¿Cómo responde la gente a su gran desafío de los cuatro caminos? Pronunciando precisamente las palabras correctas. «El pueblo respondió: «¡Eso no pasará jamás! ¡Nosotros no abandonaremos al Señor por servir a otros dioses! El Señor nuestro Dios es quien nos sacó a nosotros y a nuestros antepasados del país de Egipto, aquella tierra de servidumbre. Él fue quien hizo aquellas grandes señales ante nuestros ojos. Nos protegió durante todo nuestro peregrinaje por el desierto y cuando pasamos entre tantas naciones. El Señor expulsó a todas las que vivían en este país, incluso a los amorreos. Por esa razón, nosotros también serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios» (Josué 24.16–18). Hubiéramos esperado que Josué dijera: «¡Eso era de lo que intentaba decirles!». O quizás algo más formal, como: «¡Han elegido bien!» Pero, extrañamente, no los deja salir del atolladero tan fácilmente. Josué comienza a hablar sobre lo celoso que es Dios, y sobre la santidad de Dios. Describe el desastre que se abatirá sobre ellos si no viven a la altura de las palabras que están pronunciando. Josué, como vimos, es ya un hombre viejo. Ha observado a estas personas durante toda su vida. Conoce lo variable que es su corazón, y lo rápidamente que su atención divaga por ahí. Sabe con qué facilidad dicen lo correcto, para luego volverse y tomar decisiones equivocadas. Resulta sencillo decir frases cliché en el momento justo, como lo hicieron aquí, pero les va a resultar muy difícil mantenerse viviendo en la verdad. Así que los advierte. Esta historia tiene un final precautorio. Y aparece en la Biblia solo dos capítulos después del que hemos estado leyendo. «Josué hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años, y lo sepultaron en Timnat Jeres, tierra de su heredad, en la

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región montañosa de Efraín, al norte del monte de Gaas. También murió toda aquella generación, y surgió otra que no conocía al Señor ni sabía lo que él había hecho por Israel» (Jueces 2.8–10). Lo hemos dicho más de una vez: los dioses jamás se rinden. Pueden perder una generación, pero aun así, dicen: «Nos adueñaremos de la próxima». Puede ser que te dejen por un día, pero regresarán mañana.

Documento de identidad de un ídolo Todos estamos hechos para la adoración, y nuestras elecciones constituyen un fuerte indicativo de los dioses a los que estamos adorando. Lo que escojo hacer para ganarme la vida. La forma en que determino manejar mi dinero. Lo que elijo ver en televisión. Las personas que selecciono como amigos. Los sitios web que escojo visitar. Las ropas que elijo usar. La manera en que prefiero utilizar mi día libre. Los alimentos que escojo comer. Aquello sobre lo que elijo pensar. Todas estas elecciones revelan al dios de mi elección. Así que en vez de preguntarte sobre los dioses a los que estás adorando, permíteme preguntarse acerca de las elecciones que estás haciendo. Detente por un momento y considera tus opciones; luego elige cuidadosamente.

¿Cuánto se acercan tus elecciones a las que realizaron tus padres? Considera aquellas cosas que harás o sobre las que decidirás esta semana. ¿Cuántas de ellas reflejan el pensamiento y los valores de tus padres? ¿Votas por el mismo partido político? ¿Persigues las mismas metas? ¿Sacrificas las mismas cosas? ¿Es posible que estés adorando a los mismos «dioses del otro lado del río» a los que adoraron tus padres? 69


dioses en guerra

¿Qué dioses y qué metas has heredado sin percatarte de ello? Si has decidido adorar a Dios el Señor, ¿qué parte han tenido en esa decisión tus padres y qué parte es tuya? ¿A qué dioses identificarías como los «dioses de la cultura»? Quizás esta sea una cuestión que requiere una reflexión más profunda debido a que con frecuencia estos dioses parecen estar tan integrados a nuestra vida diaria que no los llegamos a reconocer como tales. Pero tómate un momento para observar el mundo que te rodea a través de los lentes de la idolatría. ¿Puedes reconocer a los verdaderos ídolos americanos? Piensa acerca de dos o tres películas o programas de televisión que has mirado recientemente. Trae a la memoria algunas de las canciones populares del momento. ¿Qué es lo que se sostiene y se persigue? ¿Cuáles son los dioses a los que nuestra cultura glorifica y honra? ¿De qué manera el seguir a Cristo ha afectado tus elecciones? Si eres un seguidor de Jesús, ¿en qué sentido difieren tus elecciones de las de tus padres, de las de tu pasado, y de las de tu cultura? ¿Tienes un acercamiento distinto al dinero y las posesiones del que tienen tus padres? ¿Tus prioridades y búsquedas han cambiado desde que comenzaste a seguir a Jesús? ¿Todavía sigues viviendo para las mismas cosas? ¿Qué elecciones has hecho por ser un seguidor de Jesús que van en contra de los ideales de nuestra cultura? ¿Hay algo en tus elecciones en cuanto a la vida sexual y los entretenimientos que te distinguen del mundo?

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¿Qué prioridades y búsquedas del pasado continúan influyendo sobre ti? ¿Hay alguien o algo del pasado que ha tomado el lugar de Dios el Señor en tu vida? ¿Algún Dios para el que tú vivías? ¿Qué suciedad llevas pegada a la suela de tus zapatos? ¿Qué dioses del pasado continúan guerreando por el trono de tu corazón? ¿Qué precisas dejar atrás para poder seguir a Jesús de una manera más completa?

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segunda par te

el templo del placer


¿Alguna vez has pensado sobre el lugar que ocupa el placer en la vida moderna? Me refiero a cuando lisa y llanamente se busca la diversión en todas sus formas. Siempre ha habido juegos, historias, bromas y canciones, pero la diversión hoy es algo más cercano al tema de la vida cotidiana. Hoy hasta esperamos que nuestro trabajo diario sea más placentero que lo que esperaban nuestros antepasados. En una sociedad fundamentada en la agricultura a nadie se le ocurría decir: «¿Saben qué? Arar y atender el ganado no me resulta lo suficientemente divertido». Pero en nuestros días, cuando algo no nos resulta divertido, no nos produce placer, no lo queremos realizar. Tenemos más tiempo para el esparcimiento y más dinero para invertir en él. ¿Y cuánto gastamos? Bueno, depende del tipo de cosas que uno considere que pertenecen específicamente a la «industria del esparcimiento». Pero sabemos esto: las personas gastan miles de millones de dólares cada año tratando de ser felices, ya sea en comida, en diversas formas de entretenimiento mediático, en viajes, en drogas o bebidas, o en alguna de las muchas otras cosas que prometen hacerlos sonreír. Siendo una sociedad post industrial, nuestras necesidades ya están suplidas. Después de todo, hemos vendido la granja y nos hemos congregado en ciudades en las que tenemos comida, alojamiento, abundante agua, y un excedente de tiempo. 74


el templo del placer

Sé lo que estás pensando. Nadie tiene tiempo de sobra; estamos más ocupados que nunca. Es cierto, ¿pero en qué nos ocupamos? Muy a menudo nuestra respuesta es: en la búsqueda del placer. Cuando experimentamos placer, hay una parte de nosotros que piensa: ¡sí, eso es, fui hecho para esto! Aun si no hubiéramos experimentado demasiado placer en la vida, hemos experimentado lo suficiente como para saber que deseamos más. Y así comienza nuestra cruzada en búsqueda del esquivo narcótico del placer. Y entonces los dioses del placer nos susurran: «¿Te gustaría rascarte este comezón? ¿Te gustaría satisfacer ese apetito? ¿No te agradaría experimentar esa sensación? ¿No desearías llegar a esas alturas? Yo tengo aquí lo que estás buscando». Así que nos adentramos en el templo del placer. Y allí nos encontramos con los dioses de la comida, del sexo y del entretenimiento. Hay otros, con toda seguridad, pero es ante estos que nos inclinamos con mayor frecuencia. Y cuando comenzamos a adorar al placer, el resultado final siempre es sufrimiento. Solo para ser muy claro, deseo decir desde el mismo comienzo que la comida, el sexo y el entretenimiento no son pecaminosos ni nocivos en ellos mismos. De hecho, todas esas cosas tienen el potencial de ser buenos dones de Dios que pueden acercar nuestros corazones más a él. Pero dentro del templo del placer los dones se convierten en dioses. Recordemos el discurso apasionado de Josué ante el pueblo desafiándolo a elegir al dios al que servirán. El pueblo elige a Dios el Señor, y se les manda arrojar fuera los dioses de los egipcios. Pero en lugar de destruir los antiguos dioses, los guardan en depósitos. Pasan varios cientos de años, y la nación de Israel se divide en dos, formando el reino del norte y el reino del sur. El primer rey del reino del norte es Jeroboam, y él no desea que su pueblo vaya a Jerusalén, en el reino del sur, a adorar a Dios. Además de hacerse dioses propios, también decide apoderarse de las llaves del depósito y sacar de allí los dioses de los egipcios para que el pueblo los adore. La adoración a esos ídolos continúa a medida que los reyes pasan y se van. Entonces, un hombre llamado Acab, hijo de Omri, asciende al trono de Israel. Y podemos leer que él hace «lo 75


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que ofende al Señor, más que todos los reyes que lo precedieron» (1 Reyes 16.30). Ese rey se casa con una mujer llamada Jezabel, cuyo nombre todavía aparece en nuestros diccionarios como una palabra alternativa para denominar a «una mujer manipuladora o inmoral». Ella levanta un templo al dios Baal en Samaria. Jezabel ha hecho matar a muchos profetas del verdadero Dios; y como lo hemos visto, Dios es celoso. Llega a un punto en que él no puede soportar más la infidelidad del pueblo y envía al profeta Elías a hablarle a Acab. Elías le dice al rey: «Tan cierto como que vive el Señor, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te juro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene» (1 Reyes 17.1). Guarden sus damajuanas de agua: viene una sequía. Por favor recordemos que el clima es precisamente el tema del que se ocupa Baal. Su talento principal, supuestamente, es atender las cuestiones meteorológicas. Por esa razón el Dios verdadero retiene la lluvia; es la manera más oportuna de llamar la atención de ese pueblo infiel. Obviamente es el principal tema de interés para ellos. Dios detiene su bendición precisamente en las áreas en las que nosotros levantamos dioses falsos. Por ejemplo, ¿alguien ha notado últimamente que haya problemas económicos significativos dentro de nuestra cultura obsesionada por el dinero? ¿Y qué de los problemas con la alimentación, con la obesidad, con las cuestiones referidas a la comida chatarra y con los temas nutricionales? ¿Y con respecto al sexo? ¿Alguien ha observado alguna disfunción sexual dentro de nuestra cultura? ¿Y qué podemos decir de la industria del entretenimiento? ¿No resulta interesante que una de las quejas más frecuentes de nuestra sociedad, sobresaturada por el entretenimiento, sea el aburrimiento? No debería sorprendernos. Después de todo, ¿por qué debería bendecirnos Dios el Señor en el área en la que encuentra a su mayor rival? Así que preguntémonos: ¿es posible que experimentemos una 76


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sequía financiera, una sequía en cuanto a la satisfacción sexual, o cualquier otra clase de desafío en algún tema por el que nos desesperamos tanto que llega a convertirse en un dios? No quiero decir que siempre sea este el caso, pero no deberíamos esperar que Dios nos ayudara en nuestra persecución de un ídolo. Él no va a bendecir esa área de nuestra vida que le está robando su lugar en el trono de nuestro corazón. ¿Por qué debería bendecir Dios a su principal competidor? Al igual que Josué, Elías demanda a la gente que se ponga de pie, defina su elección de lo que quiere, y le dé un nombre a su camino: «Elías se presentó ante el pueblo y dijo: —¿Hasta cuándo van a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo; pero si es Baal, síganlo a él. El pueblo no dijo una sola palabra» (1 Reyes 18.21). Se trata de un pasaje sorprendentemente similar al de Josué 24, con la excepción de que el pueblo se queda en silencio en esta ocasión. ¿Y por qué? ¿Podría ser que estando en medio de una sequía ellos no quisieran realizar esa elección? ¿Que quisieran tenerlo todo? Querían ser seguidores de Dios el Señor, pero también deseaban ser seguidores de Baal; después de todo, había una sequía en la tierra y ellos necesitaban considerar todas las posibilidades. Querían ambas cosas, así que no dijeron nada. Al considerar los dioses del placer en la próxima sección de este libro creo que descubriremos que sucede lo mismo con nosotros. Cuando nos vemos forzados a elegir entre Dios el Señor y el dios del placer, no decimos nada. ¿Por qué? Porque queremos tenerlos a ambos.

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capítulo 5

el dios de la comida

Paul Jones tenía una madre que lo adoraba. Y ciertamente él era un hijo que la adoraba también. Juntos los dos constituían un mundo con contención propia, una población de dos personas. Casi desde el principio dependieron el uno del otro. El padre de Paul era chofer de camiones, y se lo pasaba en las rutas, en general a unos mil quinientos kilómetros de distancia, en alguna aventura interestatal. Volvía al hogar con una mirada distante y cansada. Sus viajes por las rutas se fueron alargando cada vez más, hasta que un día ya no volvió. Paul tenía ocho o nueve años en ese entonces. No contaba con hermanos ni hermanas; apenas con unos pocos amigos de su edad. Su mejor amiga era su mamá. Al igual que él, ella había sido hija única. Así que los dos jugaban juntos y simulaban juntos; eran inseparables. Cuando Paul se enfermaba, algo que ocurría con frecuencia, su madre, desesperada, le brindaba una atención desmedida. Paul comenzó a ser consciente de la presión que implicaba el tener que estar bien, hacer bien las cosas y lograr que ella se sintiera feliz; después de todo, él era lo único que ella tenía, así que debía demostrar que valía la pena. Las anotaciones de su agenda contenían muchos nombres de restaurantes. Eso era lo que hacían Paul y su mamá. Él llevaba un registro de los sitios, de los platos, de la calidad de la comida, y de los planes para próximas aventuras con salidas a cenar afuera. Cuando Paul estaba en sexto grado, al subir al ómnibus escolar evitaba mirar al conductor. Un hombre sentado detrás del volante de un vehículo grande le hacía pensar en su padre. También 79


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evitaba mirar a los ojos a la mayoría de los chicos. Ellos se reían disimuladamente, haciendo bromas acerca de su tamaño corporal. Paul ya había entrado en la agonía de la obesidad infantil. Al finalizar el día, se subía al ómnibus otra vez, descendía en la parada, y se sentía acosado todo el camino hasta su casa. Detrás de la puerta cerrada, encontraba consuelo en cualquier bocadillo que su madre hubiera preparado. Siempre había algún tentempié que le servía para refugiarse de los traumas de la adolescencia a ese muchacho con sobrepeso. La mamá solo quería que él se sintiera feliz; ella misma tenía sus propias cuestiones por una manera excesiva de comer, así que, ¿cómo podría ayudar a los demás? ¿La iglesia? Bueno, nunca formó parte de la ecuación. La madre de Paul le encontraba poco uso a Dios. Había visto en las iglesias más hipocresía de la que podía soportar, hasta llegar a un momento, muchos años atrás, en el que se dijo: «En cuanto tenga la edad suficiente para tomar mis propias decisiones, me largo de aquí. Nunca volveré a pisar una iglesia». Durante la escuela secundaria, la vida de Paul comenzó a mejorar. Un profesor del noveno grado mostró un genuino interés por él y lo hizo sentir importante, como si su peso no lo descalificara para llevar una buena vida. Tal vez fuera posible para él tener un sentido de dignidad y significado como ser humano. El profesor marcó un impacto positivo en él. Paul buscó dentro de sí mismo y encontró las fuerzas para recuperar el ánimo y crearse un espacio en la escuela. Pero aún precisaba hacer algo con su sufrimiento; este nunca desaparecía. Descubrió que era un camaleón capaz de acomodarse al entorno. Los profesores y padres lo elogiaban por hacer buenas obras, como reunir grupos cívicos, visitar hogares de ancianos y leerles a los pacientes que encontraba allí. Entre tanto, también había comenzado a beber, asistir a fiestas y faltar a clases. Intentaba encajar en todos lados, solo para descubrir que no encajaba en ninguna parte. La madre de Paul percibía las contradicciones de su vida, pero no podía llegar a él. Cuanto más pugnaba por encontrar un acceso a su interior, más rechazo experimentaba de su parte. Él había descubierto que soltarse de las faldas de su madre, cuando eso sucediera, resultaría algo bastante difícil. Y lo fue. Ella no iba a renunciar sin presentar batalla. Las cosas acabaron en gritos, 80


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palabras hirientes, y el traslado de Paul (después de ser arrojado de su casa) a unos setecientos kilómetros de distancia. No pasó mucho tiempo antes de que se comprometiera en matrimonio y se fuera a vivir a Alabama, con la familia de su prometida. Esas personas lo aceptaban. Era la primera vez que se encontraba rodeado de gente que tomaba la fe con seriedad, y resultaba claro que eran diferentes. ¿Podría ser que, de entre todos los sitios posibles, él hubiera encontrado su lugar en Bible Belt? Sus nuevos amigos lo condujeron a Cristo y con eso lo ayudaron a aplacar su actitud iracunda; luego él comenzó a estudiar la Biblia con un hambre insaciable. El hambre física, sin embargo, no iba a desaparecer tan fácilmente. Los dioses de la comida, que le habían proporcionado consuelo, seguridad y confianza aguardaban su tiempo. Muy pronto, aun con Cristo dentro del cuadro, aquellos dioses iban a contraatacar.

Comida reconfortante Hay una película de animación titulada Vecinos invasores. Se trata de un grupo de animales del bosque que deciden trasladarse a los suburbios. RJ, el mapache, ha hecho un descubrimiento: los seres humanos que habitan allí son unos barriles sin fondo, unos tragaldabas, en su afición por la comida. Si los animales simplemente anduvieran rondando alrededor de los cercos, siempre encontrarían algo que comer. «Nosotros comemos para vivir», dice RJ. «Estos tipos viven para comer». Entonces se ofrece a mostrarles a los otros animales aquello de lo que les ha hablado. Ellos le echan un vistazo a una familia, y RJ les explica que la boca de los seres humanos se llama «hueco para el pastel». La persona misma es considerada como «alguien tirado todo el día en el sofá». Los teléfonos son aparatos para encargar comida: se usa uno de ellos, y con toda seguridad aparece un repartidor trayendo pizza. RJ dice: «Los seres humanos traen comida, consumen comida, envían comida y llevan comida». Les muestra los camiones que transitan por allí llevando imágenes de comida impresas. Parecería que todo lo que la gente hace tiene que ver con la comida. 81


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«Ese es el altar en el que ellos adoran a la comida», dice RJ cuando la familia se reúne en torno a la mesa y ora antes de cenar. Señala una cinta para correr: «A través de eso se deshacen de la culpa para poder seguir comiendo más alimentos. ¡Comida! ¡Comida! ¡Comida!». Puede ser que se trate de una nueva forma de considerar la comida, pero antes de que la rechaces y te dirijas a la heladera, piensa por un momento acerca del rol que juega la comida en nuestras vidas. Por ejemplo, considera esta cifra: 110 mil millones de dólares. Se trata de una de las cifras estimativas del dinero que los norteamericanos van a gastar en el consumo de comidas rápidas solo durante este año. Es mayor que la cifra que gastarán en películas, libros, revistas, periódicos, vídeos y música grabada, todo junto. Según el Centro Americano de Control de Enfermedades, el sesenta y ocho por ciento de los estadounidenses muestran sobrepeso, y una tercera parte de ellos son obesos. Resultaría difícil argumentar que el dios de la comida no ha llegado a ser uno de los poderes centrales de este país. Pero estas escalas de medición no cuentan toda la historia, en verdad. Puede suceder que uno tenga un buen metabolismo y se vea muy en forma, pero que la comida aún así siga siendo un dios. Tengo un muy buen amigo que me sorprende infinitamente porque puede comer todo lo que quiera sin engordar. Siempre se está quejando de que necesita aumentar de peso. La comida también puede ser un dios cuando uno se obsesiona por la dieta y los ejercicios. Se puede construir la vida en torno a una comida orgánica saludable, y aún así edificarla en torno a un dios falso, aunque más saludable en lo físico. Pero es un dios que puede demandarnos increíbles sacrificios de tiempo y dinero. Es un dios experto en vanidades, o sea en la obsesión por la apariencia exterior. Lleva a adorar la propia imagen. En las Escrituras la comida es siempre considerada un don del cielo. Dios les mostró a Adán y Eva la magnificencia de su generosidad por las buenas cosas que preparó para que ellos comieran. Resulta claro que él quería que comer fuera algo de lo que se disfrutara, y no una simple cuestión de mantenimiento del combustible corporal. Por eso creó un vasto espectro de comidas y sabores, y luego nos dio diez mil papilas gustativas que nos permitieran disfrutar los sabores en alta definición. 82


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Se nos dice: « ¡Anda, come tu pan con alegría!» (Eclesiastés 9.7). Dios podría habernos provisto alguna raíz simple que pudiéramos masticar y supliera todas nuestras necesidades nutricionales. Pero él es pródigo en sus dones, e insiste en que recibamos una gama completa de disfrute en las cosas que nos ha dado, incluyendo la comida. Comer es bueno. El problema está en que todo don que Dios nos da puede ser distorsionado para transformarse en una tentación que nos aparte de él. Pensemos cómo trabaja el dios de la comida. Imaginémonos entrando en uno de sus templos favoritos, la Cheesecake Factory. ¿Alguna vez has estado allí? También es uno de mis lugares preferidos. Mientras la mesera nos conduce a una mesa, nosotros le echamos una mirada a lo que otros están comiendo. ¡Esa decisión de qué comer va a resultar difícil! En la mesa ella nos presenta un menú de tantas páginas que ha tenido que ser dividido en capítulos. No sabemos siquiera por dónde comenzar en esa tierra de la fantasía para las papilas gustativas. ¿Qué es lo que sucede en realidad allí? Por cierto yo no voy a los buenos restaurantes solo buscando un sustento corporal. Podría masticar alguna raíz, en ese caso; probablemente resultara una elección más saludable. Pero no; todo tiene que ver con la satisfacción. Buscamos darnos un escandaloso banquete entre la lengua y las amígdalas. Y durante unos pocos minutos, todo está bien en el mundo. Es un pequeño trozo de cielo. ¿Pequeño trozo de cielo? Con toda probabilidad esa frase no te suene fuera de lugar dentro de la escena recién descrita. Notemos la frecuencia con la que invocamos al cielo o a la espiritualidad cuando hablamos sobre el placer de comer: «Esta torta me resulta celestial»; «Muero por ese pastel», «Es alimento para el alma»; «Esta torta es comida de ángeles»; «Me parece haber muerto y estar en el cielo»; «El chocolate me mata»; «Es un néctar de los dioses». Siento que debo dejar en claro algo otra vez porque es muy importante, aunque probablemente ustedes ya estén cansados de escuchármelo decir. No hay ningún problema en comer en la Cheesecake Factory. No hay idolatría en disfrutar de una buena comida. El problema comienza cuando buscamos que la comida haga por nosotros lo que solo Dios el Señor puede hacer. ¿Por qué haríamos eso? Bueno, tal vez el día nos ha traído una cierta cuota de desilusión. Quizá no conseguimos la promoción 83


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que buscábamos; es posible que hayamos tenido que soportar otro correo electrónico sarcástico de parte del jefe; o tal vez nuestro mismo trabajo se haya vuelto pesado y monótono. Tal vez sea una cuestión familiar, y el solo pensamiento de volver a casa, por comparación, nos haga ver nuestro trabajo como un día de playa. En lugar de volvernos a Dios, ¿cuántas veces tratamos a nuestra alma atribulada como si fuera un estómago que cruje de hambre? ¿Piensas que no hay nada mejor que un buen helado de crema y chocolate para finalizar un largo día? Esto es solo un ejemplo al azar. Cuando la marcha se vuelve dura, lo dificultad nos inclina a masticar. Proporciona una dosis reconfortante, rápida y obvia. Las jugosas hamburguesas en los carteles; los comerciales de pizza por la radio; los emporios de comidas rápidas con ventanas junto a las que se puede detener el automóvil a lo largo de todo el camino del trabajo a casa, todo ello promete hacernos sentir mejor. Hasta la llamamos «comida reconfortante». SUFRIMIENTOS OCASIONADOS POR EL HAMBRE Los estadounidenses promedio consumen entre dos y tres libras de azúcar por semana (de un kilogramo a un kilogramo y medio). Poco más de un siglo atrás, cuando las enfermedades cardíacas y el cáncer no eran ni cercanamente tan comunes como ahora, la persona promedio consumía cinco libras (alrededor de dos kilos y medio) de azúcar por año. En las últimas dos décadas hemos aumentado nuestro consumo de azúcar cinco veces. Buscamos ese estímulo rápido que nos brinda el azúcar, pero el azúcar también puede desencadenar el estímulo de las hormonas relacionadas con el estrés que llegan a permanecer en nosotros durante cinco horas. A través de ese período, el cuerpo tiene que lidiar con el exceso de insulina y una merma de los niveles saludables de glucosa. Así que la última cosa a la que deberías inclinarte en un momento de ansiedad es a un pote de helado. Y llámala «comida no reconfortante». Teresa Aubele, «Why a Sugar High Leads to a Brain Low» [Por qué una subida del azúcar lleva a un bajón de la mente], Psychology Today, 18 octubre 2011, www. psychologytoday.com/blog/prime-your-gray-cells/201110/why-sugar-high-leadsbrain-low (acceso 28 septiembre 2012).

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Pensemos en esto: Dios se llama a sí mismo el Consolador. Él es el Dios que reconforta por completo y está dispuesto a hablar contigo acerca de tu día a día. El Príncipe de Paz espera poder darte sus dones y fortalecerte. Desea ser él mismo tu satisfacción. Frank Ferrell ha escrito: «Una gran parte del sufrimiento de la humanidad y de las miserias del mundo se deben a la descontrolada práctica de intentar alimentar el alma con comida destinada al cuerpo».

Un falso amante Paul Jones había encontrado a Jesús, pero su vida continuó en un espiral descendente. Su matrimonio acabó en divorcio de un modo más bien abrupto, y cuando perdió a su esposa, eso lo dejó solo en Alabama y sin amigos. Se sentía más solitario y desgraciado que nunca. Necesitaba consuelo y salvación y no parecía encontrar a dónde ir sino al refrigerador. Estaba fuera de control en sus hábitos, y casi no se daba cuenta de que en cada nueva temporada tenía que volver a comprar ropa. El talle 44 reemplazó al 42, y la siguiente temporada sería el 46. Fue algo bastante gradual, así que no pensó mucho al respecto. Comer de más siempre había formado parte de su vida; no conocía otro estilo. Y eso continuó hasta prácticamente desplazar a todo lo demás. Asistió a algunas iglesias pero descubrió que allí también debía enfrentar cuestiones alimentarias. Casi cualquier actividad involucraba algún aspecto relacionado con la comida: cenas a la canasta, encuentros sociales con la inclusión de helados, estudios bíblicos de los miércoles por la noche con cena incluida. No era que Paul se quejara; encajaba perfectamente con su modo de ser. En 1990 Paul sintió un fuerte llamado a servir a Dios en el ministerio a tiempo completo. Así que se mudó a Louisville y comenzó a asistir a un seminario. Allí conoció a su segunda esposa, Renée, y supo que Dios había hecho algo hermoso con él: le había dado una segunda oportunidad de tener una compañera de vida. Hizo lo que pudo para ignorar el hecho de que tenía un mono sobre sus espaldas que consumía doce mil calorías por día. Su peso había llegado a los ciento noventa y siete kilos. Necesitaba 85


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diez medicinas diferentes en su vida cotidiana desde que se descubrió que estaba lidiando con diabetes, altos valores de colesterol y presión alta, y además apnea del sueño. Los dioses de la comida estaban arrinconándolo, y demandando cada vez más de él. Comía simplemente por comer y ya no le producía mucho placer. Con frecuencia inmediatamente después tenía que vomitar la pizza o las múltiples hamburguesas que había ingerido porque aún su estructura voluminosa no podía manejar las cantidades que le demandaba su adicción. Renée también estaba aumentando de peso, así que los dos, aunque declarados seguidores de Cristo, silenciosamente hacían sus sacrificios ante los dioses de la comida, insistentes en su demanda de sacrificios. Con el tiempo, el cuerpo de él se sublevó. Se le disparó el corazón; tenía ataques de pánico y de ansiedad; no podía respirar; temblaba. Sentía que tal como estaba iba camino a la muerte. Los médicos no tenían respuestas. Paul necesitaba ayuda, la precisaba desesperadamente, y se volvió a los consejeros de la iglesia a la que él y Renée asistían. Un consejero pastoral marcó una cita con él, y Paul se encontró sentado en el piso de la oficina de este hombre, como sucedía a menudo porque no había sillas con la capacidad de contenerlo. Él lloraba y contaba su historia, totalmente perdido en su desesperación. Se encontraba en un lugar de oscuridad, ansiando desesperadamente que alguien encendiera la luz.

Una clase diferente de pan El evangelio de Juan registra un momento en el ministerio de Jesús en el que notamos que la comida se convirtió en uno de sus competidores. En Juan 6, la gente sintió que debía elegir entre la comida para satisfacer su hambre y Jesús para satisfacer su alma. Jesús miró a esa inmensa multitud. El relato dice que eran unos cinco mil, pero eso solo tenía que ver con los hombres que estaban presentes. Podría haber habido hasta quince mil personas allí. Precisaban comer. Probablemente estemos familiarizados con lo que sucedió: el Señor los alimentó de forma milagrosa con apenas

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cinco panes de cebada y dos peces. Juan nos dice que todos comieron hasta quedar saciados. Esas personas percibieron aquello como haber comido afuera, pero el Señor lo vio como una lección práctica. Él deseaba que esas personas tuvieran hambre y sed de justicia. Deseaba que descubrieran la verdad de lo que había enseñado en el Sermón del Monte cuando dijo: «¿No tiene la vida más valor que la comida?» (Mateo 6.25). Jesús se había ido al desierto por cuarenta días y noches al comienzo de su ministerio para ayunar, de modo que la comida no interfiriera con su capacidad de escuchar a Dios. ¿Cómo podría lograr que esa gente viera lo que el había visto, aceptando la comida física que necesitaban, pero enfocándose luego en el alimento espiritual que les proveería nutrición eterna? Él quería que ellos sintieran la misma pasión por saciar su alma que la que sentían por llenar su estómago. Después de que cada uno hubo comido hasta saciarse, durante la noche Jesús se escabulló y se fue a la otra orilla del lago. Deseaba poner algo de distancia entre él y esa masa de personas que lo reclamaba ruidosamente. A la mañana siguiente, del otro lado de la playa, las multitudes despertaron y vieron que Jesús y sus discípulos se habían marchado. Así que los siguieron. Después de todo, la fiesta que habían disfrutado el día anterior ya había sido digerida, se había acabado. ¿Qué menú habría para el día de hoy? Seguramente Jesús estaría dispuesto a darles un desayuno. Lo encontraron en la otra orilla, y esto fue lo que él les dijo: «Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre» (Juan 6.27). Jesús quería señalar que todo lo que necesitaban hacer era creer en él. A ustedes les va a encantar la respuesta de ellos. Sugirieron que él les diera una señal para que pudieran creer, y que una señal en verdad hermosa sería, digamos, recibir un poco del riquísimo y fresco pan del cielo que Dios les había enviado a Moisés y a su pueblo. Para ayudarle, le citaron las Escrituras: «Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”» (Juan 6.31). 87


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No hay registros acerca de si alguno agregó: «Es solo un comentario». Decididamente lo que tenía en mente la multitud era el pan, ¿pero podemos imaginar que le pidieran a Jesús que se legitimizara a través de una señal, cuando él acababa de alimentar a una multitud de probablemente quince mil personas con solo unos pocos panes y peces? Finalmente, Jesús hablo. «—Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed» (Juan 6.35). Jesús le estaba diciendo a la multitud que a pesar de que ellos no lo entendieran, él era el pan que estaban buscando. Ellos habían venido esperando algo de comer, y Jesús les ofrecía entregarse él mismo a ellos. Pero esta es la cuestión: ¿era suficiente con él? Encontramos la respuesta en el versículo 66. Se nos dice allí que a partir de ese momento mucha gente dejó de seguir a Jesús. Eligieron el dios al que iban a adorar, y quedó en claro que no era Jesús. ¿Y tú? ¿Continuarás siguiéndolo aun sin recibir un ticket de comida? ¿Qué es más importante para ti: la comida para tu estómago o la comida para tu alma?

Los tres recorridos de Paul Paul Jones comenzó a andar por su tercer camino luego de aquella visita en la que se quebrantó ante el consejero de la iglesia. Su primer recorrido había sido el de crecer con una pobre autoestima y una relación disfuncional con la comida. El segundo se había iniciado el día en que comenzó a caminar con Cristo; él estaba seguro de que era el sendero definitivo a seguir. Tenía razón, pero todavía algo no estaba en orden. Se había llevado con él un ídolo: el dios de la comida. Y solo había espacio para un Señor en su vida. Ahora, sentado en el piso de la oficina del consejero, todo comenzaba a hacérsele claro. Entendió por qué Dios se había mantenido en silencio. El Señor estaba esperando que Paul se volviera totalmente dependiente de

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él. A Paul le había llevado trece años de frustración llegar a tocar fondo. Durante ese tiempo, siempre había sido un hombre con un plan; pero todos los planes se estrellaron. Finalmente estaba listo para escuchar un plan que tenía sus orígenes en Dios. Pronto volvió a su casa, y se miró en el espejo del baño, llorando mientas oraba. Dijo: «Dios, ya no sé qué hacer. Renuncio. Simplemente renuncio». Y en la quietud de su espíritu escuchó la voz de Dios responderle: «He esperado por mucho tiempo escuchar esas palabras de ti, Paul. Deja de esforzarte. Deja de planear y permíteme ser tu guía. Déjame disponerlo todo para ti. Lo único que tienes que hacer es no aferrarte sino soltar». A partir de ese momento, las cosas fueron diferentes; en verdad diferentes esta vez. Dios comenzó a reconstituir a ese hombre quebrado desde su interior. A Paul le pareció que se le había caído una venda de los ojos y que ahora podía entender su infancia. Sabía por qué había hecho las cosas; adorar al dios del estómago había sido un suicidio en cámara lenta. Sabía que había heridas no sanadas que tenían que ver con su padre, con la relación rota con su madre y con muchas otras cosas que lo habían lastimado. Todavía habría mucho con lo que lidiar, pero podría hacerlo; Cristo estaría con él. Cristo tenía un plan para él después de todo. Ahora estaba dispuesto a abandonar el éxtasis que sentía por comer para cambiarlo por un gozo real. Cada tanto, los viejos hábitos volvían, en algunos momentos de debilidad. Pero Paul se sorprendía al descubrir que si él intentaba abusar de la comida, ya no sentía un verdadero gusto por ella. En realidad no pensaba mucho en el tema de perder peso, sino simplemente se concentraba en poder vivir otro día aprendiendo a ser una nueva persona. Era rendir su alma, y no encarar una dieta. Aun así, él y Renée comenzaron a notar que sus ropas les iban quedando muy holgadas. Él salía a realizar largas caminatas, especialmente en medio de la lluvia (le encantaba caminar en la lluvia), pero no por una cuestión de hacer ejercicios; le resultaba muy fácil hablar con Dios durante esas excursiones. Se levantaba por las mañanas a caminar, y caminaba cuando tenía algún momento libre. Y cada tanto se 89


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sorprendía al darse cuenta de que en ciertas ocasiones se había olvidado de comer. ¿Quién es esta persona?, pensaba. Solo entonces comprendió cabalmente lo que la comida había sido para él. Y pronto comenzó a correr; primero un kilómetro y medio, luego, una mini maratón, y finalmente, lo que es absolutamente cierto, una maratón de cuarenta y dos kilómetros. Tal como un auténtico corredor. Y, a su tiempo, Paul Jones, que había llegado a pesar ciento noventa y siete kilos y tenía que confiar en diez medicamentos diferentes solo para poder deslizarse a través del día, ese mismo Paul Jones finalmente encontró un propósito más profundo para su vida. Y se convirtió, de entre todas las cosas posibles, en un profesor de gimnasia en su iglesia. Él sabía que su vida era un milagro. Le agradece a Dios por este placer verdadero y piensa acerca lo que Jesús dijo: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mateo 5.6). Este recorrido no fue cómodo para Paul Jones. «Pero Dios no está interesado en mi comodidad», señaló él. «Está interesado en que me sane». Para que eso tuviera lugar, fue necesario aplastar a un ídolo, el dios del placer llamado comida. ¿Placer? ¡Qué ironía!: Paul Jones nunca conoció el verdadero placer hasta que la comida física fue reemplazada por el pan de vida. Dios no puede darnos una sensación de placer duradera aparte de él, y nunca lo hará, porque viola su propósito y nuestro diseño. Salmos 34.8 dice: «Prueben y vean que el Señor es bueno». Rumiemos acerca de eso por un tiempo la próxima vez que el dios de la comida quiera convocarnos. Para saber más acerca de la historia de Paul, nuestros lectores bilingües pueden escucharle en http://www. godsatwar.com/index.php/food..

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Documento de identidad de un ídolo ¿Comes más por placer que por nutrirte? Échale un vistazo a tus hábitos alimentarios y discierne por qué comes lo que comes. ¿Mayormente es por una cuestión de placer o de nutrición? Otra vez digo: no hay nada de malo en encontrarle placer a un don que Dios el Señor nos ha dado; pero cuando lo que perseguimos el placer por el placer en sí, aquello tiene una manera de expandirse más allá de sus propios límites. En 1 Corintios 10.31, Pablo explica que en lugar de ser un objeto de adoración, lo que comemos puede convertirse un acto de adoración. Dice: «En conclusión, ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios». ¿Cuándo y por qué te atiborras de comida? ¿Cuántas veces te engañas con el concepto de «comida reconfortante»? ¿La usas como bálsamo para tus heridas cotidianas? Cuando la vida viene mal, con frecuencia nuestro primer impulso es volvernos hacia la comida. Es fácil, ya está lista y disponible, y la sensación de paladearla nos provee una poderosa distracción. Considera los momentos del día en que tú lo haces. ¿Será en el regreso a casa volviendo del trabajo, cuando intentas lidiar con la vida? ¿Será cuando todos los demás ya están en la cama y decides que te mereces una recompensa? ¿Estarías dispuesto a intentar un ayuno? Una de las maneras más fáciles de medir el poder que el dios de la comida tiene sobre ti es encarar un ayuno. ¿Hasta qué punto te resultaría difícil ayunar por tres días, un día, o tal vez solo privarte de ciertos alimentos? No lo hagas como una prueba de disciplina ni como forma de entrar dentro de los jeans ajustados que tienes en

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el ropero. Hazlo con el expreso propósito de pasar tiempo con Dios. Ora para tener más hambre de él que de la comida de este mundo.

ELEGIR A JESÚS

Jesús es mi porción Vencemos a los ídolos no cuando los arrojamos de nosotros sino cuando los reemplazamos.

El dios de la comida nos prometió un banquete, pero salimos de allí vacíos. Nos invitó a seguir consumiendo hasta que aquello nos consumió la vida. Lo probamos todo hasta que nada ya tuvo sabor. Y finalmente fuimos a Jesús. Descubrimos que él nos ofrece el único banquete verdadero. Él sacia cada una de nuestras necesidades. Toda hambre finalmente nos conduce de regreso a él. David escribió: «Tú, SEÑOR, eres mi porción y mi copa; eres tú quien ha afirmado mi suerte» (Salmos 16.5). Jesús nos libera de una relación disfuncional y abusiva con la comida porque él es nuestra porción y en él descubrimos lo que realmente hemos estado buscando todo el tiempo. Si procuramos encontrar nuestro gozo y significado en la comida, la fuente de nuestro gozo siempre desaparecerá y tendremos que volver a encontrarla en el dios del consumo. Es diferente con Jesús. Nada tiene mejor sabor que el gozo y la satisfacción de conocer a Cristo. Nada nutre el alma como él. Nada nos alimenta, fortalece y renueva nuestra alma como el tiempo que pasamos con él cada día. Él nos invita a tomar y comer. Nos ofrece acercarnos a la fuente en la que él ofrece el agua de vida, de modo que no volvamos a tener sed. Piensa en algún momento en el que te expusiste a un sol quemante, te empapaste de sudor, se te secó la garganta y

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entonces bebiste un gran vaso de agua helada. ¿Puede haber mejor sabor que ese? Un momento así es apenas un asomo vago de lo que se siente al estar espiritualmente muriendo de hambre y recibir el pan de vida. O a tener un alma sedienta y beber de la profundidad de las aguas de vida. Irónicamente, es solo cuando encontramos nuestro sentido en Cristo, cuando él toma el trono de nuestras vidas, que la comida del mundo recupera su sabor, su deleite. Puesta en el correcto lugar, la comida es un tremendo don de Dios.

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capítulo 6

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El sexo es bueno. Quiero ser muy claro al respecto desde el comienzo. De hecho, el sexo es un don del mismo Dios. ¿Y no resulta sorprendente que algunos de los más ricos y hermosos dones de Dios sean con frecuencia los mismos que se distorsionan hasta convertirlos en ídolos horribles y destructivos? El sexo es idea de Dios. Él lo diseñó para que nos conectemos íntimamente con nuestro cónyuge. El sexo, llevado a cabo a la manera de Dios, puede crear un vínculo sobrenatural entre nosotros. En el momento de la creación de los seres humanos, el Señor dispuso: «Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser» (Génesis 2.24). Esta es una unión espiritual plasmada y reflejada en el acto de hacer el amor. Traducida literalmente, una de las palabras hebreas usadas para denominar al sexo significa «una unión de las almas», y eso capta la idea perfectamente; es un hermoso regalo de Dios. Produce placer e intimidad y, por supuesto, produce hijos, según el plan de Dios. Él podría haber hecho de la reproducción algo simple y mecánico, un acto instintivo natural, desprovisto de disfrute. Podría haber creado el sexo para que se experimentara del mismo modo en que crece el cabello. Pero eligió hacerlo placentero. Tal como lo vimos con respecto a la comida, Dios diseñó el sexo de manera que no solo cumpliera con un propósito sino que

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produjera placer. Él es un padre al que le agrada darles buenas cosas a sus hijos. Todos sus dones señalan hacia él. O al menos así deberían funcionar. El don debería llevarnos a amar y adorar al dador de una manera más profunda. Pero muy fácilmente los dones que Dios nos da acaban convirtiéndose en sus mayores competidores. Imagina por un momento que eres un padre que ha salido de compras para adquirir un presente para su hijo. Has oído hablar al muchacho con fascinación sobre la última consola de juegos. La ves en el negocio y el pensamiento de la sonrisa que se dibujará en el rostro de tu hijo hace surgir una sonrisa también en el tuyo. No es barata; de hecho, implica algo de sacrificio comprarla. Pero quieres lo mejor para tu hijo. Cuando llegas a casa y le presentas el regalo, él suelta un grito de alegría, te da un gran abrazo y, desaforado, te lo agradece una docena de veces. Ese momento justifica cada centavo invertido. Pasas por su cuarto un par de veces y lo ves instalarla y jugar dentro de un marco de gran concentración. Le haces una pregunta con respecto al juego, y él te responde: «Espera. Ahora no podemos hablar», y luego parece olvidar que estás allí. Más tarde lo invitas a salir a cenar con la familia, pero él te ruega que no lo incluyas porque solo desea quedarse a jugar con su nuevo aparato. Un poco después comienza a contarte sobre los agregados y otros juegos que sus amigos tienen, argumentando que la versión de ellos es mucho mejor que la suya. No solo dejas de verlo tanto como lo veías, sino que además parece menos satisfecho y feliz que antes de comprarle la consola. ¿Cómo pudo haberse desvirtuado tanto ese lindo regalo? Sucedió porque el regalo se volvió más importante que el que lo había obsequiado. Lo hermoso del asunto no debería haber sido el objeto en sí, sino el amor que lo había hecho llegar. Esto es lo que sucede cuando Dios tiene que competir con sus propias bendiciones. El sexo es hermoso hasta que pierde su propio contexto espiritual. Los alimentos y otras formas de placer son maravillosos hasta que se convierten en fines en sí mismos. Se transforman en dioses, los dioses en tiranos, y los tiranos en amo de esclavos. 96


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Un cuento de hadas que se desvirtuó Hay una antigua historia acerca de un príncipe y una princesa. Pero no es probable que la encontremos en los libros de historias, y menos aun que Disney produzca un film de dibujos animados a partir de ella. Está narrada en la Biblia, en 2 Samuel 13 y es una historia verdadera. David, el rey de Israel, manteniendo la costumbre de sus tiempos, tenía varias esposas, y distintos hijos con ellas. Vale la pena notar que, lejos de aprobar o siquiera justificar la poligamia, el Antiguo Testamento nos proporciona un ejemplo tras otro de por qué eso no funciona. Los personajes principales son Amnón, uno de los príncipes de Israel, hijo de David, y Tamar, hija de David con otra esposa, y también princesa de Israel. Amnón y Tamar, entonces, eran medio hermanos. La Biblia dice esto: «Y estaba Amnón angustiado hasta enfermarse por Tamar su hermana» (2 Samuel 13.2, rvr60). Estar obsesionado, como dice el texto en inglés. Estar angustiado es una expresión que se relaciona con la idolatría. Amnón constantemente pensaba y se enfocaba en una imagen que tenía grabada en la mente; en una posibilidad. Y permitió que esa fantasía llenara su corazón hasta que lo enfermó de deseo y lujuria. Amnón tenía un amigo y consejero que quería saber por qué el príncipe se veía tan agitado. Amnón le explicó que no podía sacarse de la cabeza el pensamiento de estar con Tamar. Su asesor entonces le dio este consejo: «Bien, Amnón, esto es lo que harás. Te puedes fingir enfermo en el palacio hoy. Entonces tu padre, el rey, se preocupará y vendrá a ver cómo estás. Tú le dirás que ayudaría mucho a tu recuperación que tu hermana Tamar viniera y horneara un poco del pan casero que ella amasa». «Entonces, por supuesto, cuando ella venga, le dices que te encanta verla cocinar. Luego, hombre, creo que tú puedes seguir solo a partir de allí, ¿no te parece?» Amnón lo llevó a cabo. Cuando su media hermana vino a cocinar para él, le dijo: «Diles a los sirvientes que no los necesitaremos esta noche». Entonces le pidió que fuera al dormitorio para alimentarlo con el pan. 97


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Lo que sucedió a continuación nos parte el corazón. Él alejó de sí la comida y expresó lo que tenía en mente. Ella se resistió. Le rogó que pensara lo que estaba haciendo, que pensara sobre la deshonra que le acarrearía a ella, y que aun tuviera en cuenta su propia reputación. La Biblia dice: «Mas él no la quiso oír, sino que pudiendo más que ella, la forzó, y se acostó con ella» (2 Samuel 13.14, rvr60)). Tamar hizo lo que hacía la gente de su época para demostrar gran sufrimiento y luto. Esparció cenizas sobe su cabeza y rasgó las hermosas vestiduras que llevaba puestas. Esas acciones también simbolizaban la pérdida de su virginidad. Salió llorando y quebrada. El pecado sexual de Amnón produjo una increíble destrucción y devastación, no solo en su familia sino en toda la nación. La perturbación sufrida por una familia real implicaba perturbación para toda una región. Las cosas entraron en un espiral fuera de control. Pero, ¿dónde había comenzado? Había empezado en idolatría. Él había elegido adorar al dios del placer sexual. Había pasado incontables horas en estado lujurioso con respecto a Tamar hasta que eso se convirtió en una obsesión. Sé lo que está pensando cada uno: ¿Qué tiene que ver esta historia conmigo? Nosotros nunca nos rebajaríamos a seguir semejante camino ni a cometer un acto tan atroz. Pero estoy seguro de que ese fue el tipo de cosas que se dijo Amnón antes de que todo sucediera. El dios del sexo se especializa en llevarnos más allá de lo que jamás procuramos ir. Así que permíteme preguntarte: ¿la búsqueda del placer sexual se ha convertido en una obsesión? ¿Es el tema de tu último pensamiento por la noche y el primero por la mañana? ¿Sueñas despierto con él en tu trabajo, gastas dinero en él, arriesgas tu carrera y tu matrimonio por él? ¿Sientes que la presencia de Dios se va desvaneciendo dentro de la profunda bruma de una nube de vergüenza?

La paradoja del placer Cuando algo bueno se convierte en un dios, el placer que produce muere durante el proceso. El placer tiene una característica única 98


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en su tipo: cuanto más intensamente uno lo persigue, menos chances tiene de alcanzarlo. Los filósofos llaman a eso la «paradoja hedonista». La idea es que cuando se persigue el placer por el placer mismo, este se evapora delante de nuestros ojos. La Biblia registra la forma en que reaccionó Amnón cuando finalmente se rindió a la lujuria. No lo satisfizo de la forma en que él pensaba. Fue todo lo contrario. El incidente solo duró unos pocos momentos, y cuando hubo pasado, él miró a la muchacha con desprecio, y hasta con «odio intenso». Según las Escrituras: «Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado» (2 Samuel 13.15, rvr60)). ¡Qué extraño versículo! «Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado». ¿Qué significaba eso? Ella no le había hecho nada. El asunto no tenía ningún sentido. Pero me parece que algunos de ustedes tienen una idea acerca de lo que sucedió allí. El dios del placer sexual nos promete una satisfacción increíble. Mientras leemos revistas y navegamos por sitios web, mientras avanzamos un poco más con nuestro novio o novia, nos obsesiona la idea de saber cómo sería empujar un poco más los límites, ir adelante y ceder a nuestros deseos para apoderarnos de ese momento de éxtasis. Pero, ¿qué sucede? Ese dios nos brinda justo lo opuesto a lo prometido. En lugar de satisfacción, se experimenta vacío y un hambre casi inmediata de algo más. En lugar de un sentido de cercanía e intimidad, se experimenta una extraña sensación parecida a la soledad. Imaginamos que el ruido va a ser equivalente a la cantidad de nueces, que la cosa va a valer la pena, que habrá una sensación de entera satisfacción. En lugar de ello, no logramos sacudirnos de encima la impresión de haber entregado una parte de nosotros mismos que no podemos recuperar. Cuando el don reemplaza al dador como objeto de adoración, sucede algo sorprendente. Cuando comenzamos a adorar a ese dios del placer en lugar de adorar al Dios que nos ha dado el don, descubrimos que se ha perdido el placer. Descubrimos una paradoja devastadora: cuando perseguimos al dios del placer, el placer desaparece. 99


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La mañana siguiente Volvamos a nuestra historia de Elías. La sequía ha producido devastación en la tierra. Elías va a ver al rey Acab y monta algo semejante a una puja de contrastes entre Dios el Señor y los dioses Baal y Asera. Gente proveniente de todo Israel se reúne en el monte Carmelo para presenciar la «batalla de los dioses». De un lado está Elías, representando al Señor; del otro lado hay ochocientos cincuenta profetas que representan a los dioses falsos.

Calcular el coste A largo plazo, ¿cuál es el efecto de mirar pornografía? Los profesores Dolf Zillman de la Universidad de Indiana y Jennings Bryant de la Universidad de Houston nos transmiten sus descubrimientos: Contar el costo • Disminución de la satisfacción con el propio compañero sexual. Los hombres encuentran a sus esposas o parejas menos atractivas y menos satisfactorias en lo sexual. También se los ve menos complacidos con el impulso y la curiosidad sexual de sus parejas. • Desvalorización de la fidelidad. El sexo fuera del matrimonio comienza a parecer menos prohibido y a considerarse como una opción real. • Incremento de la importancia de tener sexo sin ligaduras. El sexo se convierte en un acto físico más que ser una conexión íntima. Aísla a las personas.*

* D. Zillman y J. Bryant, «Pornography’s Impact on Sexual Satisfaction» [Impacto de la pornografía en la satisfacción sexual], Journal of Applied Social Psychology 18, Nº 5 (1988), pp. 438–453; y D. Zillman y J. Bryant, «Effects of Prolonged Consumption of Pornography on Family Values» [Efectos del consumo prolongado de pornografía sobre los valores familiares], Journal of Family Issues 9, Nº 4 (diciembre de 1988), pp. 518–544.

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Elías se dirige a los ocho cientos cincuenta profetas: «Entonces Elías les dijo a los profetas de Baal: —Ya que ustedes son tantos, escojan uno de los bueyes y prepárenlo primero. Invoquen luego el nombre de su dios, pero no prendan fuego. Los profetas de Baal tomaron el buey que les dieron y lo prepararon, e invocaron el nombre de su dios desde la mañana hasta el mediodía. —¡Baal, respóndenos! —gritaban, mientras daban brincos alrededor del altar que habían hecho. Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió. Al mediodía Elías comenzó a burlarse de ellos: —¡Griten más fuerte! —les decía—. Seguro que es un dios, pero tal vez esté meditando, o esté ocupado* o de viaje. ¡A lo mejor se ha quedado dormido y hay que despertarlo! Comenzaron entonces a gritar más fuerte y, como era su costumbre, se cortaron con cuchillos y dagas hasta quedar bañados en sangre». —1 Reyes 18.25–28

¡Qué panorama! Los profetas se realizan tajos y cortes, desesperados por llamar la atención de su dios. Sacudimos la cabeza al pensar en la ridiculez de tal conducta. Pero ellos adoran a su dios falso cada vez con mayor intensidad, pensando que si dan un poco más de sí, su dios responderá. Todo eso parece muy primitivo. ¿Cómo podría resultar relevante para nosotros hoy? Pero, ¿no hemos sangrado nosotros sobre el altar del placer sexual? Algunos han sacrificado sus finanzas. En este país se gasta más dinero por año en pornografía que en música rock, country, jazz y clásica, todas juntas. Se destina más dinero a pornografía que al béisbol, básquetbol y fútbol combinados. El año pasado el dinero empleado sumó más que las ganancias en bruto que obtuvieron las * La traducción literal de estar ocupado es «Tal vez esté orinando». De verdad.

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señales ABC, NBC, CBS y FOX juntas. Es una industria que mueve más de diez mil millones de dólares anualmente. Pero no es solo nuestro dinero lo que le hemos sacrificado a este dios. Muchos han inmolado sus matrimonios, sus hijos y sus carreras sobre ese altar. Como pastor, he recibido a muchos hombres (y cada vez a más mujeres) que han venido a contarme acerca de su adicción a la pornografía. Los miro a los ojos y veo todo lo que este dios cruel les ha requerido. Veo como se hacen tajos hasta quedar débiles y destrozados. He hablado con hombres y mujeres esclavizados por aventuras extramatrimoniales que comenzaron con halagos por parte de un compañero de trabajo: una sonrisita aquí, una sugerencia allá, la solicitud de un amigo que se acepta. Ahora tienen su matrimonio destruido. Algunos alumnos de la escuela secundaria me escriben para decirme que las imágenes en línea que solían disgustarles ahora son precisamente las que necesitan para excitarse. No saben en qué se están convirtiendo, ni dónde los va a llevar todo eso. Expresan mucha desesperación a pesar estar apenas en la adolescencia. Otra mujer me cuenta que ha llevado una vida de pecado oculto durante años, y que entabla sus relaciones a través de Facebook o de los avisos clasificados de Craigslist. Ella no puede encontrar la puerta de salida. «Solo miro fotografías», nos decimos. «Es un entretenimiento inocuo». No. Realmente no lo es. Es una forma de adoración. Es colocar nuestras almas sobre un altar delante de un dios que solo desea devorarnos. Le estás entregando tu corazón a ese dios, y todo fluye desde el corazón. Con el tiempo, la basura se abre paso aguas abajo y emerge en la superficie. Puede parecer diferente de lo que era antes, pero no nos equivoquemos: gritaremos, bailaremos y eventualmente sangraremos por este dios, esperando recibir algún tipo de respuesta. Pero el dios del placer sexual siempre demanda más. En Romanos 6.19, Pablo describe el pecado diciendo «que lleva más y más a la maldad». Sucede con la comida. Sucede con la pornografía y con la necesidad de obtener más dinero. Los dioses 102


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demandan cada vez más. Es lo que se llama la ley de los beneficios en disminución. Siempre se nos promete hallar el placer a la vuelta de la esquina, avanzando un kilómetro más, o luego del próximo sacrificio de nuestros valores. Pero la herida que produce el sacrificio es cada vez más profunda, y la satisfacción cada vez más fugaz. «Pasó el mediodía, y siguieron con su espantosa algarabía hasta la hora del sacrificio vespertino. Pero no se escuchó nada, pues nadie respondió ni prestó atención» (1 Reyes 18.29). No hay respuesta. Uno de los aspectos más tristes de mi tarea es ver personas que gastan su vida adorando a un dios que les quita todo y los deja sin nada.

Los caminos de la mente Estoy seguro de que el primer día en que Amnón se dio cuenta de la belleza de Tamar y la deseó, eso le pareció algo bastante inofensivo. Después de todo, no se trataba de que él fuera a actuar movido por esas sensaciones. Era simplemente... un pensamiento. El campo de batalla de los dioses es tu corazón. Y tu corazón es moldeado por tus pensamientos. Tus pensamientos determinan quién ganará el trono de tu corazón. Proverbios 4.23 dice: «Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida». Permíteme ponerlo en otras palabras: sé cuidadoso con lo que piensas, porque es a eso precisamente a lo que rendirás adoración. La Biblia nos habla de llevar cautivo cada pensamiento. Aquello que tú piensas, en última instancia, tiene mucho que ver con el dios que ganará la guerra. La batalla comienza en tu mente, y no solo la Biblia nos lo dice. Los psicólogos nos han permitido tener una percepción creciente del modo en que suceden las cosas. Durante las últimas décadas, por ejemplo, el movimiento dominante dentro de este campo ha sido la llamada psicología cognitiva. Esta analiza la manera en que nuestros pensamientos moldean nuestras actitudes, emociones y conducta. Los pensamientos, actitudes y emociones se entretejen, pero es la mente el punto de inicio. Pensemos en el esfuerzo que significa tratar de abrir un sendero a través del bosque. Es cansador e implica un reto. Uno corta arbustos, enredaderas y retoños, y con todo 103


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eso, la senda resulta apenas visible. Pero luego la gente comienza a utilizar el sendero. El suelo se convierte en una senda trillada que parece haber estado allí siempre. Los científicos nos dicen que la mente funciona de la misma manera. Un pensamiento nuevo es como un camino recién abierto, y en realidad se lo llama un camino neural. Los niños y adolescentes todo el tiempo procuran hacer retroceder la jungla de su mente joven a través de crear estos caminos de pensamiento. El tema del sexo les resulta extraño y desafiante cuando por primera vez escuchan sobre él, pero luego se da todo ese tráfico de películas, música, realities televisivos y conversaciones en la escuela que hace que el camino se retuerza en diversas partes del bosque. Imaginemos una joven cuyos caminos neurales han sido erosionados por ideas acerca de que la apariencia de su cuerpo, la forma de esto y el tamaño de aquello es lo que determina su valor. Comienza a vestirse y a utilizar maquillaje a partir de miles de mensajes recibidos que señalan que debe lograr determinado tipo de atracción, y que como mujer joven esto es lo que tiene que ser. Imaginemos a un joven que ha establecido sus propios caminos mentales. Acaba mirando pornografía, y ese camino neural específico se convierte en la ruta principal. Con el tiempo llegará a ser la ruta estándar para sus pensamientos con respecto a cualquier mujer que conozca. Y el pensamiento lujurioso solo reforzará esos caminos. He escuchado a un psicólogo explicar que la lujuria y la autosatisfacción juegan con fuego, un fuego neuro-químico. Señala que eso acaba en un enfoque egoísta y narcisista de la sexualidad con el que nos atamos a nosotros mismos, por así decirlo. La sexualidad está pensada para basarse en una relación, y no para ser una experiencia privada y egoísta. Leí acerca de un estudio en el que un hombre se sentaba a mirar imágenes pornográficas durante un cierto tiempo cada día, con una gorra de béisbol colocada encima del monitor de su computadora. Luego de que pasara un buen período, se demostró que, por asociación, podía excitarse sexualmente ante la vista de una gorra de béisbol. Así que la cuestión es esta: ¿con quién o qué me estoy atando? ¿Qué caminos estoy construyendo o reforzando en mi mente? Y ¿a dónde me conducirán esos caminos? Es por esto que 104


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la idolatría resulta tan peligrosa. Nuestros pensamientos, nuestras actitudes, y finalmente nuestras acciones, son determinados por aquello a lo que adoramos. Si tú crees que puedes aislar tus pensamientos sexuales y colocarlos, sellados al vacío, dentro de un compartimiento especial, te has dejado engañar por una mentira. La Biblia nos dice acerca de una persona que «cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Proverbios 23.7, rvr1960). Nuestra mente determina lo que somos y aquello en lo que nos estamos convirtiendo; y nosotros pensamos en base a lo que vemos y oímos. ¿Con qué estás alimentando tu mente? En 2 Corintios 10.5 dice que nosotros «llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo». Me encanta esa metáfora de llevarlo prisionero, porque es exactamente lo que sucede en nuestras mentes, de una manera u otra. O lo llevamos cautivo hacia la verdad, o permitimos que la mentira se apodere de él para convertirlo en prisionero. Los dioses están en guerra para lograr nuestra alma.

Del placer al sufrimiento Cuando algo bueno se convierte en un dios, no solo desaparece el placer, sino que también experimentamos sufrimientos. Piensa junto conmigo en lo que sigue. Cuando adoramos al sexo como a un dios, descubrimos que nos conduce exactamente a lo opuesto de lo que fue el designio divino para ese don. Como don, produce conexión; como dios, causa soledad. Como don, produce placer; como dios, conduce a experimentar vacío. Como don, produce satisfacción; como dios, exige esclavitud. Como don, lleva a la intimidad; como dios, produce separación. Como don, produce unidad; como dios a menudo causa el divorcio. Como don, es hermoso, como dios, un tirano. Cuando el placer se convierte en tu dios, experimentas cualquier cosa menos placer. El dios del placer es experto en seducir y luego cambiar las cosas; nos tienta con imágenes y promesas que se 105


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convierten luego en las cadenas y grilletes que nos sujetan dentro de una prisión mental. Cuando vivíamos en California, mi hija mayor tenía cuatro años y quería una mascota. Yo estuve de acuerdo, pero establecimos ciertas condiciones. En primer lugar, la mascota tenía que ser algo que no ladrara, maullara ni hiciera ningún tipo de ruido. En segundo lugar, la mascota no podía perder ninguna clase de piel o pelos. En tercer lugar, la mascota tenía que costar menos de cinco dólares. Dentro de esas limitaciones, finalmente acordamos que fuera un pececito de colores. Cuando nos dirigimos a comprar el pez, el cartel ofrecía: «Tres días de garantía, sin preguntas». Nos pareció una política sana, y para nosotros, de buena administración. Así que nos llevamos el pez a casa (macho o hembra, ¿quién lo sabe?). Mi hija le dio el nombre de Nemo y estaba ansiosa por jugar con su nueva mascota. Pero, ¿cómo se juega con un pez? No puedes llevarlo a dar un paseo. No puedes enseñarle a atrapar una pelota. Pero sí puedes llevarlo a nadar. Así que fuimos a la piscina con Nemo en un vaso de vidrio que colocamos al borde del natatorio. Mientras mi hija y yo retozábamos en el agua, noté que Nemo nos miraba. Me imaginé que el pez deseaba salir de ese pote e introducirse en el vasto océano que le debía parecer esa piscina. Pero le expliqué a mi hija que no estaba muy seguro sobre cómo funcionaría eso. Había químicos en la piscina que podrían no resultar buenos para Nemo. Ella se decepcionó, pero seguimos adelante así. Un poco después, quedé sorprendido al ver que el pez también había seguido adelante. Nemo, fiel a su nombre, ¡había dado unas volteretas, saltando fuera del vaso de vidrio y metiéndose en la piscina! Inmediatamente comencé a mirar hacia todas partes, ya saben, intentando encontrar a Nemo. Lo detecté en la esquina más profunda de la piscina, nadando a sus anchas, y haciéndolo a toda velocidad. Casi se podía oír una música de fondo. Sabía que tenía que atrapar al pececito rápidamente. ¿Alguna vez han intentado atrapar a un pececito de colores que nada en una piscina? Es mucho más difícil de lo que parece. 106


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Finalmente, lo único que pudimos hacer fue esperar a que el pez saliera. Nemo comenzó a nadar cada vez más lentamente hasta que quedó flotando en la superficie, panza arriba.* Pude percibir el sufrimiento de Nemo. El vaso de vidrio le parecía muy restrictivo, y la libertad muy vasta y tentadora. Al principio, cuando el pez se zambulló, todo se veía bien. Pero lo que parecía ser un placer, en verdad fue un veneno. Las restricciones resultaron haber sido algo amoroso, y la «libertad» en realidad implicó su destrucción. Esta es la forma en que trabajan los dioses del placer. Presentan aquello que ofrecen como libertad, como un goce, pero resulta completamente tóxico una vez que uno se zambulle. Te dicen que no hay forma de ser feliz dentro de las restricciones que Dios ha establecido. Los sementales salvajes tienen que correr con libertad, ¿no es cierto? Pero las restricciones han sido diseñadas como una protección amorosa. El cinturón de seguridad puede coartar tu propio estilo, pero luego te salva la vida. La luz roja del semáforo te hace mascullar, pero luego evita una terrible colisión. A los dioses del placer no les gustan las señales de tránsito, los cinturones de seguridad ni los momentos de precaución. Te dicen que no te preocupes y que vayas por ello. Amnón te diría que te abrocharas el cinturón y desaceleraras, porque él mismo descubrió que no había ningún placer real ni duradero en aquello. Simplemente un rápido alivio y luego mucha vergüenza, dolor y vacío. Él debería haber sabido muy bien que las acciones tienen consecuencias. Tamar le contó a su hermano de padre y madre, Absalón, lo que había sucedido. Absalón explotó de ira, pero esperó su momento. Notemos que él también tuvo el impulso de actuar inmediatamente; se trataba de un deseo de venganza en lugar de una emisión sexual. Él servía a otro dios tan destructivo como el primero. Absalón esperó dos años hasta encontrar la oportunidad apropiada para asesinar a Amnón en venganza por haber violado a su hermana. Entonces el caos estalló en el reino. David, el padre de esos dos hermanos enemistados, tuvo que actuar, y todo desembocó * En verdad devolví a Nemo al negocio el día siguiente. La misma señora que me había vendido el pez estaba de servicio, y aunque el cartel decía «Sin preguntas», ella me preguntó. Le dije la verdad: «El pez se ahogó».

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en una guerra civil. Absalón se unió a su medio hermano en el cementerio, y murieron otras personas también. ¿Qué habría sucedido si Amnón hubiera contado con el balance general de la situación que obtuvo a posteriori? ¿Y qué de nosotros? ¿Qué tal si pudiéramos utilizar esa ventaja? Amnón hubiera colocado ese momento fugaz de placer sensual en una columna de su libro de contabilidad, y su vida (y los terribles daños colaterales) en otra. ¿Por qué el susurro del deseo en su mente no incluyó todo eso? ¿Por qué había sido todo una absoluta mentira? ¿Por qué la cuenta de gastos resultó mucho más grande de lo que él podía pagar? La adoración es poderosa. Tiene enormes consecuencias, sea que uno alabe al Dios del cielo o al dios de los apetitos. Si tú adoras a Dios, cambia todo con respecto a ti, y eso crea ondas positivas que se expanden hacia la eternidad. Si tú adoras a los dioses falsos, las ondas traen a la tierra un poco del infierno. Cuando adoramos a Dios el Señor en esta área de nuestras vidas, experimentamos lo que en verdad hemos deseado todo el tiempo: un placer profundo e íntimo. Cuando convertimos el don del sexo en un dios, es solo cuestión de tiempo hasta que se quiebre y deje de producir aquello para lo que fue diseñado. Pero cuando el don nos lleva a adorar al dador, descubrimos que el dador nos brinda sus dones mucho más abundantemente.

Documento de identidad de un ídolo ¿Hasta dónde controlas los pensamientos en tu vida? Un estudio demuestra que los hombres piensan acerca del sexo diecinueve veces por día, en tanto que las mujeres, diez.11 Los pensamientos vendrán, en especial dentro de una sociedad altamente sensualizada. No podremos evitar quedar expuestos a un aluvión de imágenes sugestivas a menos que nos mudemos a un monasterio o a un convento. El dios del placer sexual ha instalado templos por todas partes.

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Necesitamos tomar control de nuestros pensamientos, sometiéndolos a Dios junto con todo lo demás de nuestra vida. Y en verdad tenemos control sobre lo que hacemos con esos pensamientos una vez que se nos presentan. Cuando llega un pensamiento, necesitamos tomar una decisión. Haz un inventario de los pensamientos que se te ocurren. ¿Qué muestra eso acerca de ti? Pídele a Dios que te haga más consciente de lo que hay en tu mente, y que te ayude a dirigir tu pensamiento en una dirección más sana. Recuerda el consejo de Pablo: «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Filipenses 4.8, rvr1960). La mejor manera de mantener afuera las cosas malas es llenarnos con cosas buenas. En otras palabras, no es cuestión de arrojar fuera al dios del placer sexual, sino de reemplazar al dios de los placeres sexuales por Dios el Señor.

¿Qué sitios de Internet visitas cuando estás solo? En dos décadas, Internet se ha convertido en el epicentro de la obsesión sexual de nuestra cultura. Pensemos en los sitios que visitamos como si fueran templos a los que vamos a adorar. Esta es otra área sobre la que tenemos control. Consideremos la posibilidad de colocar filtros en la computadora de nuestro hogar, de modo que los sitios cuestionables no sean siquiera una opción. ¿Qué te puede estar faltando en tu intimidad con Dios? La verdadera cuestión es, por supuesto, una cuestión espiritual. A veces la gente busca fantasías y actividades de distintos tipos en procura de llenar un hueco que tiene en su espíritu. ¿Qué es lo que en realidad necesitamos? ¿Qué pensamos que estamos buscando cuando miramos imágenes o perseguimos fantasías? Hagamos un inventario referido a dónde nos ubicamos con respecto a Dios en estos días. ¿Él es real para ti, 109


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es una presencia cotidiana en tu vida? ¿Qué lugar de tus pensamientos ocupa cuando llega la tentación? ¿Crees que él tiene poder para rescatarte? Jesús les enseñó a sus discípulos a orar: «Y no nos dejes caer en tentación,sino líbranos del maligno» (Mateo 6.13). Pídele a Dios que te conduzca a lugares y situaciones en los que no seas tentado. Recuerda que él está siempre allí, y nunca te dejará ni te desamparará. Visualiza su presencia durante los momentos de mayor prueba. Acércate a Dios, y él se acercará a ti. El mejor camino para alejarse a un dios falso es el que conduce hacia aquel que es verdadero.

ELEGIR A JESÚS:

Jesús es mi satisfacción A los ídolos no se los vence por quitarlos de en medio sino por reemplazarlos.

El dios del sexo nos prometió satisfacción, y sin embargo nos dejó solitarios y avergonzados. Nos tentó y nos atrajo distorsionando lo que había sido pensado como un don y una bendición. Lo hizo parecer como si no hubiera nada más satisfactorio que ese rápido alivio de las ansias físicas. Sin embargo, nada podría habernos hecho sentir más pequeños y más débiles; como si esos deseos definieran quiénes somos; como si fuéramos bestias del campo y nada más. Entonces fuimos a Jesús, que ofrece el mayor de los goces imaginables, mucho más grande y pleno que cualquier impulso físico. Pudimos notar por primera vez que la búsqueda del dios del sexo no tenía nada que ver con el amor. Porque reduce a las demás personas a meros objetos a ser usados para alcanzar nuestro placer personal. Pero

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el amor de Jesús encuentra su mayor satisfacción en el servicio y no en la utilización de los demás. Los enaltece. Los reafirma como hijos de Dios. Se conecta con ellos en cuerpo, alma, mente y espíritu, y no actúa simplemente como un instinto básico. Jesús es nuestra satisfacción. Lo que siempre hemos deseado es intimidad, y él nos la brinda. Cuando tenemos una relación de amor con él, comienza una luna de miel que no acaba. Cada día Cristo se vuelve más maravilloso para nosotros. No es que estemos dejando el sexo de lado. Por el contrario, asume una belleza y resonancia que nunca podríamos haber imaginado: lo opuesto a la vergüenza. Hemos sido diseñados de tal manera que el nivel de intimidad que alcanzamos con nuestro cónyuge se relaciona directamente con lo profunda que es la intimidad que tenemos con Cristo. La intimidad sexual, tal como Dios la ha diseñado, lleva la relación humana a un nivel totalmente nuevo debido a que dejamos de usarnos el uno al otro; nos deleitamos el uno en el otro. El dios del sexo nos deshumaniza; Cristo restaura nuestra integridad y nos convierte a los dos en una sola carne (que es mucho más que la suma de nuestras partes) cuando lo buscamos juntos. El dios del sexo ofrece un gozo falso que se torna más esquivo con el paso del tiempo, nos vuelve aun más difícil de satisfacer, y nos acerca cada vez más a una sensación de vacío. Pero el amor de Cristo solo nos lleva a abrirnos a un gozo más profundo, que se vuelve cada vez mejor. El placer sexual, visualizado correctamente, es un rico don que nos muestra cuánto nos ama Dios. Pero el éxtasis que produce es solo un anticipo de la gloria divina, un asomo del placer eterno de conocer, amar y servir a Cristo. Él es nuestra verdadera satisfacción.

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capítulo 7

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A ver si puedes imaginar esto: La gente llega a la iglesia horas antes del comienzo del culto. Los domingos por la mañana las personas no solo programan un reloj despertador para asegurarse de despertar a tiempo, sino que programan un reloj de apoyo para el primer reloj. Arreglan sus horarios para asegurarse de no perder los encuentros de adoración. Durante toda la semana hablan acerca de lo sucedido el domingo anterior, mientras crece el entusiasmo por el siguiente servicio de la iglesia. En la radio hay programas de debates dedicados a repasar el encuentro de la semana anterior y analizar el próximo. Hasta existe un programa televisivo llamado «Centro Eclesial» que pasa videos de las actividades más destacadas de la iglesia que hayan tenido lugar durante ese día en toda la nación. Cuando llega el domingo, los miembros comienzan a cargar las cosas en sus camionetas, en sus vehículos todoterreno y en sus automóviles horas antes de que comience el servicio. «Apresúrense», dice el papá en un tono ansioso. «Estamos atrasados otra vez». «Son las 6 de la mañana», dice la mamá. «El culto de la iglesia comienza dentro de cinco horas». «La última vez salimos a esta hora tuvimos que estacionar a cuatro kilómetros y medio del templo y sentarnos en la platea alta. Deseo algún día poder sentarme en la primera fila. Pero uno tendría que acampar en el jardín de la iglesia para tener esa chance». 113


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Rumbo a la iglesia, los caminos se encuentran muy congestionados, sin que importe lo temprano que se salga. En la iglesia hay vehículos estacionados hasta donde se alcanza a ver, y las personas están afuera esperando poder entrar. Algunos han traído manjares elaborados, han aparecido con parrillas portátiles y sillas de jardín en el estacionamiento de la iglesia. Algunos tienen monitores de televisión y placas satelitales para poder captar noticias de último momento sobre otros servicios de adoración mientras esperan por el propio. El clima es bueno hoy, aunque eso no importa. Aun en lo más frío del invierno la cantidad de gente sería igualmente numerosa. Las masas comienzan a llenar la capilla; se saludan con gran pasión y entusiasmo. Una vez que empieza el servicio, todos se ponen en pie (aunque en realidad nunca se han sentado). Por supuesto, un grupo de muchachitos está ubicado en la primera fila. Probablemente hayan estado allí desde el viernes por la noche. No llevan puestas camisas, y cada uno tiene una letra adherida al pecho. Juntos forman la frase PÓNGANSE AL DÍA CON LOS DIEZMOS. Aparentemente ha corrido el rumor de que el pastor va a enseñar acerca de la mayordomía bíblica y de adorar a Dios con nuestro dinero. Todos quedan encendidos por el sermón acerca del dar. Es de lo más destacado del año. Luego de varias horas, la gente comienza a mirar el reloj. Todos piensan lo mismo: «¡Espero que el sermón dure un tiempo extra!»

La iglesia que construyó Peyton Estoy seguro de que están captando el punto. Que no es tan sutil después de todo. La escena antes descrita parece bastante más que loca, pero si retiramos el concepto de iglesia y lo trasladamos al fútbol, entonces nos resultará perfectamente comprensible. Pocos años atrás, mi hija más pequeña no quería otra cosa que ir a un partido de fútbol americano de los Colts, en Indianapolis. Eso fue lo único que pidió para Navidad. Ese año, como regalo principal 114


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recibió un par de entradas para ver a los Colts, envueltas en una camiseta del equipo con el nombre del jugador Peyton Manning. Dado que solo tenía diez años en ese momento, alguien tenía que llevarla y yo estaba dispuesto a hacer el sacrificio. La verdad es que soy un tremendo fanático de los deportes, y ella sinceramente expresaba su devoción por la NFL (National Football League). El partido se jugaba el domingo por la tarde, pero nosotros nos trasladamos en automóvil hasta la ciudad el sábado, para asegurarnos de llegar al estadio con bastante anticipación. Nos despertamos temprano el domingo y fuimos a una iglesia local. Mi hija me rogó que le permitiera llevar puesta su camiseta con el nombre de Peyton Manning al servicio de adoración, pero yo le dije que la gente no iba a la iglesia vestida con esa indumentaria de los Colts. Nunca en mi vida estuve más equivocado. Nos sentamos en la parte de atrás, frente a un mar de azules. Había treinta y siete personas que llevaban puestas camisetas con el nombre de Peyton Manning. Ella las contó. Dos de las personas hasta tenían sus caras pintadas. Pocas horas después yo estaba sentado en medio de ochenta mil fanáticos en el estadio Lucas Oil Stadium, y sí, llevaba la cara pintada. Ambos gritamos alentando hasta perder la voz. Quedó como un gran recuerdo, como algo fabuloso. Pero en el camino a casa, cuando mi exhausta hija se durmió, yo no podía dejar de pensar sobre que, en realidad, había asistido a dos servicios de adoración ese día. La pregunta que me hacía era: ¿cuál de los dos me había apasionado más? No sería difícil establecer la premisa de que nuestra obsesión cultural por el entretenimiento se ha vuelto en esencia una religión sustituta. Pero mantengámonos específicamente dentro de los deportes por un momento. Charles S. Prebish, profesor de estudios religiosos en la Universidad Estatal de Pensilvania, no cree que nuestra pasión por los deportes se parezca a una religión. Directamente dice que lo es, y señala que se trata de «la nueva religión de los norteamericanos, la que más crece; y se distancia por mucho de la que ocupa el segundo lugar».12 115


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Sus templos son los grandes estadios que constituyen tierra sagrada para muchos, sitios para el peregrinaje del fin de semana. Sus sacerdotes están en las etiquetas. Sus dioses llevan el nombre escrito en la espalda de sus camisetas. Su liturgia consiste en los cantos de sus fanáticos y en sus sacrificios de inmensas sumas de dinero que pagan por los boletos y la vestimenta relacionada con los equipos. Pero el dios del balón de cuero no es la única deidad relacionada con el entretenimiento. ¿Qué de las celebridades internacionales y de la infinita atención que la gente dedica a las actividades del mundo del espectáculo y a las parejas que se conforman dentro de ese mundo? Hay celebridades que se han hecho famosas como estrellas de cine, de la televisión o de la música. Y luego hay otros que son famosos simplemente porque son famosos. Algunos fanáticos se sienten cautivados por la vida diaria de Kim Kardashian (empresaria, modelo y actriz norteamericana), o por los últimos avatares de la vida de Lindsey Lohan. Las publicaciones que traen noticias sobre las celebridades, con fotografías de esas personas haciendo cosas como ir a un almacén de alimentos o sacar a pasear a su perro, con frecuencia son las que predominan en los exhibidores de revistas. Lo que resulta tan atractivo no son las cosas que hacen sino las personas que son.

Aficionados a los videojuegos Si conocen a algunos adolescentes, podrán comprender que el dios de los videojuegos está en ascenso. Algunos aficionados pueden pasar varios días inmersos en mundos virtuales definidos por los píxeles de la computadora, perdiendo su verdadera identidad para asumir la personalidad de los elfos o de los guerreros ninjas. Me estremece pensar cuántas horas he invertido intentando derribar extrañas chozas sobre las que emiten chillidos los Angry Birds. Algunos entusiastas, conocidos como los «jugadores extremos», dedican cuarenta y ocho horas por semana a estar frente a 116


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un monitor, y solo dejan la pantalla de mala gana para ir al baño o a buscar otra bebida energizante. Casi uno de cada diez niños y jovencitos, entre las edades de ocho y dieciocho años, podrían ser clasificados como clínicamente adictos a los videojuegos.13 Sus mentes han sido configuradas de modo que necesitan cada vez más el estímulo especial del juego y liberan la suficiente dopamina inductora del placer como para atrapar al jugador. Se ha descrito a un adicto a los videojuegos de quince años señalando que presenta «todas las características de un adicto a la heroína. No tenemos ante nosotros a alguien que se coloque una aguja en el brazo para fliparse, pero podemos apreciar todo el daño colateral que delata a un adicto a la heroína: retracción de su familia, retracción de los amigos, mentiras para encubrir la adicción. Alguien que podría hacer cualquier cosa».14 ¿Y qué de la cantidad de tiempo que pasamos en las redes sociales como Facebook? John Piper lo dice de esta manera: «Uno de los grandes usos que tendrán Twitter y Facebook será probar en el Día Final que la falta de oración no se debió a falta de tiempo».* Dios el Señor a menudo ha salido perdiendo cuando compite con los dioses del entretenimiento por nuestro tiempo y atención. Les cuento acerca del momento en que me convencí de que teníamos un problema. Pocos años atrás, uno de mis amigos viajó a la India en un viaje misionero. Al regresar, estaba entusiasmado por mostrarme las fotografías y contarme acerca de su viaje. Siempre resulta interesante ver algo de la vida cotidiana de personas de otras culturas. Mi amigo tenía una foto de lo que en esencia constituía la sala de estar de un hogar de la India. En el lugar central, ubicado sobre la repisa de la chimenea, se destacaba el grabado de un ídolo. Mi amigo señaló que todos los asientos en ese cuarto habían sido cuidadosamente colocados de manera que miraran hacia el ídolo. Sacudí la cabeza con tristeza ante la perspectiva de una familia que tenía un dios falso en el centro mismo de su mundo. Unas pocas horas después llegué a la puerta de mi casa, entré y me senté * Así es, él lo twiteo en: twitter.com/johnpiper.

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en mi sillón. Tomé el control remoto, encendí el televisor, y me recliné en el asiento. De pronto me di cuenta. Mis ojos pasearon lentamente por el cuarto y, con certeza, cada asiento en nuestro salón se había posicionado cuidadosamente enfrentando esa pantalla plana de cincuenta pulgadas ubicada sobre la repisa de mi chimenea. No me malinterpreten, no estoy en contra del entretenimiento. Simplemente me pregunto si he pasado de ver televisión a adorar a ese aparato. Tal vez ustedes se pregunten: ¿Adorar? ¿En verdad? ¿No te estás dejando llevar un poco? Bueno, consideremos que un norteamericano promedio mira más de cuatro horas y media de televisión por día. En un hogar tipo, en Estados Unidos, ese aparato está encendido durante más de ocho horas y ofrece más de cien canales. En las oficinas, cuando las personas se reúnen en torno al dispensador de agua, ¿por qué temas se deslizan las conversaciones? ¿Haciendo qué cosas pasa más tiempo tu familia junta? Durante años, la televisión ha sido la respuesta a estas preguntas. Nuestros propios falsos dioses tienden a resultarnos invisibles; probablemente yo pueda ver los tuyos, pero fallaré en cuanto a detectar los míos. Te doy una clave: descubre en torno a qué están dispuestas las sillas de tu corazón. ¿Alrededor de qué orbita todo en tu vida? ¿Cuáles son las fechas reservadas en tu calendario y las cosas que aparecen como esenciales dentro de tu presupuesto? Algunas familias les han levantado santuarios a sus equipos de fútbol: cuartos adornados con los colores del equipo de la escuela, dedicados a enmarcar recuerdos y souvenirs de distintas competencias. Otros tienen espacios dominados por imágenes de Elvis Presley, o cubiertos por una colección de trenes eléctricos, o por tarjetas de béisbol, y hasta por estatuillas de porcelana de Hummel. El punto que quiero señalar es que tal vez sacudamos la cabeza con tristeza pensando en la familia de la India, pero al menos deberíamos considerar la posibilidad de que nosotros también tengamos santuarios propios en casa. 118


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Y ahora las buenas noticias Bien. Necesito apretar el botón de pausa a estas alturas, porque me temo que esto comience a sonar un poco legalista. No intento construir una torre de reglas sobre el tema, ni decir que el entretenimiento sea algo maligno. Lejos de eso. Al igual que la comida y el sexo, el entretenimiento es un don de Dios, algo que puede ser bueno hasta que nosotros lo convertimos en un dios. Después de todo, ¿cómo puede uno no entretenerse con la creación de Dios? ¿Cómo evitar llegar a la conclusión de que el Señor mismo se entretuvo al ensamblar el mundo, las estrellas y las galaxias? ¿Cómo pensamos que desea el Señor que respondamos ante un arco iris, una cadena de montañas o una playa a orillas del mar? Él no nos ha dado tan solo un lugar funcional y austero en el que vivir; nos ha brindado un planeta lleno de maravillas. ¿Y que esperaba Dios que la gente hiciera el séptimo día de reposo que él había ordenado guardar? No podemos dormir veinticuatro horas. El entretenimiento puede ser un descanso para la mente y las emociones. ¿Cómo crees que esperaba él que reaccionáramos ante la dignidad del pingüino, o ante la presencia de un gatito juguetón, o frente a un perro que insiste en que vez tras vez le arrojemos un palo? Si entretenerse está mal, ¿por qué hizo Dios que la nieve fuera tan divertida? ¿Por qué la gente de cualquier cultura humana tiene la habilidad de reír y de divertirse? Él es un Dios de gozo, y desea que nosotros conozcamos ese gozo. Él «nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos» (1 Timoteo 6.17). Y pensemos en Jesús, que enseñó a través de historias y de fragmentos divertidos de la vida. La historia del hijo pródigo con frecuencia ha sido considerada como la mejor historia corta que jamás se haya contado. Las parábolas eran poderosas para enseñar porque resultaban muy entretenidas. ¿Entonces cuál es el problema con el entretenimiento? Salomón, una de las figuras más grandes del Antiguo Testamento, encontró la respuesta a esa pregunta. Él fue tras la diversión incansablemente en busca de placer. 119


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La perseguía afanosa y decididamente. Él era el rey de Israel, e hijo del rey David. El libro de Eclesiastés, en el Antiguo Testamento, constituye básicamente un diario que el llevaba mientras iba tras el placer. En una de sus primeras anotaciones, escribió: «Me dije entonces: “Vamos, pues, haré la prueba con los placeres y me daré la gran vida”» (Eclesiastés 2.1). Salomón contaba con una riqueza y poder increíbles, y no reparaba en gastos con tal de entretenerse. Comenzó con la risa. Sintonizó el canal de las comedias y contrató al Jerry Seinfeld de sus días como bufón de la corte. Pero pronto llegó a la conclusión de que eso no tenía sentido. No había alegría duradera en ello. Intentó llevar una vida fiestera, pero pronto descubrió el vacío que eso le producía. Se entretuvo encarando grandes proyectos. Construyó casas, plantó viñedos y creó parques. Era un hombre en el que abundaban las disciplinas y los intereses, y él intentó descubrir cuál, si acaso alguno, podía llenar el vacío de su alma. Y tuvo los lujos de todas estas experiencias porque era inmensamente rico. Tenía sirvientes, mayordomos, mucamas, choferes, terapistas expertas en masajes, asistentes de compras, y hasta entretenimiento en vivo de continuo. Eclesiastés 2.8 nos dice que hasta reunió un coro de hombres y mujeres; y, por supuesto, contaba con un harem. La mayoría de las personas ha oído acerca de su harem: estaba formado por todas sus esposas y concubinas. Había mujeres de cada nación, comidas de todas las culturas, libros de sabiduría de todas las civilizaciones. Salomón no dejó nada librado al azar. ¡Iba a lograr alcanzar el placer aunque eso lo matara! ¿Y cómo terminó la cosa? Con su exclamación: «Lo más absurdo de lo absurdo... lo más absurdo de lo absurdo, ¡todo es un absurdo!» (Eclesiastés 1.2). En particular, no había nada errado con el entretenimiento (salvo 999 de sus mujeres). Entonces, ¿dónde radicaba el problema de Salomón? En que él intentaba convertir el entretenimiento en lo que no era. Buscaba el sentido de la vida en la diversión, procuraba descubrir el acontecimiento principal en lo que era apenas una atracción secundaria. 120


el dios del entretenimiento

Alerta de historia estropeada Salomón nos dio aviso acerca del lugar al que nos conducirá finalmente la búsqueda del placer. Ya hemos considerado antes la táctica de que nos metan gato por liebre en los templos de los dioses. Nos ofrecen el cielo y nos dan un barrial. La comida termina produciendo un hambre insaciable; el sexo se convierte en vergüenza; el entretenimiento se transforma en un aburrimiento inquietante. ¿Alguna vez nos hemos preguntado por qué tanta gente está aburrida hoy, en una era de maravillas tecnológicas, que cuenta con más de doscientos canales de televisión? La escritora científica Winifred Gallagher cree que el aburrimiento es básicamente un problema que se remonta a poco tiempo atrás, y que no se encuentra en muchas otras culturas. Ella menciona a un erudito occidental que vivió durante años entre los habitantes del bosque en África, desarrollando fluidez en el uso de su idioma. Él procuró por años encontrar un equivalente a la palabra aburrimiento en el lenguaje de ellos, pero encontró una desconexión allí: no podían entender el concepto. Lo más cerca que llegaron fue a la idea de cansados. Nuestra palabra aburrimiento no apareció en el idioma inglés hasta la era industrial. Sí, por el tiempo en que el entretenimiento moderno comenzó a desarrollarse.15 Y sin embargo la palabra amusement (en inglés; se traduce diversión en castellano) proviene de la esfera de la adoración. Amusement tiene su raíz en la palabra muse (musa en castellano). Las musas eran las diosas griegas de las que se decía que inspiraban los grandes escritos, la ciencia y los logros artísticos. Eran diosas de la reflexión. Cuando a una palabra se le agrega el prefijo a, da la idea de algo «faltante». Así que amusement sería la falta de inspiración, la falta de reflexión.16 Vamos en busca de la diversión porque no deseamos pensar. ¿No has andado dando vueltas alguna vez por la sala luego de un día difícil, solo deseando vegetar o ver algo que no requiera pensar? Eso está bien hasta cierto punto. Pero no pasemos por alto esta verdad: en lugar de inspirarnos en medio de una existencia apática y aburrida, el dios del entretenimiento nos vuelve cada vez más así. ¿Alguna vez has pasado por un momento similar al de Salomón en el que miraste cuatro «reality shows» al hilo, o pasaste por cientos 121


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de canales para concluir que «¡no hay nada que se pueda ver!»? Lo que realmente quieres decir es: «¡Sin sentido, todo sin sentido! ¡Completamente sin sentido!». En lugar de entretenernos, cada vez más llegamos a lo opuesto: el aburrimiento.

Correr tras el viento Salomón iba tras el placer y el entretenimiento y esta es su conclusión: «He observado todo cuanto se hace en esta vida, y todo ello es absurdo, ¡es correr tras el viento!» (Eclesiastés 1.14). Apoya este libro en algún lado, sal afuera, y tómate tres minutos para correr tras el viento. ¿Estás de vuelta? ¿Cómo te fue? ¿Que experiencia te ha quedado para mostrar? Unos pocos años atrás Neil Postman escribió un libro titulado Amusing Ourselves to Death [Divertirnos a muerte]. Él argumentaba que la cultura popular está entonteciendo nuestro mundo a un ritmo sorprendentemente rápido. Su título logró captar el poder que ejerce el dios del entretenimiento. Nos promete vida, pero nos va quitando la vida de a media hora por vez a través de los capítulos de las comedias cortas. Salomón iba tras el placer y el entretenimiento y concluyó que todo eso era absurdo, sin sentido. Pero además, nos señaló algunos síntomas más específicos: « Generación va, generación viene, mas la tierra siempre es la misma. Sale el sol, se pone el sol, y afanoso vuelve a su punto de origen para de allí volver a salir. Dirigiéndose al sur, o girando hacia el norte, sin cesar va girando el viento para de nuevo volver a girar. Todos los ríos van a dar al mar, pero el mar jamás se sacia. A su punto de origen vuelven los ríos, para de allí volver a fluir. Todas las cosas hastían más de lo que es posible expresar. Ni se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír» (Eclesiastés 1.4–8). Salomón parece decir: «Esto simplemente me desgasta. Uno trabaja duro, ¿y qué tiene para mostrar? Lo digo en verdad». Utiliza la imagen de la rotación de la tierra y los patrones climáticos

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para ejemplificar la forma en que se siente con respecto a la vida. Es como estar dando vueltas en círculos. Salomón escribió esas palabras antes de que hubiese Internet, iPods y televisión satelital. Nunca en toda la historia de la humanidad ha habido tanto entretenimiento y tan poca satisfacción. Veintinueve veces en su libro Salomón presenta una expresión particular e interesante que define los parámetros de su búsqueda: «bajo el sol». Él ha buscado en todas partes debajo del sol. Ha visto muchas cosas debajo del sol. No ha encontrado significado alguno bajo el sol. No es de sorprenderse que esté cansado y frustrado. Su mirada enfoca muy abajo; sus parámetros son demasiado angostos. Lo que él busca está allí, pero no debajo del sol. C. S. Lewis ha logrado plasmarlo de este modo: «Las criaturas no nacen con deseos a menos que la satisfacción a esos deseos exista. Un bebé siente hambre... bueno, contamos con algo llamado alimento. Un pato desea nadar; existe algo conocido como agua». Y continúa diciendo: «Si descubro en mí un deseo que ninguna experiencia de este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que yo haya sido hecho para otro mundo. Si ninguno de mis placeres terrenales satisface aquel deseo, eso no prueba que el universo sea un fraude. Probablemente nunca fuera la intención que los placeres terrenales lo satisficieran, sino que solo lo despertaran para insinuarnos algo acerca de lo verdadero».17 Al fin y al cabo, los dioses del placer no pueden satisfacer nuestros deseos. Finalmente llegamos a descubrir que lo que necesitamos no se puede alcanzar a través del estómago, de la sexualidad o de la diversión. Deseamos el gozo puro y no adulterado, y el sendero final nos conduce a Dios mismo. Al acabar su diario,

Salomón llega a esta conclusión: «El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre» (Eclesiastés 12.13).

Fuimos hechos para Dios, y hasta que él se convierta en nuestro gran placer, todos los otros placeres de la vida nos conducirán a un vacío. Agustín lo expresó en su oración de hace casi quince

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siglos: «Nuestro corazón está inquieto hasta que encuentre el descanso en ti». A mediados del pasado siglo, A. W. Tozer escribió acerca del corazón inquieto en un ensayo titulado «The Great God Entertainment» [El gran entretenimiento de Dios]. Él decía que cuánto más vibrante fuera nuestra vida interior, menos necesitaríamos de lo de afuera. O sea que cuanto más activos estuviéramos, en nuestra mente y en nuestro espíritu, menos precisaríamos recurrir a los medios externos y a otros aportes. Usando eso como medida, señaló: «El excesivo apego actual a toda forma de entretenimiento resulta una evidencia clara de que la vida interior del hombre moderno está en severa decadencia».18 ¡Y eso fue en la década de 1950! Prefiero no saber cuál sería su opinión sobre esta generación. Hay espacio en la vida para relajarse a través de diversas formas de esparcimiento, incluyendo deportes, televisión, películas, música y juegos. Pero la pregunta es: ¿buscamos llenar el vacío espiritual que tenemos adentro con entretenimientos vacíos, o será que los entretenimientos vacíos son los que nos producen ese vacío? Imagino que debe ser como el caso del huevo y la gallina. Pero existen muchas pruebas de que nuestra creciente dependencia de los destellos y el glamour del entretenimiento, nos ciega para no buscar un placer más calmo y verdadero.

Apagar la llave de contacto ¿De qué manera aplastamos a los ídolos? ¿Cómo los arrojamos fuera del trono de nuestro corazón? Con frecuencia es tan fácil como cerrar una llave de contacto. Nunca olvidaré la primera vez que fui a un culto en una iglesia en Haití. Algunos amigos que habían realizado viajes misioneros de este tipo me habían contado que los cultos de adoración duraban entre cuatro y seis horas. Me llamó la atención; quedé impresionado por semejante nivel de compromiso. Muchos predicadores de Estados Unidos nos dirían que si la reunión de la iglesia se prolonga por más de una hora se comenzará 124


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a perder gente. Además sienten la presión de asegurarse que durante esa hora abunden las canciones y las danzas, y puedan contar con contenido multimedial que ayude a mantener la atención. Así que cuando llegué a Haití, le mencioné al pastor haitiano local las diferencias de duración que existían entre nuestros cultos. Le dije: «¿Qué hay en el pueblo haitiano que lo lleva a adorar en la iglesia durante tantas horas?» Eso era un misterio para mí, y esperaba que me diera una respuesta profunda que redefiniera mi eclesiología. Me respondió así. Se rió y dijo: «En Haití no tenemos nada más que hacer». Me reí, pero casi inmediatamente me sacudió el peso de su respuesta. No contaban con televisores, radios, teléfonos, computadoras, teatros: Dios el Señor no tenía mucha competencia. Y entonces me di cuenta de la implicancia de aquello. ¿Qué tal si te «volvieras haitiano» por una o dos semanas? ¿Qué tal si hicieras un ayuno de medios, más allá de los requerimientos de tu trabajo? ¿Puedo desafiarte a que elimines a los competidores de Dios solo para hacer una prueba y ver qué sucede? Apaga el televisor. Cierra la sesión de Facebook. Deja de lado la música. Desenchufa la consola de los juegos. Vuelve tu mirada al Señor.

Documento de identidad de un ídolo ¿Cuáles son tus formas de entretenimiento favoritas? Dedica algún tiempo a pensar sobre tu dieta de esparcimiento. ¿Está llena de «comida chatarra» cultural, o miras películas de alta calidad, lees libros bien escritos, escuchas música edificante, y buscas señales televisivas inteligentes?

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¿Qué cosas son las que absorben la mayor parte de tu tiempo? Y dada tu respuesta, ¿qué perspectiva muestran tus elecciones en cuanto a quién eres tú en realidad?

¿Qué formas de entretenimiento han influido más sobre la perspectiva que tienes del mundo? ¿Qué obras culturales o de la cultura popular han tenido más influencia sobre ti? ¿Por qué? ¿Cuándo y dónde has mostrado mayor pasión y entusiasmo? Por ejemplo, aquellos que asisten a conciertos de rock tienden a mostrar altos niveles de emoción a medida que se van presentando los diversos temas. Los entusiastas de los deportes gritan, cantan, y hasta crean descontrol (no solo en Estados Unidos, sino a través de todo el mundo en eventos tales como la Copa del Mundo). ¿A qué sitios has estado más ligado emocionalmente? ¿Cómo compararías eso a una experiencia de adoración? ¿Qué tipo de medios de entretenimiento consideras más adictivos? Mucha gente simplemente se engancha con Internet, y pasa horas y horas navegando en distintos sitios web, conectada a Facebook, o en busca de otras distintas oportunidades que se le presenten online. Otros son adictos a las telenovelas diarias o a los reality shows. Algunas personas no soportan estar sin sus celulares o sus iPods. El entretenimiento puede volverse tan adictivo como la comida, el alcohol, o cualquier otra cosa. ¿Si te encontraras abandonado en una isla desierta, qué formas de entretenimiento extrañarías más? Dicho de otra manera, ¿qué medio te resistirías a resignar aquí y ahora? Si no pudieras soportar pasar sin uno de ellos, ¿qué sugeriría eso con respecto al lugar que ocupa en tu vida? 126


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ELEGIR A JESÚS:

Jesús es mi pasión A los ídolos no se los vence por quitarlos de en medio sino por reemplazarlos.

El dios del entretenimiento nos ha prometido un circo. Y en nuestro mundo adulto, que puede ser gris y opaco, lleno de obligaciones y responsabilidades, eso tal vez suene muy bien. Andamos buscando atracciones, sorpresas y diversión que nos creen un sentido de asombro. Tal vez lo encontremos en la música, en películas, en juegos, o en los deportes. El dios del entretenimiento nos los ofrece personalmente, como un charlatán de feria: «¡Pasen, adelante! ¡Sorpréndanse, diviértanse! ¡Vamos! ¡Vengan todos!». Pero finalmente la música nos resulta chata, las películas predecibles, y los juegos manipulados o arreglados. El circo se va del pueblo y nosotros esperamos con impaciencia que otro tome su lugar. Entonces encontramos nuestra pasión en Jesús. Si no lo has experimentado por ti mismo, creo que te puede sonar ridículo: ¿cómo puede ser que un polvoriento personaje de la Biblia compita con películas en las que se ha invertido mucho dinero, o con juegos cargados de acción, o con melodías conmovedoras? Pero una vez que conoces a Jesús y lo sigues apasionadamente, te parece ridículo pensar que se pueda encontrar lo deseado en una pantalla de cine, en un sitio web o en una lista de juegos. Jesús dijo en Juan 10.10: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia».

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tercera par te

el templo del poder



capítulo 8

el dios del éxito

Cuando la gente mencionaba a Chuck Bentley, siempre iba asociado con la palabra resuelto. Parecía que él había nacido ambicioso. Al terminar la escuela, ya estaba listo para buscar fortuna en el mundo. Pensaba: «¿Cómo puedo hacerme un nombre? Haré todo lo necesario para ser exitoso». Entendía que los negocios hacían andar al mundo. Los negocios lo impulsaban todo. Sin embargo, había algo que impulsaba a los mismos negocios. Se lo conocía como Internet. Era la década de 1990, época de explosión del ciberespacio. La web se había constituido en la nueva fiebre del oro californiana. Así que Chuck cargó sus camionetas y se dirigió al oeste. Dio inicio a una compañía llamada OfficeExchange. La construyó en torno al futuro de Internet, y a partir de allí todo fueron luces verdes y dólares. Los inversores buscaban nuevos emprendimientos por Internet con una actitud cercana a la histeria, y a Chuck no le llevó sino un par de semanas poder reunir más de un millón de dólares para levantar su compañía y ponerla en funcionamiento. Era un hombre joven con el capital accionario de un fundador, con opciones, beneficios y un futuro amplio y profundo. Un foro empresarial de Silicon consideró la idea puesta en marcha por Chuck como una de las mejores sesenta compañías en gestación del mundo. Seis meses después del lanzamiento, presentaba su idea ante mil quinientos inversores de capital de riesgo.

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¡Qué carrera! En tanto que la mayoría de sus amigos iban en persecución del dinero, Chuck sabía que era el dinero el que lo perseguía a él. Se reclinó hacia atrás en su asiento para recuperar aliento y pensó: yo soy el próximo Amazon.com. Soy el próximo eBay. Lo que él sentía en realidad no tenía que ver con el dinero; era casi cómica la facilidad con la que le había llegado la financiación. El dinero era solo una forma de sumar puntos. Chuck estaba embriagado con algo más grande: el éxito. Él iba a sobresalir. Iba a hacerse un nombre (como Yahoo, como AOL), hasta ser una marca emblemática, un sinónimo de la era punto.com. El despliegue publicitario funcionaba como una dosis de heroína. Necesitaba su cuota diaria. Tirado sobre la cama, al final de un día de dieciséis horas, le decía a su esposa Ann: «Si saliéramos como una sociedad anónima con acciones a diez dólares, me volvería multimillonario. ¿Puedes imaginarlo?» Ann no tenía mucho que decir, y eso desconcertaba a Chuck. Ella no estaba ni cercanamente tan entusiasmada con todo eso como él. «No te preocupes pensando que esto me va a cambiar», le dijo. «Siempre seré humilde. Escucha, si obtenemos cien por cada acción, voy a comprar una o dos franquicias de equipamiento deportivo; como para darle a nuestro dinero algo que hacer, ¿no te parece?». Ann no se sentía muy cómoda con toda esa fanfarronería. Su marido definitivamente parecía estar cambiando. ¿En qué se estaba convirtiendo? Era un poco atemorizante. Trabajaba la mayor parte de las horas en que estaba despierto los siete días de la semana. Se sentía absolutamente motivado por la IPO (oferta pública inicial de acciones) y por ver cómo evolucionaría la cosa. Cuando estaba en casa, no lo estaba en realidad. Sus ojos mostraban a un hombre distante, en algún otro lugar, o en diferentes otros lugares; un hombre que le echaba miradas furtivas al teléfono y se mantenía revisando sus e-mails como si se tratara de una comezón y no pudiera evitar rascarse. Algo poderoso le había robado el marido a Ann. Lo extraño era que se lo viera tan iluminado por todo eso. Como si se tratase de un nuevo tipo de droga. Cualquier observador diría que él se sentía feliz, motivado, montado en la cresta de la ola de la adrenalina. 132


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Excepto que no era... bueno, no era Chuck. Ella lo sabía; los niños lo sabían. ¿Sería este el precio del éxito? ¿Tendría él que sacrificar a su familia y hasta a sí mismo en el altar del éxito?

El rey de la colina El dios del éxito no tiene problemas para encontrar seguidores. Es atractivo, convincente, carismático. Se introduce en nuestro mundo cotidiano (que se parece una carrera de locos) y nos muestra cómo puede llegar a ser la vida cuando logramos estar por encima de los demás. Y no es fácil ignorar lo que él vende. Nos ofrece el aplauso y la envidia de los demás, lo que hace que la vida se endulce. Este dios nos transmite un mensaje tan viejo como el jardín del Edén: «Tú puedes manejar todas las cosas. Es tu vida, así que, ¿por qué no conducir el volante? ¿Por qué no pisar el pedal a fondo y ver cuán rápido puedes aproximarte a la línea de llegada?» Juega con el problema más básico con el que lidia la humanidad: el impulso de hacer las cosas a nuestra manera, también conocido como orgullo. Los dioses del éxito tienen que ver con los logros personales, las recompensas que buscamos y conseguimos para nosotros mismos. ¿Va a ser buena nuestra vida? ¿Vamos a quedar satisfechos? Los dioses del éxito nos proporcionan todas las formas convenientes de alcanzar el puntaje: un título escrito a continuación de nuestro nombre, la cifra de nuestro salario, los metros cuadrados de nuestra nueva casa. Ponemos nuestra esperanza y encontramos nuestra identidad en aquello que el dios del éxito nos ofrece. Y de esa manera vamos trepando y aferrándonos al éxito en nuestro camino a la cima. ¿Alguna vez jugaste en la escuela primaria al rey de la colina? O tal vez lo llamaban el rey de la montaña. Cuando yo estaba en cuarto grado lo jugábamos todos los días durante los recreos. La cosa era así: todos los muchachos daban empellones y empujaban al suelo a los otros, y al sonar un silbato, aquel que quedaba encima de la pila era coronado rey. 133


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Mi impresión es que muchas escuelas prohíben hoy juegos como ese a causa de su descarnada brutalidad. A mí me encantaba ese juego. ¿Saben por qué? Porque yo era el invencible e indiscutido rey de la colina.* Disfrutaba de mi dominio como rey. Pero luego un día apareció un nuevo alumno en nuestra clase. Un alumno más grande y alto que yo y, lo peor de todo, ¡era una niña! Al principio no me preocupé. Pensé: ¿qué niña que se respete a sí misma querría jugar al rey de la colina? Pero no había calculado que esa chica fuera Bárbara.† Bárbara usaba botas vaqueras. Se burlaba de las niñas de nuestra clase que llevaban trenzas. Yo supe que estaba en problemas cuando, estando sentados en nuestra clase de arte, en su segundo día de clase, Bárbara comió pegamento. Había oído acerca de los que comían pegamento en otras escuelas, pero ese era mi primer encuentro con alguien así en la vida real. Por supuesto que en el recreo de ese día Bárbara quiso jugar al rey de la colina. En retrospectiva, creo que hubiera sido sensato tener una regla que dijera «no se permiten niñas». Yo afirmaría que no tener esa regla no fue por un descuido, porque no estábamos jugando a la reina de la colina, ni al jefe supremo de la colina de ambos géneros. Se trataba del rey de la colina. Estaba implícito. Igual que el baño de hombres. Un cartel que dijera que no se permitían chicas no era necesario porque por definición ya estaban excluidas. Me estoy yendo de tema. Intenté explicarle esto amablemente a Bárbara. Podríamos colgar esto en la pared, coserlo a un almohadón o publicarlo en Facebook: no hay forma de razonar con alguien que come pegamento. Bárbara frotó sus botas en el suelo y vino por mí. Cuando sonó el silbato ese día yo ya no era el rey. Había sido destronado por una chica. Todavía recuerdo la horrible sensación aquella. Durante el resto de mi cuarto grado me obsesioné maquinando complots para destronar a la malvada reina y reclamar mi justo lugar. Gracias a * Divulgación completa: en cuarto grado yo tenía el mismo tamaño que ahora y ya me afeitaba. † Hola, Bárbara; por si estás leyendo esto, te diré que hablo de otra Bárbara.

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Dios, Bárbara perdió interés en el juego y concentró su atención en acosar a los niños del parque infantil. He descubierto que el rey de la colina no es simplemente un juego de la infancia, sino que con frecuencia acaba siendo aquello que perseguimos en la vida: hacer lo que sea necesario para llegar a la cima. En Lucas 18 Jesús sostiene una conversación con un rey de la colina. Esta no es exactamente la forma en que se lo llama, pero se acerca bastante. Él es descripto con tres palabras: rico, joven,* y dirigente. Un hombre que tiene éxito, ha alcanzado logros, y los está acumulando. Que constituye la misma definición del éxito. No hay nada de malo en eso, a menos que esas sean las cosas para las que él vive. Lucas 18.18 dice: «Cierto dirigente le preguntó: —Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Prestemos atención a esa pregunta. En esencia, él quiere saber qué debe hacer para volverse exitoso. Es una buena pregunta para hacerle a Jesús. Pero, ¿notaste dónde coloca el énfasis? Él pregunta: «¿Qué tengo que hacer para heredar?» La palabra griega usada por heredar también podría ser traducida como «adquirir» o «ganar». Los verbos son muy reveladores, ¿no es verdad? Este hombre presupone que la vida eterna es algo que se puede obtener, algo que se puede agregar al currículo. Eso constituye una bandera roja que indica que el dios del éxito puede ser el rey de la colina en la vida de algunos. Mira las cosas y piensa: «Puedo apropiarme de eso». Para ese dirigente joven y rico, la salvación es un trofeo más, una recompensa que se puede ganar. Adorar a los dioses del éxito no tiene que ver simplemente con logros o medallas seculares. No es solo haber quedado atrapado en los títulos laborales y en el * El evangelio de Mateo lo describe específicamente de esta manera. Puede que les resulte difícil a algunos de ustedes escuchar esto, pero hablando desde la perspectiva bíblica, joven hace referencia a alguien de menos de cuarenta años. Por lo tanto, si tú tienes más de cuarenta, joven ya no es una palabra que la Biblia aplicaría en tu caso. Si todavía reivindicas ese adjetivo, no eres bíblico. Pido disculpas si tuviste que ponerte los bifocales para leer esta nota al pie.

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status social. De hecho, uno de los dioses del éxito más comunes es la adoración a las reglas religiosas. Ponemos nuestra confianza en nuestra habilidad para guardar las reglas. El dios del éxito te invita a salvarte a ti mismo en lugar de depender de que Jesús lo haga. Esta es una de las razones por las que creo que la gente que alcanza el mayor éxito con frecuencia es la que tiene mayor dificultad en convertirse en seguidora de Cristo. Ser un discípulo devoto significa que uno debe reconocer su propia incapacidad y su máxima necesidad: la necesidad de ser rescatado. No es fácil que una persona de éxito admita su necesidad de ayuda. Por esa razón Bill Maher, el comentarista televisivo, dice acerca de la crucifixión: «No la entiendo. El pensamiento de que alguien me limpie de mis pecados es ridículo. No necesito que nadie me limpie. Puedo limpiarme yo mismo». Es por esto que Warren Buffett, luego de donar el ochenta y cinco por ciento de sus cuarenta y cuatro mil millones de dólares a la caridad, señala: «Hay más de un camino para llegar al cielo, pero este es un camino fantástico». Seguro, sería un camino fantástico: solo ahorremos bastantes dólares, ganemos puntos, juntemos las solapas superiores de las cajas de cereales, las etiquetas de los envases de sopa, o los boletos de la pizzería Chuck E. Cheese para canjearlos en la puerta de oro. Eso puede tener sentido para nosotros, porque la vida tal como la conocemos tiene que ver con ganar cosas y hacerlo a nuestra manera. Si uno quiere algo, trabaja para conseguirlo. Uno paga por todo con sangre, sudor y lágrimas, y los sistemas económicos siempre se basan en obtener aquello por lo que se paga. En la mayoría de las vueltas que da la vida, ese resulta un buen sistema. Cuando se trata de la culpa, sin embargo, existe un problema: el pecado nos ha metido a todos nosotros en una deuda desesperada. Nunca llegaremos a ser lo suficientemente exitosos. No hay bastantes buenas obras o donaciones en el mundo que pueda comprarnos un gramo de la pureza que necesitamos. Así que en la economía de Dios, el éxito solo llega cuando nos declaramos en bancarrota espiritual. 136


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Volvamos al dirigente joven y rico. Él quiere saber qué tiene que hacer para ser exitoso, y Jesús le responde, con estas palabras: «Conoces los mandamientos, ¿verdad?» Es la respuesta que el hombre de éxito quiere. Se explaya diciendo que ha guardado todos los mandamientos desde que era un muchacho. Los mandamientos eran una lista a guardar, una lista de medallas al mérito que él se había dedicado a lograr. A través de trabajo duro y determinación, había guardado las reglas. Agreguemos una cuarta palabra, espiritual, para describir su éxito. Él era un dirigente rico, joven y espiritual. La Biblia nos dice que «Jesús lo miró con amor» (Marcos 10.21). Lo hizo aun cuando incluye esta observación: «Una sola cosa te falta». Y luego suelta la bomba. Jesús le dice que debe vender todas sus posesiones y dar el dinero a los pobres, y de esa manera acumular tesoros en los cielos. Me gustaría haber podido verle la cara a ese tipo cuando Jesús le manda vender todo lo que tiene. Imaginémonos a Gary Coleman de la serie Blanco y negro diciendo: «¿De qué estás hablando Willis?». Esa no es una prescripción estándar de Jesús. Se trata de una palabra particular para un individuo en especial. De hecho, en Lucas 19 Jesús no requiere lo mismo de Zaqueo, un cobrador de impuestos impío que se arrepiente. Entonces, ¿por qué Jesús se muestra tan duro aquí? Por esto: mira el corazón de ese hombre joven, exitoso y apasionado, bien vestido, vigoroso y bienintencionado, y ve que el Señor no está en el trono. Así que eso pone a Jesús en competencia directa con los trofeos que el hombre ha obtenido con su éxito. Le dice: «Tú eliges». El joven no puede hacerlo. « Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas» (Marcos 10.22). Decae su semblante. No parece haberse tomado mucho tiempo para meditar el asunto. Abruptamente da media vuelta y entristecido se aleja, semejante a un niño que en una feria se dirige al mejor de los juegos pero descubre que le va a costar todo el dinero que tiene. 137


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El dirigente joven y rico llega al punto de definirse a sí mismo por su éxito y sus logros, sea que se cuente en dinero efectivo o en mandamientos. Él sabe que no importa cuánto desee seguir a Jesús, hay un precio que no va a pagar; hay un dios al que no puede derrocar. Jesús exclama: «¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!» (Marcos 10.23). Puedo imaginar la tristeza en los ojos de Jesús al decirlo. Ama al joven que lo ha seguido con un brillo en los ojos y ahora se aleja abatido. Pero Jesús no lo persigue para decirle: «¡Oye, espera! ¿Te dije “todo”? No tienes que venderlo todo. Estoy seguro de que podemos llegar a algún tipo de acuerdo». Jesús no trata estas cosas como una negociación. Para algunas personas, la idea de pararse delante de Dios sin tener un currículo impresionante resulta algo impensable. Queremos mostrarle nuestros éxitos, probar nuestra valía. Pero para Dios el éxito es precisamente lo opuesto. Es estar dispuestos a alejarnos de todo ese asunto, de todos los logros y decir: «Nada de eso significa algo para mí, Señor. Lo coloco todo delante de ti; tú y solo tú eres mi éxito».

Análisis del costo Chuck, el nuevo magnate de Internet no podía entender de dónde había salido su esposa. ¿Qué le pasaba a Ann? Al igual que muchos otros individuos, él había sido programado para ser un proveedor. Su tarea era alimentar y proteger a su esposa e hijos. Y de la manera en que él lo veía, en lo referido a eso estaba logrando un jonrón, con las bases llenas. Iba camino a tener mansiones, automóviles veloces, vacaciones en Europa y las mejores escuelas privadas para sus hijos. ¿Qué era lo que no le gustaba? Ann sentía que estaba bien que el mostrara ese fuerte impulso, hasta que eso comenzó a meter una cuña dentro de la unidad familiar. «Tus hijos realmente ya no te ven más», le dijo ella. «Ni siquiera yo te veo. ¿Vale la pena esa clase de sacrificio?».

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Ella le habló acerca de sus metas espirituales. Él pensó al respecto y tuvo que admitir que no se había fijado ninguna meta específica. Por otro lado, él y Dios tenían un trato. Si Dios le daba a Chuck un éxito enorme, entonces él le daría a Dios toda la gloria. Le parecía un intercambio bastante justo. Sin embargo, algo muy dentro de él lo inquietaba y le decía que estaba perdiendo el rumbo. Por ese tiempo mantuvo una conversación con un amigo en la que surgió el tema de las metas. Este le dijo: «Creo que la gente que tiene metas es la que llega a algo en la vida». Chuck estuvo de acuerdo. Señaló que él también era un hombre de metas, y le preguntó a su amigo cuáles eran las suyas. Él le respondió: «Hay que escribirlas. No son reales si no las escribes». Abrió su cartera, sacó una lista y comenzó a leerla. Una de las metas era tener un reloj Rolex presidencial. «Voy a conseguir eso antes de fin de año», dijo, «y también sé lo que me va a costar». «¿Cuánto?». Chuck imaginó que escucharía una cifra en dólares. «Menos tiempo con mi familia», le respondió su amigo, como si tal cosa. «Ese es el precio para mí. Va a demandar más noches, más fines de semana, más trabajo». Tan simple como eso. Y regresó a su lista. «Quiero ser miembro del club de campo más exclusivo», dijo. «Eso me costará abandonar algunos hobbies y dejar de lado una de las vacaciones de la familia al año». El amigo de Chuck hablaba con naturalidad, hasta casi contento con los precios que tendría que pagar. Estaba más que dispuesto a realizar esos sacrificios. Había recorrido un largo trecho por el camino que ahora descubría Chuck que él mismo estaba transitando. Chuck repasó sus metas personales. Realmente no eran tan diferentes, más allá del hecho de que él no había sido tan descarnadamente sincero con respecto a calcular el costo. Muy profundamente se preguntaba: «¿Por qué todo tiene que ver con dinero, prestigio y fama? En verdad, ¿qué es lo que estoy sacrificando por lograr esas cosas? ¿Donde entra Dios en todo esto?».

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Trató de aquietar su convicción y se dijo: Dios y yo tenemos un trato. Yo obtengo el éxito y él se lleva el crédito. Pero comenzaba a ver una fisura en su pensamiento. Tal vez Dios no estuviera contento con el hecho de llegar más tarde y solo recibir una reverencia; tal vez él deseara estar en la mente y el corazón de Chuck ahora. Tal vez Dios quisiera ser un socio mayoritario y no un simple inversor. L a tele y los adolescentes En 2011, un equipo de psicólogos de la universidad UCLA estudió los valores que mostraban los personajes televisivos de los programas más populares entre los preadolescentes a través de los años. Por ejemplo, Andy Griffith y Lucy en los años sesenta; los personajes de Happy Days, Laverne y Shirley en los setenta; y los de American Idol y Hannah Montana en épocas recientes. Descubrieron que el valor más frecuente en los programas actuales era la «fama». Entre 1967 y 1997, el valor más alto había sido «el sentido comunitario, o el formar parte de un grupo». Ese valor de pronto cayó al puesto número once. El segundo valor en frecuencia en 1967, «ser amable con otros y ayudarlos», cayó del segundo al décimo tercer lugar. El mensaje predominante de los programas para preadolescentes hoy parece ser que una vida exitosa tiene que ver con encontrar la manera de volverse famoso. Uno de los investigadores dijo: «Quedé impactado en especial por los cambios radicales de los últimos diez años... Si tú crees, como yo, que la televisión refleja la cultura, entonces debemos concluir que la cultura ha cambiado radicalmente».* * Stuart Wolpert, «Popular TV Teach Children Fame Is Most Important Value, UCLA Psychologists Report» [Según los psicólogos del informe de UCLA, los programas televisivos populares enseñan a los niños que la fama es el valor más importante], UCLA Newsroom, 11 de julio de 2011, newsroom.ucla.edu/portal/ucla/ popular-tv-shows-teach-children-210119,aspx (visitado el 9 de mayo de 2012).

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Llevar la cuenta ¿De qué hablamos cuando mencionamos el éxito? Se trata de una de esas palabras que podrían tener un matiz de comprensión levemente distinto para cada uno de nosotros. Tendemos a asociarlo con una meta o un objetivo personal. Los sociólogos señalan que nuestra cultura define el éxito como el prestigio que se adquiere a través de alcanzar un estatus social elevado. Es como ganar en público un gran juego del rey de la colina. Tu colina puede ser ligeramente diferente de la mía, pero hoy existe un consenso amplio en cuanto a los ingredientes que suman para lograr el éxito. En el próximo capítulo analizaremos el dios del dinero. Lo que él ofrece es mucho más simple: riqueza personal, poder de compra. Hay demasiada atracción allí. Pero su socio y compañero, el dios del poder, del éxito, quiere que nosotros nos inclinemos ante el logro de una posición dentro de la sociedad; hablamos de un orden piramidal o jerárquico, si así nos gusta decirlo. Ciertamente el dinero constituye uno de sus componentes, debido a que es lo que solemos usar con más frecuencia para llevar la cuenta. Para la mayoría de nosotros, se trata de un ingrediente clave en el logro del éxito, pero no solo tiene que ver con el dinero. Guarda relación con el prestigio y la influencia. Con el respeto y el reconocimiento. Se relaciona con haber logrado un puesto adecuado en la mesa, el lugar correcto en el estacionamiento, el título apropiado impreso en nuestra tarjeta de negocios, y la vestimenta adecuada en el ropero. Está relacionado con conseguir el reloj, el trofeo, la promoción o el premio. Éxito es descubrir cómo se lleva la cuenta, y luego calificar. La palabra éxito no aparece con frecuencia en las Escrituras, pero uno de los equivalentes bíblicos que se le acerca es el término bendito. En la antigua cultura griega ese término se utilizaba con el significado de «un estado de felicidad y bienestar semejante al que disfrutan los dioses».19 Aun hoy usamos esa palabra como una forma más humilde de decir «soy exitoso». Llega un invitado y te dice: «Tienes una casa hermosa. Me encantan tus automóviles deportivos y tu yate». Sonríes con modestia y respondes: «He sido bendecido». 141


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Pero pensemos sobre las diferencias entre estas dos expresiones, tener éxito y ser bendecido. Éxito es la palabra que utilizamos para hablar de algo que hemos hecho, que hemos logrado. Las circunstancias de tu vida pueden ser las mismas, pero la expresión ser bendecido no constituye un indicativo de que tú hayas hecho algo, sino de que algo ha sido hecho por ti. Déjenme decirlo así: éxito es cuando nosotros lo logramos; bendición es cuando lo recibimos. Si decimos «Soy exitoso», nos estamos atribuyendo la gloria a nosotros mismos. Cuando decimos «He sido bendecido» le estamos atribuyendo la gloria a Dios. Jesús nos da un panorama profundo de lo que significa ser bendecido al inicio del Sermón del Monte. Comenzando en Mateo 5, Jesús dibuja un perfil más bien impactante y contradictorio con respecto a lo que es un individuo exitoso, bendecido. ¿Quién es el bendecido o bendito? Él dice que aquellos que lloran son benditos, porque recibirán consolación. Dice que los mansos son los benditos, y aquellos que tienen hambre y sed de justicia; los misericordiosos; los limpios de corazón; los pacificadores; aquellos que son perseguidos por causa de la justicia. Esos son «los benditos». Y finalmente dice que la gente es bendita cuando la insultan, persiguen y mienten sobre ella por causa de seguir a Jesús. Esta lista, esta redefinición del éxito, tiene un orden que resulta muy importante, en especial en lo referido a la primera cosa que Jesús menciona. Comienza diciendo: «Dichosos [benditos] los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece» (Mateo 5.3). ¿Los pobres son los bendecidos? Sé que algunos de ustedes están pensando: ¡sí! ¡Yo soy el que gano! ¡Estoy en una completa quiebra! Pero Jesús no habla de dinero aquí. Esta no es una referencia acerca de cuánto posees o no posees. Sus palabras se refieren a los «pobres en espíritu». Jesús está describiendo a aquellas personas que saben que no lo tienen todo en claro, personas que son lo bastante humildes como para pedir ayuda. El éxito de este mundo coloca el énfasis en ser autosuficientes, en tener confianza en nosotros mismos, y actuar como si lo 142


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supiéramos todo. Pero Jesús redefine lo que es una vida exitosa como aquella que le dice humildemente a Dios: «No puedo hacer esto por mí mismo. Necesito tu ayuda». Desde la perspectiva del mundo, eso es completamente opuesto a lo que hace la gente exitosa. Así que tenemos que admitir que esto muestra un contraste muy marcado con el cuadro que nosotros nos hacemos acerca de obtener honores en nuestros negocios, mudarnos a mansiones, y ser nombrados la persona del año por la revista Time. Jesús toma el éxito y lo pone patas para arriba. Nosotros pensamos que éxito es ser el rey de la colina. Jesús señala que lo alcanzan los oprimidos, los humildes y los de corazón limpio que se rehúsan a participar del juego del mundo. Cuando nuestras vidas están determinadas por la definición de éxito que sustenta el mundo, eso es idolatría. Así que, ¿cuál es la forma correcta de llevar las cuentas? Hay un juego de mesa que ya ha andado por ahí durante algún tiempo, que se llama el juego de la vida. Al jugarlo, uno sabe que el objetivo es acumular hermosas casas y propiedades caras. Uno gana el juego de la vida al aterrizar en el trabajo perfecto y conducir el más bello de los vehículos. Creo adivinar que aun cuando nunca hayas participado de ese juego, estás jugándolo. Y Jesús tiene una pregunta para todos los jugadores: «¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida? ¿O qué se puede dar a cambio de la vida?» (Mateo 16.26). ¿De qué sirven la gran promoción, el automóvil de lujo y la segunda casa si el precio es nuestra alma? El éxito se verá de pronto como el fracaso más rotundo que podamos imaginar. Tal vez es por eso que no deberíamos sorprendernos cuando leemos que ese dirigente joven y rico se alejó; no estaba feliz: «El hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas» (Marcos 10.22). Sacado de contexto, ese versículo resulta casi cómico. ¿Por qué se fue triste? ¡Porque era rico! Por la forma en que han sido entrenadas nuestras mentes, esto parece ridículo, ¿verdad? Uno no se va triste por ser rico; uno se va triste porque conduce un Kia de tres 143


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cilindros de un modelo de hace diecisiete años. ¿Por qué el tener tanto lo puso tan triste? Porque tenía demasiado que dejar. Poseía tanto que eso terminó poseyéndolo a él. Era un dirigente joven y rico, y Jesús le ofrecía la oportunidad de ser un pobre sirviente joven. Pero el dios del éxito lo tomó de la mano y lo sacó de allí. Ni siquiera conocemos su nombre. No tenemos pistas acerca de lo que fue de él. Es posible que el dirigente rico y joven siguiera adelante hasta convertirse en el dirigente anciano más rico. Mi impresión es que él continuó haciendo muy bien las cosas al jugar el juego de la vida. ¿Pero, y si en lugar de haberse alejado triste, el hombre le hubiera dicho a Jesús: «Está bien, ¡lo haré! cambiaré todo los que tengo por todo lo que tú eres.»? Imagino que si él lo hubiera hecho, nosotros conoceríamos su nombre. Tal vez hubiera habido trece discípulos en lugar de los doce. Tal vez hubiese habido cinco evangelios en lugar de cuatro.

La decisión de Chuck Cuando Ann comenzó a hablar acerca de un seminario en la iglesia, Chuck solo atinó a revolear los ojos. Ella le dijo: «Vayamos juntos. Nos van a mostrar lo que dice la Biblia sobre el dinero». Chuck intentó no mostrarse paternalista. Le respondió: «Querida, si yo quisiera recibir entrenamiento financiero, tomaría un curso de post grado en la universidad y no una clase de escuela dominical». Pero notó la decepción en los ojos de ella. Habían estado casados por veinticuatro años, y ahora comenzaba a haber tensiones. Ambos lo sentían. Chuck finalmente se acercó a ella y le dijo: «Está bien. ¿Cuando comienza eso?». Chuck había sido cristiano desde los siete años, pero se daba cuenta de que no era muy experto en cuanto a lo que contenía el gran libro. Había escuchado ya muchos sermones, pero algo le ocurrió en el seminario. Algunos de esos versículos en realidad le resultaron quemantes. 144


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Por ejemplo, 2 Reyes 17.33: «Aunque adoraban al Señor, servían también a sus propios dioses». Eso precisamente saltó de la página y lo abofeteó en la cara. Además, ahí estaba Jesús en el Nuevo Testamento diciendo: «No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas» (Mateo 6.24). Ambos versículos contenían la palabra servir. Eso llevó a Chuck a pensar; él sabía que Dios deseaba más que un servicio de labios. Él quería que lo viviéramos. Él quería acción. Por primera vez Chuck comprendió el entorno espiritual que había definido el mundo de Ann. Y se llamó a sí mismo lo que en realidad era: un idólatra. Que palabra horrible, pensó. He entregado mi vida a servir al dios del éxito. Comenzó a orar, pero se sintió inútil. Estaba demasiado metido con su vida, persiguiendo el logro de un sentido de significación. ¿Cómo podría librarse? Un día tomó la Biblia y se encerró en el vestidor, porque ese era el lugar en el que Jesús había mandado orar. Chuck quería tratar las cosas con seriedad. Y durante ese tiempo sintió que Dios le decía: «Dame tu corazón. Eso es lo que yo quiero; pero quiero la totalidad de él». Y Chuck cedió. Y oró: «Te lo devuelvo. Me arrepiento de mi idolatría. Solo ayúdame, Señor. No quiero seguir persiguiendo el dinero y el éxito ni un solo día más». En marzo de 2000 visitó la ciudad de Nueva York, y se dirigió a una de las firmas más importantes del mundo en el negocio de las acciones. La firma deseaba formar equipo con él. Se dio cuenta de que había llegado allí con mucha mayor humildad de lo que lo hubiera hecho algunos meses antes. No se sentía importante ni se mostró arrogante; solo tenía la certeza de que Dios estaba a cargo y de que las cosas saldrían bien. Mientras estaba allí, la historia cambio. La burbuja de Internet explotó; el NASDAQ se desplomó. Los días locos de tirar dinero por Internet se habían acabado; así de simple. Chuck veía sus propias acciones perder valor día a día, y se preguntaba cómo hubiera manejado algo así antes de esa oración en el vestidor. Pero nunca podrán imaginar cómo se sintió al experimentar esa clase de pérdida. ¿Están listos para escucharlo? Se 145


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sintió rescatado y renovado. El dios del éxito había perdido toda la influencia que le quedaba sobre el corazón de Chuck. Su corazón estaba libre para ser plenamente de Dios. Muchos de sus amigos en el campo de los negocios quedaron absolutamente devastados al sufrir pérdidas semejantes. Chuck conocía a siete de las personas que se suicidaron al llegar a ese punto. La razón fundamental era que se trataba de personas que habían encontrado su identidad y propósito en la vida en su desarrollo comercial, y cuando eso anduvo mal, la vida simplemente les resultó insoportable. Chuck pensó en ellos y agradeció a Dios por haber ido tras él a buscarlo una vez más. Ann y los chicos estaban contentos de tenerlo de nuevo. Sea lo que fuere que Chuck hubiera perdido cuando explotó la burbuja, él sintió que Dios había hecho mucho más que sustituir su pérdida por cosas que en realidad eran duraderas. Decidió que deseaba entrar al ministerio para ayudar a otros a tratar con el dinero. Un amigo le aconsejó en contra. Le dijo: «Ve a hablar con tu esposa. Dile que los próximos años serán años de excelentes ganancias para cualquier hombre. Y pregúntale si desea que tires eso por la borda para entrar al ministerio». Así que Chuck y Ann sostuvieron esa charla. Él le pasó la pregunta que le había sugerido aquel hombre, y ella inmediatamente le devolvió otra. «Ve a hablar con tu amigo y pregúntale qué años de su vida siente que debería darle a Dios». Chuck sonrió y le tomó la mano. Juntos entregaron sus vidas a servir a Dios y a seguir a Jesús dondequiera él los guiara y a cualquier costo. En estos días Chuck es el CEO (director ejecutivo) del ministerio Crown Financial Ministries y viaja por todo el mundo enseñando a la gente lo que dice la Biblia con respecto al dinero y al éxito. Para saber más acerca de la historia de Chuck, nuestros lectores bilingües pueden escuchar sus propias palabras en http://www.godsatwar.com/index.php/success.

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Documento de identidad de un ídolo ¿Qué definición de éxito es la que opera en ti? ¿Qué metas, formales o informales, conforman tu plan? Todos tenemos una idea de lo que significaría llevar una vida exitosa. Algunos de nosotros somos especialistas en establecernos metas formales; otros tienen una idea más vaga con respecto a la dirección hacia la que les gustaría apuntar. ¿Y tú? ¿Qué tendría que suceder para que te volvieras exitoso? ¿De dónde sacaste tu definición de lo que es el éxito? ¿Quién es el que establece las normas? El éxito es escuchar a Jesús decir un día: «Bien hecho, siervo bueno y fiel». ¿Cómo medirá él tu éxito? Nosotros tendemos a medirlo según las metas tangibles que hayamos alcanzado. Como pastor, a veces me siento tentado a definir el éxito por los números, por las personas que asisten a la iglesia. Como escritor puedo sentirme tentado a definir el éxito por la cantidad de libros que se venden. Pero se me recuerda que Dios mide el éxito por la fidelidad, por nuestra obediencia a las Escrituras. Comparemos y contrastemos la forma corrientemente aceptada de medir el éxito, según las preguntas previas, con lo que la Biblia enseña. ¿Qué te impulsa a desear volverte exitoso? ¿Qué es lo que te motiva? Recuerda que las metas para avanzar en el mundo no necesariamente son pecaminosas, a menos que se conviertan en ídolos. Puedes tener como meta, por decir algo, ser el dueño de tu propio restaurante sencillamente porque Dios ha puesto en ti una pasión por la cocina. Puedes tener el sueño de jugar profesionalmente al básquetbol, tener tu propio negocio y diferentes otras cosas. La cuestión real es: ¿qué es lo que te impulsa hacia esas metas? ¿Cuáles son tus motivaciones? ¿Son para tu gloria o para la de Dios?

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¿Con cuánta frecuencia te encuentras a ti mismo envidiando a la gente de éxito? Nuestra cultura invierte mucho tiempo concentrando su atención en aquellos que han llegado a la cima basándose en los estándares mundanos de éxito. ¿Estás resentido o lleno de envidia? ¿Te resulta difícil celebrar el éxito de otros? A veces la envidia y el resentimiento constituyen importantes indicadores de motivaciones debidas a «situaciones conflictivas». Si tenemos el impulso de alcanzar ciertas metas, nos sentimos frustrados cuando otros las alcanzan primero. ¿Cómo reaccionas cuando otros tienen éxito?

ELEGIR A JESÚS:

Jesús es mi propósito A los ídolos no se los vence por quitarlos de en medio sino por reemplazarlos.

El dios del éxito nos susurró: «¿No quieres ser el rey de la colina?». «¿Qué colina?», preguntamos. «Cualquiera de ellas. Todas ellas». Sonrió. Y nosotros fuimos tras una vida de ascenso, de constante ascenso. Subiendo colinas. Subiendo por la escalera empresarial. Ascendiendo en las listas. Arriba en la cadena alimenticia. Arriba en los registros sociales. Este dios nunca argumentó a favor de lo que nos ofrecía. Pero a lo largo del camino, subir, trabajar, ganar y lograr se convirtieron en fines en sí mismos. Ya no se trataba de lo que podíamos hacer, sino de a quiénes podíamos superar. Si fuéramos sinceros tendríamos que decir que no fue por el Señor que trabajamos, y ni siquiera por otros, sino por nosotros mismos. Y nos llevamos varias sorpresas desagradables. Una fue que herimos a las personas al subir por encima de ellas o

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empujarlas a codazos colina abajo. Otra fue que siempre nos sentimos agotados por el esfuerzo. Sin mencionar que constantemente teníamos que cuidarnos de los contrincantes que querían quitarnos el trono. Y la mayor de las sorpresas fue que la cima de la colina no era ni remotamente tan impresionante como pensamos que sería. La cima de la colina terminó siendo un lugar muy solitario y decepcionante. Nos preguntamos si tal vez no habríamos apuntado a la colina equivocada. Y luego descubrimos una última colina. Pero esa colina ya tenía un Rey, junto con tres cruces clavadas allí. Y él nos extendió una simple invitación: «Vengan y síganme». Y al seguirlo, él puso el éxito patas arriba. Los primeros serán los últimos y los últimos, primeros. El mayor entre ustedes será el servidor de todos. Considera a otros como mayores. Para encontrar tu vida tienes que perderla. Así que ahora seguimos preocupándonos por el éxito, pero lo definimos de un modo muy diferente. El Señor se ha convertido en nuestro propósito. Vivimos para servirlo, para conocerlo, para agradarle. Esa es la forma en la que definimos el éxito.

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capítulo 9

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En septiembre de 2008, finalmente sucedió lo peor: el dios murió. ¿Quién hubiera esperado algo así? Parecía absolutamente inmortal. Nadie fue tomado tan de sorpresa como sus discípulos más fervientes. Su salud nunca había sido mejor, y su influencia se había vuelto mundial. Como consecuencia del colapso del dios, varias de sus más importantes e influyentes iglesias cerraron abruptamente. Muchos de los fieles perdieron la mayor parte de su religión de un día para otro. Habían dependido de ese dios para su futuro. ¿Qué iban a hacer ahora? Las noticias de la muerte del dios produjeron llanto, lamentos y crujido de dientes a través de todo el mundo. Los gobiernos trataron de resucitarlo, con la esperanza de que mostrara signos vitales. Durante todo el domingo los programas de debates analizaron su muerte. «¿Cómo permitimos que esto sucediera?», se preguntaba un conocido moderador. «¿Cómo fue que no previmos el colapso de nuestro dios?». «Pero esta no ha sido la primera vez», dijo un invitado encogiéndose de hombros. «Sucede cíclicamente. Él volverá otra vez, saludable y como nuevo. Siempre lo hace». «Pero esto no ha sido como en el pasado», argumentó otro comentarista. «La única otra ocasión en que estuvo tan mal fue en 1930. Yo no creo que vuelva a ser el mismo por un largo tiempo». Los argumentos iban y venían dando una sensación de urgencia y desesperanza. Habían puesto sus esperanzas y sueños en el 151


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dios. Habían invertido su tiempo y energías en adorarlo. Contaban con que ese dios cuidara de ellos y los mantuviera a salvo. Ahora les perecía que no tenían a quién acudir. Hasta el momento ese dios les había parecido muy poderoso. Les había proporcionado una mejor vida, casas más grandes y automóviles más veloces. ¿Recuerdan ese día en que murió nuestro dios? Al menos esa fue la impresión de muchos cuando vieron colapsar la economía en 2008 y la recesión se mostraba como algo inminente.

El todopoderoso dólar El dios del dinero ha andando rondando por ahí durante un largo tiempo. En los días de antaño se lo conocía en la forma de oro o plata; y antes de eso, en la forma de cabezas de ganado o pieles de animales, y cualquier otra cosa que se pudiera intercambiar. En nuestros días le damos los nombres de dinero efectivo, «la pasta», billetes, fortuna, instrumentos financieros, y cosas por el estilo. Puede tener la forma de una tarjeta plástica o títulos llamados «cartera de valores». Antes de que su salud pegara un vuelco, el dios del dinero había alcanzado su mayor potencial. Estaba cabalgando alto en el mundo moderno. Siempre ha sido un dios, pero no siempre ha tenido este tipo de poder. En los días antiguos, él era simplemente un dios falso común y corriente. El dinero tenía su importancia, pero era el rey el que poseía la mayor parte. Su palacio estaba rodeado de multitudes, integradas por gente común que pululaba por allí y no contaba ni con riquezas ni con la esperanza de alguna vez obtener algo. Esas personas se dedicaban a la pesca o a labrar un cuarto de hectárea, y si no, luchaban en el ejército. Raramente contaban con dos monedas juntas, así que iban tras los dioses que les resultaban más asequibles. Entonces el mundo comenzó a cambiar. La democracia creó, al menos de alguna manera, un campo de juego más parejo dentro del mundo occidental. El dinero se convirtió en la estrella del sueño americano, y cuando la gente hablaba de su «búsqueda de la felicidad» el dios del dinero pensaba para sí: lo que realmente quieren decir es que me buscan a mí. 152


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Durante el siglo diecinueve, Horatio Alger popularizó historias con este enfoque: «de mendigo a millonario». En esas novelas, algún simple José se abría paso; comenzando como lustrabotas, llegaba a ser un magnate dueño de mucho dinero. Ese era el sueño americano: sin importar quién uno fuera, se podía alcanzar un gran éxito. Uno podía llegar a Ellis Island como inmigrante, sin un centavo, y convertirse luego en la cabeza de una dinastía comercial. El dinero se ha vuelto tan dominante dentro de nuestra cultura que resulta difícil para nosotros tomar la distancia suficiente como para ponerlo en perspectiva. No importa lo que digamos, muchos de nosotros vivimos como si la búsqueda de las riquezas fuera la verdadera meta de nuestras vidas. A veces escuchamos decir a los ricos cosas como que «el dinero no hace la felicidad», pero la mayoría de nosotros pensamos que todos ellos han hecho un viaje en primera clase hacia algún destino exótico y allí se han puesto de acuerdo en decir eso para que el resto de nosotros nos sintiéramos mejor. Hablamos de boquilla a la idea de que el dinero no es tan importante, pero la manera en que invertimos nuestro tiempo y las cosas tras las que vamos, dejan ver lo que creemos en realidad. Tener toneladas de dinero es el sueño máximo de muchísimas personas. Cuando hablan sobre su mayor fantasía, mencionan ganar la lotería o heredar la fortuna de algún pariente rico. Mark Twain escribió: «Algunos hombres adoran las jerarquías, otros adoran a los héroes, otros adoran el poder, otros adoran a Dios, y sobre todos esos ideales disputan y no se ponen de acuerdo; pero todos ellos adoran al dinero».20 En Lucas 12 vemos a Jesús enseñando a una multitud de miles de personas. Ellos quedan cautivados cuando Jesús desafía a los que escuchan a ser fieles a Dios. Jesús les dice: «Al que me desconozca delante de la gente se le desconocerá delante de los ángeles de Dios». Jesús los insta a mirar su vida a través de las lentes de la eternidad. Pero hay un hombre en esa multitud que no está pensando en el cielo; tiene el dinero en su mente. Leemos esto en Lucas 12.13: «Uno de entre la multitud le pidió: —Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo». Es muy probable que el que pregunta sea un hermano menor. Quizá le molesta el hecho de que, según la ley levítica, las herencias 153


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familiares le otorgan dos terceras partes de las posesiones al hijo mayor y solo una tercera parte al hijo menor. Probablemente lo que determine la forma de ver esa ley se relacione con el hecho de ser el mayor o el menor de los hermanos. Notemos que él, en realidad, no le hace a Jesús ninguna pregunta sobre el dinero; viene a Jesús deseando que lo apoye en lo que él piensa acerca del dinero y las posesiones. ¿Les suena familiar? «Hombre —replicó Jesús—, ¿quién me nombró a mí juez o árbitro entre ustedes?». Jesús parece volver a centrar su atención en la multitud, y quiere usar la ocasión como «un momento apto para enseñar», (al decir de mi padre): «¡Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes» (Lucas 12.14–15). Jesús señala que la vida no tiene que ver con el dinero y luego pasa a contar la historia de un hombre que ha convertido el dinero y sus posesiones en su dios. De las treinta y ocho parábolas que Jesús cuenta, dieciséis tratan sobre el tema del dinero. Jesús parece dejar en claro que el dios del dinero es con frecuencia el principal competidor de Dios por la obtención de nuestros corazones. El problema no es el dinero. El dinero no es la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero es amoral. No es ni bueno ni malo en sí mismo. Pero tiene un gran potencial como para convertirse en el sustituto de Dios para nosotros. Cuando Jesús habla de idolatría en el Sermón del Monte, la única aplicación que hace es en el área del dinero. Leemos en Mateo 6.24: «Nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro. No se puede servir a la vez a Dios y a las riquezas». Repetidamente se nos presenta la imagen del dinero como el principal competidor de Dios. Al igual que el hombre de Lucas 12, con mucha facilidad podemos hacer que la vida gire en torno del dinero y las posesiones.

La parábola de Frank Frank Simmons era un hombre entregado a hacer lo que fuese por alcanzar el éxito. No provenía de una familia con mucho dinero, 154


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pero las cosas iban a ser diferentes para él. Aun estando en la escuela secundaria, evaluaba sus posibles futuras carreras teniendo en cuenta cuál de ellas le rendiría más dinero. Consideró estudiar medicina no porque tuviera pasión por ayudar a la gente, sino porque sabía que se hacía buen dinero. Pero finalmente decidió ser corredor de bolsa. Se casó en el último año de la universidad y pronto comenzó a formar una familia, pero trabajaba catorce horas por día, a menudo los siete días de la semana. Cuando estaba en casa, descubría que lo preocupaba el trabajo y el estado de sus inversiones. En esa época dio comienzo a su propia empresa, y su ocupación se convirtió en su preocupación. Se hizo conocido como uno de los mejores dentro del mundo de los negocios por su capacidad para «predecir el mercado». Siempre parecía saber qué era lo que se iba a desmoronar o entrar en recesión, y cuál sería el asunto seguro que estaba a punto de llegar. Su esposa le preguntaba si podían salir los dos solos alguna vez. Trataba de recordarle lo rápido que crecen los niños; había partidos de la Pequeña Liga y recitales de danza a los que asistir. Generalmente él le respondía algo así: «Sí; solo déjame ponerme al día. La semana que viene puede ser». Pero siempre estaba poniéndose al día, y luego de un tiempo ellos dejaron de preguntarle. Sabían donde estaban parados. Frank ocasionalmente iba a la iglesia para ser visto por algunos de sus clientes, pero la mayor parte del tiempo su familia iba sin él. A los cuarenta años, Frank se describía a sí mismo como millonario gracias a su propio esfuerzo. Y con el crecimiento de Internet, Frank se dio cuenta de que podría hacer realmente mucho más dinero proveyendo oportunidades de inversión en línea. Controlaba sus acciones veinte veces por día y miraba crecer su fortuna. Cierto fin de semana voló con su esposa a Nápoles para mostrarle una propiedad frente al mar que estaba a punto de comprar como su hogar soñado. Entonces le dio a ella la gran noticia: «Para esta época, el año que viene, colocaré las acciones en la bolsa. Estaremos hechos para el resto de nuestras vidas. Tendremos todo lo que podamos desear. Nos tomaremos la vida con calma, comeremos, beberemos y seremos felices. Tendremos más que suficiente». Ella no lo expresó en alta voz, pero pensó: para Frank nunca nada será suficiente. Unos pocos días después, de regreso en su oficina, Frank cerró la operación de compra de la propiedad. Esa misma noche conducía 155


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su Mercedes de la oficina a su casa cuando tomó una curva demasiado rápido. Para cuando lo encontraron, ya había estado muerto por varias horas. Su muerte constituyó una noticia destacada en los círculos financieros. Aun apareció en la sección B del Wall Street Journal, en el que también contaron su historia de éxitos. Utilizaron palabras como visionario y pionero en marcar tendencias para describirlo. Su vida correspondía al sueño americano. Pero mientras era recordado aquí en la tierra como alguien de tremendo éxito, Frank estaba delante de su Creador intentando rendir cuentas de su vida. Y resultaba que Dios no se impresionaba con sus logros empresariales ni con su cartera de valores. No quedó impresionado ni por el automóvil que conducía, ni por su casa de vacaciones, ni por la compañía que había levantado. John Tillotson lo expresa de este modo: «Aquel que provee para su vida pero no se preocupa por la eternidad es sabio por un momento, y necio para siempre». Así se referiría la parábola de Jesús si fuera contada en nuestros días. Pero esta es la forma en que Jesús la contó en Lucas 12.16–19: «El terreno de un hombre rico le produjo una buena cosecha. Así que se puso a pensar: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde almacenar mi cosecha.” Por fin dijo: “Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes, donde pueda almacenar todo mi grano y mis bienes. Y diré: Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y goza de la vida”».

Lo mío Esta historia nos da la descripción de alguien que adora al dios del dinero. Si observamos atentamente, notaremos que el hombre hace referencia a sí mismo nueves veces en dos versículos. Habla de mi cosecha, mis graneros y mi grano. ¿Quién le había dado las buenas cosechas? ¿Quién le había dado la habilidad para hacerse rico? A él no se le ocurre que tiene lo que tiene porque Dios se lo ha dado. No hace falta enseñar esta actitud con respecto a nuestras propias cosas. Un niño de dos años cuenta con un vocabulario muy 156


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limitado, pero podemos estar seguros de que conoce la palabra mío. Incontables veces al día los niños se aferran a algo y dicen: «Mío». Si colocáramos un grupo de niños de dos años en un cuarto lleno de juguetes, lo que se escucharía sería semejante a los pájaros «mío» de Buscando a Nemo. Mío. Mío. Mío. Mío. Estarían preocupados por establecer su derecho de propiedad. Podríamos ver a una niñita de rostro angelical de la clase cuna cepillando amorosamente el cabello de su muñeca mientras canturrea «Estrellita dónde estás». Pero si otra niña se acercara e intentara sacarle la muñeca, ella desataría una furia de proporciones, digna de El exorcista. Cuando nos acercamos al dinero con la perspectiva de que eso nos pertenece, la cosa no funciona. La clave para mantener al dinero en su justo lugar es recordar que le pertenece a Dios. Todo lo que tenemos es un préstamo de parte de Dios. Salomón nos recuerda en Eclesiastés 5.15: « Tal como salió del vientre de su madre, así se irá: desnudo como vino al mundo, y sin llevarse el fruto de tanto trabajo». Salmos 24.1 lo dice de este modo: «Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan». Si mantenemos esta perspectiva comprenderemos nuestra dependencia de él y lo adoraremos como el proveedor. Imaginemos que no hemos salido de vacaciones por varios años. Nuestras finanzas son muy apretadas y parecería que este año será otro más sin vacaciones. Pero un día recibimos un correo de un tío que precisamente tiene una casa en la playa. Nos dice que somos bienvenido a su casa de la playa para pasar una semana allí. Nos entrega las llaves y dice que la casa es nuestra por esa semana. Ahora bien, imaginemos que vamos a la casa de playa y al entrar intentamos encender la luz, pero la lamparita está quemada. Vamos a la cocina y no hay bebidas en el refrigerador. A la noche descubrimos que la almohada está llena de bultos. Y la casa no está tan cerca de la playa como la fotografía parecía indicarlo. Y entonces le disparamos un correo furioso a nuestro tío, especificando todo lo que no está en condiciones y demandando saber qué es lo que él va a hacer para arreglarlo. En la vida real nunca reaccionaríamos de esa manera. Durante la semana en que estemos en la casa de playa, todo el tiempo seremos conscientes de la generosidad de nuestro tío y nos sentiremos agradecidos. 157


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En 2009 tuve una conversación muy reveladora con mi papá, que en ese entonces tenía sesenta y un años. Esa es una edad cercana a la jubilación para la mayoría, aunque yo no creo que ese pensamiento haya pasado por su mente. Siempre ha vivido austeramente, pero ha tenido una buena disciplina de ahorro. Hablábamos acerca de su cuenta de retiro y le pregunté hasta qué punto se vería afectado. Me dijo que había una baja del cuarenta por ciento con respecto al año anterior. Él no era el único, y yo sé que muchos de ustedes comprenden las implicancias de eso. Le pregunté: «¿Cómo se sienten tú y mamá al perder tanto dinero?». Me sonrió y me dijo simplemente: «Bueno, para comenzar, nunca ha sido mío». Y citó la escritura de Filipenses: «Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús» (4.19). Dios nos ha permitido utilizar sus recursos durante un corto tiempo aquí en la tierra, y tenemos mucho por lo que estar agradecidos. Alguna vez haz un recorrido por tu día solo reconociendo que todo es de Dios. Levántate de la cama de Dios, entra al baño de Dios, y abre la ducha de Dios. Luego vístete con las ropas de Dios. Come el cereal de Dios* y bebe el café de Dios. Sube al automóvil de Dios y dirígete al trabajo. Cuando comenzamos a ver todos nuestros recursos como propiedad de Dios, eso nos ayuda a desarrollar una actitud agradecida que nos conduce a un corazón adorador.

Los atributos divinos del dinero La razón por la que el dinero con frecuencia acaba siendo el competidor principal de Dios es porque nosotros tendemos a asignarle atributos divinos. Procuramos que el dinero haga por nosotros las cosas que Dios quiere hacer. También lo hace así el hombre de la historia de Jesús. Primero considera al dinero como su fuente de seguridad. Se dice a sí mismo que tiene muchas cosas buenas para muchos años. Solemos pensar que si solo pudiéramos ahorrar lo suficiente o acumular lo bastante no tendríamos más preocupaciones. Tal vez tú temas que la economía colapse, o que tu salud se deteriore, o * Zucaritas.

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que haya un ataque terrorista. O perder tu empleo. Y quizá pienses que si ahorras el dinero suficiente todas tus preocupaciones desaparecerán. Cuando recurrimos al dinero buscando seguridad, este se convierte en nuestro dios, porque es allí donde estamos depositando nuestra esperanza y colocando nuestra dependencia. La oración se transforma en algo lindo pero innecesario porque tenemos la suficiente cantidad de dinero como para hacer frente a nuestras propias necesidades. Tal vez deberíamos considerar el pronunciar la oración de Proverbios 30.8–9, que dice: «No me des pobreza ni riquezas sino sólo el pan de cada día. Porque teniendo mucho, podría desconocerte y decir: “¿Y quién es el Señor?”». Los dioses del poder operan desde una premisa compartida: podemos cuidarnos a nosotros mismos. Podemos manejar todas nuestras necesidades. El Señor es lindo, pero no realmente necesario. No es preciso orar por nuestro pan diario porque tenemos llena la alacena. Los dioses del éxito apelan a nuestra propia autosuficiencia. Recientemente, algunos amigos cercanos nos compartieron lo que les había sucedido durante el primer año de matrimonio. La esposa era la que traía el principal sustento a la casa y empezaba a encontrar su identidad en el dinero. Se lo hacía manifiesto a su marido y el matrimonio se estaba destruyendo. Un día ella compró dos mil acciones en una bolsa de la Oferta Pública de Acciones, por un valor total de ciento ochenta mil dólares. Era todo lo que tenía, más algo agregado. La bolsa abrió en alza, pero al finalizar el día a ella no le quedaba nada. De hecho, su familia estaba ahora en deuda para poder pagar la pérdida. La mujer quedó devastada. Llamó a su marido y él le dijo: «Es solo dinero. Todavía nos tenemos el uno al otro». Dios comenzó a enseñarle lo que en realidad era importante. Ella descubrió que había estado dependiendo de sí misma y de su propio éxito. Se consideraba como la proveedora, en lugar de permitir que el Señor le proveyera. Ahora se da cuenta de que el día en que perdió ciento ochenta mil dólares fue uno de los mejores de su vida. Si eso no hubiera sucedido, no se habría dado cuenta del amor de su marido, y muy probablemente se hubieran divorciado. En lugar de ser una madre entregada, habría continuado encontrando su valor en todo el dinero que hacía. Y, 159


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lo más importante, no hubiera descubierto que dependía de Dios ni habría puesto su entera confianza en él. Si el dinero y el éxito son tus dioses, ojalá tengas la bendición de que te los quiten, para que no dediques tu vida a inclinarte delante de ellos y finalmente descubrir que te perdiste lo verdadero. En segundo lugar, el hombre de la historia de Jesús considera el dinero como la fuente de su satisfacción. Piensa: si tan solo pudiera acumular un poco más, podría tomarme la vida con tranquilidad. Comer, beber y disfrutarlo. Aun antes de la buena cosecha este hombre ya es rico, pero él continúa pensando que si tan solo tuviera un poco más, entonces estaría satisfecho. Deberíamos preguntarnos: si las cosas hubieran continuado yendo en este sentido, ¿sus graneros hubieran sido lo suficientemente grandes, o su felicidad hubiera vuelto a depender de lograr graneros más grandes aun? Mi esposa y yo éramos jóvenes, recién casados, y vivíamos en una pequeñita casa que costaba veinticinco mil dólares. El pago mensual ha quedado grabado en mi memoria, como suele suceder con ciertas cifras cuando uno no tiene mucho: doscientos trece dólares por mes. Esa casa de poco menos de setenta metros cuadrados era lo mejor a lo que podíamos aspirar, y le mirábamos el lado bueno. Por ejemplo, solo había que enchufar la aspiradora en un lugar porque el cable llegaba hasta cualquier rincón de la casa desde ese enchufe. Y no teníamos que cansarnos subiendo y bajando escaleras o caminando hasta «el ala oeste». Era muy pequeña, pero acogedora. No teníamos calefacción central; contábamos con una caldera en el piso que ocupaba la mayor parte del único pasillo de la casa. No había lugar en los costados como para caminar a su alrededor, y era demasiado larga como para pasar por encima. Así que para evitar quemarnos los pies, teníamos que dar un salto con impulso para pasarla por arriba. Afortunadamente, me había casado con una saltadora de vallas del equipo femenino de atletismo de la escuela secundaria. No tenía idea de que esa habilidad le resultaría práctica aún. Recuerdo estar acostado en la cama por las mañanas y escucharla tomar cuatro pasos de carrera para saltar por encima del calefactor del piso. La casa no contaba con ventanas de doble vidrio, así que se formaba hielo del lado de adentro de nuestras ventanas. Me tocaba 160


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a mí traer la espátula para hielo que teníamos en el auto y quitar el hielo de la parte de adentro de las ventanas de la casa. Las paredes eran finas como un papel, así que si el perro de la casa de al lado ladraba o su estómago hacía ruido, lo escuchábamos en alta fidelidad. Estoy casi seguro de que el único baño con el que contábamos había sido tomado de un avión pequeño. Éramos estudiantes universitarios a tiempo completo, y esa era nuestra vida. Comíamos nuestros fideos Ramen y otras pastas tres noches por semana. Una noche de paseo en la ciudad significaba pedir agua helada para dos en un bar y compartir un entremés. El objetivo era mantener los gastos por debajo de los seis dólares. ¡Sí, los que nos servían nos amaban! Hace poco mi esposa y yo estábamos tirados sobre la cama recordando y jugando a ver quién se acordaba de la mejor historia de austeridad, y desternillándonos de risa. Luego nos quedamos en silencio y ella me preguntó: «¿Eres más feliz ahora de lo que eras entonces?». Ni siquiera tuve que pensarlo. «No», le dije. «No lo soy». Esa historia no es única; si has estado vivo ya por algunos años, probablemente nos puedas contar alguna semejante. Pero aunque por experiencia sabemos que el dinero no nos va a satisfacer, parecemos siempre querer ir tras él. Sabemos en nuestra mente que la simplicidad muchas veces se subestima y que las riquezas producen complicaciones no imaginadas, pero algo dentro de nuestro corazón sigue pidiendo «más». Un estudio realizado en 2006 descubrió que alguien que ganara veinte mil dólares al año podría en verdad ser más feliz que otro que se encontrara en un nivel de pobreza. Después de todo, no tendría que preocuparse por su próxima comida o por si continuaría teniendo un techo. Pero tener más dinero no determina el nivel de felicidad de una persona. Sorprendentemente, alguien que gana cien mil dólares al año no es mucho más feliz que el empleado que recibe veinte mil dólares. Es una gran diferencia en cuanto al salario, pero mínima en cuanto a la felicidad. De hecho, la gente más rica es la que menos tiempo dedica a procurarse actividades de esparcimiento. Los investigadores concluyeron que «la creencia de que un alto ingreso se asocia con un buen estado emocional puede haberse difundido mucho, pero en general resulta ilusoria».21 161


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Eclesiastés 5.10 dice: «Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente». Cuanto más dinero tenemos, más gastamos; hasta llegar al límite de nuestros ingresos. La mayoría de nosotros tenemos un apetito por el dinero y las posesiones. Y pensamos que si lográramos satisfacerlo, ese apetito desaparecería (si pudiéramos ganar el dinero o comprar el automóvil). Pero no es así como funciona. En lugar de ello, cuanto más lo alimentamos, más hambriento se vuelve. Por último, ese hombre de la historia de Jesús mira al dinero como su fuente de significado. Se enfoca en él mismo y en todo lo que ha acumulado. Resulta claro que ha encontrado su identidad en las cosas. A menudo nosotros hacemos lo mismo. Juzgamos nuestra valía por nuestro patrimonio neto. Sin embargo, cuando preguntamos ¿cuánto vale una persona?, se hace obvio que no estamos simplemente indagando acerca de su estado financiero. EL COSTO DE UNA SONRISA Los psicólogos han estudiado acerca de lo que hace feliz a la gente. Muchos de ellos no solo han descubierto que el dinero no puede comprar eso, sino que en verdad parece ser lo opuesto en la mayoría de los casos. «El materialismo resulta tóxico para la felicidad», dice el psicólogo Ed Diener, de la Universidad de Illinois. Sus investigaciones indican que es más probable que aquellos que se preocupan menos por acumular y gastar sean los que experimenten más contentamiento. El psicólogo Christopher Peterson, de la Universidad de Michigan, señala que el perdón es el rasgo que se encuentra más firmemente ligado a la felicidad. Peterson ha dicho: «Esa es la reina de todas las virtudes, y probablemente la más difícil de adquirir».* * Marilyn Elias, «Psychologists Now Know What Makes People Happy» [Los psicólogos ahora saben qué es lo que hace a la gente feliz], USA Today, 10 diciembre 2002, www.usatoday.com/news/health/2002-12-08-happy-main_x.htm.

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En su autobiografía Tal como soy, Billy Graham recuerda una historia referida a su encuentro con uno de los hombres más ricos que aún están con vida: Algunos años atrás Ruth y yo fuimos a una isla del Caribe. Uno de los hombres más ricos del mundo nos había invitado a su opulento hogar para almorzar. Él tenía 75 años, y a lo largo de toda la comida parecía a punto de llorar. Finalmente dijo: «Soy el hombre más miserable del mundo. Allí afuera está mi yate. Puedo ir a donde quiera. Tengo mi avión privado y mis helicópteros. Cuento con todo lo que desee para hacer mi vida feliz; sin embargo no podría sentirme más desgraciado». Le hablamos y oramos con él, tratando de señalarle la persona de Cristo, que es el único que le da sentido duradero a la vida. Luego descendimos por la colina hasta una cabaña en la que estábamos parando. Esa tarde, el pastor de la iglesia bautista local vino a visitarnos. Era un inglés, también de 75 años, viudo, que pasaba la mayor parte de su tiempo cuidando a sus dos hermanas inválidas. Estaba lleno de entusiasmo y amor por Cristo y los demás. «No tengo ni dos libras a mi nombre», dijo con una sonrisa, «pero soy el hombre más feliz de esta isla».

Billy Graham relata que le preguntó a su esposa Ruth después de irse de allí: «¿Quién crees que es el hombre más rico?». Ella sonrió. Se trataba de una pregunta retórica, porque la respuesta resultaba obvia.22 El dios del dinero quiere que nosotros creamos que nuestro significado proviene de aquello que hacemos de nosotros mismos. Pero en realidad encontramos nuestra verdadera identidad en Cristo. Él nos ha marcado como de su propiedad, y eso es lo que nos hace valiosos. Allí es donde se encuentra nuestra valía. Cuando él murió en la cruz por nosotros determinó para siempre nuestro valor. Pero cuando adoramos al dios del dinero, el valor de nuestra persona no queda determinado por el símbolo de la cruz, sino por el signo del dólar.

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El hombre de Lucas 12 había puesto su confianza en su dinero y posesiones. Su plan era retirarse pronto y luego comer, beber y disfrutar. Pero no fue eso lo que sucedió. Lucas 12.20 registra el fin de la historia: «Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y quién se quedará con lo que has acumulado?”». El hombre murió esa misma noche, y lo que había acumulado tan solo sirvió para pagarle un funeral mejor. ¿Es posible que le hayas asignado al dinero algunos de los atributos divinos? ¿Estás esperando que el dinero haga por ti lo que en realidad Dios quiere hacer? Nuestros billetes en Estados Unidos tienen un eslogan estampado en la fachada que dice: «En Dios confiamos». Eso resulta más que irónico dado el hecho de que muchos de nosotros hemos puesto nuestra confianza en el dinero como dios. Sería más útil ponerle signos de interrogación a esa afirmación escrita en nuestros billetes. Se leería de este modo: «¿En Dios confiamos?». La manera en que manejemos nuestro dinero será la forma en que respondamos a esa pregunta. Jesús lo pone de esta manera en Mateo 6.21: «Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón». El lugar que le damos a nuestro dinero revela dónde hemos puesto nuestra confianza.

Documento de identidad de un ídolo ¿Con qué frecuencia te comparas con otros en referencia a lo que tienes y a lo que has logrado? El mundo nos enseña a medirnos unos con otros según el sueldo que recibimos. Cuanto más logramos, más importantes somos. Por lo tanto, resulta fácil descubrir que nos hemos deslizado hacia la mentira de que somos lo que ganamos. Y sea que en la vida práctica necesitemos o no más dinero, en realidad vamos tras él por el respaldo que nos da. ¿Estás conforme con tu salario? Hay muchas razones sanas que nos motivan a lograr mayores ingresos, por su-

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puesto. Pero, ¿cuáles son esas razones? ¿De pronto te descubres especulando sobre el salario de otros compañeros de trabajo o de tus competidores? ¿Desarrollas algún resentimiento cuando sientes que vales más de lo que te pagan? Si es así, esas son señales de que el dinero se está convirtiendo en un dios en tu vida.

¿Cuánta ansiedad le incorporan las finanzas a tu vida? Hemos atravesado épocas económicamente difíciles en años recientes. Muchos de nosotros hemos pasado por preocupaciones con respecto a nuestras finanzas, sea por la pérdida de pensiones jubilatorias, por desempleo, o por descubrir que nos quedan demasiados días del mes cuando se nos acaba el dinero. Si fueras a establecer una escala de las cosas que te causan mayor estrés, ¿en qué puesto colocarías el dinero dentro de esa escala? ¿Qué relación guarda con otras cosas como la salud, las relaciones y el desempeño laboral? Tal vez ahora mismo tu situación financiera te esté causando un montón de estrés. ¿Llevas continuamente esa carga delante del Señor? El apóstol Pablo hablaba de dar gracias en toda circunstancia. Él decía haber aprendido el secreto de estar conforme en toda situación, sea que tuviera abundancia de comida o que pasara hambre. ¿Puedes dar gracias y estar contento aun en medio de algunos retos económicos que experimentas? ¿Hasta qué punto encuentras en el dinero el impulso para tus sueños y metas? Hemos hablado en este libro acerca de los sueños personales porque ellos dicen mucho acerca de lo que somos y de lo que nos motiva. ¿Cuál es tu mayor sueño? ¿Qué es lo primero que viene a tu mente cuando alguien pregunta: «Si pudieras lograr un deseo, sería...?» ¿Tus sueños tienen que ver con riquezas y lujo? ¿Ganar la lotería? Si es así, ¿por qué? Sé sincero contigo mismo al

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reflexionar sobre por qué deseas grandes sumas de dinero. ¿Sería por la libertad de la que podrías disfrutar teniendo tiempo para ir tras nuevas metas? ¿Sería por la oportunidad de dar y de construir nuevas cosas? ¿O simplemente podría ser por la sensación de importancia que te daría el ser rico?

¿Cuál es tu actitud hacia el dar? Piensa en las ocasiones en las que te han llamado para que hicieras donaciones de dinero. Podría ser dándolo a la iglesia o a organizaciones cristianas. Podría tratarse de una solicitud telefónica o por contacto con un grupo de caridad al que apoyas. ¿Qué emociones se despiertan en ti cuando se te pide que des? ¿Te molesta? ¿Te descubres a ti mismo preguntándote cuál sería la mínima cifra aceptable a dar? ¿O te produce gozo e inspiración el usar tus recursos financieros para ayudar a otros? ¿Qué porcentaje de tus ingresos donas generalmente? Deuteronomio 14.23 señala cuál es el propósito de diezmar: «Así aprenderás a temer siempre al Señor tu Dios». Hablé con un amigo mío que es muy rico, pero en el que la única señal de su riqueza es su extrema generosidad. Hace poco me decía que sería muy fácil que el dinero se convirtiera en un ídolo en su vida. Le pregunté cómo lograba mantener al dios del dinero fuera del trono de su corazón. Me respondió esto: «Dar dinero a otros quebranta su poder. Es como si uno le dijera al dinero: “Ni siquiera me importas. Eres tan poco importante que puedo regalarte”». Me explicaba que cuando uno da de esa manera, destruye al ídolo del dinero porque «él no puede soportar no ser importante». Si quieres descubrir cuán importante es el dinero para ti, comienza a darlo a otros.

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el dios del dinero ELEGIR A JESÚS:

Jesús es mi proveedor A los ídolos no se los vence por quitarlos de en medio sino por reemplazarlos.

El dios del dinero era casi irresistible. Contaba historias acerca de automóviles deportivos, casas lujosas, y todas las cosas buenas que nos iba a comprar. Sí, habíamos escuchado el antiguo refrán que señala que el dinero no puede comprar la felicidad. Lo sabíamos. Habíamos visto lo que le había hecho a la gente una y otra vez. Pero nosotros íbamos a ser diferentes. Sabríamos cómo usar el dinero sin permitirle que él nos usara a nosotros. No queríamos comprar la felicidad; simplemente queríamos alquilar algún pequeño placer. Pero en algún punto todo se desbarrancó. De alguna manera el dios del dinero se convirtió en un tratante de esclavos. Nos mantuvo en carrera, hizo que lo siguiéramos para evitar que se nos escapara. Continuamos por el camino de los ladrillos verdes hasta que ansiamos descansar. Poníamos la esperanza en lo que podríamos encontrar al final del arco iris. Pensábamos que el dinero nos proporcionaría seguridad, significado, y satisfacción en cierta medida. Pero, extrañamente, cuando teníamos dinero aun así nos sentíamos quebrados. Entonces elegimos a Jesús y descubrimos que él es nuestro proveedor. Él nos provee de todo lo que necesitamos. Nos proporciona seguridad, porque nunca nos deja ni nos abandona. Nos proporciona significado porque encontramos nuestra identidad y valor en su amor. Nos brinda satisfacción porque nuestras almas fueron hechas para él. Descubrimos que Dios suple todas nuestras necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.

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capítulo 10

el dios de los logros

Chuck Colson nació en medio de un mundo lleno de ansiedad y temores, una nación atrapada en la Gran Depresión. Su padre le enseñó a apreciar el valor del trabajo esforzado y del dólar bien ganado. Uno de sus recuerdos más tempranos era el de ver gente hambrienta haciendo fila para recibir pan, y la conciencia de que había personas por ahí que estaban desnutridas. Pero el padre de Chuck le mostró lo que hacía falta para sobrevivir; por eso él trabajaba arduamente todo el día, y asistía a la escuela de leyes por las noches. Los domingos por la tarde eran todo el tiempo libre del que su padre disponía. En aquellos maravillosos días, el padre se sentaba en la galería que daba al jardín trasero con su hijo y le enseñaba estas lecciones: • Siempre di la verdad. • Retribuye siempre la buena paga diaria con un trabajo esforzado. • Acepta cualquier trabajo, no importa lo insignificante que sea, y pon tu mente en la tarea. • Trabaja arduamente y saldrás adelante. Esta es la tierra de las oportunidades.

Esa era la antigua ética protestante del trabajo, buena y para nada compleja. Y toda una generación de norteamericanos creyó en ella, la vivió y la probó. Podríamos considerar a Chuck el vivo ejemplo de esto. Sabía que su vida estaría definida por el trabajo esforzado, por luchar para salir adelante hasta que el tiempo de la 169


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inanición, la pobreza y la vergüenza ni siquiera se pudieran ver por el espejo retrovisor. Conseguiría un trabajo, y haría lo que fuera para tener éxito. La familia de Chuck no había asistido a la universidad. Él era el primero; se ganó una beca para una escuela de la Ivy League. Fue excelente en todo, pero su pasión era la política. Chuck tenía sus ideales. Los párrafos iniciales de la Declaración de la Independencia lo conmovían profundamente; es decir, la idea de que hubiera soldados, marinos e infantes de marina dispuestos a morir por un concepto de libertad. Así que para allí se dirigió luego. Se graduó con honores, obtuvo su título en leyes y se alistó en la Marina de Estados Unidos. Todo ese mundo militar le resultaba muy estimulante: puro valor y excelencia y una ética del trabajo sin holgazanería. Era un entusiasta y otra vez alcanzó el puntaje más alto de su clase. No negociaría por menos. Un día, durante las maniobras, se le instruyó que condujera cincuenta hombres en lo que parecía un operativo imposible: tomar un risco de arena alto. Logró hacerlo basado en una pura determinación. Al llegar a la cima, pensó: soy un miembro de la Marina, puedo hacer cualquier cosa. Y la experiencia le demostró que era cierto. Chuck alcanzó el grado de capitán y terminó en un puesto de alto rango dentro del Departamento de Marina. A los veintinueve años llevó adelante la campaña de un candidato republicano al Senado de Estados Unidos, que ganó por un amplio margen. Para conseguir que su hombre resultara electo, se arremangó e hizo cosas que ningún otro estaba dispuesto a hacer. Recortó unos pocos rincones éticos aquí y allá, llevó a cabo un par de trucos sucios, pero todo dirigido a alcanzar el resultado, ¿no es así? Y estaba aprendiendo que la política se relacionaba con cuán lejos uno estaba dispuesto a ir con tal de ganar. Con hacer lo que hiciera falta para vencer. Deseaba probar que tenía mano para las leyes, así que con un socio estableció una firma legal. Hicieron muy buen dinero. Sin embargo, su corazón aún deambulaba por el mundo de la política. Pensaba en Washington, en los salones del poder y en los poderosos. Y quería estar allí, para medirse con los mejores. Todavía no había descubierto sus límites. Chuck creía en el puro y simple 170


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poder de la voluntad humana, en el trabajo arduo, y en que si uno golpeaba con fuerza contra la pared bastantes veces, esta caería. En 1969, a la edad de treinta y siete años, aterrizó en la Casa Blanca. Había sido invitado a formar parte de un ejército de asistentes con los que contaba el presidente de Estados Unidos. Allí estaba él, cuando ni siquiera había alcanzado la mediana edad, aconsejando al líder más poderoso del mundo libre. Con toda seguridad era solo un rostro en medio de la multitud al principio, pero no pasó mucho tiempo antes de que el presidente lo llamara personalmente. Se convirtió en alguien habitual dentro de la Oficina Oval; había crecido hasta llegar al tope, a la cima, sobre aquel montón de gente. Había trabajado esforzadamente. Se había sacrificado, y los logros habían llegado. No era que Chuck Colson simplemente lo hubiera logrado; según los estándares de casi todos, él había llegado a sobrepasar las expectativas. Pero aún quedaba mucho por hacer. No había nada que él no pudiera llevar a cabo. Y ahora, posicionado a la derecha de Richard Nixon, se preguntaba si habría alguna cosa que no fuera capaz de hacer.

Medallas al mérito Algo en nosotros nos impulsa a lograr que las cosas se hagan. En el mundo occidental, eso simplemente forma parte de nuestro ADN. Muchos de los primeros colonos norteamericanos fueron cristianos muy devotos que creían que Dios honraba el trabajo arduo y el esfuerzo determinado. Podríamos decir que Estados Unidos de América han sido un experimento sobre la libertad, un ejercicio para liberar a la gente de modo que pueda llegar tan lejos como su trabajo la lleve, y que también sea capaz de prosperar. El problema está en el peligro de cambiar un rey por otro. Si has leído hasta aquí, esperaría que estuvieras de acuerdo en que nosotros hemos sido hechos para inclinarnos delante de otro. Debemos encontrar alguien o algo a quien servir. No nos sorprende descubrir que en nuestra cultura los logros personales constituyan un ídolo seductor.

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Pensemos en nuestra experiencia como niños: lobatos entre los boy scouts o brownies entre las niñas exploradoras. De paso, esas son maravillosas organizaciones que enseñan una gran cantidad de valores positivos, y en particular, el valor de alcanzar logros. Allí, cuando uno realiza una tarea, gana una medalla al mérito. Realiza una caminata y cumple con ciertos requerimientos dados, y recibe una colorida insignia de «acampante». Tal vez hayas sido un scout o miembro de un grupo similar. ¿Recuerdas lo bien que se sentía que el jefe de los exploradores nos colocara la insignia en el uniforme? O tal vez en la escuela secundaria obtuviste la chaqueta al mérito deportivo por participar en algún deporte, y cada año te esforzaste por agregarle a esa chaqueta broches e insignias que demostraran tus logros. Muchos jóvenes, en especial los del tipo que apunta a alcanzar metas, aprenden a encontrar su identidad y valor en lo que logran. Ponen su esperanza en lo que puedan alcanzar un día quizá. Y entonces la camiseta llena de distintivos, la chaqueta cubierta de insignias, los trofeos en la estantería, las cintas, las medallas, las libretas de calificaciones, los diplomas, los títulos, las promociones, los ascensos pueden llegar a convertirse en ídolos ante los que nos inclinamos. Representan lo que hemos logrado a través de trabajo duro y dedicación. Un ídolo puede fácilmente ser una lista diaria de tareas que hay que completar, o una cocina que siempre se mantiene limpia, o un césped perfectamente cortado. Obviamente, no hay nada malo en ninguno de esos logros; de hecho, cada uno de ellos puede constituir un acto de adoración que glorifique a Dios. Pero cuando nuestras vidas solo tienen que ver con lograr que las cosas se hagan, podemos llegar a descubrir que no queda mucho espacio para Dios. En lugar de eso, nuestro enfoque de la adoración a Dios puede ser tildar un cuadradito de nuestra lista de tareas pendientes al que hemos rotulado como «Ir a la iglesia».

Elegir En Lucas 10 a Jesús le quedan apenas seis meses sobre la tierra. Él sabe que no tiene mucho tiempo, y también es consciente de lo que 172


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se viene. Habla acerca del camino a Jerusalén y de lo que acontecerá allí. Con certeza Jesús es alguien que apunta a metas altas. Ha necesitado solo unos pocos años de ministerio para revolucionar a este mundo. Eso constituye una medalla impresionante como para prenderla a su banda azul. Ha logrado más que cualquier otra persona en la historia. Pero ese día Jesús no está preocupado por una lista de cosas a realizar ni de objetivos por alcanzar. Él no es esclavo de su programa y simplemente declara que él hace todo lo que el Padre desea que haga. Regularmente se toma un tiempo para alejarse a orar. En las cuestiones de su itinerario cotidiano, los discípulos pueden pensar que Jesús no tiene tiempo para los niños, que hay cosas que hacer y personas a las que ver, pero Jesús les dice: «Dejen que los niños vengan a mí» (Mateo 19.14). En Lucas 10, aunque él tiene cantidad de cosas por hacer y solo un poquito de tiempo, nos sorprende que Jesús dedique parte de ese tiempo a detenerse y visitar a algunos pocos buenos amigos como María y Marta. Son las dos hermanas de Lázaro, y se ve con claridad que Jesús mantiene una relación especial con esa familia. Las Escrituras nos dicen que Marta le abre su hogar a Jesús, y esta es la escena que tiene lugar: dos hermanas, una de ellas corriendo frenéticamente con todos los preparativos, con el deseo de hacer que el hogar sea digno de Jesús, y la otra, sentándose en silencio a sus pies para escucharlo. «Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo: —Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude! —Marta, Marta —le contestó Jesús—, estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará». —Lucas 10.40–42

Suceden muchas cosas en estas pocas frases, pero si consideramos la historia a través de las lentes de la idolatría, encontraremos dos frases significativas: 173


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• Marta estaba inquieta y preocupada. • María había escogido.

El dios de los logros nos abruma para que no sigamos a Jesús, distrayéndonos con todas las cosas que deben ser hechas. ¿Cuántas veces tenemos las buenas intenciones de pasar un tiempo con Jesús y volver nuestro corazón hacia él, pero encontramos al final del día que ese es el punto en nuestra lista de tareas que nunca llegamos a realizar? Hay algunas razones por las que el dios de los logros gana frecuentemente la batalla diaria por nuestro corazón. El dios de los logros nos provee un método de medición. A muchos de nosotros nos resulta más fácil dedicarle nuestro tiempo a las cosas tangibles. Nos gusta ver lo que hemos hecho. Podemos ver que la casa ha quedado limpia, o que el césped ha sido cortado, o que terminamos nuestro contrato, o que pudimos equilibrar el presupuesto, o que compramos los comestibles necesarios. Cuando acabo de pasar un tiempo con Jesús, no veo resultados inmediatos; pero cuando pinto un cuarto, el cambio resulta obvio. Cuando dedico tiempo a la oración y a la adoración, no hay una evidencia visual inmediata de que haya alcanzado algo, pero cuando logro equilibrar el presupuesto, tengo algo que mostrar. Marta está inquieta y preocupada por los preparativos. Esa es la tiranía de lo urgente. La lista de cosas que tiene que realizar justamente ahora. Las mejores canicas parecen no entrar nunca en el frasco. Notemos que lo que Marta está haciendo no es ni malo ni pecaminoso. En realidad lo que ella hace es bueno porque lo hace para Jesús. Pero él le dice que lo que María ha escogido es mejor. Lo que hacemos puede ser bueno, pero lo bueno se vuelve malo cuando existe algo mejor. Otra vez descubrimos que muchos de los dioses que pelean por obtener nuestro corazón no procuran tentarnos con aquello que obviamente se ve como malo o pecaminoso. La cuestión con la idolatría es que llega a resumirse en una sola palabra: elección. Lo hemos escuchado de parte de Moisés. Lo hemos oído en labios de Josué. Lo hemos escuchado de Eliseo. Ahora lo oímos en boca de Jesús. Él elogia a María por la elección que ha realizado. 174


el dios de los logros

Un poco de competencia Marta demuestra otra de las características de aquellos que están luchando con el dios de los logros: se comparan con otros y parecen llevar un puntaje de su actuación. Marta señala que ha hecho mucho más que María. Aquellos que apuntan a alcanzar logros convierten prácticamente todo en una competencia. Hay dos síntomas relacionados entre sí que te indican que el dios de los logros ha ganado algún espacio en tu vida: 1. La frustración constante que tienes con algunas personas cercanas a ti que, desde tu perspectiva, no están haciendo lo que deben. Marta se siente frustrada con María por no ser una mejor compañera de equipo, pero María ni siquiera parece darse cuenta de que está compitiendo en un juego. Esa frustración que nos produce el que otros no cumplan correctamente con su parte, aflora en forma de crítica. María se vuelve crítica con respecto a la falta de productividad de María. ¿Criticas constantemente a aquellos que te rodean por no hacer lo suficiente, o por no hacer las cosas lo bastante bien? Tal vez intentas no ser tan crítico pero simplemente te frustras tanto que sientes que tienes que decir algo. 2. El segundo síntoma es una sensación constante de descontento contigo mismo por no llegar a hacer lo que esperabas que podrías. Thomas J. DeLong, un profesor de la Escuela de Economía de Harvard, describe quinientas entrevistas llevadas a cabo con «profesionales que tienen una gran necesidad de alcanzar logros». Más de cuatrocientos de ellos «cuestionaron su propio éxito y sacaron a relucir el nombre de por lo menos algún otro de sus pares que entendían que había alcanzado más éxito que ellos».23 Lo que resulta interesante es que esos profesionales fueron elegidos entre los líderes de las corporaciones norteamericanas, y sin embargo se destrozan ellos mismos al compararse constantemente con otros, al sentir que no están logrando lo suficiente y al mantenerse siempre en carrera para alcanzarlos.

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Cuando adoramos al dios de los logros, hacer cosas y hacerlas correctamente se convierte en algo más importante que prácticamente todo y todos. En Salmos 46.10 el Señor nos recuerda: «Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios». Es difícil adorar al dios de los logros y al mismo tiempo quedarse quietos para adorar a Dios el Señor. Si te resulta difícil tomarte el tiempo para permanecer quieto y reconocer que el Señor es Dios, eso debería constituir una señal de alarma. El resto del versículo en Salmos 46.10 continúa diciendo: «¡Yo seré exaltado entre las naciones! ¡Yo seré enaltecido en la tierra!». Cuando desaceleramos el tiempo suficiente como para reconocer que el Señor es Dios, se nos recuerda su soberanía. Él tiene todo el mundo en sus manos. ¿Puedo alentarte a que recuerdes a María y elijas lo que es mejor la próxima vez que te vuelvas crítico con otros, o especialmente intransigente contigo mismo? Respira profundo. Quédate quieto. Reconoce que el Señor es Dios.

El matón Chuck Colson había creído en Dios toda su vida. Como marino, se quedaba de pie en la cubierta de algún barco en el silencio de la noche y disfrutaba del bello ámbito que ofrecía el cielo estrellado por las noches. Le resultaba fácil creer que alguien había diseñado toda esa belleza y puesto en movimiento todas esas estrellas y galaxias. Pero también debería ser alguien distante, alguien demasiado poderoso y magnificente como para preocuparse por los pequeños detalles de la vida humana. De todos modos, Chuck no sentía que necesitara ningún aporte cósmico. Hasta allí se había arreglado muy bien siendo su propio dios. Había crecido en una época en la que cada hombre se arreglaba por sí mismo, y hacía lo que fuera necesario. Ahora, trabajando en la Casa Blanca, eso implicaba pisotear a las pocas personas que se le interpusieran en el camino. Pero si creía fervientemente en su causa, si compraba esa visión, entonces el fin siempre justificaba los medios. Chuck había forjado una relación fuerte con el presidente de Estados Unidos debido a su lealtad y a su disposición a hacer lo que 176


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hiciera falta, sin preguntas. En ese momento trabajaba casi exclusivamente en una zona gris, en los canales de atrás de los operativos de la Casa Blanca. Sus órdenes de marcha le llegaban directamente al oído de los labios de Nixon. Y su poder era embriagador: se le había dado autoridad sobre todas las comunicaciones que salieran de la Casa Blanca. Podía manejar los hilos y luego darle forma al mensaje. En 1971, al celebrar sus cuarenta años, recibió un extraño regalo. El Wall Street Journal sacó un perfil suyo en la primera plana junto con uno de sus dibujos lineales distintivos. Lo titulaba «Chuck Colson, el nuevo infiltrado». Debajo el subtítulo decía, «El matón de la Casa Blanca». A continuación seguía un artículo periodístico sobre un hombre dispuesto a hacer cualquier cosa, sin que le importara cuánta suciedad se le metiera debajo de las uñas, un hombre entregado por completo a lograr el éxito de su jefe. Matón. Si era necesario despedir a alguien, se enviaba a Chuck Colson, el excapitán de la marina. «Este hombre es capaz de atravesar las puertas sin abrirlas para mí», señalaba Nixon, que levantaba a Colson como ejemplo ante sus otros ayudantes. «Chuck es el tipo que puede lograr que las cosas se hagan por aquí», dijo. «No permite ni por un segundo que la burocracia se interponga en su camino. Sale y logra que todo se haga». El Wall Street Journal no había hablado con Colson al publicar la entrevista. Habían citado a otras personas de su pasado. De las mismas entrañas de ese artículo surgió una expresión que se iba a instalar para perseguirlo toda la vida. Alguien del Senado de Estados Unidos elogió su tenacidad, su liderazgo y dureza, agregando que Colson era «tan duro que podría pisotear a su propia abuela, si fuera necesario». En ese momento, la frase no pareció importante. Pero sería reflotada más tarde, cuando el nombre de Charles Colson adquiriera un significado más profundo. Y después, durante décadas, se pudo escuchar esta referencia: «Chuck Colson, que en cierta ocasión se jactó de que podría pasarle por encima a su propia abuela», aunque, por supuesto, él nunca hubiera dicho semejante cosa. Cuando lo entrevisté para escribir este libro, expresó su temor de que esa frase lo siguiera hasta la tumba. 177


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Cuando la campaña presidencial de 1972 comenzó a tomar forma, Chuck Colson fue uno de los cuatro o cinco hombres más cercanos a Richard Nixon, y una figura clave del Comité de Reelección del Presidente. Apuntaba a lograr una victoria aplastante sobre George McGovern, el candidato de los demócratas. Hubert Humphrey lo había hecho chirriar a Nixon en 1968, pero en 1972 todo fue risas. Aquí contaba con su mandato como presidente de la nación, la confirmación que ansiaba. Fue grandioso estar en los salones del poder. Aun entonces, sin embargo, un par de periodistas desconocidos del Washington Post comenzaron a investigar ciertas pistas acerca de un incidente con algunos plomeros en un hotel. Habían forzado la entrada, y persistían los rumores de que las conexiones conducían a la intimidad, al santuario de la Casa Blanca. A medida que fueron pasando las semanas y los meses, las historias comenzaron a trasladarse de las páginas interiores del diario a la primera plana. El nombre del hotel comenzó a formar parte del diálogo público: Watergate. Y llegaría un momento en que esos periodistas, y muchos otros, comenzarían a sondear al hombre del Salón Oval, así como también a todos los hombres del presidente que merodeaban en el trasfondo, incluyendo a un consejero asistente llamado Charles Colson.

Elegir mejor Muchos de nosotros nos sentimos identificados con Marta porque somos una cultura perturbada. Esta es la generación que presenta el Trastorno por Déficit de Atención.* Estamos siempre en movimiento, siempre tratando de lograr que las cosas se hagan. Nuestros teléfonos constantemente suenan para hacernos saber que tenemos un mensaje de texto que debemos responder o que hemos concertado una cita a la que vamos a llegar tarde. Marta tiene a Jesús allí mismo, en su presencia, y ella está creando una situación sobre la que posiblemente sus nietos le preguntarán algún día. «¿Cómo ocurrió esto? ¡Jesús estuvo en tu casa! * Una ardilla.

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Debió haber sido fantástico. ¿Qué dijo? ¿Cómo fue estar con él?». Y ella tendrá que responder: «Bueno, a decir verdad, yo estaba intentando encontrar un juego de platos de porcelana que había pertenecido a nuestra familia por mucho tiempo. Tenía que dar con él para la cena que le brindaríamos a Jesús. Así que realmente no escuché lo que él dijo. Solo pude pescar algunos pedacitos, algunas partes de la conversación mientras pasaba volando por la sala. La tía abuela María tendrá que completarles el cuadro». ¿Cuántas veces hemos estado tan desatentos y perturbados que nos perdimos uno de esos momentos divinos? ¿Cuántas cosas anhela decirnos Dios, pero sigue escuchando nuestro contestador automático porque nosotros estamos demasiado ocupados como para levantar el teléfono? Eso es idolatría de un tipo peligroso, porque está atravesada por la virtud y los valores tradicionales. Trabaja duro. ¡No seas como ese holgazán, María! ¿Quién va a lograr que se haga todo esto? Me pregunto cuán importante habrá resultado para Marta todo aquello después de que su amigo fuera crucificado y luego resucitara y ascendiera al cielo. Me pregunto qué no hubiera dado ella solo por sentarse unos momentos a sus pies. «María ha escogido lo mejor». Es una elección que podemos hacer cada día cuando decidimos que nuestra relación con Dios sea más importante que cualquier otro asunto de la agenda o de la lista de quehaceres. Sé que ya he dicho esto, pero quiero ser claro. Trabajar duro y alcanzar metas constituyen una parte importante de una vida que glorifica a Dios. Pero esas cosas no son la vida. Ni siquiera son la regla por la que medir el valor de la vida. Cuando entregamos nuestra alma a esas cosas, ellas se convierten en otro falso dios más: todo un cúmulo de medallas al mérito fundidas para formar un becerro de oro. Recordemos que el pueblo había pedido «dioses que marchen al frente de nosotros» (Éxodo 32.1). Eso es lo que queremos que nuestros logros hagan, que nos allanen el camino mientras avanzamos por la vida. Y cuando el grupo de Aarón esculpió el ídolo, dijeron: «Israel, ¡aquí tienes a tu dios que te sacó de Egipto!» (Éxodo 32.4). Parece 179


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algo loco. ¿Cómo pudieron ellos fabricar algo y luego atribuirle el crédito por el camino que ya habían recorrido? Pero esa es la ilusión que producen los logros. Comenzamos a creer en aquello que nosotros hemos hecho, pero aun más: aquello que nosotros hemos hecho comienza a definir quiénes somos. Nosotros somos nuestros logros. En estos días, cuando conocemos a otros adultos, notamos que estos se presentan por su nombre y su ocupación. «Hola. Me llamo Kyle y soy pastor». «Hola. Me llamo Judy y soy diseñadora de interiores». Sé que es solo una manera de hablar, pero nuestros trabajos parecen adherirse a nuestros nombres, lo que, por supuesto, fue la forma en que se iniciaron los apellidos. Juan el molinero se convirtió en Juan Molinero (John Miller, en inglés); Pedro el panadero se volvió Pedro Panadero (Peter Baker, en inglés). Leí una historia sobre Sheila Walsh, la cantante que alguna vez fue coanfitriona del “Club 700” por televisión. Ella experimentó una crisis emocional en 1992, en medio de su gran éxito. Por la mañana había estado frente a las cámaras, y por la noche se encontró en un hospital psiquiátrico. El doctor le preguntó: «¿Quién eres?». Ella le respondió: «Soy la coanfitriona del “Club 700”. El médico le dijo que él no se refería a eso. Entonces ella se identificó como escritora y cantante. El psiquiatra enfatizó: «¿Pero quién eres tú» Ella suspiró y respondió: «No tengo idea». Y él le dijo que esa era la razón por la que estaba allí. Sheila escribió después: «Me medía a mí misma por lo que otras personas pensaban de mí. Lentamente eso me iba matando. Antes de entrar al hospital, algunos de los miembros del equipo del “Club 700” me dijeron: “No vayas allí. Nunca lograrás recuperar ninguna clase de plataforma. Si la gente sabe que estuviste medicada dentro de una institución mental, todo se habrá acabado”». Ella pensó que eso no importaba demasiado porque le parecía que ya lo había perdido todo. Y a veces eso es lo que precisamos para poder conectarnos con Dios. Los ídolos tienen que ser quemados, algo que puede resultar increíblemente doloroso. Tenemos que permitir que escape de entre nuestras manos un montón de basura antes de obtener lo único que vale la pena; pero estamos 180


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demasiado apegados a esa basura. La consideramos parte de nosotros. La música siempre le había hablado a Sheila Walsh, y no resulta sorprendente que Dios la haya alcanzado a través de letras de canciones. En su peor momento de crisis, encontró una pequeña iglesia en las calles de Washington, DC, y fue allí a adorar silenciosamente y a reconectarse con Dios. Al hacerlo, recordó un viejo himno que decía: «No traigo nada en mis manos. Simplemente me aferro a tu cruz».24 Dios no quiere nuestros currículos; nos quiere a nosotros. Hace falta un montón de fe para soltar todos esos desechos y aferrarnos a la cruz con las dos manos.

Bienvenidas las máquinas Hacia el final de sus días, Chuck comprendió que la vida se construía a partir de elecciones. Él aconsejaba a los jóvenes: «Deténganse de vez en cuando. Hagan un balance de lo que son y de lo que están haciendo. Yo nunca lo hice. Estaba demasiado ocupado». Desde la distancia que le permitieron los años, se dio cuenta de que había llegado muy lejos pero lo había disfrutado muy poco. ¿Quién tenía tiempo para disfrutar? El trabajo era sagrado. Uno trabajaba, y eso mismo creaba más trabajo. Nunca acababa. Los hijos de Chuck estaban creciendo, y él nunca tenía tiempo para ellos. Su alma le pertenecía a la reelección del presidente, que le había ofrecido un puesto en el gabinete durante su segundo período, o lo que él quisiera. Le ofreció cualquier cosa que lo mantuviera haciendo lo que tenía que hacer. Cada tanto escuchaba a sus pares hablar sobre el círculo social de la ciudad de Washington, sobre asuntos extracurriculares, y se daba cuenta de que no había nada de eso en la vida de su familia. ¿Quién soy?, pensaba en esos momentos. ¿Para qué todo esto? ¿A dónde me lleva? Pero la gran pregunta era siempre: ¿qué sigue ahora? Siempre había sido una pregunta que lo presionaba: en la escuela, en la universidad, en la vida militar, en las leyes, en la política. ¿Cuáles eran los próximos mundos a conquistar? Tenía cuarenta y un años, y había puesto su sello en la historia de Estados 181


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Unidos. Pero se preguntaba qué sucedería cuando alcanzara su propio techo, cuando supiera que ya no podía ir más allá. Había un vacío dentro de él; no podía ignorarlo. Pensaba que tal vez simplemente estuviera cansado, agotado. Pero luego se hacía preguntas que jamás se le habían ocurrido antes. Estados Unidos nunca habían presenciado algo como el escándalo Watergate. Era como si el país hubiera parado las máquinas por varios meses mientras se realizaban las audiencias, los periodistas escarbaban en la mugre, y el presidente (hombre tan motivado a alcanzar logros como Chuck Colson) sentía que las cosas se le escapaban por entre los dedos. Todo aquello por lo que había trabajado durante toda su vida. Dos años después de una victoria aplastante en las elecciones, enfrentaba una dura decisión: ser impugnado o presentar la renuncia. Chuck se sentía atrapado en la marea de una ira nacional. Todo lo que pudo hacer fue volver al ejercicio de la ley. En medio de la crisis, fue a ver a un antiguo amigo y cliente, Tom Phillips, presidente de la compañía Raytheon Company. Chuck respetaba a Tom, un hombre de su generación que compartía su ética laboral. Sin embargo, quedó un poco sorprendido al notar lo calmo y compuesto que se mostraba Tom ese día. Su escritorio estaba limpio en verdad. Habían corrido rumores de que Tom experimentaba algún tipo de cosa religiosa. Chuck le preguntó en qué andaba. Su amigo se mostró un poco reticente. Miró hacia otro lado y dijo: «He encontrado a Jesús. Mi vida le pertenece a él ahora». En el trasfondo del que provenía Chuck, esa sería una forma loca de hablar. Uno podía ocasionalmente ir a la iglesia, pero no hablaba de «haber encontrado» a Jesús o de haberle entregado toda su vida a él. No en la región del Noreste, por lo menos. Luego, otra vez Chuck pasó por la humillación; fue citado para ser interrogado por el gran jurado. Su nombre era despedazado por los medios nacionales. La calma de su amigo le resultaba asombrosa. Poco después volvió a llamar a Tom y le pidió verlo de nuevo. «Quiero oír más con respecto a esta cuestión religiosa que te ha sucedido», le dijo. Los dos se sentaron en la galería y Tom le contó que había asistido a una cruzada de Billy Graham. Sacó un librito, Mere 182


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Christianity (Mero cristiansmo) de C. S. Lewis, y leyó en voz alta sobre aquello a lo que Lewis llamaba «el gran pecado»: el orgullo. El escrito era agudo y de corte intelectual. Aquellas ideas pusieron a Chuck de cabeza. Lo habían criado para que considerara al orgullo como el príncipe de los valores: orgullo por el trabajo y por su nombre, orgullo por los logros. Pero ahora veía que conllevaba un costado oscuro. El orgullo podía impulsar a una persona muy fuertemente para su propio bien. Pero podía volverla arrogante y despectiva con respecto a otros. Este libro habla sobre mí, pensó Chuck. Es por allí que he andado. Se sintió desnudo e indefenso ante esas declaraciones. La corte no podía levantarle cargos más dolorosos que estos. El matón había quedado desarmado. Tom quiso orar con él, e invitar a Chuck a entrar a una nueva vida. Chuck no estaba listo para eso, pero estuvo de acuerdo en llevarse el libro de C. S. Lewis a su casa y leerlo. Durante el camino de regreso, clamó a Dios. Su ansiedad era tan profunda que temía chocar con su auto. Chuck se estacionó al costado del camino y se quedó sentado allí pensando y hablándole a un Dios para el que nunca había tenido tiempo en el pasado. Y tuvo la sorprendente sensación de que Dios lo estaba escuchando. Ese tipo de cosas nunca había formado parte de las experiencias de Chuck. Él era de otra clase de individuos, sólido y apegado al mundo real. ¿Había pegado un giro, quizá? Suponía que a la mañana siguiente todo habría pasado. De nuevo volvería su sano juicio. En lugar de eso, comenzó a experimentar entusiasmo por las nuevas ideas: paz, verdadera paz, y una tremenda liberación de la horrible carga que significaba ser Chuck Colson, el de los desempeños sobresalientes, el amo de todo aquello que supervisaba. Podía ver su pecado y debilidad, y lo más extraño era que eso lo hacía sentirse aliviado. Ya no dependía todo de él, porque ahora podía colocar todo a los pies de Dios. Se sumergió en el libro de Lewis; leyó, releyó, subrayó y reflexionó. Eso acabó de sellar el trato. De ese día en adelante, su vida le pertenecería a Cristo. ¿Pero qué hacer con las cuestiones legales? Chuck pensó sobre aquello y encontró un cargo acerca del 183


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que podía admitir culpabilidad. Presentó su declaración de culpa y cumplió el tiempo señalado en prisión. No es de sorprender que los medios descubrieran su conversión; y luego de las burlas, lo ridiculizaron. Con seguridad se trataba de una estratagema, señalaron sus críticos. No le importaba. En medio de toda esa agitación pública, Chuck Colson sabía lo que era un ser humano nuevo. Los viejos ídolos habían sido despojados de todo su poder, y él conocía ahora la auténtica fuente de su poder. Pensaba, mientras lo conducían a su celda: es extraño. Es extraño que un hombre pueda estar tras las rejas y, sin embargo, ser más libre de lo que jamás fue.

Arrastrados por el viento Los logros son cosas buenas hasta que se convierten en nuestros dioses. Pueden ayudar a hacer de este mundo un mejor lugar. Pero, en definitiva, no podemos poner nuestra fe en ellos porque se marchitan como todas las cosas de este mundo, y son arrastrados por el viento. Es por eso que Pablo escribió en 2 Corintios 4.18: «Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno». Pocos años atrás, a un grupo de ciudadanos mayores, de por lo menos noventa y cinco años, se les hizo esta pregunta: «Si ustedes pudieran volver a vivir toda su vida de nuevo, ¿qué harían distinto?». No se les dieron respuestas de opción múltiple, sino que se les permitió decir lo que pensaban. Las respuestas fueron variadas, por supuesto, pero los tres temas dominantes en esas contestaciones fueron los siguientes: 1. Si yo pudiera volver a vivir mi vida, reflexionaría más. 2. Si yo pudiera volver a vivir mi vida, asumiría más riesgos. 3. Si yo pudiera volver a vivir mi vida, haría más cosas que permanecieran después de que yo me hubiera ido.25

Creo que podemos obtener una profunda sabiduría de estas observaciones de los residentes más experimentados de este mundo. Lo 184


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que nos dicen aquí es: desearía haber desacelerado un poco; desearía no haber apostado siempre a lo seguro, sino haberme arriesgado en ciertas ocasiones; y desearía no haber invertido mis esfuerzos en oxidadas medallas al mérito, sino en las realidades eternas. Si tú eres adicto a alcanzar logros, considera esto como un llamado a despertar. Detente a reflexionar, a pensar acerca de quién eres y quién serás cuando todos los logros terrenales se hayan secado y sean arrastrados por el viento. Considera las palabras de Jesús a Marta y la lección duramente aprendida por Chuck Colson, y no elijas simplemente lo que es bueno, sino lo mejor.

Un nuevo curriculum Para aquellos que muestran un desempeño sobresaliente, o que son impulsados fuertemente por alcanzar logros, ir a prisión es como despojar a un adicto de sus narcóticos. Chuck Colson tuvo que aprender a no hacer nada. Pensó nuevamente en las enseñanzas de su padre: acepta cualquier trabajo, no importa lo insignificante que sea. Bueno, había pasado del ejercicio de la ley a lavar ropa en la prisión. Pero también se puso a escribir. Se encontró aconsejando a otros prisioneros. ¡Qué experiencia reconfortante le resultó el poder ayudar a aquellos hombres que no sabían leer ni escribir! Llegó a descubrir que lo que realmente le gustaba era servir a los demás. Los viejos ideales no habían cambiado. Todavía creía en Estados Unidos, y en trabajar por mejorar esa nación. Pero esta vez no se esforzaba por el beneficio de alcanzar logros y un avance personal. En esta ocasión el trabajo arduo era un acto de adoración para la gloria de Dios. Aun así, desde la perspectiva del mundo, él no tenía futuro; no después de la vergüenza pública y el encarcelamiento. Él no entendía que Dios tenía sus propios planes y sus propios tiempos. Fue el anteúltimo personaje relacionado con Watergate en salir de la prisión, y no podría haber sabido que lo mejor estaba aún por llegar. Él fundó la Prison Fellowship [Confraternidad de la Prisión], que ha causado un enorme impacto sobre los reclusos en 185


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Estados Unidos. Publicó muchos libros y llegó a millones de vidas a través de un programa radial diario, y también alcanzó a una incontable cantidad de otras personas simplemente por medio del poder de su historia. Cuando falleció, en 2012, el cortejo fúnebre pasó frente al complejo Watergate camino a la Catedral Nacional. Nadie citó la frase referida a la «abuela». No se habló mucho de política. En cambio, se hicieron referencias a un padre amoroso, al abuelo paciente de un niño autista, y a un hombre que defendió a los débiles, abrazó a los pecadores, y habló con la verdad. Se citó a Abraham Kuyper, uno de los héroes de Chuck, que había dicho: «No hay un centímetro cuadrado en todas las esferas de la existencia humana acerca del cual Cristo, que es Soberano sobre todo, no haya exclamado: “¡Mío! ¡Eso me pertenece!”». Chuck, que había arrojado afuera sus propios ídolos, amaba esa cita, porque entendía que la vida no se define en última instancia por lo que hemos hecho, sino por aquel al que pertenecemos. Para conocer más acerca de la historia de Chuck Colson visite www.godsatwar.com/index.php/achievement.

Documento de identidad de un ídolo ¿De qué manera se ha definido tu vida hasta aquí en base a los logros? Piensa en tu infancia. ¿Cuánto se te inculcó acerca de que era necesario que fueses altamente productivo tanto en las tareas escolares como en otras actividades? ¿En qué área deseabas alcanzar logros? Digo de nuevo, estos son todos factores positivos al crecer. Alcanzar logros es bueno, pero a veces tenemos la idea

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de que lo que logramos es lo que somos, o que eso determina nuestro valor y justifica nuestra existencia.

¿Cómo defines tu identidad ante otros? ¿Y ante ti mismo? La mayoría de nosotros comenzamos con nuestro nombre y proseguimos mencionando nuestra ocupación cuando nos presentamos ante otros. Tiene sentido: estamos identificando la manera en la que empleamos una buena parte de nuestro tiempo y señalando cuáles son nuestras habilidades más importantes. ¿Pero hasta qué punto consideramos que nuestro trabajo nos define? ¿Tu trabajo eres tú? ¿Es el trabajo la gran fuerza impulsora de tu vida? ¿Por qué haces lo que haces? Considera a fondo aquello que en el presente estás procurando alcanzar a través de un trabajo duro. El trabajo esforzado es bueno, ¿pero por qué lo haces? ¿Para probarte ante ti mismo? ¿Es por tu tendencia competitiva a ser el mejor? ¿O estás trabajando arduamente para darle gloria a Dios? ¿Cuándo te sientes más culpable o con altas dosis de autocrítica? ¿La falta de productividad (aunque sea de un solo día o de un par de horas) te produce frustración y te hace sentir mal contigo mismo? Gordon MacDonald, en su clásico libro Ordering Your Private World [Ponga orden en su mundo interior] señala la diferencia entre ser impulsado y ser llamado. Las personas que se sienten impulsadas están siempre extremadamente ocupadas, y ven eso como una señal de su éxito o significación. Tienden a no disfrutar de su trabajo, sino solamente de los resultados, o sea el hecho de alcanzar una meta. La culpa es un factor de motivación en todo lo que hacen. Aquellos que se han sentido llamados son personas que han aprendido a sentir la libertad de estar en la voluntad de 187


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Dios, la que pueden experimentar durante la totalidad del proceso y no simplemente al lograr resultados. Son menos competitivos que otros, y pueden darse permiso para fallar. La ironía es que finalmente esta libertad para fallar con frecuencia resulta en una mayor obtención de logros. El trabajo y los logros son bendecidos por Dios, y lo han sido desde que Adán y Eva recibieron su asignación de tareas en el jardín. Y son maneras de experimentar el gozo de servir a Dios. Pero cuando se convierten en alguna otra cosa, pueden volverse tóxicos. Yo sé que estás listo a acabar este capítulo y proseguir con el próximo para poder marcar la lectura de este libro como tarea realizada. Pero antes de avanzar, si entiendes inglés, tómate unos pocos minutos para escuchar esta canción: Be still, por Matt Bayless en www.godsatwar.com/index.php/be-still.

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par te 4

el templo del amor



capítulo 11

el dios del romance

Cada vecindario tiene un marimacho. Cuando los muchachos se juntan a jugar a la pelota, no se sorprenden si uno de los integrantes del grupo es, bueno, cómo decirlo, una chica. Es una tradición clásica de los parques. Excepto que todos imaginan que el marimacho crecerá para convertirse en otra figura tradicional: «la chica de la casa de al lado». Shannon no mostraba señales en esa dirección. Machona desde su infancia, continuaba impulsando el lado masculino de su personalidad hacia el frente. Llegó a pensar de ella misma como un vivo error que andaba por ahí. Cuando Dios la había hecho (imaginaba ella), había colocado un espíritu de varón en el cuerpo de una niña. Una mentalidad como esa lleva, tarde o temprano, a la frustración y a la desesperación. Había motivos. Shannon había sido víctima de abuso sexual. Una experiencia como esa daña a cada persona de diferentes maneras. Para Shannon era un indicativo de que ser una chica la colocaba en peligro; verse bonita o femenina la destacaba como un objetivo. Se les hacía cosas a las chicas. Si no fuera una muchacha, tal vez la dejarían en paz. Shannon también había salido del abuso con una perspectiva distorsionada de las relaciones con el otro sexo. Aunque andaba por ahí con los muchachos y participaba de sus partidos de béisbol en canchas improvisadas, no tenía pistas en cuanto a cómo relacionarse con ellos fuera de los deportes. Y lo peor de todo: pensaba que no había en ella verdadero valor como ser humano. Por otra parte, no entendía por qué le habían 191


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hecho eso. El abusador era una figura masculina que se suponía confiable. Entonces, ¿con quién o con qué se podía contar en esta vida? La pregunta parecía retórica, porque no tenía una respuesta aparente. La única reacción de Shannon fue volverse más dura. Usaba el cabello corto, se dedicaba al deporte, y se mantenía mugrienta y sudada siempre que le era posible. Eso combinaba con la suciedad que tenía en su interior. Se mostraba sarcástica y agresiva, pero eso era solo una máscara para encubrir la depresión, la confusión que escondía debajo de aquella fachada. Las cosas le resultaron relativamente manejables hasta llegar a la pubertad. Antes de eso, Shannon podía mostrarse como una simple niñita que se trepaba a los árboles, que robaba la segunda base o jugaba de catcher. Pero se acercaba la adolescencia, y las cosas comenzaban a cambiar. Las chicas se pintaban las uñas y hablaban de ropa; ella no encajaba para nada en ese mundo. Y también notaba que cambiaba la dinámica con los muchachos; no sería adecuado seguir siendo un marimacho por mucho tiempo más, dado que ellos comenzaban a relacionarse con las chicas porque sentían una atracción y no por el aspecto deportivo. Shannon no encontraba lugar alguno. Pensaba: soy un error, una inadaptada. No tengo futuro. Al pensar acerca de todo eso, se dio cuenta de que ansiaba encontrar amor: darlo y recibirlo. El amor podría rescatarla de su vergüenza; podría hacerla sentir como una persona valiosa. Al igual que muchos otros adolescentes, le dio características sexuales a los sentimientos de su corazón. Tan desesperado era su deseo de que se ocuparan de ella que se retrotrajo al tiempo de su abuso, y se aferró a la idea de la expresión sexual que había encontrado allí. Era la manera más obvia de lograr atención, de encontrar alguna forma de amor. No se trataba de algo saludable, sino autodestructivo. Pero era lo único que conocía. Ella entendía así el trato: yo te permitiré esto, te dejaré que hagas aquello, y a cambio tú me devolverás amor y aceptación. Pero, por supuesto, ese arreglo no produjo conexiones satisfactorias. Ella ofrecía sexo y eso mismo volvía a recibir. Arrojarse a los brazos de los muchachos no la hacía sentir más completa 192


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como mujer. Entonces empezó a anhelar el amor y la aceptación de las que pertenecían a su propio género. De un modo casi inevitable, comenzó a plantearse una identidad lesbiana. No prosiguió con la cuestión abiertamente, sino a través de la pornografía. Nuevamente estaba explorando el asunto a través de la sexualidad. Eso no la ayudaba a entender a los muchachos, y tampoco la ayudaba a comprender a las chicas. Una vez más su búsqueda del amor no le producía ningún sentido de aceptación o de pertenencia. En realidad, cuanto más ella perseguía esas cosas, mayor era la soledad que sentía. Solo anhelaba amar y ser amada. Shannon se acercaba a los muchachos sexualmente, pero al mismo tiempo consumía pornografía relacionada con su mismo sexo en forma privada, tratando con desesperación satisfacer el hambre de intimidad que había en su corazón. Pero en lugar de ello, crecía su sensación de aislamiento.

El mito de los corazones, las flores y Meatloaf Nuestra cultura sostiene que el amor romántico es la mayor y más noble de nuestras búsquedas. Nos lleva a creer que la necesidad de un afecto romántico está instalada dentro de cada uno de nosotros, de modo que instintivamente ansiamos ese sentimiento alborotado y burbujeante al que llamamos «enamorarnos». Dedicamos la vida a la esperanza de encontrar a nuestra alma gemela, aquella persona que debe estar por allí y que es justo para nosotros.* El mensaje que se les da a aquellos que no están casados ni saliendo con alguien es que no podrán ser felices ni completos a menos que entren en una relación. Esto se les comienza a transmitir temprano. Cuando mi hija del medio tenía cuatro años, vio una película de Disney en la que un príncipe y una princesa vivían felices para siempre. Cuando la película terminó, me hizo esta pregunta: «Papá, ¿con quién me voy a casar?». Le dije que no tenía que preocuparse por eso en ese momento y que yo tomaría esa decisión * Dado que hay más mujeres que hombres en el planeta, estadísticamente eso es imposible. Además, si existiera tal cosa como un «alma gemela», solo haría falta que una persona se equivocara para que se nos arruinaran las cosas al resto de nosotros. Solo digo.

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cuando llegara el tiempo. Pero el mensaje, no tan sutil, que ella había recibido era que «si uno no tiene un príncipe, no puede ser una princesa». Aun dentro de la iglesia a veces las personas solteras tienen la impresión de que, de alguna manera, están incompletas. En una librería cristiana estuve buscando libros en el sector dedicado a los adultos solteros. Encontré cerca de veinte títulos diferentes. Diecisiete de ellos trataban de cómo encontrar la futura pareja. Un título que me encantó fue este: If Men Are Like Buses, How Can I Catch One? [Si los hombres son como buses, ¿de qué manera podré subirme a uno?]. Algunas personas con buenas intenciones suelen decir cosas como estas: «Si quieres encontrar a alguien maravilloso, tienes que ser tú mismo alguien maravilloso». En otras palabras: si no estás con alguien, debe haber algo mal en ti.

EL MAYOR DE LOS NARCÓTICOS Limerence. La psicóloga Dorothy Tennov acuñó el término limerence en la década de 1970. Se refiere al fenómeno de enamorarse loca y apasionadamente, incluyendo lo que sucede químicamente en el cuerpo. ¿Alguna vez has estado «enfermo de amor»? Tennov entrevistó a quinientas personas preguntándoles acerca del amor en su vida. La palabra limerence describe un vínculo emocional poderoso que les sobreviene a dos personas que resultan poderosamente atraídas una por la otra. Se trata de una obsesión superpoderosa que incluye la «intrusión del pensamiento» (perder la capacidad de concentración en otro tema que no sea el objeto del amor); «poner al otro en un pedestal»; angustia ante la posibilidad de que el sentimiento no sea recíproco; temor al rechazo; y algunos efectos físicos tales como palpitaciones, pérdida del apetito y una timidez paralizante con respecto al objeto de los afectos. La dopamina, el químico del placer con que cuenta el cuerpo, se dispara durante la limerence, así que el amor tiene un

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Para muchos, el amor romántico se convierte en el foco de sus vidas. Nuestra cultura popular nos dice que el amor hace girar al mundo y que lo único que necesitamos es amor. Podemos elegir nuestro propio cliché, pero lo que queda muy en claro es que parece no haber tema más importante que el amor romántico. Casi toda nuestra música se refiere a esta clase de amor, y ha sido de esa manera por un largo tiempo. ¿Conoces los romances de Arlequín? Cada segundo se venden cinco novelas y media de esas.26 Los Beatles nos dicen que todo lo que necesitamos es amor. Burt Bacharach afirma que lo que el mundo necesita ahora es amor, dulce amor. Otro viejo clásico afirma que el amor hace andar al mundo. Robert Palmer tendría que enfrentarlo: él es adicto al amor. El cantante Meatloaf nos asegura que haría cualquier cosa por amor. De hecho, Meatloaf correría hasta el infierno ida y vuelta.

tipo de efecto estimulante. Las energías aumentan; el apetito disminuye. Se trata de una sensación de felicidad, pero es una espada de dos filos; el rechazo puede causar una colisión peligrosa. El aumento de dopamina puede producir una disminución de la serotonina, un químico que nos ayuda a tomar decisiones sabias. Eso explica por qué la gente que está perdidamente enamorada hace cosas locas y espontáneas que no haría normalmente. Aquellos que estudian la limerence dicen que se agota en sí misma luego de entre dieciocho y treinta y seis meses. En ese punto, si las cosas han funcionado dentro de la pareja, y el amor es retribuido, entonces se pasa a otra etapa del amor, más profunda, confortable y menos perturbadora. La luna de miel, como se le suele decir, se acaba, pero el matrimonio puede comenzar.* La limerence es un campo de estudio bastante nuevo, pero ciertamente ofrece una explicación a la experiencia del amor romántico, a veces maravillosa y a veces insana. * Frank Tallis, «Crazy for you» [Loco por ti], The Psychologist 18, nº 2, febrero de 2005, pp. 72–74.

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Sin embargo, me desconcierta porque más adelante en la canción dice que aunque haría cualquier cosa por amor, no va a hacer «eso». Siempre me he preguntado a qué se refiere cuando dice «eso». ¿Dónde traza la línea? ¿No va a compartir el control remoto? ¿No va a bajar la tapa del inodoro? ¿No se va a depilar las cejas? ¿Quiere ella que él se cambie el nombre? Ese parece un pedido razonable de parte de una potencial señora de Meatloaf («Pastel de Carne», en inglés). Pero la canción hace surgir una buena pregunta: ¿harías cualquier cosa por amor? Si es así, el amor romántico entonces ha alcanzado oficialmente el estatus de dios en tu vida. Aquí va un pensamiento sorprendente: la vida nunca fue pensada para tener que ver solo con el amor romántico. Mucho de lo que pensamos que es amor romántico ha sido en realidad una invención de la cultura occidental, algo que no se estableció hasta la Edad Media. C. S. Lewis, uno de los eruditos clásicos más grandes del mundo, escribió un estudio titulado The Allegory of Love [La alegoría del amor]. En él muestra que los trovadores de la época medieval son los que popularizaron esta concepción del amor entre un hombre y una mujer como algo de «corazones y flores», concepción que luego simplemente se apoderó de nuestra parte del mundo. De paso, ¡él declaró que cree que este asunto ha tenido mayor impacto que la Reforma Protestante! Ha hecho que creamos que el gran propósito en la vida es la búsqueda de un amor romántico apasionado, dramático y emocional.27 No es que el afecto romántico no existiera antes de eso; lee el Cantar de los Cantares en tu Biblia si tienes dudas de que fuera así. Pero el amor romántico como la gran búsqueda, como una obsesión y como algo que debemos tener o ser desgraciados, es un invento cultural humano. Dios nos ha diseñado a la mayoría de nosotros para una comunión íntima, para tener un compañero especial, alguien que nos complemente. Pero en los tiempos modernos hemos exagerado esa idea hasta llevarla a alcanzar proporciones desmedidas. Consideramos al amor romántico como el secreto de nuestra satisfacción y la pieza que nos faltaba para hacer que la vida fuera completa. 196


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Rodgers y Hammerstein escribieron una canción titulada «Falling in Love with Love» [Enamorándonos del amor], y descubrieron algo en esa idea. Es el amor en sí mismo lo que se convierte en algo tan atractivo luego que vemos al cowboy cabalgar hacia el poniente junto con la muchacha, o a Harry encontrarse con Sally, o a Romeo llegar hasta la ventana de Julieta. Queremos los corazones y las flores, y deseamos que nuestras historias acaben con las palabras «y vivieron felices para siempre». El amor romántico es algo bueno, pero cuando lo convertimos en esencial para la vida se transforma en un dios falso. Cuando ponemos nuestra esperanza en el amor romántico y sacrificamos demasiado por lograrlo, es necesario que nos preguntemos si ese hermoso regalo de Dios en realidad no lo ha reemplazado a él. Cuando eso sucede, el final raramente será de «felices para siempre».

Buscando el amor En Génesis 29 encontramos una historia de amor que se parece más a un reality show televisivo que al contenido de los primeros capítulos de la Biblia. Podríamos llamarla The Bachelor (a. c.). Jacob, el nieto de Abraham, se ha ido de su casa y va a visitar a un pariente de nombre Labán. Cuando llega allí, inmediatamente se enamora de Raquel, la hija de Labán. «Labán tenía dos hijas. La mayor se llamaba Lea, y la menor, Raquel. Lea tenía ojos apagados, mientras que Raquel era una mujer muy hermosa. Como Jacob se había enamorado de Raquel, le dijo a su tío: —Me ofrezco a trabajar para ti siete años, a cambio de Raquel, tu hija menor» (Génesis 29.16–18). ¿Está enamorado Jacob? ¿Qué es lo que en realidad conoce de Raquel a esas alturas? Mayormente que tiene una buena figura y es hermosa. Pero él está entusiasmado con ella y hace un trato con su padre: trabajará siete años para que se le conceda su mano en matrimonio. Es un sacrificio significativo el que él está dispuesto a colocar sobre el altar del amor romántico. Pero me imagino que la mayoría de ustedes también han hecho algunas locuras en nombre del amor. La mayoría de nosotros nos hemos sacrificado bastante en nombre del amor. 197


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Cuando mi esposa y yo comenzábamos a salir, la llevé a ver un show que se llamaba Estrellas sobre el hielo. A ella le gusta ver el patinaje sobre hielo. Le encantan los vestidos, la música, los movimientos con gracia. Recuerdo que yo estaba sentado allí mirando a los patinadores salir con sus pequeños atuendos y danzar sobre el hielo. Detestaba completamente ese espectáculo. Yo sabía que me pasaría eso, pero sin embargo compré los boletos e hice tiempo dentro de mi programa para llevarla a verlo. Ahora ya hace diecisiete años que estamos casados, y mi esposa sabe que la única forma en que podemos ir a ver personas patinar sobre el hielo es si estas usan rodilleras, llevan bastones largos y hay un arco en cada punta de la pista. Aunque odio admitirlo, eso no es verdad. Con que solo mi esposa me eche una mirada, yo me siento más que feliz de disponer el dinero y el tiempo para llevarla a ver un show de patinaje sobre hielo. ¿Por qué? Porque haría cualquier cosa por amor, hasta esa.* Aquello por lo que nos sacrificamos más tiene un mayor potencial para convertirse en un reemplazante de Dios. Por supuesto, la clave para honrar a Dios no es amar a nuestras esposas menos sacrificadamente. De hecho, en Efesios Pablo desafía a los maridos a amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella (Efesios 5.25). Jacob ama a Raquel y no tiene ningún interés romántico en Lea. A Lea se la describe diciendo que tiene los ojos «apagados». Eso no significa que no pudiera ver bien o que necesitara anteojos de carey. Simplemente se está contrastando a Lea con su hermana. Es posible que decir que tenía ojos «apagados» pretendiera ser un elogio. Pero si tienes un amigo que está tratando de arreglarte una cita con una chica y tú le preguntas: «¿Cómo es ella?» y él te responde: «Bueno, tiene lindos ojos», sabes que estás en problemas. Jacob trabaja siete años para obtener a Raquel como esposa y en Génesis 29.20 encontramos un versículo increíblemente romántico: «Así que Jacob trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero como estaba muy enamorado de ella le pareció poco tiempo». Eso es muy dulce. En el siguiente versículo Jacob le dice * Y ella tiene una bonita figura y es hermosa. (Esta nota al pie fue agregada después de que ella leyó el primer borrador del libro. Por favor no le digan que la agregué. Pero si deciden contarle que lo hice, por favor no le digan que yo les pedí que no le contaran.)

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a Labán: «Ya he cumplido con el tiempo pactado. Dame mi mujer para que me case con ella» (v. 21). Está bien. Eso no resulta tan dulce. Probablemente no encontremos ese versículo en una tarjeta de Hallmark. Pero siete años es un tiempo muy largo como para esperar. Para hacer breve la historia, digamos que se realiza la fiesta. Probablemente Labán atiborra de vino a su nuevo yerno. Jacob camina tambaleante hasta su tienda y le envían a su esposa, según la tradición, para que se consume el matrimonio. A la mañana siguiente él se despierta, se da vuelta, abre sus ojos y un par de ojos apagados lo están mirando. Él pensaba haberse casado con Raquel, pero de alguna manera acabó casado con Lea. Sé lo que están pensando: ¿cómo pudo suceder eso? No lo sé; imagino que él estaba verdaderamente borracho y que en medio de la oscuridad no se dio cuenta de que era Lea hasta que hizo su aparición la luz del día. Se parece a uno de los malos programas de Jerry Springer. Jacob recobra su sobriedad de golpe, tambaleando se pone los pantalones y sale corriendo de la tienda en busca de su suegro. Sin duda está furioso. Labán busca renegociar el trato y le dice a Jacob que él también puede tener a Raquel como su esposa, pero que eso le costará otros siete años de trabajo. Jacob no tiene otra elección que seguir adelante con el nuevo trato. Ahora tiene dos esposas y un gran lío. Pero esta historia no me lleva a sentir pena por Jacob en realidad, sino por Lea. Ella verdaderamente ama a su marido. Haría cualquier cosa por que él la amara también. Sin duda se siente incompleta sin el amor y el afecto de su marido.

Tú me completas... o algo parecido El otro día encontré un sitio web que mostraba una lista de las diez frases románticas top que aparecen en las películas. Probablemente reconoceríamos la mayoría de ellas. La frase número uno, según esta lista, ha sido tomada de la película Jerry Maguire, en la que actúa Tom Cruise. Seguramente recordamos el momento en el que Tom Cruise se vuelve hacia Renée Zellweger, y con los ojos llenos de lágrimas y un temblor en los labios le dice: «Tú me completas». Toda la película se fue estructurando para llegar a esa frase. Lo 199


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que Jerry Maguire no logra encontrar en su éxito laboral o en sus relaciones casuales, finalmente lo halla en el amor romántico. Pero la verdad es que, si hubiera una segunda parte de Jerry Maguire (y no estoy sugiriendo que debería haberla) descubriríamos que ella ya no lo completa y que él no acaba completándola a ella tampoco. Lo han sentido de esa manera inicialmente. La carga erótica de la pasión y las emociones les dan la sensación de completarse el uno al otro. Pero no puede durar. Y las probabilidades son que la segunda película encuentre a estos personajes principales yendo en busca de otros con la esperanza de sentirse completos. ¿Pero qué sucede cuando nosotros creemos que estamos incompletos sin una pareja? Comenzamos una búsqueda incesante. Dejamos todo en suspenso. Nada «cuenta» hasta que encontramos esa pareja que esperamos tener a nuestro lado. Hace ya un tiempo, un amigo mío, soltero, al ir acercándose a los treinta años, compró una casa. Cuando fui a visitarlo, le hice un comentario acerca de por qué no tenía muebles en la casa, excepto un colchón en el piso y una mesa plegadiza en la cocina. Él me explicó que había decidido no comprar muebles porque, cuando se casara, su esposa podría querer elegir todo ella. Pero... ¡ni siquiera estaba saliendo con alguien en ese momento! Tenía una novia imaginaria que hacía juego con sus muebles imaginarios. Dos años después todavía seguía manteniendo las cosas en espera hasta encontrar a esa persona especial para recién dar comienzo a la vida verdadera. Cuando buscamos que alguien fuera de Dios nos complete y defina nuestras vidas, eso es idolatría. Además, resulta inútil porque Dios es el único que nos puede completar. Hemos sido hechos para él. Una relación de por vida con un compañero o compañera es un don maravilloso e inapreciable, pero nunca ha sido pensado para reemplazar la relación con el dador de ese don. Advertencia reveladora: cuando haces un dios de tu relación con otra persona, finalmente será signada por el desencanto y la amargura. Cuando buscas que alguien sea tu dios, esa persona te va a decepcionar. Cuando le dices a alguien: «Quiero que me satisfagas; quiero que me salves; quiero que seas mi fuente de significado», lo que realmente le estás diciendo es: «Quiero que seas dios para mí». Bueno, eso es pedirle demasiado a cualquiera. Eso 200


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pone muchísima presión sobre la relación, y con el paso del tiempo esa presión va a producir resquebrajamientos. Como todos los ídolos, el dios del amor romántico promete algo grande pero da el pago en sufrimientos. La avalancha de adrenalina que provoca un nuevo amor no ha sido diseñada para durar. Pasa. La luna de miel concluye. La verdad es que tú y yo hemos sido hechos para un amor mucho más profundo, mucho más rico de lo que cualquier relación humana puede ofrecer.

Un nuevo amor A través de los años es Lea y no Raquel la que le da a su marido muchos hijos. Si leemos cuidadosamente los nombres de sus hijos, ellos nos cuentan la historia de las decepciones y quebrantos de corazón que ella va experimentando en su vida amorosa. Lea llama Rubén a su primer hijo, porque dice: «El Señor ha visto mi aflicción; ahora sí me amará mi esposo» (Génesis 29.32). Tiene un segundo hijo y dice: «Llegó a oídos del Señor que no soy amada, y por eso me dio también este hijo» (v. 33). Con la llegada del tercer hijo, ella declara: «Ahora sí me amará mi esposo, porque le he dado tres hijos» (v. 34). Con cada hijo que tiene Lea piensa que posiblemente ahora sí la ame su marido. Tal vez ahora se sienta ligado a ella. Pero después del nacimiento de cada hijo se siente decepcionada. Durante años Lea pone su esperanza en el amor romántico, pero continúa sintiendo el dolor del rechazo y la soledad. Luego, en el versículo 35, se produce un giro interesante: «Lea volvió a quedar embarazada, y dio a luz un cuarto hijo, al que llamó Judá porque dijo: “Esta vez alabaré al Señor”. Después de esto, dejó de dar a luz» (Génesis 29.35). «Esta vez alabaré al Señor». Lea quita a su marido del trono de su corazón y le entrega a Dios ese asiento. En esta ocasión ella no coloca su esperanza en su marido sino en el Señor. ¿Cuántas veces te ha dejado con el corazón quebrantado el dios del amor? Tal vez es hora de que alabes al Señor. 201


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El nombre que ella escoge, Judá, juega con la palabra hebrea que significa alabanza. Si vamos al comienzo del Nuevo Testamento, al Evangelio de Mateo, nos encontramos con el árbol familiar de Jesús. Esto es lo que leemos al buscar la rama de la que se desprende su genealogía: Jacob fue el padre de Judá. No son los hijos favoritos de Jacob, José y Benjamin, nacidos de Raquel, a los que se hace referencia. En lugar de eso, el nombrado es Judá, el cuarto hijo de una esposa que heredó sin buscarla, Judá, que es la conmemoración de un momento en que esa mujer volvió sus ojos a Dios. Al igual que Lea, la mayoría de nosotros hemos aprendido que cuando experimentamos el rechazo de alguien que nos importa y al que amamos, eso puede dolernos. Un amigo mío hace poco me mostraba algunas de las frases que con frecuencia se utilizan para provocar una ruptura, y describía la forma en que la persona abandonada las escuchaba en realidad. Por ejemplo, cuando una persona dice: «Quiero salir y conocer gente», la otra persona entiende: «Quiero ver si consigo alguien mejor que tú». Cuando alguien dice: «Seamos solo amigos», lo que el otro percibe es: «No vuelvas a ponerte en contacto conmigo». Cuando alguno dice: «Eres demasiado bueno para mí», lo que el otro oye es: «Soy demasiado bueno para ti». Si alguien señala: «No eres tú, soy yo», lo que la otra persona entiende es: «No soy yo, eres tú». Los ejemplos resultaron cómicos, hasta que llegó a uno del que me reconocí como receptor en alguna ocasión. Lea eligió encontrar su identidad, valor y esperanza en el amor de Dios. Hizo falta el rechazo de un hombre para que ella pudiera darse cuenta del amor y aceptación que había de parte de Dios. Sí, el amor hace andar al mundo. En un sentido, los Beatles tenían razón: todo lo que necesitas es amor. Pero es un amor diferente de lo que la mayoría de la gente espera. Todo lo que necesitamos es el amor de Dios. Él es el único que puede llenar el vacío. Cuando sentimos una profunda punzada de soledad, es Dios que grita desde adentro de nosotros buscando tener comunión. Él desea darnos el amor que hemos buscado en cualquier otro lado y en todo lugar. Pablo le dice algo a la iglesia en Corinto que le suena un poco chocante a nuestros oídos modernos. Anima a los solteros y a los viudos a que permanezcan sin casarse. Escuchemos su modo de 202


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razonar: «El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarlo. Pero el casado se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposa; sus intereses están divididos. La mujer no casada, lo mismo que la joven soltera, se preocupa de las cosas del Señor; se afana por consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en espíritu. Pero la casada se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposo» (1 Corintios 7.32–34). Si no estás casado, tú puedes dedicar mucho más tiempo y entrega a Dios. No me malinterpreten: el matrimonio es bueno. Dios no está en contra del casamiento; en realidad él lo inventó. Pero tan fantástico como es el amor humano, nunca puede sustituir al amor de Dios. El vacío que hay en el corazón humano tiene la forma de Dios, y no la forma de una pareja.

No hay una equivocación Al mirar atrás, Shannon no podía recordar que jamás hubiera buscado a Dios. Pero lo que tenía en claro era que Dios la había buscado a ella. Fue durante su penúltimo año de la secundaria que conoció a un profesor que era un seguidor consagrado de Cristo. Él le hizo saber a Shannon que estaba orando por ella, y eso llevó las conversaciones al tema de Dios. Había un vacío espiritual en la vida de Shannon, y ella lo sabía. «Necesito algo», le dijo al profesor. «Necesito algo en mi vida». Entonces él le explicó lo que significaba encontrar el máximo amor y la aceptación en Jesucristo. «Ven a la iglesia conmigo y mi esposa. Te guardaremos un asiento», le dijo. Un domingo ella se decidió a probar aquello. Atravesó la ciudad en su automóvil y se encontró con que, aunque no les había dicho que iría ese fin de semana, la pareja la estaba esperando en la última fila y le habían reservado un asiento por si decidía venir. Se sintió muy bien de que se preocuparan por ella de esa manera. Luego, en su casa, ella clamó a Dios. Oró así: «No sé si eres real. No sé si voy a aceptar todo este asunto o no. ¡Pero te necesito! ¡Necesito algo!». 203


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Shannon se volvió cristiana y se acercó a la iglesia. Para ella la iglesia resultó ser el hospital de Dios en el que sus heridas fueron sanadas por él. Escuchó su voz decirle lo que te dice también a ti: ¡No eres un error! Yo no cometo errores. En ti yo he formado una hija hermosa a la que amo apasionada, completa y eternamente. Ven a mis brazos y experimenta el perdón, que es algo para siempre. Tengo el amor y la ternura que siempre has buscado; tengo la salud que tu alma necesita profundamente. Si Shannon nunca hubiera conocido a Brian, solo el amor y la aceptación de Cristo hubieran sido suficientes. Ella sabía sin sombras de duda que Jesús la completaba. Pero cuando le entregó su vida enteramente a Dios, descubrió que él tenía otras bendiciones guardadas. Shannon y Brian salieron durante dos años y medio, tiempo en el que se abstuvieron de una manifestación física de su afecto, de común acuerdo; ir tomados de las manos y abrazarse eran el límite. Brian comprendía que Shannon estaba elaborando las cosas, y a él le pareció bien este arreglo. «Solo quiero estar contigo», le dijo. Ella descubrió lo dulce y enriquecedora que puede ser en realidad una relación entre un hombre y una mujer cuando lo que los vincula es amar y adorar al Dios verdadero. Nuestros lectores bilingües pueden escuchar a Shannon contar más de su historia en www.godsatwar.com/index.php/romance.

Documento de identidad de un ídolo ¿Estás decepcionado de tu vida amorosa? Si eres soltero, ¿encuentras que tu vida de alguna manera no es completa porque no has encontrado a esa persona especial?

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Si eres casado, ¿descubres que tu marido o tu esposa constantemente te decepciona? ¿Te preguntas si no te habrás casado con la persona equivocada y si no será que tu alma gemela anda por allí en alguna otra parte? La manera en que respondas a estas preguntas revelará dónde has puesto tu esperanza. Y el lugar en el que pongas tu esperanza responderá la pregunta acerca de cuál es el dios al que en realidad adoras. ¿Por quién te sacrificas más? La mayoría de nosotros podría contar una o dos historias acerca de maneras en las que nos hemos sacrificado para demostrar nuestro amor a alguien hacia el que albergábamos sentimientos románticos. Es cierto que Dios nos llama a amar sin egoísmos, ¿pero de qué forma puedes comparar esos sacrificios a los que has hecho en tu relación con Dios? Piensa en un altar que represente tu relación con Dios. ¿Cuáles son los sacrificios que has colocado en ese altar por amor a él?

¿Quién es el que te completa? Quizá has debido enfrentar el desafío de un matrimonio turbulento. ¿El sufrimiento que eso te produjo te mantiene apartado de Dios? ¿Podrías estar viviendo, como lo hizo Lea, tan enfocado en reparar lo que ha sido dañado que te olvides de alabar y adorar a Dios? En el caso tristísimo de que las cosas no mejoren, ¿puedes encontrar tu satisfacción en Dios? Tal vez seas soltero. ¿Puedes aceptar el desafío de Pablo y entregar lo máximo de ti al reino de Dios? A veces necesitamos destronar a los ídolos antes de estar listos para recibir las bendiciones que Dios tiene para nosotros. ¿Podría ser que estuvieras tan concentrado en encontrar a alguien que no te enfocaras lo suficiente en convertirte en la persona que Dios desea que seas?

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el templo del placer ELEGIR A JESÚS:

Jesús es mi identidad A los ídolos no se los vence por quitarlos de en medio sino por reemplazarlos.

El dios del romance llegó y nos hizo perder la cabeza. Quedamos locamente enamorados de ese dios. Sonaba la música. Nuestros corazones latían con fuerza. Las palmas de las manos nos sudaban. La vida era como una película realmente cursi pero verdaderamente maravillosa, como las que pasan en la trasnoche de TBS. Estábamos enamorados del amor, con la idea de un «alma gemela», alguien hecho a medida para nosotros. Los dos crearíamos nuestro propio mundo y dejaríamos afuera a todos los demás. Completaríamos el uno las frases que empezara el otro, nos reiríamos de los chistes del otro, y nos miraríamos a los ojos. Pero algo salió mal. Una vez que el aturdimiento se desvaneció, descubrimos que los seres humanos no son ni más ni menos que seres humanos. Y en última instancia, los seres humanos se quedan miserablemente cortos cuando intentan ser Dios. Descubrimos que ningún ser humano puede cubrir todas nuestras necesidades. Ningún ser humano merece que lo sometamos a tanta presión. Pero Jesús sí puede hacerlo: Jesús es nuestra identidad. Fue maravillosamente liberador soltarnos de las cadenas y descubrir quiénes éramos en una persona que pudiera definir por nosotros lo que significaba estar vivos. Jesús dijo una vez que nadie tenía mayor amor que aquel que daba su vida por un amigo. Y luego lo demostró.

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capítulo 12

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C. S. Lewis, el gran autor británico de Las crónicas de Narnia, cierta vez abordó un bus con destino al cielo. Lo hizo de una manera imaginaria, por supuesto, en una maravillosa alegoría llamada El gran divorcio. Se trata de un libro que examina la razón por la que la gente elige a favor o en contra de entregar su vida a Dios con total compromiso. Él muestra que lo que nosotros hacemos es pararnos delante de las mismas puertas del cielo y elegir entre la gloria eterna de Dios y las ilusiones vacías de la tierra: es lo que él llama «el gran divorcio» entre el cielo y la tierra. En el libro, Lewis se sube a ese bus con un grupo de fantasmas amigos que han llegado al término de sus vidas terrenales. Descenderán en una especie de apeadero en el que tomarán su decisión con respecto a la eternidad. (No es que la salvación funcione de este modo, por supuesto; el libro es una especie de parábola extendida.) Para cada recién llegado hay una figura brillante, refulgente, que baja del cielo a recibir a su antiguo amigo y a alentarlo a realizar la travesía completa hasta el cielo, hasta la presencia de Dios. No se trata de ángeles, sino gente que han conocido durante su vida, y que se han salvado. Pam es una mujer que se decepciona de que su hermano menor, Reginald, sea el enviado a darle la bienvenida. Ella hubiera querido que fuera su difunto hijo Michael, a quien había dedicado toda su vida. 207


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Reginald le explica que no está lista para eso todavía. Deberá sentirse impaciente por ver al mismo Dios primero, y luego todas las otras maravillosas bendiciones del cielo estarán a su disposición. Dios no es simplemente una manera de llegar al cielo; el cielo es una manera de llegar a Dios, y Pam debería acercarse de esa forma. Reginald le dice: «Me temo que el primer paso te será difícil. Pero después de ese, cuando aprendas a desear que aparezca algún otro además de Michael, los otros pasos se sucederán rápidamente, como un incendio en una casa». Pam no sabe de qué habla su hermano menor. Le dice: «Bueno, no importa. Haré lo que sea necesario... Cuanto antes comience, más pronto veré a mi muchacho». Reginald le explica que no se puede empezar con esa clase de actitud. «Estás tratando a Dios solo como un medio para llegar a Michael», señala. Ella debe aprender a desear a Dios por él mismo. El Señor no puede ocupar el segundo lugar en sus afectos; ni siquiera competir por ser el primero. «Tú existes como la madre de Michael solo porque primero exististe como una criatura de Dios», le dice Reginald. «Esa relación es anterior y más cercana». Continúa explicándole a Pam que «los seres humanos no pueden hacerse mutuamente felices por un largo tiempo... No se puede amar al prójimo plenamente sin que uno ame a Dios primero». Resulta claro que el amor de Pam por su hijo ha sido una especie de obsesión en su vida. Luego de que el muchacho murió, mantuvo durante diez años su cuarto exactamente como él lo había dejado. Descuidó a sus otros hijos, a su marido y a sus padres, causándoles sufrimiento y decepción. Todos ellos fueron sacrificados sobre el altar de la adoración a su hijo. «Nadie tiene derecho a interponerse entre mi hijo y yo. Ni siquiera Dios», declara Pam. Y se hace evidente que esa mujer está tan definida en cuanto a su perspectiva de las cosas, que eso determina su propio destino eterno.28 Desde la perspectiva de Lewis, no se trata tanto de que Dios no nos deje entrar al cielo, sino que nosotros no nos lo permitimos. Si no aprendemos a decir: «Sea hecha tu voluntad», finalmente Dios nos dirá con tristeza: «Bien, entonces hágase tu voluntad». 208


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Algunas personas se sienten incómodas con esta pequeña historia. ¿Dios no debería darle un reconocimiento a esa mujer por su poderoso amor? Por lo menos ella sí amó a alguien; solo que fue a su propio hijo. ¿Y qué podría ser más noble que el amor de una madre por su criatura? Esa es una cosa buena, no mala, ¿verdad? El problema es que, como lo señala Reginald, la relación con Dios debe ser reconocida como «anterior y más cercana». El primer mandamiento es amar al Señor nuestro Dios, y el segundo es amarnos los unos a los otros. Imaginémoslo de este modo: pensemos que nuestra vida es como la rueda de la bicicleta. Cada rayo o varilla de la rueda representa una relación significativa diferente de las que conforman nuestra vida. Un rayo representa a mamá. Un rayo representa a papá. Un rayo representa a un hijo. Y así continúa la cosa. Nuestra tendencia es hacer de Dios un rayo más de la rueda, pero a Dios no le interesa ser un rayo más de la rueda de tu vida. Dios debe ser el núcleo central al que se conecten los rayos y desde donde salgan. Como lo señala T. S. Eliot: «Él es el punto fijo en un mundo que gira». Nuestra relación con el Padre resulta básica para saber quiénes somos y por qué hemos sido creados. Hemos sido hechos para amar a nuestros hijos, padres, hermanos y cónyuges con todo nuestro corazón, pero siempre dentro del contexto de nuestro amor primero y fundacional por Dios. La adoración es solo para Dios. Él debe ser nuestro amor más profundo; en verdad, la fuente de cualquier otro amor. Porque solo cuando amamos a Dios apropiadamente podemos comenzar a amar a los demás de la misma manera. Según los Diez Mandamientos, debemos honrar a nuestros padres. Pero solo debemos adorar a Dios el Señor. Eso es lo que podríamos llamar «el primer botón» de la verdad. A veces estoy apurado por la mañana y me abotono mal la camisa. ¿Alguna vez te sucedió? Como todo el mundo, comienzo desde arriba. Hago pasar ese primer botón por el ojal hasta el otro lado. A menos que, en mi apuro, elija el ojal equivocado. No me doy cuenta del error hasta que llego al final y entonces me doy cuenta de que todo ha quedado fuera de línea. Si abotonamos bien el primero, todos los otros botones encajarán en su lugar. Si ese 209


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está mal, entonces todos los demás quedarán mal alineados. Y nos veremos ridículos. Dios ha ordenado nuestras vidas de tal manera que la devoción a él sea el primer botón. Si esa relación se mantiene dentro del orden apropiado, descubriremos que las otras relaciones, sean con familiares o con amigos, caerán en su propio lugar de un modo más satisfactorio. Pero si nos equivocamos en cuanto a él, lo tendremos todo equivocado también. Es por eso que, en la alegoría de Lewis, la madre tenía que encontrar en Dios su primer amor antes de que se le permitiera ver a su hijo o a cualquier otra persona en el cielo. Tal como están las cosas, ella había convertido algo hermoso, el amor de una madre por su hijo, en un ídolo horrible que distorsionaba todas las otras relaciones. Agustín, el líder cristiano de los tiempos primitivos, llamaba a esos dioses «amores desordenados». Se refería a objetos de amor legítimos que se habían salido tanto de su propio orden que parecían una camisa mal abrochada. De hecho, precisamente porque un padre debe amar a su hijo, el hijo a su padre, y lo mismo en todos los demás casos, es que esas relaciones pueden ser elevadas al rango de falsos dioses. Hacemos lo que se espera que hagamos, solo que no nos damos cuenta de que tenemos las cosas fuera de orden. Tal vez digas: «Pero no puedo amar menos a mis hijos». No, no puedes, y tampoco ese es el mensaje de este libro. Pero puedes amarlos de una manera diferente. Puedes amarlos dentro del contexto de una devoción primaria hacia Dios. Y, como descubrirás, eso se convertirá en un amor mucho más grande, sano y fructífero.

La prueba Una de las historias más desgarradoras de todas las Escrituras se encuentra en Génesis 22. Sigue el mismo lineamiento de la historia de C. S. Lewis, pero tiene un final mucho mejor. La historia de Abraham e Isaac nos plantea una pregunta: ¿qué pasaría si se nos pidiera que probáramos que nuestro amor y entrega a Dios son mayores que hacia cualquier otra persona o cosa? 210


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Abraham había sido destinado a convertirse en una figura crucial dentro de la historia de la humanidad. Sería el que iniciara una nueva nación, una nación que sería usada por Dios para bendecir al mundo. Cuando se colocan los cimientos de un edificio importante, que se elevará muy alto, uno prueba bien los fundamentos primero. Se asegura así de que no habrá luego rajaduras significativas. Y Dios hace eso con el fundador de su nación. Dios prueba a Abraham de un par de maneras. Una de ellas es pedirle que tenga fe en la promesa de que él y su esposa tendrán un hijo, aun en una edad en que son extremamente ancianos, dado que no habían podido tener hijos en su juventud. Al formar una nación, Dios elige a esa pareja de ancianos estériles, ¿pero lo creerán ellos? Después de hacerles la promesa, no sucede nada por un largo tiempo. Abraham y Sara tienen que creer por muchos años. Pasan esa prueba, y finalmente Isaac, su hijo, nace. Esa prueba resulta ser solo un examen de medio término. El examen final va a llevar su fe a otro nivel enteramente distinto. «Y Dios le ordenó: —Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré» (Génesis 22.2). «Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas». Me resulta fascinante que esta sea la primera vez que se usa en la Biblia la palabra amor. Dentro del contexto de un hijo amado que debe ser ofrecido como sacrificio. Eso, por supuesto, se convertirá en el gran tema de la misma Biblia. La idea se introduce por primera vez aquí, en el Génesis, con esta historia de Abraham, que es crucial. La unidad de la Biblia nunca deja de sorprenderme. Pero lo importante que debemos notar es que Dios sabe lo que le está pidiendo. Él no es una deidad cósmica remota que no puede ni siquiera entender lo que un hombre siente ante un pedido semejante. Dios, que puede ver el pasado, el presente y el futuro juntos, sabe que él mismo llevará a cabo un sacrificio semejante de su único hijo al que ama. Cuando leemos esta historia en Génesis se nos pone sobre aviso con respecto a que se trata solo de una prueba. Y sabemos que jamás en las Escrituras Dios le pide a su pueblo que haga un 211


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sacrificio humano. En realidad él condena esa práctica en varios pasajes de Deuteronomio. Pero Deuteronomio no ha sido escrito todavía, y Abraham no sabe que esta es una prueba. También es importante tener en cuenta el amor que Abraham y Sara tienen por ese hijo. Le han puesto un nombre que significa «risa». Después de tantas décadas de esperar, hay mucha alegría cuando él nace, un tremendo sentido de milagro. Cuando un par de extraños (ángeles disfrazados) llegan para anunciar su nacimiento, eso le resulta tan impactante a Sara que estalla en risas de inmediato. Ella tiene noventa años y está en edad de tener bisnietos, pero los pequeñitos nunca han sido parte de su vida. Sara se ríe. Y luego llega la larga espera, y las dudas: ¿y si se tratara solo de una broma cruel? ¿Y si nos estuviéramos poniendo viejos y solo imagináramos estas cosas? ¿Y si Dios hubiera cambiado de idea? ¡Qué día es aquel en el que Isaac nace! ¿Cuántas risas se habrán oído? ¿Cuántas lágrimas se habrán derramado y cuántas alabanzas incontrolables habrán aflorado? Así que allí hay un hijo. El matrimonio lo ama. Han estado tomados de la mano a la entrada de la puerta, mirándolo dormir por las noches. Se han mantenido en vigilia cuando él tuvo un resfrío o una fiebre, presentando sus oraciones en favor de su salud. Se deleitan al verlo aprender a caminar, a correr, a hablar, y ahora ha llegado a la edad en la que comienza a salir a ayudar a su padre, tiempo que hace que los padres se llenen de orgullo. Pero luego, que golpe terrible e impensado cae sobre ellos: esa orden abrupta de colocar aquel niño especial, ese maravilloso milagro, sobre el altar. Para devolverlo. La risa se vuelve llanto.

Cuanto más grandes los dones, mayores las pruebas Ningún padre o madre del mundo pueden oír la historia de Abraham e Isaac sin temblar. En las historias, nosotros nos convertimos en los personajes. Nos identificamos con ellos. Y en esta, Abraham es un héroe de la Biblia en el que nadie se quiere convertir. Sabemos lo que es adorar a nuestros hijos. Cada niño es un hijo 212


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especial, un maravilloso milagro. Daríamos nuestra vida por cualquiera de los nuestros sin detenernos ni siquiera a considerarlo. Pero precisamos extender los parámetros de esta historia. No se trata solo de los niños. ¿A quién protegemos y amamos tan apasionada y desesperadamente? ¿Por quién daríamos la vida? ¿Por un hermano menor? ¿Por aquel de nuestros padres con el que nos sentimos más cercanos? ¿Por nuestro cónyuge? Hasta podría ser por uno de nuestros mejores amigos; la familia puede ir más allá de la sangre, ¿no es verdad? Dios sabe lo que sentimos DesiRae y yo por nuestros cuatro hijos. No hay palabras para expresarlo. Coloca tu propio estereotipo aquí; pero te puedo decir que esa es una cosa muy profunda y fundacional en nosotros. Sin embargo, nos damos cuenta de algo que más bien nos atemoriza: los dones más grandes de Dios también incluyen sus mayores pruebas. Cuánto más hermoso es algo, mayores posibilidades tiene de convertirse en un ídolo. Cuánto más temo perderlo, más probable es que lo adore. Cuando Dios nos da un hijo, él nos está dando un hermoso don. Y nos dice: «Esto es algo que quiero que tengas. Lo he hecho solo para ti. ¿Pero puedes amarlo sin adorarlo? ¿Puedes mantenerlo en su propio estante? ¿Puedes amar el don de tal manera que te lleve a amar aun más al dador?». Nunca seré lo bastante bueno como para merecer la esposa que tengo. Dios la hizo especialmente para mí; así que yo debo guardar mi corazón para seguir amándola dentro del contexto de mi adoración a Dios y solamente a Dios. Sospecho que hay alguna persona o cosa en tu vida que es semejante a esto: el don que es en sí mismo la prueba. Abraham es un hombre rico, pero Dios no lo prueba en eso. Las riquezas, el éxito, el matrimonio no son amores desordenados para él. Si algo lo lleva a Abraham a quitar sus ojos de su Señor, es este hijo. El versículo 3 dice que la siguiente mañana, bien temprano, Abraham parte hacia el lugar al que Dios lo está enviando. Si lucha, si se debate dentro de sí mismo, no lo hace por mucho tiempo. Se levanta al amanecer, prepara su mula y prepara su corazón. 213


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Creo que él sabe que cuanto más se demore, más fácilmente podrá desobedecer. Imaginemos el silencio de Abraham mientras se dirige con su hijo y un par de sirvientes hacia el monte Moria. Es una travesía de varios días, y aquello debe parecerse a una procesión fúnebre. Nadie más, por supuesto, sabe lo que está pasando. Se preguntan por qué Abraham no muestra su habitual simpatía. Finalmente alcanzan a ver Moria a la distancia, y Abraham les dice a los sirvientes: «El muchacho y yo seguiremos adelante para adorar a Dios, y luego regresaremos junto a ustedes» (Génesis 22.5). Les dice a los siervos que se queden atrás mientras él y su muchacho van a adorar. No pasemos por alto la palabra: adorar. Este es un punto significativo de la historia. La presencia de la palabra adorar justo aquí en el momento de la verdad, nos lo dice todo con respecto al corazón de Abraham. Al escoger a Dios por encima de todo lo demás y de todos los demás, él define lo que significa adorar. La otra idea que resalta es que van a hacerlo ellos dos: «El muchacho y yo seguiremos adelante para adorar a Dios, y luego regresaremos junto a ustedes». Pero, con exactitud, ¿cómo es que volverán? ¿No debe decir acaso: «Seguiremos adelante para adorar a Dios, y luego yo regresaré junto a ustedes»? En el Nuevo Testamento leemos acerca de la fe de Abraham y sobre su razonamiento en cuanto a que Dios puede levantar a su hijo de los muertos. Resulta claro que él todavía confía en Dios. Después de todo, Dios ha prometido levantar una nación a través de su hijo. La Biblia nos dice que caminan juntos, y que después de un rato, Isaac le dice: «—¡Padre! —Dime, hijo mío. —Aquí tenemos el fuego y la leña... pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto? —El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios» (vv. 6–8). Y continúan caminando hasta que llegan al lugar que Dios ha descrito. Abraham construye el altar, arregla la leña y solo podemos imaginar cuáles serían sus emociones cuando ata a su hijo y lo coloca en el lugar en el que debería estar el animal. El relato no entra en la cuestión de los sentimientos; solo se refiere a una obediencia firme. 214


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Toma el cuchillo, y allí, en el mayor momento de prueba, el momento final, nunca vacila, hasta que una voz del cielo lo detiene en su camino: « —No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño —le dijo el ángel—. Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo» (v. 12). ¿Constituye acaso Isaac un amor desordenado para su padre? No. El primer mandamiento nos dice que no debemos tener otros dioses delante de Dios; el segundo dice que no tenemos que hacernos ídolos dándoles formas de cualquier cosa. Ni siquiera la forma de un hijo amado. ¿ A QUIÉN AMAS? En 2007, el Grupo Barna le pidió a más de mil personas que señalaran la relación que consideraban más importante. Siete de cada diez adultos eligieron a su familia terrenal por encima de Dios. Otros descubrimientos: • Uno de cada tres dijo que su familia nuclear completa era más importante que Dios. • Veintidós por ciento mencionó a su cónyuge como la relación más importante de su vida. • Diecisiete por ciento colocó a sus hijos en la posición más alta. • Tres por ciento eligió a sus padres. • Solo un dos por ciento mencionó a un amigo específico como su relación más importante. • Diecinueve por ciento mencionó a Dios, a Jesucristo, a la Trinidad o a Alá como la principal de sus relaciones. Los que se inclinaron más por esta elección eran personas de más de cuarenta años.* * Jennifer Riley, «Study: God Relationship Not Most Important to Americans» [Estudio: La relación con Dios no es la más importante para los estadounidenses], Christian Post, 17 marzo 2008, www.christianpost.com/news/ study-god-relationship-not-most-important-to-americans-31548/.

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Abraham supera su prueba. Ha mostrado la profundidad de su compromiso con Dios, y eso le permitirá amar a su hijo del modo en que Dios lo ha capacitado para hacerlo: de una manera ordenada. No va a amar menos a su hijo por casi haberlo perdido; podemos estar seguros de que Isaac va a ser aun más precioso para él. Dios nunca ha requerido ni requerirá sacrificios humanos como acto de adoración, pero me pregunto qué hubiéramos hecho tú y yo. Me pregunto sobre la profundidad de nuestra adoración, de nuestro compromiso con Dios. Si tuvieras que elegir entre el don y el dador de ese don, ¿quién ganaría?

Amores desordenados Mientras trabajaba en este capítulo, me tocó hablar con una joven madre que me escuchó atentamente cuando le comuniqué estas ideas. Luego de tomarse un tiempo de reflexión al respecto, quedó convencida de que sus hijos se habían convertido en dioses falsos en su vida. Le pregunté qué la había llevado a esa conclusión. Me explicó que no era porque hiciera de ellos su prioridad continua; más bien se trataba de que les permitía controlarla. Sus hijos, y lo que sucediera con ellos, determinaban que tuviera un buen día o no. Si se comportaban y no hacían berrinches, se podía sentir bien con la vida. De otra manera, no. Si ellos estaban felices, ella estaba feliz. Si estaban alterados, ella también se alteraba. Sus hijos tenían la capacidad de llenarla de enojo o de paz, de decepción o de gozo. Se daba cuenta de que controlaban lo que ella era como persona y lo que llegaría a ser a medida que pasara el tiempo. Eso es exactamente lo que hace un falso dios: nos recrea a su propia imagen. Funciona de esta manera: «Cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado» (2 Pedro 2.19). Mi amiga deseaba que su única exigencia fuera el amor de Cristo, y no los vaivenes de otras personas. ¿Tienes una relación de este tipo? Hay una antigua expresión, que resulta graciosa: «Cuando mamá no está feliz, nadie es feliz». Puede haber mucha verdad en eso, porque cuando un miembro de la familia continuamente tiene control sobre nuestra manera de 216


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pensar o sentir, eso puede indicar que Dios está siendo reemplazado. En un capítulo anterior analizamos la forma en que comenzamos a asignarle atributos divinos a las cosas que no son divinas, y buscamos satisfacción, significado, y hasta aun la salvación, en lugares equivocados. Dios es celoso. Desea proveernos él esas cosas, y es el único que puede hacerlo. Si la historia de Abraham e Isaac resulta una narración perturbadora, también lo es la declaración de Jesús en Lucas 14.26. Se trata de uno de esos pasajes sobre los que no predicamos ni enseñamos con frecuencia. Jesús dice: «Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo». Este constituye un excelente ejemplo de versículo que no puede ser sacado de contexto. Sabemos por el consejo general de las Escrituras que debemos amar a nuestras familias. Uno de los mandamientos señala explícitamente que tenemos que honrar a nuestros padres, y sabemos que Jesús no va a contradecir la ley de Dios. Así que profundizamos un poco aquí y descubrimos que en la cultura judía la palabra odiar (o aborrecer) se utilizaba para expresar una forma menor de amor. La New Living Translation (traducción al inglés) da la idea de este versículo cuando dice: «Ustedes deben odiar (o aborrecer) por comparación a todos los demás». En la NVI resulta claro: «Si alguno... no sacrifica el amor...». Así que no estamos considerando aquí ninguna falta de amor por la familia; estamos analizando la centralidad y la precisa magnitud de nuestro amor por Dios. Esa centralidad se expresa en forma de adoración, y solo se puede aplicar en una dirección. Dios no va a compartir su espacio de centralidad, el trono de tu corazón, con tu cónyuge, con tus hijos, o con tus amigos. No puedes hacerte un ídolo con ninguna forma posible. ¿Qué sucede cuando alguien ocupa el lugar que debería ocupar Dios en nuestro corazón? Obviamente, nos dañamos a nosotros mismos. Mi amiga, aquella cuyos hijos determinaban el estado de sus pensamientos, constituye un ejemplo. La mujer de la historia de C. S. Lewis, que no podía experimentar lo que era el cielo por que su hijo se había convertido en su ídolo, es otro. 217


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Pero además lastimamos a otras personas. Una relación que constituye un amor desordenado y le quita a Dios su lugar en nuestras vidas, en última instancia resulta destructiva para esa relación. O, expresándolo de una manera positiva, amamos mejor a los otros cuando amamos más a Dios. Permítanme describir algunas pocas consecuencias que tiene el colocar a otro ser humano en el trono de nuestro corazón.

Una presión exagerada Tratamos sobre esto en el último capítulo, pero volvamos a ello por un momento. ¿Has considerado alguna vez la extrema presión que significa el pedirle a alguien que se convierta en Dios para ti? La frase: «Él adora el suelo sobre el que ella camina» no es casual. El marido hace esto cuando coloca a su esposa en un pedestal. Ella es todo su mundo, y si ella está de buen humor, entonces él también. Muy pronto ella comienza a sentir la carga que implica esa responsabilidad de proveerle felicidad a él. La esposa excesivamente amorosa siente que maximiza su matrimonio al ser una esposa adorable. Pero cuando cruza la línea que divide al amor apropiado del desordenado, y de allí a la idolatría, coloca un terrible estrés sobre el matrimonio. Él no puede tener un mal día. Él no puede dejar de atender cada necesidad que ella manifieste. Si lo hace, entonces ella pensará que el matrimonio no está funcionando. Y tal vez pase de la idolatría al adulterio. Le decimos a alguien: «Pongo toda mi felicidad y bienestar en tus manos». Nadie que esté en sus cabales aceptaría semejante arreglo, porque no podría lograr llevarlo adelante. La verdad es que ningún ser humano puede. Solo Dios. Expectativas inalcanzables Los niños con frecuencia sufren la carga de vivir a la altura de las metas que se les fijan cuando estas se elevan hasta ponerlas fuera de su alcance. Pensemos en un jugador de la Pequeña Liga cuyos padres han estructurado toda su vida en torno a las experiencias deportivas del niño. Este tema es frecuente en los barrios residenciales. Los padres quedan atrapados en la emoción de poder 218


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comparar favorablemente a su hijo con los hijos de sus amigos. O quizás están viviendo indirectamente los logros de sus niños. El hijo lo percibe. Quizá se trate de una muchacha brillante que posiblemente gane una beca completa para una universidad de elite. Sus padres constantemente le recuerdan: «No puedes simplemente tener buenas notas. Tienes que tener las mejores notas. ¿Te has unidos a varios grupos organizados? Eso da una buena imagen para admisión a la universidad». A veces el hijo piensa: no me molestaría mucho que digamos sacarme un 8. Pero mis padres se morirían; ellos viven a través de mi boletín de calificaciones. Vivimos en el tiempo de los «padres helicópteros», así llamados porque sobrevuelan sobre sus hijos constantemente. «Toda mi vida gira en torno a mis hijos», dicen y sonríen, presuponiendo que eso es algo bueno. Pero, en realidad, puede ir en detrimento de que sus hijos lleven vidas comunes y saludables. Todos no pueden crecer para convertirse en presidentes. Aquellos que son consejeros tienen contacto con mucha gente adulta que ha crecido sintiendo que nunca podría llegar a agradar a sus padres. Hicieran lo que hicieren, nunca resultaba suficiente. Todavía siguen intentando hacer que su mamá o su papá se sientan orgullosos de ellos. La presión que experimentan de parte de papá y mamá para estar a la altura de sus expectativas los lleva a sentirse inseguros en la vida. Parecería que siempre están tratando de lograr darle un batazo a la pelota, o sea, traer a casa un boletín de calificaciones perfecto. Procurar encontrar tu valía y tu identidad en tu hijo, coloca a ese hijo en el lugar de Dios en tu vida. Y eso es demasiado pedirle a un estudiante, aunque esté en el cuadro de honor.

Una decepción poco razonable Un amigo mío solía leer historietas cuando era niño. Se podían conseguir elementos suplementarios a ellas, como antiparras de rayos X y otras cosas, cosas sorprendentes, por solo uno o dos dólares. Pero él estaba especialmente entusiasmado con un conjunto de cien soldados de combate del ejército que venían con una excelente pechera de tareas pesadas. El dibujo en la historieta inspiraba asombro: un gran baúl, con adornos de bronce y candados, que se veía como si lo hubieran traído a través de Iwo 219


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Jima y Guadalcanal. Y estaba lleno de sorprendentes soldados de juguete en todo tipo de posiciones de lucha. Él ahorró sus dos dólares y los envió. La demora de seis semanas, con el embarque y acarreo, se convirtió en la espera más larga de su vida. Él visualizaba a dos o tres repartidores llegando a su puerta, gruñendo bajo el peso de esa pechera de batalla increíblemente genial. Pero entonces llegó un pequeño paquete por correo: una bolsa de papel de unos cinco centímetros por diez, llena de soldados del tamaño de hormigas, hechos de un plástico verde delgado como papel, y todos iguales. Si uno los miraba con algo de intensidad, se quebraban. Aun siendo niño, él sabía que no era razonable esperar los maravillosos juguetes que había imaginado por solo dos dólares. Tenía una sospecha bastante certera de que las antiparras de rayos x tampoco permitirían ver a través de nada. A veces es fácil darse cuenta de que otras cosas (como dinero y placeres) no satisfacen el alma. Pero con la familia es diferente. Sabemos que Dios fue el que dispuso que existiera, y que constituye la base de la sociedad. Así que tendemos a pensar que nosotros podemos crear nuestro cielo simplemente por tener una excelente familia. El gozo más profundo procede solo de una fuente. Maravillosos como son el matrimonio y la paternidad, debemos saber que nunca serán perfectos y que no satisfarán el alma. Si esperamos que estas relaciones logren eso en nosotros, inevitablemente sufriremos una decepción cuando recibamos el paquete.

Críticas inmerecidas Mi automóvil se quedó sin combustible un tiempo atrás. Yo sabía que no me quedaba mucho, pero sin embargo continué andando por ahí, con el pensamiento de que los precios bajarían uno o dos centavos si yo aguantaba un poco. O que tal vez podría encontrar una estación de servicio sorprendente que, en una distorsión de espacio-tiempo, se hubiera quedado con los precios de 1995. No sucedió ninguna de las dos cosas, así que me indigné cuando el auto resopló y se detuvo. Me bajé para comenzar a caminar. 220


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Estaba enojado. Pero estaba enojado con mi automóvil. Golpeé la puerta para hacerle saber cómo me sentía. Pateé una rueda para expresarle mi decepción. ¿Cómo podía hacerme eso el automóvil? Sé que eso fue ridículo, pero todos tenemos nuestros momentos irracionales. Es irracional esperar que un vehículo haga algo para lo que no fue diseñado. Igualmente irracional es molestarse con alguien por fallar en darnos una felicidad y satisfacción que no está en sus facultades dar. No puedo volverme crítico con mi automóvil por no ponerse en marcha sin combustible. No fue hecho para funcionar así. Si continuamente me muestro crítico hacia otros por el vacío que yo siento, si siempre les hago pasar momentos difíciles a aquellos que amo por no suplir mis necesidades ni hacerme feliz, lo más probable es que esté pidiéndoles que hagan algo para lo que no fueron creados. Ellos me pueden brindar amor y gozo, pero hay una satisfacción más profunda y un contentamiento que solo pueden provenir de Dios. La crítica a menudo marca a nuestras familias y relaciones porque intentamos que alguien haga por nosotros lo que solo Dios puede hacer, y la otra persona nunca lo logra.

Comparaciones injustas Una última consecuencia no intencional del amor desordenado se produce cuando comenzamos a hacer comparaciones injustas. Alguien piensa: yo no me siento feliz en este matrimonio, y sin embargo mi amigo es feliz en el suyo. Debe ser culpa de mi esposa. No debo haberme casado con la persona adecuada. Y entonces comienza a comparar a su esposa con otras mujeres, siempre a causa de su frustración, siempre injustamente. Es injusto, por supuesto, debido a que él considera a otras mujeres dentro de situaciones sociales, más fáciles, en su mejor momento, con el pensamiento de que tal vez ellas podrían llenar su vacío. Cuando fijamos nuestro corazón en nuestra familia, cometemos todos estos errores, y finalmente herimos a aquellos que amamos al elevarlos al nivel de dioses. Se trata de un error terrible que crea todo tipo de sentimientos negativos de resentimiento y amargura en el cónyuge o en un hijo. 221


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Pensemos en esto: ¿y si nuestros seres queridos de alguna manera alcanzaran el nivel de nuestras elevadas expectativas? ¿Y si nuestra hija fuese un as de las matemáticas? ¿Y si mi esposa hiciera todas las cosas que como marido le demando? ¿Algo sería diferente? No, porque todo este ejercicio comienza con una premisa falsa: si X cosa me sucediera, entonces estaría satisfecho. Es aquel pensamiento que no podemos llegar a conquistar del todo, el pensamiento que se encuentra en el mismo centro de la idolatría. Si la hija fuese una campeona de las matemáticas, los padres se darían cuenta de que todavía no están satisfechos, así que buscarían encontrar alguna otra imperfección sobre la que trabajar, o alguna otra meta que lograr. Una vez que sucede X, la reemplazamos por Y.

Sobre el altar No podemos esperar que las cosas o la gente llenen un vacío que tiene la forma de Dios. Entonces, ¿cómo deberíamos considerar nuestras relaciones familiares? ¿Deberíamos amar menos? Por supuesto que no. Pero deberíamos amar de un modo diferente. ¿Y qué puedes hacer? ¿Deberías ir a decirle a tu cónyuge: «Ya no eres para mí lo más importante?». Intenta susurrarle esa pequeña nadería al oído y fíjate como te resulta. No parece ser la clave para una velada romántica. Pero esta es la ironía: quitar esas relaciones del centro y colocar a Jesús en su justo lugar es lo más amoroso que podemos hacer por esas relaciones. El acto supremo de amor familiar es poner nuestro corazón en Cristo. Hacer eso conduce a la relación familiar más amorosa posible. Tal vez lo que deberíamos decir es: «Te amo demasiado para convertirte en el centro de mi vida». Cuando Jesús es verdaderamente mi Señor, estoy en las mejores condiciones para ser marido, padre y amigo. Me coloco en una posición en la que puedo recibir las bendiciones de Dios dentro de esas relaciones. Así que es mi oración y mi deseo amar a mi familia lo suficiente como para colocarla en el altar de adoración delante de Dios, junto con todo lo demás que tengo y con todo lo demás que soy. En otras palabras, deseo hacer en espíritu lo que Abraham hizo en lo físico. 222


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Ah, sí. Hay una posdata en la historia de Abraham. Muestra la poesía y la simetría que tiene la historia cuando miramos las cosas desde la perspectiva de Dios. Abraham vivía en Beerseba, un pequeño oasis en el desierto. Dios lo envió a realizar una travesía de tres días hasta el monte Moria. Esa era toda una caminata. ¿Por qué lo habrá hecho? Pasaron mil años después de esta historia. Según 2 Crónicas 3, David, el rey de Israel, compró una pequeña parcela para construir un altar y adorar a Dios. Era el lugar del sacrificio casi ofrecido por Abraham. Y en esa propiedad Salomón finalmente construyó el gran templo de Jerusalén. Pasaron otros mil años. Otra vez en esa tierra un Padre sacrificó a su Hijo. En esta ocasión no fue una prueba. «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?» (Romanos 8.32). Lo que Dios le pidió a Abraham, que finalmente no fue un requerimiento, estuvo él mismo dispuesto a hacerlo por amor a ti y a mí. Él tuvo que hacer una elección. En un lado estaba su propio Hijo amado, perfecto y sin pecado. En el otro, tú y yo, enredados con todo tipo de pecados que nos volvían indignos de su bendición. La única manera en que podíamos llegar a la reconciliación con él era a través de un sacrificio. Y Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo. Se te pide que elijas a Dios, que hagas de él la fuente de tu adoración, pero debes saber esto: él ya te ha elegido a ti.

Documento de identidad de un ídolo ¿Qué persona o personas son lo más importantes para ti en este mundo? Esta no es una pregunta que precises analizar junto con otros. Mantenla solo entre tú, tus reflexiones y Dios: ¿a quién o quiénes amas tanto que darías tu vida por ellos?

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Aquellos que estamos casados normalmente haríamos eso por nuestro cónyuge. Aquellos que somos padres casi siempre lo haríamos por nuestros hijos. Y sería correcto; se trata de una señal de amor profundo y libre de egoísmos. Tómate un momento para comparar los sacrificios que estás dispuesto a realizar por esa persona o personas con los sacrificios que has hecho para seguir a Jesús. ¿Puedes contar una historia acerca de cómo te has sacrificado tú personalmente por el compromiso y la devoción que tienes por Cristo?

¿Existe una relación en tu vida que parezca ser el factor determinante en cuanto a que te sientas feliz y alegre o triste y deprimido? ¿Hasta qué punto esa persona o personas determinan tu estado de ánimo? ¿Hasta qué punto has organizado tu vida en torno a esa relación? Vale la pena comparar esto con las emociones que experimentas en la adoración. Aunque la adoración sea una cuestión más silenciosa e introspectiva, ¿podrías decir que percibes sentimientos que se aproximan a la profundidad de los que experimentas dentro de tu familia? Sí, lo sé, es una pregunta difícil. La fuente de nuestras expresiones emocionales más profundas nos proporciona una buena clave acerca de quién o qué nos está controlando. ¿Puedes encontrar señales de «amor desordenado» en tus relaciones familiares? ¿De qué modo una adoración más profunda hacia Dios podría afectar la manifestación de esos síntomas? Revisa los efectos del amor desordenado al ir llegando al final de este capítulo. ¿Los reconoces en las relaciones que se dan dentro de tu propia familia?

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Imagina tu vida como un adorador completamente devoto de Dios y un seguidor de Jesucristo. Visualízate colocando a tu familia sobre el altar, junto con todos los otros aspectos de tu vida. Puedes decirle a Dios: «No puedo hacer esto correctamente solo. Te adoro a ti y únicamente a ti, y confío en que tú me hagas el padre/cónyuge/hijo que necesito ser. Amo a estas personas profundamente, pero ellas ya no le darán el sentido a mi vida. Solo tú lo harás. Ayúdame a convertirme en la persona que debo ser, de modo que puedas bendecir estas relaciones. Que estos hermosos dones que me has dado hagan mi corazón más completamente tuyo».

ELEGIR A JESÚS:

Jesús es mi todo A los ídolos no se los vence por quitarlos de en medio sino por reemplazarlos.

El dios de la familia pintó un hermoso cuadro. Mostró una mesa para la cena de Acción de Gracias, con todas las caras enfocadas codiciosamente en un pavo asado. Los padres, los hijos y los abuelos estaban todos allí, y resultaba evidente que se amaban unos a otros. ¿Quién no reaccionaría ante tal escena? Es todo lo que deseamos. El dios de la familia puede resultarnos el más decepcionante de todos los falsos dioses porque nos pareció muy decente y correcto. Él nos ofreció algo que ya era uno de los grandes dones de Dios. Pero nos brindó una versión distorsionada. Lo que nos ofreció no fue una verdadera familia sino un encierro, un aislamiento, un lugar en el que dejar al mundo afuera. Nos ofreció relaciones obsesivas en las que cada uno debía jugar a ser dios para otro. Él llamó a todo

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eso amor, pero mirándolo en retrospectiva, se parece más a la desesperación. Les hemos estado marcando los puntos a nuestros hijos hasta asfixiarlos. Hemos hecho demandas dentro de nuestro matrimonio hasta llegar al agotamiento. Jesús nos ha mostrado cómo se espera que sea una familia. Nos ha ayudado a comprender que todas las relaciones dentro del hogar son un ref lejo de lo que él es para nosotros. Es el amor de Cristo el que nos enseña cómo amarnos unos a otros. Hemos dicho: «La familia lo es todo», pero hasta que Jesús no llega a ser nuestro todo, no descubrimos todo lo que la familia puede ser.

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capítulo 13

el dios de uno mismo El otro día leí una entrada de blog acerca de un libro publicado en 1964, titulado The Three Christs of Ypsilanti [Los tres Cristos de Ypsilanti]. El libro se basaba en un estudio de caso psiquiátrico del Dr. Milton Rokeach, enfocado en la enfermedad mental. Rokeach estaba tratando a tres pacientes en una institución psiquiátrica de Ypsilanti, Michigan. Esos pacientes, de nombre León, Clyde y Joseph, sufrían de delirios de grandeza, un desorden frecuente. Pero sucedía que esos tres hombres creían en verdad que eran Jesucristo. ¿Han oído acerca del «complejo mesiánico»? Esos tres hombres lo habían elevado a un grado superlativo. El doctor trabajaba esforzadamente en la tarea de volverlos a la realidad, pero resultaba difícil abrirse camino. En su libro cuenta sobre sus intentos de convencer a esos hombres de que realmente no eran el Dios encarnado. Durante varios años hizo que los tres individuos vivieran juntos. Comían juntos. Dormían juntos en el mismo cuarto. Todas las tardes tenían una sesión de terapia grupal juntos. El Dr. Rokeach esperaba que al pasar tiempo con otros que pensaban que ellos también eran Dios ayudara a que se restableciera la realidad. Su enfoque llevó al desarrollo de algunas conversaciones interesantes. Uno de los hombres solía decir: «Yo soy el Mesías, el Hijo de Dios. Fui enviado aquí a salvar la tierra». «¿Cómo lo sabes?», le preguntaba Rokeach. «Dios me lo dijo», respondía invariablemente el paciente. Pero entonces otro de los tres lo interrumpía: «¡Yo jamás te he dicho tal cosa!». Y una vez que el tercero se agregaba, se producía 227


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el caos. Cierta vez los desacuerdos se volvieron bruscos y furiosos, y cada «Cristo» simplemente consideró que los otros dos eran pacientes de un hospital de salud mental. Y que él, por otro lado, era el auténtico. Lamentablemente, Rokeach no tuvo éxito en sus intentos de convencer a los hombres de que ellos no eran Dios. Estaban atrapados en esa realidad invertida en la que pensaban que eran el centro del universo y que la vida realmente giraba en torno a ellos. El fundamento de la realidad es que existe un Dios y que tú no eres él. Una vez establecido eso, se debe hacer una elección, que es la siguiente: Sé que existe Dios el Señor, el amo de toda la creación. También sé que existe el Dios de uno mismo, el farsante que aspira al trono. ¿A quién voy a servir?

En mi estado de quebrantamiento, siento el impulso a adorarme a mí mismo. Escucho el susurro de la mentira que escucharon al principio Adán y Eva: «Se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios» (Génesis 3.5). ¿Por qué servir? ¡Tú debes gobernar! Tienes todo lo que necesitas para ser tu propio dios. Cada día constituye un viaje a ese mismo huerto; cada día la serpiente aguarda. Debo enfrentar la misma elección: ¿adoraré a Dios y encontraré mi verdadero lugar en ese universo, el lugar perfecto que él ha dispuesto para mí? ¿O me adoraré a mí mismo y decidiré que de algún modo puedo elaborar una vida mejor que la que puede diseñar el Creador de todo? No es una coincidencia que hayamos dejado a este dios, el dios de uno mismo, en último lugar. Te confrontarás con muchos de los dioses de nuestra lista en algún punto de tu vida. Pero este es uno con el que tendrás que lidiar cada día, y muchas veces al día.

Reconocer al dios de uno mismo Hay algunos síntomas que comienzan a aparecer cuando el dios de uno mismo se acerca lentamente al trono de nuestro corazón.

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Un síntoma es la arrogancia. Yo siempre estoy en lo correcto. Mi manera es la mejor manera. El dios de uno mismo no escucha la sabiduría de los demás. Durante la última Navidad abrimos los regalos en la casa de nuestra familia política. Yo estaba intentando armar un juguete de uno de los niños en el piso de la sala y mi suegro estaba sentado en su sofá mirando el canal de caza, canal que envía mensajes como: «Mi yerno nunca será un verdadero hombre porque no es capaz de dispararle a algo ni de construir algo». No sé si él estaba más entretenido con el programa de televisión o con la vista de mi persona intentando armar algo. Podía sentir que la presión subía mientras intentaba desesperadamente enroscar un tornillo en su tuerca. No lograba ensartar la rosca. Mi suegro señaló: «Me parece que es un tornillo invertido». Lo tomé como que se enroscaba a la inversa. Yo estaba seguro de que él intentaba exponer más aún mi incapacidad frente a mis otros parientes varones. No me iba a dejar engañar. Conocía el dicho: «A la derecha se ajusta, a la izquierda se afloja». No era «a la derecha se afloja, a la izquierda se ajusta». Seguí girando el tornillo a la derecha, con la certeza de que no había tal cosa como un tornillo invertido, demasiado orgulloso como para aceptar el consejo de mi suegro.* Así que déjame preguntarte esto: ¿cuándo fue la última vez que hiciste alguna de estas declaraciones: «Me equivoqué»; «Tenías razón»; «Debí haberte escuchado»; «Me gusta más tu idea»? Aun cuando no nos demos cuenta, un toque de arrogancia puede estar presente. Otro síntoma que emerge cuando comienzo a adorar al dios de mí mismo es la inseguridad. Al dios de uno mismo le preocupa muchísimo lo que otros piensen y le aterra intentar algo y fallar. No puede evitar ser muy consciente de sí mismo, porque cuando se es un dios, todo tiene que ver con uno. ¿Y qué de la actitud defensiva? ¿Alguna vez te has encontrado tomando la más leve sugerencia, la más ligera crítica, como un ataque personal? ¿Qué hace que la gente sea así? Bueno, cuando tú * Mi editor me dice que necesito completar la historia. Lo que sea. No tengo que hacerlo si no lo deseo.

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eres dios, debes ser perfecto, y nadie más puede estar en condiciones de criticarte. El dios de uno mismo nos vuelve solitarios, porque no somos capaces de manejarnos en medio de iguales. Ciertamente no podemos tratar con la autoridad. Necesitamos que la gente constantemente nos reafirme en cuanto a que todo tiene que ver con nosotros. Escuchemos lo que Dios dice: «En la intimidad de tu arrogancia dijiste: ”Yo soy un dios [...] sentado en un trono de dioses”. ¡Pero tú no eres un dios, aunque te creas que lo eres! ¡Tú eres un simple mortal!» (Ezequiel 28.2). El dios de uno mismo es el ídolo más implacable de todos. ¿Dioses en guerra? Realmente soy yo contra Dios. Es la carne contra el espíritu. Todos los otros dioses, de una manera u otra, quitan a Dios del trono y me ponen a mí en su lugar.

EL TÚ Y EL MÍ Un estudio reciente realizado por cinco psicólogos sugiere que los estudiantes universitarios de hoy tienden a tener más cuestiones con el hecho de estar centrados en ellos mismos que en el pasado. Desde 1982 hasta 2006, 16.475 estudiantes universitarios se sometieron a una evaluación denominada Test de Personalidad Narcisista, test que ha dado vueltas por allí durante varias décadas. El narcisismo es un término generalmente aplicado a describir el interés que uno tiene en sí mismo, el engreimiento o el egocentrismo, en particular referido a la manera en que se relaciona la gente en lo social. Aquellos que se someten a esta prueba deben dar respuestas calificando afirmaciones tales como: «Si yo gobernara el mundo, este sería un mejor lugar», «Creo que soy una persona especial» y «Puedo vivir mi vida como me plazca». Los resultados han ido escalando en los últimos años. El autor principal de este estudio, el profesor Jean Twenge de la Universidad Estatal de San Diego, cree que nos hemos

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Cisternas rotas Llegamos a una conclusión inevitable: adorar al dios de uno mismo no va a favor de nuestros mejores intereses. El dios de uno mismo toma muchas formas, pero ninguna de ellas satisfactoria. Hay una imagen usada en las Escrituras que capta lo que sucede cuando me pongo a mí mismo en el trono de mi corazón en lugar de colocar allí a Dios. En el libro de Jeremías, en el Antiguo Testamento, Dios habla a través de este profeta y argumenta en contra de su pueblo. «Por eso, aún voy a entablar un litigio contra ustedes ... —afirma el Señor—... ¡Pues mi pueblo ha cambiado al que es su gloria, por lo que no sirve para nada! ¡Espántense, cielos, ante esto! ¡Tiemblen y queden horrorizados! —afirma el Señor—. “Dos son los pecados que ha cometido mi pueblo: Me han abandonado a mí, fuente

excedido al señalarles a nuestros hijos lo especiales que son, cuando deberíamos mostrarles su responsabilidad ante los demás. El estudio sugiere que los narcisistas «tienen más probabilidades de tener relaciones románticas de corta duración, están en un mayor riesgo de infidelidad, ven al amor como un juego, muestran falta de calidez emocional y deshonestidad, y exhiben conductas violentas y muy controladoras». Además, aquellos que alcanzan un puntaje alto en el test son más proclives a engañar en los tests. Los investigadores creen que el movimiento de autoestima, que comenzó en la década de 1980, tiene que ver con esta tendencia. Como ejemplo, Twenge señala una versión de la canción «Frére Jacques» que se canta en algunos jardines de infantes ahora: Soy especial, soy especial; ¡Mírenme a mí, mírenme a mí!* * David Crary, «Study: College Students More Narcissistic» [Estudio: Los alumnos universitarios son más narcisistas], Associated Press, 17 febrero 2007.

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de agua viva, y han cavado sus propias cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”» (Jeremías 2.9, 11–13). Dios resume la rebelión de ellos en dos pecados: lo han rechazado a él y en su lugar se han vuelto a los ídolos que no tienen valor alguno. Le explica al pueblo que cuando se colocan en el trono en lugar de poner a Dios, es como insistir en cavar sus propias cisternas rotas para beber de ellas, en tanto que a su lado corre un manantial de aguas frescas y vivas. Las cisternas eran una parte importante de la vida cotidiana en Israel en tiempos de Jeremías. De hecho, miles de ellas han sido descubiertas por los arqueólogos. Las lluvias resultaban infrecuentes y escasas durante la mitad del año, así que la gente de esos días cavaba cisternas y luego las revestía con ladrillos y revoque para que contuvieran el agua. Pero las cisternas siempre se quebraban y perdían el agua. Aun cuando no se rompieran, el agua con frecuencia se estancaba o el suministro resultaba inadecuado. El pueblo debe haber considerado ridícula la metáfora de Jeremías. Nadie jamás elegiría una cisterna como su fuente de agua si dispusiera de un manantial de aguas cristalinas. Pero eso pone de manifiesto lo ridículo de la idolatría. Nosotros elegimos un pozo roto con agua estancada en lugar del manantial de aguas frescas. Buscamos algo o alguien que haga por nosotros lo que se espera que Dios haga. En lugar de buscar a Dios como fuente de consuelo, nos volcamos a la comida o a algún entretenimiento sin sentido. En vez de procurar a Dios como fuente de significado, la buscamos en nuestra carrera y en nuestros logros. En vez de recurrir a Dios como fuente de seguridad, nos volvemos al dinero y a nuestras inversiones. En vez de ir a Dios como nuestra fuente de gozo, la buscamos en nuestro cónyuge y en nuestros hijos. En vez de buscar a Dios como nuestra fuente de esperanza, vamos tras los políticos y legisladores. En vez de volcarnos a Dios como nuestra fuente de verdad, vamos en procura de las opiniones populares y el consenso académico.

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Esas cosas en las que buscamos ayuda no necesariamente son malas o nocivas en sí mismas. De hecho, Dios las puede usar para el logro de su propósito. Pero la pregunta es: ¿se han convertido en cisternas rotas a las que nosotros recurrimos en lugar de procurar el agua de vida? ¿Estamos poniendo nuestra esperanza en algo que no puede contener el agua?

Una nueva esperanza Durante el verano, con mi familia cuidamos de la casa de algunos amigos mientras ellos no estaban en la ciudad. El clima había sido espantosamente caluroso y nosotros estábamos entusiasmados con la posibilidad de usar la piscina de plástico que tenían en su patio. La segunda mañana en que estábamos allí, mi esposa me despertó y me dijo que el nivel del agua de la piscina parecía estar un poco más bajo. Ella se preguntaba si es que podría haber alguna pequeña pérdida. Fui a investigar. Resultaba claro que la piscina lentamente iba perdiendo agua por alguna parte. Me metí a la piscina y me puse las antiparras de mi hijo. Esas antiparras rápidamente comenzaron a cortar la circulación de mi cabeza así que supe que necesitaba encontrar la pérdida rápidamente. Eventualmente localicé un hueco del tamaño de la goma de borrar de un lápiz, por donde el agua lentamente se estaba escurriendo. Fui a un negocio que vendía piscinas, un poco más allá en la misma calle, y les pregunté qué debería hacer. Me vendieron un parche subacuático para la piscina y me explicaron cómo usarlo. Me pareció bastante simple. Cuando llegué a la casa seguí las instrucciones. Coloqué un pegamento muy resistente sobre el parche, me puse las antiparras y nadé hasta abajo para aplicar el parche. Cuando comencé a presionar ese parche sobre el costado de la piscina, vi con horror que el pequeño agujero lentamente comenzaba a expandirse hasta alcanzar el tamaño de una pelota de básquet. De pronto más de sesenta mil litros de agua comenzaron a salir y a intentar empujarme a través de ese hueco.

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Me abrí camino en contra de la corriente y salí. En estado de pánico, tomé toallas e intenté colocarlas en el hueco. El agujero solo se volvió más grande. Finalmente me di cuenta de que no había nada que pudiera hacer. Me quedé parado con las antiparras puestas y miré con impotencia como se vaciaba toda el agua de esa piscina en el jardín. Mis hijos salieron con una expresión estupefacta y decepcionada en sus rostros. Mi hijo menor tenía lágrimas en los ojos. Una de mis hijas me miró y dijo precisamente lo que yo tenía en mente: «¿Realmente está pasando esto?» Metafóricamente hablando, ese es un momento por el que muchos de nosotros hemos atravesado. Es el inevitable momento de la verdad en el que nos encontramos adorando al dios de nosotros mismos en todas sus formas. Vemos el agua salir con fuerza y, aunque con desesperación tratamos de contenerla, no hay nada que podamos hacer. De esa manera te sientes con respecto a tu matrimonio. Estaban enamorados y tú tenías la seguridad de que habría un final de felices para siempre. Habías puesto tu esperanza en tu cónyuge. Pero comenzaste a emparchar una filtración tras otra y la cosa pareció estar más allá de toda reparación. Así es como te sientes con respecto a tus hijos. ¡Tenías tantas esperanzas y sueños! Hiciste lo mejor que podías e invertiste mucho en ellos. Y ahora tienes una sensación de pánico cuando ves las decisiones que están tomando, la dirección en la que van y el lugar al que eso los está conduciendo. Y te preguntas: ¿cómo es que sucedió todo esto? También es la forma en la que algunos se sienten con respecto a sus finanzas. Esperabas un día poder tomarte vacaciones, o jubilarte. Pero has visto que lentamente tus ahorros e inversiones se han ido disipando, y con ellos se han ido tus esperanzas. Es el momento en que te das cuenta de que, sea lo que fuere aquello en lo que has puesto tu esperanza, eso no contiene las aguas. Con pánico y temor te quedas mirando, pero parece que no hay nada que puedas hacer. Bruce Medes escribe acerca de una mujer de nombre Tammy Kramer, jefa de una clínica de pacientes ambulatorios enfermos de SIDA en el condado de Los Ángeles. Un día estaba en su trabajo 234


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y entró un paciente para recibir su dosis diaria de medicación. Se sentó en un banco de la clínica, en medio de un silencio cansino, esperando al doctor. Al rato entró el médico, que era nuevo en la clínica, y vio a ese paciente por primera vez. Le administró la medicación y luego, justo antes de irse, le dijo a aquel hombre: «Sabes que no estarás mucho en este mundo, ¿verdad? Un año, cuando mucho». Tammy Kramer dice que el paciente se acercó a su escritorio de camino a la salida y ella pudo percibir el dolor en su rostro. Él le dijo entre dientes: «¡Ese h de p me ha quitado toda la esperanza!». Tammy Kramer le respondió: «Creo que sí. Tal vez sea tiempo de encontrar otra esperanza». El dios de uno mismo, en todas sus formas, siempre nos dejará decepcionados y desilusionados. Así que esta es la pregunta que nos queda: ¿hay otra esperanza? En Romanos, Pablo habla de una esperanza que no avergüenza. Dios anhela que tú pruebes su agua viva. Como le dijo a Jeremías, los cielos miran con gran horror a los hijos de Dios bebiendo de sucias cisternas y rechazando las frescas aguas de vida. Para Dios el Padre esa es una de las cosas más dolorosas de ver. Él ha provisto un agua viva para sus hijos, pura y transmisora de vida, y ellos la rechazan. Imaginémoslo de esta manera: tú llevas a tu hija a comer a un restaurante, y ordenas para ella su primer medallón de carne. Lo traen a la mesa en un plato, aún crepitante. Hecho a la perfección. Como padre no puedes evitar una sonrisa ante el pensamiento de que tu hija cortará ese bife y morderá un trozo. Pero imaginemos que cuando llega el momento de comerlo, tu hija mete la mano en el bolsillo de su pantalón y saca un pedazo de carne a medio comer, que ni siquiera ha sido envuelta. Tiene algo de moho y algunas pelusas del bolsillo. Precisamente frente a ella hay un delicioso medallón de carne y ella está masticando un viejo trozo de bife. ¿Cómo reaccionarías? Te molestarías. Has pagado por ese medallón de carne. Amas a tu hija. Quieres que experimente lo que tienes para ella. Los dos quedarían frustrados y tristes al mismo tiempo. Esa es la manera en que Dios se siente cuando ve a sus hijos rechazar el agua que él les da y beber de sus propias cisternas. 235


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El agua viva «Agua Viva» es el título que Jesús se dio a sí mismo en Juan 4. Jesús iba de viaje, y la Biblia nos dice que él «tenía que pasar por Samaria». Pero si miramos en el mapa, eso no parece demasiado exacto. En realidad no tenía que atravesar Samaria. Ciertamente había caminos que la rodeaban. Y la mayoría de los judíos hubieran hecho lo que fuera necesario para no entrar en Samaria. Había muchos prejuicios entre los judíos y los samaritanos. Pero Juan dice que Jesús tenía que atravesarla.

Vivía allí una mujer que estaba en una búsqueda desesperada de algo o alguien en lo cual poner su esperanza, pero que una y otra vez había visto salir el chorro de agua. Su búsqueda siempre acababa en decepción. Cuando Jesús llega a Samaria, se acerca a un pozo. Un pozo es diferente de una cisterna. Una cisterna recoge agua de lluvia, y un pozo permite sacar agua que brota de la tierra. Pero lo mismo que con las cisternas, el sacar agua de un pozo requiere de bastante esfuerzo. Y como con las cisternas, los pozos con frecuencia se secan o se llenan de agua estancada. Es cerca del mediodía cuando Jesús aparece por ese pozo. En el pleno calor del día. Y Jesús, sin duda, está cansado por la caminata. Se sienta a descansar junto al pozo. Tiene sed, pero no hay mucho que pueda hacer porque el pozo es, probablemente, de unos treinta metros de profundidad y no tiene forma de sacar agua de allí. Sus discípulos se han ido a conseguir algún almuerzo a un pueblito cercano. Pero Jesús se ha quedado; él sabe que esta mujer va a llegar pronto. Cuando ella llega al pozo para buscar agua, Jesús le dice: «Dame un poco de agua». Ella lo mira de nuevo y le pregunta: «¿Cómo es que se te ocurre siquiera hablarme, siendo judío?». Y Jesús le responde: «Si supieras quién soy yo, me habrías pedido agua tú a mí.» (Juan 4.7–10, paráfrasis mía). Imagino que en este punto ella debería pensar que el sol le estaba haciendo mal a ese individuo. Le menciona a Jesús 236


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que él ni siquiera tiene un balde con el que sacar el agua. Jesús le explica que si bebe del agua que él puede darle, no tendrá sed jamás. Porque él tiene algo capaz de satisfacer su sed para siempre. Ella piensa en términos del mundo físico; supone que Jesús tiene un agua material capaz de saciar su sed física. Como no tiene nada que perder, está de acuerdo en beber de esa agua mágica que le ofrece este forastero extraño. Jesús le manda volver a su casa, buscar a su marido y luego regresar con él. La mujer le dice que no tiene marido. Entonces Jesús, con una sonrisa amable le responde: «Bien has dicho que no tienes esposo. Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad». Ella se da cuenta de que ese hombre es alguna especie de profeta e inmediatamente intenta sacar el foco de sí misma cambiando de tema. Le hace una pregunta teológica. Jesús responde rápidamente pero ella todavía no comprende. Así que en el versículo 25 ella señala: «Sé que viene el Mesías, al que llaman el Cristo... Cuando él venga nos explicará todas las cosas». Lo que ella le está diciendo a Jesús es: «Yo sé que cuando venga Jesús, él le dará sentido a todas las cosas». Luego, en el versículo 26, Jesús simplemente le dice: «Ese soy yo, el que habla contigo». Esta es la única vez en toda su vida, de la que tenemos conocimiento, en la que Jesús voluntariamente revela su identidad. Imaginemos lo que significa ese momento para la mujer. Su búsqueda finalmente ha llegado a su fin. Cinco maridos, o sea cinco diferentes pozos, y todos ellos con filtraciones. Ninguno contuvo el agua por mucho tiempo. Pero cuando Jesús le revela quién es él, algo dentro de ella le dice que es aquel que su alma ha estado anhelando.

No se nos dice su nombre. Pero creo que puedo habérmela cruzado en la iglesia no hace mucho tiempo. Estuve visitando a una señora que me confió lo difícil que había sido su vida en los 237


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últimos años. Había pasado por un divorcio, luego de estar casada por diecisiete años. Debido al divorcio, lo había perdido todo y forzosamente entró en bancarrota. Físicamente siempre se había cuidado; de hecho menos de dos años atrás había corrido un maratón. Pero últimamente estaba lidiando con una dolorosa artritis en sus articulaciones que a veces parecía debilitarla. Demasiadas pérdidas. Pero a medida que ella hablaba me iba impactando su tono. No se la oía como una mujer vencida o en desesperación. Continuó hablando y me contó que a través de todo aquello ella había descubierto una vida en Jesús que nunca antes había considerado posible. Había pasado incontables horas cavando cisternas. Había insistido en cavar la cisterna del matrimonio, la cisterna del dinero, la cisterna de la salud y el buen estado físico, esperando hallar alguna pequeña satisfacción. Ninguna de ellas contenía agua. Y entonces, en el momento en que sintió que podría morir de sed, se dio la vuelta y encontró una fuente de agua viva justo a su lado. Me lo explicó de esta manera: «No me di cuenta de que Jesús era realmente todo lo que deseaba hasta que él fue lo único que me quedó». Lo que Jesús le dice a esa mujer, también nos lo dice a ti y a mí. «Pero el que beba del agua que yo le daré ... dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna» (Juan 4.14). ¿De qué estás sediento? ¿Estás estresado y sediento de paz? ¿Te sientes solitario y sediento de amor? ¿Estás aburrido y tienes sed de propósito? ¿Estás sediento de aceptación? ¿De ser validado? ¿De significación? ¿O simplemente estás sediento de alcanzar alguna otra cosa? El dios de uno mismo llama incesantemente a ir tras todas esas cosas. Pero en definitiva, nos quedamos más sedientos que nunca. Así que esta es la invitación de Jesús: «Bebe de mí, y nunca más volverás a tener sed».

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notas 1. Tim Challies, The Next Story: Life and Faith after de Digital Explosion (Grand Rapids: Zondervan, 2011), p. 184. 2. Erwin Lutzer, Managing Your Emotions (Wheaton, IL: Victor Books, 1988), p. 109. 3. Michael Jordan y Mark Vancil, Driven from Within (Nueva York: Atria, 2005), p. 110. 4. Paul Copan, Is God a Moral Monster? Making Sense of the Old Testament God (Grand Rapids: Baker Books, 2011), p. 35. 5. Francis Thompson, The Hound of Heaven (Philadelphia: Peter Reilly, 1916). 6. Paul Thompson, «“My Body Is Only for My Husband”: U.S. Christian Model Kylie Bisutti Quit Victoria’s Secret Because It Clashed with Her Faith», Daily Mail, 8 febrero 2012, www.dailymail.co.uk/femail/article-2097793/KylieBisutti-quit-Victorias-Secret-clashed-Christian-faith.html. 7. Edward F. Murphy, Handbook for Spiritual Warfare (Nashville: Thomas Nelson, 1996), p. 239 [Manual de guerra espiritual, (Miami, FL: Betania, 1994)]. 8. Nelson’s New Illustrated Bible Dictionary, ed. Ronald F. Youngblood, F. F. Bruce y R. K. Harrison (Nashville: Thomas Nelson, 1995). 9. Gordon J. Wenham, Genesis 1–15 (Waco, TX: Word, 1987), p. 226. 10. «Transcript: Tom Brady, Part 3», 60 Minutes, CBS NEWS, 11 febrero 2009, www.cbsnews.com/2100-18560_162-1015331.html. 11. Derek Abma, «Men Think of Sex Only 19 Times a Day, Report Finds», Vancouver Sun, 30 noviembre 2011. 12. M. Scott Vance, The Chronicle of Higher Education, citado en Christianity Today 29, nº 18, 1 diciembre 1997. 13. «The Impact of Video Gaming and Facebook Addiction», Anti Essays, www.antiessays.com/free-essays/130731.html. 14. Martin Lindstrom, Brandwashed, (Nueva York: Crown Business, 2011), pp. 71–73.

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notas 15. Winifred Gallagher, New: Understanding Our Need for Novelty and Change (Nueva York: Crown Business, 2011), p. 126. 16. Robert J. Morgan, Nelson’s Complete Book of Stories, Illustrations, and Quotes (Nashville: Thomas Nelson, 2000), p. 545. 17. C. S. Lewis, Mere Christianity (1952; San Francisco: HarperSanFrancisco), 2001, pp. 135–136 [Mero cristianismo, (Nueva York: Rayo, 2006)]. 18. Aiden Wilson Tozer, The Best of A. W. Tozer Book One (Camp Hill, PA: WingSpread, 2007), p. 128. 19. D. R. W. Wood y I. Howard Marshall, New Bible Dictionary, Leicester, Inglaterra, 3ª edición; Downers Grove: IL, 1996), p. 143. 20. Mark Twain, Mark Twain at Your Fingertips: A Book of Quotations, recopilación y edición Caroline Thomas Harnsberger (Mineola, NY: Dover, 2009), p. 525. 21. http://www.princeton.edu/main/news/archive/S15/15/09S18/. 22. Billy Graham, Just As I Am (Nueva York: HarperCollins, 2007), p. 1190 [Tal como soy (Miami, FL: Vida, 1997)]. 23. Thomas J. DeLong, «Why Chronic Comparing Spells Career Poison», CNNMoney, 20 junio 2011, management.fortune.cnn.com/2011/06/20/ why-chronic-comparing-spells-career-poison/. 24. «Staying Alive, a Leadership Journal Forum», Leadership 23, nº 3 (verano de 2002). 25. Tony Campolo, Who Switched the Price Tags? (Nashville: Thomas Nelson, 2008, pp. 26–27. 26. Patrick T. Reardon, “Lessons in Lust: Following Their Passion, Romance Novelists Go to School to Learn How to Write Hot, Sexy, and Spicy”, Chicago Tribune, 2 agosto 1999. 27. Ver el libro de C. S. Lewis, The Allegory of Love: A Study in Medieval Tradition, Oxford, Inglaterra: Clarendon, 1936). 28. C. S. Lewis, The Great Divorce, (Nueva York: HarperOne, 2009), pp. 96–103 [La alegoría de amor: estudio sobre la tradición medieval (Santiago: Universitaria, 2000].

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