Bestia letras retroactivas No 2

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El movimiento esquivo de sus ojos me confundía. No sabía qué pretendía. Quise disimular que estaba ahí sólo por él. No era por la cerveza, ni por la música, mucho menos el lugar, –que debo admitir me era agradable después de observarlo–, pero era como un bono extra. Vestía una camisa, tennis negros y unos pantalones de mezclilla. La primera vez que le vi, estaba haciendo algo con el celular, con sus inmensos ojos totalmente concentrados en la pantalla de esa mierda tecnológica. Tengo ciertas malas experiencias con los teléfonos y he creado una aversión hacia ellos, pero no es momento de hablar de ello. Bastó unas palabras para sentirme intrigada, porque no creo que haya sido atracción... era una intriga que no me dejó en paz desde aquel día, tenía que ver sus movimientos, asimilarlos… quería sentir sus movimientos cerca del mismo espacio, quizá sólo necesitaba sentir; compartir algo. Durante dos semanas me limité a una sonrisa mal esbozada, más bien una mueca torpe que era corres-pondida por cortesía, pero parecía incomodarle mi insistente observación en su cuerpecillo. Era un tipo escuálido, de piel blanca; desaliñado con cierto aire femenino. Era simplemente cautivador. Había algo enfermo en sus movimientos lentos pero desesperantes. Un día decidí no visitar más aquel bar. Había sido demasiado, no era una opción obsesionarse con un mesero quién sabe porqué estúpidas razones, pero ya había sucedido y por lo que sea. Después de una semana de no haber frecuentado el pequeño establecimiento, el clima se mofó de mis predicciones y de una mañana castrantemente soleada, se tornó en una portentosa lluvia; incluso caía algo de granizo. Por azares del destino o por mi subconsciente manejando mis piernas, llegué al sitio tantas veces evitado esa última semana. Sentí una nostalgia asqueante al cruzar la puerta. Era una puerta rojo sangre, sentí una especie de burla por parte del lugar mismo. Una pareja que ya se retiraba me miró a mí, al charco de agua y el lodo que me acompañaba como una sombra líquida; les correspondí con una irónica sonrisa y cuando volvía la mirada a la barra, ahí estaba el engendro de mi obsesión. Me miró y se me acercó con una toalla. -Toma, estas empapada-. No sabía qué contestar, estaba de mal humor y no tenía deseos de entablar conversación ni siquiera con él. -Tenías tiempo sin venir-. -Ya no había para qué-. No me interesaba inventar algún diálogo, sólo quería secarme y largarme a casa. -¿Cuál era la razón?- preguntó con cierto asomo fingir idiotez o quizá era idiota.

No contesté, miré sus ojos que ya no parecían tan verdes y pedí una cerveza -¿Quieres un cigarro también? No preferirías un café, quizá te resfríes-. Yo simplemente no entendía, era atento y amable. Me empujó hacía una silla; me tendió la cajetilla. Titubeé mientras buscaba mi encendedor en la bolsa del pantalón. Sacó el suyo y encendió mi cigarro. Di unas fumadas; miré el piso, era de madera; mis pisadas de agua; el charco debajo de mi silla. Volteé de reojo al espejo de a un lado y tenía el rostro con pequeños moretones rojizos por los hielos. Apenas iba a dar otra fumada y sentí su respiración en la cara; me besó. Pronto estábamos en el suelo con los cuerpos trenzados, como si fueran una continuación involuntaria de carne. Afuera seguía lloviendo. Su jadeo se acoplaba con el sonido del agua. Desperté; a un lado se encontraba el tipo. Me calé sus pantalones, quedaban un poco flojos, pero estaban secos; la camisa. Él seguía durmiendo, se veía como una estatua; era un ser entre repugnante y bello. Era como un secreto hecho persona; algo hermoso pero que uno detestaba. Saqué un cigarrillo de la caja que había en su pantalón, mi pantalón. Me asomé a la ventana y ya estaba oscuro. No había gente en la calle; a decir verdad era una zona no muy transitada. Su cartera estaba detrás del mostrador, eché un vistazo; alrededor de 800 ó mil pesos, una credencial de estudiante, tenía 17 años, estudiaba el bachillerato aún. uUna foto de una tipa con él, quizá su novia, no se distinguía mucho la cara de la chica; otra foto de la mujer pero tomada más de cerca. Era idéntica a mí; me miré al espejo desconcertada. Me quedé observándome; conforme me acercaba mi rostro se deformaba; sentía como si llevara una máscara, pero no recordaba mi rostro. Vi mis ropas en el suelo húmedas aún, eran completamente blancas. Sonó una sirena por la calle. Prendí un pequeño televisor. El resumen del noticiero de las diez. Tres internados del psiquiátrico que se les escaparon. Sentí algo helado en el pecho y punzadas en la parte posterior del cráneo. El suelo tenía manchas rojas. Se escuchó un forcejeo en la puerta; intentaban abrirla. Entraron unos cinco señores de blanco y me sujetaron en el piso; un tipo de bata larga blanca me aplicó una inyección. Sentí un entumecimiento total, sentía los ojos rígidos y deseos de llorar, reír, de gritar, moverme. No podía respirar profundo. Había un charco rojo bajo una silla; el mesero estaba desnudo. Me envolvieron en una especie de sábana con correas y mientras me llevaban hacia fuera, antes de perder la consciencia vi como dos hombres cubrían con una manta blanca a mi secreto.


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