Bestia Magazine

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BESTIA letras retroactivas

Gosh Hernández DIRECCIÓN contacto: bestiadireccion@gmail.com Gosh Hernández/Daniela Vidrio EDICIÓN/DISEÑO contacto: bestiadireccion@gmail.com Mariana Aguero/Saúl Zúno CONSEJO EDITORIAL contacto: bestiaconsejo@gmail.com Gosh Hernández/Ricardo Balderas PROMOCIÓN RELACIONES PÚBLICAS contacto: bestiapromocion@gmail.com

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EDITORIAL Bestia ha despertado de la mejor manera, autentica, vivaz, única, como solo ella hubiera podido despertar. Bestia es tan diversa como las partes que le conforman, con el pretexto de las letras, con un alma repleta de ciénegas y descubiertas para abrirse en par los ojos. Bestia es ella y mucho mas, un espacio desquiciado y desquiciante donde poner en manifiesto la razón por la cual el arte ha sido creado, enamorar, disparar, criticar, encontrarse debajo de las palabras y la imagen, disfrutar en ellas todos los motivos y sentimientos posibles, lo colores y las melodías que logren atravesar y romper de una vez por todas con los convencionalismos, con el debe de ser, con las reglas impuestas Bestia no es monumento a letrados, no es catedrática ni se acerca un poco a los dogmas, no se rige por mafias, ni siquiera por el sentido común. ella es simple, agarrada al cielo, de corazón rojo y grande, de cabeza terca, tanto como aquellas en las que inicio. De parte de este equipo y en especial de su editor, les damos la mas cordial bienvenida a este su proyecto, así mismo quiero agradecer a todas las personas que creyeron en el y estuvieron desde aquel principio donde solo era una idea al aire, a todos ellos mi mas profundo respeto, gratitud y cariño. Así bien, les dejo en manos a este primer numero, lleno de subidas y bajadas, de textos carcomidos, de ideas sueltas, de abstractos recovecos . Bestia nace... Bestia arde... Bestia grita Bestia es de ustedes, Disfrútenla¡ Gosh Hernández


COLA BORA DORES MARIA POLKA MARIANA AGUERO ITZAYANA MIGUEL AVILES LIZETTE ZARAGOZA LUIS VACA RICARDO BALDERAS JOANNA ANAYA MARIANA RECAMIER DAVID NIテ前 XEL-HA JUST SMART JESUS GALLEGOS CRISTINA RAMIREZ ANWARALLEM TOVAR GOSH HERNANDEZ INGRID MCLIBERTY BECKY TORRES SAMUEL ACOSTA ALICE SAUL ZUNO


ESTA REVISTA CONTIENE


PENSEQUE15LICENAMORYFILOS OFIA17HISTORIAS19MALISOMOS 21POETICAMARIANARECAMIER25 SANTUARIOJUSTSMART27SINAS UNTO33POETICADAVIDNIテ前35L ASULTIMASTRESVECES37UNLU GARSINCUCARACHAS40MDM41 FINALFLIZ43VERBORREAJOANNA ANAYA46MILK/COFFE47HELOISE 49ELENA51ONORIOERAUNPOLICI A53BORGESYYO55SINESTIAING RIDEOLOGIA57BLABLABLUP63P OETICASAMUELACOSTA67PIRO MANIA60DOPOILMAUSOLEO71D ELVIAJE75MYFUCKINGALLEN83





Gosh Hernรกndez


11 Lizette Zaragoza


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PENSE QUE TRABAJAR EN LA FUNERARIA NO ME AFECTARIA Cristina Ramírez Me despierto bien temprano para darle suficiente tiempo a mi arreglo personal, porque los dolientes no quieren ver informalidad en mi vestimenta mientras les sirvo un café o les ofrezco galletas. Los que me llaman para pedirme que les envíe a alguien para recoger el cuerpo de su difunto no quieren percibir en mi voz flojera ni dispersión. Así, bien vestida me postro detrás de un escritorio inmenso de color verde, verde triste... justo detrás de los vasos térmicos, a lado del conmutador y del teléfono; entre miles de archivos que explican a detalle todo aquello que se aprovecha de nuestra fragilidad y nos convierte en cadáveres. Siento miedo algunas veces cuando tengo que prender las luces de las capillas o cuando entro a la cochera del recinto, desde donde se pueden apreciar los ataúdes vacíos y uno que otro rebosante de restos mortales. Celebro cuando los servicios han terminado; disfruto de la calma del lugar por momentos. Hablo con mis colegas de cualquier cosa, porque la muerte nunca es tema recurrente. Y luego… todo vuelve a empezar...vaya que la muerte es rutinaria.


EL GRITO EN ESTE ESPACIO ES MAS QUE FRIO, UNA CATOSTROFE POSTMODERNISTA*


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lic enamor yfilo sofia Cristina Ramírez

Me siento. Saco de mi inmensa bolsa el pitillo y el encendedor. Me pongo el objeto en la boca apenas tocando mis labios… y lo prendo. Incendio la punta semivacía del cigarro y absorbo con mesura la sustancia. La primer bocanada, la mejor… Inmediatamente lo siento, un alivio instantáneo a mi ansiedad. Que ya me hicieron enojar, que se avecina un conflicto, que no hice la tarea, que alguien va llegando tarde a la cita. Entonces el cigarro va matando las neuronas que se encargan de procesar mis disgustos, o por lo menos me gusta creerlo. Dar el golpe, dejar ir el humo, hacer figuras con él. Mata neuronas y mata el tiempo. Tú pretendes cerrar el día casi desmayado, sumergido en las cobijas de una cama voladora, con el sabor amargo del alcohol en la lengua y el sentimiento falso de que todo está bien, siempre y cuando los efectos desinhibitorios de las bebidas preparadas te hagan reír de tus problemas. La falta de dinero es absurda. El abandono de tu mujer cobra un sentido amable, pasajero. Ya no importa la muerte de tus padres, porque estás riendo a todo pulmón de la palomilla que chocó con el foco del cuarto. Él mientras tanto, busca en su memoria el nombre de la persona más indicada para escucharlo. Encuentra al candidato ideal; se reúnen y deja salir gradualmente el padecimiento. Evita las interrupciones exagerando las cosas. Sufre con frivolidad sus confusiones, llora a moco tendido las desatenciones del magnífico Dios y pide el consejo salvador del conocido. Como si el contacto fuera un experto en sus problemas… Después de todo, tiene un par de oídos en perfecto estado y eso basta… Que es muy cierto que a Dios no suele verle las orejas; hasta entonces, el desahogo siempre será la mejor opción.


SÍ TÚ QUIERES, SI. BICÉFALO TROGLODITA INVERSO ADQUIRIENDO COALESCENCIA ESFÉRICA JABÓN SÍ TÚ QUIERES. .

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HIS TORIAS


Caminando a casa, vi un Volkswagen 98 del color que acostumbras, con la esperanza de que fueras tĂş, grite tu nombre. El verde del siga marco la continuidad de lo evidente.

las sillas complementan la muerte del oficinista tambien las engrapadoras y para los mas refinados las copiadoras la computadora solo le maquilla el rostro para que no se vea tan palido ni solitario la muerte del oficinista es sin duda la mas glamorosa, por que despues el zombie se levanta y sale a los bares, coje, fuma... glamour de una muerte sin velorio ni flores asquerosas morirse en el cubiculo es la muerte perfecta

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Me duele la niña muerta que cargo en mis brazos, me duele la vida joven-vieja que arrastro a mis pies me duele el corazón azul me pesa el recuerdo en los parpados. Y cada una de mis articulaciones guarda una palabra que comprime a cualquier movimiento. Ríos verdes envuelven mi cuerpo cerrado, el pasado va muriéndose como el caer del cabello en la bañera. He dejado que mi cuerpo desnudo sea un mapa de mi tiempo individualista, al pasado le he dado forma de sombra dolorosa, humedecida y reciente, invoco demonios con sexo y miles de rostros.


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Hoy amanecí con el desencanto en la mirada, el corazón mas allá de la terapia intensiva, porque he caído en la vulgaridad del amor exprés amor súbito amor sobrevaluado amor fila de jubilados. Amanecí con unas agruras exquisitas, melodía del mal dormir, de cenar con las muelas apretadas. Lo pienso mucho. No puedo llorar. Recojo los retazos de tu piel que

quedaron esparcidos por el suelo y los aviento por la ventana. Expandir lo sucio fuera mí, tapar las coladeras, que llueva, puesto que la lluvia, al igual que las lágrimas sólo encharcan, enlodan, y terminan por pudrir las puertas llenar de gusanos los cadáveres desbordar los ríos ahogar a los gatos vagabundos ojalá que llueva y exorcicen todas estos incómodos recuerdos que me guardo


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Anoche dormí con el desencanto entre las piernas Des-en-can-to es mi pa-la-bra favorita descuartizada desmoralizada desilusionada desenamorada descubierta desnuda desnucada desarturizada de-tuyisada de-tú de-nosotros des-lo que soy des-lo que te prometí de todo lo que eres

Voy flotando fue nos respiramos tu aliento en mi hombro el mío en el tuyo te respiraba te exhalaba me respirabas y nos fuimos consumiendo hasta que no quedó más esto que somos nos convertimos en aire en aroma fuimos espirales


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Casi hicimos el amor, estando en mi sala evaporamos nuestros labios, con ansiedad llenaste mi boca de tu cĂĄlida saliva. Tanto tiempo reprimiendo el deseo que tan solo con el roce explota. Ya no censuraste tus caricias porque por fin nos encontrĂĄbamos en la privacidad de mi aura. Desesperado querĂ­as atravesar la distancia de las ropas subiste la blusa de mi pijama te encontraste con los botones de rosa erectos, delicados, sensibles.

Los tocaste sin dejar de besarme como ya lo habĂ­as hecho en un parque, fuiste bajando con tu lengua gruesa y traviesa hasta amamantarte con la leche de mi afecto. Subimos a mi cuarto sin dejar de tocarnos en todo el proceso. Nos acostamos, en unos minutos infernalmente largos me quitaste la ropa.


Casi hicimos el amor desnuda subiste a mí disfrutaste de mi lienzo en blanco tiñéndolo con tus besos cobijándolo con tu cuerpo. Tus manos me recorrieron con sutil encanto hasta que sin más prologo llegaste al monte de Venus lo rozaste levemente. Hasta que perdiste el miedo metiste tus dedos entre el paréntesis que encierra tu más grande anhelo, tactas que aun soy un desierto. No querías lastimarme humedeciste mi sexo con tu lengua como un gatito hambriento alimentado con tibia leche que solo llegara en octubre. Me abrasaste y me susurraste al oído un te amo con un tez diferente a los otros más real más tangible.

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SANTU ARIO Just Smart


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SIN ASUNTO

Joanna Anaya

Si tan sólo por sentirnos los necesitados martirizáramos la soledad como la medida de la pasión que se ha vivido Si sólo por llenarnos los dedos de recuerdos ya no lúdicos. Ni tuviéramos que buscar sinónimos de nuestros nombres, si no nos buscamos en cada rostro que vemos en la TV, si comiéramos con la piel antes que con la boca si todo se nos hiciera repentinamente inncesario y si hablaras, Frances o Urdu, si conocieras mis cicatrices, si escucharas lo que aún tengo que decirte, si te dejaras devorar, si te dejaras morir plácidamente en la bañera, si pintaras el suelo de verde pasto sintetico, si no te tuviera enterrado entre todas las palabras, si pudiera escribir del clima o de las cosas que brillan o de las que están escondidas, si olvidara los colibrís, la música, las drogas. Esto no habla de ti, habla de todos nosotros los que te detestamos, livianidad y buenos ejemplos, habla de los editores tijera y de los amantes que vomitamos, habla de lo mucho que te detesto, por qué te escribo y te extorsiono y te violo y te compacto la existencia en verborrea mimetizada por sed angustiante. Hablamos de corazones, lebensgefahr!, hablamos del tanos, hablo por todas las que quisiéramos matarte. Si todo esto se fuera de las páginas a tu cuerpo Si tan sólo un tiempo más... Si tan sólo un tiempo más... Si tan sólo...


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ESTE SITIO COBIJA LAS GANAS DESHILANDO EL PRIMER GOLPE. CUIDA TANTO LA LUZ PRIMERA QUE EL SUEÑO HA EMPEZADO A CORREGIR LA MAÑANA.


35 Mariana Recamier

DESQUICIADO David Niño

EL BUFFET DE LOS DISPARATES David Niño

Tengo mocos en los ojos, filias en las muecas, escucho mis gritos revolcándose en la pared. Veo telarañas, sufro de vicios psicológicos, hay arrugas en mi desesperación. Mis uñas me agreden, mi reflejo se cuartea, se me desfigura la establididad, de mis puños se fugaron las groserías que se estaban alfabetizando.

Me creerías si te dijera que las olas jorobadas marean al océano y seducen a los huracanes, que las aves se tropiezan con el cielo si vuelan muy alto y el insomnio no bosteza porque sufre de gingivitis.

Ayúdenme, los dedos se me extraviaron dentro de mis propias greñas, se me convulsiona el pulso, las hormigas me acosan y mi garganta recicla blasfemias sin moderació

Que los superhéroes son ídolos de la ficción luchando por la impotencia de los dibujos animados, además la primavera se la pasa babeando por el verano, incluso el alba le fue infiel al ocaso con el firmamento y me culpa de su perversión. Me creerías si te dijera que los volcanes son espías, trabajan para los dioses.


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DE LAS ULTIMAS TR3S VECES Jesús "Mosca" Gallegos


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De las últimas tres veces que hemos estado juntos, cada vez me enfermaba más. Todo empezando con ligeras sospechas de que todo era por ti, hasta el saber que no te soporto. La primera vez apenas y me vine; sentí algo raro dentro, como gusanos naciendo del semen regado en las sábanas. Me dejé caer sobre la cama y el blanco del techo me lastimaba los ojos, los cerré y busqué a ciegas los cigarros en mi pantalón, tenía que quitarme de alguna forma ese mal sabor de la boca. Algo estaba mal, tal vez el esfuerzo y mi mala alimentación empezaban a hacer estragos, no soportaba hasta el punto en que me tuve que levantar mientras tú sólo jugabas a encontrar algo interesante en la televisión. Me apresuré a vestirme y me preguntabas si ya me iba, sólo pude responderte –me siento mal–. Salí de la casa con los tenis en la mano, abrí el auto y empecé a manejar de regreso a casa. Busqué algo de música que me relajara, pero seguía con ese aturdimiento. De la nada, sentí como mis tripas querían salir; regurgité, dos o tres veces hasta que me tuve que detener, me bajé y me senté en la banqueta. No sabía qué rayos pasaba, me sentía muy enfermo. Cerré los ojos y me quede ahí, no sé cuánto tiempo, me levanté y llegué a la casa, saqué la primera botella que encontré y le di dos buenos tragos. Sentía como todo se tranquilizaba; me senté, prendí el reproductor y puse el primer disco que había, seguí bebiendo hasta no recordar que me había sentido mal. Dejé de pensar en ello, sólo me dejé creer que era un malestar estomacal. Pasaron un par de días sin vernos, y un día me hablaste para decirme que tus padres habían salido y que teníamos toda la tarde para nosotros. No dudé en ir, sólo me cambié y salí directo a tu casa. Apenas entré y te desvestí, no pretendía hablar, ni siquiera saber cómo has estado o cómo te ha ido en el trabajo, sólo quería terminar mi placer en tu vientre. Para el final terminamos sobre el sillón de la sala hablar


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Te recostaste a lo largo del mueble mientras me besabas la espalda, el olor me desquiciaba, me enfermaba nuevamente. Me levanté y te me quedaste viendo con esos ojos sin alma, me preguntabas, qué pasaba, si me sentía bien –no sé–, sólo eso te respondí. Busqué mi ropa, me vestí y te paraste en la entrada pidiendo una explicación, tú desnuda, cubriendo la salida me hizo sentir que moría, me aniquilaba los intestinos, sólo te dije –por favor, me siento mal, luego hablamos y te explico todo–. Lo peor es que ni yo sabía qué me pasaba. La cabeza me daba vueltas, me dejaste salir mientras decías algo; no entendí, en realidad no me importaba entender. Ahí venía otra vez, mis tripas queriendo ver el suelo; esta vez el vomito era incontenible. Me recargué sobre la barda y lancé todo mi asco sobre la banqueta, sentía que me desmayaba, caminé un par de pasos, me senté cerca del parque, el dolor de cabeza era desesperante, el asco no se marchaba, percibía ese olor, ese repugnante hedor llegar una y otra vez, me perforaba la nariz. No entendía, tal vez era producido por lo mismo que la vez pasada. Las piernas me temblaban como para intentar caminar, le marqué a un amigo; al poco tiempo llegó por mí y entre risas dijo –es verdad, hasta pálido te ves–. Me subió a su auto y me llevó a su casa, me sentó afuera; me sirvió un vaso de tequila limpio. Era el cielo ese vaso, el asco se iba; me recosté. Unos cuantos vasos más bastaron para olvidar mi enfermedad desconocida, la incógnita se perdió en unos cuantos tragos de alcohol. Pasaron varios días sin verte, mi madre me comento un par de veces que hablaste para saber cómo estaba. Realmente no me interesaba responderte las llamadas, ni que supieses que tenía algo raro que salía cuando estaba contigo. Mi madre me dijo que saldrían en la tarde y que se ausentarían todo el fin de semana, no dudé en hablarte y decirte que vinieses. madre

Me dijiste que sí; ni titubeaste. Cuando ya se habían ido, te marqué y como en un cuarto de hora ya te tenía frente a la cama. Me encantaba que fuese tan fácil el desvestirte, que no te oponías a que te tocara a mi entero placer, hurgarte la piel y volcarte en la cama a mi ritmo y aunque en medio de la placentera batalla me preguntabas por lo que pasó la última vez, me abstenía de hablar. Nunca me ha agradado tu tono de voz, en realidad me desesperaba. Esta vez ni siquiera llegué a terminar y el malestar volvió; esta vez era más insoportable como para seguir. Me salí de ti, me senté sobre la orilla de la cama, me tomaba el estómago con una mano y con la otra la boca, era inevitable el vomitar y vaciarme sobre lo primero que me tuviese piedad, esa maldita repugnancia que ahora sabía que era por ti, por tu maldito sabor salado, tus malditos olores de bestia en celo, arrogante hasta la médula. Mi estómago no podía seguir más tiempo dentro de mí, me paré y fui al baño. Te levantaste y me seguías con ojos de extrañeza. Me hinqué sobre el retrete y vomité hasta que los ojos me iban a estallar y tú sólo preguntabas si me encontraba bien. –¡Maldita! tú tienes la culpa de mi estado– pero no podía ni levantarme para correrte, las piernas se sacudían, temblaban hasta el odio. Me quisiste levantar; sólo te aparté de un golpe y tus ojos de gata se quedaban quietos esperando una respuesta. –No tendrás más respuestas que mis vómitos–, pensaba. –¡Maldita tú y tu fétido olor, me desagradas, lárgate!–. Sólo el recordar escurriéndote sobre mí, el cómo me besabas me erizaba la piel. Me levanté como pude, me dirigí al cuarto de mi padre, salí con su pistola apuntándote a la cabeza. Ya no recuerdo si te largaste antes de que disparara; el estallido me hizo perder la consciencia. Nunca más te volví a ver. Desde ese día ya no me he enfermado.


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un lugar+sin cuca rachas Anwar allem

–¡Buenos días! – le dijo llevándole el desayuno a la cama. Llevaba el cabello suelto y enmarañado, mostraba unos senos pequeños pero firmes a través de la bata, su ropa interior estaba tirada por la habitación y unas zapatillas con tacones rojos posaban brillantes sobre la mesa de centro. Junto a los tacones había un montón de dinero del concierto de la noche anterior. Fue un buen concierto, un montón de borrachos coreando al compás del blues callejero... –Podría acostumbrarme a esto– dijo para sí mismo mientras cruzaba los brazos debajo de la cabeza. La luz del sol se colaba por entre las cortinas y se reflejaba en el espejo dando directamente en las nalgas de Tatiana sirviendo el café… –¿Te gustó hacer el amor conmigo?– preguntó como si Alex pudiera decir que no… –Podría acostumbrarme a esto– le dijo a ella esta vez… –¡Hay eres tan lindo!– contestó ella… –¿Sabes? no quisiera que pienses mal, no acostumbro acostarme con cualquiera sin conocerlo…– –No te preocupes nena, esto está muy bien-.... –Me alegra mucho escucharlo, voy a llamar por cervezas…– Llegaron después de un momento y se tomaron un par cada quien. Se tomaron el café y se comieron los huevos con pan tostado y mantequilla. Fue un buen desayuno en un lugar sin cucarachas. Salir de la rutina casi siempre es bueno y aquello era casi bueno… Tatiana se metió debajo de las sábanas y comenzó a utilizar la boca. Era muy buena, como si tuviera siglos practicando. De pronto la vista se hizo borrosa y después todo se volvió obscuro… Alex despertó.

Cuando ya era de noche se levantó y se sentó en la cama. Sintió que la cabeza se le caía y la sujetó con ambas manos, tratando de recordar qué era lo que había pasado. Miró la mesa donde había dejado el dinero y lo recordó todo… –¡Maldita puta!– dijo tartamudeando… Sonó el teléfono de la habitación… –Buenas noches señor, ya son las nueve treinta y llamo como me lo pidió, desea renovar la habitación o se retira?– preguntó la mujer de recepción… –Ya me voy, gracias. Perdone, la mujer que estaba conmigo hace mucho que se fue? – –Se retiró al medio día, por cierto su esposa fue muy generosa, gracias por la propina–. Alex colgó el teléfono –¡Maldita puta! – volvió a decir… Buscó el dinero sobre la mesa. Nada. El dinero nunca aparece. Se las arregló para vestirse sin que se le cayera la cabeza y salió del hotel. “¡HOTEL CASA BLANCA!” decía en la puerta de salida. Caminó las trece cuadras panteoneras hasta el departamento en la colonia Doctores. Subió las escaleras y abrió la puerta. Un montón de cucarachas corrieron a esconderse, otro montón ni siquiera se molesto en correr. Estaba en el lugar correcto. Sacó la botella de whisky de la alacena y se fue a la cama. –¡Maldita puta!– continuó diciendo, preguntándose qué fue lo que le habría dado para dormirlo. Dejó la botella y se quedó dormido.


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La Doctora Macabra se calza los guantes de goma en el quirófano sombrío en blanco y negro con un plat(!). Sonrisa chueca, nariz gorda, ojos hundidos, ennegrecidos, rizos resecos bajo la cofia y el tapabocas (que no es azul porque todo está en blanco y negro). La Doctora (macabra aún) truena sus dedos, tuerce sus dedos extendidos y palma hacia afuera con un crack(!) engomado o gomoso. Dra. Macabra toma el escalpelo o bisturí, enseña chuecos los dientes (sonrisa) torcidos como las ramas resecas en su cabeza, resecas como sus labios torcidos en una sonrisa chueca (como sus dientes). Toma el escalpelo (bisturí) peligroso, se encorva de espalda y se inclina, se asoma al cuerpo sudoroso sobre la mesa metálica y con hoyitos en el quirófano con un rechinido de cuero que suena casi como un pedo. Dra. M. toma su sándwich empapelado (con papel mantequilla) y le da una buena mordida sin perder la sonrisa chueca (y hueca), lo deja a un lado no sin antes pringarse de pan enmostazado y embarrar su espacio interdental (de los dientes frontales superiores) con pan ensalivado (pan integral en ambos casos). La Doctora Macabra procede a la disección de los cuerpos con el cuerpo vivo o muerto, consciente o inconsciente sobre la mesa metálica con hoyitos en el quirófano sombrío. Doctora Macabra extirpa la amistad, la mide y la pesa. Arroja el mencionado bofe aterciopelado como la sal sobre sus hombros;

revienta con un cobrizo splat(!) (a pesar de que está todo en blanco y negro, eso no incluye a los sonidos). Miss D.M, (señorita y no señora, jamás señora) prosigue con la autopsia. En algún punto se estrella el costillar. M.D.M remoja el escalpelo y bisturí en la probeta antiséptica (ese vasito con rayas medio lleno –o medio vacío– de una cosa que podría ser verde fosforescente sino fuera ligeramente gris), remoja la sonrisa en saliva con un twist de lechuga de sándwich, remoja el sudor de la frente ceniza en sangre grisácea, se quita los guantes sudados y la sonrisa pringosa. Dra. Maca mordisquea el aire con dientecillos puntiagudos y ojos crispados y desviados, toma una mirada alrededor. Doctora Macabra se arropa en piel desollada de la mesa con hoyitos, porque ya es temporada de metamorfosis, temporada macabra. Doctora Macabra se estira en su máscara, aletea los dedos con movimientos ligeros, casi escucha el sonido de “Violines de Suspenso No. 23 (o No. 05)”. Dra. Macabra se levanta pies enguantados de la mesa con hoyitos a baldosas sucias, pasos patizambos de rodillas apretadas. Otea por lo bajo con dedos ciegos y ávidos. Macabra se mira en el espejo rayado y pañoso con cacas de mosca, los objetos están más cerca de lo que parecen. Dra. Macabra sonríe con luengos marfiles y piel de leche, casi escucha las “Guitarras de Acción” que “Se Aproxima No. 23.”


M D M Saul Zuno

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ZILEFLANIF Anwar allem

–¡A ver si se te quita lo pendeja!– pensó mientras se miraba en el espejo frente al inodoro. El cabello estaba tieso en algunos lugares con semen, el maquillaje embarrado por la cara. La hacía ver como la alfombra de la sala, escuálida y vieja. No había papel higiénico así que se levantó y jaló la cadena. Se quitó la pantaleta rota y orinada y la metió en el grifo del lavamanos. –Supongo que cuando te dicen por mucho tiempo que eres algo, terminas por creértelo– dijo para sí misma. Exprimió la pantaleta y se limpió el maquillaje de la cara, se mojó el cabello y lo acomodó lo mejor que pudo. Tiró la pantaleta a la basura y salió. La habitación era diminuta, apenas cabían una mesa con sus sillas. Alrededor de la mesa habían cuatro o cinco tipos tirados sobre la alfombra, tan drogados y borrachos que bien pudo haberlos pateado y no habrían despertado. Revisó las billeteras de todos y sacó el dinero. Había bastante. –¡Es oficial, te convertiste en puta!– dijo metiéndose el dinero entre los senos. No llevaba ningún bolso. Caminó hasta la puerta separando mucho las piernas. Ni siquiera recordaba cuántas veces ni con cuántos lo había hecho, pero sus cavidades le pedían clemencia mientras bajaba las escaleras. Al salir, el sol la hizo cerrar los ojos. Caminó buscando una farmacia y compró anticonceptivos de emergencia. Sobre el mostrador había un estante con lentes obscuros, escogió unos y se los puso. Vio el espejo del techo y se sintió mejor. Hay mujeres que no les importa lo que lleven puesto, lo sucias o lo cojidas que estén; aun así lucen bien. Naomi no era la mejor, pero era una de ellas. Trató de caminar sin llamar la atención con su contoneo asimétrico y esperó el primer taxi que pasó. –Av. Inglaterra– le dijo al taxista. Naomi recorrió el camino en silencio a pesar de los intentos del chofer por hacerla hablar. Faltaba una cuadra para llegar. –Aquí esta bien– dijo sacando algo de dinero del escote .Le pagó y al cerrar la puerta, el del taxi le dio una nalgada.


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Ella sólo se tambaleo y siguió caminando sin decir nada. Estaba más cansada de lo que podía soportar. Cuando abrió la puerta allí estaba Ryan, su novio desde hacia mucho tiempo. –¿Dónde mierda estabas?– le preguntó sin levantarse de la silla junto a la ventana. –No me digas nada, déjame dormir y después hablamos– contestó ella entrando al baño. Ryan se levantó de un brinco y abrió la puerta con una patada, la tomó del cabello. Sintió el semen seco debajo de su mano y le dio un golpe en el estómago. –¡Maldita puta! levántate y lárgate de aquí– le dijo ya sin coraje. Después de todo fue la mujer más decente de las que había conocido. Pero eso sólo lo hizo enfurecer de nuevo y la pateo en el suelo. Naomi simplemente aguantaba llorando en silencio. De vez en cuando lanzaba un pequeño gemido pero nada más. No hubo un sólo grito. Ella sabía que le había destrozado el corazón a Ryan a pesar de que prometió casarse con él. Ryan la dejó en paz y regresó a la silla. Abrió otra cerveza y encendió otro cigarrillo. Ni Naomi ni Ryan dijeron nada. Ella se dio un baño y recogió sus cosas, todo el tiempo hubo lágrimas en sus ojos. Él no podía entender porqué lloraba si había sido ella la que decidió acostarse con alguien más. Naomi cerró la puerta y tras de ella dejó un pasado casi perfecto. Ella sabía que cometió un error al serle infiel, pero no se arrepentía. Naomi siempre fue así. Por eso no aceptó casarse con ninguno de sus amantes, ni se comprometió con nadie antes. A decir verdad todavía no entendía porqué fue diferente con Ryan. Salió sin decir nada, terminó de bajar los cuatro pisos y abrió la puerta. Lo primero que vio fue una multitud rodeando una persona deformada y deshecha contra el suelo. La sangre era de un color rojo brillante. Naomi ni siquiera se detuvo a ver. Ella sabía que era Ryan. Había saltado por la ventana. No había culpa, no había sentimiento alguno, pero las lagrimas seguían brotando de sus ojos. Eran lágrimas guardadas de hace tiempo. Pero ya no podía sentir nada. Ni por ella, ni por nadie más. Se alejó de allí caminando con las piernas abiertas.


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verborrea Joanna Anaya

Se han liberado los tiburones del letargo con la palabra-llavenumbre-tuya. He comido con las manos los impulsos aberrantes de la noche fria He pegado mi cabeza a las paredes del metro con la nostalgia en la mirada (ridicula imperdonable) Me describo al escribirte que ya no recuerdo los escondites de tu piel Soy egoista pues tu fumo en los cigarrillos para tener algo que contar....

Si pudierta cubirme los tatuajes de mi cuerpo con tu nombre solo serian ...


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milk Gosh Hernández

Es ésta la última vez, prometo no volver a acostarme contigo. Ese sabor por la mañana, la culpa que me carga de todos los pelos. No más. Lo he dicho frente al espejo y… ¡Joder! que sino lo cumplo terminaré por arrancarme las uñas una por una, para que duela... Hoy he salido de la casa con el único propósito de vomitar todos los pensamientos en la banqueta. Ya no busco más, ni la propia estabilidad, ni el cigarro más adecuado, mucho menos y como siempre repetía mi madre, un hombre que me quiera bien. No quiero saber de nada o de nadie, hoy simplemente salgo. Todas las puertas se abren y una que otra idea se cruza por las aceras intentando aferrarse a los ojos de los inválidos. No vuelvo a acostarme contigo; cada letra en el cerebro se pega como si aferrarme a tu cintura fuera la única solución. Siempre has sido un imbécil… un imbécil que coje como ninguno, pero un imbécil a fin de cuentas. Se te van los minutos y después el aire no me sirve, hoy he salido y creo no poder regresar. Agustín me saluda, me ofrece un vaso de leche fría, al pasarla por mi garganta sólo creo que así sabrás sin mí...


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Al calcio de los huesos que desde hoy dejarán de moverse falazmente sobre tu cama, mi cama. El vaso fresco de la culpa, los tragos ruidosos del llanto. Agustín no lo sabe, pero me arrancaría las uñas por acostarme con él, pero nunca más contigo y eso sí que duele. Clavo saca a otro clavo, si clavas, si te clavas, si te clavan. Pensaba en aquello cuando sorbía la última gota, la que se atora en la circunferencia del envase. Mientras algo en la pelvis me pulsaba y tu cadera en la memoria me impulsaba a robarme una mirada de aquel chico. Se me antojó un café amargo, bien amargo, para acompañar con cualquier cigarro, por menos adecuado, como afición. Para sentir que no estoy ahí, que no me hierve la sangre pensando en labios, en lenguas, en manos, en dedos, en brazos, en piernas... y no robarle el cuerpo a la compañía. Cometió el error de ofrecerme leche y no café... porque entonces no estaríamos acostados, él besándome la espalda, yo besándote el estúpido recuerdo.

coffee Cristina Ramírez


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HELOĂ?SE Ricardo Balderas


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Pasaba la media noche y no conseguía conciliar el sueño, daba vueltas sobre su suave y tibio cobertor tinto. A sus pies dormía profundamente Marcel, un felino pardo de adquisición española como regalo del día de su doceavo cumpleaños. Heloïse frente al escaño del espejo cepillaba su larga cabellera negra de manera abundante. Para Heloïse las puertas no significaban otra cosa que limitaciones de espacio, por esa razón sugirió a su madre, mujer de criterio desarrollado, sustituir la puerta de acceso a su alcoba por un viejo biombo rústico, hecho con roble oscuro que tenía imágenes uniformes en la planicie extensible, ambas lo habían estado guardando en el sótano de la casa y a dicha propuesta la madre accede con una facilidad que alienta. Heloïse continúa cepillando su cabellera. Concentrada en sostener la mirada frente al espejo acude a la luz de una de las velas que su madre fabrica para vender en el mercado de artesanías del pueblo. La madre de Heloïse, una mujer enérgica y jovial, con estirpe francesa por parte del padre e italiana por parte de la madre, se dedica a las artesanías; por la tarde le dedica tiempo a su hija y pasean juntas por la plaza del pueblo al sur de la Gare Lyon , en donde viven desde que Heloïse tiene memoria. Por la noche hacía un frío hondo en todo el pueblo. El viento no soplaba muy fuerte en el patio central, el cielo estaba libre de nubosidades y supremamente oscuro; había luna nueva, pero la presencia de las estrellas era inmutable. Marcel permanecía con la quietud de quien dormita y a Heloïse le iluminaba el semblante la insuficiente luz de la vela, mientras una revelación frente al espejo hace lucida una imagen imperfecta de una mujer sin edad, una mujer más vieja que los árboles, más

antigua que los padres del tiempo. Sin perder atención alguna en los detalles del cuerpo, recorre con la mirada de pies a cabeza y a través del biombo arcaico, un par de ojos grises y una mandíbula simulando una sonrisa. Esa misma tarde Heloïse había estado charlando con la hierbera del pueblo, Madame Laura, una mujer mayor de antiquísimas costumbres, servía de canela y hierbabuena de su propia cosecha a quien gustase. Laura le había contado a Heloïse una antigua historia del pueblo, trataba de una mujer recién fértil que después de derramar unas gotas de su sangre de la mano derecha en un vaso con agua, en ningún lugar a ninguna hora, en la noche sin luna, había podido permanecer joven por siempre. Madame Laura tenía un aspecto de morbo en su arrugado rostro mientras contaba esa historia a la atenta niña, mientras Heloïse por su parte, escuchaba cada palabra de lo que la mujer le decía. Heloïse hace a un lado una fina navaja de doble filo, las espesas gotas de sangre caen al vaso mientras su cabeza se demuele junto al tocador, después sobre el adoquín cae el cuerpo completo; una herida en el pulmón derecho reclama victoriosa hasta la cintura; su madre le da un trago profundo al vaso con agua y deja caer la navaja. Marcel camina por el tejado, maúlla y se dirige al pueblo, a la plaza, al templo, al zaguán de la hierbera. Aún tiene la quietud de quien dormita…


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Un día caminado por el panteón de mi natal Monterrey me encontré con un pensamiento imaginativo. Sí, de esos que uno llama “anhelos” y que siente desde la garganta hasta el último huesito de la columna. Estaba ahí tiradito, y lo recogí, me sentí atraída por la idea de conocer un pensamiento imaginativo ¿de quién será? ¿por qué lo dejo? mi abuela me había dado la receta un día: –cuando te encuentres con un anhelo échalo en agua, deja que hierva con el sol y se evapore. Cuando no haya nada de agua échale tierra y comételo. Así que no hice más que lo que mi abuela Remedios me dijo. Tenía agua de charco, así que no dudé en usarla; tenía tierra mal oliente de una maceta que albergaba flor de cempasúchil, claro está ya estaba marchita. Lo dejé reposar siguiendo las instrucciones. Al segundo día tenía cara de estar listo para mí, serví en mi taza y decidí empezar a tragar. Al principio el sabor era repugnante pero la sensación era semejante a la de tragar helado. Me dio miedo el empacharme así que poco a poco fui tragando hasta que no hubo nada, sólo los restos y yo. Pensé en ir por una cuchara para raspar el recipiente pero no tenía caso, la sustancia ya estaba rumbo a mi estómago. Decidí que tendría que esperar a que me hiciera efecto, pues había visto ya demasiadas mujeres esperando y parece que el mundo se mueve por la espera. Esperar a que te llame, esperar a los análisis, esperar el metro, esperar los resultados de la muestra de embarazo, esperar a que llegue tu amiga, todo era jodidamente esperar, así que resignada me eche en el sillón y cerré los ojos. Lo que yo no sabía era que los anhelos empezaban a trabajar mientras dormías. –Elena– decía él a mi oído; yo no quería siquiera voltear a verle la cara, ya sabía yo que en cuanto viera esos labios, esos ojos, esas expresiones, caería redondita pero no, yo tenía que dejarme seducir aunque él siguiera intentando levantarme la falda. –No creo que debamos hacerlo aquí, sería un insulto hacer el amor enfrente de la tumba de mi madre– dije sin ningún afán de ceder antes sus cálidas y grandes manos que apuesto a que harían a la más santa suspirar. –Ese “creo” no suena tan seguro Elena. No lo haremos enfrente de tu madre, lo haremos sobre la tumba de tu madre– y más tardó él en decirlo que yo en estar tirada en la tumba y él arriba de mí. Era mejor que cualquier aventura imaginada, sentí las manos bajar las bragas y lo sentí entrar en mí, me moría, había escuchado eso que decían las mujeres ladinas de que sus amantes les habían bajado las estrellas, pero esto, era darme la galaxia en bandeja de mimbre. Me ponía colorada, ¿Qué diría mi madre si nos viera? seguramente nos hubiera echado agua y nos hubiera mandado a confesar, ¡ay mi santa madre! en tu tumba

ELENA Alice


vine a revolcarme, más pecadora no pude ser. Arturo seguía moviéndose duro dentro de mí, quién diría que una dejada de flores sería una dejada de calzón y todo hubiera ido tan bien a no ser que escuché un crujido de ramas cerca de donde estábamos. –¡Arturo! levántate, ya nos cayeron– pude sentir el miedo de Arturo levantándose rápidamente y guardándose aquel miembro celestial, y claro yo subiéndome todo lo que Arturo había tenido a bien bajarme. –¡Muchachos qué hacen aquí en mi tumba! órale, patitas pa´qué las quieren, se me largan y se ponen a hacer cosas productivas. A ver Elena, espero que la máquina de coser este caliente de tanto que la usas, y tú a ver si dejas de andar pretendiendo a mi hija que es decente y proveniente de una buena familia, no como tus anteriores mujeres indias–. Yo no podía creerlo, mi madre espantándonos, ahí en su tumba cómo si nunca hubiera escuchado nuestros gemidos y demás sonidos impuros. Me daba pánico siquiera poder imaginarme tal cosa. –Mamá, yo... yo creí que estabas bien muerta, hasta te traje flores… pero ¿cómo tú... ahora estas aquí...? yo…– fui interrumpida; mi madre se abrió paso y se echó en su tumba desvaneciéndose poco a poco y dejándome a mí sin terminar mi “tarea”, me hubiera gustado que vieran la cara de Arturo. Volteé a ver la tumba de mi madre por última vez riéndome –¡Ay condenada vieja! venirte a ver me hace imaginarme que estoy haciendo el amor en tu tumba con Arturo, ya estoy loca... Arturo hace semanas que se fue para el otro lado y yo aquí imaginándome con él... sobre tu tumba mamá, serás desgraciada, te has de estar riendo de mí ¿verdad?, carajo–. Lo que recuerdo era que la tal Elena agarró su cubeta y su escoba; caminaba lentamente y riéndose parecía que aquel pensamiento imaginativo la había dejado con ganas de más. Pero hacerlo en la tumba de tu madre… eso sí ya era descaro, semejante mujer. Al despertarme de mi sueño, supe que ese pensamiento imaginativo que yo había comido era de la tal Elena, una mujer que había imaginado hacerlo en la tumba de su madre. ¡Para locas que hay en este mundo! yo por eso, cuando veo un pensamiento imaginativo ahí tiradito, mejor me paso y lo ignoro no vaya a ser de la tal Elena y yo acabe viendo cómo lo hace ella en la iglesia…

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POLICIA

ONORIO ERA UN GONZÁ LEZ

HASTA QUE UNA BALA SE CRUZÓ

CON SU

COLUMNA Saul Zuno


Onirio, amarrado a la cama con correas de cuero negro y estoperoles picudos, suda y se retuerce por su libertad. Tanga negra, amordazado con una pelota de igual color, gime desesperado. Muy lento, Amalia abre la puerta del dormitorio, traje de enfermera de sex shop, con una jeringa para pavos navideños en una mano y una botella de tequila en la otra; destapa la botella con la boca, se monta a horcajadas en Onirio y vierte un poco del líquido sobre su cara, que moja su delgado bigote y su piel morena: Onirio reanuda su lucha desesperada. Amalia cachetea la barriga de Onirio, lo regaña con un gesto y se pone la enorme aguja de la jeringa sobre los labios a manera de decirle que se calle. Un par de rayos seguidos de respectivos truenos desgarran la noche. Amalia recorre la piel de Onirio lentamente con la punta de la aguja, luego la llena con tequila, salpica ligeramente a Onirio cuando presiona para sacar el exceso de aire, que cierra los ojos apretados y aparta la cabeza como puede; se queda así, mirando de lado, y cuando abre los ojos encuentra a su esposa y a su compadre a todo galope sobre una silla en el rincón del dormitorio. Ella está arriba. Onirio abre los ojos, está sentado en una silla de ruedas, el cuello se le resbala a la derecha. Un pequeño río de saliva sale desde su boca y cae sobre su hombro derecho. Es media tarde, los pájaros cantan, una jeringa enorme descansa en un vaso con agua amarillenta sobre el buró junto a la cama. Onirio tiene un ojo morado, el cachete izquierdo hinchado y lívido, la cabeza y el antebrazo vendados y un parche en el pecho. En el antebrazo libre, una aguja conectada a una bolsa con suero que pende del porta suero. Onirio sólo lleva puestos unos shorts de mezclilla deshilachados, su barriga reluce bajo la luz vespertina que se cuela por la ventana. Amalia empuja la puerta con la espalda, guapa y desmaquillada, lleva una bandeja metálica en las manos, su uniforme blanco y estéril –prominentes tenis blancos incluidos- y un casco amarillo de obrero de construcción en la cabeza. Deja la charola sobre el buró, el vaso con la aguja se desliza y cae, se quita el casco y se lo pone descuidadamente a Onirio, lo observa un rato con los brazos en alto en ademán de encuadrar la escena y sonríe satisfecha. Se escuchan unos ruidos, la esposa y el compadre de Onirio llegan abrazados al cuarto, preguntan cómo sigue el enfermito. Todos ríen, menos Onirio, que no mueve más que los ojos, aunque se nota incómodo de impotencia. En la pared, fotos de Onirio con uniforme de policía, impávido y sonriente, de Onirio con su compadre, también de policía, de Onirio con su esposa, juntos al lado de un enorme pastel embetunado en el día de su boda.

Es de noche, no se ve nada. Barullo de fiesta. Banda en el patio de la vecindad, Onirio sentado en la silla de ruedas, el cuello se le resbala a la derecha y un hilo de saliva resbala por sus labios para caer sobre su hombro derecho, se le acerca su compadre, vestido de policía, abrazado de la comadre, vaso en la mano, pedo, le dice que usted no se preocupe, mi Oni, yo se la voy a cuidar bien; un beso húmedo y bigotón en el cachete de su esposa, después en la boca de la esposa, la de las manos ávidas. Llegó la hora de la piñata, Onirio cuelga de una cuerda; Amalia, el compadre y su comadre se acercan con palos. Y dale, dale, dale, no pierdas el tino. Y todo se vuelve oscuro. Se escuchan unos pasos como de persecución, ruido de disparos, un gemido doloroso y un cuerpo que cae al suelo, un Onirio estás bien, un no mames güei Onirio responde, mientras, muy desenfocado, va apareciendo un hombre agachado, con los ojos bien abiertos y los brazos en alto. El compadre. Y todo se vuelve oscuro. Es de noche, Amalia se planta frente a Onirio –la cabeza se le resbala a la derecha, un hilo de saliva le moja la barbilla-, le dedica una sonrisa, toma la silla de ruedas por uno de los mangos, el pedestal de la solución salina con la otra mano y es hora de cenar, mi comandante. El compadre le da una cucharada de frijoles a la comadre, Amalia deja a Onirio a la cabeza de la mesa y se sienta junto a él. Una pistola en el plato de Onirio, ¿te paso las tortillas? y qué, no tienes hambre. Cómete tu pistola, en un susurro Amalia. Onirio ve la pistola, ve a Amalia, la pistola, la comadre, la pistola, el compadre, la pistola. Se imagina tomando los cubiertos, un bocado nada más. Se imagina tomando la pistola, un disparo nada más, colocaría el cañón en su boca, apretaría los ojos, apretaría el gatillo. Un disparo o tres. O tal vez más. Se imagina masacrando a los comensales, uno a uno. Se pararía, tomaría la pistola del plato con un ruido de porcelana y metal, apuntaría; rápido. Amalia lo miraría, suplicaría, lloraría. Su compadre tiraría la cuchara enfrijolada, salpicaría a su esposa, caldo en las mejillas: todos muertos. Sería dulce. Pero no. Onirio mira el plato, la pistola; mira en torno a sí: una mueca como si fuera una sonrisa de malicia se dibuja en su semblante.

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BORGESYYO Migule Aviles


Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Guadalajara y también me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar los detalles de las casas, los aparadores de las librerías; de Borges tuve noticias por el diario y las clases de literatura y veo su nombre en una terna de para una lectura un 23 de abril o en un diccionario biográfico. Me gustan sus ficciones, también me gusta la tipografía del siglo XVII, el sabor del café y aunque no conozco la prosa de Stevenson; yo comparto su literatura, pero de un modo vanidoso. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, y me dejo vivir para leer su literatura y esa literatura lo justifica. Nada me cuesta confesar que he entendido ciertas páginas, pero esas páginas no lo salvan, ni a mi, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente en sus páginas y sólo algún instante de él podrá sobrevivir en mí. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser. Yo he de quedar en mí, no en Borges (si es que alguien soy), pero me reconozco en sus libros más que en otros o en las ficciones de Cortázar o en la guitarra de Ripp, en los poemas de Castillo o en la batería de Wyatt. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cuál de los dos escribe esta página.

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sinestesia ingride ologia Ingrid Mcliberty


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sinest


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tesiain


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gride o


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ologia


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BLA BLA BLUP Xel-Ha López

Te ves robando, tan provocadora, duele el estómago cuando miras a los ojos y siento que puedo invitarte a mi casa, a mi cuerpo a que lo habites, arriesgarme a que hurtes un poco de mi vacío, llenarte la boca (silencio), abarcar los huecos, todos tus huecos, apretarte, desdoblarte la piel. Con tu nombre extraño puedo destruir los crucigramas, sacrificio de sonidos. Tu presencia gutural, escucho ruidos que no hacen 100 pájaros de papel rompiéndose al mismo tiempo, estoy debajo de la falda incomprensible de tu sexo, no estoy pero quiero. Me entiendes, si no te puedo robar a ti, me robaré una idea, la de tu cuerpo sobre el mío.


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Dentro y entre las manos de Elsa estuvieron los teléfonos y los correos electrónicos de unos cuantos pendejos, algunos con suerte. En las palmas de Elsa hoy está el acordeón de Historia, las respuestas del ordinario y el teléfono de un pobre iluso, que soy yo. Mañana el agua habrá arrastrado algo más que números, el deseo de que Elsa tenga mucho más de mí entre sus manos, mucho más que sólo un mugre teléfono.


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Yo mejor dejo que los dedos sigan picando estas teclas haber que sale ¡qué irresponsable! ¿nunca se ponen de acuerdo verdad? yo los quiero dejar ser sobre la hoja del Word y se detienen como preguntándome: “luego qué” ..qué voy a saber yo solo soy el cuerpo que le sobra a estas manos.*


*Me gusta éste, apártelo me lo llevo. Yo me llamo xel-ha pero también carla lópez y méndez son mis sangres

Soy más sangre que nombre, “¿y qué?” pues qué me desbarato por las comisuras de los dedos y si esta sangre de la que hablo fuera tan roja y espesa como la otra mi vida, el lápiz y el teclado serían sin duda Gore.

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DE PALABRAS Y OTRAS COSAS Samuel Acosta

NACER Samuel Acosta

Este ridículo alfabeto me contrae no me deja ser, de expresar las palabras, mi cuerpo se siente en otro lugar, lugar de pendejos, a, b, c…

Nacer sin alas por los aires, un pez vagabundo de arena.

¿Debería salir y caminar? Aclarar de manera “existencialista” los recuerdos de un momento. Siento plaga, de una piel insensible, y unos ojos que ven el absurdo del pensamiento y el juego de las ideas. ¿Cómo transformar el “sentimiento” en letras? “Impotencia” es la palabra que más cercana. Camino, aclaro la mente, mente de colores, huellas de extraña lengua. Los sentidos también saben hablar… Eres la palabra con más significado que conozco.

La voz vuelve al oído, el hijo al padre. El recuerdo de caricias lisiadas, alivio, árbol frutal, manzana y Adán. Amén. (Del libro Dulces Momentos Frustrados)


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PIROMANIA Luis Vaca

Contemplo una vela a su lado sombras. Hago uso escaso de mi mala caligrafía para manchar la hoja en blanco. Observo el cigarro trapecista sobre el cenicero vacío. Nadie responde al otro lado del teléfono, sólo queda ese infame sonido de la en el aire. Bebo de mi whisky; nunca me es suficiente. Telefoneo una vez más… –¡puta, sé muy bien porqué no contestas! lo hacías todo el tiempo, ignorabas el teléfono, lo apagabas, mentiste con besos, arañaste con caricias… soñaste en mi cama–. Elegí esta noche para extrañarte; de mi boca salen pensamientos como ramas. En unas horas tendré el valor para asesinar tu imagen. Marco el teléfono una vez más… –Reputa, lo sabía ¡apagaste el celular!–. Estrangulo mi vaso. –Espero al menos haber afectado la erección de ese cabrón con mis llamadas–. Miro la flama; ella seductora… me lanza fuego en forma de recuerdos. Llevo la vela al centro de mi habitación; arrojo encima las sábanas que envolvieron la pasión; dejo que el fuego poco a poco las consuma. En este sitio flota parte de ti. Las sombras abandonan los objetos, danzan por toda mi habitación; después de varios intentos capturo a una en el espejo y la borro con caricias. Ella tenía tu forma. Seguramente esta persecución es lo que me tiene tan mareado. Será mejor que duerma y ponga fin a esto. Después de todo, la cama ardiendo parece el mejor lugar para dejar de soñar.


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MARA VILLA VIAJA ENES TEES TADO DECO MPLA CENC AIYRE NCOR


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DOPO IL MAUSOLEO (fragmento) Becky Torres

Dalhía cantaba el arrullo murmurando, casi en silencio y al llegar al final de la canción su voz entrecortada lanzó un quejido breve y lloró un poco más. Las vendas de sus mejillas se humedecieron y jaló de su cabeza un velo negro para después pasarlo por entre sus dedos. Se mantenía sentada al borde del río sobre las raíces que salían de la tierra. Un árbol de sauce que se extendía con gran dimensión y su tronco le daba respaldo aquella noche. Las ramas que se extendía no muy por encima de ella le reflejaban la escena de lo que una vez, no hacía mucho, las mismas hojas le dieron sombra a su madre, su pequeña hermana, y a ella misma un mediodía de verano. El último que ella recuerda antes de la desafortunada noticia. Ahora solo se colaba la luz azul de la luna para saltear brillos en el suelo, las rocas y el agua del río tranquilo, como lentejuelas de plata. Ya llegaba la media noche, la mirada de Dalhía se clavaba sobre la corriente de agua que reflejando el cielo casi como espejo negro, podía contar desde ahí las estrellas. Solía escaparse casi a diario, cuando su salud no se lo impedía. Suspirando largamente recuperó su serenidad y continuó tarareando el arrullo. El sonido de un portazo le atrajo la atención y miró, como usualmente al velador del convento salir con la antorcha en alto a custodiar la entrada del muelle, como cada noche. Se escucharon entonces las campanadas de las 12. Las ranas y los grillos ya hacía rato que habían empezado a hacer ruido. La corriente topaba en las piedras grandes e iba arrebatando de las orillas las piedras más pequeñas llevándolas consigo. Ella se entretenía viendo alumbrar y desaparecer a las luciérnagas y al tiempo se perdía en el pensamiento que no le permitía encontrar razón suficiente para levantar el ánimo. Todo por lo que una vez sonrió se le había ya escapado de las manos entre las mismas imágenes, las mismas calles, las mismas paredes, las mismas noches. Una villa pintoresca le había dado asilo toda su vida y era lo único que conocía, de tal modo que un ambiente

aislado y conservador le forjó un carácter que hasta no hacía mucho había sido dócil y obediente. Era todo aquello una trampa, pensaba ella. Una red, una jaula, una pecera, un pozo, una cárcel, una tumba… Se restregaba el pecho con las manos cubiertas en trapos, como si pudiese palpar la opresión. Quería arrancarla. Se ahogaba en su propio aire, en sus silencios. Se levantó completamente del suelo, alzando el cuello, intentando lanzarse a correr, como si sus pulmones no alcanzaran a obtener un poco de oxigeno. Se abrieron sus ojos, espantados como si su espacio se cerrara, como si el mundo se le comprimiera tanto que estuviera cerca de no ser más que un punto azul oscuro. Sus ánimos y su ansiedad la hacían creer por momentos que podría irse, dejar su hogar, su comodidad y cuidados, todo de lo que, en cierto modo no podía darse el lujo de prescindir. Todo eso le eran necesidades y le estorbaban al mismo ritmo puesto que la razón le recordaba que en su estado no podía llegar muy lejos o refugiarse con nadie que pudiese sentir piedad más que repudio, así que por el bien de todos, no había modo de salir. Recordó entonces su suerte… se tiró de rodillas y se quitó los guantes muy despacio, observaba las cintas que le sujetaban los dedos y temblando, arrancó desesperada desde su cuello las vendas que cubrían su cabeza completa, soltando el largo cabello que rizándole acariciaría los brazos de no ser por el manto que los cubría del mismo modo. Decidida se abalanzó con manos y rodillas, por el pasto, hacía el agua para poder, después de tanto tiempo, ver en lo que se había convertido su rostro. La luna sobre su cabeza le alumbraba el contorno dibujando tan solo su silueta y un hueco negro ocupaba sus facciones. Con las manos en el lodo y la punta de sus cabellos en el agua, se regresó espantada hacía el pie del árbol sentándose una vez más. Su respiración se había apresurado, cerró los ojos y poniéndose los guantes sobre las cintas sucias, se colocó el velo sobre la


para cubrirse la cara y corriendo, se internó en el pasto alto, para luego de poco alcanzar las primeras callejuelas de la villa. Antes de pisar la línea que marcaba el inicio de la calle, giró su cuello para enviar hacía el convento un beso al aire:- Buenas noches, Ana.- dijo en voz baja. Siguió su camino apresurado todavía, volviendo a casa. Entrando por la ventana del despacho, se coló hasta las escaleras sin hacer ruido, ya con los zapatos en la mano y sin encender ninguna bombilla, se tiró sobre la cama, mirando hacía afuera de la ventana: -Mamá!- dijo, con un tono que pareciera reclamo si no fuera por el dolor que se transparentaba en el, casi suplicando que la viera, que se diera cuenta de su miseria, para después volver a llorar. Isaac despertó en un cuarto oscuro y sucio. No podía recordar mucho despues de tremendo azote. Su pie estaba encadenado a la pared y a otro sujeto que yacía tirado, tal vez dormido, tal vez muerto, no parecía estar herido pero no alcanzaba a percibir movimiento de respiración en su dorso y su palidez ciertamente dejaba dudar sobre su estado. Tenía un aspecto demacrado y duro. Parecía estar apretujando los labios amoratados y frunciendo levemente los ojos cerrados. Isaac optó por jalar de la cadena para ver si había alguna reacción en el individuo y la hubo, efectivamente, aliviando el semblante angustioso del nuevo preso. El hombre atado a él abrió los ojos y cruzándose de brazos, volvió a recargar su cabeza en el piso para seguir durmiendo luego de ver a su compañero a los ojos. Se movió unos instantes cambiándose de lado e intentando acomodarse mejor sin conseguirlo, se sentó algo enfadado y lo observó nuevamente, limitándose a respirar profundo, al menos los primeros instantes, luego se aventuró a comentar:- Creí que morirías.- Isaac lo escuchó, dejándolo continuar:- Cuando te trajeron sangrabas de todas partes. No pude hacer mucho sentado aquí. Utilicé el agua que nos dieron para beber y tallé tus heridas. La letrina ya huele suficientemente mal. Más te vale que no las dejes que se infecten. Los dos estamos débiles, podemos caer enfermos en cualquier momento y si a alguno le sucediera, el otro no tardará en caer.-Gracias.- respondió Isaac.- Cuál es tu nombre?.-Valentín de Ortiga, y el tuyo?-Isaac Bardos.-Qué hiciste? Quién te ajustició?.-No lo se todavía.-Debiste hacer algo muy malo.-Tal vez. Le di un diagnostico final a un inculpado.-Eres medico?.-Psicólogo.-Vienes de San Damián, me imagino.-Si. Dónde estamos?.-En Legajo, al sur de San Damián. Andas lejos.-Debo volver.- dijo Isaac, tallándose la cara con las manos, preocupado. -Estas preso. Después de aquí no hay nada cerca en al menos 6 días de camino a caballo. Curaste al inculpado?-No estaba enfermo. Querían que lo medicara alegándole trastornos psicóticos, yo no podía consentirlo. El hombre estaba mejor que tú y yo juntos.-Quién era?-Su nombre es Fernando Talavera. Lo conoces? -No. A qué se dedicaba, se asoció con alguien, traicionó algún mandatario?-No tengo los registros. Solo me proporcionaron sus datos médicos y no pertenecían a él, era evidente. De cualquier manera es hombre muerto, y yo también.-Tu traslado significa que aun quieren algo de ti. Nadie llega a Legajo solo para ocupar un lugar, aquí nadie es bienvenido. Yo tampoco se qué tanto sirvo.-Quién te encerró?-Conoces a los Carlo`s Hidalgo?-No lo creo.-Pues ya que estas aquí y aunque yo te lo prevenga no tienes opción, deberás conocerlos. Nadie da paso en la villa sin el permiso de Don Sergio de Carlo. Tú estas acá por él.-Terrateniente?

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-Dueño absoluto. Esa familia está endemoniada, maldita. Tienen un pacto con Lucifer.-De qué estas hablando?.-Te han traído a una cueva de leones negros. Leones sin hambre pero que cazan para mantener la jerarquía y cada que sus fauces se entierran en el cuello de un desgraciado, sus colmillos crecen más. Si no eres uno de ellos no eres nada. Yo preferí la muerte, es un monstruo. No voy a tratar con ellos, mi alma todavía no está perdida.-Qué es lo que hace?-Te deja acercar. Sabe que vas a hacerlo porque lo necesitas tarde o temprano. Maneja el ganado, propiedades, lo que producen. Telas, pan, carne, oro. Cada casa que se construye sale del material que el importa, cada baldosa, trozo de madera, vidrio, cada varilla de metal, lo hacen obreros suyos. Todo pasa por sus manos, todo y todos. Maldice lo que ve y lo que toca. Todos son de él.-Eso no puede ser.-Y así es, no lo digo yo. Todos le temen al zarpazo pero nadie dice nada. Su familia ya paga el precio, ha sido castgada como todos nosotros. Endemoniados, leprosos. Ha perdido ya a su esposa y está a punto de perder a la mayor de sus hijas. La menor es interna en el convento. Anna. Mi Anna…-Tu esposa?.-No, no alcanzó a serlo. Me la quitó. Supongo que se enteró que empecé a frecuentarla, que nos amamos, no pudimos ocultarlo mucho tiempo, en un lugar en el que todos son él, en el que los ojos de todos ven por sus intereses, en el que los labios de todos procuran a su favor. Yo la vi una vez y supe que amargamente mi vida estaba condenada a ella. Me perdí, estoy enloquecido tal vez, pero no pienso en otra cosa. Ella no tiene vocación, luego de su encierro se escapaba para verme. Tal vez me hechizó, tal vez ella sea una bruja también, pero tampoco me importa, ahora me aniquilarán por causa suya y lo único en que pienso es que si muero por esto, ya no podré vivir por ella, es lo único que me preocupa. Dios sabe que estoy dispuesto a todo, tengo que regresar, traerla conmigo, irnos lejos, si es que existe algún lugar fuera de esto… si es que el mundo es más grande que esta villa. Es en serio que tu vienes de otro lado?-Cálmate!.- Dijo Isaac, al acelerado hombre que acercándosele cada vez más, sentado en sus talones ya por la exaltación, hablaba en voz muy baja y con los ojos desorbitados.-Escucho las campanadas.- respondió Valentín, cambiando el tema. -Yo no escucho nada.-No estamos lejos, vienen del templo, del convento, justo a las afueras, junto al río. Ahí esta Anna.-Si se escapaba, por que dejó de hacerlo?-Quizá la amenazaron, la encerraron en una mazmorra, qué se yo, pero pagarán por esto. Ella es la única sana de la familia, el resto está carcomiéndose en vida, él aun no enferma pero no tardará, le he visto cansado, lento. Doña Dalhía, su hija mayor, lleva 13 años con el daño. Viven como lo que son, apestados, ella ya no se levanta. Él debe morir y yo debo salir de aquí.-El cuida de ella?.-Él y una religiosa. La misma que cuidó de su madre toda su penosa agonía, pero la misma que custodia y mantiene cautiva a mi Anna. Pensarías que es una buena persona pero dicen que es una hechicera, que ella misma mató a Doña Elena, madre de ellas por el amor de Don Sergio de Carlo. Nadie se les acerca, nadie va a su casa. Él debe venir hasta el punto de reunión enfrente de la plaza, donde todos los cuervos tratan negocios diariamente con él.-Para qué me querría un hombre así? De qué tanto podría servirle? No se me ocurre nada.-Ah, pero él ya lo planeó todo.-Pero soy un Psiquiatra. Para qué querría él a un Psiquiatra?.-Tal vez no sea eso. Tal vez el hombre al que debiste traicionar en San Damián era victima de Don Sergio.-Y va a matarme por haberme negado a hacerlo. Tiene lógica. Lo único que quiere es matarme con sus propias manos, verme morir, estar presente… desearía que fuera algo más, sin embargo.-Qué más sabes hacer? Te conocen por algo más, tienes algún talento que llame la atención?.-No lo creo.-Debes inventarte algo.- aconsejó Valentín. -No puedo pensar así. Necesito tiempo, necesito mi reloj de arena para concentrarme.-No creo que te empacaron con él, lo hubiese yo notado al verte llegar.-Tengo hambre.- comentó Isaac, haciendo un gesto de dolor al palpar la herida todavía fresca de su pómulo derecho. -Ya casi amanece, a las 7 tendremos algo. No es mucho pero me ha mantenido con vida por 4 días ya. Los monjes


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salen a dar maíz, trozos de tortilla, migas de pan, arroz a las gallinas. Ves esa ventana?.-Si.-Cuando veas los pies de alguien por ahí es hora del almuerzo.- dijo Valentín, señalando una pequeña rendija sellada con barrotes de acero que parecía dar a lo que era el piso de una callecita. Estaban entonces en un sótano:Cuando llueve debe ponerse feo aquí.-No quiero pensarlo.- respondió a Isaac. -Eso es todo? Migas de pan y arroz?.-Si no lo quieres es mío. Agradece que no me caigas del todo mal y que esté compartiendo mi único alimento comible.-Ellos no nos dan nada?.-Oh, yo no comería lo que ellos nos mandan.-Gusanos, cucarachas?. Esto no es una celda por decirlo así, cierto?.-Si lo es, es un seminario y esto es un sitio de castigo, si algún claustro cometiera una impertinencia vendría a parar aquí.-Ha venido ya alguien?.-En cuatro días ha caído ya una vez un tal Dieguito. Los traen, los azotan, luego de un par de horas vuelven, le dan otra calentadita, y así hasta terminar 12 horas.-Sabes por qué fue el castigo?.-Ha sido encontrado regularmente en el patio de las monjas, donde se encuentra el pozo que las provee de agua. Ellas deben dar su última ronda a eso de las 11 de la noche y ahí esta Dieguito para hacerles compañía. Se brinca la barda y según me dijo, ya una vez se quebró una pierna al caer, y otra se enredó en el alambre de púas hasta que fue rescatado si pudiera decirse de tal modo, por sus compañeros que debieron luego traerlo para acá también.-Un Don Juan con hábito, quién lo diría.-Así es aunque increíble.-Le has pedido ayuda?.-Qué tanto podría hacer por mí. Lo he dicho ya, no es lo que llamarías una buena influencia o conexión. Aunque saliera de aquí, como regresaría a la villa prófugo? Salir de ella a otra parte sería suicidio. A pie, sin comida, agua, algún refugio.-Podrías pedir por medio de Dieguito ayuda a Anna. No crees que te proporcionaría provisiones necesarias para una travesía.-Primero muerto antes que enviar a Dieguito con mi Anna. No has puesto atención a nada de lo que te he dicho?.-Y tu familia?.- Recién se trasladó hace un año a penas, en busca de una mejor vida. No pude prevenirlos, yo no sabía nada aun de lo que se hoy, y míranos. Mi padre le debe a Don Sergio, quién no? ya es un hombre viejo y mi trabajo como intercambio nunca logró ser aceptado ni hubiese sido suficiente. Se quedará con la casa que es realmente lo único que nos pertenece, mi padre la compró al llegar aquí, y ese dinero era todo con lo que contábamos, pero debimos aceptar, de buena fe lo creímos, el alimento y empleo. En realidad no hay precio en dinero que pueda pagar lo que se consume y el valor de las cosas es mucho mas alto de lo que podemos ganar aun trabajando de sol a sol. Las minas, el campo, la carpintería, la herrería, todo es muy mal pagado así que la deuda crece diariamente. Es un lugar hermoso y rico pero nada es nuestro, no tenemos el derecho de considerar alguna propiedad por pequeña que ésta sea. Las apariencias engañan a muchas personas a menudo, en realidad al parar aquí no vendes tu trabajo, tu esfuerzo, vendes tu alma.-Qué hay de los monjes?-Qué hay de ellos?.-Qué hacen? Cómo ejecutan?.-A pesar de todo y por lo que he podido enterarme, Don Sergio se jacta de ser un fiel devoto, el convento, el templo, el albergue y el seminario es lo único que considera digno de preservar sin condiciones o intereses. Los religiosos, hombres o mujeres se comparten el trabajo en el hospital, el albergue y el orfelinato.-Algo se nos debe ocurrir, Valentín. Si tan solo tuviera conmigo mi reloj de arena.-terminó lamentando Isaac. Dalhía paseaba por su habitación, desesperada. Escuchó en el pasillo la voz y los pasos de la madre Alba y corrió a la cama a recostarse. Arrancó de su cabecera el rosario y lo enredó en sus muñecas atadas para fingir rodar los misterios uno a uno por entre sus dedos, mirando hacía la ventana.


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DEVI AJE

Maria Polka


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DEVI AJEandamosenti consentidamujeragosto


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DEVI AJElossentidoscorr iendolaspenas


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DEVI AJEcomiendoelaire saborestomacal


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MY FUCKING ALLEN


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I'm not a lesbian screaming in the basement strapped to a leather spiderweb I'm not a Rockefeller heart attacked in the paramour bed with pants off I'm not a radical Stalinist intellectual fairy not an antisemetic Rabbi with black hat white beard and dirty fingernails not the San Francisco jail cell poet beaten by minions of yellow police New Year's Eve not Gregory Corso Orpheus Maudit of these States not yet a schoolteacher with a marvelous salary I'm not anyone i knowin fact i'm only here for 80 years


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I walked on the banks of the tincan banana dock and sat down under the huge shade of a Southern Pacific locomotive to look at the sunset over the box house hills and cry. Jack Kerouac sat beside me on a busted rusty iron pole, companion, we thought the same thoughts of the soul, bleak and blue and sad-eyed, surrounded by the gnarled steel roots of trees of machinery. The oily water on the river mirrored the red sky, sun sank on top of final Frisco peaks, no fish in that stream, no hermit in those mounts, just ourselves rheumy-eyed and hungover like old bums on the riverbank, tired and wily. Look at the Sunflower, he said, there was a dead gray shadow against the sky, big as a man, sitting dry on top of a pile of ancient sawdust — — I rushed up enchanted — it was my first sunflower, memories of Blake — my visions — Harlem and Hells of the Eastern rivers, bridges clanking Joes Gresy Sandwiches, dead baby carriages, black treadless tires forgotten and unretreaded, the poem of the riverbank, condoms & pots, steel knives, nothing stainless, only the dank muck and the razor sharp artifacts passing into the past — and the gray Sunflower poised against the sunset, crackly bleak and dusty with the smut and smog and smoke of olden locomotives in its eye — corolla of bleary spikes pushed down and broken like a battered crown, seeds fallen out of its face, soon-to-be-toothless mouth of sunny air, sunrays obliterated on its hairy head like a dried wire spiderweb, leaves stuck out like arms out of the stem, gestures from the sawdust root, broke pieces of plaster fallen out of the black twigs, a dead fly in its ear, Unholy battered old thing you were, my sunflower O my soul, I loved you then! The grime was no man's grime but death and human locomotives, all that dress of dust, that veil of darkened railroad skin, that smog of cheek, that eyelid of black mis'ry, that sooty hand or phallus or protuberance of artificial worse-than-dirt—industrial—modern —all that civilization spotting your crazy golden crown — and those blear thoughts of death and dusty loveless eyes and ends and withered roots below, in the home- pile of sand and sawdust, rubber dollar bills, skin of machinery, the guts and innards of the weeping coughing car, the empty lonely tincans with their rusty tongues alack, what more could I name, the smoked ashes of some cock cigar, the cunts of wheelbarrows and the milky breasts of cars, wornout asses out of chairs & sphincters


of dynamos — all these entangled in your mummied roots — and you there standing before me in the sunset, all your glory in your form! A perfect beauty of a sunflower! a perfect excellent lovely sunflower existence! a sweet natural eye to the new hip moon, woke up alive and excited grasping in the sunset shadow sunrise golden monthly breeze! How many flies buzzed round you innocent of your grime, while you cursed the heavens of the railroad and your flower soul? Poor dead flower? when did you forget you were a flower? when did you look at your skin and decide you were an impotent dirty old locomotive? the ghost of a locomotive? the specter and shade of a once powerful mad American locomotive? You were never no locomotive, Sunflower, you were a sunflower! And you Locomotive, you are a locomotive, forget me not! So I grabbed up the skeleton thick sunflower and stuck it at my side like a scepter, and deliver my sermon to my soul, and Jack's soul too,

Allem Ginsberg 1926-1997 Poeta Beat Kaddish y otros poemas Sandwiches de realidad Cartas del Yagué Noticias del planet

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