Corazón de León

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Coraz贸n de Le贸n

J. Llop


“Amarse a uno mismo supone el comienzo de un romance eterno.� (Oscar Wilde)


Oso Llegaba puntual el otoño al monasterio. Era posible que aquel fuera el último para el viejo sauce que se erguía solitario en los jardines. Habían pasado ya muchas estaciones para él y se preparaba para un último viaje. Sus hojas mudaban y dejaban un tapiz ocre sobre el suelo de aquel lugar. Una de ellas cayó sobre la cabeza del joven discípulo que pareció ignorarla. León seguía con la vista fija en el infinito y la expresión taciturna en el rostro. Era gordito y su melena negra estaba aún más enmarañada que de costumbre. Iba descalzo y vestía, como siempre, su kimono oscuro con el símbolo del animal de que había conseguido su apodo, y unas muñequeras tachonadas con pinchos en las manos. Su maestro se acercó a él y le tendió algo con la mano. León miró la rosquilla con indiferencia y se la guardó en el bolsillo. Su maestro comprendió la magnitud de la tristeza que albergaba el corazón de su discípulo y se sentó junto a él. Al lado suyo era enorme. Vestía un pantalón corto de curso y un arnés sobre el torso y llevaba el pelo rapado definido por una cresta y unas pobladas patillas. -

¿Qué pasa, León?

León suspiró y tardó en encontrar las palabras. No sé, me pregunto qué sentido tiene todo esto. La vida no es más que una ilusión continua. Cada vez que creo atrapar la felicidad esta se burla de mí y es sustituida por un sentimiento de pérdida. No hay nada a lo que pueda aferrarme. Dime, maestro. ¿es que no hay nada constante en el universo? -

Sí. Lo inconstante.

-

¿Lo inconstante es lo constante?

-

¡La vida! ¡La vida!

Los ojos de León permanecían fijos en el infinito. Su maestro comprendió que no podía parar el curso de las estaciones. Y veo. Creo que ha llegado la hora de que abandones el monasterio. Mañana marcharás a hacer tu primer viaje iniciático. Ahora descansa. Aquella noche León durmió al raso contemplando las estrellas. Hacía mucho tiempo, desde que era un niño, que no salía de aquel monasterio, exactamente desde que fue adoptado por su maestro. Y ya no recordaba cómo era el mundo fuera de allí, aunque de haberlo hecho, es seguro que este habría cambiado mucho. Sin embargo, su corazón latía con el ansia de nuevas emociones y cuando se rindió al sueño la luna le encontró con una sonrisa en los labios. A la mañana siguiente se lavó junto al río y se puso su kimono antes de encontrarse con su maestro. Este le esperaba junto al camino que llegaba a la entrada del monasterio. -

¿Llevas todo lo que necesitas?

-

Sí, maestro.

Entonces no hay motivo para retrasar tu partida. En esta región habitan cinco grandes guerreros cuya sabiduría te ayudará para comprender el valor que reside en tu interior. Cada uno de ellos te dará una llave en tu búsqueda después de que les demuestres que eres digno de merecerla. -

Pero... mi kung-fu aún no es muy bueno, maestro.


El que alcanza la perfección en el arte de la espada no tiene nunca necesidad de utilizar un arma. Has sido bien entrenado. Sólo tienes que poner en práctica todo lo que has aprendido. -

De acuerdo. Entonces hasta la vista, maestro.

-

Hasta la vista, León. ¡Buen viaje!

Y marchó por el camino que conducía a la aldea más cercana donde podría empezar su búsqueda. Su maestro permaneció de pie hasta que su imagen se perdió a lo lejos en el horizonte.


Lobo Cuando llegó a la aldea quedó sobrecogido por la cantidad de personas que allí había. Cada una de ellas se encargaba de una tarea y como un mismo organismo viviente, el conjunto parecía funcionar por sí solo. Aunque, no todos debían cumplir para el mismo propósito. Un vagabundo que se apoyaba sobre un bastón se lo quedó mirando bajo la raída capucha de sus harapientos ropajes. Busco a un hombre sabio. Seguro que en tu aldea debe haber alguno. ¿Podrías indicarme la forma de llegar a él? El vagabundo no respondió. León sacó una moneda de uno de sus bolsillo y se la arrojó. Vaya. Sois en verdad generoso. Apuesto a que no sois de por aquí. Seguidme. Puedo ayudaros en lo que me pedís. Ayudándose con el bastón el vagabundo le guió hasta la plaza del mercado donde se congregaba la mayor parte de la gente ajetreada en el intercambio de posesiones. En un lugar un grupo de personas formaban un círculo alrededor de alguien o algo. El vagabundo le señaló aquel misterioso círculo. Haciéndose hueco entre la multitud, León logró ver el interior del círculo. Un hombre delgado, sentado en una difícil postura atendió uno por uno a aquellas personas que parecían buscar su consejo. Este percibió la presencia del extranjero, quizás con un tercer ojo que llevaba pintado sobre la frente y le indicó con un gesto que se acercara. León se sentó junto a él. Vienes de lejos para buscar mi consejo. Pero descuida, porque todo llega. Eres alguien muy especial y tu destino también lo es. Harás grandes cosas que quizás no llegues a ver, pero que sin duda te trascenderán. Confía en ti porque todo sucederá tal y como... De entre la multitud se había colado un pequeño gato atigrado que jugaba con las pocas ropas de aquel hombre santo. -

¡Quita, bicho! Estás estropeando mi ropaje. ¡Aparta! ¡Fuera de aquí!

El gatito fue a refugiarse tras León al asustarse con los ademanes de aquel hombre. ¿Qué te decía? Ah, sí. Debes confiar en ti mismo. Sé que cumplirás tu destino. Buena suerte, y vuelve cuando quieras por aquí para buscar mi consejo. León marchó de aquel círculo de gente seguido de cerca por aquel gato que ahora había empezado a jugar con su kimono. Afuera le esperaba el vagabundo. Vaya, no pareces contento. Mucha gente va a buscar consejo en aquel hombre santo. Pensé que te alegrarías No me ha parecido nadie especial. Tan sólo me ha dicho aquello que yo quería oír. Además, mi maestro me enseñó a respetar a todos los seres vivos. Después de ver cómo trato a este gato no creo que sea tan santo como la gente piensa. Algo brilló bajo la capucha del vagabundo. Aquel que se exhibe como santo tan sólo se engaña a sí mismo. Conozco a un poderoso guerrero de gran sabiduría que vive en la montaña sagrada cerca de aquí. No suele aceptar visita, pero puede que tú logres verle.


León miró bajo la capucha de aquel extraño tipo. Lo que había visto brillar era un ojo de cristal que se ocultaba en medio de una gran cicatriz que le cruzaba la mejilla. Con el bastón se levantó la capucha dejando entrever un pelo totalmente cano, a pesar de que no aparentaba ser demasiado viejo. Sin embargo, creo que te has ganado tu primera llave. Para comprender tu propia valía nunca busques la aprobación de los demás, pues no debes compararte con ellos. Busca dentro de ti. Sólo allí es donde sabrás de tu propio valor. Y el vagabundo se marchó, no si antes devolverle su moneda.


Tigre León se alejó de la aldea por el camino que llevaba a la montaña sagrada. Como única compañía estaba aquel gato atigrado que le seguía desde el encuentro con el falso santo. Había conseguido superar su primer reto y aquello le daba nuevas energías para seguir en su viaje. El camino hacia la montaña pasaba a través de un gran río al que cruzaba un puente. Alguien lo esperaba al otro lado. Un guerrero de perilla pelirroja desenvainó un par de katanas y adoptó una postura combativa. extranjero?

Este camino conduce a la montaña sagrada, ¿por qué deseas llegar allí,

Me han dicho que allí reside un poderoso guerrero de gran sabiduría. Me gustaría verle. ¿Y qué te hace pensar que eres digno de su presencia? Si quieres pasar tendrás que vencerme en combate, y muy pocos lo han logrado. Así que será mejor que... Mientras aquel guerrero hablaba el gatito se había colado bajo las piernas de León y reposaba panza arriba en medio del puente. León lo azuzaba sin mucho éxito para que se apartase de aquel lugar que pronto se volvería peligroso. Finalmente el gatito se hizo a un lado. -

Bien. Estoy preparado para combatir.

No será necesario –dijo aquel guerrero bajando sus dos espadas.- Ya me has vencido. Mientras yo hablaba contigo, tú estabas atento a tu alrededor. Respetaste la naturaleza que te rodeaba, y al hacerlo, demostraste que respetas tu propia naturaleza. Puedes pasar, además te concederé tu segunda llave. Sabe que no es tu potencial lo que determina tu valía, si no lo que seas capaz de lograr con él. Ahora ve a ver al sabio de la montaña. Sin duda, te recibirá. León cruzó el punte. Antes de irse cogió en brazos al gatito y se lo tendió al guerrero. -

Quédate tú con él. No sé a dónde me llevarán mis pasos y estará más seguro

contigo. El guerrero cogió al gatito, que se arrulló en sus brazos. Este no pudo hacer otra cosa que sonreír indefenso.


Dragón Su viaje ya le había llevado muy lejos de casa y empezaba a notar el hambre y la sed. Decidió seguir río arriba guiándose por el sonido de un arroyo que se escuchaba a lo lejos. Finalmente llegó a una cascada que descendía de la montaña hasta un manantial de agua clara y comenzó a beber para calmar su sed. -

Me pregunto cuándo lograré ver a ese hombre sabio de la montaña. Quizás no miras en la dirección adecuada –sonó una voz templada por encima

de él. Alzó la vista. Sobre una roca que sobresalía del agua de la cascada se encontraba en equilibrio contra el reflejo del sol un hombre de lisa melena plateada y largos bigotes, vestido con un traje de seda que llevaba la marca de un dragón legendario a la espalda. -

¿Eres tú el guerrero de la montaña?

-

Sí, lo soy.

-

Necesito hacerte preguntas para saber de mí.

Entonces me parece correcto que antes me respondes tú a una pregunta. ¿Estás de acuerdo? León asintió. -

Dime extranjero, ¿hay algo que sobrepase al buda?

León se temió que aquella fuera la típica pregunta zen sin posible solución. Nervioso se metió las manos en los bolsillo, cuando de pronto descubrió algo que había olvidado. -

¡Una rosquilla!

Y la devoró sin contemplaciones. El guerrero de la montaña se atusó los bigotes y adoptó una expresión meditabunda. Sin duda eres más sabio de lo que aparentas. Te han entrenado bien. Aquí tienes tu tercera llave como te prometí. ¿Recuerdas que al llegar aquí bebiste del agua del manantial? Si yo te hubiera regalado la palabra “agua” eso no hubiera calmado tu sed. Así son tus hechos y no tus palabras las que determinan tu valía. León no entendía muy bien lo que sucedía, pero agradeció su buena fortuna. Ahora debes continuar tu viaje. Pasa a través de la cascada y llegarás a una caverna donde encontrarás el mayor de los tesoros. -

¿El mayor de los tesoros? ¿Cuál es?

-

El conocimiento de ti mismo.

León pasó a través del agua y dejó atrás al guerrero-sabio que aún le daba vueltas a aquel acertijo al que hasta hoy creía sin solución.


Camaleón Al dejar atrás la cortina de agua, León se adentró en un gran complejo de cavernas. Del techo surgían raíces de las plantas que crecían sobre la montaña y al haber erosionado la piedra dejaban entrever débiles rayos de luz que iluminaban aquel lugar. Pronto se encontró frente a una bifurcación en la que tendría que decidir cuál camino seguir. Una voz surgió de entre las sombras. Si no quieres errar tu camino sin duda deberías ir por el túnel de la derecha. Pero si quieres encontrarlo, tendrás que optar por el de la izquierda. León se giró para encontrarse con un tipo bajito con el pelo peinado hacia atrás y una mirada profunda de color verde. -

¿Vives por aquí?

-

Claro. Conozco estos pasajes como la palma de mi mano.

-

Entonces podrás ayudarme.

-

Podría, sí.

-

¿Qué camino he de tomar?

-

El de la izquierda quizás. Quizás el de la derecha.

-

No me estás ayudando mucho, la verdad.

-

Lo siento. Dime al menos cuánto tardaré en salir de aquí. Tengo prisa por volver con mi

maestro. -

Diez días.

-

¿Diez días? ¡Pero eso es mucho tiempo!

-

Veinte días.

-

¿Veinte? ¡Qué barbaridad! No puedo estar tanto tiempo aquí.

-

Treinta días.

-

...

León comprendió que no sacaría nada en claro de aquel ermitaño. Dejó de escuchar sus palabras y se adentró por un túnel cualquiera. El tipo le siguió mientras recorría aquel laberinto de piedra dándole inciertos consejos y vagas soluciones. León no le escuchaba. Finalmente una luz surgió de uno de los túneles y León se adentró para descubrir un poblado bosque bajo la luz del sol. Antes de continuar, se dio la vuelta para despedirse. -

¡Encontré la salida, al fin!

Claro que sí. Siempre se encuentra una más tarde o más temprano –dijo la voz desde la oscuridad del interior de la montaña.- Cuando empezaste a escuchar tu propia voz encontraste el camino. Y también tu cuarta llave. Para que tú valía sea cierta, tus acciones tendrán que ser coherentes con lo que hay en tu corazón. Y para ello has de aprender a


escucharlo, tal y como acabas de hacer. Sigue tu camino. Te encuentras cerca del final. O puede que del principio. No estoy seguro. León se adentró en el bosque y dejó a aquel ermitaño otra vez a solas consigo mismo. Siempre era agradable encontrar compañía cuando uno vivía en aquella caverna.


Águila El viaje estaba cerca de su final, y el cansancio era inevitable. El bosque tampoco parecía muy agradecido, ya que no existían caminos que seguir. León pronto empezó a desesperarse al verse perdido entre la caótica vegetación. -

¿Quién camina por este bosque sin ser una bestia?

León contempló a alguien sobre las ramas de un árbol. Era una mujer que vestía ropas que la camuflaban de su entorno, llevaba el pelo corto y un tatuaje tribal en el rostro alrededor de un ojo. A su espalda portaba un arco y un carcaj repleto de flechas. Soy León. He derrotado en combate singular a cuatro grandes guerreros. Me gustaría saber cómo salir de este bosque para poder volver a mi monasterio. ¿Sabes delante de quién te encuentras, desvergonzado? Podría traspasarte el corazón con una flecha sin pestañear. Y tú, ¿sabes delante de quién estás? Yo podría dejar que me traspasases el corazón sin pestañear. La guerrera abrió mucho los ojos. En un movimiento demasiado rápido cogió su arco y disparó una flecha que voló hacia su adversario. El pelo de León se agitó y por un momento su imagen quedó polarizada. La flecha acabó clavada a tan sólo unos pocos centímetros de él. En ningún momento pestañeó. Sin duda eres digno de llamarte guerrero. Hace mucho tiempo que no veía a alguien con tanto valor por estos bosques. Has debido de recorrer un largo camino para llegar aquí. Pero no desesperes. Más allá hay un claro junto al que se encuentro el monasterio que andas buscando, y yo te daré gustosa tu última llave. En el mundo habrás de posicionarte con los demás para encontrar tu lugar, y para ello deberás ser capaz de apuntar directo al corazón de los hombres, tal y como hacen mis flechas. Ve y vuelve. Alguien te estará esperando. León se despidió agradecido por el último pedazo de sabiduría y corrió a encontrarse con su maestro. Mientras, la guerrera recogió la flecha arrojada. Hacía mucho tiempo que no erraba un tiro.


León Todas las hojas del viejo sauce habían caído sobre el suelo cuando León regresó al monasterio. Una calma tensa reinaba sobre el lugar. ¡Maestro, regresé! Encontré a los cinco guerreros y me enseñaron el valor de mi propio corazón. León entró en el monasterio y encontró una violeta que descansaba junto a una nota. Se detuvo a leerla. Cuando leas esto yo ya no estaré aquí. Estoy convencido de que ahora serás un hombre mucho más grande de lo que has sido nunca y que las piedras del camino te habrán hecho crecer fuerte y sano. Yo ya no tengo más que enseñarte. Mírate, ya no eres el niño que recogí hace años. Podrías ser tú el que me diese lecciones a mí. Es hora de que recorras tu propio camino en la vida y de que uses todo lo que has aprendido para ayudar a los demás. Tienes, sin duda, el valor que se requiere para ello. León no pudo evitar que una lágrima resbalase por su mejilla y fuese a parar a aquella nota. Cogió la violeta y se la colocó cuidadosamente entre su melena negra. Y entonces, sin volver la vista atrás, marchó del monasterio dejando tan sólo su propia sombra a sus espaldas. “Cogerla, ¡qué lastima! Dejarla, ¡qué lastima!” Ah, esta violeta.”


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