GijónSport 144

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GijónSport - Balonmano Por su personalidad, extrovertido y enérgico, Vallado se convirtió, sin apenas darse cuenta, en el líder del vestuario. Desde un primer momento él asumió ese rol de aglutinar a todos los jugadores, de convertir el equipo en una piña, en un grupo de amigos que compartían la ilusión de llevar a ese conjunto recién nacido a lo más alto. Lo consiguieron. “Ahora uno ya anima menos, porque llegas a los entrenamientos cansado de trabajar y te da un poco de pereza ponerte a hacer bromas. Pero siempre intento que haya buen rollo. Organizar cenas, comidas, que tengamos ese buen ambiente tan importante. Quizás en años anteriores éramos más bloque, ahora cada uno va un poco más a lo suyo. Pero es lógico: muchos trabajamos, otros estudian, los extranjeros hablan otro idioma… Es difícil compaginar todo eso. Seguimos llevándonos muy bien pero quizás ya no es lo que era cuando empezó todo”. Las cosas han cambiado bastante para Emilio Vallado desde que comenzó esta aventura hace cinco años. De ser el dueño de la portería, ha pasado a repartirse algunos minutos con Nacho Fernández las pocas ocasiones en las que el indiscutible Adam Savic es sustituído por Alberto Suárez. La llegada del bosnio, cuyo rendimiento está siendo espectacular, ha obligado a Vallado a replantearse su papel en el equipo. “Nacho y yo tenemos que ayudar, para eso estamos. Entrenamos todos los días con ilusión. Es cierto

que antes mi responsabilidad era mayor, tenía más minutos, pero hay que saber adaptarse a las circunstancias. El deporte es así y uno siempre debe saber cómo aportar su granito de arena”. Los minutos previos a un partido, en cualquier deporte, tienen algo de litúrgico, responden a una especie de ritual que varía según el escenario, pero que se repite semana a semana. Los jugadores salen del túnel de vestuarios, realizan los últimos ejercicios de calentamiento y se concentran para lo que vendrá después. Emilio Vallado sale a la pista junto al resto de jugadores y comienza a prepararse para el partido: estiramientos, flexiones… Pero la soledad del portero en su caso no existe. No han pasado apenas unos minutos cuando ya le reclaman desde el otro lado de la pista para vendar o dar el último masaje a un compañero. “Otro rol más…”, ríe. “Desde que llegué al equipo he trabajado también como fisioterapeuta. Siendo un compañero más siempre es más fácil que los jugadores tengan confianza contigo para contarte qué les pasa, qué les duele… Yo les ayudo, intento solucionarlo de alguna manera. A veces es complicado, porque mientras los demás están concentrándose para el partido tú tienes que estar preocupándote de otras cosas, y luego también te tienes que preparar para jugar. Pero es algo que me gusta, y siempre lo he hecho, así que estoy acostumbrado”.


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