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Juego de Bolas

El futbol es quizás uno de los deportes más populares en el mundo, todo depende cuál sea la fuente deportiva que se consulte. Es, sin duda, uno de los deportes que más venden y que más se consumen, desde los lugares más remotos hasta los lugares más acomodados, todos –sin excepción – son expertos, o se creen, en la materia. Pero algo incómodo se ha venido dando en el deporte de las patadas que esta poniendo en tela de juicio su vialidad.

Martín Santillán

Desde hace algunos años se ha dividido el torneo mexicano en dos secciones, uno llamado de apertura y otro de cierre, copiando la fórmula que se utiliza en Argentina, pero que en cierta forma le ha dado grandes dividendos a quienes manejan este negocio. A partir de ofertar en sus cadenas televisivas la exclusiva de determinados juegos, hasta la enajenación de la imagen de la selección nacional. Limitando y obligando a que los fanáticos se vean obligados a refugiarse en páginas de internet que ofrecen de manera gratuita esos partidos que son restringidos.

Están, como dice el dicho, matando a la gallina de huevos de oro. Los que manejan el negocio del futbol se notan muy confiados de que el aficionado promedio se preocupe por no poder ver a su equipo o que la selección nacional sea vetada de un mundial, cuando una persona sensata se ocupa más por sus necesidades de primera mano. Pero hay que ser honestos, al aficionado, al que paga su boleto para ir al estadio y desquitar sus frustraciones, le tiene sin preocupación que once gandules – con salarios que son humillantes para esos hinchas de los equipos nacionales – hagan su labor medianamente buena en cada temporada. El futbol dejó de ser divertido desde hace muchos años. Ahora los encargados de los espacios deportivos no azuzan a los aficionados con un posible veto de nuestra amadísima selección nacional en un mundial. Y es aquí en donde las consciencias del aficionado –que tenga algo de amor propio debe evaluar – si son verdades todas esas patrañas que nos quieren vender. Desde aquel comentarista deportivo que culpa al aficionado mexicano por el grito homofóbico, hasta la campaña más que gris, encabezada por una de las empresas dueñas del balón, donde pretenden que el aficionado se sienta culpable por dicho castigo. Pero ¿por qué tratar de culpar al aficionado - que apenas tiene para pagar su boleto en la sección más barata del estadio –y no asumir su responsabilidad que durante ellos mismos como medios han fomentado?

Esa empresa, que ahora se desgarra las vestiduras con su locurocete de voz grave y que inventa palabrejas, hasta aquel que se las daba de poetastro y que armaba lírica pedestre de un insípido partido de futbol y que se corta las venas ante la actitud retadora de la afición, quiere reeducar a quienes por años ha acostumbrado a darles televisión chatarra, desde la cosificación de la mujer (solo hay que ver sus espacios deportivos en donde muchas de las chicas que se presentan deben de estar en minifaldas, con ropa ceñida al cuerpo y deben tener una cara y cuerpo más que agradable), hasta la glorificación de jugadores mediocres (la insistencia de incluir jugadores mediocres o de dictar quién debe de incluir el DT encargado del equipo).

No es el momento de llamar a psicólogos o analistas, como ese que apareció en un noticiero a nivel nacional en donde hizo un análisis sicológico sobre la sique mexicana. Si realmente quieren que el aficionado “se porte bien en su negocio”, empiecen por lo elemental, dignifiquen los estadios, quiten la venta de alcohol en los estadios (no entiendo esa doble moralidad o la necedad de porque hay que alcoholizarse para divertirse), reduzcan la inmigración de jugadores extranjeros (muchas veces son puros petardos o troncos que vienen a hacerse ricos en México), obliguen a los equipos a tener fuerzas básicas reales, volteen a los campos de futbol llanero, que los entrenadores (algo que aseguran muchos jugadores) ya no pidan lana para alinear a “x” o “y” jugador, que exista un balance en los salarios y que como lo hace la NFL o la NBA tengan topes salariales, que exista un real sindicato de jugadores, que se castigue a aquel jugador que haga trampas (por que seguimos viendo en los juegos de futbol, el que no tranza no avanza) o que finja una lesión, que exista un balance en la transmisión de los partidos y que no se vuelva en exclusiva de determinada cadena de cable (solo que vean lo que pasó hace años en Italia), que los minutos de un juego se reduzcan, que sea un deporte más rápido, con menos pausas, más dinámico.

Es el momento que los porristas, como alguna vez uno de esos comentaristas les etiquetó, dejen de culpar al aficionado, que no busca otra cosa más que divertirse y desahogarse, que los patrioteros nos sigan metiendo en la cabeza que la selección nacional es parte del patrimonio del país, cuando en realidad el negocio es de un puñado de personas. Será, quizás, que ahora los dueños del balón quieran que la afición asista a los estadios vestidos de blanco y negro. O simplemente será una pantalla muy elaborada por los zares de la pelota para medir la capacidad de mancipación que tienen sobre sus lacayos. Nota final. Ya están aquellos quienes felicitan – por Twitter, Facebook, Instagram, WhatsApp, etcétera – a la selección mexicana por obtener una medalla de bronce, que huele a mediocridad y es un reflejo del conformismo que tiene la psique mexicana, que con el “ya ni modo” o “podría haber sido peor” nos conformamos. Y seguimos suspirando por un quinto partido, para glorificar a esos mediocres jugadorcetes que ganan millones a costa de nuestra ignorancia.

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