RIEN DE RIEN (2 folios)

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RIEN DE RIEN.

Je ne regrette rien...

La aguja gira tan lentamente sobre el vinilo que raya el disco un poco más. Despacio, el fantasma se acerca hasta el mapa clavado en la pared. Las yemas de sus dedos etéreos atraviesan el papel y rozan la pared teñida por el polvo y el tiempo. Apoya la frente sobre el mapa. Sonríe con amargura mientras intenta arañar el papel otra vez. No necesita mirar para saber que su frente descansa sobre Francia. Hace un patético esfuerzo de arrugar el papel y su piel atraviesa una vez más el mapa. Ni le bien qu’on m’a fait...

Sus hoyuelos dibujan una mueca. Su oído francés, ah, ojalá él hubiera podido desconectar del idioma como Alix. No lamento nada, susurra el gramófono. Ni el bien que me han hecho... Ésa era la pregunta del millón. Qué bien les habían hecho a ellos. Ni le mal...

Él, él, el único él que había tenido nunca, solía romper en carcajadas al llegar a esa parte, mientras Alain rodeaba sus rodillas con un suspiro y sacudía la cabeza. No vamos a acabar bien, le había advertido incontables veces a Alix, que tan sólo reía ante las estrofas ácidas. Y luego Alain le revolvía los rizos, Alix ya serio, horriblemente serio. Alain habría muerto por volver a ver ese semblante sereno. Francia, la patria prometida. Sus ojos inmateriales se detienen sobre el relieve, los únicos que pueden tocar el papel de alguna manera. Y Bretagne. Bretagne no era esa tierra idealizada. Bretagne habría sido realmente su Edén. En donde habrían vivido para siempre. Donde sus memorias habrían perdurado eternamente, como ellos. Un casquillo era todo lo que quedaba de Alix. Sus huesos cogían polvo en alguna parte que Alain desconocía por completo. Ya ni siquiera le preocupaba. ¿Y Bretagne? Bretagne se había convertido en el improvisado nirvana cuando las ráfagas de disparos y alguna que otra bomba rezagada estallaba en el horizonte, y aquel globo terráqueo tan viejo como la misma guerra había caído encima de los dos cuando estaban en pleno beso. Alain, receptor del golpe, había empezado a maldecir planeando cómo vengarse, pero para cuando decidió qué


hacer con aquella reliquia desgastada los ojos de Alix ya estaban totalmente enamorados. Se acabó, comprendió Alain sentándose junto a Alix sobre el sucio suelo. Conocía de sobra la fuerza del amor de esas pupilas oscuras. Después de todo, la guerra, la soledad, le habrían consumido mucho tiempo atrás si Alix no hubiera aparecido con esos ojos tan luminosos. «Es nuestro destino, Alain» le había dicho con aquella sonrisa que siempre le derretía el alma. Tout ça m’est bien égal.

Todo eso me da igual, y una mierda. El fantasma agradece para sí no poder llorar, odiaba las lágrimas empapando sus mejillas. Valiente mentira cantó la voz sobrehumana de aquella mujer. Nada daba igual. Alix y Bretagne, su dedo puesto exactamente sobre esa región del globo par hazard. Francia, en definitiva. Mientras ellos se encogían con los tiros resonando a diestra y siniestra, soñaban con salir del infierno bélico y volar lejos. Y todo se truncó por un paso en falso, y todos acabaron con un tiro. Bang. Fin de la guerra. El mundo siguió avanzando, la guerra acabó, el país sobrevivió. A Alain se le escapa un suspiro quedo entre los dedos. El mundo había sido dulce, por una vez Alain habría sido capaz de creer, durante una vida había saboreado el néctar de los dioses en forma de pupilas negras y chispeantes, y ahora el viento le había arrancado la risa de los oídos para siempre. Y siguieron soñando con volar lejos cuando lo único que el aire les traía eran balas. Siguieron creyendo, maldita sea, y lo único que habían conseguido había sido nada. Non, rien de rien.

Soñar un poco antes de precipitarse al vacío, creyendo que ese viento lograría hacerles volar, creer que algo podría ser eterno, que ellos podrían hacer eterno algo, aunque fueran sólo ellos mismos. Volar. Pues el viento debió arrancarles las alas.


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