cuento

Page 1

De repente, el profe miró su móvil y pronunció esas palabas que tan poco nos gustaba escuchar.

- Chicos, chicas, volvamos al colegio, que ya es casi la hora.

La verdad es que nos encantaba pasear por la vía pecuaria durante los recreos. Creo que era uno de los mejores momentos en el cole ya que nos permitía disfrutar del aire libre, la naturaleza, los animales que nos íbamos cruzando… Además, era la ocasión perfecta para poder hablar los unos con los otros fuera del colegio y así charlar sobre algo que no fuera la nota que habíamos sacado en naturales o si habíamos acabado el trabajo de plástica.

- Jo, Profe, hemos salido muy tarde – replicó Aitana. Eran casi las doce y nueve cuando estábamos saliendo así que todavía queda un rato.

Todos nosotros asentíamos con la esperanza de poder prolongar nuestro paseo.

- Sí, eso, eso – señalaba Sara Moitas mientras tiraba suavemente de la mano del profe para que siguiera caminando en dirección contraria al colegio. A ver, que no es que no queramos volver a clase es que necesitamos nuestro momento de relax para poder estudiar mejor a la vuelta.

Todos sabíamos que con estas artimañas únicamente retrasaríamos unos segundos la vuelta pero siempre lo intentábamos. Ainhoa ayudaba en esta tarea dando más razones para permanecer allí.

- Profe, ¿te acuerdas que la semana pasada llovió tres veces y no pudimos salir al patio? Pues si aplicamos las matemáticas calculamos que tres días multiplicado por treinta minutos de recreo salen 90 minutos, es decir, una hora y media. Así que nos debes un montón de tiempo de patio. No lo digo yo, lo dicen las matemáticas.

Todos echamos a reír, aunque muchos de nosotros, resignados, empezábamos a caminar de vuelta a clase. Como broma era gracioso hacerlo a diario y arañar unos segundos más de ocio. Ya casi era una tradición para nosotros intentar convencer al profe con mil excusas. Habíamos intentado todo. Desde cambiar todas las horas de nuestros relojes hasta esconder su móvil para evitar la siguiente clase pero todos nuestros intentos habían sido infructíferos. Sin embargo, ese día algo extraño sucedió.

- ¿No quieren volver a clase? – pronunció Víctor con voz suave y pausada – Vale.

Todos gritamos un sonoro ¡¡¡BIEEEEEN!!!!!! Unos saltábamos, otros corrían, algunos abrazaban al profe y cantaban pero todos mostrábamos una alegría desmedida.

Entre saltos, cánticos y celebración pude apreciar que alguien no era partícipe de esa fiesta. Adrián se encontraba parado frente al profe, mirándole con gesto más que pensativo. Era como si intentara leer su mente y saber lo que estaba pensando en ese momento. Varios compañeros se acercaban a él para abrazarlo y

jugar en este tiempo extra que se nos había concedido pero él seguía mirando fijamente al profe, quien se había percatado y también observaba a Adrián. Ambos se encontraban de frente, sin moverse, mirándose a los ojos como si aquello fuera un duelo de esos que salían en las películas de indios y vaqueros.

- No me gusta – comentó Adrián en medio de aquel bullicioAquí pasa algo.

Sabíamos que él era un chico muy inteligente y avispado por lo que inmediatamente todos dejamos de festejar y prestamos atención a sus palabras.

- ¿Cuántas veces nos ha funcionado esto de poner excusas para volver a clase? Ninguna. ¿No es sospechoso que haya dicho un “vale” de una forma tan seca? Y más aún, ¿no os parece extraño que acceda a quedarnos aquí mientras pone esa media sonrisa en su cara?

Empezamos a sospechar también que había alguna intención oculta por parte del profe, pero seguíamos sin saber cuál. Si alguien ajeno a la clase de 6ºE escuchara esta historia y la desconfianza hacia nuestro profesor pensaría muy mal sobre nosotros. Sin embargo, un curso lleno de trucos, engaños y bromas nos hacían sospechar de una forma bastante segura que esta situación podía tener un aspecto del que todavía no nos habíamos dado cuenta.

- ¡Ya lo tengo! – exclamó sobresaltado Adrián. Hoy es jueves y ahora tenemos Educación Física.

El profe ya no podía disimular su sonrisa y, como siempre, se hacía el tonto.

- ¿Ah, sí? No lo recordaba. Ya saben que estoy mayor y olvido cosas.

En ese preciso momento, Sara Moitas, que hace un minuto le alejaba amistosamente del colegio era ahora quien con poca delicadeza le empujaba para que acelerase el paso de vuelta a clase. Todos comenzamos el camino de vuelta con bastante ímpetu ya que no queríamos desaprovechar ni un segundo de nuestra clase de Educación Física.

Mientras tanto, Adrián era felicitado por sus compañeros. Él sabía que haber descifrado las intenciones del profe era como haber aprobado un examen y ello le alegraba y le hacía esbozar una sonrisa de satisfacción.

Con más prisa de lo habitual caminamos hacia el colegio. La profe Jennifer estaría más que contenta de ver la velocidad a la que acudíamos a su clase. Es más, ni siquiera necesitaríamos calentamiento ya que esa intensa caminata nos serviría de preparación y podríamos ir directos a hacer algún deporte o, lo que es mejor, juego libre.

Aunque a mi no se me daban nada bien los deportes, lo pasaba genial jugando con mis compañeros. Siempre me esforzaba al máximo y, por ello, no me importaba si mi equipo perdía o ganaba. La verdad es que, como siempre ------------------

Jadeando y con la frente llena de sudor llegamos a la puerta del colegio. El profe abrió la puerta y enfilamos la rampa que daba acceso al edificio principal. Debíamos darnos prisa ya que todos los cursos habían pasado a clase y no se veía a nadie en el patio. Justo antes de entrar, cesó todo el alboroto que había estado presente en nuestra pequeña “excursión”. A pesar de que nosotros estábamos bastante alterados y nerviosos, debíamos ser silenciosos ya que compartíamos pasillo con otros muchos alumnos que merecían tranquilidad durante sus clases.

De forma desordenada aunque sin hacer un ápice de ruido entramos en nuestra aula. Poco a poco nos fuimos sentando mientras el profe cogía sus cosas y salía apuradamente para dar clase a los alumnos de quinto curso. Preparamos nuestros neceseres para la clase mientras discutíamos qué juego elegiríamos si Jennifer nos pedía opinión.

- Yo creo que lo mejor es jugar a Relevos – señalaba Rocío mientras se ajustaba la coleta. Es lo que más emoción tiene.

- Pues yo prefiero jugar a Virus – replicaba Iván desde el fondo de la clase. Nos pasamos los recreos jugando a Relevos así que estaría bien cambiar un poco, ¿no?

Sin haberlo preparado, la clase quedó dividida en dos grupos en función del juego que preferían. Aunque al principio discutíamos de forma tranquila he de reconocer que con el paso de los minutos, la discusión se fue acalorando. No ayudó nada que Jennifer se retrasara tanto tiempo pues las voces y el escándalo siguieron creciendo. Yo sabía que era cuestión de tiempo que alguien viniera a regañarnos. Cualquiera de las profesoras de primer curso se percataría de tal escándalo y acudirían para poner algo de orden. Pero nadie vino.

Pasados diez minutos y ya estando cansados de discutir por semejante tontería sonó la puerta. El escándalo cesó por completo al comprobar que no era Jennifer la que había llegado sino el profe Víctor. Esto no podía ser bueno y todos lo sabíamos.

- Escúchenme, por favor. Su profesora de Educación Física no está, bueno, no ha venido o ha tenido que irse.

Por supuesto, la decepción en nuestras caras era más que evidente y ya nos disponíamos a sacar nuestra carpeta y hacer las tareas que Víctor nos pondría. Sin embargo, la sorpresa llegó de nuevo cuando explicó:

- A ver, pueden hablar entre ustedes o dibujar o lo que quieran, pero sin hacer demasiado ruido. Yo tengo que hacer unas llamadas.

Absolutamente todos nos quedamos extrañados ante tal situación. No era nada habitual que el profe no aprovechara la ausencia de

cualquier profesor para hacer alguna explicación o proponer algunas actividades. No obstante, no dijimos nada, por si acaso, claro.

Pasaban los minutos mientras nosotros conversábamos y Víctor permanecía atento a su teléfono. Desde la distancia pude comprobar que intentaba llamar a alguien, pero no lo conseguía.

Podía apreciarse la desesperación en sus gestos ya que llegué a contar hasta quince veces las que se acercó el teléfono a la oreja, pero no pronunció ni una sola palabra. Siempre hacía lo mismo.

Salía al pasillo, marcaba , miraba a izquierda y derecha y, a los pocos segundos, resoplaba y colgaba. Del mismo modo y con expresión contrariada se sentó en la mesa para utilizar el ordenador.

Carlos y Hugo se acercaron a Víctor mientras él seguía con la cabeza metida en el ordenador.

Carlos comentó:

Profe, ¿puedo ir al baño?

E inmediatamente Hugo añadió:

-¿Puedo ir a enfermería? Es que creo que me he hecho una herida durante el paseo.

Sin levantar lo más mínimo la vista del ordenador dijo:

- Sí, vayan…

No obstante, unas décimas de segundo después se levantó como una exhalación de su silla y corrió hacia Hugo y Carlos que aún no habían abandonado la clase:

-¡NOOOOOOOOOOOOO¡ ¡QUIETOS! – gritó mientras se dirigía hacia la puerta bloqueando el paso de los compañeros - No se puede salir. Es que están… están limpiando los baños.

- Profe, yo voy a Enfermería, para lo de la herida – replicó Hugo.

- También la están limpiando. Vuelvan a su mesa, por favor.

Se podía notar que la voz con la que pronunció estas palabras no era a la que estábamos acostumbrados. Víctor siempre usaba un tono grave, firme y seguro, pero ahora sonaba a todo menos a eso.

Con poca delicadeza empujaba a Hugo y Carlos para que volvieran a su sitio mientras él siguió insistentemente con el ordenador, móvil y asomándose al pasillo.

Así pasaron los minutos hasta que llegó la hora de la salida. Por suerte, algunos de nosotros teníamos reloj y nos habíamos percatado de que era la hora de irse a casa. María tomó la iniciativa y llamó la atención del Víctor.

- Profe… Profe

- Lo siento, no se puede salir – contestó él.

- No, no es eso. Ya son casi las dos – dijo María mientras señalaba su reloj. Son exactamente las dos menos nueve minutos.

- Eh…, si, claro. Un momento, por favor. Voy a ver si han venido sus padres y madres.

Víctor salió de la clase mientras todos aprovechábamos para recoger nuestras cosas. Yo tenía muchísimas ganas de irme a casa ya que había sido un día más que extraño y, dicho sea de paso, bastante improductivo.

Varios minutos después el profe seguía sin volver y uno tras otro nuestros relojes pitaban señalando la llegada de las dos en punto. La impaciencia se empezaba a apoderar de nosotros e Izan, que se encontraba en el sitio más cercano a la puerta decidió asomarse.

- ¿Viene ya o no? – preguntaba Joaquín a Izan mientras este seguía observando el pasillo.

- Lo mismo están pasando los chicos y chicas de primero y por eso tarda tanto – dijo Irene. Ya sabéis que siempre vamos detrás de ellos.

- Seguro que está preparando unas fichas para casa porque hoy no hemos hecho casi nada – sugirió Laura Rodríguez.

Izan dejó de asomarse a la puerta y con gesto serio exclamó.

- Pues yo creo que no va a ser ninguna de las dos. No está fotocopiando nada porque está mirando por la cristalera y no está esperando a los de primero porque no hay nadie en el pasillo. ¡Callad!

Nada, ni un ruido. Ni alumnos, ni profes, ni padres… no se oía nada

En ese preciso momento todos caímos en la cuenta de que no habíamos oído ni un solo ruido de ninguna clase desde que llegamos del paseo. Ni un grito, ni nadie acudiendo al baño, nadie había traído el termómetro a nuestra clase… ¿Cómo podía ser aquello? ¿Tan silenciosos se habían vuelto de la noche a la mañana?

Gracias a aquel silencio tan misterioso fue posible escuchar las pisadas de Víctor, que se acercaba a clase desde el otro extremo del edificio. Jamás habíamos oído el sonido de sus pasos a una distancia tan gran grande lo cual no hacía, sino que mostraramos un gran interés por todo lo que estaba sucediendo.

Víctor entró en clase. Con una mirada baja, evitando el contacto visual, voz entrecortada e incluso un pequeño temblor en las manos nos dijo:

- Vamos a esperar un poco porque parece que todavía no han llegado.

Nadie hizo el más mínimo movimiento. Los veinticuatro alumnos nos quedamos mirándolo con gesto frío y distante. Probablemente cuando alzó la vista y vio que todos lo observábamos con cara de pocos amigos y cruzados de brazos se percató de que su mentira acababa ahí.

En medio de ese silencio tan incómodo Paula se levantó de su silla y alzó la voz:

- ¿Nos vas a contar qué pasa?

La cara de Paula era un poema. Jamás la habíamos visto así, con esa voz tan enérgica y pidiendo explicaciones tan bruscamente. Ella seguía en pie, esperando una respuesta del profe que no llegaba.

Ante el silencio del profe, Paula volvió a elevar la voz pero, esta vez, con mucha más fuerza y vigor.

- ¡Ya está bien de tratarnos como críos y ocultarnos la verdad!

He de reconocer que ese momento Paula me dio un poco de miedo, pero la verdad es que tal situación merecía medidas drásticas.

Consciente de que era imposible alargar más la mentira, Víctor confesó con voz débil y tartamudeando.

- Ni-ni-ni…ningún padre ni madre ha venido.

Tampoco hay na-na-nadie en los despachos.

Todos los alumnos y alumnas del centro, así como los profesores han- han-han desaparecido.

Sus palabras cayeron como un jarro de agua fría como nuestras cabezas. Estábamos un poco desconcertados ante esa información. Realmente no podíamos saber qué había pasado con los demás alumnos y profesores, pero sabíamos que si nuestros, padres, madres, abuelos y tías no habían venido a por nosotros es que algo grave había pasado.

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.