202 TRANSITANDO HUELLAS · EL RASTRO DE LA HUELLA EN EL TIEMPO
—Fede…, que inoficiosos son estos asientos baldíos. Son las fauces aletargadas de una inmensa bestia que ha quedado sorda a punta de aplausos suspendidos en el tiempo. Qué desolación siento cuando el telón ha caído, y más desolación aún cuando me quito la máscara para matar al personaje que deberá renacer en otra noche de cartelera. Arrancharse de la fantasía duele, y duele más la arrolladora realidad que, sin modales, ocupa tiránica mi alma fragmentada.
De improviso, deja su divagar.
— Ya sé, ya sé… En el clavo, en la pared detrás de la pata del fondo.
En tanto se dirige hacia su meta, dice convencida: —Aquí tienen que estar las llaves pendejas.
No, no las encuentra. Regresa cabizbaja… vencida.
—No puede ser, mierda, estoy harta de buscar
las llaves por horas. Federico eres una mierda. Bueno, Federico, al toro por los cuernos, reza el dicho popular. No busco más. Dormiré aquí. Va por unos vestuarios. Los acarrea hasta el escenario. Hace un montón con ellos. Se acuesta y se cubre como puede. Entra en un largo silencio. Con un quebradizo metal de voz, casi infantil, vuelve a su espectral confidente. —Federico, ninguna persona del público, de esta noche de ovaciones, podría imaginarme en una situación tan ridícula y desgraciada. Qué absurdo — ríe—. No volverían a pagar una entrada para verme… Y yo te echo la culpa a ti, cuando bien sé, que no sé ni dónde tengo la cabeza. A mí, este oficio sobre estas tablas es el que me ha robado el juicio. ¿Sabes lo que es prestar tu cuerpo para que sea ocupado por otro? Eso es lo que hacen los personajes, te ocupan, se apoderan de ti. Y, claro, a ellos no les importa un rábano tu vida cotidiana, y menos detalles, como dónde dejaste las llaves. Te comen el seso. Y tú permites que lo hagan. Y sabes, por qué lo permites, querido Federico…, porque nada es más importante, ni las putas llaves.