Transitando Huellas 2020

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Cuando se graduó, había una opción de la misma universidad que permitía a los estudiantes quedarse a trabajar, en aras de entrenarse profesionalmente y llegar a sus países de origen con más entrenamiento. Fue así como Paula pudo hacer prácticas profesionales en empresas grandes. Esos fueron trabajos claves para su carrera donde adquirió bastante experiencia. De todas formas decidió volver a Quito; sentía que el Ecuador de los 80, a diferencia de Nueva York, donde lo que le esperaba en una vida económicamente estable pero quizá más rutinaria (del subte al trabajo, del trabajo a la casa) era un territorio en el que todo podía suceder. Cuando volvió al Ecuador tenía alrededor de 23 años. Volver fue también chocarse con la realidad de que en nuestro país no existía el mundo del Diseño Gráfico, los que solían hacer ese trabajo hasta los 80, me cuenta ella, eran los arquitectos o los publicistas. Entonces había que empezar de cero. Juan Lorenzo, que había regresado un poco antes que ella, se había adelantado. Había abierto ya “Azuca”, quizá el primer estudio de Diseño Gráfico en Quito, donde Paula se convirtió en su principal partner. Ser los precursores en esta área, traía, por supuesto, sus ventajas, siempre tenían un montón de trabajo. Pero Paula necesitaba algo más, un lugar para jugar, para hacer lo que ella realmente quería hacer. Alquiló un espacio al que no llamaba “taller” porque quizá ni siquiera ella misma estaba consciente de que lo era. Ella solo sabía que necesitaba un espacio propio, donde experimentar. “Quería jugar y hacer lo que yo quiero, porque no me están dejando hacer lo que quiero en la mañana”, dice riendo. Dividió su tiempo. La mitad del día lo pasaba en la oficina, y la otra mitad en su taller, haciendo experimentos, sobre todo con grabado. En el arte, ella no tuvo un solo maestro ni institución. Aprendía viendo lo que hacían sus colegas con los que compartía el taller, que se llamaba Grafika, con k, y cuyo propietario era el artista Carlos Rosero. Al taller siempre estaban llegando disntintos artistas, como Luciano Mogollón, o Hernán Cueva, recuerda Paula. Era un ambiente bohemio de experimentos, creaciones y fiestas. Al estar inmersa ahí, Paula aprendió viendo a estos “maestros de la grafika”, como los llama ella. No eran clases, solo los observaba, los veía trabajar y luego experimentaba sola en su taller. Este primer acercamiento al grabado, muy desde la inocencia, le trajo, por un lado,


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