Mariella y Marina: Las huellas que el mar nunca pudo borrar

Mariella y Marina

Las huellas que el mar nunca pudo borrar Por: Gonzalo Portilla

Con mucho cariĂąo para Mariella, mi madre.

En memoria de nuestra querida mamaina, Marina Arana.

Dicen que la inmortalidad solo es alcanzada por divinidades.

Que el hombre nunca podrá palpar tal dicha de la eterna existencia. Pero hay quienes no creen en límites de los seres humanos.

Siempre habrá algo más, no importa cuál haya sido la vida que uno pudo llevar.

Hay un después.

Es por la calidez del recuerdo de su madre, Marina, que muchas personas pueden superar su día a día.

Una calidez nostálgica, llevada por su hija menor Mariella o “pericote” para todos sus hermanos.

Los recuerdos de las palabras de aliento son las que dan la fuerza suficiente para dar el siguiente paso. Pasos que al parecer se dan más lentos con el tiempo. Los años. Aún más alejados de aquella fecha cuando el mundo se detuvo unos momentos, una madrugada en Chorrillos. Sigue haciendo falta en muchos corazones.

Mucho es el esfuerzo que Mariella da en sus tiempos de trabajo. A pesar de tener mucha carga en su mochila, su pasado y sus sentimientos, es capaz de poder seguir adelante siempre con un cĂĄlido beso al cielo. Que nunca la ha dejado sola en ningĂşn momento.

Siempre presente en el alma de su hija, Marina la acompaña en todas sus luchas. Más aún en los momentos delicados que Mariella tiene de salud; episodios delicados que pueden ser agotadores.

Las medicinas nunca han sido placenteras.

Pero es en el alma y corazón de Mariella donde podemos ver a su madre reflejada con mucho cariño.

El anillo que era de Marina pasó para Mariella. Un acero inoxidable, como el coraje de la matriarca de los Fernández Arana. Una mujer recordada y admirada por su cariño y trato con los demás. Por haber criado a cinco hijos por su cuenta. Vecina, amiga, madre, abuela y bisabuela. Más, si nos ponemos específicos.

Una fuerza que podía solemnemente mover montañas. Es cierto que Marina dejó en sus seres queridos una semilla de esperanza y fortaleza, siempre pintada con un aura divina.

Las sonrisas en tiempos de tempestad, una de las mejores herencias que una chalaca le pudo dejar a su hija menor. A su descendencia más joven, ahora madre de familia, que siempre se prepara su café con aquella cucharita que alguna vez le perteneció a otra gran mujer.

La lucha aún sigue. El tiempo, indiferente, sigue pasando para ella y para todos. Aún así es que logra transmitir esa fuerza a través de la sonrisa y carcajadas. Nunca los días más hundidos en la orbe pudieron opacar aquella alma siempre joven.

Una herencia digna. Sigue en las generaciones y Mariella es la prueba viva de ello.