Fósforo númerodos

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FÓSFORO Del latín phosphŏrus (lucero del alba) y del griego φωσφόρος —phōsphóros— (portador de luz)

1. m. Elemento químico de núm. atóm. 15, muy abundante en la corteza terrestre, de gran importancia biológica, constituyente de huesos, dientes y tejidos vivos, que se usan en pirotecnia y en la fabricación de cerillas, fertilizantes agrícolas y detergentes. (Símbolo P). 2. m. Trozo de cerilla, madera o cartón, con cabeza de fósforo y un cuerpo oxidante, que sirve para encender fuego. 3. m. Lucero (planeta Venus). 4. Revista literaria. Quémese en caso de emergencia.


Director general: Cerillo rojo Director editorial: Cerillo verde Cuidado editorial: Cerillo amarillo Diseño editorial: Cerillo azul

FÓSFORO

Consejo consultivo: La caja de cerillos Consejo editorial: Rebeca Favila Montana Luis Fernando Rangel Johana Rascón José Arturo Santillanes Portada: Alejandra Torres | Combustión espontánea Ilustraciones en interiores: Alejandra Torres Sing Wan Chong Li Juan Ramón Flores Fósforo. Literatura en breve. Año cero, número dos, octubre-diciembre de 2020. Es una publicación trimestral editada por cuatro fósforos y una caja de cerillos. Contacto: fosforocuu@ gmail.com. Este número se terminó de imprimir en Chihuahua, Chihuahua, México, en el mes de diciembre de 2020 con un tiraje de 100 ejemplares. El diseño estuvo a cargo de Sangre ediciones. La impresión se realizó en los talleres de Editorial Laripse. Los textos y obras son responsabilidad de sus autores y las opiniones expresadas por ellos no necesariamente reflejan la postura de los editores de la publicación. Queda estrictamente prohibido no disfrutar. La literatura y las ideas son libres: comparte, pero da crédito. ¡Que corra la voz! ¡Que ardan los fósforos! #LiteraturaQueArde


CONTENIDO 7 8

Poesía

Los dientes tienen memoria Pilar Sanjurjo Murujosa Instante Eduardo Paredes Ocampo

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La misma casa, en la misma posición Mariana Villaseñor

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Rarámuri Jazmín Cano

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jr Ricardo Rascón

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Despedida Daniela Jiménez

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Un arco de luz en el cajón Guillotina Hernández

Narrativa 25 Verano

Jessica “Rabit” Muñoz

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Temporalidad Juan Antonio González Díaz

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Olvidaron quitarme el reloj Cristina Arreola Márquez

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Josefina y sus fantasmas Feliciano Castruita Fierro (Osmar Isay Urías Flores)

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La gente Dulce Denisse Gutiérrez Arrieta

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Tratado de la observación informal del cielo Leopoldo Orozco

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Vanidad Juan Antonio González Díaz

Ideas


Editorial Se ha encendido el tercer fósforo y con eso hemos llegado a nuestro número dos, lo cual nos llena de alegría y nos motiva a seguir robando el fuego del olimpo. Con este segundo número celebramos el final del año y la llegada de cosas nuevas. Son tiempos complicados y ante la penumbra que cubre el panorama y nos llena de incertidumbre, nos queda la literatura y los lazos de amistad y apoyo que se forjan a través de ella. Por eso esperamos que estos textos sirvan para calentar el corazón y para encender ideas. Finalmente sólo nos queda decir que este incendio cada vez es más grande gracias a nuestros lectores y nuestros autores. ¡Un abrazo cálido para calmar el frío y que disfruten este número!

Era una barricada la cuarta pared | Alejandra Torres


poesĂ­a al fondo a la derecha


Los dientes tienen memoria Pilar Sanjurjo Murujosa

Combustiรณn espontรกnea (detalle) | Alejandra Torres

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moscas carroñeras giran en círculos esperando las sobras detrás de la vidriera del mostrador cortes de carne sin memoria me eriza la piel el frío que renueva la muerte y el hedor de la sangre amontonándose siento un latido veo algo levantarse entre la carne picada un Monstruo necesitadx de piel le arrebata a los perros los huesos que relamen entre gruñidos me devuelve una mirada cruda supura piedad y me desploma *

Socióloga, trabajadora de la educación y poeta. Fue editada en las antologías poéticas Algo tengo para decir (Piloto de Tormenta editorial, 2020) y Resistencias (Yzur editorial, 2020). Recientemente participó del podcast “Lo animal es político” antología antiespecista editada por Ni groupies ni musas. Es fundadora del fanzine digital zine futuro y colabora activamente en revistas literarias de diversos países desde 2018. Sube su material a https://www. instagram.com/pecesoxidados/

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Instante

Eduardo Paredes Ocampo

Instante que como un insecto prehistórico dentro de una perlita de ámbar se almacena: un zumbido inesperadamente vuelto emblema de la perpetuidad. Lo veo envuelto en una luz de ocaso —tinte con que lo nimio, ausente, se engalana—, petrificado en la pose que antecede al vuelo: todavía libre del aire que impone rumbos alejados del solaz y del capricho de su propio aleteo. Ahí, donde ni el azar ni la decisión al ser 8


gobiernan, momentáneamente acontecimos y esa fugacidad, rebelde contra un tiempo sepulturero, con la sangre de oro de un árbol, se eternizó. Único remanente de un ayer eclipsado por el desastre, la prueba más mínima —un mosquito jurásico, ese, dentro del catálogo de besos más o menos memorables— de que el pasado existió.

el tiempo vuela, como los mosquitos Estudió letras en la unam y actualmente cursa un doctorado de literatura en la Universidad de Oxford. Ha publicado poemas, ensayos y cuentos en diversas revistas nacionales e internacionales. Es editor de la revista Romulus en el Reino Unido. También ha dirigido teatro.

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todo en el mismo lugar 10


La misma casa, en la misma posición

Mariana Villaseñor

La misma casa, en la misma posición, todo en el mismo lugar. Jamás he cambiado nada; sé que a ti te gusta que todo tenga su lugar. Pero espero con ansias que algo extraordinario pase. Un demonio que lo posea todo, que abra las puertas y se siente en la orilla de la cama. Nos observe dormir por las noches; aburrido, lave los trastes de la cena, traslade nuestros cuerpos sonámbulos por los dos cuartos que llamamos casa y despertar en el patio junto a los orines de nuestras perras. Un demonio que me mire llorar a las tres de la madrugada frente a un monitor, intentando resolver algo que puedo hacer por la mañana. Un demonio que me bese la frente y me diga “lo estás haciendo excelente”.

Licenciada en Letras Españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la uach. Ha publicado en revistas como Morbífica y Metamorfosis y en antologías digitales Lescuento colectivo las Juanas, Asociación Civil Codise, Mukí Raícharia y en el colectivo Facsímil Cultura. Participó en el Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea en 2017. Actualmente es docente del cecyte 18 Aldama, impartiendo materias como lógica, lectura y redacción y club de teatro.

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Rarámuri Jazmín Cano

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Rarámuri en un sentido más amplio quiere decir Erika Pe. Be. de dos años cuerpo carcomido por la fauna del páramo. Ceremonias para alejar el mal, a la sociedad mestiza. Ahuyentar la tristeza de ver su cuerpo sin extremidades y desnudo refugiándose a siete kilómetros de los bordes de su casa, la casa que no recuerda y a la que no supo regresar. La cosmovisión de su pueblo intacta. A siete kilómetros de la ceremonia astral, el rito de la fecundidad. En un sentido más amplio quiere decir presa del juego en el que fue olvidada. Y se quedó ahí asimétrica entre las sociedades y el baldío. Como una herida sin costra ardía por la lluvia del sol. Ella es de hoy y de otros que fueron obligados a rebelarse ante la vida con alas en la espalda. En 2018 publicó Miedo (Sangre ediciones), su primera plaquette. Ha publicado en El Axiolote, Monolito, Revista Ariwá, Grotexto, Metamorfosis, entre otras revistas más. Ha aparecido en las antologías Fuga de abismos, Escrituras contra el poder, Estos últimos años en Ciudad Juárez y Allá donde encontramos lo perdido. Junto a César Graciano inició el proyecto Anverso Editores en el 2018. De esa fecha a la actualidad han publicado seis plaquettes de poesía: Miedo, Arquetipos, Blu, Aridoamerican Standoff, El día que Art Barkley murió y Holódromo como parte de la colección Museo Vivo.

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jr Un hijo no debería morir antes que su madre. Un hijo no debería presenciar cómo su madre ha perdido un hijo. Una madre no debería ver cómo es enterrado el fruto de su noble fertilidad. Una hermana no debería desahogarse ante la nada porque la nada no le va a responder. Así como Diosito, está callado. Escribí un poema inspirado en los de Sabines, me dijeron que no entendía la poesía, escribí otro con palabras elocuentes y me dijeron mamón. ¿De qué forma puedo honrar tu memoria, hermano mío, si no he aprendido a hacer buenos poemas? Tu alma errante merece cuando menos un buen poema. Volviendo con Dios. Dame consuelo, santo titán que reside en la nada. ¿No puedes, verdad? El mundo está lleno de granujas que no saben apreciar la vida, me incluyo entre ellos. El mundo está repleto de gente orando por un mejor porvenir, se han dado cuenta que mañana no hay futuro. Yo deseo con fiero ahínco que los machos y las hembras de esta tierra queden estériles para que no les toque velar a los hijos que alguna vez amamantaron con esperanza y consuelo. Una madre da consuelo, Dios en cambio se lo quita. Hermano mío, mío por ser de mi sangre, de mi crecimiento, vicios y necedades. 14


Ricardo Rascón No creo en el alma. Ni en Dios. Ni en el cielo. Ni en el purgatorio. Ni en la redención de los pecados. Ni en el infierno. Ni en la resurrección. Ni en los adioses. En fin, no creo en nada pero realmente espero o siquiera quiero creer que tu santísima anima va a descansar por fin de esta peste, del estar atado al dinero, del dolor y de las lágrimas que hoy emanan tu nombre para grabarlo en la inmortalidad del silencio. Anastasio. El tacho. Junior. Pata de perro incansable. Que estos versos tuyos vuelen lejos de mí y lleven consigo el recuerdo de que alguna vez existió en un rancho que fingía ser ciudad una madre que perdió a su primogénito.

Actualmente estudia Teatro en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Participó en la antología de poesía No haremos obra perdurable (Sangre ediciones y Secretaría de Cultura de Chihuahua, 2019). Participó en el montaje universitario “Leonardo Dawson, detective privado”. La dramaturgia es su área favorita del teatro.

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el cรกncer

menguรณ todos los cuartos

de la casa

el cรกncer

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Despedida

Daniela Jiménez para K.

A veces, la muerte llama a nuestra puerta y se cuela en forma de cáncer —o de tristeza—. Y tú no sabes ¿quién lo sabe? qué debe hacer una paciente terminal o aquel que ama a una paciente terminal. Le miras a diario y sonríes, que no sepa que el cáncer menguó todos los cuartos de la casa. Le sonríes a la muerte, que no se burle en tu cara, pero respiras la vida que se escapa por las rendijas de la ventana que daba al patio. La que ahora da a la funeraria. Y miras que la vida no es nada, que fluye en la corriente del aire acondicionado. Sientes miedo, no sabes si es por ella o por ti misma. Entonces te adelantas, acompañas su duelo, ya habrá tiempo de vivir el propio. Dejas ir las horas, esperas el momento. Entonces lo sabes: su luz se habrá apagado, la tuya se habrá oscurecido. Licenciada en Letras Españolas por la uach y estudiante de la Maestría en Gestión Cultural en la Universidad Iberoamericana de Puebla. Ha desempeñado distintos roles dentro del periodismo y la comunicación en el sector público y privado. Ha publicado cuento, ensayo y poesía en revistas y compilaciones como Cuentos de Chihuahua (2015), Desértica (2016), Los cuentos de Ozzy (2018) y Teresa Magazine (2020).

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Un arco de luz en el cajón Germinan los hijos de la soldadura, dan brincos centelleantes —se asoman— por los cristales del taller. Inundan la calle noctámbula de relámpagos helados / la maquina zumba telequinéticamente —viene en círculos— a ensamblarse en nuestros sistemas nerviosos. He visto su voz y su canto / auspiciado por cíclopes de aceite —gargantas dilatadas— unísono de cantos guturales como botellas de vidrio reventadas. Es el taller mecánico donde fabrican mujeres de hojalata y antenas mudas —y sabor a fierro en polvo— donde Erla Zlok fue concebida. Erla Zlok Erla Zlok, la mujer del porche de madera —reposa en la otra frontera del yonque—. Un calibre .22 le dio una quinta extremidad —apoya los talones desnudos en las tablas—. Una mecedora de acero —siempre— para llevarle la contra al viento de las fundidoras. Su casa es un enclave —a los pies del lago Birsha— erguida sobre un mar de hojalata. —Esa aldea que he visto y no he visto— infestada de sombras vagas, de noches pandémicas que atragantaron la luz. La he visto y no la he visto —hemos inventado las luces, son bombillas que irradian desde nuestras frentes, las fachadas de las casas, cascadas de pintura que nacen de la saliva comunitaria—. A veces viene una luna de visita al estanque, una luna opaca y hepatítica a punto de caer desmayada. Erla Zlok tiene la respuesta en su calibre .22, quiere asesinar esa luna de un balazo / que caiga una lluvia de piedras sobre el Birsha / que el agua se adueñe de los brillos y todo el yonque revenda rocas lunares en los mercados de pulgas del este. Yo conozco de breves anécdotas —de libros antiguos que exigen 600 tiros para derribar una luna—. —Tienes buena puntería Erla Zlok —. Derriba una estrella fugaz / todo el yonque compartiría una mina de brillantina, para maquillarnos ojos y

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Guillotina Hernández labios / como linternas personales, como luz propia. La noche se alarga como un gigante de sudadera abrazando el planeta —con los brazos extendidos hasta el temblor muscular—. Y siguen los recién concebidos por la soldadura —notas de piano en una bodega cerrada— nacen para dar un salto / verse a si mismos en la ventana y morir en la caída —apagarse en humo besuqueado por los infinitos—. —Tal vez —ahí esté la respuesta. O en Erla Zlok, lista para colmar el silencio con un tronido punzocortante. O en el lago Birsha, plano y estático como un filo de navaja — ansioso por partir la tierra en dos / domado a riendas por Erla Zlok con los labios de plata, con los talones tibios y grises, con incienso de luciérnaga en coma /con el rifle al piso de abajo a arriba, como un cohete listo para el despegue. O en mi en cuclillas sobre la tierra incolora del yonque —con el cuerpo de ligas en total tensión—. Esperando una lluvia de estrellas —algo— que irrite con furia las corneas / y pueda devolver con deseo mi torso a las arenas movedizas.

Guillotina Hernández (A.K.A. Kachi Porra o José Manuel Bonilla) es un mal lector. Distraído. Disperso. Alcohólico. Basura mexicana. Aficionado a música que nadie conoce, a hacer collages con recortes, a algunos lugares, algunas películas y a escribir de repente cuando se disciplina. Escribe dramaturgia, narrativa y poesía. Cuenta con obras como Este título fue acribillado (montaje por Hybris Teatro en 2014), Caseta de seguridad (adaptado en el 1er. Rally escénico de Nora Lab.) y textos suyos aparecen las antologías Aún queda la noche (Sangre ediciones, 2019) del VII Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes Jesús Gardea, Estos últimos años en Ciudad Juárez (Brown Buffalo Press, 2020), Los Excéntricos (Lapicero Rojo, 2020). Su libro La Carne Molida en Centros comerciales se encuentra en proceso de edición por Anverso Editores. Es miembro del colectivo La Cloaca Literaria, enfocado a crear lecturas públicas y espontáneas, así como el diseño de un fanzine homónimo. Entre sus frases célebres están “Esta semana no voy a pistear” y “Hoy me pondré a leer y escribir”.

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Escribe aquĂ­ tu poema, tus ideas o tus cuentos

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Y mándanos tu poema y tus ideas a nuestras redes sociales para compartirlo con los demás y para que tú lo compartas en tus redes y nos etiquetes.

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cuรกntos cuentos cuentan


Jardín

en las buenas y las malas Egresada de la Licenciatura en Lengua Inglesa por la Facultad de Filosofía y Letras de la uach. Se desempeña como intérprete médico y autodidacta. Ha publicado de manera independiente los fanzines Muñeca de oro y otros relatos, Mariposas en el estómago, Miss Moloko y The Fifth Nail bajo la ideología DIY usando la técnica de collage. Ha sido publicada en revistas como Metamorfosis y Meraki. Forma parte de las antologías Selfie Poética, a cargo de la poeta Zel Cabrera; Atrozlogía y Poesía sonidera, a cargo del colectivo “Poesía Norteña”, en donde participó en diversos slams de poesía. Es creadora del cabaret alternativo “Teatro Macabro” en el que participa como organizadora, promotora cultural y performer de burlesque. Actualmente forma parte del grupo de Poetas “Cíbola”.

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Jessica “Rabit” Muñoz

Eran las tres: hora del té en el jardín. Fue ella quien decidió que así fuera. Le gustaba ir a leer a esa hora pues no necesitaba luz. Además, había trabajado duro en hacer de ése espacio vacío un hermoso edén. Trabajó desde las sillas hasta los botones morados y rosáceos de sus hortensias. Estaba fresco a pesar del tiempo. Él no quería hacer nada, pero quería todo. Comenzó a enfermar y para no estar encerrado en casa su mujer hizo un jardín de ensueño. Era necesario salir desde que él se había imposibilitado a la silla de ruedas. Ahí estaban los dos. Él, postrado tomando su taza de té bajo la mata de belladonas y adelfas. Ella, leyendo un libro sobre botánica. Lo pidió en la biblioteca. Son increíbles las cosas que uno puede encontrar en la biblioteca, sólo buscándolas dijo ella mientras le servía una segunda taza de té. Él comenzó a toser. Las flemas se escuchaban en su garganta. Ella dejó su asiento y el libro para ayudarle a sacarlas. Frustrado, le pidió lo dejara ir al baño a arreglárselas por sí mismo. Ya era demasiada carga estar en la silla. Se habían casado en agosto hace dos años. En las buenas y en las malas pensó ella mientras lo vio alejarse. Tomó el libro de nuevo y una de las belladonas maduras. La miró de cerca y la exprimió en el té. Es increíble lo que uno puede aprender en la biblioteca sólo con buscarlo. Páginas llenas de ponzoña, tan simple como conseguir un recetario de cocina. Llegó él y bebió la segunda taza de té mientras ella continuaba su lectura sobre botánica. Al final, ¿acaso era su culpa tener en casa el veneno que adorna jardines y carreteras?

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Temporalidad Juan Antonio González Díaz

El hombre trabajó toda su vida en una cantera. Un día, mientras picaba piedras, todos lo vieron incendiarse de la nada. Su cuerpo quedó calcinado en segundos. —Combustión espontánea—gritaron. Al otro lado de la luz que lo desintegró se veía un sol negro. A miles de kilómetros alguien bajó la lupa y dijo: —Es una caries muy pequeña. Nada grave. Tendrá que lavarse los dientes más seguido. El segundo diluvio universal se documentó en aquellos días.

Narrador, poeta y crítico literario. Ha publicado el libro de aforismos Astillas del carácter (2013), los poemarios Humano fragmentado (2015), Voz del cadáver (2016) e Instantes en la mente de nadie (2017). Sus cuentos, poemas y análisis narrativos han sido publicados en varios medios nacionales y extrajeros como Nocturnario, Revarena, SinFín, Los Heraldos Negros, Nido de Poesía, El Narratorio (Argentina), Letramía, Monolito, Pirocromo (Revista de la Universidad Autónoma de Aguascalientes), La Santa Crítica, Pretextos Literarios por Escrito, Revista Miseria, Revista Los Demonios y los Días, Revista Purgante, Revista Buenos Relatos (Barcelona).

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Cristina Arreola Márquez Olvidaron quitarme el reloj Olvidaron quitarme el reloj. A decir verdad, no sé si es producto de un descuido o parte de la tortura que decidieron ejercer sobre mí. Cada que veo la muñeca sé el tiempo exacto que ha transcurrido desde la llegada del último hombre a la habitación. En total han pasado 6:00 horas desde que me encontré con esa camioneta frente a mí, lo sé perfectamente pues por azares del destino había tenido que regresar a mi casa para recoger el termo de café que olvidé en la mesa, y justo cuando el semáforo peatonal cambió a rojo volteé al reloj, eran 8:39 de la mañana, 19 minutos más tarde de lo habitual. De inmediato me apresuré a hacer el cálculo mental: 5 minutos trotando rumbo a la entrada del Metro, 3 minutos en lo que pasa el tren, 15 minutos con todo y el trasbordo —eso considerando que todas las personas se alinearan y me permitieran correr a un costado—; sin duda lo lograría, un par de minutos después de la hora de entrada se le perdonan a cualquiera. Bueno, si es que no ha llegado la compañera “Fijis”, su apodo lo adquirió por fisgona, pues está al pendiente de todo lo habido y por haber en la oficina, que si Marcos usó la misma playera dos días seguidos, que si a Mabel se le nota el rímel de tianguis, que si ya van dos semanas que no llego a mi hora. En ese calcular de segundos me encontró la muerte: esta muerte que no termina de llegar. Intento recordar a detalle, pero sólo vienen a mí fotografías en serie y cámara lenta: una camioneta oscura, quizá gris; dos sujetos con lentes negros, uno más al frente, echándoles aguas; la fila de coches con el claxon oprimido hasta el fondo; una mano sucia, con olor a gasolina, obstaculizando el grito; dos brazos elevando mis piernas y sumiéndolas en la oscuridad de la cajuela; un golpe. Silencio. Luego desperté aquí, atada a las cuatro esquinas de la cama, con el rostro viendo a la luz intensa del techo que se mueve, da vueltas, hace círculos en el aire, parpadea. Al lado izquierdo está mi reloj con sus manecillas afilando el

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antebrazo, midiendo los segundos que dura ese último resoplo de placer. Tengo frío. Me pregunto si alguien ha intentado llamar a mi celular, si mi celular sigue intacto y si tiene activo el GPS. Espero que mi mamá no me haya enviado algún mensaje, deseo evitarle preocupaciones. Será la primera vez en meses que no respondo el Salmo que manda mi papá cada mañana. No recuerdo si mis gatitas tienen suficiente agua, qué pasará si no logro regresar hoy. Cada vez hace más frío. Percibo que algo destila desde el ombligo. Ya no siento miedo, ahora es agonía. El reloj se opaca, pierde el sentido numérico, se disuelve. Trina el segundero y deja un eco espeso sobre mi sien. Una nueva voz se instala entre mis piernas. “Está recién traída”, alcanzo a escuchar al otro lado de la puerta. 8:15 horas: la muerte todavía no llega.

Maestra en Estudios de Literatura Mexicana (UdG) y Licenciada en Letras Hispanoamericanas (UdeC). Se ha desempeñado en docencia, periodismo, edición y corrección de estilo, en la promoción cultural y en el desarrollo curricular. Ha sido ponente en diversos encuentros de literatura. Su obra aparece en antologías, revistas y suplementos culturales. Es editora de la revista Monolito y la editorial Capítulo siete. Autora de Nínive (2010), Navajas de sal (2017) y Samael (2018).

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¿qué esperas?

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Josefina y sus fantasmas Feliciano Castruira Fierro

No se sabe muy bien si lo de los sueños premonitorios tuvieron algo que ver con los cuartos que, según la leyenda, aparecían todas las madrugadas en la casa de Josefina. Porque es bien sabido que Josefina los fabricaba entre sueños para ocultarse de los fantasmas cuando estos la persiguieran. Y ahí tenías a la pobre pasita de Josefina con su quinqué, escabullendo de una horda de sábanas flotantes cada madrugada. La casa todavía sigue en pie. Es una como cualquier otra. Tiene un modesto patio, un jardincito y su porche. Eso sí, pequeña por fuera y grande por dentro. Uno se da cuenta de esto cuando ya ha caminado poco más de media hora y una sensación de aún no haber llegado a la mitad del camino lo invade. Internamente es un reborujadero. Hay pasillos tan grandes que dentro de ellos hay enormes cuartos en donde a su vez hay más pasillos. La mayoría de las recámaras están vacías. A lo mucho habrá polvo acumulado sobre el suelo o alguna que otra ventana que dé a otro cuarto empolvado y vacío. Los cuartos nomás nunca se acaban. Hasta la fecha se siguen encontrando más y más cuartos. De Josefina se sabe poco: que era hermosa, que se casó con un tal Hilario y que nunca pudieron tener ningún hijo. Se cree que los fantasmas comenzaron a aparecer desde aquella vez que Josefina, en sueños, predijo la muerte de Hilario. Sucedió al alba. Josefina dormía e Hilario regaba el jardín. Un hermoso jardín según dicen las gentes. Todavía se puede ver un par de pinos secos y un rosal marchito en la fachada. Se cuenta que a Hilario se le detuvo el corazón mientras regaba sus flores. Unos dicen que a causa de una tristeza y otros quesque por un embrujo. Gente envidiosa que quiera causar males nunca falta. Josefina siguió viviendo muchos años más. Los fantasmas fueron envejeciendo junto con ella. De Josefina quedó la pura sombra a causa de construir y construir cuartos y de despertarse a medio sueño para huir de los espectros. Muchos de los fantasmas acabaron extraviándose. Aquellos

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fantasmas y sus sombras que no morían de hambre y lograban recuperar el camino, regresaban tan desilusionados que dejaron de perseguir a Josefina e hicieron su propia vida. Me imagino que por ahí ha de haber un montón de cadáveres de fantasmas regados por toda la casa. A Josefina se le comenzaron a deshilar los recuerdos. La cosa se agravó tanto que una madrugada como cualquier otra, terminó perdiéndose dentro de su propio laberinto. Ahora Josefina ha de ser otro fantasma. Feliciano Castruira Fierro, también conocido como Osmar Isay Urías Flores, nació en Chihuahua en el año 2000. Estudia Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ha publicado en la antología del Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores Jesús Gardea 2019.

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no mirar

Licenciada en Letras Españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la uach. Fue miembro del Grupo de Teatro “Enrique Macín” de la Facultad de Filosofía y Letras durante cuatro años, para luego dedicarse a la docencia a nivel secundaria. También se ha involucrado en la gestión cultural durante sus estudios, trabajando en la Secretaría de Extensión y Difusión de la FFyL. No se considera escritora pero escribe con frecuencia. Ama la vida, reír y conversar con todo tipo de personas.

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La gente Dulce Denisse Gutiérrez Arrieta

Es una tarde calurosa. A esta hora la plaza está relativamente vacía. La poca gente que hay, camina sudando, comprando lo necesario para hacer la comida. Algunos esperan el transporte público, otros pasean. Se siente un aire de absoluta normalidad. Un hombre se encuentra en medio de la plaza, está mirando hacia enfrente, tiene el semblante fijo, como si no quisiera perder detalle de lo que sea que esté contemplando. El hombre capta la atención de dos jóvenes que van pasando. Les intriga saber qué es lo que está viendo con tanto detenimiento. Se sitúan a un lado del hombre, que no parece distraerse con la presencia repentina de dos extraños. Los tres adoptan la misma postura, sin embargo, los dos jóvenes no encuentran aquello que el señor está viendo con tanto afán. Minutos más tarde, un anciano pasa por el lugar, presuroso, con el periódico bajo el brazo y ajustándose la corbata. Su prisa se acaba en cuanto ve el cuadro de los dos jóvenes y el hombre. Confundido, se les une, y busca con detenimiento la causa de tal conmoción, sin encontrar nada. Para no hacer larga la historia, llegan otras cinco personas, todas mirando a la nada tratando de adivinar lo que el primer hombre está viendo con fijeza. La tensión incrementa poco a poco y este grupo de personas se convierten en una postal que podría ir de lo gracioso a lo siniestro en un abrir y cerrar de ojos. El asunto es que nadie parpadea. Al cabo de un rato, aparece un niño de unos diez años, lleva consigo dos bolsas de mandado y un bastón portátil. El pequeño llega con el hombre del principio y lo toma del brazo, extiende el bastón y guía al invidente fuera de la plaza.

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Ideasque encienden

nomás échenle un fósforo

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Tratado de la observación informal del cielo Leopoldo Orozco y no dejó encendida bajo el cielo más que la obscura lumbre de sus ojos Concha Urquiza In the window, constellations of summer. Once, I could name them. Louise Glück

Siempre me enorgullecí de poder observar el cielo nocturno e identificar de inmediato la constelación de Orión. Aunque, en términos de utilidad cartográfica, tal vez me sería más útil la identificación de la estrella del norte, Orión ha sido el único conjunto estelar en el que he podido ver la silueta de lo que su nombre indica: las estrellas de su cinto, engarzadas en el cielo como un anillo de bronce, perfectas en su triada simétrica; abajo, el resplandor en la punta de una espada envainada; encima, los hombros de un guerrero formidable, uno más alzado que el otro, como si estuviera a punto de asestar el último golpe a una bestia sometida a sus pies o en posición de victoria como la estatua de Rocky Balboa —otro guerrero formidable— en Philadelphia. Ver las estrellas siempre había significado para mí la búsqueda automática de Orión. Pero, desde hace algún tiempo, no he podido encontrarlo, como si mi ojo se hubiera desacostumbrado a su presencia. Esto, de alguna forma, me aterra: me obliga a mirar el mapa celeste en su conjunto, como un todo. Mi ojo se pierde en ese mapa, como si estuviera lleno de unas instrucciones que ya no entiende. No tiene un lugar a donde ir, ningún punto de referencia. Como si mi ojo fuera alguien que hubiera apenas bajado del avión en una ciudad extranjera, y Orión, el único amigo conocido en el lugar y que, además, quedó de recogerlo, no apareciera por ninguna parte. O peor, como si de un segundo a otro el aeropuerto desapareciera, se esfumara en el aire, y no quedara frente a su vista más que calles y calles sin señalamientos ni nombres. Y es que esa sensación de asombro ante lo inconmensurable también la tengo con el mar —aunque, a escala, el mar es al cielo lo que una célula 36


al planeta más inmenso—. Pero el mar nunca está en calma. Cada ola es completamente distinta a la que la precede. ¿Será posible que, si en el mar hubiera una sola ola —una sola— que no cambiara nunca, podríamos habitar el mar con la misma displicencia con la que habitamos tierra firme? Más bien, mi Orión es al cielo lo que una isla ya cartografiada que se derrumba desde lo más profundo. El no encontrar a Orión en ningún sitio me hizo preguntarme si acaso mi vista no habrá resentido de más el uso. Tal vez mis ojos —a fuerza de acabármelos frente a la luz de la pantalla que proyecta un pdf mal escaneado, frente a la demasiado luminosa página en blanco de un documento word— ya me están pasando esa factura cuyo pago llevo postergando demasiado tiempo. Me pregunto si sería prudente aseverar que una constelación es finita en los ojos de un individuo, y que en realidad lo que se desgastó no fue mi pupila, sino el mismo Orión: que las estrellas seguirán igual de brillantes toda mi vida, pero las líneas que las unen, como todo lo humano, se desgastan de tanto mirarlas. De algún modo, todo esto forma un rasgo que constituye una de las diferencias fundamentales entre el ser humano y los otros animales. Sólo nosotros podemos perdernos en sitios en los que no estamos. Sólo nosotros podríamos sentirnos abandonados por un cúmulo de estrellas en eterno movimiento, sin relación verdadera entre sí, y que en realidad no han desaparecido nunca del cielo; que sólo nos abandonan porque ya no sabemos encontrarlas. O tal vez, a mis casi veinticuatro años, mis ojos han aprendido una lección a la que yo apenas estoy acostumbrándome, como cuando uno cambia de lentes y el nervio óptico se adapta poco a poco: tal vez mis ojos averiguaron cómo ver todo el cielo y no sólo una parte del cielo. Me pregunto cuántas otras cosas aún estoy por aprender a mirar. Narrador, ensayista y traductor. Editor de la revista literaria De-lirio. Ha sido publicado en medios nacionales e internacionales como Quimera, Taller Ígitur, Liberoamérica, Tintero Blanco, Punto en Línea y Blanco Móvil. Colaboró en la antología de cuentos ilustrados Jíbaros (Manumisión Editorial, 2020) y es autor del libro de minificciones En la cuerda floja (Reverberante, 2020). Finalista en el xi Premio de Relatos para Jóvenes, otorgado por la Universidad Camilo José Cela (Madrid), en la categoría de estudiantes de Hispanoamérica.

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Figura 1. Ahí te va mi texto, échale un ojo.

Figura 1 | Juan Ramón Flores

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Vanidad Juan Antonio González Díaz

Todos los escritores creemos dormir en la cama de arriba de la litera/tura.

La misma semblanza de la página 26.

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IrĂŠ cubierta de insignes magmas | Sing Wan Chong Li




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