9 minute read

4.3. Abordajes normativos: la región como instrumento de acción

Next Article
Bibliografía

Bibliografía

El prototipo o el ejemplo más emblemático de este abordaje analíticoracionalista fue aquel construido por algunos geógrafos de la corriente cuantitativa o neopositivista, como el geógrafo David Grigg, cuya perspectiva ya fue tratada aquí (véase “Muerte y vida de la región en una perspectiva neopositivista”). La región como simple instrumento analítico, independientemente de la “realidad”, proviene de posiciones como la de Christaller, para quien “[...] es necesario desarrollar los conceptos imprescindibles para una posterior descripción y análisis de la realidad, la teoría tiene una validez independiente de la realidad concreta, una validez basada en su lógica y coherencia interna” (Christaller, citado en Mendoza, 1982: 108-109).

De allí, como ya remarcamos, la aversión inicial de la geografía neopositivista a un concepto clásico, empirista y objetivo de región, y su priorización, muchas veces, de la regionalización como simple clasificación de áreas, mero instrumento de análisis del investigador. Se trata, en verdad, de dos perspectivas extremas: aquella en que la región se reduce a un “hecho”, una realidad objetiva por ser simplemente reconocida por el geógrafo, y aquella en que ella se restringe a un mero “artificio” elaborado intelectualmente a partir de los más diversos criterios, propuestos dentro de una pretendida objetividad del investigador. Al mismo tiempo que identificamos esta visión de región/regionalización que denominamos analítico-racionalista, típica de la lógica formal neopositivista, encontramos también la región como “constructo social” en otras perspectivas, especialmente en aquella denominada de modo más riguroso, y por eso con un sentido mucho más apropiado, “constructivista”, que se impuso en la segunda mitad del siglo xx, y que tuvo sus raíces en pensadores como Jean Piaget y Gaston Bachelard, para luego proyectarse hacia la obra de contemporáneos como Donna Haraway y Bruno Latour.

Advertisement

Perspectivas que sobrevaloran el campo de las interpretaciones, como la de la región posestructuralista como “invención discursiva”, abordada anteriormente, se encuentran entre las formas más extremas de (des)constructivismo. Más adelante, sin embargo, a título conclusivo, al enfocar la región como arte-facto, regresaremos a este debate a fin de discutir posiciones más matizadas, en el sentido de un constructivismo no-dicotómico entre campo de las ideas y campo de la materialidad, o, en términos epistemológicos, entre racionalismo y empirismo. Se busca superar lecturas duales o, por lo menos, enfatizar el carácter plural del (los) constructivismo(s).

4.3. ABORDAJES NORMATIVOS: LA REGIÓN COMO INSTRUMENTO DE ACCIÓN Esta perspectiva, muy explícita en la llamada geografía activa, en los años sesenta, que buscaba conceder un papel más comprometido y

práctico, más allá de los simples análisis regionales, ya estaba presente en autores clásicos como Paul Vidal de la Blache, demostrando la permanente relevancia del eslabón entre teoría y práctica, o más bien, entre campo analítico y campo de intervención (política). La propia región lablacheana tuvo vinculaciones muy fuertes con el Estado, y sus regionalizaciones no solo tuvieron un sentido de comprensión de lo “real”, sino que también sirvieron como instrumento de evaluación y despliegue de la base territorial de la política vigente (Mercier, 1995). Se trata allí de una noción más normativa de región, no tanto –o no solo– interesada en reconocer “lo que es” efectivamente la región en cuanto realidad empírica o en desdoblarla y evaluarla en cuanto instrumento analítico, sino en proponer acciones efectivas, caminos, “señalar un futuro” o un devenir (delineando nuevas conexiones) de las configuraciones regionales, de modo que se adecúen a determinados propósitos político-económicos, vinculándose de alguna forma también, por tanto, a la llamada planificación regional. Aunque los cruzamientos sean múltiples, es interesante en algunos casos distinguir la regionalización que se hace primordialmente con propósitos académicos, a fin de analizar/comprender un determinado proceso social y que puede o no ser incorporada posteriormente en un proyecto político, y aquella que, de antemano, se propone para una intervención política o de planificación con todas sus limitaciones e implicaciones.

Algunos autores alega(ro)n que la geografía regional, como un todo, sería “aplicada”, frente al carácter más “puro” o teórico del conocimiento efectuado por la llamada geografía general o sistemática. Este debate involucra aquel levantado por autores como Schaefer, aún en los años cincuenta, entre “ciencia pura” (que sería preferible sustituir por “conocimiento puro”) y “ciencia práctica” (“conocimiento práctico”) que, para él, es un falso dilema. Toda ciencia “aplicada” es, también, simplemente “ciencia”, a partir de sus grandes presupuestos (que Schaefer, en su ardor cientificista, denomina siempre “leyes”) y, en este sentido, el papel que algunos geógrafos proponen para la geografía regional como “ciencia aplicada” es falso:

Existe solo ciencia y ciencia aplicada. Cualquier distinción que exista será de orden práctico, una cuestión de interés o de énfasis. (1977: 27) [...] es necesario prevenirse del siguiente silogismo: la ciencia aplicada constituye el quid de la ciencia; la geografía regional constituye la esencia de la geografía. (Schaefer, 1977: 28)

De cualquier modo, concebir regiones/regionalizaciones buscando la intervención política, buscando un cambio regional en términos de descentralización política, reducción de las desigualdades

socioeconómicas o resolución de cuestiones ambientales y de discriminación político-cultural, implica no solo conocer “lo que es” la región o “cómo” ella “viene a ser lo que es” a través de la acción (y, por qué no, también de la “percepción”) de sus propios habitantes, y dominar los instrumentales teórico-metodológicos que permitan identificar “recortes” o “parcelas” regionales, sino también, estar conscientes de los impedimentos y de los requisitos específicos a las que está sujeta la acción práctico-política. Así, cuando realizamos una regionalización con vistas a determinados propósitos de intervención, nos vemos forzados a hacer concesiones y a utilizar un instrumental propio o por lo menos adecuado o adaptado al tipo de acción/resultado que nuestro proyecto (“plan”) pretende alcanzar –y al cual estamos, de alguna forma, también sujetos–.

Esta brecha relativa entre nuestras propuestas conceptuales y los requisitos de la práctica política, notablemente aquella vinculada a la llamada planificación regional, que exige varias concesiones teórico-metodológicas, quedó bastante evidente, por ejemplo, en nuestro trabajo de regionalización de la faja fronteriza brasileña, realizado en conjunto con el Grupo Retis, dirigido por la geógrafa Lia Machado (Universidad Federal de Río de Janeiro), y vinculado al Ministerio de Integración Nacional (Brasil. Ministerio de Integración Nacional, 2005). Los requisitos de la propia planificación estatal ya establecían, a priori, algunos límites a nuestra proposición conceptual (por ejemplo, dos “vectores” por priorizar: el económico –sin focalizar sus circuitos ilegales– y el cultural). Por otro lado, se trata siempre de un camino de doble vía: al mismo tiempo que puede constreñirnos teóricamente, constituye una experiencia muy rica, justamente porque puede apuntar las limitaciones de nuestros, muchas veces, demasiado pretenciosos y/o abstractos intentos teórico-conceptuales.

Queda claro, sin embargo, que no se trata de confundir el papel académico del geógrafo con el papel administrador/gestor de lo político. Como ya alertaba Pierre George con relación a la diferencia entre una geografía activa y una geografía aplicada:

[...] es muy importante separar la misión de una geografía activa, que es trabajo científico, de una geografía aplicada, o más exactamente, de una aplicación de los datos provistos por la geografía, que es tarea de administradores sensibles por esencia y por obligación a otras consideraciones y a otras presiones que las que se derivan de la investigación científica. (George, 1975: 36)

Es interesante hacer referencia también a un abordaje externo –en modo alguno ajeno– al debate geográfico y que alrededor de la misma época, o un poco antes, era sostenido, sobre todo, entre los

economistas, relativo al mismo dilema entre “ciencia” (“pura” o de ámbito más estrictamente académico) y “ciencia aplicada”. A partir de la propuesta de una “ciencia regional” por Walter Isard (1956), alrededor de los años cincuenta y sesenta, se entabló una importante interlocución con trabajos como los de Walter Christaller y August Losch, entre otros, y muchos geógrafos neopositivistas abrazaron esta perspectiva dentro de la geografía como “ciencia espacial”, orientada también hacia la planificación regional por la vía de las regiones funcionales o polarizadas. Según Di Méo, transitando entre los métodos de la econometría espacial y la sociología de los actores, la ciencia regional estudia

[...] tanto la localización de las actividades, la interacción entre los lugares como la planificación regional, los efectos de redes y escalas, la estructuración del espacio (en particular por las infraestructuras de transporte y por las ciudades) y la medida de las disparidades económicas en el espacio, especialmente referidas a las desigualdades regionales. Se dedica a la evaluación de los proyectos de desarrollo y a la economía del medio ambiente. [...] ofrece, en fin, un corpus teórico-metodológico para el ordenamiento [aménagement] territorial y el desarrollo regional. (Di Méo, citado en Lévy y Lussault, 2003: 778, traducción libre)

Aunque haya perdido terreno en las décadas posteriores, la “ciencia regional” representa un marco en el que estamos identificando aquí como el carácter normativo de la región o la región como instrumento de acción, implicada antes que nada, con un sentido político-pragmático. Según Benko (2009), sin embargo, hoy está ocurriendo una recuperación de la ciencia regional, especialmente en el contexto europeo, donde las políticas de regionalización están un poco por todos lados. La reciente revigorización, en la misma geografía, de una concepción económica de la región a lo largo de los años noventa mostró una paralela reapropiación de elementos regionales en la planificación bajo la forma de políticas específicas, como aquellas que creían en la “exportación” y la reproducción de modelos como el de la Tercera Italia o del Valle de Silicio y de la noción de “clusters” (o, en términos semejantes, de “arreglos productivos” locales/regionales). 51 Finalmente, es importante registrar que este carácter “normativo” de la región o, si preferimos, de forma más amplia, el interés por la región en cuanto devenir, delineamiento de nuevas posibles articulaciones regionales (en el caso, no de cualesquiera articulaciones, sino de aquellas políticamente deseables), no se restringe a los mecanismos

51 En este sentido, para un análisis crítico en el caso de la política regional inglesa y sus “estrategias económicas regionales”, véase Painter (2005).

del Estado. Este se puede ampliar también a los diferentes grupos sociales que hoy, como muchos grupos subalternos en América Latina, vienen intentando rediseñar el espacio, “regionalizándolo” de otra forma, a modo de subvertir el antiguo orden tanto en el sentido de las diferencias, en sentido estricto, con el reconocimiento y la convivencia de distintos grupos y territorios (y/o regiones) culturales, como en el de las desigualdades, instituyendo, a través de la misma reconfiguración del Estado, nuevos mecanismos simultáneos de reconocimiento y de redistribución.

Evidentemente, como ya destacamos, este carácter normativopolítico de la región no excluye a los otros dos, sino que a partir de ellos elabora otra perspectiva que, dependiendo de las circunstancias, también es preciso interpretar en su especificidad. Esta “región instrumento de acción” está íntimamente ligada a la segunda, una región de alguna forma imaginada o “idealizada”, en este caso, con una finalidad muy especial, ya que implica la intervención concreta, o sea, uno de los presupuestos del primer abordaje: la región en la medida en que es efectivamente “hecha” por los sujetos sociales (en este caso, por la intervención del Estado).

This article is from: