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2. El territorio y la región
razón aún, que es por medio de las problemáticas efectivas involucradas en los procesos de territorialización (al mismo tiempo materiales y simbólicas), que podemos comprender –y, mínimamente, definir– no exactamente “lo que es” el territorio, sino los dilemas/acciones que se emprenden en/a través de su nombre.
Por eso, y para ser coherentes con nuestra discusión anterior sobre la naturaleza de los conceptos, no se trata simplemente de traducir qué es el territorio, o la región, sino además de debatir su uso como categoría de la práctica y su devenir, esto es, en qué problemáticas nos involucramos y qué es lo que efectivamente hacemos al accionar y/o al producir nuestras concepciones del territorio, y de la región, siempre abiertas, por tanto, hacia su propia reevaluación/ renovación. Es en este sentido, también, que dentro de esta “constelación” más amplia espacio-territorio-región, debemos ahora orientar el debate sobre la relación, más específica, entre la díada de conceptos territorio y región.
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2. EL TERRITORIO Y LA REGIÓN A lo largo de su trayectoria, algunos conceptos pueden adquirir, como ya vimos para el caso de la región, una connotación más instrumental o analítica y menos realista o ligada a las prácticas sociales en cuanto “hecho”. Otros parecen nacer y ser reconstruidos con fuerte connotación realista, en la medida en que se ligan no prioritariamente a la resolución de cuestiones teóricas, epistemológicas, sino a cuestiones vinculadas más directamente a fenómenos o manifestaciones concretas, consideradas por muchos como “reales”. Es esto lo que, muchas veces, parece ocurrir en la geografía con respecto al concepto de territorio y su asociación con el tratamiento de problemáticas que involucran las relaciones entre espacio y poder, esto es, la dimensión política de la sociedad en su composición espacial o geográfica.
Esta distinción se hace evidente cuando verificamos los usos predominantes de los términos “territorialización” y “regionalización”: mientras el primero siempre tiende a dirigirse más hacia el campo de las prácticas y de los sujetos sociales en su esfera concreta de producción del espacio, el segundo en un sentido epistemológico, tiene una mayor trayectoria como principio de recorte analítico del espacio a través de determinados criterios propuestos por el investigador –o, en el caso de la planificación estatal, por el planificador–.
Por otro lado, una concepción aparentemente tan amplia como la de territorio como ya vimos termina por privilegiar un enfoque o, en este caso, cuestiones atinentes a una dimensión social, generalmente la política (esto queda muy claro en propuestas como las de Raffestin, 1980; Sack, 1986 y Souza, 1995). Otros conceptos tradicionales en
el lenguaje geográfico, como paisaje y lugar, a su vez, aparecen con relativa frecuencia vinculados a la dimensión simbólico-cultural, o sea, acaban por centrar el foco en las relaciones sociedad-espacio desde el marco de la cultura o desde un campo más subjetivo y/o simbólico como el de las representaciones y las identidades sociales. ¿Y con respecto a la región, cuál sería su foco conceptual? Ha quedado claro a lo largo de este trabajo que se presentan dos grandes posibilidades: tratar la región como una respuesta a cuestiones de orden epistemológico, en cuanto instrumento de análisis, o tratarla como una composición entre categoría de análisis y categoría de la práctica y categoría de la práctica, en otras palabras, entre recurso analítico y evidencia concreta, entre artificio y hecho, como arte-facto. Si decimos que el foco en las relaciones entre espacio y poder, inclusive históricamente, a lo largo de la construcción de la disciplina geográfica está íntimamente ligado al concepto de territorio, no sería pertinente afirmar lo mismo sobre la región. Aún así, se debe ponderar, algunos podrían alegar su papel fundamentalmente político con base en la correspondencia con su etimología (de regere, que significa, como vimos, ‘dominar, comandar, regir’), y su reconocido papel en el ámbito institucional a partir de la formación de los Estados-nación modernos y de la cuestión de la des-centralización “regional”. En este caso, se podría ver como una de las expresiones posibles del territorio. A partir de un foco conceptual propio, la región respondería no solamente a cuestiones analítico-metodológicas, sino también al orden de las prácticas efectivas de diferenciación del espacio. La regionalización, al proponer identificar parcelas del espacio articuladas o dotadas de relativa coherencia, que sirvan como instrumento para nuestras investigaciones, revela, al mismo tiempo, articulaciones ligadas indisociablemente a la acción concreta de control, producción y significación del espacio por los sujetos sociales que las construyen, en el entrecruzamiento entre múltiples dimensiones (económica, política, cultural, entre otras) –aunque una de ellas, variable de acuerdo con el contexto geográfico e histórico, pueda imponerse y, de algún modo, “amalgamar” a las demás–.
Veamos, ahora, algunas manifestaciones posibles de esta polémica relación teórica entre diferentes concepciones de región y territorio. Antes que nada, debemos reconocer, obviamente, que son distintas en función de las bases filosóficas y, diríamos también, del contexto geohistórico en el que el investigador está inserto. Así, evitamos quedarnos con una noción universal-totalizante de territorio y región, como si los conceptos no mudaran sus contenidos de acuerdo con el tiempo, la contextualización histórica y, debemos agregar, también con el espacio, el contexto geográfico de donde nacen y/o al cual se refieren.