SANTA MARTA

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—Eso de que las personas nunca terminamos por conocernos. Hasta el día de la muerte salen con una baraja debajo de la manga. — ¡La cosa no es así maestro! — dijo, sintiéndose herida doña Asunción. — Usted debe plantearnos sus dudas y nosotros le responderemos. ¡Aquí todos somos personas honestas! —Pero no es la honestidad, lo que estamos juzgando en este momento. ¡Es la mentira y el engaño con el que nos han traído hasta aquí!, Pareciera que el sueño de vivir en armonía con la naturaleza, solo fue eso: un sueño, convirtiéndose ahora en pesadilla. ¿Y que hay con el compromiso revolucionario, también hay algo oculto? Por un momento todos hicieron silencio. La verdad buscaba salir, brotar de sus gargantas. Dejaron de mirarse a las caras, solo miraban las paredes, el techo y el piso. Las últimas palabras del maestro habían sido un duro golpe emocional. Un golpe tan duro como el que recibía la puerta en ese momento. Nuevamente, el azaro crispaba los nervios de los presentes. — ¡Habrán, habrán! — Escucharon una voz femenina que les hablaba. — ¡Es María luisa!— dijo doña Asunción trabándose los dedos y caminando intranquilamente. —Yo voy y le abro— indicó Juan Ramón y salió a su encuentro. En cuatro zancadas ya estaba sobre el pasador de la puerta y en un santiamén la abría. La muchacha paso con cara de pocos amigos y se colocó al lado del maestro Ramiro. Desde allí miró a su madre con un gesto de desaprobación. La doña solo atinó a moverse intranquilamente y a mirar de reojo a Juan Ramón; pidiéndole que aclara aquello. Juan ramón se acercó, a ambos, y les pregunto. — ¿Sinceramente que saben ustedes? ¿No les parece que la cosa es un rumor?

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