José Santos Chocano, el regreso de un artista

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ARCHIVO EXPIATORIO Escribe: LUIS JO C H A M O W IT Z

L vapor “Urubamba” llegó con horas de retraso. En esa época los parientes y amigos del pasajero podían subir al barco, el rito social de las llega­ das y partidas era parte insepara­ ble de la experiencia de viajar. Se deben haber escrito centenares o miles de notas periodísticas, entre­ vistas, recuerdos, que transcurren a bordo y mencionan detalles, como el olor a café y jugo de naranja que llenaba los salones del barco en las mañanas. Podría considerarse una especialidad portuaria, ese momen­ to en que el terrestre sube al barco y siente que acaba de ingresar a una cápsula que flota en el espa­ cio, sucedáneo del tiempo, donde se escuchan otros idiomas y los perió­ dicos son extranjeros. El abordaje del “Urubamba” corre a cargo de César Emiho Ferreyros, redactor de la revista Mundial. “Pocos pasajeros. Lo primero que se presenta a mi vista, son una serie de gringos con grandes panta­ lones bombachos, sombreros alones y antiparras enormes que asustan. En los portalones la eterna mugre de las marinerías mercantes. Subo a la escala y me tropiezo con unos tipos que no pueden ser sino frailes de paisano o toreros. Acerté, lo supe luego, era la cuadrilla de El Divino Calvo. Pero la gente de abordo con sus caras de holgazanes debieron de creerme loco. Yo gritaba a todas las orejas que pasaban por mi lado, iAdonde está Chocano?”. Pero antes que se encuentren, unas palabras sobre el pasajero. Habían pasado 16, casi 17 años desde que José Santos Chocano (1875-1934) se marchó del Perú. Lo que hizo en ese intervalo es dema­ siado numeroso, digamos que es un poeta reconocido cuyo nombre suena en los diarios de dos subcon­ tinentes, aunque no siempre por motivos poéticos. Su último apogeo noticioso había sido una condena a muerte por causas políticas en un país centroamericano en perpetua revolución. La cárcel, mientras se reunía el pelotón de fusilamiento, fue un magnífico balcón propagan­ dístico que animó una de esas cam­

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CARETAS / OCTUBRE 26, 2017

pañas de firmas que parecían tan modernas en esa época, se dice que hasta el papa Benedicto XV interce­ dió por él. El pelotón de fusilamien­ to nunca se reunió, se le despojó de todos sus bienes (“que no son poca cosa”) y fue embarcado en un vapor hacia Panamá, donde reanudó su vida nómade. Hasta 1921, en que su sentido de la oportunidad le indicó que era hora de regresar. Porque, seamos since­ ros, ese desembarco era casi una operación de negocios. Para decirlo con claridad, Chocano llegaba atraí­ do por un régimen, el de Leguía, que estaba dispuesto a pagar a cambio de sus palabras. Un capítulo detallado de su acti-

"Llegaba atraído por un régimen, el de Leguía, que estaba dispuesto a pagar a cambio de sus palabras". vidad y vida económica podría ser el motor secreto de una interesante bio­ grafía de José Santos Chocano. Su trayectoria económica, gobernada por un genio maligno o un idiota, culmina en la más completa ruina, pero cruza por momentos quiméricos, como el proyecto de sembrar café en la mon­ taña, o abiertamente dehctivos, como sus tratos con el hampa mercantil de Madrid, en particular con Francisco Villanas, “agente de negocios y pro­ pietario de una agencia de informa­ ciones y confidencias”. En cierta forma, Chocano no era demasiado diferente a su vecino de camarote, que regresaba con una licencia mercantil de los neumáti­ cos Goodyear. El traía un baúl lleno de palabras -incas, conquistadores, montañas, selvas- la clase de cosas que se suponía necesitaba la litera­ tura de urna república sudamerica­ na. ¿Cómo monetizar sus palabras? Ese parece haber sido el problema práctico de su vida económica. Publi­ car libros de poesía en mercados ínfi­ mos, y artículos en publicaciones que

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