UNA HORROROSA METAMORFOSIS CORRENTINA —UN LOBIZÓN EN PASO DE LOS LIBRES—

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Con fotos tomadas al azar, vaya a saber uno de qué archivo gráfico, el anónimo periodista de la revista FLASH (quien por su estilo arriesgamos a identificar como Jaime Cañas) nos introducía, en la página diecinueve de la edición del martes 6 de julio de 1982, en un historia tan extraordinaria como inverosímil: la de un joven de veintitrés años de edad Ernesto Omar Jurado quien, tras un cuidadoso silencio de casi una década, confesaba abiertamente haber sido protagonista de lo que hoy algunos investigadores por demás crédulos denominan “eventos extraordinarios” (sugiriendo la existencia real de los mismos).

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Revista FLASH y nota publicada el 6 de julio de 1982 Ernesto Omar Jurado Imagen del supuesto testigo, protagonista de la historia

Fue un viernes de luna llena del año 1972, allá en Paso de los Libres, mi tierra natal relata Jurado Como a eso de las once [de la noche] escuché un barullo en la casa de un anciano, mi vecino; era algo así como si un animal grandote estuviera escarbando la tierra y bufando”.1

Asustado, el muchachito corrió hacia la casa de Eulogio, un amigo de quince años, apenas dos más que él.

“Le conté lo que pasaba en lo del viejo y ahí nomás agarró dos palos grandes y duros, me dio uno y salimos caminando hasta el rancho del hombre. Eulogio trató de ver por entre las maderas y chapas de la pared”.2

Entonces vieron que don Zenón Medina (el anciano) estaba tirado en el piso de tierra, “metido en un pozo de medio metro de profundidad y tapado con trapos y alpilleras”.3

Cuenta Ernesto que la casa no tenía muebles.

Aguardaron un rato y a eso de las doce menos cuarto su amigo le dijo que Zenón parecía dormido. Y que todo había sido producto de su fantasía.

Seguidamente, repitiendo una costumbre muy propia en el periodista que sugerimos más arriba, el autor de la nota introduce su tan mentado secretismo, común en casi todos los misterios “investigados” por él, poniendo en boca de Jurado la siguiente frase:

“No quiero dar nombres de nadie que haya tenido que ver con esta macabra historia. Espero no comprometer a gente que sigue viviendo en el lugar. Yo no me hago problema, ya que estoy afincado en Buenos Aires y tengo mi trabajo, pero ellos…”.4

“Macabro”, “afincado”, no me parecen términos que usara un empleado gastronómico en su alocución. De todos modos, si así fuera, comete una contradicción evidente en sus supuestos dichos: sostiene que no desea involucrar a nadie, pero del viejo brinda su nombre y apellido sin prurito alguno; máxime teniendo en cuenta las eventuales consecuencias que podría correr una persona acusada de protagonizar “hechos” paranormales como veremos reaccionados con maldiciones y supuestas ceremonias satánicas en una localidad mayoritariamente católica y empapada de un sistema de creencias lo suficientemente arraigado como para tomar represalias inimaginables sobre el pobre anciano.

Tras permanecer pensativo unos minutos, Jurado continuó.

1 Anónimo, “Recuerdo y horror: Yo vi en Corrientes como un vecino se transformaba en lobizón” en Revista FLASH, martes 6 de julio de 1982, página 19.

2 Ibídem.

3 Ibídem

4 Ibídem

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“Nos fuimos, cada uno para su casa. Yo me sentía mal y tenía miedo. I madre me había contado la historia del lobizón que, según dice la leyenda, es el séptimo hijo varón. Esa historia me había impresionado”.5

Una vez más surgen inconsistencias en el relato (claramente inventado por el cronista anónimo). Por un lado es evidente que la “impresión” que Jurado dice haber sentido no debió ser demasiado profunda. Resulta extraño que un niño de sólo trece años (en 1972) saliera solo, a las once de la noche, a buscar a su compinche para indagar sobre unos misteriosos y poco comunes ruidos en la casa contigua. Por otro lado, cabría preguntarse qué hacía su madre (y el resto de los parientes que vivían con él, si los hubiera).

Se ve que el Paso de los Libres de la década de 1970 era común que los menores de edad entraran y salieran de sus hogares cuando se les antojara, aún en situaciones que sospechaban peligrosas.

De regreso a su casa, Jurado se acostó. “Pero al rato tuve que levantarme sobresaltado, ya que desde la casa de mi vecino venían ruidos parecidos a los de una hora antes”.6

Salió de nuevo. La luna estaba alta. Caminó hasta el pozo de agua que tenían en su vivienda. Estaba paralizado por el espanto. Fue entonces cuando un aullido aterrador lo atornilló al piso.

“Tenía ganas de escaparme, de ir a esconderme debajo del catre, pero seguí ahí, hasta que vi la sombra encorvada de un hombre, casi doblado sobre sí mismo, que salía por la única ventana del ranchito. Se fue en dirección del monte. Por momentos corría, y por momentos daba saltos altos y en cuatro patas. Cuando reaccioné fui a buscar a Eulogio y nos pusimos a encontrar el rastro”.7

Es notable que los familiares de estos chicos rastreadores siguieran durmiendo plácidamente.

El cronista describe a Jurado agitado y transpirado al momento del relato y, tras secarse la frente, prosiguió con “su” historia.

“Yo le decía a Eulogio que volviésemos y él me decía que no; que él no era ningún mariquita y seguimos detrás del rastro”.8

Se nota claramente que el correcto uso del tiempo verbal de Ernestito se combinaba perfectamente con la sapiencia de un baqueano, capaz de seguir las huellas de un individuo en plena noche.

“Después de andar cerca de una hora, vimos entre los árboles, un fuego grande y azulado. Nos acercamos y vimos horrorizados un perro muerto, con un tajo profundo en la garganta, por el que salía mucha sangre. Enseguida, de entre los árboles salió el viejo, con la boca y las manos llenas de sangre. Se

5 Ibídem. 6 Ibídem 7 Ibídem 8 Ibídem

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quedó mirando al perro por un rato largo, y de repente le dio como un ataque y empezó a revolcarse en el piso, a gruñir y tirar manotazos. Nos asustamos, pero no nos había visto. Cuando terminó de revolcarse se puso en cuatro patas, como los perros, y comenzó a dar saltos sobre el fuego. Brincaba siete veces y descansaba. Volvía a brincar siete veces y descansaba; así lo hizo siete veces, y fue en el último salto cuando quedó convertido en un perro grandote, muy peludo y renegrido, que brillaba a la luz del fuego. Miró hacia todas partes y aulló. Sé que tenía los ojos del color del fuego porque me miró. Me miró fijo y se fue corriendo en la dirección contraria”.9

Algo tan horroroso como esto es lo que vio, en Paso de los Libres, Ernesto Omar Jurado” [textual de la revista FLASH]

Ernesto contó que nunca más volvieron a saber del viejo. El rancho quedó abandonado, al igual que una mujer que tenía al otro lado del pueblo.

Aliviado, Jurado le agradeció al periodista el haberlo escuchado.

“Gracias, gracias por dejarme hablar y contar mi verdad”.10

Y así llegamos al final de estos extraños eventos; con un cierre que bien podría haber expresado Rod Serling en la serie de televisión La Dimensión Desconocida.

Después de contar esta historia, Ernesto Omar Jurado se siente más aliviado, casi once años de silencio con la pesadilla a cuestas lo han curtido. Ernesto no piensa más en el lobizón de su Paso de los

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9 Ibídem 10 Ibídem

Libres natal. Ahora solo piensa en su trabajo en el gremio gastronómico y en salir adelante. El sueño macabro de sangre ha quedado atrás. Pero no olvidemos que lo fantástico y más increíble puede estar a la vuelta de la esquina”.11

BREVE COMENTARIO FINAL

Una nota como la que acabamos de rememorar y analizar brevemente sólo era posible de ser publicada en una revista amarillista y sensacionalista como lo fue FLASH, durante la década de 1980. Un verdadero compendio de delirios, misterios y sucesos extraordinarios que legiones de lectores tomaron por ciertos (y que hoy muchos disfrazan su antigua credulidad con sonrisas en las que se mezclan la nostalgia y el sarcasmo en partes iguales).

Ovnis, extraterrestres, monstruos, criptozoología, hombres de negro, videntes, astrólogos y periodistas sumamente imaginativos se subieron a este trencito editorial que sorprendió y les quitó el sueño a más de uno.

Imposible resulta no releer sus notas con una sonrisa en los labios. Es lo que me ocurrió el año pasado cuando me sumergí en el archivo de la Hemeroteca Nacional a buscar los artículos que publicara Jaime Cañas (o Cañás), un verdadero adelantado a la hora de divulgar los eventos misteriosos de la región de Capilla del Monte y su cerro Uritorco.

Tras una larga lectura de sus escritos, intuyo que el reportero mencionado (corresponsal de FLASH e el Valle de Punilla) no firmaba todos sus trabajos y este que acabamos de reproducir (en parte) sería un claro ejemplo de ello.

Por otro lado, a la hora de ilustrar sus estrambóticas notas, solía (no en todas las ocasiones) adjuntarles fotos extraídas de algún archivo gráfico, que nada tenían que ver con la realidad reflejada en sus líneas. En el caso del lobizón correntino que nos ocupó, sugiero que nos encontramos ante un claro ejemplo de esa práctica.

Me gustaría saber si Ernesto Omar Jurado realmente existió; o si fue una invención literaria del periodista, como supongo lo fue todo su testimonio. Pero han pasado ya muchos años. Cuarenta para ser exactos. Necesitaría una ingente cantidad de recursos para confirmar o refutar mi parecer; y aún así correría el riesgo de no llegar nada concluyente.

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11 Ibídem

Prometo en el futuro sumergirme en las docenas de artículos que rescaté del archivo y guardo celosamente en una carpeta digital. Tal vez cuando termine con todos ellos podamos ver el bosque, bastante espectral por cierto, que se esconde detrás de cada arbolito.

De lo único de lo que estoy ciento por ciento seguro es que los lobizones no existen.

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FJSR Buenos Aires Diciembre 2022

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