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MONSTRUOS PERDIDOS Por Fernando Jorge Soto Roland*
Monstruos del cine
Por algún motivo que ignoro siempre me ha interesado conocer el destino de ciertos objetos que resultaron icónicos en mi infancia y adolescencia. Diseños que me impactaron por su forma, colorido o significado, generalmente expuestos en alguna de aquellas películas que solía ver en el Cine Avenida de Bolívar, los miércoles por la tarde, cuando salía del colegio. Con el paso del tiempo y el advenimiento de internet, algunos de esos oscuros y misteriosos destinos terminaron resueltos, siendo lejanos museos públicos y privados los depositarios de aquellas reliquias, tan excitantes a mis por entonces jóvenes pupilas. Otros, por el contrario, siguieron derroteros desconocidos, perdiéndose para siempre o resucitando inesperadamente tras décadas de ausencia. Durante un buen tiempo me pregunté en dónde estaría el glorioso tiburón mecánico del film que Steven Spielberg estrenara en 1975. Recuerdo haber ido al cine con mi madre el día del estreno y lo impactante que me resultaron sus escenas, al punto de condicionar, ese verano, mi paso por la costa bonaerense. Jamás volví a meterme al mar del modo en que lo hacía antes. La temible aleta dorsal del monstruo todavía me acompaña cada vez abandono la seguridad de la playa e introduzco mi cuerpo en las turbias aguas de Mar del Plata. La buena fortuna quiso que cuatro años más tarde viera al que supuse era el protagonista principal de Tiburón sostenido sobre dos caballetes en un recodo poco transitado de los Estudios Universal de Los Ángeles (California). Lo observé de lejos, casi de pasada, antes de que el carrito que nos transportaba con decenas de otros turistas, recorriera aquel pequeño lago artificial en el que se recreaba (de un modo bastante kitsch) una de las escenas del film, usando un escualo mecánico muy poco realista y en nada parecido a la criatura sanguinaria de la pantalla grande. De todos modos, y a pesar de la desilusión que me causara el show que acabo de mencionar, la imagen del monstruo que creí era el original —abandonado bajo el impiadoso calor de la tarde, por completo solo, ignorado, y sin que el guía hiciera referencia a él— me quedó grabada en la memoria y en alguna pésima foto (hoy extraviada) que sacara con la Kodak Fiesta que me diera mi padre. *
Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la UNMdP.