Hay sentencias que son inapelables. Inolvidables. Permanecen enquistadas en el imaginario popular. Perduran sin importar la base de realidad en la que se fundan. La verdad histórica, a pesar de sus luchas, pierde. Queda circunscripta a un reducido núcleo de historiadores profesionales, en una batalla que se percibe perdida desde el principio. Los medios periodísticos copan la escena. Se aprovechan del elitismo en el que se encapsulan algunos académicos. Salen al ruedo. Imponen sus versiones. Y, una vez que éstas han echado raíces, quedan fijas, inmutables. Pegadas como una rémora. Tergiversando la reconstrucción del pasado. Plantando fantasías verosímiles, aunque falsas. Porque lo que pudo haber sucedido, no necesariamente sucedió en efecto.