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CRÓNICA DE UN VIAJE A CAPILLA DEL MONTE Por Fernando Jorge Soto Roland
No soy el primero, ni seré el último, en salir sorprendido de Capilla del Monte. Ese bendito pueblo, enclavado al norte del Valle de Punilla, en la provincia de Córdoba, tiene todo para pasar unas vacaciones entretenidas: cerros, frescos arroyos, bucólicos atardeceres, buena comida, paisajes imponentes y… extraterrestres. Sabía con lo que me iba a encontrar. Desde la década de 1980 la localidad era famosa por su intangible energía mística y la capacidad de atraer a una fauna humana por demás sugestiva e interesante. Es que, en torno a su cerro estrella, el Uritorco, se han venido nucleando personajes de toda la galaxia. Incluso intraterrestres, provenientes, como el propio nombre lo indica, del centro de la Tierra. Como era de esperar, la ronda de peregrinos cósmicos se completó con hippies un tanto anacrónicos, tarotistas, telépatas, contactados, gemólogos, templarios y modernos adoradores de Wotan, muchos de los cuales camuflan sus aviesas intensiones de inaugurar una nueva nación aria (svástica incluida) en pleno corazón del antiguo territorio indígena de los comechingones. Creo que nadie pudo imaginar en enero de 1986, cuando un supuesto plato volador se posó en las laderas del Cerro El Pajarillo, que aquel tradicional destino de recién casados (durante la década de los ’50 y ’60) terminaría convirtiéndose en uno de los sitios de turismo esotérico más importantes del mundo. De haberlo hecho, seguramente habrían trasladado la famosa formación lítica conocida como “El Zapato” (en la que millares de “mieleros” se fotografiaron en su hormonal paso por el pueblo) a los pies del Uritorco, que es donde hoy buscan sombra decenas de iluminados visitantes.