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Gómez Fernández 40 años de hacer volar sus sueños

Cuando se es pequeño, tenemos permitido soñar, creer que podemos ser lo que nuestra imaginación nos dicte. Para un niño que vio al hombre llegar a la luna, con mayor razón, todo era posible.

olo quince minutos de vuelo fueron necesarios para que el joven corazón del Capitán Ricardo Gómez Fernández, se inundara de pasión por la aviación. Originario de Tapachula, Chiapas, de padre contador y propietario de ranchos algodoneros, que sirvieron de escenario, para que, a muy temprana edad, conociera el vuelo de fumigación, pero no solo desde tierra, sino desde un lugar privilegiado, en el que por iniciativa del piloto y con el consentimiento de su padre, la vida lo colocó en un monoplaza, de pie entre la estructura tubular del avión y el respaldo del asiento, del cual iba muy bien agarrado solo inclinándose a un lado u otro de la cabeza del piloto para poder admirar los cielos que se extendían frente a sus ojos. Aquel día se subió al avión un niño intrépido en busca de aventura, pero, al aterrizar, descendió un joven piloto, al quien la aviación le llegó “de volada”, fijando un rumbo claro para su vida.

Richie, como le llamaban y aún conocen sus amigos, soñaba con la aviación dibujando aviones de diferentes modelos y marcas. Años más tarde, la aviación llegaría a su familia por su primo y su hermano, mayores que él por veinte y quince años, respectivamente. Cada uno realizó su instrucción de piloto; su primo al terminar sus estudios profesionales, mientras su hermano lo hizo a la par de su carrera de medicina.

Ya en la adolescencia, cultivó la afición por el aeromodelismo. A punto de terminar la preparatoria debía encontrar un lugar donde realizar su servicio social. Su hermana mayor, quien trabajaba como contadora para la empresa Aerotaxis de Tapachula, recibía constantemente la visita de Ricardo en su trabajo, en uno de los hangares del Aeropuerto de Tapachula, en donde por su simpatía, se dio a conocer y tuvo la oportunidad de acompañar a algunos pilotos en ciertos vuelos cortos, ir por pasajeros o viajar en alguna plaza disponible. Por lo que su hermana tuvo la brillante idea de sugerirle preguntar si habría oportunidad de realizar su servicio social, colaborando en el programa de liberar mosca del mediterráneo para su control.

Efectivamente, fue aceptado y consiguió realizar cuarenta horas de vuelo en helicóptero liberando moscas a sus dieciocho años.

Al terminar la preparatoria y con esta experiencia acumulada, su deseo de ser piloto se incrementó; a lo que sabiamente su padre supo guiarlo: le ofreció estudiar agronomía para que atendiera los ranchos, mientras que la aviación fuera su pasatiempo. La oferta le pareció adecuada y comenzó su instrucción de vuelo antes de mudarse para realizar sus estudios. Sus primeras horas las llevó a cabo en la escuela de Tapachula, primero en un Piper CUB, y luego en un Piper Tomahawk. Al terminar sus horas de vuelo, se llevó una gran sorpresa, pues al iniciar en la comandancia los trámites para su permiso, se enteró de que su instructor no tenía vigentes los permisos de escuela. Pese al incidente, le extendieron su primer permiso de vuelo con fecha del día 7 de octubre de 1982, en la Comandancia del Aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez MMTG. femppa.mx/revista | Febrero 2023 capacidad de cincuenta litros y con un cebo insecticida que requería solamente de un litro por hectárea; en una hora fumigaba cien hectáreas, a un costo bajísimo. Durante más de diez años, él mismo fumigó sus ranchos.

A mediados de 1984 se mudó a Monterrey para estudiar agronomía en el Tecnológico de Monterrey. A la par, continuó su instrucción en la Escuela Aviones del Norte, ubicada en el Aeropuerto Mariano Escobedo, en donde terminó su curso de piloto privado.

Junto a su hermano mayor, se hicieron propietarios del Piper Tomahawk, el mismo en el que recibió sus primeras instrucciones. Pero se accidentó por un tema de mantenimiento no efectuado adecuadamente. Por fortuna, salió bien librado de aquel accidente, no así el avión. Desde ese momento se puso la meta de ser él mismo quien diera mantenimiento a sus aviones.

En 1986, siendo aún estudiante de agronomía, tuvo la oportunidad de unirse a un club de vuelo de Ala Delta. Tomó un curso y recibió instrucción cerca de San Antonio de las Alazanas, Coahuila. Realizaba la práctica en una pista de motocross en el área de Av. Las Torres, hoy Av. Lázaro Cárdenas, al sur de Monterrey. Había un despegue a lo alto de las montañas y se aterrizaba en la pista.

Para 1988, al volver a Chiapas, ya titulado en agronomía, junto con su hermano mayor, buscó nuevamente hacerse de un avión. Tenían en mente comprar algún Piper o Cessna, cuando un buen amigo les preguntó: ¿A dónde quieren viajar con su avión? Confundidos con la pregunta “solo queremos volar”, respondieron. Les dijo que no era necesario una aeronave tan costosa, que con un ultraligero podrían volar y los invitó a visitar Tequesquitengo, en Morelos, en donde conocieron a John Kemmeries y con quien Ricardo tomó su curso de transición para volar ultraligeros, que fue realmente sencillo por su conocimiento previo en ala delta.

Entabló una gran amistad con Kemmeries, por lo que más adelante se hicieron socios en la fabricación de ultraligeros, creando la empresa Kemmeries Aviation con base en Arizona, y fabricaron el Trike Tukan, un triciclo motorizado con un ala delta perpendicular, muy sencillo y plegable. Estuvieron varios años en producción y los volaron también por mucho tiempo sus hermanos y él en sus ranchos en Chiapas.

A mediados de los noventa se convirtió en instructor de vuelo de ultraligeros, ayudando a Kemmeries a dar instrucción cada verano en una escuela en Phoenix, Arizona. Cabe destacar que esta escuela, propiedad de Kemmeries, en Estados Unidos, colaboró con la FAA durante la transición de regulación de los aviones ultraligeros, de lo que antes era la FAR103, y que ahora es la categoría americana Sport Pilot. Dieron recomendaciones y revisaron pros y contras de la regulación que estaba por implementarse.

Con la fabricación de los Trike Tukan, tuvo oportunidad de tomar todos los cursos para los motores ROTAX, en Vernon, Canadá, siendo el primer mexicano en certificarse para estos motores, cumpliendo así con la meta que se propuso, luego de su accidente.

Ya con el cambio de regulación, en 2004, el Cap. Richie obtuvo su licencia FAA Sport Pilot, como instructor para Kemmeries Aviation.

Al llevar a cabo la convalidación de la licencia americana con la mexicana, también obtuvo la capacidad de instructor en México.

ARRIBA: El Cap. Gómez Fernández con su hermano Andrés ( ) y el instructor de paracaidismo Ramiro Agustín Sánchez. CENTRO: Fumigando una huerta de mango en un Trike Tukan. ABAJO: El Cap. Ricardo volando una aeronave experimental Rans S-6 Coyote.

En 1997, contrajo matrimonio con Gabriela Alonzo Sansores y por unos años más continuó dando instrucción en Arizona, como cada verano; pero con la llegada de sus hijas fue cada vez más complicado el desprenderse de la familia y los negocios en México. Sin embargo, continúa dando instrucción en México a muchos amigos y familiares, pero, sin lugar a duda, su alumna más importante ha sido su hija Paulina, de veinticinco años, quien desde los catorce años aprendió a volar y disfruta hacerlo. En tanto, Natalia, de veintitrés, comparte con su padre su otro pasatiempo, la fotografía aérea.

El inquieto capitán Ricardo Gómez Fernández, además de piloto, instructor, agricultor, fabricante de ultraligeros, con más de cinco mil horas de vuelo, ha experimentado la aviación de todas las formas en que la vida y su inventiva le ha permitido hacerlo, como con la fotografía aérea. Desde que estaba estudiando la carrera se enlistó en un club de fotografía del Tec de Monterrey, en el cual aprendió diversas técnicas para el revelado de las fotografías. “Desde el avión, la perspectiva de las cosas en tierra es única”, nos comenta.

Tomando la aviación y la fotografía como una herramienta más para la agricultura; a finales de los noventa, en las huertas de mango para exportación de Chiapas, debían hacer un levantamiento de la posición de las trampas para monitorear la mosca de la fruta. El Cap. Ricardo realizó fotografía aérea de la huerta y con ayuda de un GPS, entregaba a los propietarios de las huertas el punto específico en donde estaban colocadas cada una de las trampas. Un trabajo minucioso y detallado que le permitió disfrutar y facturar, al realizar sus dos pasiones.

También con su ultraligero pudo fumigar sus ranchos. Le adaptó un sistema con Junto a Paulina Gómez, que al igual que su padre cultivó el gusto por la aviación.

Actualmente, el Cap. Ricardo Gómez está al frente del Club de Vuelo Valle Bonito, en Ocozocoautla, Chiapas, un verdadero paraíso a solo media hora de Tuxtla Gutiérrez.

En el verano de 2013, fue nombrado delegado de FEMPPA para su estado. Desde aquel rincón de México, disfruta de la aviación, su familia, el campo. En octubre pasado celebró sus primeros cuarenta años de volar con permiso, porque aquellos primeros minutos de vuelo en el avión fumigador, aunque no están en su bitácora, pusieron en él el sueño de volar y afortunadamente la vida le brindó la manera de alcanzarlo. la que fuera la época dorada de la aviación general, fue preciso soltar la idea de la aviación que se había vivido por muchos años, y con la visión en un futuro mejor, dejar ir, soltar y cerrar de forma permanente las pistas que habían constituido una gran comunidad aeronáutica entre pilotos, dueños de aviones y aeródromos, mecánicos, instructores de vuelo, alumnos, vendedores de las más prestigiosas marcas de aeronaves y las familias de cada uno de ellos.

El Cap. Richie invita a todo aquel joven y no tan joven que tenga un sueño en su corazón, a no apagarlo, a escucharlo y avivarlo: “Es mejor vivir siguiendo un sueño propio, que ir tras los sueños de alguien más”, concluye.

Así fue como los aeródromos regios San Agustín, Aerocentro, Aerodeportes y San Nicolás, dejaron atrás su gloria e historia para que continuara con vida el Aeropuerto Internacional del Norte; esto alrededor de 1970, cuando con la inauguración del nuevo Aeropuerto Internacional General Mariano Escobedo, se amenazaba la continuidad del ADN.

Fue preciso que como verdaderos héroes del Norte, por lo que crearon la Sociedad Cooperativa de Consumos y Servicios Aéreos Aeropuerto del Norte, S.C.L., con la finalidad de que se les entregara la concesión y administración del aeropuerto, asegurando así un espacio único para la operación de la aviación general. Un gran acierto.

Los integrantes de aquel primer Consejo Directivo de la Sociedad Cooperativa del ADN fueron los señores Omar González, Hernán Rocha Garza, Alejandro Chapa, Arturo Pérez Ayala, Francisco J. Garza y Garza y Esteban L. Rock.

Con estas breves líneas honramos la memoria de sus actos, y recordamos que fueron ellos quienes gestionaron, con el presidente de la república Luis Echeverría Álvarez, el futuro del Aeropuerto del Norte, proveyendo a Apodaca, Nuevo León, la distinción de ser el único municipio en el país hasta la fecha que cuenta con dos aeropuertos internacionales en operación.