Editorial
A RAFAEL DE PAULA dójicamente, lo afirma con su propia negación enmascaradora. El cante y el baile andaluces parecen juntarse en la figura luminosa y oscura del torero y el toro; de la razón y la pasión; de la verdad y de la vida; para jugarse definitivamente a caray cruz todo eso: el todo por el todo. Ninguna representación figurativa como ésta, típicamente espiritual, analfabeta, del toreo español, andaluz, asume con emoción y belleza tan puras el misterio eternamente fugitivo del arte: el del hombre mismo, rostro de vida que es máscara de muerte. Éxtasis del vuelo son estas mágicas virtudes del cante y baile; inquietud y sosiego juntos; que en el arte birlibirloque de torear se nos expresan o exprimen tan apuradamente, dándonos la fórmula barroca de lo español más vivo y verdadero con su mejor y más depurada elegancia. Tprecisamente porque se hace misterio luminoso de lo más oscuro; secreto a voces, y hasta a gritos; donde aire y claridad, entre sombra y sol, tan evidente, que sólo nos dejan en el alma, airosa y airada, encendida, vacía de todo por llenarse de todo con su garbo, la invisible, imposible, invencible, majeza o majestad de la vida, pasando, traspasando la sombra transparente de la muerte con su angélico vuelo. «Lo que nos queda —según el decir del barroquísimo y torerísimo soneto calderoniano— es lo que nos queda». El alma, con su arte mágica de salir volando, cantando, bailando, toreando, en el cante, en el baile, en el toreo: es decir, nada. Es decir nada, que no es lo mismo, que es todo lo contrario, que no decir nada. José Bergamín (Extracto del libro La música callada del Toreo. Editorial Turner.)
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H
e escrito en estas páginas que no se torea más que por recortes y galleos, evocando a Unamuno que decía que «no se piensa más que en aforismos y definiciones». Pero el aforismo es definición y la definición es aforismo. El galleo es recorte y el recorte es galleo. Describe Pepe Etilo en su Tauromaquia los recortes y los galleos diferenciándolos cuando se hacen con el capote o no. El recorte se puede hacer sólo con el cuerpo; el galleo no. Puede haber recorte sin galleo pero no galleo sin recorte. T no hay toreo sin los dos, y las «suertes» que se hacen con ellos, que son todas las del arte de torear. También he escrito que el toreo se piensa: porque al hacerlo y al decirlo se salta el trecho que separa el hacer del decir torero. «Las artes hice mágicas volando», nos dejó dicho con ese maravilloso verso Lope de Vega. Las artes mágicas del vuelo: el cante, el baile, las corridas de toros españolas, como el toque de improvisación que acompaña al que canta hondo en la guitarra, son artes mágicas del vuelo, sin huella o trazo literal que señalen su ruta para repetirse: artes puramente analfabetas. Por eso se dieron y aún se dan en España, singularmente, el baile flamenco o gitano, que lo es morisco, o sencillamente andaluz; el cante hondo, sin transcripción musical posible, como el rasgueante acompañamiento de la guitarra que lo alienta o frena; las corridas de toros, en que la viva improvisación del toreo, señalada con trazos de razón tan precisos, transciende y supera en cada instante de su ser, que es parecer vano, la propia definición o figuración racional que aparentemente lo crea: subrayando aún más todavía, cruelmente, su propia evidencia o revelación luminosa con la oscura presencia invisible de la muerte que, impetuosa como el toro, lo hace posible, lo sostiene y, para-