Cielos de Extremadura

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Emiliano Blanco

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Disfruto de la enorme satisfacción de encaramarme a unas peñas mientras me encamino al abrigo de la Calderita, donde una pared cuarcítica de unos diez metros, a modo de lienzo de arte rupestre, recoge multitud de imágenes de diversa e indescifrable temática, y me hace pensar en las sensaciones que experimentarían aquellos seres humanos que las plasmaron hace más de cinco mil años, quizás arropados igual que yo por esta niebla matutina. Y luego me quedo atónito al descubrir cómo La Zarza abandona provisionalmente toda conexión terrenal y de un modo casi onírico se convierte en una población flotante. Avanzo un poco más y un sonido desde lo alto me hace volver la cabeza para ver como unas grullas, de las aproximadamente 125.000 que pasan el invierno en Extremadura, desfilan estirando una larga hilera por encima de la niebla que intenta poner cerco a Alange y su cerro de la Culebra. Mientras desciendo desde lo alto, bajo la mirada para entrever las copas de los árboles emergiendo del misterio y como una pequeña embarcación parece que intenta escapar del vaporoso abrazo que exhalan las aguas del embalse de Alange. Y a continuación, poco a poco, el paisaje va surgiendo lentamente y de donde antes no había nada van apareciendo diversos elementos que empiezan a otorgarle sentido: una casa aislada, dos cerros que casi se dan la mano… Pronto el paisaje se ofrecerá íntegramente y lo que antes era una promesa se convertirá en una realidad. El misterio se habrá esfumado.


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