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Jacobo Payán Latuff Fundador del San Luis Potosí de la Modernidad y el Progreso

» Su historia de vida es excepcional

» Fue un niño muy pobre, pero feliz

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» Le dicen “El Rey Midas”, porque todo lo que emprende se vuelve exitoso

» Es un personaje admirado y querido por los potosinos

» Excelente ser humano, empresario y generador de empleos

» El amor por sus padres, el motor de su ascenso desde la infancia

» “Tengo una familia preciosa. Doy gracias a mi esposa e hijos”

» “Seguiré trabajando hasta el final”, dice a sus 84 años de edad

Hablar de Jacobo Payán Latuff es referirse en buena parte a la historia moderna de San Luis Potosí porque es pieza fundamental de la renovación y el progreso del que hoy goza nuestra entidad.

Para él, que ha visto cómo nuestro estado ha pasado de ser uno de las más atrasados de la región, a uno de los más modernos, el tiempo que ha tenido la suerte de vivir ha significado también un privilegio, pues ha sido aliado de todos los líderes sociales y políticos, de todos los empresarios y de todos los potosinos que han decidido emprender la aventura de construir un San Luis Potosí mejor y más grande

Conversar con él es abrir un diálogo con una leyenda, con un mito que se construyó a sí mismo desde los cimientos. Desde la más sencillas de las cunas, hasta el más elevado de los pináculos.

Dueño de decenas de empresas, entre ellas el famoso estadio de futbol “Alfonso Lastras”, que próximamente llevará su nombre, Jacobo Payán nació el 6 de enero de 1939 en una casita de la calle Zarzosa, en el centro de la capital potosina.

A Don Jacobo lo conocí en el año 1987, cuando hacía mis pininos en el periodismo y fue nombrado Director de Fomento Industrial en el gobierno de Leopoldino Ortiz Santos.

Desde entonces he tenido la oportunidad de seguir sus pasos y entrevistarlo en innumerables ocasiones.

Esta vez, en la conversación para hacer su biografía, el famoso empresario habla con cierta timidez acerca de sí mismo; pero con mucho entusiasmo sobre los logros que considera producto de su incansable trabajo y también fruto de la confianza y amistad que otros grandes personajes depositaron en él.

Aquí les presentamos un segmento del libro que pronto publicaremos sobre la vida y obra de este potosino que se distingue por ser uno de los más notables, un verdadero imprescindible.

De este tipo de seres humanos, extraordinariamente generosos, es de los que más necesitamos en estos tiempos en los que el egoísmo se ha instalado como una filosofía en la mente de las nuevas generaciones, pues Jacobo Payán Latuff es un hombre que se ha dedicado a servir a la comunidad, a poner el nombre de San Luis Potosí en alto, y a impulsar el deporte y al sector productivo e institucional del Estado.

Sin su valiosa aportación, San Luis Potosí no tendría el hermoso rostro del que hoy goza.

¿Cómo se siente en este momento de su vida?

“Muy feliz, Dios y la vida han sido muy buenos conmigo, mu- cho más de lo que yo imaginé”, responde a la primera pregunta en nuestro encuentro para empezar su biografía, efectuado en uno de los restaurantes de su propiedad, al poniente de la capital potosina.

Platíquenos de sus orígenes…

Soy el sexto de ocho hijos. Mi papá se llamaba Emilio Payán Sayet , era armenio y mi mamá Regina Latuff Saud, libanesa.

Ellos primero vivieron en Monterrey, luego en Tampico y finalmente en San Luis Potosí donde venían por una temporada atraídos por el rumor de que con Pancho Villa los pesos en San Luis colgaban de los árboles, que lo barrían con la escoba, como hoy sucede con el sueño americano de que los dólares se encuentran en las esquinas, pero la realidad es que tuvieron que trabajar muy duro.

Entre uno y el otro no hablaban el mismo idioma. Eran muy jovencitos cuando se casaron: Él tenía 17 años de edad y mi mamá apenas 15 años.

Yo vine al mundo el 6 de enero de 1939. Cuando mi madre anunció que se aproximaba el parto, mi papá mandó en taxi por la enfermera y una vez nacido, la envió de regreso en camión, (risas).

Fuimos ocho hermanos, siete hombres y una mujer: Emilia, Elías, Abraham, Rafael, Pepe, yo, Emilio y Juan. Ya fallecieron seis.

¿Qué recuerdos tiene de sus padres?

Muy bonitos. Los dos fueron maravillosos. Él era muy responsable y trabajador.

Y mi madre: una santa! Una mujer buena, linda, generosa y muy inteligente. Su familia había sido de mucho dinero.

Recuerdo que le preguntaba a mi papá: “¿Cuándo vamos a tener nuestra casa propia?”

Muy pronto, le prometía él. Pero ese día nunca llegó.

¿En qué trabajaban?

Eran mil usos.

Primero vendían ropa en abonos, luego tuvieron una bodeguita de legumbres en el centro.

Cuando yo estaba muy chiquillo ayudaba a mi padre, vendía nueces, frutas y leguminosas. Había camiones que llegaban de Villa de Arriaga y Santa María del Río, a la calle Ponciano Arriaga, donde ahora es el edificio de seguridad pública, en el eje vial. Ahí era una especie de mercado.

¿Cómo fue su infancia? Mis hermanos y yo éramos pobres pero felices; jugaba a la pelota con petróleo, rompía vidrios junto con los demás vecinitos.

Me bañaba de botecito. Mi mamá calentaba unas tinas con agua tres veces por semana, no todos los días, pues éramos muchos.

Una ocasión que estábamos desayunando, mi hermano Ra- fael dijo: “Ponme más cebolla, mamá”, porque más que huevo, era cebolla con chile. Y mi papá se enojó, pero fue de broma.

Nací en la calle Zarzosa y luego nos cambiamos a la 2 de abril y más adelante a la de Alvarado. Siempre en la zona centro.

Estudié la primaria en la escuela pública “Mariano Jiménez” y luego hice un año de carrera en la academia comercial San Luis, donde ahora se ubica el Hotel Panorama (de su propiedad) de donde tuve que salirme por no tener para pagar la colegiatura.

Su Juventud

Empecé a trabajar a los 14 años en el único banco que había en San Luis: El Banco

El famoso empresario con su hijo Jacobo Payán Espinosa, quien heredó su talento y capacidad de trabajo, así como su noble corazón.

Nacional, hoy Banamex que todavía está en la calle Álvaro Obregón esquina con Allende.

Ahí había una compañera que tenía una cajita con todos los santos. Y un día que yo tenía un apuro muy grande me dijo:

Tome uno. Me decidí por la imagen de la Divina Providencia, me enfoqué en rezarle, en pedirle su ayuda y desde entonces me encomiendo a ella.

En el banco trabajé cuatro años y luego migré a Estados Unidos donde trabajé como “garbage collector”, es decir como recolector de basura.

Así duré año y medio. Con lo que ganaba compraba ropa usada, chamarras, camisas, pantalones, zapatos; junté siete costales y al regresarme, me puse a vender en la calle, como las Marías.

También abrí una bodega de frutas y legumbres que atendía por las mañanas y por las tardes compraba marranos en las casas y en los ranchos que luego vendía a la empacadora “Alanis”. También fui velador de un lote de carros.

Yo le tiraba a todo lo que se movía, a veces le atinaba, a veces no. Esa ha sido mi vida, de trabajo y más trabajo.

¿Cuántas horas trabajaba diario?

Diez, aunque a veces hasta dieciséis horas.

Su Matrimonio

A los 21 años de edad conocí a mi esposa. Duramos tres años de novios.

¿Cuánto duraron de novios?

Tres años, a mis 24 años de edad le pedí que se casara conmigo. Llevamos 59 años de casados, tenemos seis hijos, 20 nietos y una bisnieta.

Mis hijos se llaman Yolanda, Gabriela, Verónica, Mireya, Jacobo y Marcela.

Cuando me casé entré a trabajar a Automotriz Lorca de vendedor de autos, sin sueldo fijo, a pura comisión. Yo era el que más vendía y el que más ganaba. Trabajé ahí durante cinco años y me salí porque quería volar solo.

Siempre me tuve confianza.

Y así puse un lote de autos usados, luego se vino la escasez del acero y mi amigo Miguel Valladares y un sobrino de él, junto con Rafael del Blanco Garrido, me dieron la oportunidad de empezar a vender segundas, lo que le llaman “puntas” y “colas” de las varillas.

Luego compré una maquinita para hacer alambre recocido y empecé a vender y a comprar todo tipo de acero.

El empresario Juan Carlos Valladares abraza a su gran amigo Jacobo

Hace 47 años empecé con el restaurante La Parroquia en 1976, para darle servicio a la gente.

Sus Primeros Xitos

¿El restaurante La Parroquia fue su primer negocio? No. Ya había emprendido en otros durante seis años. Entonces Antonio y Rafael Herrera me dieron 600,000 pesos y abrimos la primer Parroquia, que es la de Plaza Fundadores, en el año 1975.

Mi socio ya no le quería entrar y le dije mejor métete porque seguro vamos a tener éxito. Luego puse La Posada del Virrey.

Esos lugares ya son emblemáticos En efecto. Siempre entendí que diversificar la inversión era lo mejor, por eso me propuse comprar el hotel Panorama y años después el hotel San Francisco (antes llamado hotel Filher”), le puse así en honor a mi amada esposa, porque nos casamos en la iglesia que lleva ese nombre.

Ahora soy propietario de algunas Parroquias. Son cuatro y dos más que van a abrir.

Y el estadio de futbol que va a llevar su nombre. Debe llevarlo. –sonríe.

Le dicen el “Rey Midas” porque todo lo que toca tiene éxito

Pues gracias A veces se gana.

¿Cómo es su vida?

Llevo una vida normal como cualquier ciudadano, yo recorro las calles que recorren mis hijos, soy muy feliz en San Luis Potosí, lo quiero mucho; siempre ando buscando el bien común, ayudar a la gente que menos tiene, a los enfermos.

¿Qué responde a las críticas?

Nada. La gente me conoce desde mi raíz, siempre he vivido en la ciudad de San Luis Potosí y solo me he dedicado a trabajar y ayudar a las personas.

Si me molesta que hablen mal de la gente. Si a alguien le va bien no dicen: ¡que trabajador!, yo lo he vivido en carne propia, trabajar más que temprano es tener una idea de lo que estás haciendo y lo que ganas destinarlo en algo positivo.

Yo, por ejemplo no paro en invertir, lo que me gano tantito en un lado, lo invierto en otro.

También tiene la asevera De ahí soy socio. Producimos 60,000 toneladas mensuales de alambrón.

¿A cuántas personas da empleo?

A unas tres mil, aproximadamente.

El estadio debe llevar su nombre porque usted más que Alfonso Lastras, ha dado más a San Luis Potosí: Empleos, Servicios, ayudas…

(Caballeroso, leal, amigo de “el chamuco” en la vida y más allá, Don Jacobo guarda silencio.)

¿Quiénes fueron las personas que creyeron en usted? Alfonso Lastras, Antonio Delgado, Rafael Herrera, Jesús Marroquín.

Y el señor Humberto Iwadare ¿era su amigo? Si. Murió hace 10 años. Era más grande que yo. Después de eso ahí empecé otra y otra parroquia.

¿Qué lo motiva a levantarse cada día y continuar adelante? Esa pregunta me la hace mucha gente: ¿Qué para qué quiero más dinero? Y les respondo que no tengo dinero, fincas, sí, restaurantes, sí, pero efectivo no tengo.

Seguiré trabajando hasta el final. Vimos que le cedió la mesa a una familia ¿Por qué lo hizo? Por dos motivos: El primero, para atender bien a los clientes; y el segundo, pues porque ya me voy.

Yo soy la mitad dueño de la Parroquia y dueño completo de “La Catedral”. Pero luego le seguimos con esta historia.

(Don Jacobo se despide con un abrazo. Cede su mesa de nuevo. Continuaremos esta historia, y su historia continuará para siempre.)

Lucero Aguilar Fuentes (Luz Alicia) es una escritora y periodista potosina, con más de 30 años de experiencia.

Durante ocho años fue reportera de la sección política del periódico El Universal en la CDMX y hace 18 años fundó la exitosa revista Expresión San Luis.

Es feminista y activista a favor de los derechos humanos.

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