Latrampa

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LA

TRAMPA Eugenio Ibarzabal


La Trampa – 2013 Eugenio Ibarzabal Todos los derechos reservados


A la memoria de mi padre, que era feliz pintando.


La historia y los personajes de esta novela son ficticios y no guardan parecido alguno ni con los hechos acaecidos ni con las personas que el autor haya podido conocer. Si está ambientada en el País Vasco y en unos determinados años es por ser una tierra y una época que el autor ama y cree conocer.


Índice: 1. Invitación al vals. 2. Visita a Zumalde. 3. Una filtración. 4. En la calle. 5. El amigo de Londres. 6. Teresa 7. Un viaje a París. 8. El quiste. 9. Tampoco ellos lo sabían 10. Ricardo. 11. Las presiones de Elías Antón 12. Otra tormenta 13. Entre dos hombres. 14. Triple asesinato en Mónaco. 15. Un punto de referencia 16. Noticias de Ricardo 17. Un sindicato muy especial. 18. Ugarte. 19. La cobertura de Arias. 20. Algo comienza a moverse. 21. Una viuda digna. 22. Recordando viejos tiempos. 23. Confesiones inesperadas. 24. Una noche en la ópera. 25. El delator. 26. El secreto de Ricardo. 27. Habla el Presidente. 28. Debate en la prisión. 29. Dudas. 30. La trampa.


16 de junio, martes.


1. Invitación al vals. Patrik salió de su casa de Jungitu recordando a Teresa, de quien se había separado hacía algo más de un año. Siempre le ocurría igual: aunque intentaba hacerlo con frecuencia, lo cierto es que nunca lograba definir qué clase de sentimientos mantenía aún hacia ella. Eran varios, sin duda alguna, pero, al tratar de atraparlos, siempre parecían escurrirse de su pensamiento. Le aburría ya volver a intentarlo. Sentado en la parte trasera del coche oficial que le conduciría a Vitoria, abandonó una vez más dicho empeño. Tras arrancar el coche camino de la sede de la Presidencia del Gobierno Vasco, donde trabajaba como Director del Gabinete del todopoderoso Secretario General de la Presidencia, dejó el maletín a su izquierda y tomó los periódicos del día. En realidad - observó - eran noticias que ya conocía a través de los telex del día anterior. Leyó de nuevo las referencias de la rueda de prensa que su jefe había hecho la víspera y se volvió a enfadar, al igual que cuando las leyó por primera vez. “No es eso, no es eso. ¡No es nada de eso!...- pensó-. Esta más claro que el agua. Os está diciendo la verdad, y no os la creéis. ¿Por qué seréis tan idiotas?”... Pero luego cayó en la cuenta de que la responsabilidad no estaba sólo en quien lo había escrito, sino también en quien lo había dicho. Porque lo cierto es que todos los periodistas, absolutamente todos, lo habían recogido del mismo modo; es decir, mal. No era, pues, culpa de los periodistas. O al menos, tan solo culpa de los periodistas. Aquella misma mañana - pensó - hablaría por teléfono con todos ellos y trataría de arreglarlo, si es que aún se podía arreglar algo. Pero luego consideró


que daba igual: estaba ya publicado y las explicaciones posteriores no harían sino generar aún más problemas. En cualquier caso, tampoco era tan importante. Pidió al chófer que introdujera el cassete que había comprado la víspera. Con la música, la temperatura del coche y la espera ante la interminable fila de semáforos de Vitoria, llegó medio adormecido a su punto de destino: el Palacio de “Ajuria Enea”, lugar de residencia del Lehendakari del Gobierno Vasco. Cuando pasó por los controles de seguridad, efectuados cada día con más y más detenimiento, Patrik pensó en el cambio que se había producido en los últimos tres años. Cuando visitó Irlanda del Norte y paseó por Belfast, recorriendo comisarías y hablando con su gente, jamás pensó que el País Vasco adoptaría poco tiempo después aquel aspecto tan semejante. Recordó la impresión que entonces le produjo observar las estaciones de policía, convertidas en auténticas fortalezas rodeadas de muros y defensas de cemento, así como las calles con dispositivos fijos para ser acordonadas o desalojadas en cualquier momento. Ahora, los centros oficiales de la administración, no sólo las comisarías de la policía vasca, habían reforzado sus sistemas de seguridad hasta límites insospechados años atrás. Y la seguridad, qué duda cabe, estaba reñida con la hospitalidad y la imagen de concordia. Pero nadie se extrañaba ya de esto. Desde que la Organización armada iniciara una ofensiva contra el Gobierno Vasco, formado, tras la crisis de hacía tres años, por una coalición de signo mayoritario socialista y con un Lehendakari de este partido, el enfrentamiento era total. No sólo habían muerto policías y sufrido atentados las comisarías, sino que también políticos, periodistas y jueces se habían convertido en nuevas víctimas de la reciente etapa. En Madrid el Gobierno estaba formado, tras las elecciones, por una coalición de centro derecha que contaba, a su vez, con una muy dura oposición por


parte de los socialistas, los mismos que se encontraban en el poder en el País Vasco. Patrik recogió el maletín que acababa de ser revisado y entró en las dependencias de Presidencia. Subió las escaleras y se adentró en su despacho. Creía haber sido el primero en llegar, pero no era así. Se preparó su café y sonó el teléfono: - Patrik ¿podrías acercarte a mi despacho? - Voy de inmediato. Patricio Salazar, al que todos llamaban Patrik desde el colegio, quedó un tanto sorprendido al escuchar la voz de su jefe, que jamás llamaba directamente, sino a través de su secretaria, la correcta Natalia. Pero esta vez no era así: era él mismo quien llamaba. Nada habitual en aquel hombre tan soberbio. De estatura media y de edad cercana a los cincuenta, Antón era en extremo afable en el cuerpo a cuerpo, pero sólo cuando le interesaba. Su carácter era retorcido y difícil de comprender. No daba importancia al vestir, lo que desagradaba a Patrik, que siempre lo consideró como un síntoma de abandono personal. Elías Antón le recibió en su despacho y le preguntó si quería un café. - Muchas gracias, Elías. Lo tomaré a gusto: el primero lo dejé sin terminar - dijo, dando a entender que no le había dado tiempo ni a sentarse cuando había sido llamado -. Antón llamó entonces a su secretaria por el interfono, pidió café para los dos e invitó a Patrik a sentarse en una pequeña mesa cercana a la ventana, a varios metros de la mesa de su despacho. Patrik observaba un interés inusual en Elías Antón. Era evidente que se trataba de la primera gestión del día, lo que denotaba que la decisión la había tomado con anterioridad, ya que si alguna virtud tenía Antón era la de ser un buen


planificador. - En el día de ayer, en la reunión de los lunes con el Lehendakari para preparar el Consejo de Gobierno de hoy, hablamos de varios temas. Le vi

muy interesado con la posible evolución del terrorismo. Hicimos

un repaso de las últimas informaciones, contrastamos las opiniones que teníamos con las que habíamos recibido de Madrid y hablamos en profundidad de todo ello. He dicho que tocamos diversos temas en la reunión, pero la verdad es -dijo, corrigiendo lo anterior - que nos centramos fundamentalmente en éste... Luego le preguntó directamente, como si no tuviera tiempo que perder: - ¿Tienes alguna impresión más reciente que indique que algo se esté moviendo en la Organización en los últimos meses?... - Según a lo que llames moverse - contestó Patrik -. Sabes que ayer por la noche mataron a un policía en Eibar, y al parecer, según dice Interior, pudieron ser más... - Lo que voy a contarte lo guardarás de modo exclusivo para ti... - y Antón hizo un silencio que Patrik interpretó como el inicio de una confidencia. Puso sus manos como si de rezar se tratara, y apoyó su nariz sobre las yemas de los dedos. Cumplida aquella pequeña liturgia dedicada a dar importancia a lo que a continuación iba a decir, Antón comenzó a hablar -. - El Lehendakari

ha recibido información de los franceses en el

sentido de que podría haber llegado el momento de negociar... - No me interpretes mal, Elías – contestó Patrik tras un silencio y como si se tratara de algo que le aburriera -: eso me suena de haberlo ya escuchado en demasiadas ocasiones...


- Hasta cierto punto - le corrigió Antón -. Ya sé que lo hemos escuchado antes, ya lo sé, pero no de los franceses. Y, además, se han atrevido a informarnos de ello. Al parecer, nos dicen que han descubierto signos de una inesperada debilidad en ellos, e indican que es posible que haya llegado el momento de llegar a algún tipo de acuerdo. El Lehendakari estaba sorprendido y al mismo tiempo muy interesado. Ten en cuenta que el próximo año es año de elecciones para nosotros. Las vacaciones se acercan, y la política no se moverá hasta septiembre, porque no hay Parlamento. ¿Por qué no nos ponemos a estudiar esta posibilidad?... Es un buen momento. - Tú sabes que estamos comprometidos hasta las cejas en la no negociación con los terroristas y que el Gobierno Central mantiene la misma posición que nosotros a este respecto. Es peligroso, ya lo sabes... Si nos descubren podemos tener una nueva bronca con ellos, y esta vez seríamos nosotros los que saldríamos perdiendo - replicó Patrik, que interpretó las palabras de Antón como una invitación al vals -. - Lo sé. No te he pedido sino que volvamos a analizar la situación. Nada más. - ¿Qué quieres que haga exactamente?... - preguntó prudente Patrik, subrayando la palabra exactamente -. - Intentar saber qué parte de verdad puede haber en esa información; no vaya a resultar que nos quedemos fuera de algo importante. Después, ya veremos. - Tú sabes muy bien que es difícil hacerlo sin comprometerse. Una cosa son los rumores y otra muy distinta la realidad. ¿Nuestra policía ha detectado algo?... - No. Y te adelanto que nuestros Servicios de Inteligencia tampoco.


- ¿Ha habido alguna novedad en los mensajes que, de cuando en cuando, les enviamos? - preguntó Patrik, deseoso de tener algo por donde empezar -. - Hasta el momento, no -respondió Antón en un tono que más bien parecía una confesión nada agradable de hacer -. - ¿No te parece demasiado poco para comenzar?... Estoy tan harto de hacerles el juego, Elías.... - Míralo de este otro modo: el gran jefe lo ha considerado suficiente como para echar a andar... “El gran jefe debería haber visto a alguno de ellos en persona y se daría cuenta de que con este tipo de gente no hay nada que negociar, pensó Patrik para sí -. Recordó reuniones con Durán, Arrazola y otros, todos ellos deportados ahora en Argelia, hacía ahora siete años. Pensar que aquella gente había ordenado la muerte de tantos, con un mínimo de información y sin defensa alguna...Y, sin embargo, en aquellas reuniones, cualquiera hubiera dicho que se trataba de personas razonables, e incluso con afán de colaboración. Tan sólo un detalle le traicionó a Durán: el desprecio con el que trató a su mujer: ¡el muy progrel... Y a pesar de todo, ahora se le decía que había que empezar otra vez”. Antón, al despedirse, y tras pedirle una total discreción, le exigió también prioridad absoluta; eso significaba que tenía obligación de dejar todo lo demás, aunque lo otro hubiera sido calificado de urgente la víspera por el mismo Antón. El era siempre así: sus prioridades eran las prioridades del departamento. Por la escalera que conducía hasta su despacho, Patrik pensó que, por una vez en la vida, estaba de acuerdo con la prensa, que consideraba casi imposible una negociación. ¿Por qué reabrirla ahora?... ¿Por una información de los franceses?... Pensó que muy bien podría ser,


incluso, mentira. Pero tenía que hacerlo. Elías Antón había hablado de buen momento. Tal vez sólo se trataba de una operación política, o quizás era una frivolidad más. Una más. Conociendo a Elías Anton, la invitación al vals podía haber partido de él... “Patrik, no te emociones. Tú, en plan profesional” - se dijo-. Recordó el fracaso de distintos intentos de negociación, si es que negociación podía llamarse a lo que realmente sucedió...., así como la entrevista con Durán al otro lado de la frontera, en aquel pueblecito al lado de San Juan de Luz, con la iglesia al lado... Y le vino también a la memoria la muerte de Mauricio, un joven al que habían matado como a un perro con ocasión de un atentado contra un transporte militar. Mauricio iba de paisano, y cumplía el servicio militar conduciendo aquel minibús. Salió corriendo hacia ellos gritando que él no era más que un remero que estaba haciendo el servicio militar. Fue inútil. Lo remataron en el suelo... ¡Pero ahora había que estudiar una posible negociación!... Tal vez con el asesino de Mauricio.... Su secretaria le pasó una llamada de Teresa. No era muy habitual que llamara, aunque mantenían una buena relación. Teresa le pedía algo de dinero. Era un pequeño apuro, un adelanto, algo sin mayor trascendencia. La imaginó tras el teléfono, y aprovechó para hablar con ella. Accedió al préstamo: tampoco era tanto. Se verían más tarde. Luego releyó los últimos informes que él mismo había elaborado sobre la situación de la Organización. No había en ellos nada que indujera a pensar que se atisbara un posible cambio. Los compañeros políticos del terrorismo seguían diciendo lo mismo de siempre, aunque ahora lo hicieran de otra manera: ésta era toda la variación desde hacía nueve años. ¿Por qué ahora sí?... Y volvió a los tópicos de siempre: tal vez cansancio, división, lucha entre las dos fracciones de siempre, los duros y los blandos, problemas de financiación, caídas importantes, Francia... Algo de todo


esto ocurría, sin duda alguna, pero no parecía suficiente como para que se produjera un cambio. “Habría algo más, ¿qué puede ser? – se preguntó - : la verdad es que todo tiene un final, y algún día tenía que suceder. Incluso en este caso”... Al mediodía repasó las últimas informaciones de Inteligencia y de Interior, hizo algunas llamadas de sondeo muy indirecto a algunos periodistas de confianza y amigos cercanos. En principio, lo de siempre, es decir, nada. Más tarde se esforzó por recordar la conversación con Antón, tratando de captar todos los matices posibles. ¿Qué era exactamente lo que le habían dicho los franceses?... ¿Por qué no le daban más detalles de la información?... Y si no existía más que lo dicho, ¿cómo era posible intentar ver sin, al mismo tiempo, ser visto?... Estuvo a punto de solicitar una nueva entrevista con Elías Antón, pero se echó para atrás por considerar que era un modo de reconocer la dificultad de lo que se le pedía. Trataría de responderle sin comprometerse demasiado. Luego pensó que no, que se conocía bien a sí mismo, y que no sería tan sencillo desentenderse del tema: en realidad – pensó - la violencia era el único problema apasionante al que le había tocado hacer frente. El resto de problemas políticos - se dijo para sí - era una mera cuestión de tener o no dinero para financiarlos. Patrik aprovechó la excusa para comer con Teresa, en Vitoria. Estaba muy atractiva, pero diferente. Poseía un misterio que antes no había sabido captar. Detectaba, sin embargo, una gran distancia. - Apenas me miras a los ojos - le dijo Patrik, y hablaron de temas marginales, repasaron las últimas películas que habían visto y recordaron anécdotas de amigos comunes -. Te veo demasiadas veces en la televisión. No hay manera de olvidarte - dijo Patrik, dándose cuenta de que


incidía en el tema de siempre y que la conversación se tornaría más difícil -. Tengo la impresión de que ahora, incluso, presentas más programas. - No lo creas - replicó Teresa, tratando de cambiar el tono de Patrik -. No es así, de verdad, incluso tengo problemas con el nuevo equipo de informativos que ha metido la dirección. Ya sabes que nunca fui del agrado de quien tú bien sabes. Mira, Patrik, si me hubieras dicho que todavía te resultaba difícil reunirte conmigo, bastaba recordarlo y lo podríamos haber arreglado de otro modo. -Tienes razón, perdona, no insistiré. Tan sólo tenía ganas de verte, y preferí dártelo en mano... ¿Qué tal te va con Ricardo? - Me va bien, en la medida que algo puede ir bien con él. Tú sabes cómo es. Siempre te dije la verdad. Había otra solución que tú no quisiste aceptar, y te equivocaste al decir que no. Antes de decidir la separación, Teresa le había pedido continuar juntos... pero manteniendo su relación con Ricardo. Patrik no lo podía aceptar, a pesar de conocer bien la ambigüedad de los sentimientos de Teresa hacia Ricardo... y hacia él. En aquel momento se acercó la camarera con un teléfono portátil: - Es para usted, señor Salazar - le dijo amablemente, y Patrik pudo escuchar la agradable voz de Natalia, que le pasaría de inmediato a Elías Antón -. - Algo sorprendente, Patrik, increíble: Madrid nos acaba de informar que la policía alemana ha detenido a la práctica totalidad de la ejecutiva de la Organización en un pequeño pueblo de Baviera. Te espero en media hora. Patrik se mantuvo en silencio por algunos momentos. Apagó lentamente la lucecita del teléfono, dejándolo sobre la mesa, al mismo


tiempo que hacía un gesto a la camarera para que lo retirase. Había olvidado por completo a Teresa, y se puso a analizar cómo se sentía ante semejante acontecimiento. No, no era felicidad; era más bien frustración por haber sido otros los que lo conseguían. De inmediato cayó en la cuenta de que había algo que no encajaba con la primera conversación de la mañana con su jefe... - ¿Algún problema? - le preguntó Teresa -. - No, problema..., ninguno - dijo Patrik como si acabara de despertar-. Al contrario - pero no le dijo nada, a pesar de lo mucho que le hubiera gustado a ella saberlo -. Imaginó que la cabeza de Elías Antón estaría dando vueltas y vueltas, tratando de encontrar alguna respuesta que dar al Lehendakari. Este se encontraría nervioso. En aquella caída el Gobierno Vasco no tenía nada que ver, ni había tomado parte alguna en la operación. El éxito sería atribuido de modo exclusivo al Gobierno Central. Patrik se despidió de Teresa, tomó el coche que le esperaba en la puerta del restaurante y, en poco tiempo, se presentó en su despacho. Cogió los papeles que horas antes había analizado, subió apresuradamente por las escaleras hasta que se topó con Natalia, la secretaria de Antón. Al momento recibía la autorización para entrar. Antón se encontraba tal y como Patrik había podido imaginar. No encontraba respuestas, se sentía engañado y se mostró en un tono muy diferente del de la mañana. No había amabilidad ni sugerencias, sino exigencia de responsabilidades. Daba la impresión de que todos le habían engañado, de que ninguno había estado a la altura de las circunstancias. No podía ocultar su aturdimiento, aunque dijo que tendía a pensar que se trataba de un golpe de suerte, ya que la casa donde se encontraba


la ejecutiva de la Organización había sido alquilada por un estudiante radical alemán. La policía buscaba al parecer a éste, pero, al ir a detenerle, se encontraron con que, desde el interior de la casa, se les recibió a tiros. Al final todos fueron detenidos, con excepción de uno, que prefirió dispararse en la boca antes que entregarse. Esperaron hasta la noche por miedo a que escaparan, y por lo tanto la noticia estaría en la calle muy pronto. Antón no preguntaba sino qué hacer, como si la responsabilidad de contestar fuera de los demás y no suya. Había puesto en marcha el “ventilador”, algo muy propio del buen político.


2. Visita a Zumalde. Ninguno de los dos quiso recordar la conversación de la mañana. Antón no la mencionó y Patrik no se atrevió a suscitarla. Se producía una vorágine que Patrik conocía bien: el terror del político ante la capitalización de un éxito por su adversario, en este caso, para Antón, por el Gobierno Central, de signo conservador. El Secretario General parecía exigir respuestas de inmediato. Ya no le importaba tanto conocer qué había sucedido, sino tener una idea clara de lo que ahora tenía que hacer. Patrik pensó que el único modo de evitar lo que su jefe preveía era apuntarse como propio lo ocurrido en Baviera, y esto podía conseguirse, de algún modo, deteniendo a algunas personas del entorno de la Organización en el interior del País Vasco, detenciones que se explicarían como parte de la operación que había llevado a la caída y que, en el barullo informativo, se presentarían a la opinión pública como una actuación coordinada con Madrid y con la policía de la República federal alemana. ¡Problema momentáneamente salvado!... En cuanto el Secretario General de la Presidencia del Gobierno Vasco escuchó aquello, creyó ver abrirse el cielo. Despidió a Patrik y convocó a Interior e Inteligencia y, naturalmente, puso sobre la pista al equipo de comunicación, al objeto de ir orientando desde el primer momento el mensaje a dar. Los teléfonos sonaban con insistencia y se pedía a todos una dedicación especial: “Olvidaos de dormir, ¿me escucháis? - diría Antón a todos con los que hablaba por el teléfono esa tarde o recibiría más tarde en su despacho -, nos la estamos jugando... porque esta vez parece que es verdad”...


Patrik salió del despacho sin terminar de creérselo. Todo corría a semejante velocidad que, en un momento, tuvo la impresión de estar viviendo un sueño. Y sin embargo aquello era real... Por la mañana le había llegado una información en un sentido muy concreto, y luego, casi al mismo tiempo, caía la ejecutiva de la Organización. Nada más, ni nada menos. Casi entera. Los grandes nombres tantas veces buscados por la policía estaban ahí, por fin, bajo control... Hay momentos de suerte en la vida - pensó -. Imaginó la satisfacción del Ministro del Interior del Gobierno Central y del Presidente... Él no era un ingenuo: sería muy difícil evitar la capitalización por su parte. Había que ser muy idiota para no darse cuenta de la importancia y de las consecuencias políticas de la caída. Precisamente en aquel año tan importante. Mejor no les podía salir: esto sería la consolidación del Gobierno de centro derecha en España. A media tarde los telex habían comenzado ya a vomitar información. Cada nueva entrega aportaba un dato más, corrigiendo algo del anterior. En cualquier caso, todas las agencias coincidían en presentarlo como un gran éxito de colaboración internacional. Pero Patrik se dio cuenta muy pronto de que algún otro equipo de comunicación estaba ya funcionando, tratando, como era previsible, de capitalizar el éxito para el Gobierno Central. Un gran revuelo recorrió los despachos políticos, para extenderse luego más tarde por las calles. Sin pensarlo dos veces, Patrik llamó a Enrique Zumalde, conocido defensor de presos. Le conocía de una época anterior y sus relaciones habían sido siempre correctas, a pesar de las diferencias abismales que existían entre uno y otro. Patrik, muy a pesar de lo que pensaban algunos, que lo tenían por un hombre intransigente, vio siempre en Zumalde a un hombre razonable. De aspecto adusto, eso sí, rara vez sonreía. Pero era, a su modo, leal. Participó en algunas de las conversaciones de años anteriores con la Organización, cuando


fracasaron, una vez más. Tras llamar a su número, Patrik no tuvo casi ni tiempo de echarse atrás: Zumalde estaba al otro lado del teléfono. Se identificó ingenuamente y le pidió una cita. Zumalde aceptó sin más, y a la hora y media se encontraba frente a él, en su despacho del Campo de Volantín, en Bilbao. Lo

encontró

abatido,

lo

que

sorprendía

en

un

hombre

particularmente maduro. Y muy inteligente. Cuando hablaba con él, Patrik tenía la impresión de no saber quién era, al final, el que obtenía mayor información: si Zumalde o él mismo cuando se acercaba con la intención de sonsacarle alguna información a propósito de la Organización. Siempre se trataba de un sondeo mutuo, con lo que la conversación adoptaba un interés muy especial y siempre interesante. Pero también, en ocasiones, resultaba frustrante: nunca se sabía hasta qué punto Zumalde no hacía sino sugerir posibilidades, al objeto de tantear la intención oculta de su interlocutor, quedando siempre la duda de si esas posibilidades existían en la realidad o no constituían, a la postre, sino una posibilidad que tan sólo existía en la mente de Zumalde. Algunas de las acciones efectuadas como respuesta a iniciativas sugeridas por él habían quedado convertidas, en más de una ocasión, en absolutos fracasos. Patrik identificaba a Zumalde con una mujer que, tras insinuar posibilidades, huía sonriente dejando a su amante únicamente con las ganas; de hecho, le llamaba “el calientapollas”. Es por eso por lo que, al recibir el encargo de Antón, no se atrevió a llamarle de inmediato, aun sabiendo que la información de una posible negociación habría de pasar de manera inevitable por él, al menos en principio. Tenía la mesa del despacho desordenada por completo. Patrik observó que, esparcidos entre los papeles, había magnetófonos de mano posiblemente dispuestos a grabarlo todo. Distinguió al menos dos.


- Si quieres que hablemos en serio, retira todos esos aparatos. No soy tan imbécil - dijo Patrik -. - No te enfades - contestó Zumalde, como si le estuviera diciendo “que no es para tanto” -. He estado trabajando hasta que llegaste, y no tienes por qué sospechar nada extraño de mí. Por si acaso, los quito... Zumalde los cambió de posición, tratando de engañar así a Patrik, pero éste, esbozando una sonrisa, se levantó de la silla donde se había sentado, se acercó a la mesa y los apagó sin el menor reparo. Luego descubrió un tercer grabador entre los papeles. Comprobó que estaba apagado, pero en cualquier caso también lo apartó. Luego se sentó. - Te supongo al tanto de lo que ha ocurrido cerca de Munich. Parece que la caída es muy importante... Esto parece el final. Habrá nuevas novedades, pero todas serán malas para ellos - concluyó Patrik; en realidad, hubiera querido decir “para vosotros”, pero no se atrevió. Pensó que no sería una buena manera de empezar -. - Sí, me ha llamado alguno para contármelo - comenzó Zumalde, y a Patrik le pareció que no estaba tan seguro de sí mismo como en otras ocasiones -... No tengo los datos, pero parece que sí, que es importante... Y, de repente, el abogado parecía recabar información del propio Patrik -. - ¿Sabes bien cómo ha sido?... ¿Han sido los alemanes o ha sido Madrid? – preguntó -. Porque supongo que vosotros no tendréis nada que ver en esto... - Como puedes suponer hay una coordinación entre Madrid y nosotros - dijo Patrik, recordando el mensaje que él mismo había recomendado dar a su jefe -... Tampoco puedo darte todos los detalles, pero la casa estaba fichada. El estudiante que vivía en ella era un radical buscado por la policía...


-...No os equivoquéis, no os pongáis “cachondos”, Patrik, que esto no puede acabar así - retomó Zumalde la conversación tras un pequeño paréntesis -. No han caído todos, por lo que sé, y tampoco hace falta tanta gente para hacer cosas... ¿Tú crees que, de un plumazo, puede acabar toda una Organización con treinta años de historia?... No, no te lo puedes creer… - Supongo que esto es lo que toca decir en casos como éste... - y Zumalde calló -. Si es que piensas que esto no puede acabar así, ¿qué hay de una posible negociación?... ¿No crees que ha llegado el momento de encontrar algún tipo de acuerdo?...- inquirió Patrik creyendo que había llegado el instante más adecuado -. - Para negociar hace falta que existan ganas por ambas partes... y que los dos se encuentren en el momento más oportuno - respondió Zumalde -. Me acabas de decir que esto es el final, Patrik. Te contradices. A la vista de lo ocurrido, según cuentas, esto es una derrota, y con los derrotados no se negocia: se les pasa por encima, y más vosotros, con las ganas que nos tenéis... ¿No lo crees así, Patrik? - sonrió desafiante -. Patrik tuvo la impresión de nuevo de que Zumalde no estaba seguro del mensaje que transmitía. Tal vez porque aún no lo había recibido. Y si había aceptado la cita era más bien para obtener información que poder contrastar luego con los suyos. En todo caso, Patrik nunca había visto así a Zumalde. El golpe le había afectado. Parecía derrotado, sin posibilidades, sin capacidad de imaginar nada. La conversación continuó gracias a preguntas de Patrik, deseoso de saber, y a pesar de un Zumalde evasivo, sin respuestas concretas que dar. Encendió el televisor del despacho con la intención de escuchar las noticias de las nueve. Patrik no podía ocultar su satisfacción al contemplar los datos que proporcionaba el presentador del programa, aunque se veía obligado a ocultar sus


sentimientos por miedo a provocar una reacción que diera por terminada la conversación. Patrik quería aprovechar esos momentos de sinceridad que proporcionan situaciones como ésta en el corazón de un hombre de las características de Zumalde. El telediario fue un auténtico festival. La noticia de la caída ocupó veinte de los treinta minutos del programa; la operación fue narrada con todo lujo de detalles, así como los nombres de los que habían sido detenidos, el muerto, la entrada de la policía y, en fin, absolutamente todo. Patrik observó que Zumalde estaba cada momento más y más blanco. Creyó que hasta ese preciso instante no había tenido una conciencia real de lo que había ocurrido en Alemania. Ahora estaba peor. No podía casi articular palabra, pero Zumalde se contenía. Sabía que era un momento de debilidad, y que tenía que hacer un esfuerzo especial. El presentador anunció que el Presidente del Gobierno efectuaría una declaración al día siguiente, miércoles, declaración que sería transmitida en directo a todos los telespectadores españoles a las doce del mediodía. Patrik se acordó de Elías Antón y se dio cuenta de que no había manera de controlar la capitalización política de la caída, que sería asumida en su totalidad por el Gobierno Central. El presentador anunció asimismo que la extradición solicitada por el Gobierno español sería dictada de inmediato, hasta el punto de que, dadas las excelentes relaciones con el gobierno alemán, esperaban que los detenidos podrían ser puestos a disposición de la policía tal vez esa misma noche. Por desgracia, no había mucho más de qué hablar. Aquello parecía algo más que una despedida. Era la simple constatación de un hecho. Bajó las escaleras de la casa pensando que acababa de asistir a un momento histórico: la derrota del terrorismo. Qué más daba quién lo hubiera logrado. Al fin y al cabo, todos los gobiernos habían dejado muertos en aquella


lucha. Liberados de la plaga, ahora se podría caminar tranquilo por este país. Muchos de los sueños serían ahora realidad. Un país normal, en paz, económicamente próspero. Era increíble. Se sentía profundamente liberado. Al salir del portal e ir a tomar el coche, vio a dos hombres en posición extraña: tuvo la impresión de que le habían estado vigilando. Se metieron en un coche y marcharon. Una sensación nueva sacudió a Patrik, muy desagradable: en ese momento le alcanzó el sentimiento de que aquello podía no haber terminado para él y que algo podía ocurrir. El Presidente habló en la mañana del día siguiente. En una breve comunicación, confirmó, en tono solemne, la operación llevada a cabo por la policía alemana, que presentó como fruto de la colaboración internacional, la participación ciudadana y el mantenimiento de una política de firmeza contra los terroristas. “Fruto de todo ello - dijo el Presidente – llegamos hoy al final de una actuación costosa, dura, que ha exigido muchos sacrificios, pero que ha valido la pena. Comienza una nueva etapa en la historia de España. Este año

quedará fijado de manera

imborrable en las mentes de las nuevas generaciones de españoles, porque constituirá la expresión más genuina de la integración de España en el mundo occidental, en el mundo de la democracia, del progreso y de la libertad. Nadie nos podrá sacar ya nunca del camino que los españoles hemos elegido - concluyó -.” Los detenidos llegaron a primeras horas de la noche a Madrid, en la más absoluta discreción y fueron conducidos a un centro especial donde fueron interrogados de inmediato. Todavía parecían sorprendidos de todo lo ocurrido. Confesaron más de lo que en un primer momento se esperaba. En la misma madrugada se produjeron las primeras detenciones en el País Vasco y al atardecer del día siguiente, miércoles, Elías Antón estaba en condiciones de convocar una rueda de


prensa para el jueves, día 18, a las once y media de la mañana en el Palacio de “Ajuna-Enea”, en Vitoria. Compareció el propio Lehendakari vasco, acompañado del Consejero del Interior, que presentó la operación de Munich como fruto de la colaboración y coordinación policial, dando a entender que la policía vasca había tenido un determinado papel, sin especificar, y añadiendo que la operación no había concluido y que estaban en condiciones de ofrecer datos muy importantes. Afirmó que, como consecuencia de las informaciones obtenidas, la policía vasca hacía nuevas detenciones en la madrugada y en el transcurso del miércoles, así como aquella misma mañana del jueves. Aunque las detenciones continuarían durante los días siguientes, se podía decir que eran ya más de diez las personas detenidas, un piso de protección utilizado por la organización detectado y que se habían descubierto dos lugares utilizados para albergar a secuestrados, así como encontrado diverso material, documentación y propaganda. Antón estaba ya tranquilo. Habían podido estar a la altura de las circunstancias y parar de algún modo el golpe político, que es lo que realmente le preocupaba, porque los editoriales de los periódicos de aquel jueves no podían ser más elogiosos para el Gobierno de centro derecha, sin hacer mención alguna del Gobierno Vasco. “El Correo”, el periódico de mayor tirada del País Vasco, calificó de “histórica” la caída de la ejecutiva de la organización y felicitó al Gobierno que la había hecho posible sin ceder a las presiones de los terroristas. El artículo editorial era rotundo: “Este final demuestra que todos aquellos partidarios de la negociación con el terror se equivocaban y que no hacían sino el juego a la organización terrorista, tal y como siempre hemos denunciado. La victoria es un auténtico ejemplo para Occidente y para el mundo democrático en general. Ya no se podrá hablar de terrorismo sin citar a continuación la labor de un


Gobierno, como el español, que supo hacerle frente con claridad y tesón, fruto de lo cual obtuvo el éxito más clamoroso que se haya alcanzado en los últimos veinte años”... “El Correo” terminaba, como era habitual, felicitando a las fuerzas de Seguridad y a todos los que habían intervenido en aquella operación. Los periódicos del viernes recogían, también en términos elogiosos, las detenciones efectuadas por el Gobierno Vasco. Elías Antón dio por cumplida su labor, aunque para ello había tenido que sacrificar parte de la posible efectividad de la operación policial, sabiendo en todo caso que buena parte de los detenidos estaría en la calle de inmediato. En efecto: la imperiosa necesidad por dar a la luz los nombres de los detenidos en el País Vasco había impedido que la operación fuera aún más completa. A Elías Antón le daba exactamente igual: el objetivo estaba ya conseguido. Podía descansar, por fin, en paz.


3. Una filtración. La vida de Patrik se tomó más rutinaria durante la semana siguiente. Se ocupó de modo más directo del gabinete del Secretario General, interviniendo en discursos para el Lehendakari, preparando reuniones de análisis con distintos observadores que trabajaban para la Secretaría y tratando de otear el horizonte que se iniciaba en septiembre. Todos sabían que el nuevo curso significaba el comienzo de la campaña electoral, aunque no se había fijado aún la fecha. También esa sería una decisión importante a tomar y sobre la que Patrik tendría que aportar los escenarios políticos más ventajosos para el Gobierno. Aprovechó asimismo la nueva situación para contactar con personas de mundos diferentes, al objeto de palpar ambientes a los que no tenía acceso. Tenía un particular interés por la gente joven, por su mentalidad y sus ideas. El siempre había sido un joven viejo, o al menos así se consideraba a sí mismo, y tenía la impresión de haber pasado su juventud “sin probarla ni tocarla”... Su fracaso con Teresa lo achacaba en gran parte a esta razón. Vivía en una casa grande, del siglo XVIII, que él había restaurado en gran parte. Jungitu era un pequeñísimo pueblo literalmente de cuatro casas, donde tan sólo destacaba la de Patrik, inmensa, situada al final del pueblo y al lado de la iglesia. Con un jardín por delante y un excelente huerto por la parte de atrás, la casa de Patrik constituía la envidia de todos los que la visitaban, aunque, en muchas ocasiones, Patrik llegaría a pensar si merecía la pena el esfuerzo que hacía por mantener aquella auténtica mansión. Siempre tenía que trabajar los fines de semana, dedicándose a reparar algo pendiente. Si no era el tejado podía ser el jardín y si no era el huerto, aunque tenía alguien que le ayudaba por las mañanas, un viejo


aldeano del pueblo. No podía calentar toda la casa, debido a su coste, y en invierno hacía mucho frío, porque era un pueblo sin protección alguna, en plena llanada. Las pocas habitaciones que utilizaba, sin embargo, eran admirables. Decoradas con gusto, creando un ambiente íntimo con facilidad, constituían el centro obligado de reunión con sus amigos. Todos querían ir allí, lo que gustaba mucho a Patrik y menos a Teresa, cuando vivió junto a él. Patrik pasaba muchas horas en aquella casa, y más aún cuando se separó de ella. Las propias razones de seguridad le obligaban también a llevar una vida ordenada. Su biblioteca era amplia, pero de carácter más bien político. Tan sólo hasta cierto punto le gustaba la literatura. Le encantaba, por el contrario, la música clásica, a la que había accedido un poco tarde y gracias a Teresa, que tenía una buena formación musical. Tal vez fue esto lo más importante que obtuvo de ella. Fue así como se introdujo en la ópera, y a pesar de que muchos no lo hubieran creído, gustaba de la buena comida y del buen vino. Mantenía un diario irregular, donde podían encontrarse largas reflexiones íntimas junto a resúmenes de reuniones políticas. En la etapa más reciente, trataba de poner en su lugar la faceta profesional, fundamental hasta entonces en su vida, para dedicarse de manera más intensa a su vida personal, privada. La marcha de Teresa le había hecho replantearse su vida. Su vacío no era fácil de llenar, y tampoco la vida ni la propia personalidad de Patrik se prestaban a un abanico amplio de relaciones. Había invitado a alguna mujer a su casa, con la excusa de escuchar música. Patrik era feliz mostrando a sus amistades piezas de música queridas para él. Les explicaba los sentimientos que aquella música le inspiraban, dónde había comprado el disco, quién le había animado a comprarlo. En ocasiones, traslucía sus sentimientos con exceso, hasta el punto de sentir de


inmediato un cierto rubor, que conseguía reprimir pronto.

Aquella noche había invitado a cenar a Natalia, con la que siempre había mantenido una buena relación. En realidad era algo más: existía una amistad inconfesada. Era fácil observar que Natalia permanecía algo más de lo necesario en el despacho de Patrik, que, a su vez, acogía siempre bien a aquella cariñosa y sensata mujer. No era muy atractiva, pero era particularmente femenina. No brillante, pero sí poseedora de encanto. Con fama de secretaria competente, dominaba correctamente cuatro idiomas y mostraba una increíble capacidad para resolver algunos de los problemas que la difícil personalidad de Elías Antón generaba a cada momento. Patrik había coincidido con Natalia en lugares ajenos a los despachos de trabajo de la Presidencia. Les unían amigos comunes, aunque la relación entre ambos se iniciaría a partir de la entrada de Patrik en el equipo de Antón. Soltera y fiel al Secretario General de la Presidencia, Natalia sentía cierta debilidad por Patrik, del que sabía toda su historia, que había podido leer en el momento de su incorporación al equipo. Nunca fue del gusto de Patrik mezclar las relaciones de amistad con las de trabajo. Sabía que, al final, causaban problemas difíciles de solventar, y poseía alguna mala experiencia en este sentido. Es por eso por lo que tuvo sus reparos a la hora de invitar a Natalia a su propia casa. Esta se presentó puntual a la cita, tal y como Patrik presumía, preparada de forma no habitual en ella. Lo que es cierto es que esta vez Natalia no iba de uniforme, que es como se vestía cada mañana antes de presentarse en el despacho. Le pareció que había algo especial en su cara, tal vez un maquillaje más pronunciado, o el pelo dispuesto de un modo diferente. No lo sabía muy


bien. Patrik no era capaz de advertir semejantes sutilezas: al fin y al cabo, tampoco la conocía tan bien como para poder comparar su diferente pintura de labios. No era hombre de grandes recursos en este sentido, ni de gran experiencia. Era un tímido. Tampoco se sentía ahora muy seguro de sí mismo, a partir de su fracaso con Teresa. En consecuencia, tras la cortesía inicial, animó a Natalia a escuchar su resumen de música preferida. Eso lo sabía hacer muy bien. No tuvo, sin embargo, demasiado tiempo para gozar ni de la música ni de la presencia de la secretaria. El timbre de la puerta sonó de un modo continuado un par de veces, interrumpiendo a los dos amigos. Patrik se acercó con lentitud a la mirilla de la puerta, y observó con estupor que se trataba de Teresa. Le pareció que lloraba. Abrió y la sorpresa fue aún mayor cuando su primera mujer se lanzó sobre sus brazos. Patrik pensó en lo absurdo de la situación, y sintió un enorme embarazo al darse cuenta de que, a pocos metros, estaba Natalia esperándole. La música sonaba, mientras que, sin mediar palabra, Teresa seguía llorando. - Ricardo ha desaparecido... - dijo por fin de modo entrecortado. Y Patrik no supo qué contestar. Pensó si podía considerarse normal que, además de huir de casa con él, Teresa tuviera que venir a su antigua casa a llorar su pérdida -. - Sinceramente, no sé qué puedo decirte por su marcha - terció Patrik -. - No me entiendes, Patrik

- dijo Teresa -, no es que se haya

marchado. Ha desaparecido. No ha vuelto a casa desde hace dos días, y no hay en apariencia ninguna razón. Vengo donde ti, porque no sé qué hacer, ni qué decir... Perdóname, pero ayúdame.


Cuando reaccionó, tuvo la impresión de que habían pasado varios minutos desde que abrió la puerta y se encontró con Teresa. Pidió a ésta que se sentara, y trató de encontrar una solución para Natalia, que seguía esperando en el salón. No tuvo necesidad de hacerlo. Natalia tenía una cierta deformación profesional, y actuó conforme podía esperarse de una perfecta secretaria. Se calzó, recogió su chaqueta, y casi de modo inadvertido, atravesó el umbral de la puerta y se marchó. Patrik no tuvo tiempo ni de excusarse con ella. Patrik quedó sólo con Teresa, a la que invitó ahora a pasar al salón. Apagó el tocadiscos y se dispuso a escuchar una historia que él siempre imaginó compleja y que había intentado intuir en vano. En realidad, Ricardo fue el punto final de la ruptura entre Patrik y Teresa. Esta había conocido a Ricardo un año antes, estableciendo muy pronto una relación de la que Patrik tendría conocimiento de inmediato, y al margen, eso fue lo peor, de la propia Teresa. Patrik, sin embargo, permanecía enamorado, y se mostró dispuesto a perdonar a Teresa con la única condición de que ésta abandonara a Ricardo. Pero no fue así. Vio a Teresa destrozada, o mejor, desarmada. La decisión que había advertido en ella cuando salió de casa aquel día de junio, había desaparecido. Ahora tenía una sensación extraña. La había imaginado volviendo a casa en muchas ocasiones, y ahora, sin esperarlo, la tenía delante, hecha realidad. No terminaba de creérselo. Pero lo cierto es que Teresa estaba allí. ¿Por qué acudía adonde él?... Ella era la única responsable de lo que había ocurrido. ¿Por qué tenía que ayudarla?... ¿Y por qué precisamente aquella noche? Tampoco tenía seguridad a propósito de los sentimientos de Teresa. Seguía, seguro, enamorada de Ricardo. Y, sin embargo, Patrik sintió unos incontenibles deseos de abrazarla, de acariciarla, de estrecharla entre sus brazos.


Tenía el perfume que le había regalado. En cada ocasión que lo percibía en la calle, se acordaba de ella. Era uno de sus últimos recuerdos, a los que se unía alguna de las escenas que con ella tuvo en la cama cuando, de manera desesperada, intentó de modo inútil que permaneciera en casa. Y ahora Teresa estaba allí, llorando, cansada, derrumbada. Patrik puso el brazo sobre su hombro y dejó que la cabeza de Teresa se apoyara en él. Le pareció casi una novedad, a pesar de haber convivido con ella durante varios años. Hacía calor aquel domingo, 28 de junio. Hubo unos largos minutos en los que ninguno de los dos dijo nada. Teresa solo buscaba protección, no información sobre Ricardo. Patrik recordó muchos de los momentos que había vivido con Teresa, las explicaciones que buscó para la separación, las culpas que cargó sobre ella. Le ofreció café, y sin saber qué hacer, tal vez por rutina, encendió la televisión: era la hora de las noticias. Su sorpresa no pudo ser mayor: como primera noticia, y citando fuentes de absoluta solvencia, el presentador informó de un intento por parte del Gobierno Vasco de negociar con la Organización terrorista. Este intento se habría producido, según la televisión, paralelamente a la caída de la ejecutiva de la Organización. Estaría implicado personal de la Presidencia del Gobierno Vasco: el presentador habló de un asesor, sin citar el nombre, y no se ofrecían datos sobre el contenido del intento negociador. Tampoco se decía cuál había sido el resultado final. La noticia era confusa, pero un comentario del periodista puso a Patrik particularmente nervioso. Se daba a entender que mientras la policía ponía su vida en peligro capturando aquella banda de asesinos, otros, los políticos, se dedicaban, una vez más, a pactar con ellos. El asunto, pues, era grave.


Patrik recordó de inmediato su reunión con Zumalde; seguro que se trataba de eso, pensó. Se puso a memorizar cómo pudieron tener conocimiento de ello, y quién sería el informante. En primer lugar pensó en la propia policía. El comentario final de la televisión incitaba a ello. Se trataba de una venganza. Siempre pensó que había sido un tanto ingenuo al llamar directamente a Zumalde, y entrevistarse con él en su propio despacho. El sabía muy bien que ese teléfono estaba intervenido. Había tenido sobre su mesa infinidad de transcripciones. Y es muy posible que le hubieran seguido. Le vino también a la memoria que, a la salida de la entrevista, en el portal, tuvo la impresión de haber estado vigilado por gentes que estaban estacionadas cerca de un coche. Sí, lo recordaba muy bien. Era gente joven, posiblemente policías. Pensó también en Elías Antón. En realidad, ahora caía en la cuenta de que no había informado previamente de la reunión con Zumalde. No lo hizo por considerarlo carente de interés. Redactó el informe correspondiente, pero no mantuvo contacto posterior con él. Antón había leído el informe, pero tampoco le llamó: ni para interesarse, ni para criticarle. Habían transcurrido varios minutos de la noticia y la escena con Teresa había pasado a segundo plano de interés, cuando sonó el teléfono. Era el propio Elías Anton, que le pedía una entrevista urgente, en su propio domicilio particular. Había escuchado la noticia y estaba muy preocupado. Cómo Patrik estaba sin coche, Antón le dijo que le enviaría el suyo. - Déjame al menos despedir a la gente que tengo en casa - dijo Patrik, dándole así a entender que no podía hablar con claridad y del esfuerzo que hacía por ir hasta su casa en aquella hora de la noche -. Acompañó a Teresa, que parecía no enterarse de casi nada, aturdida como estaba con su propio problema, y esperó a que sonara el timbre con el que los de seguridad le advertían de la presencia del coche


en el exterior de la casa.


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